terça-feira, 14 de setembro de 2010

Bachelet, Lula y las malas profecías



Fernando de la Cuadra
ALAI

En las últimas elecciones chilenas, muchos analistas políticos pronosticaron que la alta aprobación que tenía Michelle Bachelet (84%) le seria traspasada casi que espontáneamente al candidato ungido para ser su sucesor dentro del conglomerado oficialista, el ex Presidente Eduardo Frei hijo. Sin embargo, estas predicciones sufrieron un rotundo fracaso y, como sabemos, el apoyo brindado por la mandataria al final de la campaña presidencial no fue suficiente para revertir la “anunciada” derrota de la Concertación después de 20 años gobernando el país.

Esta verdadera paradoja de una presidenta con alta popularidad que no conseguía transferir su crédito político a un postulante del mismo pacto, llevó a muchos analistas y politólogos brasileños a vaticinar que lo mismo podía suceder con la también alta popularidad del Presidente Lula, la cual no necesariamente sería transferida para la candidata escogida para sucederlo en el Palácio do Planalto.

Ambos pronósticos fallaron, pues a escasos días de las elecciones en Brasil, las encuestas de intención de voto dan como segura ganadora a la candidata Dilma Rousseff, inclusive ya en el primer turno, en que su votación alcanzaría el 50 por ciento.[1] Es decir, de no ocurrir ningún desastre o imprevisto hasta el próximo 3 de octubre, Dilma Rousseff se vislumbra notoriamente como la primera mujer que va a asumir la presidencia de Brasil.

Entonces, porqué Frei no consiguió heredar el amplio apoyo a la gestión de Bachelet y, en cambio, Dilma Rousseff si consiguió arrastrar para su candidatura la popularidad del presidente Lula? Una primera respuesta obvia a este dilema es que la popularidad y el carisma que presentan Bachelet y Lula, explican sólo una parte de las adhesiones recibidas por los aspirantes para suceder a ambos mandatarios. En el caso de Frei, jugaron en su contra el hecho de ya haber sido presidente de Chile (1994-2000), con un desempeño irregular, crisis económica al final de su periodo y decisiones equivocadas en materia de derechos humanos, como por ejemplo, el retorno desde Londres del ex-General Pinochet -sin llegar a concretarse el juicio en una Corte Penal Internacional- y su posterior inmunidad en Chile por “razones humanitarias”.

Aunque en sus declaraciones Eduardo Frei insistía en presentarse como “más Bachelet” pero con distinto envase, en los hechos él personificaba la continuidad desabrida (más de lo mismo) que nunca consiguió encantar a sus potenciales electores. A pesar de todo el esfuerzo desplegado por sus asesores de campaña, Frei siguió siendo una figura poco atractiva para la mayoría de la población, inclusive para los miembros de su propio partido, la Democracia Cristiana. Como apuntamos en otro artículo[2], a ello se sumó la evidencia de que la Concertación se encontraba muy desgastada, con una dramática perdida de su capacidad movilizadora como mito social y político, que la re-legitimase como representante del mundo popular con un proyecto democratizador y de progresismo social para la sociedad chilena.

Y no sólo quedó esa deuda. Durante el presente año se han conocido los resultados de la Encuesta de Caracterización Socio-Económica (CASEN) realizada durante la última etapa de la administración Bachelet. Los datos revelaron que el porcentaje de chilenos que vive en condiciones de pobreza aumento a un 15,1%. En la anterior medición este porcentaje llegaba al 13,7%. En cifras absolutas, ello significa que más de 350 mil chilenos se sumaron a la población en situación de pobreza, que suma 2,5 millones de personas. Es decir, la propaganda oficial respecto al aumento significativo del gasto social durante el gobierno Bachelet vino a mostrar que o el gasto fue muy mal asignado o que los números difundidos por el gobierno no eran del todo confiables. La imagen que viene proyectando Chile hace un par de décadas es la de un país prospero y moderno en que casi todos sus habitantes tienen acceso en abundancia a bienes y servicios. Lo que no dicen es que este consumismo desenfrenado se ha hecho en base a un endeudamiento totalmente insustentable.

