domingo, 31 de julho de 2011

Cambiar el sistema


Ignacio Ramonet
Le Monde Diplomatique


Los eurófilos más extasiados lo machacan sin cesar: si no dispusiéramos del euro, dicen, las consecuencias de la crisis serían peores para muchos países europeos. Divinizan un euro “fuerte y protector”. Es su doctrina y la defienden fanáticamente. Pero lo cierto es que tendrían que explicarles a los griegos (y a los irlandeses, a los portugueses, a los españoles, a los italianos y a tantos otros ciudadanos europeos vapuleados por los planes de ajuste) qué entienden por “consecuencias peores”. De hecho, estas consecuencias son ya tan insoportables socialmente que, en varios países de la eurozona, está subiendo, y no sin argumentos, una radical hostilidad hacia la moneda única y hacia la propia Unión Europea (UE).

No les falta razón a estos indignados. Porque el euro, moneda de 17 países y de sus 350 millones de habitantes, es una herramienta con un objetivo: la consolidación de los dogmas neoliberales en los que se fundamenta la UE. Estos dogmas, que el Pacto de Estabilidad (1997) ratifica y que el Banco Central Europeo (BCE) sanciona, son esencialmente tres: estabilidad de los precios, equilibrio presupuestario y estímulo de la competencia. Ninguna preocupación social, ningún propósito de reducir el paro, ninguna voluntad de garantizar el crecimiento, y obviamente ningún empeño en defender el Estado del bienestar.

Con la vorágine actual, los ciudadanos van entendiendo que tanto el corsé de la Unión Europea, como el propio euro, han sido dos añagazas para hacerles entrar en una trampa neoliberal de la que no hay fácil salida. Se hallan ahora en manos de los mercados porque así lo han querido explícitamente los dirigentes políticos (de izquierda y derecha) que, desde hace tres decenios, edifican la Unión Europea. Ellos han organizado sistemáticamente la impotencia de los Estados con el fin de conceder cada vez más espacio y mayor margen de maniobra a mercados y especuladores.

Por eso se decidió (a insistencia de Alemania) que el BCE fuese “totalmente independiente” de los Gobiernos. Lo cual concretamente significa que queda fuera del perímetro de la democracia. De ese modo, ni los ciudadanos ni los Gobiernos elegidos por éstos pueden entorpecer sus opciones liberales.

Hoy, esas características (impotencia de los políticos, independencia del BCE) son en parte responsables de la incapacidad europea para resolver el drama de la deuda griega. La otra causa es que, bajo su aparente unidad, la UE (en este caso particular la eurozona) está profundamente dividida en dos bandos casi irreconciliables: por una parte, Alemania y su área de influencia (Benelux, Austria y Finlandia); por la otra: Francia, Italia, España, Irlanda, Portugal y Grecia.

El origen de la deuda griega (como el de la de los demás países periféricos afectados por la crisis de la deuda soberana, incluida España) es conocido. Cuando Grecia fue admitida en la zona euro, las instituciones financieras consideraron inmediatamente que este pequeño Estado presentaba, a pesar de su evidente fragilidad y de sus escasos recursos, todas las garantías necesarias para recibir créditos masivos y baratos. Llovieron sobre Atenas ofertas de financiación a tipos de interés de ganga, en particular por parte de bancos alemanes y franceses que incitaron a los gobernantes helenos a endeudarse a bajo coste y a largo plazo para adquirir principalmente material militar alemán y francés.

Cuando estalla la crisis financiera de 2008 (llamada “de las subprimes”), ésta se extiende rápidamente al sector bancario europeo. Los establecimientos financieros carecen pronto de liquidez y restringen drásticamente el crédito. Lo que amenaza con asfixiar el conjunto de la economía. Para evitarlo, los Estados ayudan masivamente a la banca. Y la salvan. Para ello se endeudan aún más comprando dinero en el mercado internacional (ya que el BCE se niega a ayudarlos). Ahí, de repente, intervienen las agencias de calificación que sancionan el excesivo endeudamiento de los Estados (¡realizado para salvar a los bancos!). Inmediatamente los tipos de interés de los préstamos a los Estados más endeudados se disparan. Y se produce la crisis de la deuda soberana.

En sí misma, la deuda griega es insignificante si se tiene en cuenta que el PIB de Grecia representa menos del 3% del PIB de la eurozona. El problema, técnicamente, podía haberse resuelto hace ya más de un año sin gran dificultad. Pero el gobierno conservador alemán, que enfrentaba entonces unas complicadas elecciones locales (finalmente perdidas), estimó que no sería moralmente justo que los griegos, acusados de “corrupción” y de “laxismo”, saliesen tan rápidamente del mal paso. Había que castigarlos para que no cundiese “el mal ejemplo”.

Una ayuda demasiado rápida a Atenas, declaró Angela Merkel, “tiene el efecto negativo de que otros países en dificultades podrían dejar de hacer esfuerzos”. Por eso, con el apoyo de sus aliados, Berlín empezó a poner pegas de todo tipo. Dejando pasar los meses.

Plazo que los mercados, excitados por el desacuerdo político europeo, aprovecharon para cebarse en Grecia. Todo se complicó entonces. Finalmente, Alemania acabó por aceptar un (incompleto) plan de ayuda con una condición: que participase en él el Fondo Monetario Internacional (FMI). ¿Por qué? Por dos razones. Primero porque se estimaba que las instituciones europeas carecían de un verdugo lo suficientemente severo para escarmentar a los griegos. Segundo, porque la especialidad del FMI, desde hace cuarenta años, consiste en exigir siempre esfuerzos antisociales a los países endeudados. Sus recetas (aplicadas con saña en América Latina durante los años 1970 y 1980) son siempre las mismas: alza de las tasas al consumo, recortes brutales de los presupuestos públicos, estricto control de los salarios, privatizaciones masivas.

El Gobierno de Papandreu tuvo que resignarse a adoptar un salvaje plan de austeridad. Pero el mal estaba hecho. El ritmo de la política europea es lento y largo, cuando el de los mercados es inmediato. Los especuladores entendieron que la Unión Europea era un gigante sin cerebro político, y el euro una “moneda fuerte” con estructura débil (no hay ejemplo en la historia, de una moneda que no esté encuadrada por una autoridad política). Atacaron a Irlanda, pasó lo mismo y volvieron a ganar. Atacaron a Portugal e ídem. Atacaron a España y a Italia, y los Gobiernos de estos países se apresuraron a autoimponerse las impopulares recetas del FMI.

Por toda Europa se extiende ahora la “doctrina de la austeridad expansiva”, que sus propagandistas presentan como un elixir económico universal cuando en realidad está causando un estrepitoso daño social. Peor aún, esas políticas de recortes agravan la crisis, asfixian a las empresas de todo tamaño al encarecer su financiación, y entierran la perspectiva de una pronta recuperación económica. Empujan a los Estados hacia la espiral de la autodestrucción, sus ingresos se reducen, el crecimiento no arranca, el paro aumenta, las (impresentables) agencias de calificación rebajan su nota de confianza, los intereses de la deuda soberana aumentan, la situación general empeora y los países vuelven a solicitar ayuda. Tanto Grecia, como Irlanda y Portugal –los tres únicos Estados “ayudados” hasta ahora por la Unión Europea (mediante el Fondo Europeo de Estabilización) y el FMI– han sidos precipitados, por los que Paul Krugman llama los “fanáticos del dolor”, a ese fatal tobogán.

Y el “Pacto del euro”, establecido en marzo pasado, tampoco resuelve nada. En realidad es una vuelta de tuerca suplementaria a la austeridad, un acuerdo “de competitividad” que prevé más recortes del gasto público, más medidas de disciplina fiscal, y penaliza principalmente –de nuevo– a los asalariados. Con amenazas de sanciones a los Estados que no cumplan el Pacto de Estabilidad. Propone la tutela de la deuda pública y un ritmo fijo de reducción, o sea: una limitación de la soberanía. “Los países europeos deben ser menos libres de emitir deuda”, afirma, por ejemplo, Lorenzo Bini Smaghi, miembro del directorio del BCE. Algunos eurócratas van más lejos, proponen que se le retire a un gobierno que no haya respetado el Pacto de Estabilidad, la responsabilidad de dirigir sus propias finanzas públicas.

Todo esto es absurdo y nefando. El resultado es una sociedad europea empobrecida en beneficio de la banca, de las grandes empresas y de la especulación internacional. Por ahora la legítima protesta de los ciudadanos se focaliza contra sus propios gobernantes, complacientes marionetas de los mercados. ¿Qué pasará cuando se decidan a concentrar su ira contra el verdadero responsable, o sea el sistema, es decir: la Unión Europea?

sábado, 30 de julho de 2011

Cuba en debate: Lo nuevo pide pista



Eduardo Aliverti
Página 12


Es lo de siempre. Está intacto. En lo personal, es la sexta visita a este país que, como hace 52 años, continúa siendo –hoy más que nunca, quizá– un enorme desafío emocional e intelectual.

Estuve aquí en los ’80, cuando la presencia de la URSS asentaba una perspectiva de estabilidad económica sin mayores sobresaltos. Estuve a comienzos de los ’90, ya con la implosión soviética como tremenda amenaza. Estuve a mediados de esa década, en la etapa más dramática y cuando medio mundo, en sentido convencional y literal, caracterizaba a la experiencia cubana como una muerta inminente. Estuve hace poco más de dos años, ya sin Fidel al mando cotidiano y con grandes interrogantes en torno de cuánto de capaz sería esta particularísima construcción socialista para recrear muchos de sus paradigmas. Y estoy ahora, tratando no más que de otear, oler, indagar e indagarnos, acerca de cuáles respuestas habrá al modo en que esas preguntas se amplificaron.

Se dice en esta tierra y se lo dice en voz inéditamente alta, en todas las esferas, que Cuba necesita una nueva revolución dentro de la revolución. Y eso, por las dudas, es lo primero que debería quedar claro. Todo lo que tenga que cambiar tendrá que ser cambiado, sentenció Fidel hace ya tiempo. Pero ni en la dirección del partido ni en sus cuadros secundarios ni –lo decisivo– en la gran o inmensa mayoría de la población, de acuerdo con los análisis y comentarios que pueden recogerse en cuanto ámbito significativo se quiera, hay la menor intención de que esas modificaciones supongan un cambio radical de sistema. Por fuera de la burocracia que milita en él anquilosamiento, no hay deseo masivo alguno de que las cosas sigan achanchadas, como lo están a pesar de las múltiples apelaciones, públicas, desde la conducción suprema.

Pero debe reiterárselo: nadie tampoco, comenzando por lo que se escucha en ese termómetro invalorable que es la calle, y siguiendo por los fortísimos debates institucionales de los últimos meses, quiere mención de otra palabra que no sea socialismo. Entiéndase por esa definición el mantenimiento de todo aquello que aseguró a los cubanos pasar del prostíbulo de América al modelo capaz de garantizarles un nivel de vida digno, atravesado por dificultades gigantes que jamás implican hambre, indigencia, exclusión, abandono del Estado. Quieren consumir, los fatiga la precariedad, están cansados de las trabas por doquier. El pluripartidismo les importa un pito, eso sí, y el apoliticismo que se advierte no es producto de pretender alternativas de régimen. Dentro del sistema todo y fuera del sistema nada es el lema que todavía permanece enhiesto, con el paso de ya tantos años y la renovación cada vez más provocativa de los desafíos.

¿Cuáles son esos cambios primordiales que la dirigencia de primer grado plantea como imprescindibles? Basta de un Estado omnipresente a cada momento y decisión a tomar, excepto por los trazos macro del timón estratégico de la economía. Basta de tierras improductivas por obra de la pereza que rige, a la espera de órdenes lejanas que tantas veces no llegan o lo hacen equivocadas y contradictorias. Basta de una ineficacia falazmente endosable al bloqueo comercial de los Estados Unidos. No es ese cerco repugnante del Imperio lo que empuja que dos o más trabajadores consuman la labor que bien puede estar a cargo de uno. No es esa actitud criminal lo que explica que un vago y un laborioso tengan el mismo ingreso. Este pueblo heroico y sus líderes revolucionarios edificaron un esquema soberano sobre tres ejes admirablemente protegidos: defensa, salud y educación.

