quinta-feira, 25 de janeiro de 2024

Paul Sweezy, un gran pensador económico del siglo XX


John E. King
Socialismo y Democracia

El economista marxista Paul Sweezy dedicó su vida a entender cómo funciona el capitalismo y cómo ha cambiado desde la época de Karl Marx. Los temas que abordó siguen siendo fundamentales para los socialistas de hoy.

Paul Sweezy fue uno de los economistas marxianos más distinguidos y controvertidos del siglo XX. Sweezy se ocupó de algunas de las cuestiones más vitales a las que se enfrentaban quienes querían comprender el capitalismo para superarlo. Aunque desempeñó un papel importante en la popularización de las ideas de Karl Marx, no se contentó con quedarse ahí y desarrolló su propio marco conceptual para explicar la forma en que evolucionaban las economías capitalistas durante las décadas de posguerra.

Sus dos libros más importantes, La teoría del desarrollo capitalista (1942) y El capital monopolista (1966), este último en coautoría con Paul Baran, provocaron una enorme literatura crítica y fueron traducidos a muchos idiomas. Los problemas a los que se enfrentó Sweezy para dar sentido al capitalismo de los últimos tiempos siguen siendo los mismos que la izquierda necesita resolver hoy en día, y su influencia sigue dejándose sentir en el mundo intelectual de la economía política radical.

El camino de Sweezy hacia el marxismo

Paul Marlor Sweezy nació en Nueva York el 10 de abril de 1910, hijo de un banquero de Wall Street. Se educó en la Phillips Exeter Academy y en la Universidad de Harvard, donde se graduó en 1931, sin haber recibido absolutamente ninguna enseñanza sobre Marx. En 1932-33, fue estudiante de posgrado en la London School of Economics, donde estudió economía liberal con Friedrich von Hayek y Lionel Robbins, pero también aprendió ideas políticas socialistas de Harold Laski.

Cuando regresó a Estados Unidos en 1933, Sweezy se consideraba marxista, aunque, como veremos, esto no era en absoluto evidente en sus primeras publicaciones académicas. De vuelta a Harvard, Sweezy impartió un curso sobre socialismo con Edward S. Mason, y trabajó en su tesis doctoral bajo la supervisión de Joseph Schumpeter. Schumpeter sabía mucho de marxismo, aunque siempre fue profundamente crítico con él.

En 1938, Harvard University Press publicó la tesis doctoral de Sweezy sobre un antiguo cártel en la industria británica del carbón. Entre 1934 y 1942, Sweezy también trabajó para varias agencias del gobierno federal, ayudando a implantar el New Deal de Franklin Roosevelt, antes de incorporarse a la Oficina de Servicios Estratégicos (precursora de la CIA) para trabajar como investigador de oficina mientras duró la participación estadounidense en la Segunda Guerra Mundial.

Al final de la guerra, el péndulo político de Estados Unidos ya se inclinaba rápidamente hacia la derecha y Sweezy se dio cuenta de que no le concederían la titularidad si volvía a su puesto académico en Harvard. En este caso, su privilegiado entorno familiar le resultó útil y le permitió dimitir de Harvard, trasladarse a la granja familiar de New Hampshire y trabajar como académico y periodista radical independiente.

Junto con su amigo Leo Huberman, fundó la revista socialista independiente Monthly Review, que dirigió desde su primer número en mayo de 1949 hasta su jubilación efectiva en marzo de 1997. Sweezy nunca volvió a ocupar un puesto universitario a tiempo completo, aunque a menudo fue contratado como profesor invitado. Murió a la edad de noventa y tres años el 27 de febrero de 2004.

Primeras contribuciones

Las primeras publicaciones académicas de Sweezy tuvieron poco o nada que ver con el marxismo, pero en cambio hicieron importantes contribuciones intelectuales a la literatura sobre la economía dominante. Su primer artículo en una revista fue una extensa y muy crítica revisión de la Teoría del Desempleo de A. C. Pigou, que explicaba el desempleo en términos pre-keynesianos, como resultado de las excesivas demandas de salarios reales por parte de los trabajadores.

