segunda-feira, 22 de abril de 2013

Marx, el ecologismo y Correa

Joan Martínez Alier
La Jornada

En una entrevista en Página 12, de Buenos Aires, el 22 de febrero de 2013 con Mercedes López, el relecto presidente Rafael Correa apareció con una sonrisa, modos afables y una apariencia indestructible. Correa había obtenido 57 por ciento de los votos. Decisión inapelable de los votantes ecuatorianos. Yo comparto con la cronista la simpatía por Rafael Correa. El país ciertamente escapó de la larga noche neoliberal, pero ¿para dónde va? ¿Puede paradójicamente escaparse de la economía extractivista mediante más extractivismo, ampliando la frontera del petróleo, introduciendo en el país la minería de cobre u oro a cielo abierto en Intag, el Mirador, Quimsacocha…?

En esa entrevista, como en otras declaraciones en años recientes, el presidente Correa preguntó: ¿Qué clase de marxismo-leninismo me perdí donde decía que un principio socialista es no explotar un recurso natural no renovable?... Tanta riqueza sin explotar, ¿qué principio de izquierda es ése? Son infantilismos, son novelerías, de una seudoizquierda que busca mantener el conflicto, porque de eso vive. De eso lucra, de eso se beneficia.

La inquina contra el ecologismo popular es compartida por neolibs y nacpops, por Cristina Fernández y Sebastián Piñera, por Juan Manuel Santos, Humala y Correa. Todos critican a los ecologistas o ambientalistas; todos están navegando en el boom de las exportaciones primarias y falsificando las cuentas macroeconómicas reales, pues no restan los pasivos ambientales.

Volvamos a la pregunta del presidente Correa. ¿Qué hubiera dicho Marx frente a sus propuestas extractivistas? Ya que Marx murió en 1883, ¿qué dirían los marxistas actuales? Correa, que es un hombre instruido, debería conocer las respuestas. Algunos lo elogiarían no sólo por su política económica redistributiva interna y su antimperialismo, sino por estar logrando un (mal llamado) desarrollo de las fuerzas productivas. Pero otros lo criticarían.

Hay actualmente en el mundo, como nunca antes, un proceso de desposesión de tierras indígenas y campesinas por empresas privadas o estatales, procesos neocoloniales de apropiación de recursos naturales y territorios donde aparecen actores nuevos como las empresas chinas. Para entenderlo, los conceptos más pertinentes del marxismo son dos: 1) acumulación primitiva u originaria de capital (un concepto renovado por David Harvey con el nombre de acumulación por desposesión) y 2) La interpretación de la economía como metabolismo social (para lo que Marx se inspiró en Moleschott y Liebig). Marx le escribió a Engels en 1866 que la química agraria de Liebig era más importante que todos los escritos de los economistas juntos para entender cómo funcionaba la agricultura. Debía impedirse la ruptura metabólica típica del capitalismo depredador. Eso está bien explicado por John Bellamy Foster en La ecología de Marx: materialismo y naturaleza.

La acumulación de capital originaria o primitiva la aplicaba Marx a la megaminería de entonces que se había robado la plata de Potosí, de Zacatecas, a las plantaciones esclavistas de caña de azúcar o algodón. Crecen ahora las ganancias capitalistas por esa acumulación por desposesión o por despojo y también hay acumulación de ganancias mediante la contaminación ya que no se suele pagar nada por los daños ambientales.

Los marxistas no insistieron lo bastante, a mi juicio, en que el capitalismo era un sistema ecológicamente insostenible de transformación de energía y materiales en constante crecimiento. Pero lo cierto es que Marx (estudiando las ideas de Liebig sobre el guano y la necesidad de reponer los nutrientes de la agricultura) introdujo el concepto de ruptura metabólica. El capitalismo no remplaza los nutrientes, erosiona los suelos y destruye tanto los recursos renovables (como la pesca y los bosques) como los no renovables (como los combustibles fósiles y otros minerales).

Correa tampoco reconoce la teoría de la Segunda contradicción del capitalismo, del economista James O’Connor (1988), ni el libro de Enrique Leff de 1986, Ecología y capital. Ambos explicaron que los crecientes costos sociales y ambientales causados por el (mal contado) crecimiento de la economía provocan la explosión de protestas ecologistas. Leff añadió que las alternativas productivas ecológicamente racionales son apoyadas por las resistencias contra la expoliación de la naturaleza.