Esos bastiones encarnan una epopeya, vistas las condiciones de acecho externo, histórico, presente, bajo las cuales se prodigaron. Esta isla más chica que varias de nuestras provincias tenía el destino de Haití, que a su manera sigue aguardándola si se produce la inoculación del virus que revolotea a apenas 90 millas. Los cubanos resistieron y resisten gracias a la primera eficiencia de todas, que es la ideológica. Pero llegó la hora de incorporar el eje del desarrollo productivo. Aquí se habla con énfasis del cambio de mentalidad que eso requiere. Es unánime. Sin embargo, muchos se preguntan si tal reversión puede provenir de una generación de cuadros de avanzada edad, y hasta intermedios, ya demasiado habituados a que de esta forma se puede caminar bien; o a que, en cualquier caso, es mejor no tomar riesgos de innovación.

El martes pasado y en la ciudad de Ciego de Avila, a más de 400 km de La Habana, el número dos de Raúl dio un discurso de dura autocrítica al conmemorarse los 58 años del asalto al Moncada. A oídos extranjeros resuena sorprendente, pero los cubanos nos advierten que ese tinte pasó a ser lo acostumbrado. José Ramón Machado Ventura dijo frente a la multitud, y al propio Raúl, que ya no se soporta aprobar medidas para ver cómo duermen el sueño de los justos en un cajón. Y agregó que deben vencerse prejuicios sobre el sector no estatal de la economía. Cabe conjeturar que, al menos en parte, hizo alusión a lo que un título periodístico argentino, hace unos meses, rotuló como “capitalismo pyme”. Un tanto exagerado pero válido, define lo que se ve. Trescientos diez mil cubanos ya trabajan legalmente por cuenta propia y a más de 200 mil les otorgaron licencias como empleados privados, según recientes cifras oficiales. También se ampliaron los mercados de venta libre en materiales de construcción. Pululan puestos callejeros que ofrecen una suerte de “todo por dos pesos”, aunque más diversificado. Y esa gente está más contenta, a juzgar por sus testimonios.

¿Es la marcha hacia una economía mixta con fuerte dirección y control del Estado? Fernando Martínez Heredia, uno de los más lúcidos y reconocidos investigadores sociales de Cuba, lo pone en duda. Opina que simplemente se trata de recursos de subsistencia, sin horizonte de acumulación de capital como para que pueda hablarse de la formación de una clase empresaria. Pero menta también la existencia de sectores, antes estatales que del partido, que podrían ser receptivos a los cantos de sirena de valores capitalistas más pronunciados. Por ese motivo, subraya con contundencia, esta etapa cubana es, en cierto aspecto, más peligrosa que la del “período especial” siguiente a la desaparición soviética. Aquellos años fueron terribles; pero la idea y necesidad de resistencia conllevaron el convencimiento popular de que había que mantenerse en el socialismo, como única herramienta para garantizar los logros de la revolución. Hoy, quedó dicho, esa seguridad persiste en las mayorías pero la utopía renovadora no está tan clara. ¿Es el dichoso “cambio de mentalidad” la convocatoria única o más re-energizante que imponen las circunstancias? ¿No habría que pensar, como ejemplo no precisamente secundario, en un virulento plan de reconstrucción y edificación de viviendas, que amortigüe y a largo plazo corrija ese drama de todo Cuba?

Es muy difícil acertarle con total seguridad al futuro de este país incomparable. Sin embargo, a ojímetro, con la información y experiencia que nutren a la seriedad intuitiva, uno diría que otra vez van a vencer. Los cubanos están más quejosos; hay ya una generación crecida con el signo de que sólo le hablan de dificultades; esa fatiga por la precariedad lastima; la burocracia agobia. Pero ni aun buscándolo con todas las fuerzas podrá encontrarse que perdieron la alegría. Y si hay indiferencia en franjas amplias, también hay debate público como tal vez nunca se vio. Y Raúl no es Fidel, al margen de que nadie puede ser como Fidel, pero por aquí dicen que lo que le falta de oratoria le sobra de hacedor. Y de a poco se nota un periodismo que sigue aburrido pero más cerca de lo que le pasa a la gente. Y la delincuencia urbana poco menos que no existe, y lo valoran. Y tienen esa estatura sintáctica al expresarse que revela la condición de comunidad instruida, y lo saben y saben a quién se lo deben. Y la barbarie de los cinco patriotas presos en Estados Unidos, por revelar las acciones terroristas contra el país, les reactiva el reflejo de no perder de vista quién es el enemigo.

Vaya a saberse cómo continúa este rumbo cubano. Pero si hay un pueblo que merece seguir metido en la historia de las grandes gestas, sigue siendo éste.

sexta-feira, 29 de julho de 2011

Perú : Humala jura la presidencia con una batería de medidas sociales


Jaime Cordero
El País


Ollanta Humala, comandante retirado del Ejército, ha asumido este jueves la presidencia de Perú anunciando una batería de programas de asistencia social orientados a combatir la pobreza y la desigualdad, la principal bandera de la campaña que lo llevó a la presidencia tras una ajustada segunda vuelta contra Keiko Fujimori.

El flamante presidente de 49 años inició luego un discurso de 50 minutos, interrumpido cada tanto por aplausos y abucheos. Su apuesta consiste en extender el alcance del Estado, sobre todo en las localidades más pobres del país. "El Estado se niega a subir a los Andes, a internarse en la Amazonia. Necesitamos más Estado", señaló, y añadió: "La realidad nos exige un nuevo contrato social que haga posible la convivencia de los peruanos".

Sin embargo, y aunque aseguró que no busca la confrontación, sus primeras palabras dieron la impresión contraria. Al jurar por "el espíritu, los principios y los valores de la Constitución de 1979", derogada y reemplazada por el régimen de Alberto Fujimori en 1993, el nuevo mandatario estableció una confrontación directa con la numerosa bancada fujimorista del Congreso, que no paró de protestar, incluso a gritos, a lo largo del resto de la ceremonia, a la que acudieron como invitados la gran mayoría de mandatarios sudamericanos.

Pese a que posteriormente no hizo ninguna mención a la posibilidad de una reforma constitucional, la referencia ha sido considerada por varios analistas como una provocación que pretende situar al fujimorismo, segunda fuerza política en el Parlamento, como su gran antagonista para los próximos cinco años. Tras la ceremonia, algunos portavoces del fujimorismo llegaron a calificar de ilegítimo el juramento del nuevo presidente.

Lejos de un discurso retórico, Humala anunció una serie de medidas concretas, aunque sin dar detalles de cómo las pondrá en marcha. Insistió en su intención de darle al Estado un papel más protagónico como agente y promotor, a través de lo que definió como "una economía nacional de mercado abierta". Señaló que se impulsarán las inversiones en infraestructura, especialmente en carreteras y proyectos ferroviarios, y promoverá la creación de una marina mercante y una línea aérea nacionales. También aseguró que respetará los contratos firmados por el Estado, pero renegociará con las empresas mineras para que sus ganancias extraordinarias lleguen a todos los peruanos.

El mayor énfasis estuvo puesto en los programas de asistencia social. Humala anunció algunas medidas concretas, como el aumento del salario mínimo en dos etapas, hasta establecerlo en 750 soles mensuales (cerca de 200 euros) y reafirmó la aplicación de los planes de asistencia social que formaron el núcleo de su oferta electoral, como la pensión para los adultos mayores en situación de pobreza (llamado Pensión 65), el programa de cunas infantiles (Cuna Más), alimentación gratuita en los colegios estatales y un programa de becas para los estudiantes de bajos ingresos. Todos estos planes se aplicarán de manera progresiva en los 800 distritos más pobres del país. "Todo cambio, para ser sostenible, debe ser gradual y racional", enfatizó.

Para llevar a cabo sus anunciadas políticas sociales, Humala anunció la creación de un nuevo Ministerio de Desarrollo e Inclusión Social, así como un Consejo Económico y Social, integrado por representantes del empresariado, los trabajadores y la sociedad civil. Aseguró que Perú ha votado "por el crecimiento con inclusión" y se comprometió a mantener el equilibrio fiscal que ha caracterizado al país en la pasada década y que le ha permitido crecer a un ritmo de hasta el 9% anual.

Respecto a la política exterior, insistió en que honrará los acuerdos comerciales firmados "con países y bloques amigos", y que su apostará por la integración regional, con la Comunidad Andina de Naciones y Unasur como instrumentos principales. Por la tarde, los mandatarios sudamericanos (estuvieron todos, menos Hugo Chávez y Fernando Lugo, por motivos salud) celebraron el primer encuentro con el nuevo presidente peruano.

quinta-feira, 28 de julho de 2011

Un símbolo grotesco de la hambruna de África



David Randall y Nada Issa
The Independent


Un número cada vez mayor de niños se desploman muertos en el largo viaje hasta los campamentos de refugiados. Los que llegan están más severamente desnutridos que nunca. Y según la ONU el número de personas amenazadas [por la hambruna] ha llegado a 11 millones, que es como si cada hombre, mujer y niño de Bélgica corriera el riesgo de morir de hambre. Así pues, con cada día que pasa la cíclica crisis alimentaria de la región del Cuerno de África va adquiriendo los visos de una hambruna en toda regla.

Hay una imagen que capta el degradante horror que azota a millones de personas. No es la imagen de que un niño con el vientre hinchado y los ojos desorbitados que llora pidiendo comida, aunque haya infinidad de ellos. Es la imagen de las madres que se atan el estómago con una cuerda para amortiguar las punzadas del hambre mientras dan a sus hijos la poca comida que pueden conseguir -una grotesca parodia de las bandas gástricas que se utilizan en Occidente para adelgazar.

Ha sido ActionAid quien ha lanzado la alerta sobre esta práctica potencialmente mortal. Zippora Mbungo, una abuela de 86 años de edad, de Makima, Kenia, dijo a los trabajadores de la agencia: "Me ato la cuerda alrededor de la cintura para apretarme el estómago y evitar la sensación de hambre. La mayor parte del tiempo tenemos muy poca comida, así que se la doy primero a mis nietos y dejo poco o nada para mí. Por eso me ato el estómago con la cuerda. Aquí sólo los ricos no se atan con la cuerda en momentos como éste". Y agregó: "Esta es una de las peores sequías que he visto en mi vida". Philip Kilonzo, de ActionAid Kenya, dijo: "Esta práctica muestra cuán desesperadamente hambrientas están las mujeres. Pero puede ser letal: varias mujeres han muerto tras liberar de golpe su estómago [de la presión de la cuerda] cuando han podido conseguir otra vez comida".

El desastre, descrito por UNICEF como "la peor crisis humanitaria del mundo", es el resultado de una de las sequías más terribles de los últimos 60 años y que ha provocado repetidas malas cosechas y la muerte de un gran número de cabezas de ganado. Cerca de 2.9 millones de personas en Somalia -un tercio de la población- necesitan ayuda humanitaria, mientras que unos 4,5 millones de personas, de una población de 80 millones, están afectados en Etiopía. Según datos de la ONU, en Kenia, la potencia económica de la región, unos 3,5 millones de personas corren riesgo de morir de hambre. Duncan Harvey, director nacional de la organización Save the Children en Etiopía, dijo: "Desde el punto de vista del número de personas afectadas, esta es una de las peores sequías que el mundo ha visto en mucho tiempo".

El hambre y la desesperación en sus propias áreas ha llevado a cientos de miles de personas a caminar durante días a través de las tierras áridas hasta los campamentos de Etiopía y Kenya. La semana pasada, por ejemplo, funcionarios de EEUU hablaron con una madre que había llegado a un campamento con seis niños, entre ellos un niño de siete años con poliomielitis a quien la mujer había transportado sobre su espalda.