Sweezy no tardó en revelarse como un keynesiano entusiasta, abogando por un aumento del gasto público financiado mediante déficits presupuestarios en respuesta a la «segunda depresión» de 1937-38. También estableció un caso microeconómico para la teoría del desempleo de John Maynard Keynes en un breve pero original artículo de 1939 publicado en el Journal of Political Economy. Una empresa oligopolística, sostenía Sweezy, se enfrentaba generalmente a una curva de demanda curvada y, por tanto, también a una discontinuidad vertical en su curva de ingresos marginales. Lo mismo ocurriría con su curva de producto marginal (demanda de mano de obra).

Se trataba de una pieza impresionante de la teoría económica neoclásica original, basada en la idea de que las ventas del producto del oligopolista caerían mucho más rápido si el precio subiera de lo que aumentarían si el precio se redujera. Lo mismo ocurriría, sugería, con los niveles de empleo de la empresa si los salarios subían o bajaban. En estas condiciones, los recortes de los salarios reales no tendrían ningún efecto sobre el empleo. El aumento del empleo sólo se produciría si la curva de demanda de productos se desplazara hacia arriba, lo que a finales de los años treinta requería la aplicación de políticas macroeconómicas keynesianas.

La teoría del desarrollo capitalista

Las implicaciones del declive de la competencia en las economías capitalistas avanzadas ocupan un lugar destacado en La teoría del desarrollo capitalista, publicada en 1942. Se convirtió en una exposición enormemente influyente de la teoría económica marxiana. El libro consta de cuatro partes, las tres primeras dedicadas a la exposición de las ideas de Marx y la última al análisis del propio Sweezy de la fase monopolista del desarrollo capitalista.

En la Parte I, «Valor y plusvalía», Sweezy comienza exponiendo la metodología subyacente de Marx. A continuación, ofrece una explicación sutil y original de los problemas de valor «cualitativo» y «cuantitativo» que Marx distinguía, siendo el primero el de las relaciones entre productores y el segundo el de las relaciones entre sus productos. Las cuestiones del trabajo abstracto y del fetichismo de las mercancías se plantean en el primer caso, y la determinación de los valores de cambio relativos de las mercancías en el segundo.

La Parte II, «El proceso de acumulación», trata del análisis de Marx de la reproducción simple y ampliada, centrándose en la creación y constante reposición de un «ejército de reserva» de desempleados, la tendencia a la caída de la tasa de ganancia y la transformación de los valores del trabajo en precios de producción. Sweezy critica el tratamiento que da Marx tanto a la caída de la tasa de ganancia como al problema de la transformación. Aunque la cuestión cualitativa del valor sigue siendo fundamentalmente importante, sugiere, no puede decirse lo mismo de la cuestión cuantitativa: «El mundo real es un mundo de cálculos de precios; ¿por qué no tratar en términos de precios desde el principio?».

En la Parte III, «Crisis y depresiones», Sweezy comienza apoyando el rechazo de Marx a la Ley de Say, según la cual la oferta agregada crea su propia demanda agregada y, por tanto, una tendencia intrínseca al pleno empleo. Esto le lleva a enfatizar los problemas que tienen los capitalistas para «realizar» la plusvalía contenida en sus mercancías en forma de beneficios monetarios, debido a la deficiente demanda agregada efectiva.

Pone gran énfasis en el análisis de Marx de las crisis de subconsumo, que son causadas (como el propio Marx dijo), por «la pobreza y el consumo restringido de las masas». Sweezy hace un análisis detallado de los modelos de reproducción que Marx expuso en el volumen II de El Capital y adorna un modelo matemático formal del subconsumo tomado de la obra del teórico austriaco Otto Bauer.

