Ahmed Moor
Al-Jazeera
Modelando ambos lados de la narrativa
Al-Jazeera
El terrorista noruego que asesinó a más de noventa civiles inocentes –muchos de ellos adolescentes– no actuó solo. O más bien, actuó dentro de un contexto cultural y político que legitima su visión medrosa y plagada de odio al mundo. Ahora es evidente que Anders Behring Breivik fue expuesto a mucha propaganda derechista. Esta tragedia subraya la urgencia de que la gente normal combata en todo el mundo a nacionalistas fundamentalistas y chovinistas dondequiera se encuentren. Pero también demuestra la medida en la que el fanatismo reaccionario ha infectado el pensamiento dominante.
Muchos reaccionaron ante las noticias de Oslo sabiendo lo que hacían y con un dedo acusador. Los reaccionarios más enardecidos se orientaron a la sección de comentarios del New York Times para emitir proclamaciones arrolladoras sobre el Choque de Civilizaciones y algo llamado “el culto de la muerte”. De muchas maneras, esos lectores solo reforzaban el reportaje deplorablemente editorializado del periódico. Como señaló útilmente Glenn Greenwald, los editores del New York Times –el periódico supuestamente liberal de EE.UU.– reservan la palabra “terrorista” solo para su uso en conjunción con la palabra “musulmán”.
Cuando aparecieron noticias de que el perpetrador de los asesinatos –el terrorista– es un hombre cuya religión y color de la piel se parece en mucho a la de los editores del NYT, la historia cambió. El terrorista se convirtió en un “extremista cristiano” desquiciado cuyas tácticas reflejaban claramente “la brutalidad y los múltiples ataques de al Qaida”. De esa manera el periódico vinculó al terrorista con musulmanes, a pesar de su fuerte antipatía hacia ellos.
La culpa de la búsqueda jadeante de los medios occidentales de un pistolero musulmán inexistente se concentró rápidamente en la débil, crédula, excesivamente entusiasta e inepta fuente del fracaso periodístico del NYT. Will McCants –proclamado por uno de sus acólitos cómo en la cumbre de una “lista de cinco expertos en terrorismo en los que se puede confiar”– fue rápidamente desacreditado. En su defensa solo trató de ratificar el sesgo de confirmación que padecen él y los editores del NYT. “Cuando pasa algo malo, los responsables son los musulmanes”. Es el punto de vista dominante actual en EE.UU.; trasciende las líneas partidistas.
El que la pretendida izquierda estadounidense mantenga esa visión llena de prejuicios es una señal del éxito que ha tenido la derecha en la construcción de la escena en la que se realiza el debate público. Los dos principales temas antimusulmanes ya se dan por entendidos en ese país: Primero, todos los terroristas en Occidente son musulmanes; segundo, estamos en medio de una guerra global de civilizaciones. Son los dobles puntales en los que el Tío Sam se acuclilla en su retrete afgano.
Las fuentes objetivas han hecho un trabajo excelente al desacreditar la primera de las dos afirmaciones que informan la experiencia estadounidense del Siglo XXI. Con el segundo punto, sin embargo, –que estamos involucrados en una guerra de civilizaciones– estoy de acuerdo. Pero los combatientes no son el Islam y Occidente. En su lugar, la guerra es entre la gente sana y normal, del mundo y los fanáticos derechistas que ven la perdición, la destrucción, el fuego del infierno y la voluntad de Dios en cada esquina.
Anders Behring Breivik, Mohammed Atta y Baruch Goldstein están todos cortados con la misma tijera. Anwar Al-Awlaki y Glenn Beck –los mercachifles de la fe– comparten todos las mismas dolencias básicas. Son hombres inseguros, de inclinación violenta e intolerantes. El mundo exterior los asusta. Odian a los homosexuales y a las mujeres fuertes. Para ellos, la diferencia es fuente de inseguridad. Sus valores son militarismo, conformismo, chovinismo y jingoísmo. Lo peor de todo es que tratan de presionarnos a la conformidad, mientras ellos trabajan frenéticamente por destruirse a sí mismos y a todos nosotros con ellos.
La guerra continúaTodas las indicaciones es que los promotores del odio –que están del mismo lado en esta guerra, no importa su religión– están ganando en EE.UU. Los irreflexivos, superficiales, vanos, editores del NYT son un indicio de hasta qué punto la derecha ha tenido éxito en invalidar a la izquierda. Pero no todos los liberales se crean igual.
Honra al pueblo noruego que su primer ministro no haya respondido al ataque terrorista con una retórica de tierra arrasada o con una campaña de bombardeo de saturación. Como verdadero liberal de fuertes principios no sucumbió al miedo o a una especulación feroz. En su lugar, prometió fortalecer la democracia noruega. Después de los ataques terroristas dijo: “Nuestra respuesta es más democracia, más franqueza para mostrar que no nos detendrá este tipo de violencia”. Sus palabras muestran la diferencia entre una sociedad que toma los principios liberales como fundamento y otra que los trata como un lujo inconveniente.
Las palabras del primer ministro Jens Stoltenberg dejan en claro dónde se ubica Noruega en la guerra global contra el extremismo derechista. ¿Dónde está EE.UU.?
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