segunda-feira, 30 de novembro de 2015

David Harvey: El arte de la política

Gabriel Delacoste
La diaria

Cómo diseñar un futuro alternativo desde la izquierda, según el académico británico David Harvey.

Con el ascenso de Jeremy Corbyn en Gran Bretaña, Bernie Sanders en Estados Unidos, Syriza en Grecia y Podemos en España, pareciera que existe un renacimiento de la política radical y de izquierda a lo largo de Europa y Estados Unidos. ¿Cuáles son sus impresiones sobre el estado de la izquierda en el Primer Mundo?

Quisiera ser optimista, pero francamente soy más bien cauto, por varias razones. Lo impactante de Sanders y Corbyn es que fueron una gran sorpresa para la prensa convencional. Me da la impresión de que esa prensa ha construido una narración sobre cómo es el mundo y está muy cómoda en esa narración, que no incluye a gente como Corbyn o Sanders como gente con influencia alguna. Esa narración estuvo equivocada desde el principio: estaban ocurriendo muchas más cosas de lo que se reconocía. Se puede rememorar algunos de los movimientos sociales de masas que sorprendieron a la gente, como las enormes manifestaciones contra la guerra en 2003. Nuevamente, éstos fueron eventos sorprendentes, que se desvanecieron más bien rápido. La razón por la que soy cauto en relación a lo que puede ocurrir es que veo que Syriza, por ejemplo, llegó en una posición muy fuerte, y ahora se está manteniendo en el poder administrando todas las cosas que dijo que quería abolir. Y creo que si Corbyn dura -y pienso que va a durar más de lo que muchos creen-, va a ser también por haber cedido, en parte, porque el poder ya no está en la política. Y no está en la política por dos razones: una es que las clases altas, la plata grande, domina a la política; y la otra es que las personas que son intuitivamente de izquierda no confían en la política en absoluto, tienden a no votar. Entonces, ocasionalmente aparece algo como Corbyn o Syriza, pero la gente no se mantiene en la política. Hay una especie de política de la antipolítica que domina nuestra izquierda. Y es muy difícil transformar eso en algo organizado o en una campaña política bien orquestada. Por eso no soy optimista en cuanto a que podamos ver cambios importantes como consecuencia de todo esto. Lo que sí veo es mucha gente muy desencantada con lo que ocurre; veremos qué forma de expresarlo encuentran en los meses y los años que vienen. Pueden ser modos de expresión de izquierda o de derecha. La derecha está vivita y coleando en el Norte Global, y está reclamando fascismo. Aún así, conservo la esperanza en que reviva la política antiausteridad.

Al mismo tiempo que emergen estas nuevas izquierdas, parece haber un resurgir de la importancia del pensamiento de izquierda, tanto en el norte como en el sur. En América del Sur hay una gran discusión entre los que siguen a Ernesto Laclau y piensan en términos de estrategias populistas que logren tomar el poder del Estado y quienes siguen a Antonio Negri y piensan en una política horizontal, no estatal y local. Ninguno parece dar una gran respuesta: las estrategias populistas pueden tomar el poder del Estado pero no saben cómo lidiar con el capital, mientras que las estrategias horizontales nunca parecen ser capaces de crear movimientos grandes y sostenidos. ¿Donde se ubicaría usted en este debate?

Creo que Negri está cambiando su postura; no creo que esté tan comprometido con esas formas horizontales. De hecho, en una entrevista reciente dijo que su pensamiento y el mío estaban convergiendo, lo que me resulta bastante sorprendente. Existe cierto fetichismo de la forma organizacional en la izquierda que significa que cualquier cosa que no sea horizontal no está contemplada, cualquier cosa de gran escala es rechazada. Yo no veo la política en esos términos; de hecho cada vez que estuve en una estructura de asamblea en realidad no era horizontal, existían liderazgos secretos y todo eso. Creo que sería necesario algo de pragmatismo en esa parte de la izquierda en cuanto a cómo piensa en la organización y en que debería hacer. Es cierto que las estrategias populistas pueden servir para tomar el poder. Pero lo que vimos en Argentina es que existe un límite a lo que podés hacer cuando estás comprometido con una estrategia populista.