Por eso no resulta tan sorprendente conocer las conclusiones de un estudio que mide el nivel de endeudamiento de los chilenos.[3] En ese estudio se advierte que la mitad de los trabajadores del país debe más de nueve veces su salario. La mayoría de las deudas responden a créditos de consumo contraídos por los trabajadores con bancos y casas comerciales, y afectan sobre todo a aquel segmento de la fuerza laboral con ingresos inferiores a los US$ 800 mensuales.

Por eso es que aparte del carisma, la simpatía y el estilo “cariñoso” mostrado por la ex-Presidenta, lo que los chilenos experimentaron durante su gobierno fue una combinación esquizoide entre, por un lado, vivir en el paraíso del consumidor y por el otro, tener una permanente sensación de incertidumbre laboral, acompañada por depresión post-endeudamiento y miedo ante el futuro. Es un estado de angustia y a veces neurosis grave que afecta a una fracción significativa de los ciudadanos. En parte por ello, la consigna de Piñera de que él encarnaba el cambio, fue finalmente seguida por la mayoría de los votantes.

Ya en el caso de Brasil, la popularidad de Lula no expresa solamente la adhesión a un líder de innegable cercanía y apelo popular, sino más bien a que su gobierno efectivamente ha logrado importantes avances en el ámbito social y económico. Concretamente, hoy los brasileños son menos pobres que hace 8 años atrás y aumentaron su poder de compra a través de diversos mecanismos y transferencias de renta desde el Estado. Un informe del centro de estudios británico The Oxford Poverty and Human Development Iniciative (OPHI) divulgado recientemente, concluye que según los datos arrojados por el Índice de Pobreza Multidimensional (MPI), las familias en situación de pobreza en Brasil han disminuido en los últimos años, tomando como base para el análisis la información recolectada en 2003.

Por ejemplo, en las zonas rurales más pobres de Brasil, el programa Territorios de la Ciudadanía ha incentivado la integración de un conjunto de acciones de ayuda y promoción de gran envergadura, como el Programa “Fome Zero” y el Bolsa Familia, generando un acceso masivo de la población a la alimentación, educación, habitación (Minha casa, minha vida), Electrificación (Luz para Todos); Saneamiento Básico, etc. Un programa creado específicamente para el semi-árido nordestino, pretende construir en el plazo de 5 años un millón de cisternas (una cisterna por casa) para las familias de esa región seca, en que se calcula viven más de 18 millones de personas. Hasta ahora el programa ya instaló miles de cisternas que acumulan agua de lluvia, asegurando el abasteciendo de este vital elemento a los sufridos habitantes de esa región.

El gobierno Lula -y la alianza de partidos liderada por el PT- viene administrando la política económica con un pragmatismo inusual, que le ha posibilitado usufructuar de la bonanza de estos últimos años, aplicando una fracción significativa del PIB en programas de transferencia directa de renta, en una extensión y volumen “nunca antes conocido en la historia de Brasil”. Ante esta realidad, los más importantes medios de comunicación, políticos, sociólogos y entidades gremiales de clase media, han denunciado el sesgo asistencial, clientelar y electoral de la mayoría de estos programas, pero en los hechos -e independiente del necesario debate sobre su carácter asistencialista- dichas políticas aumentaron los ingresos y el poder adquisitivo de las familias más pobres, facilitando la compra de electrodomésticos (cocinas, refrigeradores o ventiladores) y otros bienes que han provocado avances sustanciales en la calidad de vida de las familias más carentes.

Estas mejorías concretas en la vida de la gente, permitieron que una candidata casi desconocida se proyecte con inusitada fuerza para la próxima contienda electoral. En síntesis, Dilma Rousseff que surgió desde las bambalinas de la política y fue nominada directamente por el Presidente Lula, representa al final de cuentas los profundos anhelos de una enorme masa de postergados que ven en esta elección, quizás si una última oportunidad para que sus hijos puedan tener una vida más digna en un país que hasta ahora continua cargando el fardo de la desigualdad y la exclusión.
NOTAS
[1] De acuerdo a las última encuesta de Datafolha (11/09/2010), la candida del PT se mantiene con el 50 por ciento de las preferencias del electorado, mientras que José Serra (PSDB) muestra una tendencia descendente, llegando a sólo un 27 por ciento del total de escrutinios. Marina Silva del Partido Verde aumentó a 11 por ciento su intención de voto.
[2] Incógnita marca las próximas elecciones, en: http://www.alainet.org/active/34612
[3] El estudio fue realizado por la Consultora Origina, ligada al grupo Payrrol.

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