Concluye, en la Parte IV, «El imperialismo», evaluando las perspectivas de prosperidad capitalista en la última etapa de su desarrollo. Según Sweezy, el capitalismo monopolista se caracteriza por la creciente concentración y centralización del capital, el surgimiento de corporaciones gigantescas y el crecimiento de cárteles, trusts y fusiones. La demanda efectiva se ve sometida a una gran presión, sostiene, ya que las nuevas inversiones se limitan a defender la tasa de beneficio y el crecimiento de los salarios reales disminuye, lo que refuerza la tendencia al subconsumo.

Sin embargo, también hay una fuerte tendencia al aumento de diversas formas de consumo improductivo, debido al enorme incremento de los costes de venta, y al aumento del gasto público. Aquí Sweezy se basa en la obra de Vladimir Lenin para explicar el auge del nacionalismo, el militarismo y el racismo en lo que el líder soviético consideraba la etapa final e imperialista del capitalismo.

Sweezy y Baran

Sweezy siguió reflexionando y publicando sobre estas cuestiones hasta el final de su vida. En el proceso, fue responsable de una importante aportación a la literatura en lengua inglesa sobre economía política marxiana. Se trata de su edición de 1949 de los textos clásicos sobre el problema de la transformación de Eugen von-Böhm-Bawerk, Rudolf Hilferding y Ladislaus von Bortkiewicz. La crítica de este último a los marxistas resultó ser extremadamente influyente.

Sweezy también publicó una cuidadosa y comprensiva descripción de los puntos de vista subconsumistas de Rosa Luxemburg. Mientras tanto, sus propias ideas seguían evolucionando, bajo la influencia de dos importantes keynesianos de izquierda, el polaco Michał Kalecki y el economista austriaco Josef Steindl. Tanto Kalecki como Steindl analizaron las conexiones entre el creciente poder de los monopolios y el aumento de la inestabilidad económica.

Sin embargo, la principal contribución del propio Sweezy se produjo casi un cuarto de siglo después de la aparición de La teoría del desarrollo capitalista, con la publicación de la que fue, con diferencia, su obra más vendida, El capital monopolista, en 1966. Su coautor fue un refugiado de la Rusia de Stalin, Paul Alexander Baran, que llegó a Harvard en 1939 con una carta de recomendación del economista polaco Oskar Lange.

En la URSS, Baran había estudiado en el Instituto Plejánov y, casi con toda seguridad, adquirió de su director, Yevgeny Preobrazhensky, su interés de toda la vida por la etapa monopolista del capitalismo. Además de las ideas de Preobrazhensky, Baran aportó algo propio al proyecto del Capital Monopolista. Lo más importante es que el concepto de excedente económico —«la diferencia entre lo que produce una sociedad y el coste de producirlo»— era suyo y no de Sweezy.

También lo era la distinción entre el excedente real y el potencial, que señalaba claramente la naturaleza despilfarradora del capitalismo avanzado a medida que el excedente realmente producido se quedaba cada vez más lejos del máximo posible. Este elemento crítico, que probablemente debía algo al tiempo que Baran pasó en Alemania estudiando en la Escuela de Frankfurt, le permitió hacer hincapié en las dimensiones culturales e ideológicas del capitalismo, que se analizan en las ochenta páginas finales de El capital monopolista.

El enfoque de Baran sobre la explotación del Tercer Mundo era también más agudo que el de Sweezy. Argumentaba que la extracción del excedente de las zonas atrasadas del mundo ayudaba tanto a explicar la pasividad de la clase obrera occidental, que había sido comprada con una pequeña parte de los beneficios, como a demostrar el potencial revolucionario del campesinado en los territorios coloniales y excoloniales.

El capital monopolista

Sweezy publicó El capital monopolista dos años después de la muerte de Baran. Como su título indica, se basó en gran medida en la literatura sobre la corporación gigante contemporánea, capaz de eliminar la competencia de precios y ampliar los márgenes de beneficio. La consecuencia fue una fuerte tendencia al aumento del excedente como proporción de la producción total, intensificando el problema del subconsumo en el que Sweezy se había centrado desde 1942.