Quería preguntarle sobre ese punto. Varias veces ha usado a América del Sur como ejemplo de un lugar en el que los movimientos sociales fueron capaces de responder al capital. Éste es un momento muy especial para América del Sur, porque todas las fuerzas progresistas y revolucionarias están en crisis o en graves problemas. ¿Cómo ve esta situación?

Hubo un momento curioso en la historia de América Latina, al final de las dictaduras, en el que vimos cómo se daban paralelamente la democratización y el neoliberalismo, y cómo la colisión de estas dos fuerzas creó una oportunidad para la aparición de una izquierda muy peculiar, basada en cuestiones de derechos que eran perfectamente compatibles con el neoliberalismo, pero que estaba basada también en la profundización de la democracia. Más adelante vemos, por ejemplo, que Lula da Silva y el Partido de los Trabajadores llegan al poder en Brasil y son, al principio, muy progresistas. Pero paso a paso se van haciendo más y más cautivos del capital, y empiezan a desempoderar a los movimientos sociales. Entre 2005 y 2010 las cosas estaban extremadamente activas, pero desde entonces el poder político ha domado a los movimientos sociales. Por ejemplo, los movimientos indígenas del campo ecuatoriano ya no son tan fuertes como eran. Es una paradoja que hayan sido gobiernos de izquierda los que los desempoderaron. Y ahora esos gobiernos de izquierda están en problemas. Y vemos una situación en la que la derecha puede hacerse cargo, y los movimientos sociales no van a estar allí para crear resistencia. Esto, por supuesto, se une al hecho de que hubo un boom económico en América Latina durante aquellos años, que en buena medida estuvo unido al comercio con China. La caída de los precios de las materias primas generó serios problemas económicos en casi todos los países de América Latina, por lo que estamos viendo tasas de crecimiento cero, y no el fuerte crecimiento de hace cuatro o cinco años. Estas cosas suceden juntas y pintan un panorama muy complicado.

En ese tema parece haber una contradicción en la acción de los gobiernos progresistas y revolucionarios de América del Sur. Pareciera que su habilidad para redistribuir y para obtener victorias políticas depende de su capacidad para atraer grandes inversiones, ser exitoso en los mercados internacionales y exportar materias primas, todas cosas que dan poder al capital sobre el territorio, ya sea mediante la especulación inmobiliaria, el desarrollo agrícola o la minería. ¿Hay alguna forma de salir de esta contradicción?

Es el clásico problema que ocurre cuando el socialismo es visto simplemente como algo relacionado a la redistribución y no se presta atención a la producción, a cómo se organiza ésta. Se da exactamente esa contradicción: el programa redistributivo depende en lo crucial del programa de desarrollo, lo que significa que, en esencia, renunciás la estrategia de desarrollo del país a grandes empresas. Tiene que existir una manera alternativa de pensar el modo de producción, que no sea dependiente del capital. Esto no está siendo proyectado, excepto quizá en organizaciones muy periféricas de escala bastante pequeña: economías solidarias, cooperativas de trabajadores, fábricas recuperadas. Estos movimientos son relativamente pequeños y no fueron organizados como una fuerza que reconfigure cómo se produce la riqueza en la sociedad, y que pueda ser aislada del poder del capitalismo global, que deviene cada vez más centralizado y más politizado en la forma en que opera alrededor del mundo.

Las organizaciones que querrían ir en otra dirección son demasiado pequeñas, mientras que los gobiernos de izquierda son capaces de transformar sus excelentes relaciones con el capital en una forma de obtener apoyo popular. Siendo América Latina una región pobre y desigual, existe una demanda popular real de mayores niveles de consumo. ¿Es posible, en una región pobre, la aparición de un movimiento político que no se base en promesas de crecimiento del consumo?