A Marx le hubieran encantado esas protestas. El joven Marx se indignaba porque los nuevos propietarios burgueses de los bosques no dejaban a los pobres recoger leña. El parlamento renano defendía esos cercamientos privados, las enclosures que Marx analizaría más tarde en El Capital. Los ecomarxistas actuales como Michael Löwy y Jorge Riechman nos recuerdan que Walter Benjamin dijo que el capitalismo tenía graves problemas con los frenos de emergencia. Cuando el presidente Santos habla en Colombia de la locomotora minera, siempre recuerdo a Walter Benjamin, muerto en Port Bou en 1940. Habrá que regalarle estos libros al presidente Correa.

quarta-feira, 3 de abril de 2013

Después de un líder carismático, ¿qué sigue?

Immanuel Wallerstein
La Jornada

El presidente Hugo Chávez, de Venezuela, ha muerto. La prensa mundial y el Internet fueron inundados con evaluaciones de sus logros –y éstas van de la alabanza sin fin a la denuncia interminable. Ciertas personas expresan un grado de alabanza o denuncia más cuidado o restringido. La única cosa en que todos parecen coincidir es que Hugo Chávez era un líder carismático.

¿Qué es un líder carismático? Es alguien que tiene una muy fuerte personalidad, una visión política relativamente clara y una gran energía y persistencia en impulsar esta visión. Los líderes carismáticos atraen gran respaldo, primero que nada en su país. Pero los mismos rasgos de su persona que atraen respaldo son también los que movilizan una oposición profunda hacia sus políticas. Todo esto es cierto en el caso de Chávez.

La lista de líderes carismáticos a lo largo de la historia del mundo moderno no es tan larga. Piensen en Napoleón y De Gaulle, en Francia; Lincoln y F.D. Roosevelt, en Estados Unidos; Pedro El Grande y Lenin, en Rusia; Gandhi, en India; Mao Tse Tung, en China, y Mandela, en Sudáfrica. Y, por supuesto, Simón Bolívar. Tan pronto se consulta una lista así son evidentes varias cosas. Estas personas son líderes controvertidos durante sus vidas. La evaluación de sus méritos y fallas ha variado constantemente a lo largo del tiempo histórico. No parecen desaparecer de la visión histórica. Y, por último, no fueron para nada idénticos en cuanto a su política.

La muerte de un líder carismático siempre crea un vacío de incertidumbre, en el cual sus simpatizantes intentan garantizar la continuación de sus políticas institucionalizándolas. Max Weber llamaba a esto la "rutinización del carisma". Una vez rutinizadas, las políticas evolucionan en direcciones siempre difíciles de predecir. Para evaluar lo que podría pasar en el futuro inmediato uno tiene que comenzar, por supuesto, haciendo una evaluación de los logros de Chávez. Pero uno necesita también hacer la evaluación del rapport de las fuerzas internas y de los contextos culturales y políticos más grandes en los que Venezuela y América Latina se hallan hoy.

Sus logros parecen claros. Utilizó la enorme riqueza petrolera de Venezuela para mejorar significativamente las condiciones de vida de los estratos más pobres –expandiendo su acceso a las instalaciones de salud y educación–, lo que redujo la brecha entre ricos y pobres de modos muy notables. Además utilizó la enorme riqueza petrolera para subsidiar las exportaciones de crudo a un gran número de países, especialmente en el Caribe, lo que ha permitido que sobrevivan mínimamente.

Es más, contribuyó sustancialmente a construir instituciones latinoamericanas autónomas –no sólo la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (Alba ), sino la Unión de Naciones Sudamericanas (Unasur), la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac), que agrupa a todos los países del continente americano, con excepción de Estados Unidos y Canadá, y el Mercosur (la estructura económica confederada que incluye a Brasil y Argentina, al que Chávez se unió. No estuvo solo en estos esfuerzos, sino jugó un papel particularmente dinámico. Fue un papel por el que lo felicitó constantemente el ex presidente Lula, de Brasil. El gran número de presidentes de otros países que asistieron a su funeral (unos 34), especialmente de América Latina, da fe de este aprecio. Al buscar la creación de estructuras latinoamericanas fuertes por supuesto jugó un papel antimperialista, uno esencialmente antiestadunidense, y como tal no fue nada querido en Washington.

Debemos resaltar, en particular, el aprecio positivo que el presidente conservador del vecino Colombia tuvo por Chávez. Esto se debió al importante y muy positivo papel que Chávez jugaba como mediador entre el gobierno colombiano y su enemigo: el movimiento guerrillero de largo tiempo, las FARC. Chávez era el único mediador aceptable por ambos bandos, y él buscaba una solución política para poner fin a los combates.

Sus detractores lo acusaron de fomentar un régimen corrupto, autoritario, incompetente económicamente. Sin duda hubo corrupción. Siempre la hay en cualquier régimen en el que hay dinero abundante. Pero cuando pienso en los escándalos de corrupción, en el pasado medio siglo, en Estados Unidos, Francia o Alemania, donde hay aun más dinero, no puedo tomar estos argumentos demasiado en serio.