En el libro sigue un extenso debate sobre las formas en que podría absorberse el aumento del excedente, que incluyen el aumento del consumo y del gasto en inversión por parte de los capitalistas, el aumento del gasto militar, el crecimiento del gasto civil por parte del Estado y una mayor actividad militar e imperialista en general. El modelo macroeconómico implícito en El Capital Monopolista es esencialmente keynesiano y se basa en gran medida en el papel económico de lo que llegó a conocerse como «keynesianismo militar».

Para Sweezy y Baran, las consecuencias políticas de este análisis eran tajantes: cualquier esperanza para el mundo, concluían, dependía en gran medida de los «pueblos revolucionarios» de países como Vietnam, China, Cuba y Argelia, es decir, de las perspectivas de revolución fuera de las naciones capitalistas avanzadas. Las opiniones de Sweezy sobre el socialismo habían cambiado significativamente desde 1942, cuando todavía era un decidido partidario del comunismo soviético y esperaba que se estableciera algo muy similar en Estados Unidos, aunque nunca se afilió al Partido Comunista de Estados Unidos, que consideraba excesivamente dogmático en su postura ideológica.

Las simpatías de Sweezy estaban ahora más con la China maoísta que con la URSS, ya que creía que Mao había conservado el fervor revolucionario que habían abandonado Nikita Jruschov y sus socios soviéticos. Sin embargo, con la muerte de Mao y la victoria de los «capitalistas de la carretera», primero en China y luego de forma más generalizada tras la desintegración de la Unión Soviética a principios de la década de 1980, renunció a su oposición casi de por vida al reformismo y terminó su vida como la había empezado, como socialdemócrata de izquierdas.

Durante las tres décadas posteriores a la publicación de El capital monopolista, Sweezy se dio cuenta de que su tratamiento del sector financiero había sido inadecuado. Mientras que él y Baran habían asumido que la gestión empresarial era en gran medida inmune a las presiones del mercado financiero, el sistema capitalista se había movido desde entonces en una dirección muy diferente, con adquisiciones y la amenaza de adquisiciones ejerciendo una profunda influencia en el pensamiento y el comportamiento empresarial.

En sus últimos escritos, Sweezy admitió que su anterior análisis de la acumulación de capital había sido unilateral e incompleto, prestando muy poca atención a la interacción de sus aspectos reales y financieros. Pero no se comprometió con otras corrientes de la teoría macroeconómica —por ejemplo, con la «hipótesis de la inestabilidad financiera» postkeynesiana expuesta por Hyman Minsky— ni consideró seriamente la posibilidad de que en la década de 1970 hubiera comenzado una nueva etapa competitiva y neoliberal del desarrollo capitalista, que socavó el poder monopolista y puso en duda la ley del excedente creciente.

Una evaluación comprensiva de la notable carrera intelectual de Sweezy, que se extendió a lo largo de más de seis décadas, tendría que concluir, por tanto, que puso de relieve muchos de los dilemas a los que se enfrentaron los economistas políticos marxianos del siglo XX. En un ensayo de 2004 del que fui coautor con Mike Howard, terminamos nuestra valoración de la obra de Sweezy enumerando cinco de ellos:

¿Cuál era la causa principal de las crisis económicas: la producción de plusvalía o su realización? ¿El sistema capitalista se enfrentaba a un crecimiento cíclico vigoroso pero inestable o a un estancamiento? ¿Debía analizarse en términos de valores laborales o de precios de mercado? ¿Podría la planificación central sustituir por completo al mercado en el socialismo? ¿Era el Estado capitalista un adversario de clase o un agente potencial de reforma social?

Estas exigentes preguntas siguen acechando a la izquierda hoy en día, y el fracaso de Paul Sweezy a la hora de dar respuestas convincentes a algunas de ellas no es de extrañar. Sin embargo, ello no debería desacreditar la obra de un pensador socialista verdaderamente notable.

domingo, 14 de janeiro de 2024

Jean-Luc Mélenchon: "Todos deberíamos darle las gracias a Sudáfrica"

Jean-Luc Mélenchon
Socialismo y Democracia

Mientras los abogados de Sudáfrica presentaban este jueves 11 de enero sus argumentos contra el genocidio israelí, sólo un puñado de personas fueron admitidas en la tribuna del público de la Corte Internacional de Justicia (CIJ), entre ellas el tres veces candidato a la presidencia de Francia, Jean-Luc Mélenchon.