Depende de qué forma de consumo estemos mirando. Una cosa que me impresiona de América Latina en los últimos 20 o 30 años es hasta qué punto la forma de consumo que se promueve está construida en torno al automóvil, a nuevas carreteras, a shoppings. Parece casi diseñada para ser estadounidense. Y francamente éste no es, para mí, un modo de producir especialmente sano o valioso. De hecho, últimamente cuando visito grandes ciudades latinoamericanas paso mucho tiempo estancado en embotellamientos, y pienso “por qué este compromiso con lo que en Ecuador llaman 'Buen vivir' implica estar sentado en un embotellamiento, rodeado de shoppings y condominios”. En otras palabras, existen formas variadas de consumismo, y creo que el modelo de consumismo que está siendo importado en estos países no necesariamente es una forma de consumismo que uno quisiera promover si estuviera pensando en el bienestar de todos. De hecho, algunas de las protestas que han emergido, por ejemplo los levantamientos en las ciudades brasileñas en 2013, están relacionadas con el precio del transporte, de los megaproyectos en torno a la Copa del Mundo, que estaban recibiendo recursos masivos que no estaban llegando a la gente. Qué consumo queremos es una gran pregunta, y creo que podemos decir a la gente: “Miren, no estamos en contra del consumo, estamos a favor del buen consumo: comida limpia, sana y buena en lugar de comida chatarra, menos tiempo de transporte, mayor proximidad del trabajo a la residencia, rediseño urbano”. En otras palabras, deberíamos buscar un modo de consumo radicalmente diferente del que está siendo promovido, con consecuencias muy desafortunadas para muchas ciudades de América Latina.

Mencionó el “Buen vivir”. Existe una intensa discusión en América del Sur entre los que usan esta categoría desde posiciones decoloniales y antidesarrollistas y aquellos en la izquierda tradicional, más economicista. Como intelectual marxista que estudia la relación entre el capital y la naturaleza y ha propuesto una economía de crecimiento cero, usted parece estar en los dos bandos del debate. ¿Como ve esta cuestión?

Es un poco incómodo, porque me disparan desde los dos costados. Murray Bookchin, que era anarquista y dejó el anarquismo, dijo recientemente que él pensaba que el futuro de la izquierda dependía de poder juntar lo mejor del anarquismo con lo mejor del marxismo, y que mientras no aprendamos a hacer eso no vamos a ir a ningún lado. Me inclino a estar de acuerdo con eso, porque pienso que muchas de las ideas que se encuentran en los grupos autonomistas y anarquistas en términos de organización social y relación con la naturaleza son muy positivas, y merecen ser miradas y trabajadas. Me gusta la idea del socialismo confederal, un modo de gobierno basado en asambleas locales y asambleas macro, que buscan formas de desplazar al Estado capitalista con otras formas de gobierno. Son ideas muy interesantes. Pero es muy difícil para este tipo de política pensar en cómo organizar sociedades macro de manera que alimentemos, refugiemos y vistamos a 7.000 u 8.000 millones de personas de una manera razonable. Y no creo que los movimientos anarquistas o autonomistas puedan responder a esa gran pregunta. Esa pregunta fue tradicionalmente abordada por grupos de la izquierda tradicional, aunque de una manera tan dogmática que terminó por despreciar la profundidad de las propuestas anarquistas y de izquierda en lo que refiere a la organización y la naturaleza. Tenemos que juntar muchas de estas cosas de la mejor manera que podamos. Veo que está sucediendo algo de eso en el norte de Siria, entre las poblaciones kurdas de Rojava, que llevan adelante experimentos. He tratado de viajar hasta allá durante los últimos seis meses para ver qué está ocurriendo, pero el gobierno turco no me lo ha permitido. No pretendo ir para decir “acá está la respuesta”, sino para ver que existen experimentos de este tipo que deben ser apoyados. Entonces, nuevamente, creo que existen posibilidades y que hay que tener la cabeza abierta. Y tenemos que pensar que una parte del asunto es estar preparados para redefinir el terreno teórico en el que estamos pensando.

Uno de los principales conceptos de sus últimos trabajos es que si bien el capital no es capaz de resolver sus contradicciones, sí es capaz de moverlas de manera de que no exploten. Al mismo tiempo, usted pone mucho énfasis en la ciudad como lugar de organización política. ¿Es posible, desde lo local o lo nacional, enfrentar esta capacidad que el capital tiene de moverse mediante burbujas, corridas, etcétera?