La gravedad de esta fatídica larga marcha se puede calibrar considerando el número de aquellos que no consiguen concluirla. A las afueras del vasto complejo de refugiados de Dadaab, en Kenya, jóvenes cuerpos sin vida que han sido abandonados por sus padres yacen en el camino de arena que conduce hasta el campamento. Nadie sabe cuántos han fallecido antes incluso de alcanzar ese lugar, y en otros casos son los padres los que han perecido en el camino dejando a sus niños vagando solos por el desierto. Andrew Wander, un portavoz de Save the Children, dijo que su agencia ha prestado asistencia a más de 300 niños que han sido encontrados sin acompañantes a la vera de los caminos después de que sus padres murieran o los abandonaran.

La agencia de refugiados de la ONU dice que alrededor del 40% de los niños somalíes que llegan a Dadaab están desnutridos. Más niños han muerto aquí en los primeros cuatro meses de este año que durante todo el año pasado. Cada día, más de 1.400 llegan a este extenso complejo lleno de chabolas improvisadas con palos y toldos en el que se hacinan más de 440.000 personas dentro y alrededor de un campamento construido inicialmente para 90.000 personas. Alexandra Lopoukhine, de Care International, dijo: "Esto hace que el proceso de registro sea mucho más lento. Si antes tardábamos unas horas o un día a lo sumo, ahora necesitamos tres a cuatro semanas por lo menos". Alexandra dijo que la ONU y el gobierno de Kenia están manteniendo reuniones de cara a autorizar la ampliación del campo.

Según organismos miembros del Comité de Emergencia para Desastres, los casos de violación y de otros ataques violentos contra mujeres se han duplicado entre los refugiados que huyen del conflicto y el hambre en África Oriental. El personal de atención internacional de dos centros de acogida dentro del campamento afirma que los casos reportados han aumentado hasta 136 en los primeros seis meses de este año, comparados con los 66 del mismo periodo en 2010. La señora Lopoukhine dijo: "El momento más peligroso para los refugiados es cuando están en movimiento. Las mujeres y las niñas están especialmente expuestas a ser víctimas de violaciones, secuestros, enfermedades e incluso a ser asesinadas en el viaje. Muchas mujeres se echan al camino con sus hijos dejando detrás a sus maridos y pueden caminar durante semanas en busca de comida y seguridad".

En Etiopía los somalíes que huyen de la sequía y del recrudecimiento de los combates han ido llegando a un ritmo de más de 1.700 al día. La tasa de mortalidad general en los campamentos de Etiopía es de siete personas por cada 10.000 al día, cuando en una crisis lo normal es una tasa de dos fallecimientos al día, dijo un funcionario de gobierno de EEUU. La razón de que haya tantos muertos aquí y en toda la región no es solamente el hambre, sino las enfermedades, que se ceban en personas debilitadas por muchos meses de desnutrición. La Organización Mundial de la Salud (OMS) ha informado de que existe un alto riesgo de propagación de enfermedades infecciosas, especialmente la poliomielitis, el cólera y el sarampión.

Cinco millones de personas están expuestas al cólera en Etiopía, donde las condiciones de hacinamiento e insalubridad han desatado una crisis de diarrea acuosa aguda, dijo el viernes la OMS. El cólera, una infección intestinal aguda, provoca diarrea acuosa que puede conducir rápidamente a la deshidratación severa y a la muerte si no se administra un tratamiento con prontitud. Y –añadió la OMS–, cerca de nueve millones de personas corren riesgo de contraer malaria. También hay sarampión, que amenaza a dos millones de niños etíopes, para quienes la enfermedad puede resultar fatal. Los funcionarios etíopes informaron de la existencia de 17.584 casos de sarampión y de 114 muertes durante el primer semestre del año. También ha estallado en los campos de Kenia, con 462 casos confirmados, incluidas 11 fallecimientos, dijo la OMS.

En respuesta a la crisis alimentaria y sanitaria, una masiva operación de ayuda está ganando ímpetu rápidamente. En el plazo de ocho días el público británico ha donado veinte millones de euros en respuesta al llamamiento lanzado por el Comité de Emergencia para Desastres. El Gobierno británico anunció ayer la concesión de una nueva ayuda de 59 millones de euros con los que, entre otras cosas, se proporcionará asistencia a cerca de 70.000 niños con desnutrición aguda en Somalia, cuidados médicos y agua potable a 130.000 personas en los campamentos de Dadaab, ayuda similar a 100.000 personas en los campamentos de Etiopía, y ayuda adicional a 300.000 keniatas, incluyendo raciones especiales para los niños desnutridos.

Rubén E Brigety, un funcionario del Departamento de Estado de EEUU responsable de la asistencia a los refugiados y víctimas de los conflictos en África, dijo: "Hay muchos profesionales de ayuda con experiencia que te dirán que jamás hemos presenciado una crisis tan grave en una generación". Y agregó: "Y va a ir a peor".

quarta-feira, 27 de julho de 2011

La crisis ideológica del capitalismo occidental


Joseph Stiglitz
Project Syndicate


¿Realmente necesitamos otro experimento costoso con ideas que han fracasado repetidamente? No deberíamos, y sin embargo, parece cada vez más que vamos a tener que soportar otro.

Tan sólo unos años atrás, una poderosa ideología –la creencia en los mercados libres y sin restricciones– llevó al mundo al borde de la ruina. Incluso en sus días de apogeo, desde principios de los años ochenta hasta el año 2007, el capitalismo desregulado al estilo estadounidense trajo mayor bienestar material sólo para los más ricos en el país más rico del mundo. De hecho, a lo largo de los 30 años de ascenso de esta ideología, la mayoría de los estadounidenses vieron que sus ingresos declinaban o se estancaban año tras año.

Es más, el crecimiento de la producción en los Estados Unidos no fue económicamente sostenible. Con tanto del ingreso nacional de los EE.UU. yendo destinado para tan pocos, el crecimiento sólo podía continuar a través del consumo financiado por una creciente acumulación de la deuda.

Yo estaba entre aquellos que esperaban que, de alguna manera, la crisis financiera pudiera enseñar a los estadounidenses (y a otros) una lección acerca de la necesidad de mayor igualdad, una regulación más fuerte y mejor equilibrio entre el mercado y el gobierno. Desgraciadamente, ese no ha sido el caso. Al contrario, un resurgimiento de la economía de la derecha, impulsado, como siempre, por ideología e intereses especiales, una vez más amenaza a la economía mundial – o al menos a las economías de Europa y América, donde estas ideas continúan floreciendo.

En los EE.UU., este resurgimiento de la derecha, cuyos partidarios, evidentemente, pretenden derogar las leyes básicas de las matemáticas y la economía, amenaza con obligar a una moratoria de la deuda nacional. Si el Congreso ordena gastos que superan a los ingresos, habrá un déficit, y ese déficit debe ser financiado. En vez de equilibrar cuidadosamente los beneficios de cada programa de gasto público con los costos de aumentar los impuestos para financiar dichos beneficios, la derecha busca utilizar un pesado martillo – no permitir que la deuda nacional se incremente, lo que fuerza a los gastos a limitarse a los impuestos.

Esto deja abierta la interrogante sobre qué gastos obtienen prioridad – y si los gastos para pagar intereses sobre la deuda nacional no la obtienen, una moratoria es inevitable. Además, recortar los gastos ahora, en medio de una crisis en curso provocada por la ideología de libre mercado, simple e inevitablemente sólo prolongaría la recesión.

Hace una década, en medio de un auge económico, los EE.UU. enfrentaba un superávit tan grande que amenazó con eliminar la deuda nacional. Incosteables reducciones de impuestos y guerras, una recesión importante y crecientes costos de atención de salud –impulsados en parte por el compromiso de la administración de George W. Bush de otorgar a las compañías farmacéuticas rienda suelta en la fijación de precios, incluso con dinero del gobierno en juego– rápidamente transformaron un enorme superávit en déficits récord en tiempos de paz.

Los remedios para el déficit de EE.UU. surgen inmediatamente de este diagnóstico: se debe poner a los Estados Unidos a trabajar mediante el estímulo de la economía; se debe poner fin a las guerras sin sentido; controlar los costos militares y de drogas; y aumentar impuestos, al menos a los más ricos. Pero, la derecha no quiere saber nada de esto, y en lugar de ello, está presionando para obtener aún más reducciones de impuestos para las corporaciones y los ricos, junto con los recortes de gastos en inversiones y protección social que ponen el futuro de la economía de los EE.UU. en peligro y que destruyen lo que queda del contrato social. Mientras tanto, el sector financiero de EE.UU. ha estado presionando fuertemente para liberarse de las regulaciones, de modo que pueda volver a sus anteriores formas desastrosas y despreocupadas de proceder.

Pero las cosas están un poco mejor en Europa. Mientras Grecia y otros países enfrentan crisis, la medicina en boga consiste simplemente en paquetes de austeridad y privatización desgastados por el tiempo, los cuales meramente dejarán a los países que los adoptan más pobres y vulnerables. Esta medicina fracasó en el Este de Asia, América Latina, y en otros lugares, y fracasará también en Europa en esta ronda. De hecho, ya ha fracasado en Irlanda, Letonia y Grecia.

Hay una alternativa: una estrategia de crecimiento económico apoyada por la Unión Europea y el Fondo Monetario Internacional. El crecimiento restauraría la confianza de que Grecia podría reembolsar sus deudas, haciendo que las tasas de interés bajen y dejando más espacio fiscal para más inversiones que propicien el crecimiento. El crecimiento por sí mismo aumenta los ingresos por impuestos y reduce la necesidad de gastos sociales, como ser las prestaciones de desempleo. Además, la confianza que esto engendra conduce aún a más crecimiento.

Lamentablemente, los mercados financieros y los economistas de derecha han entendido el problema exactamente al revés: ellos creen que la austeridad produce confianza, y que la confianza produce crecimiento. Pero la austeridad socava el crecimiento, empeorando la situación fiscal del gobierno, o al menos produciendo menos mejoras que las prometidas por los promotores de la austeridad. En ambos casos, se socava la confianza y una espiral descendente se pone en marcha.

¿Realmente necesitamos otro experimento costoso con ideas que han fracasado repetidamente? No deberíamos, y sin embargo, parece cada vez más que vamos a tener que soportar otro. Un fracaso en Europa o en Estados Unidos para volver al crecimiento sólido sería malo para la economía mundial. Un fracaso en ambos lugares sería desastroso – incluso si los principales países emergentes hubieran logrado un crecimiento auto-sostenible. Lamentablemente, a menos que prevalezcan las mentes sabias, este es el camino al cual el mundo se dirige.

terça-feira, 26 de julho de 2011

La Depresión Menor



Paul Krugman
El País


Esta es una época interesante, y lo digo en el peor sentido de la palabra. Ahora mismo, estamos viendo no una sino dos crisis inminentes, cada una de las cuales podría provocar un desastre mundial. En Estados Unidos, los fanáticos de derechas del Congreso pueden bloquear un necesario aumento del tope de la deuda, lo que posiblemente haría estragos en los mercados financieros mundiales. Mientras tanto, si el plan que acaban de pactar los jefes de Estado europeos no logra calmar los mercados, podríamos ver un efecto dominó por todo el sur de Europa, lo cual también haría estragos en los mercados financieros mundiales.

Solamente podemos esperar que los políticos congregados en Washington y Bruselas consigan esquivar estas amenazas. Pero hay una pega: aun cuando nos las arreglemos para evitar una catástrofe inmediata, los acuerdos que se están alcanzando a ambos lados del Atlántico van a empeorar la crisis económica casi con toda seguridad.

De hecho, los responsables políticos parecen decididos a perpetuar lo que he dado en llamar la Depresión Menor, el prolongado periodo de paro elevado que empezó con la Gran Recesión de 2007-2009 y que continúa hasta el día de hoy, más de dos años después de que la recesión supuestamente terminase.