¿Fue autoritario su régimen? Ciertamente. Esto es lo que se obtiene con un líder carismático. Pero de nuevo, a como van los líderes autoritarios, es notable todo lo que Chávez se refrenó. No hubo purgas sangrientas o campos de concentración. En cambio, hubo elecciones, que la mayoría de observadores externos han considerado tan buenas como otras (piensen de nuevo en Estados Unidos o Italia, o... ), y Chávez ganó 14 de 15. No debemos olvidar tampoco que confrontó un serio intento de golpe de Estado, el cual tuvo respaldo de Estados Unidos, al que sobrevivió con dificultad. Sobrevivió debido al respaldo de la gente y del ejército.

Y en cuanto a la incompetencia económica, sí cometió errores. Y sí, el actual ingreso del gobierno venezolano es menor de lo que era antes. Pero recordemos que estamos en una depresión a escala mundial. Y casi todos los gobiernos en el mundo enfrentan dilemas financieros y hacen llamados a la austeridad. No resulta obvio que un gobierno en las manos de sus opositores hubiera podido hacerlo mejor en términos de optimizar las entradas económicas. Lo cierto es que un gobierno en las manos de sus opositores habría hecho menos por redistribuir internamente la riqueza entre los estratos más pobres.

La única área en la cual no brilló fue en su continuado apoyo hacia una política económica extractivista, pasando por encima de las protestas de los pueblos indígenas en torno al daño ecológico y a sus derechos en pos de un control autonómico de sus localidades. Pero compartió su falta con cada uno de los gobiernos del continente americano, sean de izquierda o de derecha.

¿Qué es lo que puede pasar ahora? Por el momento, tanto los chavistas como la oposición han cerrado filas, por lo menos hasta las próximas elecciones presidenciales. Casi todos los analistas parecen concordar en que el sucesor elegido por Chávez, Nicolás Maduro, ganará estas elecciones. La cuestión interesante es qué ocurrirá después, primero que nada en cuanto a las alineaciones internas. Ningún bando deja de tener divisiones internas. Sospecho que habrá algún barajar de cartas y habrá defecciones en todos los campos hacia el otro bando. En unos cuantos años veremos un despliegue muy diferente de las fuerzas.

¿Qué ocurrirá con el socialismo del siglo XXI –la visión que Chávez tenía de lo que Venezuela necesita hacer en América Latina y por todo el mundo? Hay dos términos en esta visión. Uno es "socialismo". Chávez buscó rescatar este término del oprobio en el que había caído, debido a las múltiples fallas incurridas tanto por el comunismo realmente existente como por la socialdemocracia posmarxista. El otro término es siglo XXI. Éste fue el claro repudio de Chávez de la tercera y segunda internacionales, y fue un llamado en pos de repensar la estrategia.

En ambas tareas, Chávez apenas si estuvo solo. Pero su llamado resonó con gran fuerza. Para mí, este esfuerzo es parte de una tarea mayor que todos enfrentamos durante esta crisis estructural del capitalismo histórico y en la bifurcación de dos posibles resoluciones del caos en el que ha caído nuestro sistema-mundo. Necesitamos debatir cuál es la naturaleza del mundo mejor que nosotros, o algunos de nosotros, estamos buscando. Si no podemos clarificar más lo que queremos no es probable que ganemos la batalla ante aquellos que buscan crear un sistema no capitalista que, sin embargo, reproduzca los peores rasgos del capitalismo: las jerarquías, la explotación y la polarización.

segunda-feira, 1 de abril de 2013

Caudillismo, caudillos y líderes políticos en América Latina

Marcos Roitman Rosenmann
Clarín

Los caudillismos siempre han sido aborrecidos. Su aparición se vincula al ejercicio autocrático del poder, en el que proliferan el miedo y la represión. Su correlato, la figura del caudillo. Un personaje deleznable como el régimen que preside. Los caudillos suelen ser considerados seres enfermizos, con delirios de grandeza, sueños faraónicos y proyectos imperiales. Sujetos que acumulan un poder desmesurado, sin control y al margen de las instituciones. Algo parecido a un monarca absoluto. El Estado soy yo, al decir apócrifo de Luis XIV, el Rey sol francés.