Estoy firmemente convencido de que toda política debe tener raíces en las circunstancias locales. Pero también estoy firmemente convencido de que si se mantiene en lo local y no va a otro lugar, fracasa. La pregunta, entonces, es cómo construir atravesando diferentes escalas. Existen intentos de construir conexiones internacionales. El MST [Movimiento de Trabajadores Rurales Sin Tierra] de Brasil intentó hacerlo, organizaciones como Vía Campesina tienen un alcance global. La única respuesta a esa pregunta es que comencemos a configurar vínculos firmes y activos entre organizaciones, en términos de su acción política. Te puedo dar un pequeño ejemplo: la Unión Europea está en serios problemas como configuración. Existe una generación entera de estudiantes que atravesó Europa gracias a programas de becas como Erasmus. Yo le pregunto a estos estudiantes por qué no construyen la base de una organización completamente distinta que diga “hay cosas que valen la pena de Europa, pero no la forma capitalista basada en Maastricht, y nosotros somos la generación revolucionaria que va a reconfigurar esto”; y ellos casi siempre dicen “Europa es burócrata” y todo eso. Esto nos lleva al problema del descreimiento en la capacidad para hacer algo. Hoy empezamos hablando sobre hasta qué punto un movimiento antiausteridad puede desarrollarse a lo largo de Europa e incluso más allá, y esto es posible si se logra canalizar a los sectores de la población que ven algo valioso en trabajar juntos, en un ambiente de respeto a las diferencias, para diseñar un futuro alternativo. Eso es lo que espero ver, y es de lo que hablo tanto, para tratar de hacer que la gente empiece a pensar en ello. Porque si no ocurre, vamos a estar encerrados con esta bestia capitalista, a la que no le está yendo muy bien, a pesar de que a los capitalistas les esté yendo extremadamente bien. Ellos tienen que ser privados de su poder, y eso va a ocurrir o bien pacíficamente, por medio de la aparición de movimientos de masas, o bien de una manera mucho, mucho peor.

quarta-feira, 18 de novembro de 2015

Manifiesto de la transición hacia el decrecimiento feliz

Julio García Camarero
Decrecimiento

Ya es más que evidente que el Neoliberalismo Global de EEUU se está desgastando a pasos vertiginosos y que ello se debe principalmente a que quiere mantenerse en su quimera de un planteamiento crecentista-productivista-consumista; muchas veces confundida con un progreso que es falso y quimérico. Pero este poder global de EEUU, al ver que con este planteamiento no va por buen camino, (con el apoyo de los países de la OTAN) trata de superar esta decadencia a base del desarrollo de acciones militares violentas que destruyen países enteros.

Y precisamente esta manía competitivista y crecentista de unos pocos nos está conduciendo a todos a un inminente colapso político-económico. De ello ya existen claras manifestaciones como lo son los casos:

a. por un lado de Grecia, Siria, Ucrania, Yemen, Libia, Palestina,
b. por otro lado las políticas de austeridad del FMI, que nos conduce a la precariedad, disminución de derechos sociales, etc…
c. y, en fin, en sí el propio neoliberalismo global, que lleva en su seno el colapso inevitable.

Además, este colapso se encuentra directamente relacionado con el colapso ecológico y social, que se caracteriza por la aparición de fenómenos como: agotamiento de los últimos recursos planetarios, cambio climático, desertificación, inmigraciones masivas de seres humanos debida a adversidades medio-ambientales, o refugiados que huyen de lo que ya se puede empezar a llamar la 3ª Guerra Mundial.

Estos actores son incapaces de salir del dogma del crecimiento y del desarrollo neoliberal basado en el constante aumento del consumismo-productivismo. Y todo ello, sin pararse a pensar que no se puede crecer de forma constante e ilimitada a partir de unos recursos planetarios completamente limitados y con el agravante de este boom demográfico humano.