Hablemos un momento sobre por qué nuestras economías están (todavía) tan deprimidas. La gran burbuja inmobiliaria de la década pasada, que fue un fenómeno tanto estadounidense como europeo, estuvo acompañada por un enorme aumento de la deuda familiar. Cuando la burbuja estalló, la construcción de viviendas cayó en picado, al igual que el gasto de los consumidores a medida que las familias cargadas de deudas hacían recortes.

Aun así, todo podría haber ido bien si otros importantes actores económicos hubiesen incrementado su gasto y llenado el hueco dejado por el desplome de la vivienda y el retroceso del consumo. Pero ninguno lo hizo. En concreto, las empresas que disponen de capital no ven motivos para invertir ese capital en un momento en el que la demanda de los consumidores es débil.

Los Gobiernos tampoco hicieron demasiado por ayudar. Algunos de ellos -los de los países más débiles de Europa y los Gobiernos estatales y locales de EE UU- se vieron de hecho obligados a recortar drásticamente el gasto ante la caída de los ingresos. Y los comedidos esfuerzos de los Gobiernos más fuertes -incluido, sí, el plan de estímulo de Obama- apenas bastaron, en el mejor de los casos, para compensar esta austeridad forzosa.

Así que tenemos unas economías deprimidas. ¿Qué proponen hacer al respecto los responsables políticos? Menos que nada. La desaparición del paro de la retórica política de la élite y su sustitución por el pánico al déficit han sido verdaderamente llamativas. No es una respuesta a la opinión pública. En un sondeo reciente de CBS News/The New York Times, el 53% de los ciudadanos mencionaba la economía y el empleo como los problemas más importantes a los que nos enfrentamos, mientras que solo el 7% mencionaba el déficit. Tampoco es una respuesta a la presión del mercado. Los tipos de interés de la deuda de EE UU siguen cerca de sus mínimos históricos.

Pero las conversaciones en Washington y Bruselas solo tratan sobre recortes del gasto (y puede que subidas de impuestos, es decir, revisiones). Esto es claramente cierto en el caso de las diversas propuestas que se están tanteando para resolver la crisis del tope de la deuda en Estados Unidos. Pero es igual de cierto en Europa.

El jueves, los "jefes de Estado y de Gobierno de la zona euro y las instituciones de la UE" -este trabalenguas da idea, por sí solo, de lo confuso que se ha vuelto el sistema de gobierno europeo- publicaban su gran declaración. No era tranquilizadora.

Para empezar, resulta difícil creer que la compleja y estrambótica ingeniería financiera que la declaración propone pueda resolver realmente la crisis griega, por no hablar de la crisis europea en general.

Pero, aunque así fuera, ¿qué pasará después? La declaración pide unas drásticas reducciones del déficit "en todos los países salvo en aquellos con un programa" que debe entrar en vigor "antes de 2013 como muy tarde". Dado que esos países "con un programa" se ven obligados a observar una estricta austeridad fiscal, esto equivale a un plan para que toda Europa reduzca drásticamente el gasto al mismo tiempo. Y no hay nada en los datos europeos que indique que el sector privado vaya a estar dispuesto a cargar con el muerto en menos de dos años.

Para aquellos que conocen la historia de la década de 1930, esto resulta demasiado familiar. Si alguna de las actuales negociaciones sobre la deuda fracasa, podríamos estar a punto de revivir 1931, el hundimiento bancario mundial que hizo grande la Gran Depresión. Pero si las negociaciones tienen éxito, estaremos listos para repetir el gran error de 1937: la vuelta prematura a la contracción fiscal que dio al traste con la recuperación económica y garantizó que la depresión se prolongase hasta que la II Guerra Mundial finalmente proporcionó el impulso que la economía necesitaba.

¿He mencionado que el Banco Central Europeo -aunque, afortunadamente, no la Reserva Federal- parece decidido a empeorar aún más las cosas subiendo los tipos de interés?

Hay una antigua cita, atribuida a distintas personas, que siempre me viene a la mente cuando observo la política pública: "No sabes, hijo mío, con qué poca sabiduría se gobierna el mundo". Ahora esa falta de sabiduría se pone plenamente de manifiesto, cuando las élites políticas de ambos lados del Atlántico malogran la respuesta al trauma económico haciendo caso omiso de las lecciones de la historia. Y la Depresión Menor continúa.

segunda-feira, 25 de julho de 2011

Los ataques en Noruega revelan un mundo de odio



Ahmed Moor
Al-Jazeera


El terrorista noruego que asesinó a más de noventa civiles inocentes –muchos de ellos adolescentes– no actuó solo. O más bien, actuó dentro de un contexto cultural y político que legitima su visión medrosa y plagada de odio al mundo. Ahora es evidente que Anders Behring Breivik fue expuesto a mucha propaganda derechista. Esta tragedia subraya la urgencia de que la gente normal combata en todo el mundo a nacionalistas fundamentalistas y chovinistas dondequiera se encuentren. Pero también demuestra la medida en la que el fanatismo reaccionario ha infectado el pensamiento dominante.

Muchos reaccionaron ante las noticias de Oslo sabiendo lo que hacían y con un dedo acusador. Los reaccionarios más enardecidos se orientaron a la sección de comentarios del New York Times para emitir proclamaciones arrolladoras sobre el Choque de Civilizaciones y algo llamado “el culto de la muerte”. De muchas maneras, esos lectores solo reforzaban el reportaje deplorablemente editorializado del periódico. Como señaló útilmente Glenn Greenwald, los editores del New York Times –el periódico supuestamente liberal de EE.UU.– reservan la palabra “terrorista” solo para su uso en conjunción con la palabra “musulmán”.

Cuando aparecieron noticias de que el perpetrador de los asesinatos –el terrorista– es un hombre cuya religión y color de la piel se parece en mucho a la de los editores del NYT, la historia cambió. El terrorista se convirtió en un “extremista cristiano” desquiciado cuyas tácticas reflejaban claramente “la brutalidad y los múltiples ataques de al Qaida”. De esa manera el periódico vinculó al terrorista con musulmanes, a pesar de su fuerte antipatía hacia ellos.

La culpa de la búsqueda jadeante de los medios occidentales de un pistolero musulmán inexistente se concentró rápidamente en la débil, crédula, excesivamente entusiasta e inepta fuente del fracaso periodístico del NYT. Will McCants –proclamado por uno de sus acólitos cómo en la cumbre de una “lista de cinco expertos en terrorismo en los que se puede confiar”– fue rápidamente desacreditado. En su defensa solo trató de ratificar el sesgo de confirmación que padecen él y los editores del NYT. “Cuando pasa algo malo, los responsables son los musulmanes”. Es el punto de vista dominante actual en EE.UU.; trasciende las líneas partidistas.

Modelando ambos lados de la narrativa

El que la pretendida izquierda estadounidense mantenga esa visión llena de prejuicios es una señal del éxito que ha tenido la derecha en la construcción de la escena en la que se realiza el debate público. Los dos principales temas antimusulmanes ya se dan por entendidos en ese país: Primero, todos los terroristas en Occidente son musulmanes; segundo, estamos en medio de una guerra global de civilizaciones. Son los dobles puntales en los que el Tío Sam se acuclilla en su retrete afgano.

Las fuentes objetivas han hecho un trabajo excelente al desacreditar la primera de las dos afirmaciones que informan la experiencia estadounidense del Siglo XXI. Con el segundo punto, sin embargo, –que estamos involucrados en una guerra de civilizaciones– estoy de acuerdo. Pero los combatientes no son el Islam y Occidente. En su lugar, la guerra es entre la gente sana y normal, del mundo y los fanáticos derechistas que ven la perdición, la destrucción, el fuego del infierno y la voluntad de Dios en cada esquina.

Anders Behring Breivik, Mohammed Atta y Baruch Goldstein están todos cortados con la misma tijera. Anwar Al-Awlaki y Glenn Beck –los mercachifles de la fe– comparten todos las mismas dolencias básicas. Son hombres inseguros, de inclinación violenta e intolerantes. El mundo exterior los asusta. Odian a los homosexuales y a las mujeres fuertes. Para ellos, la diferencia es fuente de inseguridad. Sus valores son militarismo, conformismo, chovinismo y jingoísmo. Lo peor de todo es que tratan de presionarnos a la conformidad, mientras ellos trabajan frenéticamente por destruirse a sí mismos y a todos nosotros con ellos.

La guerra continúa

Todas las indicaciones es que los promotores del odio –que están del mismo lado en esta guerra, no importa su religión– están ganando en EE.UU. Los irreflexivos, superficiales, vanos, editores del NYT son un indicio de hasta qué punto la derecha ha tenido éxito en invalidar a la izquierda. Pero no todos los liberales se crean igual.

Honra al pueblo noruego que su primer ministro no haya respondido al ataque terrorista con una retórica de tierra arrasada o con una campaña de bombardeo de saturación. Como verdadero liberal de fuertes principios no sucumbió al miedo o a una especulación feroz. En su lugar, prometió fortalecer la democracia noruega. Después de los ataques terroristas dijo: “Nuestra respuesta es más democracia, más franqueza para mostrar que no nos detendrá este tipo de violencia”. Sus palabras muestran la diferencia entre una sociedad que toma los principios liberales como fundamento y otra que los trata como un lujo inconveniente.

Las palabras del primer ministro Jens Stoltenberg dejan en claro dónde se ubica Noruega en la guerra global contra el extremismo derechista. ¿Dónde está EE.UU.?

domingo, 24 de julho de 2011

Hitler inédito. La 'atracción' por el mal



Jacinto Antón
El País


Franz Krieger fue un fotógrafo oficial del nazismo. Sus imágenes inéditas de Hitler descubiertas hace unas semanas, que ahora se pueden ver, muestran hasta qué punto sigue despertando 'fascinación' esta encarnación del mal.

Por qué nos fascina tanto la imagen de Hitler? La vieja pregunta vuelve a plantearse tras el revuelo por la aparición de las fotos del líder nazi que tomó el reportero austriaco Franz Krieger durante la II Guerra Mundial y que han salido ahora a la luz pública. Krieger era un fotógrafo oficial del régimen y durante un viaje al Este como miembro de la unidad de propaganda -Propagandakompanie- de las Fuerzas Armadas alemanas realizó la cobertura del encuentro en 1941 en tierra polaca entre Hitler y su aliado el regente de Hungría, el almirante Miklós Horthy. Entonces estaban a partir un piñón, aunque en 1944 Hitler se mostraría menos cortés, enviaría al coronel de las SS Otto Skorzeny a secuestrar al hijo del mandatario magiar y acabaría haciendo abdicar a este y encerrándolo en un castillo en Baviera. Las fotos en las que aparece Hitler son nueve y están incluidas en un álbum con 214 instantáneas de Krieger que se encuentra en manos de un coleccionista privado. El resto de las imágenes muestran diferentes aspectos de la realidad en el frente y en los territorios ocupados. Soldados alemanes en faenas de retaguardia o en momentos de descanso, humillados prisioneros de guerra soviéticos, civiles que muestran la huella de la guerra en sus rostros, autorretratos del propio Krieger en uniforme. Pero lo más extraordinario del conjunto son ese puñado de fotos del Führer que vienen a enriquecer -uno duda en usar tal palabra- el corpus retratístico de Hitler.

Son imágenes canónicas, por supuesto, muy canónicas, nicht natürlich, nada naturales: Hitler brazo en alto, rodeado de mandatarios -le acompaña el siniestro Bormann- y guardaespaldas en una contundente apoteosis de gorras, botas de caña alta lustradas, sensación de inminencia -a ver qué invadimos hoy-, despliegue de peligro y actitudes marciales. Una estampa de autoridad y dominio. Junto a Hitler, Horthy, que no era precisamente un santo, parece venir de patronear el Bribón. Que nadie espere una revelación de aspectos desconocidos del líder nazi. Un rasgo de humanidad, un despiste, un guiño, ¡quia! Hitler no se dejaba fotografiar de cualquier manera ni por cualquiera. Jamás.