Mélenchon, crítico de izquierdas con el apoyo de París a Israel, promueve lo que denomina una política exterior «no alineada», basada en la defensa del derecho internacional. Tras hacer cola desde primera hora de la mañana para presenciar los procedimientos, Mélenchon compartió su opinión sobre lo que presenció en la sala.

Acabamos de terminar la primera sesión del recurso ante la Corte Internacional de Justicia. Hoy era el día en que los demandantes, por así decirlo, presentaban su caso ante el tribunal. Sudáfrica es el actor del momento, antes de que el gobierno de Benjamin Netanyahu tenga que responder al caso mañana.

Esto por sí solo es un gran momento. ¿Por qué? Porque estamos tan inmersos en la espantosa y vergonzosa situación que todos conocemos ya. Digo que es vergonzosa porque el grupo de grandes países que sermonea al mundo entero en cada oportunidad, pidiendo sanciones contra tal o cual Estado, ahora se ha callado y está permitiendo lo que es, como mínimo, un número creciente de crímenes de guerra.

Lo que Sudáfrica está diciendo es que, más que una serie de crímenes de guerra, estamos ante algo cualitativamente diferente. Como firmante de la Convención para la Prevención y la Sanción del Delito de Genocidio, está diciendo que se trata de genocidio. Dejaré de lado por el momento las consideraciones puramente jurídicas y me ceñiré a eso. Entonces, ¿por qué es un gran momento? Porque es el retorno de la humanidad. Sólo vemos a este pueblo humano a través del derecho internacional, a través de la acción colectiva.

El derecho internacional puede ser imperfecto. Pero al menos existe y aquí estamos en un lugar para tener un argumento, un contraargumento y un juicio, que luego debe ser respetado. Todo el mundo sabe que si este tribunal concluye que, efectivamente, hay actos que presentan el riesgo de genocidio, entonces obviamente esto cambiaría completamente la situación política y legal para todos aquellos que de alguna manera están ayudando al gobierno de Israel en su operación militar en Gaza.

Hay un punto que hay que entender, de cuyas sutilezas no era consciente antes de llegar aquí. La pregunta esencial ante el tribunal es, básicamente, ¿se trata de un genocidio o no? Pero eso no es lo que el tribunal tiene que decidir ahora. Esa cuestión más amplia será juzgada por sus méritos, y llevará tiempo. Pero en este momento, el tribunal se está pronunciando sobre la solicitud de «medidas provisionales» [para prevenir el genocidio, lo que requeriría una acción inmediata, tal vez incluyendo un alto el fuego].

Por eso, en primer lugar, debemos dar un millón de gracias al gobierno sudafricano por tomar esta iniciativa. Como uno de los representantes de un país que no ha hecho esta petición, puedo asegurarles que no me siento muy orgulloso de ello en estos momentos. La convención sobre el genocidio también fue firmada por Francia: la forma en que funciona es que los firmantes pueden tomar medidas y pedir a otro firmante de la convención que rinda cuentas de sus actos.

Así pues, lo que el tribunal tiene que decidir es si toma las medidas provisionales solicitadas por Sudáfrica en beneficio de los palestinos y de la población de Gaza. Si hay factores que sugieren que esto va a acabar en genocidio, entonces el tribunal tiene competencia para decir «alto» y tomar una decisión. No sería la primera vez, y éste no es un caso especial. El tribunal ya se ha pronunciado sobre casos similares en los que existía la misma acusación de genocidio, por ejemplo contra los pueblos rohingya. En el magnífico caso que Sudáfrica ha presentado esta mañana se citaban varios antecedentes de este tipo. La decisión se tomará rápidamente, ya que se trata de medidas provisionales contra una masacre de consecuencias irreparables.