Y sucede que las fuerzas económicas y políticas se mantienen rabiosamente irresponsables y defienden el negacionismo de las dimensiones ecológicas y alertas aportadas por los mejores datos científicos. Véase, por ejemplo, el Quinto Informe del Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático (que se presentará a primeros de diciembre 2015 en la cumbre de París) elaborado por 3.000 científicos de 120 países y una serie de organismos de primer orden como por ejemplo la NASA.

A todo este caos, basado en el crecimiento económico de una oligarquía (cada vez mas reducida) a costa del aumento de la miseria (que ellos identifican indebidamente con la austeridad) de la inmensa mayoría, se le puede llamar decrecimiento infeliz. Y resulta que ante esta posición de ceguera generalizada existe la evidencia de que, queramos o no queramos, el 99% vamos a decrecer (o ya estamos decreciendo) dado el avanzado estado de esquilmación de recursos y de boom demográfico humano. Ante esta tesitura y posición de ceguera del sistema

Manifiesto

Que es urgente iniciar un movimiento de transición desde el decrecimiento infeliz a un decrecimiento feliz que se obtenga a partir de las siguientes 20 acciones de transición descritos en este doble-decálogo transicionero hacia el decrecimiento feliz:

1. La 1ª transición será: desde lo material y crematístico… a lo humano.
2. Desde el consumismo… al consumo responsable.
3. Desde la innovación para fines cortoplacistas como la obsolescencia programada… a las cuatro erres (reducir, reutilizar, reciclar y restaurar ecosistemas en degradación).
4. Desde el productivismo global… a la producción local.
5. Desde el antropocentrismo exclusivo… al ecocentrismo en el que se incluya lo humano como parte de la biosfera.
6. Desde el machismo patriarcal… a una sociedad donde la relación hombre-mujer sea totalmente horizontal.
7. Desde la competitividad… a la cooperación.
8. Desde el individualismo autista… al apoyo mutuo.
9. Desde el egoísmo monetarista… a los bienes relacionales.
10. Desde el estado de bien estar… al bien vivir.
11. Desde la mega-ciudad parásita… a la agroecología.
12. Desde el monopolio… al polipolio.
13. Desde el monocultivo… al policultivo.
14. Desde el pensamiento único… a la diversidad cultural, lingüística y la biodiversidad.
15. Desde la nefasta revolución verde, la biopiratería y el dumping… a la soberanía alimentaria.
16. Desde el extractivismo, rapaz, usurpador y cleptómano… al cuidado y respeto de la Pacha Mama.
17. Desde el despilfarro esquilmador… a la sencillez voluntaria.
18. Desde la manía de la hegemonía… a la convivencia biosférica.
19. Desde la meditación divina… a la reflexión humana y ecológica.
20. Desde las guerras militares y económicas… a la paz entre todas las personas y animales.

En una palabra: es necesaria y urgente una transición desde el decrecimiento infeliz al decrecimiento feliz.

terça-feira, 17 de novembro de 2015

París y el destino de la Tierra

Peter Singer
Project Syndicate

El destino de un número desconocido de especies de plantas y animales depende de la Conferencia de las Naciones sobre el Cambio Climático

Las vidas de miles de millones de personas, durante los siglos por venir, estarán en juego cuando los dirigentes del mundo y los negociadores gubernamentales se reúnan en la Conferencia de las Naciones sobre el Cambio Climático que se celebrará en París al final de este mes. El destino de un número desconocido de especies de plantas y animales pende también en la balanza.

En la Cumbre de la Tierra, celebrada en Río de Janeiro en 1992, 189 países, incluidos los Estados Unidos, China, la India y todos los países europeos subscribieron la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático y acordaron estabilizar las emisiones de los gases que provocan el efecto de invernadero “en un nivel lo suficientemente bajo para prevenir una peligrosa interferencia antropogénica en el sistema del clima”.

Sin embargo, hasta ahora no se ha producido dicha estabilización y, sin ella, los bucles de retroalimentación climáticos podrían impulsar el aumento de las temperaturas aún más. Con menos hielo ártico que refleje la luz del Sol, los océanos absorberán más calor. El deshielo del gelisuelo siberiano liberará enormes cantidades de metano. A consecuencia de ello, zonas enormes de nuestro planeta, que actualmente albergan a miles de millones de personas, podrían resultar inhabitables.

