José Cueli
La Jornada
La Revolución que hoy cumple 100 de años de iniciada después de dejar un millón de muertos, se ha desplazado del campo a la urbe. No porque la ciudad llame, sino porque el campo expulsa. En la misma forma que hace un siglo, el hambre de las mayorías sigue presente. Esa hambre de la que da cuenta nuestro periódico el domingo pasado, en un espléndido reportaje de Gabriela Romero.
Dos de cada tres capitalinos viven en zonas marginadas, es decir, carecen de servicios e infraestructura, como luz, transporte, drenaje, agua potable y empleo. Según el secretario de Desarrollo Social local, en la ciudad de México, existen 550 colonias de alta y muy alta marginación, en las que se concentra 37.1 por ciento de la población: 3 millones 160 mil personas de un total de 8 millones 500 mil habitantes, todo esto sin considerar la zona conurbana con el estado de México, que involucra Ciudad Nezahualcóyotl, Chimalhuacán, Ecatepec, etcétera. Franja que se une en la zona oriente a Iztapalapa, Iztacalco, Tláhuac, Xochimilco, Milpa Alta, y partes de Tlalpan, Magdalena Contreras y Álvaro Obregón, y la Gustavo A. Madero, de población mayoritariamente emigrante del campo, según diversas investigaciones.
Revolución que pese a sus innegables avances dejó muerte y crueldad, vivir oscuro, sin deseos, tan solo angustia y desesperación. Sin que nadie pareciera percatarse de nada. La emigración de un escenario rural a uno urbano demandó del campesino excesiva carga de ajuste emocional al emigrar. Ajustes que involucran ansiedades que no pueden ser elaborados por el campesino, lo que lo llevó a presentar diversos tipos de enfermedades. Ejemplo de esto es la habitación que varía del campo a la ciudad y que entre otros factores parece afectar la conducta contribuyendo la perdida del campo y la adaptación al nuevo entorno.
Son múltiples los intentos de los estudiosos de relacionar la personalidad inadecuada –limítrofe– y sus secuelas conductuales, al explicar las diferentes reacciones de individuos con antecedentes similares. La habitación del campesino en la ciudad, en hacinamiento, va a frenar las capacidades de diferenciación y aceptación de límites en muchas de las actividades del ser humano: vida sexual, social, familiar, capacidad de pudor y recato, y freno del desarrollo de los procesos del pensar. El hogar promiscuo de las zonas marginales carece, como se mencionaba, de luz, drenaje, agua potable, etcétera.
Otros factores angustiantes son el aislamiento social y el espacio inadecuado (ruido, olores fétidos, falta de parques, etcétera). Hemos sugerido que cualquier ambiente que tienda a aislar a un individuo de otros ocasiona angustia con notables cambios de personalidad. La cantidad de espacio por persona y la forma en que se dispone del mismo para promover o interferir con la privacía han sido relacionadas con la angustia. Existen suficientes datos que señalan el aislamiento y la promiscuidad entre los factores clave que acompañan a las familias que emigran del campo.
Todo esto condiciona un desafío al sentido de individualidad, debido a que el niño sólo ocasionalmente se encuentra solo y no puede aprender a verse a sí mismo para buscar satisfacciones de la vida. Lo segundo es el atentado a las ilusiones que de otras personas tiene el niño; el hacinamiento provoca inevitables contactos con las debilidades y perversiones de los adultos, por lo que al niño se le hace difícil identificarse con padres ideales. El tercero es cualquier alusión acerca del sexo; el hacinamiento hace que el aspecto físico de la vida sexual sea preponderadamente conceptual como expresión de relaciones interpersonales.
Como cuarta consecuencia, la dificultad para el conocimiento objetivo del mundo y sus problemas, con la imposibilidad de ver personas significativas. Todo esto condiciona un ser gregario, asustado, devaluado, confundido, buscador de estimulación externa, interesado poco en logros, una actitud cínica frente a la gente las organizaciones y el gobierno. Una vida sexual expresada como aspecto físico más que como elemento de relación vinculado a lo anterior, donde se hallan fuertes componentes de frustración, pivotes para la expresión de contenidos agresivos incontrolables. En suma, la Revolución sigue camino del campo a las ciudades.
Un no sé qué “ahí donde el soplo vital se extingue lentamente. Después de mirar el conjunto sobrecogedor del cuadro anterior, resulta imposible reproducir con palabras lo visto y sentido, y menos aún describir la desesperanza. Tan sólo tímidos balbuceos, emociones sin posible conexión con las ideas que chocan con las desgarradoras imágenes que nos impactan y paralizan la razón debido al sentimiento que provocan. La impresión de la crueldad anticipatoria de la muerte y la desesperanza acechando comunidades tanto en la capital como en la provincia, es aterradora.
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