De hecho, solo se conoce una foto robada de Hitler. La tomó en 1929 un reportero del Munich Ilustrated News, Tim Gidal, judío, que luego, tras escapar a Palestina, sería un pionero del fotorreportaje para Life (aparte de fotógrafo del 8º Ejército, las heroicas ratas del desierto). Se lo encontró, a Hitler, desprevenido -¡Hitler desprevenido!, ¡qué ocasión!- en el café Heck de la capital bávara. La imagen muestra a Hitler hablando con tres hombres fornidos que están de espaldas -uno de ellos acaso el jefe de la SA, Ernst Röhm- en torno a una mesa con mantelito en el jardín del establecimiento, bajo un árbol. Hitler tiene el mentón en la mano y está pensativo cuando descubre a Gidal y la cámara y alza la vista con sensación de haber sido atrapado por el clic. Muestra Hitler sorpresa, curiosidad y un inicio de irritación que incita, incluso tantos años después, a poner pies en polvorosa (afortunadamente, Röhm no debía de correr mucho). Cuando ves lo difícil que era conseguir una foto de Hitler entiendes que nunca consiguieran matarlo. Philipp von Boeselager, que lo intentó cuando era oficial de Estado Mayor de la Wehrmacht, durante una visita del líder nazi al frente ruso, me dijo en una ocasión que estaba todo el tiempo rodeado de guardias de las SS "desesperantemente altos".

Hitler siempre mostró, desde el principio de su carrera política, una enorme reticencia a ser fotografiado. Quería poseer el control total de su imagen, en la que asentaba, recordémoslo, gran parte de su carisma. Era consciente de que cualquier desviación podía ser peligrosa: de lo sublime al ridículo hay un paso muy pequeño, como atestiguan en sus parodias del Führer Chaplin, Lubitsch, los Monty Python o más recientemente Tarantino (al que le basta con ponerle capa). En sus charlas de sobremesa (véase Las conversaciones privadas de Hitler, Crítica, 2004), Hitler elogia muy significativamente a Rommel por conservar la dignidad y, al revés de los italianos, no dejarse fotografiar nunca a lomos de un camello (el zorro del desierto, sostenía, quedaba mejor subido en un Panzer).

Sabía además Hitler que su propio aspecto no respondía precisamente al ideal ario que propugnaba -ya se sabe la broma berlinesa: "esbelto como Goering, alto como Goebbels y rubio como Hitler"-, y muy inteligentemente convirtió esos rasgos hoy universales que son su flequillo y su bigotito (peor hubiera sido la pilosidad tipo káiser que lucía en la I Guerra Mundial) en atributos de unicidad, de genio y de misterio. Pero había que cuidar el detalle. Solo en contadas ocasiones perdió Hitler la compostura ante una cámara, como cuando en aquel exceso de entusiasmo tras recibir la noticia de la caída de Francia en su cuartel general del cubil del lobo, Wolfsschlucht, se puso a bailar una giga. Aunque, claro, no todos los días te cae Francia en el saco.

En realidad, la única persona autorizada a fotografiarlo era su fotógrafo personal, camarada y confidente Heinrich Hoffmann (1885-1957) -un nazi de la primera hornada que le presentó a Eva Braun a Hitler y casó a su propia hija con Baldur von Schirach, que ya es emparentar-. Excepcionalmente, y bajo estricto control, se permitió puntualmente a otros fotógrafos del régimen, como Walter Frentz, recoger la imagen del líder. "Hitler tenía a Hoffmann como Franco a Campúa", explica el estudioso de la imagen Romà Gubern. "Ambos dictadores eran de baja estatura y se los solía tener que retratar en contrapicado. Como todos los líderes totalitarios, trataban de dar una imagen de poder, omnisciencia, rigor y seriedad, algo muy alejado de la familiaridad de los líderes demócratas como Churchill, Truman u, hoy, Obama. McLuhan sostenía que Hitler triunfó porque no vivió en la era de la televisión, en la que es mucho más difícil controlar y manipular la imagen. No era glamuroso, pero era enérgico, con un toque de misticismo y una retórica corporal muy elaborada, y, claro, lo que nos atrae de él es en última instancia la fascinación del mal, atisbar qué hay detrás de la máscara".

Hoffmann retrataba siempre a Hitler en pose, en su restringido repertorio de gestos favoritos, marciales o cuidadosamente arrebatados -su característico histerismo narcisista y egomaniaco-, efectuados con esa afable naturalidad digna de un fotograma de El triunfo de la voluntad. Todo cuidadosamente ensayado y preparado. Solo en una ocasión cambió el criterio y Hoffmann fue autorizado a realizar una colección de retratos supuestamente cotidianos y amables (!) del líder, que aparecieron reunidos en su libro Hitler wie ihn keiner kennt (El Hitler que nadie conoce). El libro, una maniobra oficial, salía al paso de una imagen excesivamente hierática o arrebatada del Führer que podía enajenarlo de las masas -no puedes estar todo el día echando espuma por la boca o como si llevaras introducida una escoba- y consagraba una especie de espontaneidad autorizada que es a lo más que se podía llegar en términos de humanizar al jefe. Eran en realidad fotos cuidadosamente estudiadas. En todo caso, además, a eso solo se llegó cuando la imagen de Hitler estaba tan consolidada en Alemania y era tan potente que ya no significaba ninguna pérdida de decoro que se le viera acariciando a su perro. El libro de Hoffmann incluía una foto de Hitler bebé que da mucho que pensar: ¿podemos proyectar la maldad posterior en esa imagen?

Aunque es discutible que siempre consiguiera su objetivo de quedar sublime -las fotos de Hitler en traje tradicional bávaro con pantalón corto de piel nos resultan ridículas, aunque él lo juzgara tan apropiado que hasta quiso crear una unidad de las SS con ese atuendo-, el Führer logró una uniformidad (y valga la palabra) en su imagen como ningún otro líder mundial.

Sabía lo que hacía. Había tenido muchos problemas de imagen. Antes de su ascenso al poder, sus caricaturas estaban al orden del día en los medios opositores a los nazis. Algunas lo mostraban por los suelos recordando su nada heroico comportamiento durante el fallido putsch de 1923, cuando se echó a tierra ante los disparos de la policía y se protegió de las balas entre los cadáveres de sus camaradas. Fue notable, por su audacia, el grotesco fotomontaje que le dedicó el periodista Fritz Gerlich en el que Hitler aparecía del brazo de una novia negra, casándose con ella, y cuyo titular apuntaba burlonamente la posibilidad de que el líder nazi tuviera sangre mongola Hat Hitler mongolenblut?, a cinco columnas, con un par, en el Der Gerade Weg-. Había que tener valor. La imagen se publicó en julio de 1932, cinco meses antes de que Hitler llegara al poder. Pero Hitler no era de los que echaban pelillos a la mar. Gerlich fue a parar a Dachau, donde una escuadra de SS lo asesinó aprovechando esa gran ocasión que fue la Noche de los Cuchillos Largos. A su mujer le enviaron las gafas rotas y ensangrentadas.

Conocemos lo que buscaba Hitler en sus fotos. Imponer, impresionar, inspirar fervor y temor, la conquista del individuo y de las masas. También seducir -¿era Hitler sexi?: no es broma; sin duda, lo fue para muchas alemanas-. ¿Qué tratamos de atisbar nosotros en las imágenes? Algo que nos explique a Hitler, que nos dé pistas sobre lo que fue y lo que hizo. El tipo que dejó a su paso por la historia 40 millones de muertos y trató de borrar a un pueblo de la faz de la tierra. Se ha convertido en el gran icono de la maldad y nos fascina mirarlo. Quizá lo de fuera nos dé pistas sobre lo de dentro. Sobre el mal como capacidad de la naturaleza humana.

"Hay dos cosas que todo el mundo puede reconocer, una esvástica y un retrato de Adolf Hitler", señala el historiador catalán Ferran Gallego, uno de nuestros grandes especialistas en el nazismo. "Hitler es para la mayoría la encarnación del mal, su rostro, como Auschwitz es la concreción de la maldad en un lugar". Gallego considera que la característica esencial de la imagen de Hitler y lo que le diferencia de otros dictadores y tiranos es su aire de impenetrabilidad. "Es más personaje que persona. Ian Kershaw, su más reciente biógrafo (Península), decía que no encontraba la persona en Hitler. Hay un misterio irreductible en Hitler que no hay, en cambio, en Stalin, una malignidad esencial asociada a la irracionalidad del nazismo". El historiador reflexiona: "Y a la vez, paradójicamente, resulta tan familiar... es tan fácil caricaturizarlo". O caracterizarte de él, como atestiguara cualquiera que lo haya probado.

En su extraordinario libro Explicar a Hitler (Siglo XXI, 1999), Ron Rosenbaun considera a Hitler una terra incognita, una auténtica caja negra, lo que hace tan apasionante observarlo en fotos. Su grado de sinceridad -¿era un oportunista o creía en lo que hacía?-, su inevitabilidad o no (¿de no haber habido Hitler, habría ocupado otro su lugar y acometido igualmente la Solución Final?), la influencia de su voluntad -¿hasta qué punto dirigía el proceso de la eliminación de los judíos?-, la existencia en su biografía de un momento fundacional de sus obsesiones -la supuesta visión en el hospital tras ser gaseado-, su propia sexualidad y la influencia que esta habría tenido en su acción política no están, opina el autor, dilucidados. De alguna manera, dice, Hitler sí se escapó del búnker, de la explicación última.

Rosenbaun analiza, en una búsqueda sensacional que le lleva a entrevistarse con las grandes figuras como Alan Bullock o H. R. Trevor-Roper, las diferentes opiniones de los historiadores sobre Hitler. Es un paseo abismal que lleva de la opinión de Lanzmann de que Hitler es irreductible -porque entenderlo lo haría, Dios no lo quiera, susceptible de ser perdonado- a la relativa relativización del personaje por historiadores contemporáneos, como Kershaw, que consideran mucho más importantes las razones históricas profundas que produjeron a Hitler que el propio Hitler, al cabo solo un individuo, un peón (¿no es insoportable pensar que todo el horror del nazismo haya ocurrido porque lo quiso un solo hombre?, anota Rosenbaun).

Una pregunta es estremecedora: ¿sabía Hitler que hacía el mal o creía que realizaba una labor justa y necesaria? Y otra: ¿había explicaciones psicológicas o médicas (la sífilis, por ejemplo) que explicaran sus acciones?, ¿podría ser entonces que Hitler fuera un loco, un enfermo, irresponsable de sus actos, una víctima de su historial? "Pero si Hitler no es malo, ¿quién lo es?", se pregunta ante Rosenbaun el gran Bullock.

Todo eso es lo que nos hace observar estupefactos su imagen, sus fotos. Nos invita a meditar sobre lo demoniaco y lo trivial (el arribista hipocondriaco). Sobre el propio mal en nosotros. Tratamos de escudriñar su magia -si la hubo-, lo que arrebató a tipos inteligentes como Speer o Goebbels ("Ahora sé lo que significa Hitler para mí: ¡todo!") e impresionó a Klemperer. El aspecto Caligari o Svengali, hipnotizador. El célebre apretón de manos y los famosos ojos de acero que miraban sin pestañear, parte de su representación, de sus trucos. ¿Eran los ojos de Hitler lo que seducía, o era el poder de sus ejércitos? También, no lo neguemos, nos intriga de Hitler lo morboso: ¿es cierto que era un voyeur que hacía desnudarse ante él y tocarse a su sobrina-amante Geli Raubal? ¿Ella se suicidó o la mató o la hizo matar él? ¿Tenía alguna malformación anatómica el Führer -la tan expresivamente denominada "cuestión de la bola única"-? ¿Le arrancó, como indican las memorias de un condiscípulo, una cabra un trozo de pene al joven Adolf cuando este trataba de probar que era capaz de orinar en la boca del animal? ¿Habrían cambiado las cosas si los ancestros de Hitler hubieran conservado el apellido original Schicklgruber? -a ver quién habría saludado "¡Heil Schicklgruber!" sin que se le escapara la risa en plan el legionario de Biggus Dickus en La vida de Brian...