En conferencias anteriores de la Convención Marco los firmantes intentaron lograr acuerdos legalmente vinculantes sobre las reducciones de las emisiones, al menos en el caso de los países industrializados que han producido la mayor parte de los gases que provocan el efecto de invernadero en la atmósfera. Esa estrategia falló –en parte por la intransigencia de los Estados Unidos durante la presidencia de George W. Bush– y se abandonó cuando en la conferencia de 2009 no se logró un tratado con el que substituir el Protocolo de Kyoto (que los EE.UU. nunca firmaron). De hecho, el Acuerdo de Copenhague se limitó a pedir a los países promesas voluntarias de reducir sus emisiones en determinadas cantidades.

Ahora han llegado dichas promesas, de 154 países, incluidos los mayores emisores y se quedan muy cortas respecto de lo que se necesitaba. Para entender el desfase entre lo que conseguirían las promesas y lo que se necesita, debemos remontarnos a las fórmulas que todo el mundo aceptó en Río. La formulación fue vaga en dos aspectos fundamentales. En primer lugar, ¿qué constituiría una “peligrosa interferencia antropogénica en el sistema del clima”? Y, en segundo lugar, ¿qué nivel de seguridad entraña el término “prevenir”?

La primera ambigüedad se ha resuelto mediante la decisión encaminada a la consecución de un nivel de emisiones que limite el aumento de la temperatura media de la superficie de la Tierra a dos grados centígrados por encima del nivel preindustrial. Muchos científicos consideran peligroso incluso un aumento menor. Pensemos en que incluso con un aumento de sólo 0,8 grados centígrados hasta ahora, el planeta ha experimentado temperaturas sin precedentes, más fenómenos meteorológicos extremos y un importante derretimiento de la capa de hielo de Groenlandia, que contiene agua suficiente para causar un aumento de siete metros. En Copenhague, no se escucharon las súplicas de los representantes de los pequeños Estados insulares (algunos de los cuales dejarán de existir, si los niveles del mar siguen aumentando) en pro de un objetivo de 1,5 grados centígrados, esencialmente porque los dirigentes del mundo consideraron que las medidas necesarias para conseguir dicho objetivo eran políticamente irreales.

La segunda ambigüedad sigue sin despejarse. El Instituto Grantham de Investigación de la School of Economics ha analizado la informaciones presentadas por los 154 países y ha concluido que, aun cuando se aplicaran todas, las emisiones mundiales de carbono aumentarían de su nivel actual de 50.000 millones de toneladas anuales a 55.000-60.000 de aquí a 2030, pero para tener una posibilidad del 50 por ciento de mantener el límite de dos grados centígrados, las emisiones anuales de carbono deben disminuir hasta los 36.000 millones de toneladas.

Un informe del Centro Nacional para el Restablecimiento del Clima de Australia no es menos alarmante. El nivel actual de emisiones a la atmósfera significa que tenemos un diez por ciento de posibilidades de superar los dos grados centígrados, aun cuando dejáramos de añadir más emisiones ahora mismo (cosa que no va a ocurrir).

Imaginemos que una compañía aérea redujera sus procedimientos de seguridad hasta un nivel en el que hubiera un diez por ciento de posibilidades de que los aviones no pudiesen concluir sus vuelos con seguridad. La compañía no podría afirmar que había impedido que los aviones peligrosos volaran y tendría pocos clientes, aun cuando sus vuelos fueran mucho más baratos que los de ninguna otra. De forma similar, en vista de que la escala de la catástrofe que podría resultar de la “peligrosa interferencia antropogénica en el sistema del clima”, no deberíamos aceptar una posibilidad del diez por ciento –si no muchas veces mayor– de superar los dos grados centígrados.

¿Cuál es la opción substitutiva? Los países en desarrollo sostendrán que su necesidad de energía barata para sacar a su población de la pobreza es mayor que la de los países ricos para mantener sus niveles –con frecuencia despilfarradores– de consumo energético y tendrían razón. Ésa es la razón por la que los países ricos deben fijarse el objetivo de descarbonizar sus economías lo antes posible y en 2050, a más tardar. Podrían comenzar prescindiendo de la forma más sucia de producción de energía, las centrales eléctricas de carbón, y denegar las licencias para explotar nuevas minas de carbón.