Se han añadido muchos documentos al expediente, y los expertos y activistas aquí presentes, son conscientes del número de muertos, de la implacabilidad del asalto israelí. Lo que me ha sorprendido especialmente es hasta qué punto las propias autoridades israelíes han utilizado el lenguaje del genocidio. Se puede ver la violencia de sus comentarios. Los hizo en particular Netanyahu, pero también su ministro de Justicia, su ministro de las Fuerzas Armadas y el jefe de las Fuerzas Armadas. No se trata sólo de que una persona, en un momento de emoción, hiciera comentarios de naturaleza genocida. Si yo fuera un hombre religioso, me escandalizaría oír a Netanyahu utilizar la Biblia para recomendar masacrar a todo el mundo.

Así que hubo muchas citas, muchos ejemplos que demostraban que, sobre la base de estas incitaciones en la cúpula del Estado, incluso entre las tropas, individualmente, la gente se sentía investida de una misión genocida, diciendo que debemos matarlos a todos, que no hay inocentes, incluidas las mujeres y los niños. Fue un momento muy fuerte.

Para mí, después de haber visto esta violencia desenfrenada durante tanto tiempo, cuando entras en un entorno legal es casi un momento de reconciliación con la humanidad. De repente, vuelves a tratar con un pueblo humano cuyos derechos están garantizados. Tal vez ese no vaya a ser el resultado inmediato, pero significa mucho. Y no tenemos otra opción. Si no queremos la ley del más fuerte, entonces necesitamos la ley internacional. Por eso se ha defendido tan brillantemente la causa palestina esta mañana, porque partimos de hechos probados y documentados. Después, el tribunal juzgará hasta qué punto están probados, pero eran hechos.

No se trataba de discursos ideológicos, aunque había un cierto compromiso por parte de Sudáfrica, que remontaba la historia de este momento no al 7 de octubre, sino al principio, al final de la Segunda Guerra Mundial. Aquí, en el tribunal, todo el mundo hablaba en los términos del derecho internacional, de las Naciones Unidas, de las posiciones adoptadas por el secretario General. En resumen, estábamos en un camino trillado. Creo que para nosotros es un verdadero punto fuerte en el que basarnos, porque nos permite establecer la coherencia de ciertos principios políticos. No es que un día seamos de tal o cual punto de vista y al día siguiente, ante una situación similar, nos neguemos a ver nada. Eso es el «campismo», la lógica según la cual, por estar alineado con tal o cual bando, simplemente te pones detrás del líder correspondiente.

Mi posición, y la de La France Insoumise, es la no alineación. Eso no significa replegarse en una cómoda posición de equidistancia o neutralidad. Se trata más bien de comprometerse con principios que siguen siendo coherentes, sean quienes sean los actores implicados. Así pues, todos los crímenes de guerra deben ser condenados. Como dijo muy rotundamente uno de los abogados: sea cual sea el motivo, sea cual sea la acusación del bando contrario, sea cual sea la situación, y estemos en paz o en guerra, nada justifica el genocidio. Nunca, bajo ninguna circunstancia.

El papel de un país civilizado, especialmente de uno que ha firmado convenciones, es respetar su propia palabra y los compromisos que ha contraído. Creo que lo que se está diciendo aquí, si se difunde ampliamente, animará a mucha gente a tomar partido. Porque uno de los argumentos más brillantes que oí en la sala fue el de unos médicos que, antes de abandonar un hospital, escribieron en una pizarra: «Hicimos lo que pudimos. Recuérdennos». Y el abogado dijo: «¿Quién va a poder mirarse al espejo mañana? Porque sean cuales sean los acontecimientos del día, los altibajos, todos sabemos a qué atenernos y sabemos que se trata de una masacre. No una masacre ‘desproporcionada’: esa palabra no encaja. Porque ninguna masacre es proporcionada, ningún genocidio es proporcionado».