Miramos las fotos del tirano Hitler, entre el payaso y el exterminador. Y nunca nos es posible hacerlo sin un profundo escalofrío.

sexta-feira, 22 de julho de 2011

¿Qué nos dice del mundo una modesta barra de pan?



Christian Parenti
Tom Dispatch


¿Qué nos dice del mundo una modesta barra de pan? La respuesta es: mucho más de lo que se pueda imaginar. Para empezar, esa barra se puede "interpretar" como si fuera una muestra básica extraída del corazón de una sombría economía global. Vista de otro modo, revela algunas de las líneas de falla cruciales de la política mundial, incluyendo los orígenes de la primavera árabe que ahora se ha convertido en un verano de descontento.

Consideremos lo siguiente: entre junio de 2010 y junio de 2011, los precios de los granos en el mundo casi se han duplicado. En esos mismos meses cayaeron varios gobiernos, estallaron disturbios en las ciudades desde Bishkek, en Kirguistán, a Nairobi, Kenia, y lo más inquietante es que comenzaron tres nuevas guerras, en Libia, Yemen, y Siria. Incluso en la península del Sinaí en Egipto, las tribus beduinas se han sublevado contra el gobierno interino del país y controlan sus propios bloques de ruta armados.

Y en cada una de estas situaciones, se puede rastrear el problema, por lo menos en parte, hasta el precio de esa barra de pan. Si estos levantamientos no fueron “conflictos por recursos” en el sentido formal del término, hay que verlos por lo menos como sublevaciones provocadas por el pan.

Creciente cambio climático en un trigal

El pan se ha conocido tradicionalmente como la esencia de la vida. En gran parte del mundo no puede ser más básico, ya que la barra de pan diaria significa frecuentemente la diferencia entre el sustento y la hambruna. A pesar de todo, para ver la actual política mundial en una barra de paz, hay que preguntar primero: ¿De qué se hace exactamente ese pan? Agua, sal, y levadura, claro está, pero sobre todo trigo, lo que significa que cuando los precios del trigo aumentan en todo el mundo, lo mismo sucede con el precio de ese pan, y lo mismo pasa con los problemas.

Sin embargo, imaginar que el pan sólo es eso, es no comprender la agricultura global moderna. Otro ingrediente clave en nuestro pan –llamémosle “un factor de producción”– es el petróleo. Sí, petróleo crudo, que aparece en nuestro pan como fertilizante y como combustible de los tractores. Sin petróleo, no se produciría trigo, no se procesaría y no se podría transportar por continentes y océanos.

Y no olvidéis el trabajo. También es un ingrediente de nuestra barra de pan, pero no siempre de la forma que nos inaginamos. Después de todo, la mecanización ha desplazado en gran parte a los trabajadores del campo a la fábrica. En lugar de innumerables campesinos plantando y cosechando trigo a mano, los trabajadores industriales producen ahora tractores y trilladoras, producen combustible, pesticidas químicos y fertilizante de nitrógeno, todos provenientes del petróleo y todos cruciales para el cultivo moderno del trigo. Si el poder laboral de esos trabajadores se transfiere a un trigal, sucede mediante la tecnología. Actualmente, una sola persona conduciendo una inmensa cosechadora de 400.000 dólares, que quema 760 litros de carburante al día, guiada por ordenadores y sistemas GPS de navegación satelital, puede cubrir 8 hectáreas por hora, y cosechar entre 8.000 y 10.000 fanegas de trigo en un solo día.

Además, sin capital financiero –dinero– nuestra barra de pan no existiría. Es necesario comprar el petróleo, el fertilizante, esa cosechadora, etc. Pero el capital financiero puede afectar indirectamente al precio de nuestra barra de pan de un modo aún más poderoso. Cuando hay tanto capital líquido que se mueve por el sistema financiero global, los especuladores comienzan a subir las ofertas del precio de diversos recursos, incluidos todos los ingredientes del pan. Este tipo de especulación contribuye naturalmente a aumentar los precios del combustible y de los granos.

Los ingredientes finales vienen de la naturaleza: luz solar, oxígeno, agua y suelo nutritivo, todo en la cantidad correcta y en el momento adecuado. Y hay un insumo más que no se puede ignorar: una contribución de la naturaleza de otro tipo: el cambio climático, que ahora realmente entra en acción y, cada vez más, es un elemento desestabilizador clave en la desastrosa llegada de esa barra de pan al mercado.

Desastre comercial

Cuando estos ingredientes se mezclan de una manera que sube el precio del pan, entra en juego la política. Consideremos, por ejemplo, lo siguiente: los levantamientos en Egipto fueron de importancia vital para la Primavera Árabe. Egipto también es el mayor importador de trigo del mundo, seguido de cerca por Argelia y Marruecos. Hay que recordar también que la Primavera Árabe comenzó en Túnez cuando el aumento de los precios de los alimentos, el alto desempleo, y una creciente brecha entre ricos y pobres provocaron mortíferos disturbios y finalmente la huída del autocrático gobernante del país Zine Ben Ali. Su último acto fue prometer una reducción del precio del azúcar, la leche y el pan, pero era demasiado tarde.

Comenzaron las protestas en Egipto y el gobierno argelino ordenó el aumento de las importaciones de trigo para impedir la creciente agitación debida a los precios de los alimentos. Mientras los precios del trigo aumentaban un 70% entre junio y diciembre de 2010, el consumo de pan en Egipto comenzó a disminuir por lo que los economistas llamaron “racionamiento mediante el precio”. Y ese precio siguió aumentando durante toda la primavera de 2011. En junio, el trigo costó un 83% más de lo que había costado un año antes. Durante el mismo período los precios de los granos aumentaron un asombroso 91%. Egipto es el cuarto importador de maíz del mundo. Cuando no se utiliza para hacer pan, el maíz se usa frecuentemente como ingrediente en alimentos y para alimentar a las aves de corral y al ganado. Argelia, Siria, Marruecos, y Arabia Saudí se cuentan entre los principales 15 importadores de maíz. A medida que aumentaban los precios del trigo y del maíz se amenazaba no solo el nivel de vida de los egipcios pobres, sino sus propias vidas, ya que los precios de los alimentos, impulsados por el cambio climático provocaron la violencia política.

En Egipto, la alimentación es un tema político volátil. Después de todo, uno de cada cinco egipcios vive con menos de 1 dólar diario y el gobierno provee de pan subvencionado a 14,2 millones de personas de una población de 83 millones. El año pasado, la inflación general de los precios de los alimentos en Egipto ascendía a más de un 20%. Esto tuvo un impacto instantáneo y devastador sobre las familias egipcias, quienes gastan en promedio un 40% de sus ingresos mensuales, a menudo excesivamente exiguos, solo para alimentarse.

Ante este trasfondo, el presidente del Banco Mundial, Robert Zoellick, se inquietó porque el sistema alimentario global estaba “a un paso de una crisis hecha y derecha”. Y si se quiere rastrear esa crisis casi hecha y derecha a sus raíces medioambientales, el sitio a buscar es el cambio climático, el clima cada vez más extremo y devastador que domina en todo el planeta.

En cuanto al pan pasó lo siguiente: En el verano de 2010 Rusia, uno de los principales exportadores de trigo del mundo, sufrió su peor sequía en 100 años. Conocido como la Sequía del Mar Negro, este clima extremo provocó incendios que quemaron amplias áreas de bosques rusos, esterilizaron tierras de labor y dañaron tanto la cosecha de trigo del país que sus dirigentes (instigados por los especuladores occidentales de granos) impusieron una prohibición de exportaciones de trigo de un año. Como Rusia es cada año uno de los cuatro principales exportadores de trigo, esto llevó a que los precios aumentaran vertiginosamente.

Al mismo tiempo hubo inundaciones masivas en Australia, otro importante exportador de trigo, mientras las lluvias excesivas en la región central de EE.UU. y Canadá dañaron la producción de maíz. Inundaciones extrañamente masivas en Pakistán, que inundaron cerca de un 20% del país, también atemorizaron a los mercados e incitaron a los especuladores.

Y entonces esos precios impulsados por el clima comenzaron a aumentar en Egipto. La crisis resultante, provocada en parte por ese aumento del precio de nuestra barra de pan, llevó a protestas y finalmente a la caída del autócrata gobernante del país, Hosni Mubarak. Túnez y Egipto ayudaron a provocar una crisis que llevó a una guerra civil incipiente y a la intervención occidental en la vecina Libia, lo que significó la pérdida de la mayor parte de la producción de petróleo del país de 1,4 millones de barriles de petróleo. Eso, por su parte, causó el aumento del precio del petróleo crudo, que en su punto máximo llegó a 125 dólares el barril, lo que causó más especulación en los mercados de alimentos, aumentando aún más los precios de los granos.

Y en los últimos meses no han mejorado mucho las cosas. Una vez más, significativamente, en algunos casos las inundaciones récord han dañado cultivos en Canadá, EE.UU. y Australia.

Mientras tanto, una inesperada sequía primaveral en el norte de Europa también afectó a las cosechas de granos. El sistema alimentario global está visiblemente bajo tensión, tirante, si no crujiente, bajo la intensa presión del aumento de la demanda, del aumento de los precios de la energía, de la creciente falta de agua, y sobre todo del ataque del caos climático.

Y esto, nos dicen los expertos, sólo es el comienzo. Se pronostica que el precio de nuestra barra de pan aumentará hasta un 90% durante los próximos 20 años. Eso significará aún más agitación, más protestas, más desesperación, crecientes conflictos por el agua, un aumento de la migración, turbulenta violencia étnica y religiosa, bandidismo, guerra civil y (si la historia pasada sirve de ejemplo) posiblemente una ola de nuevas intervenciones por parte de las potencias imperiales y posiblemente regionales.

¿Y cómo reaccionamos ante esta amenazante crisis? ¿Ha habido una nueva y amplia iniciativa internacional concentrada en proveer seguridad alimentaria a los pobres del mundo, es decir, un precio estable y asequible para nuestra barra de pan? Ya conocéis la respuesta a esta pregunta.

En vez de eso, las corporaciones inmensas como Glencore, la mayor compañía de comercio de recursos básicos, y Cargill, en manos privadas y secretas, el mayor comerciante en recursos agrícolas, se mueven para consolidar aún más su control de los mercados de granos del mundo y para integrar verticalmente sus cadenas de suministro global en una nueva forma de imperialismo alimentario hecho para beneficiarse de la miseria global. Mientras el pan provocó guerra y revolución en Medio Oriente, Glencore hacía beneficios inesperados con el aumento en los precios de los granos. Y mientras más cara se vuelve nuestra barra de pan, más dinero ganarán firmas como Glencore y Cargill. Consideradlo como la peor forma posible de “adaptación” a la crisis climática.

Por lo tanto ¿qué texto debería aparecer en nuestros cerebros cuando leemos nuestra barra de pan? Uno de advertencia, obviamente. Pero hasta ahora, es una advertencia ignorada.

quinta-feira, 21 de julho de 2011

Derrota dos EUA: vitória de Humala desfaz Aliança do Pacífico


Immanuel Wallerstein
Esquerda.net


Os EUA procuraram contrariar o programa do Brasil de construção de estruturas regionais como a Unasul e o Mercosul, criando a Aliança do Pacífico do México, da Colômbia, do Chile e do Peru, baseada em acordos de livre-comércio. Além disso, a Colômbia, o Peru, e o Chile promoveram um projecto de criação de uma bolsa de valores integrada. E as forças armadas do Peru ligaram-se ativamente ao Comando Sul do Exército dos EUA. Com a eleição de Humala, a contra-ofensiva geopolítica dos EUA, a Aliança do Pacífico, está desfeita.

Ollanta Humala foi eleito presidente do Peru em 5 de junho de 2011. O único verdadeiro derrotado nestas eleições foram os Estados Unidos, cuja embaixadora, Rose Likins, mal conseguiu disfarçar o fato de ter feito campanha pela adversária de Humala no segundo turno, Keiko Fujimori. Que estava em jogo nestas cruciais eleições latino-americanas?