Otro beneficio rápido podría conseguirse alentando a la población para que coma más alimentos vegetales, tal vez gravando la carne y utilizando los ingresos resultantes para subvencionar opciones substitutivas más sostenibles. Según la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura, la industria ganadera ocupa el segundo lugar por la cantidad de sus emisiones de gases que provocan el efecto de invernadero, por encima de todo el sector del transporte. Eso significa que hay mucho margen para reducir las emisiones y de formas que tendrían menos repercusiones en nuestra vida que la de dejar de utilizar todos los combustibles fósiles. De hecho, según un reciente informe de la Organización Mundial de la Salud, una reducción del consumo de carnes rojas y elaboradas entrañaría el beneficio suplementario de reducir las muertes por cáncer.

Esas propuestas pueden parecer irreales. Sin embargo, cualquier medida inferior sería un crimen contra miles de millones de personas vivas y por nacer y contra todo el medioambiente natural de nuestro planeta.

quinta-feira, 12 de novembro de 2015

Brasil: Petrobrás y la lógica del ajuste

Amílcar Salas Oroño
CELAG

Con su Congreso Nacional como indicador emblemático de una crisis que aún no resuelve su destino, Brasil se encamina a cerrar el 2015 con signos inequívocos de falta de coordinación entre sus esferas administrativas – federal, estadual, municipal-, con un salario real promedio en las periferias de las grandes ciudades un 7% más bajo que el año pasado, una retracción económica global de casi un 3% del PBI y un contingente de casi 800 mil trabajadores menos en el mercado de trabajo. Una política económica – la impulsada por J. Levy desde principio de año – que comienza a profundizar la propia fragmentación de los intereses sociales que, frente a la coyuntura, buscan resolver por su cuenta sus circunstancias.

Desde un punto de vista más panorámico, pareciera que en Brasil vuelve a aparecer una de las marcas idiosincráticas de su capitalismo constitutivo: la inorganicidad de las diferentes partes del sistema social, tal como lo han discutido y debatido por décadas sus principales intelectuales. Aquello que había sido una posibilidad medianamente estabilizada de organicidad política – o “conciliación de clases”, para usar un término más clásico- entre industriales y sindicatos, actividades agropecuarias y modernización científica, bancos y consumo popular, etc., durante el período “lulista” (también proyectable a algunos años del primer gobierno de Dilma Rousseff), parece haber entrado en una fase de desagregación. Las posiciones y respuestas empiezan a ser parciales, desarticuladas, lo que alimenta un cuadro general no demasiado auspicioso.

Petrobrás y la crisis económica

Siendo la principal empresa latinoamericana, hay una conexión nada despreciable entre la crisis de Petrobrás y la contracción del PBI brasileño durante el 2015. En comparación con el año pasado, Petrobrás redujo sus inversiones en casi un 40%, con consecuencias sobre toda la economía: si se incluyen los efectos indirectos (sobre empresas subsidiarias, los proveedores relacionados con la industria del petróleo, la retracción a la baja en general de la población afectada) y las inversiones totales que dejaron de ser realizadas por las constructoras (no sólo en las áreas de petróleo y gas) el efecto negativo llega a casi un 2% del PBI. Sin que fueran indispensables las medidas tomadas, como lo han advertido especialistas en el tema, este “giro” de Petrobrás tuvo una consecuencia mayor sobre el achicamiento de la economía que las propias medidas recaudatorias del “ajuste” promovido por J. Levy; tiene que ver con el peso determinante que tiene sobre la economía: en el ciclo 2010-2014, fue responsable por el 8,8% de las inversiones en el país, lo que constituye a la compañía en un factor clave, indispensable.