Así pues, creo que la condena moral que encierra esta situación tiene verdadera fuerza. Pido a todos los que comparten mis convicciones, mi compromiso, que se impliquen. Participen en manifestaciones, firmen peticiones, sigan a los líderes históricos de este movimiento, entre los que no me encuentro. Hay gente como Salah Hamouri, como otros que siempre han militado en esta causa. Y escuchen. Todo lo que dicen es importante, porque os ayuda a formaros vuestras propias convicciones y a educaros. Nunca se educará lo suficiente sobre el derecho internacional y el respeto de la paz entre las naciones.

En este momento, sabemos que este juicio ya ha tenido un primer resultado, en las declaraciones de los portavoces israelíes y estadounidenses. Aunque no creamos en su sinceridad, se han visto obligados a dejar de decir las cosas que decían al principio de esta historia. Así que creo que ese ya es un primer resultado. Pero más allá de eso, esta vista judicial tuvo lugar. Eso en sí es una victoria de la humanidad, contra la ley del más fuerte.

sábado, 6 de janeiro de 2024

Horror absoluto: Guernica, el gueto de Varsovia y ahora Gaza

Melvin Goodman
CounterPunch

El bombardeo nazi de Guernica, ciudad vasca del norte de España, tuvo lugar en 1937, durante la Guerra Civil española. Los alemanes estaban probando su nueva fuerza aérea y sus bombas mataron o hirieron a un tercio de los 5.000 habitantes de aquella localidad. Pablo Picasso captó la agonía de Guernica en un cuadro que se considera la más emotiva y poderosa expresión antibelicista. El cuadro muestra el sufrimiento causado por la guerra moderna y trasmitió las atrocidades de la Guerra Civil española a un público internacional.

En el caso de Palestina, probablemente Picasso habría utilizado la destrucción de los hospitales de Gaza para representar el terror y el horror del uso de artillería pesada por parte de Israel. Al igual que el bombardeo nazi de Guernica tenía un objetivo perverso, el uso que Israel hace de su fuerza aérea es perverso en su destrucción de la infraestructura de Gaza, de hecho de la propia Gaza. El uso de bombas de media y una tonelada suministradas por Estados Unidos desmiente la afirmación de Israel de que el objetivo principal de la guerra es destruir a Hamás.

El objetivo principal de la guerra de Israel es destruir la propia Gaza; es el último paso de los constantes esfuerzos realizados por Israel durante 75 años para desplazar a los palestinos que habitan desde el río hasta el mar. El gabinete de guerra derechista y el ejército de Israel y no están apuntando a Cisjordania, donde el número de muertos va en aumento.

El gueto de Varsovia albergaba a 350.000 judíos que, como los habitantes de Gaza, sobrevivían al hambre y la enfermedad cuando los nazis iniciaron su campaña de liquidación. Tras concentrar allí a los judíos, los nazis desplegaron tanques y artillería pesada para destruir a los 50.000 supervivientes y arrasar todos los edificios, hasta que el gueto de Varsovia dejó de existir. La destrucción israelí de Gaza está diseñada para garantizar que los palestinos no tengan un lugar donde vivir.

El New York Times y el Washington Post han desmentido la afirmación de Israel de que el hospital al-Shifa de Gaza estaba directamente implicado en las actividades de Hamás y que los edificios del complejo al-Shifa estaban situados sobre túneles subterráneos que se utilizaban para dirigir ataques con cohetes y dirigir a los combatientes. El análisis del Post demostró que «las habitaciones conectadas a la red de túneles… no mostraban indicios inmediatos de uso militar por parte de Hamás»; «ninguno de los cinco hospitales parecía estar conectado a la red de túneles»; y que no había «ninguna prueba de que se pudiera acceder a los túneles desde el interior de las salas del hospital». Los israelíes mintieron y la Agencia Central de Inteligencia (CIA) corroboró sus mentiras.