O Peru é um país-chave na geopolítica da América do Sul por várias razões: o seu tamanho, o seu legado do império Inca, a sua localização como uma das fontes do Rio Amazonas, os seus portos no Oceano Pacífico, e a sua história recente como o palco de uma importante luta entre forças nacionalistas e elites pró-americanas.

Em 1924, Vitor Raúl Haya de la Torre, um intelectual peruano e marxista – de um marxismo bastante heterodoxo - fundou a Aliança Revolucionária Popular Americana (APRA), com a intenção de a tornar numa organização anti-imperialista pan-americana. A APRA floresceu no Peru, apesar de ter sido severamente reprimida. O que a APRA tinha de original, e diferente da maior parte dos movimentos de esquerda nas Américas, era a sua compreensão de que a maioria do campesinato do Peru era composta de povos indígenas de fala quechua que tinham sido sistematicamente excluídos da participação política e dos direitos culturais. Depois de 1945, a APRA começou a perder um pouco do seu viés radical, mas manteve uma base popular forte. Só a morte de Haya de la Torre evitou a sua eleição como presidente em 1980.

Os governos de Peru permaneceram em mãos conservadoras até 1968, quando escândalos motivados pelos contratos de petróleo foram a faísca de um golpe militar desferido por oficiais nacionalistas dirigidos pelo General Juan Velasco Alvarado. Eles apoderaram-se do poder e instauraram um Governo Revolucionário das Forças Armadas.

O governo Velasco nacionalizou as jazidas de petróleo e múltiplos outros setores da economia. Investiu pesadamente na educação. Mais do que isso, tornou-a bilingue, elevando o quechua a um estatuto de igualdade com o castelhano. O governo lançou programas de reforma agrária e de industrialização para substituir as importações.

A sua política externa virou acentuadamente à esquerda. O Peru cultivou boas relações com Cuba e comprou equipamento militar à União Soviética. Depois de Pinochet derrubar o governo Allende no Chile em 1973, as relações entre o Peru e o Chile tornaram-se tensas. Falou-se mesmo de guerra, até que, em 1975, Velasco Alvarado foi deposto por forças militares conservadoras. E o Peru pôs assim fim ao seu período de sete anos de nacionalismo liderado por militares, com um programa socioeconómico de esquerda.

Quando Alan García, como líder da APRA, foi eleito presidente em 1985, retomou brevemente a tradição de esquerda propondo uma moratória na dívida externa. Mas este esforço foi bloqueado, e logo García virou à direita e abraçou o neoliberalismo. O Peru nesta época enfrentou várias insurreições, a mais famosa das quais foi a do Sendero Luminoso, que tinha a sua base nas regiões andinas dos camponeses Quechua e Aymara.

Nas eleições de 1990, um então já muito impopular García enfrentou o famoso escritor, pensador conservador e aristocrata Mario Vargas Llosa, que se candidatou apresentando uma plataforma económica puramente neoliberal. Inesperadamente, um peruano pouco conhecido de origem japonesa, Alberto Fujimori, derrotou as outras duas alternativas. A força de Fujimori derivava em grande parte da rejeição por parte do eleitorado do estilo aristocrático de Vargas Llosa.

Fujimori revelou um estilo duro e ditatorial, e usou com sucesso o exército para esmagar o Sendero Luminoso, assim como grupos insurreccionais urbanos. Para garantir o poder, Fujimori não hesitou em fechar o Congresso, interferir no poder judiciário, e ampliar o seu segundo mandato. Mas o elevado grau de corrupção e de poder arbitrário levaram ao seu derrube. Fujimori fugiu para o Japão. Mais tarde foi extraditado do Chile, julgado pelos seus crimes num tribunal peruano, e condenado a uma longa pena de prisão.

O seu sucessor em 2001, Alejandro Toledo, deu continuidade ao programa neoliberal. E, em 2006, Alan García candidatou-se novamente à Presidência. Enfrentou um ex-oficial militar, Ollanta Humala, que foi abertamente apoiado por Hugo Chávez, um apoio que prejudicou as suas perspectivas, bem como os ataques que sofreu à sua prática como oficial de exército no que dizia respeito aos direitos humanos. García ganhou, e prosseguiu e ampliou a via neoliberal. A economia floresceu devido ao boom mundial de exportações de energia e de minérios. Mas a massa da população ficou alheia aos benefícios. Tipicamente, o governo permitiu que corporações transnacionais se apoderassem de terras na região amazônica para explorar os seus recursos minerais. Os movimentos indígenas resistiram, e ocorreu um massacre em Junho de 2009, chamado o Baguazo.

Foi neste último período que o Peru se tornou o centro de duas disputas geopolíticas. Uma foi entre o Brasil e os Estados Unidos. Sob a presidência de Lula, o Brasil lutara com êxito considerável para promover a autonomia sul-americana, através da construção de estruturas regionais como a UNASUL e o Mercosul. Os Estados Unidos procuraram contrariar o programa do Brasil criando a Aliança do Pacífico do México, da Colômbia, do Chile e do Peru, baseada em acordos de livre-comércio com os Estados Unidos. Além disso, a Colômbia, o Peru, e o Chile promoveram um projecto de criação de uma bolsa de valores integrada, cuja sigla em espanhol é MILA. E as forças armadas do Peru ligaram-se ativamente ao Comando Sul do Exército dos Estados Unidos.

A segunda disputa geopolítica foi entre a China e os Estados Unidos na busca de obter acesso privilegiado aos minérios e aos recursos energéticos da América do Sul. O Peru mais uma vez foi um país-chave.

Houve três fatores que levaram à vitória de Humala nestas eleições de 2011. Por um lado, Humala virou-se aberta e publicamente para uma via social-democrata à brasileira. Não fez qualquer menção a Chávez. Humala encontrou-se muitas vezes com Lula e falou de o Peru se tornar "um parceiro estratégico" do Mercosul.

O segundo fator decisivo foi o apoio muito forte que recebeu de Vargas Llosa. O aristocrata conservador disse que para o Peru seria uma catástrofe eleger a filha de Fujimori, que libertaria o pai da prisão e daria continuidade aos seus métodos pouco recomendáveis. Vargas Llosa provocou uma séria divisão nas forças conservadoras.

O terceiro fator foi a atitude da esquerda peruana, que há muito tempo tinha reservas em relação a Humala. Como Oscar Ugarteche, um importante intelectual, escreveu para agência de imprensa latino-americana Alai, "para todos, Humala é uma interrogação, mas Fujimori é uma certeza."

Ugarteche resumiu a eleição dizendo que "o que é mais significativo, contudo, é o regresso do Peru à América do Sul." Veremos até que ponto Humala será capaz de chegar em termos de redistribuição de rendimentos e de restauração dos direitos da maioria indígena. Mas a contra-ofensiva geopolítica dos Estados Unidos, a Aliança do Pacífico, está desfeita.

quarta-feira, 20 de julho de 2011

Informe forense confirma que el presidente Allende se suicidó



Soledad Pino
Público


Chile avanza en la construcción de su historia reciente con certezas judiciales. Un equipo internacional y multidisciplinario ha confirmado que el presidente socialista Salvador Allende acabó con su vida el 11 de septiembre de 1973 en el Palacio de La Moneda, mientras las tropas del golpista Augusto Pinochet ponían fin a la democracia.

Tras dos meses de exámenes, un equipo del Servicio Médico Legal de Chile, junto a varios científicos extranjeros, concluyó: "La causa de la muerte del presidente Allende fue una lesión perforante en la cabeza por proyectil de arma de fuego de alta velocidad a contacto".

Según explicaron los forenses chilenos, esta causa de muerte es atribuible a un suicidio. El informe fue entregado al juez especial Mario Carroza, que lo había encargado dentro de su investigación del deceso, y también a la familia del presidente socialista.

El entorno cercano del mandatario chileno siempre creyó que éste se había quitado la vida, no obstante, existían dudas debido a que Allende fue enterrado la misma noche del golpe de Estado sin que su familia pudiera siquiera reconocer el cuerpo. Con el regreso de la democracia, en 1990, se celebró un funeral con honores pero sin practicas periciales que dictaminaran la causa de la muerte.

La senadora Isabel Allende, hija del presidente, agradeció el trabajo, que alabó por ser "muy riguroso". El médico legal español Francisco Etxeberría Gabilondo participó como perito en representación de la familia.

Un fusil AK-47

"Podemos asegurar que se trata de una muerte violenta de explicación médico legal suicida, y por ello no tenemos absolutamente ninguna duda", aseguró Etxeberría. Los forenses explicaron que el arma fue un fusil, que Allende apoyó bajo su mentón para poder dispararse. El rifle era un AK-47 que le había regalado Fidel Castro, precisó el perito balístico británico David Pryor.

A comienzos de mayo, el cadáver de Allende fue exhumado del Cementerio General de Santiago. El juez Carroza afirmó entonces que los restos estaban "íntegros", lo que permitirá al equipo de expertos trabajar sin dificultades.

El proceso por la muerte de Allende se abrió por iniciativa de los tribunales chilenos, que ordenaron realizar un catastro sobre todas las denuncias de crímenes ocurridos durante la dictadura del general Pinochet (1973-1990) que hasta la fecha no habían sido juzgados. La de Allende fue una de las 725 denuncias que comenzaron a ser investigadas. Por su relevancia, a la del presidente chileno se le dio prioridad.

segunda-feira, 18 de julho de 2011

La revolución cubana en discusión



Claudia Hilb
Gramsci e o Brasil


O mais democrático dos antigos Partidos Comunistas, o PCI, jamais se negou a encarar crítica e analiticamente os desafios colocados pelas chamadas sociedades pós-revolucionárias, que, vítimas das suas contradições, entre as quais a falta de liberdades básicas, caíram sob os escombros do Muro de Berlim.

Claudia Hilb, professora de Teoria Política na Faculdade de Ciências Sociais da Universidade de Buenos Aires, é autora de numerosos estudos publicados em seu país e no exterior, entre os quais destacamos Leo Strauss: el arte de leer (2005) e Gloria, miedo e vanidad: el rostro plural del hombre hobbesiano (em colaboração, 2007). Editou ainda um livro em homenagem a um dos símbolos do pensamento gramsciano em toda a América Latina, El político y el científico. Ensayos en homenaje a Juan Carlos Portantiero (2009).

Seguindo esta tradição, Gramsci e o Brasil convidou Claudia Hilb, autora de um instigante livro sobre a sociedade e o Estado cubano, a aprofundar suas reflexões ali expostas, como forma de incentivar um debate aberto e não dogmático sobre uma das realidades remanescentes daquilo que um dia se chamou de socialismo real. O resultado deste convite são as respostas dadas a Fernando de la Cuadra, na entrevista abaixo reproduzida.

Siendo una militante de la “izquierda radical” y perteneciente a una generación en que la revolución cubana ocupa un lugar importante, ¿en qué momento usted comienza a percibir los derroteros autoritarios que vendría a asumir este proceso revolucionario?

Cuando partí al exilio, en 1976 (tenía 21 años), ya partí con la sensación de que algo de lo que estaba sucediendo en Argentina con las fuerzas de izquierda radicalizada merecía ser interrogado seriamente. Pero era una sensación muy vaga. Fue en Francia donde empecé a transformar esa sensación en objeto de mi indagación, a interesarme en la literatura de la disidencia y de la crítica de los regímenes de la órbita soviética — desde Orwell y Koestler hasta Bahro, Hahnemann, y varios otros, y fue así, con esa inquietud, que llegué a frecuentar la obra y el seminario de Claude Lefort, que ejerció en ese sentido un gran impacto sobre mí, ya que de algún modo encontraba en su reflexión formuladas de manera brillante las preguntas que rondaban por mi cabeza. Para la pequeña historia, diré que en el principio de este proceso, hacia 1977-1978, también tuvo una gran influencia sobre mí la amistad con Elizabeth Souza Lobo, que fue profesora mía en la Universidad de Paris VIII, a través de quien tuve la primera evidencia de que era posible desarrollar una postura no religiosa ni dogmática de izquierda. Aprovecho para decirlo aquí, porque nunca tuve la oportunidad de decirlo en voz alta, y estoy segura de que ella desgraciadamente nunca supo cuan importante fue su amistad para mí.