La buena disposición mostrada por la “comunidad internacional de negocios”, las calificadoras de riesgo y los medios emblemáticos globales de comunicación, respecto de Brasil, Lula e incluso la propia Dilma (que presidía el Consejo de Petrobrás desde el 2006) comenzó a modificarse precisamente a partir de que el Gobierno, en el 2010, dispuso como marco regulatorio sobre los campos de petróleo del Pre-Sal -la mayor reserva de petróleo descubierta en el Siglo XXI- la obligatoriedad de la presencia de Petrobrás como operadora única, lo que no excluía la participación de otras compañías. A partir de allí, no sólo empezó una campaña internacional y nacional para “reabrir” estas cláusulas (soberanas) brasileñas sino que comenzó la búsqueda por modificar la gestión de la compañía, como queda claro en los documentos que evidenciaron el espionaje de la NSA a Petrobrás en el 2013.

La caída de los precios internacionales del petróleo y las denuncias por el escándalo del Lava-Jato – con una sobreexposición mediática permanente- ampliaron el margen de maniobra para las interferencias sobre la empresa: las presiones continuaron con el reemplazo de G. Forster, la asimilación de que la salida a su “crisis financiera” era el eventual “giro” de la compañía de este año, medidas compactadas con el arribo del nuevo equipo al Ministerio de Economía. Pero los cambios no se han detenido allí: en estas últimas semanas han tomado envión en el Congreso Nacional los diversos proyectos de modificación sobre las competencias y atribuciones de Petrobrás en los campos del Pre-Sal, cuestión que ya pareciera tener más posibilidades de que ocurra, como lo admitió hace unos días en Marruecos el propio J. Levy. El sentido es el mismo: el “giro” de Petrobrás es la proyección de la lógica del ajuste del gobierno de Dilma Rousseff sobre uno de los elementos más gravosos de crecimiento económico, sino el más importante.

El Partido dos Trabalhadores y la lógica del ajuste

Este cambio en la política de inversiones de Petrobrás -que la semana pasada tuvo como respuesta una huelga de petroleros, la más importantes en muchos años, con consecuencias en la propia cotización internacional- resulta clave en función de los ajustes realizados en otras esferas estatales; por la recesión económica que provoca, puede llegar a poner en juego la propia supervivencia política del Partido dos Trabalhadores. Algunas conclusiones deberían poder sacarse sobre este punto; tanto en relación con Petrobras, cuyo valor viene en franco declino, como desde un punto de vista más general, en relación con las opciones que toman los gobiernos en determinados momentos de su gestión, respecto de la “lógica del ajuste”.

La “lógica del ajuste” es difícil de poder administrar focalizadamente: se convierte con cierta velocidad en una opción ideológica que impregna al resto del conjunto, aún más si parte del núcleo del poder decisorio, como el Ministerio de Economía, o de la principal palanca del crecimiento económico de los últimos años, como Petrobrás. Desde ese centro se difumina una particular “cultura del ajuste” en las mentalidades de quienes toman las definiciones en materia de políticas públicas -y en Brasil, en estos meses, ha sucedido parcialmente este fenómeno-, que se desplaza hacia las administraciones subnacionales (basta sólo revisar cómo están argumentando gobernadores de signo políticos distintos los proyectos de presupuesto “achicados” para el 2016), los léxicos de las dirigencias empresariales (algo explícito, por ejemplo, en los últimos documentos de la FIESP) e, incluso, pasa a formar parte de algunas orientaciones del sentido común.

En la “lógica del ajuste” -ese desplazamiento que va de la opción económica a la perspectiva ideológica- hay un espiral cuyo control no siempre es posible de administrar, como propicia, incluso, el propio Lula: los tres anteproyectos de Presupuesto 2016 debatidos hasta el momento tuvieron que ser modificados por pronósticos progresivamente más negativos para el año que viene. Y lo que resulta más importante: como expresión de esta trayectoria 2015, una dialéctica social cuyo panorama es de una mayor desagregación política y cultural, sea en el aumento de la protesta sindical, sea en un Congreso Nacional completamente fragmentado y caotizado, o bien en procesos de identificación microsociales que se multiplican desde las mínimas singularidades. En otras palabras, un año de reversión en términos cohesivos respecto del avance de los últimos años; un paso hacia atrás. Algo de esa inorganicidad que la sociología brasileña caracterizó con detalle hace tiempo.