En general, los principales medios de comunicación siguen ayudando a los propagandistas israelíes a presentar sus argumentos a la audiencia internacional. Los medios estadounidenses se refieren constantemente al asesinato el mes pasado de tres rehenes israelíes por el ejército israelí como «accidental». No hubo nada «accidental» en su muerte; fue intencionada, ya que los rehenes iban sin camiseta, llevaban una bandera blanca, levantaban las manos, hablaban hebreo y colocaban avisos de SOS, además de garabatear «¡Socorro! 3 rehenes» en hebreo en las paredes cercanas. Puede que el tiroteo fuera «erróneo», pero no fue «accidental». Los soldados israelíes pretendían matar a los tres hombres; simplemente no sabían que eran israelíes. El padre de una de las víctimas preguntó conmovido por qué los soldados no se limitaron a dispara a su hijo en la pierna.

La matanza apunta a un incumplimiento ético de las tropas, según Ron Ben-Yishal, columnista jefe de seguridad nacional del periódico Yediot Ahronot, que ha informado sobre todas las guerras de Israel desde la Guerra de los Seis Días de 1967. Estos incumplimientos son previsibles a la vista del racismo israelí hacia los palestinos. La ex primera ministra Golda Meir los calificó de «cucarachas» antes de la guerra de octubre de 1973. El ministro de Defensa Yoav Gallant ha descrito a los palestinos como «animales humanos» y ha dicho que «actuamos en consecuencia». De este modo, Gallant justifica el crimen de guerra israelí que supone cortar los alimentos y el agua a los residentes de Gaza.

Los medios de comunicación estadounidenses han apoyado la versión de Israel de que los disparos contra los rehenes se debieron al «miedo y la confusión» causados por la «guerra de trampas y engaños» de Hamás, lo que hizo que las «tropas israelíes se asustaran y no se lo pensaran a la hora de disparar» (The Washington Post, 24 de diciembre de 2023). Al menos, los israelíes están investigando la matanza y contarán con la ayuda de un perro de combate con una cámara GoPro que grabó las voces de las tres víctimas. Por supuesto, si estas hubieran sido palestinas no habría habido publicidad, y mucho menos una investigación. Nunca sabremos cuántos palestinos inocentes han sido asesinados de forma similar.

El propio Estados Unidos apoya a Israel vetando o absteniéndose en todas las resoluciones del Consejo de Seguridad de la ONU que critican a Israel. Desde la Guerra de Octubre de 1973, Estados Unidos ha vetado más de 50 medidas. Cuando el Gobierno de Obama se abstuvo [sin oponerse] de una resolución de 2017 que declaraba ilegales los asentamientos israelíes en Cisjordania, hubo considerables críticas en el Congreso. El mes pasado Estados Unidos incluso se abstuvo en una resolución de la ONU que simplemente apoyaba ayuda humanitaria adicional para Gaza.

Mientras tanto, Estados Unidos no ha criticado el asesinato por parte de Israel de más de 70 periodistas y trabajadores de los medios de comunicación, en su mayoría palestinos, lo que supone el conflicto más letal para los periodistas jamás registrado por el Comité para la Protección de los Periodistas. Los israelíes también han matado a más de una docena de escritores y poetas palestinos, así como a más de cien cooperantes internacionales, algunos de ellos junto a sus familiares.

El Secretario de Estado Antony Blinken, uno de los principales apologistas de Israel, se ha limitado a afirmar que «queremos asegurarnos de que se investiga, de que entendemos lo que ha ocurrido y hay rendición de cuentas». El asesinato de periodistas es un intento israelí de asegurarse de que el resultado de la guerra de Israel no se registra con exactitud. Incluso el Post se refirió a las declaraciones de Blinken como «una respuesta nada honesta».

El legado de Netanyahu está asegurado. Cuando en el futuro se hable y analice Guernica, el gueto de Varsovia y Gaza, los nazis y Benjamin Netanyahu serán condenados de modo similar. Mientras tanto, todos los estadounidenses tienen mucho que aprender. El presidente Biden debería pensar en la derrota del vicepresidente Hubert Humphrey ante Richard Nixon en las elecciones presidenciales de 1968 por su tardía oposición a la guerra de Vietnam. Y para comprender mejor el apartheid israelí y la miserable vida de los palestinos en Cisjordania, lea «Un día en la vida de Abed Salama: Autonomía de una tragedia de Jerusalén», de Nathan Thrall.