¿Cómo surgió la idea de escribir un libro que marcase una posición cuestionadora desde la izquierda democrática?

Desde los comienzos de lo que podría llamar mi actividad intelectual, al mismo tiempo en que me dedicaba al estudio de la teoría política moderna y contemporánea, me interesó especialmente tratar de interrogar las certezas de la izquierda de la que provengo, de contribuir a la revisión de nuestra tradición y sobre todo de nuestra práctica, con la idea de que si no lográbamos revisar esa historia no habría manera de revitalizar la política desde un polo de pensamiento de izquierda, o por así decir “progresista” (lo pongo en comillas, porque es un término que ya no me convence mucho por múltiples motivos). Esto último me ha llevado a escribir sobre la violencia política en Argentina, sobre la cuestión de la justicia transnacional en el caso de las dictaduras argentina y chilena, sobre el asalto guerrillero al regimiento de La Tablada, en una suerte de “revival” de las prácticas setentistas en Argentina en 1989, y luego, sobre la Revolución cubana. Actualmente estoy tratando de escribir algunas cosas sobre el modo en que se articulan verdad y justicia en los procesos post-traumáticos en Argentina y Uruguay, a la luz del modo bien distinto en que ello fue tratado en Sudáfrica. En suma, mi libro sobre Cuba forma parte, para mí, de la necesidad de revisar más globalmente la tradición, las creencias y la práctica política de la izquierda radical en Argentina, en mi caso, pero por supuesto, no solo en Argentina.

¿No cree que su posición con relación a los caminos seguidos por la revolución cubana es también tardía, considerando que su libro sólo llega a publicarse en 2010, es decir, después que transcurrieron más de 50 años desde el triunfo de Fidel y sus compañeros?

En términos generales, por supuesto que es tardía. Por suerte, ha habido quienes han hablado antes, y mejor, que yo (aunque pocas veces hayan sido escuchados desde la izquierda, que ha tendido a desecharlos más fácilmente como “traidores”). Es curioso, el otro día un amigo me envió un viejo reportaje a Jorge Semprún donde le hacen una pregunta similar, referida en ese caso a la URSS. Y Semprún responde que a su criterio “lo esencial no está en saber cuándo fulano o mengano ha roto con la mistificación de las organizaciones que se proclaman marxistas, sino ver hasta dónde habrá ido en este camino de ruptura”. Sea como fuere, en mi caso no creo que yo pueda atribuir la tardanza a la negativa a revisar mi adehsión pretérita, cosa que comencé a hacer bastante joven, favorecida por el clima intelectual de cierta izquierda en Francia, sino más bien a razones, si ud. quiere, más ligadas a mis obsesiones más inmediatas. Como le decía antes, desde 1983 que intento pensar algunos problemas de la concepción y la práctica de la izquierda, en particular de la izquierda argentina, como quien diría “a contrapelo” de lo que es para mí el sentido común progresista inexaminado, ese sentido común que responde automáticamente con respuestas que si en algún momento pueden haber sido el resultado de reflexiones complejas, hoy han tomado en buena medida la forma de clishés. De modo que si recién hace pocos años decidí concentrar mi atención en la Revolución cubana creo que es porque hasta entonces estaba sobre todo arreglando las cuentas con el asunto de la violencia política de la izquierda radical en Argentina, que me involucraba más existencialmente, por así decir. Siempre sentí esto último como una suerte de deber de responsabilidad, hacia las nuevas generaciones, sometidas al tableteo romántico de los relatos heroicos de tiempos de plenitud, pero también hacia los amigos que tuve que murieron en el ejercicio de esa violencia y que desaparecieron en un destino atroz. Porque contrariamente a quienes se niegan a revisar nada invocando la memoria de las víctimas, siempre creí que nada me impedía pensar que de haber sobrevivido, muchas de ellas habrían podido llegar a pensar como yo. Pero bueno, en determinado momento sentí que ya había dicho lo que quería decir al respecto, y pude si usted quiere ampliar un poco el foco de mi mirada. En todo caso, como le decía, sinceramente creo que la tardanza a encarar el tema de Cuba no obedeció en mí tanto a una resistencia de tipo intelectual, sino más bien de un sino biográfico. De hecho, empecé a tomar la decisión de escribir sobre Cuba cuando Fidel Castro visitó la Argentina en 2003, a comienzos del gobierno de Néstor Kirchner, y despertó una “fidelmanía” entre los jóvenes, y no tan jóvenes, que me perturbó profundamente, porque entraba en sintonía con una suerte de “revival” de lo que en Argentina se llama el “setentismo”, la exaltación del activismo político de los primeros años de la década del setenta, y que era uno de los focos contra los cuales yo intentaba argumentar. Fue ese revival “setentista” el que me llevó a querer indagar un poco en las claves de esa adhesión tremendamente entusiasta a Fidel Castro entre buena parte de la izquierda democrática. Lo curioso es que desde el primer momento en que empecé a escribir sobre Cuba (escribí algunos pequeños textos sobre el tema antes del libro) recibí muestras de admiración por lo que muchos amigos que compartían a grandes rasgos mi mirada denominaban mi coraje. Yo, la verdad, no sentí ni siento que era necesario coraje para escribir como lo hice, pero esa reacción no hizo sino reafirmar para mí la conciencia del punto hasta el cual el tema Cuba era casi impronunciable.

En la introducción de su libro, usted deja claro y explicito que el bloqueo comercial de Estados Unidos a Cuba no será objeto central de su análisis. ¿Pero, realmente no piensa que el embargo que afectó a Cuba pudo haber influido forzosamente en ese proceso de estigmatización de los potenciales enemigos y en la subsecuente concentración de poder en manos del grupo dirigente y de Fidel en particular?

Es interesante, claro está, imaginar contrafácticamente qué habría sucedido si no se hubiera producido el bloqueo comercial de los EEUU, si en tal caso los dirigentes de la Revolución habrían optado por llevar adelante otra forma de constituir el poder. Por mi parte, viendo las señales de monopolización del poder que se producen muy rápidamente en Cuba desde los primeros meses, y viendo también cual ha sido la experiencia de las revoluciones del Siglo XX, tiendo a pensar que si bien el bloqueo pudo a la vez debilitar las chances de quienes habrían querido conservar un destino más plural para la Revolución, y eventualmente convencer a algunos de ellos de la necesidad de concentrar férreamente el mando, la tendencia a la construcción omnímoda del poder forma parte integral de la idea revolucionaria constructivista, de constitución de una sociedad a imagen y semejanza de una idea. El apartamiento y persecución, en los primerísimos tiempos de la Revolución, de hombres como Matos, Boitel, Salvador, por nombrar a algunos, no puede ponerse a cuenta del bloqueo — parcial, desde octubre de 1960, total a partir de 1962 — provocado por los EEUU respecto del comercio con Cuba. De todos modos, un tema que me parece muy interesante y pertinente es el de reflexionar acerca del equilibrio entre radicalidad de las medidas de igualación y consecuencias políticas. ¿Puede llevarse adelante un proceso radical de igualación “desde arriba” sin concentración absoluta del poder? En caso de que, a la luz de la mirada sobre la historia del Siglo XX tendamos a pensar de que la respuesta es negativa, habrá entonces que imaginar cuales pueden ser las formas de igualación que no conduzcan a regímenes de dominación total — a menos que nos resignemos, y no estoy dispuesta a que sea el caso, a optar entre el apoyo a revoluciones totalitarias o la renuncia a la lucha por una mayor igualdad.

En varias oportunidades, usted resalta que la cultura fue cooptada por el gobierno y que el poder central consigue desarticular toda posibilidad de organización autónoma de los intelectuales y artistas cubanos en nombre de la revolución. A pesar de ello, también pudimos ver la creación de obras críticas apoyadas con recursos del gobierno, como es el caso de Fresa y Chocolate o Guantanamera de Tomás Gutiérrez Alea, películas que fueron ampliamente difundidas en el circuito internacional.

Por supuesto, ha habido en estos cincuenta años algunos momentos de deshielo, o más exactamente, algunas brechas a través de las cuales puede expresarse un pensamiento autónomo, de los cuales las películas de Gutiérrez Alea son una buena muestra. Pero al mismo tiempo, es cierto también que la apertura o el cierre de esas brechas está siempre sometida a la voluntad del poder político, y que se requiere un coraje cívico importante para insertarse en ellas. En el libro yo cito el ejemplo del Centro de Estudio de las Américas, cuyos integrantes eran respetadísimos intelectuales, que fue cerrado de manera abrupta por orden de Raúl Castro en 1994, tras varios años de existencia, no sin antes pasar por unas lamentables sesiones de interrogatorio ideológico político a sus prestigiosos directivos. Del mismo modo, constato hoy en día la prudencia con que se mueven en Cuba algunos grupos, muy reducidos por cierto, de intelectuales independientes, que aprovechan de la mejor manera los resquicios que pueden aparecer, pero que no se engañan respecto de la posibilidad de persecución eventual, o de ahogo de esos resquicios. En suma, tal como yo entiendo el funcionamiento del régimen, considero que lo que hace a su naturaleza no es la eventual tolerancia, aquí o allá, de tal o cual hecho, sino la discrecionalidad plena que posee el régimen para permitir o prohibir, para tolerar o perseguir estas manifestaciones, discrecionalidad que como decía recién exige de quien fuerza esos espacio una dosis notable de coraje cívico.

¿No piensa que la democracia sin la garantía de derechos mínimos universales, como educación, salud y seguridad social, puede ser tan sofocante para las personas como un régimen autoritario que ofrece estos beneficios a cambio de lealtad y obediencia?

Preferiría plantear la cosa de este modo: considero que la democracia sin garantía de derechos universales mínimos es una democracia tremendamente imperfecta, sofocante, injusta para quienes carecen de aquella garantía, y que es necesario, para quienes nos identificamos con la izquierda democrática, obrar por la ampliación y la generalización de esos derechos. Ahora bien, creo también que la generalización de esos derechos, la lucha por la generalización, puede hacerse e incluso debe hacerse en los mismos términos que son provistos por la dinámica democrática: esto es, la sociedad democrática moderna no puede determinar, de una vez y por todas, cual es la extensión de los derechos, quienes son sus portadores, qué es y qué no es un derecho universal. Y es solo en la disputa política que estos asuntos pueden dirimirse cada vez. En otras palabras, la universalización de los derechos mínimos de los que usted habla debe ser un objetivo irrenunciable de una política de izquierda. Más aún, hoy en día la defensa de esta universalización, unida a la defensa de la libertad igualmente universal, es lo que a mis ojos puede distinguir una política o una sensibilidad “de izquierda” de una política o una sensibilidad “de derecha”. Lo que precisamente no quiero abonar es a la idea de que no puede haber igualdad con libertad, ni libertad con igualdad. Vuelvo a lo que decía al principio: si estas dicotomías reaparecen es porque no hemos sabido recrear suficientemente un pensamiento de izquierda, a la luz de los desastres políticos de las izquierdas, o así llamadas izquierdas, realmente gobernantes bajo la forma de los totalitarismos. Como lo señalo también en el libro, no se trata para mí de saber quien vive mejor, o quien vive peor, si un habitante de una casa semiderruida de Centro Habana, o un habitante de una villa miseria del conurbano argentino. Más aún, no tendría empacho en admitir que vive mejor el primero. Pero nunca a nadie se le habría ocurrido que ser de izquierda es defender como mejores las condiciones de vida del habitante de la villa miseria del conurbano argentino. Y tantos creen que ser de izquierda es defender los resultados políticamente inadmisibles y socialmente hoy también lamentables del régimen de la revolución cubana.