Los caudillos nunca han gozado de buena prensa, sobre todo cuando su definición se homologa a dictadores sin escrúpulos. Si echamos un vistazo al siglo XIX latinoamericano, el apelativo se adjudicó a figuras como Juan Manuel de Rosas en Argentina y Facundo Quiroga, tan bien descritos por Domingo Sarmiento en Facundo, civilización o barbarie. En Paraguay, el mote recayó en José Gaspar Rodríguez, de Francia, inmortalizado por Augusto Roa Bastos en su novela Yo, el supremo. Ningún país se libra de tenerlos. En Bolivia, los focos se centran en Manuel Mariano Melgarejo, asesinado en el exilio en 1871. Su personalidad ha sido objeto de múltiples chascarrillos. Alcides Arguedas lo retrata en su obra Los caudillos bárbaros. La lista es larga. Entre tantos, un caso singular, Chile, donde el caudillo nunca ocupó la presidencia. Ahí se habla del hombre fuerte que aglutinó a las fuerzas vivas del país para construir el Estado, Diego Portales. Resulta significativo que en 1973, tras el golpe de Estado, la junta militar, encabezada por Pinochet, adjetivara la sede de la dictadura como Edificio Diego Portales, antes llamado Gabriela Mistral.

Existe, al menos, en América Latina otra perspectiva de análisis que vincula el caudillismo a las montoneras, llaneros o cimarrones, identificándolo como un movimiento social cuasi espontáneo y popular. A decir de Gastón Carvallo, uno de los grandes especialistas, el caudillismo es pues, en buena medida, la expresión más acabada del bochinche. Individualista y anárquico, invertebrado, tiene en sus genes la grave contradicción de esos sentimientos y aspiraciones que, paradójicamente, se encuadran en una organización que aún cuando laxa tiende a crear jerarquías que casi siempre caricaturizan la organización militar sin encontrar su fundamento en un cuerpo doctrinario. En Venezuela, el movimiento de los llaneros, durante la segunda república, 1813-1814, hace mérito a la definición. La figura controvertida de su caudillo, José Tomás Boves, apodado El león de los llanos, aglutinó a las clases populares y los campesinos pobres. Déspota o un caudillo popular, según las versiones, Simón Bolívar lo inmortalizó con el mote de Azote de dios. En cualquier caso, se enfrentó a la oligarquía criolla que lo detestaba. Si el caudillismo es un movimiento social, los caudillos acaban negando su esencia. Imponen su voluntad por medio de favores y privilegios, abriendo una brecha infranqueable al reprimir el movimiento. Nuevamente cito a Carvallo: El caudillo tomó su condición real de autócrata despótico, buscando con ello la estabilidad con base en métodos que muy poco o nada tenían que ver con el carácter caudillista original. Es decir, el caudillo, para perpetrarse, tuvo que enfrentar su propia base de apoyo.

Para la historiografía oficial y la sociología académica el caudillo se asocia a grandes propietarios terratenientes. Oligarcas y caciques regionales que mutaron disputando el poder del Estado. Como caudillos aborrecieron y renegaron de las clases populares, descargando sobre ellas una violencia extrema. Preocupados por mantener el poder, el caudillo, siempre actuó en defensa de los intereses de las clases dominantes. Su aparición, en algunos casos, estuvo motivada por una crisis de legitimidad y un miedo hacia las revoluciones populares. El prototipo de caudillo en América Latina lo tenemos en la figura de Rafael Leónidas Trujillo, conocido como El jefe, cuyo poder omnímodo, en República Dominicana, lo ejerció desde 1930 hasta el día del magnicidio, el 30 de mayo de 1961. Otro ejemplo de caudillo fue el dictador español Francisco Franco. Las monedas de curso legal en España, durante más de 40 años, traían su efigie con el lema Francisco Franco, caudillo de España por la gracia de Dios. Ambos se hicieron nombrar generalísimos y se valieron de una supuesta personalidad carismática para urdir sus redes de privilegio, exclusión y muerte.

En América Latina tenemos caudillos, dictadores y también dictadores-caudillistas, estos últimos cobijados bajo el paraguas del poder militar. Por ejemplo, Duvalier en Haití, Somoza en Nicaragua, Stroessner en Paraguay, Pérez Jiménez en Venezuela, Estrada Cabrera en Guatemala, Tiburcio Carías en Honduras y Fulgencio Batista en Cuba. Es verdad, caudillos, dictadores y dictadores-caudillistas poseen rasgos comunes. Todos se proclaman salvadores de la patria. Cuando ejercen el poder se encuentran libres de ataduras éticas, morales y, sobre todo, político-institucionales. Se consideran héroes librando una cruzada contra el maligno, muchas veces representado, como no podía ser de otra manera, en el siglo XX y XXI, por el marxismo, el socialismo, el comunismo o ideologías disolventes de la civilización occidental, la familia, la patria y Dios.

Nuestra América lleva dos siglos de vida independiente y aún destila escritores, científicos sociales y publicistas que etiquetan cualquier proceso político popular, antiimperialista y anticapitalista como el resurgir de un populismo encabezado por un caudillo. El imaginario común, Juan Domingo Perón en Argentina, Getulio Vargas en Brasil, Arnulfo Arias en Panamá, José Figueres en Costa Rica, Paz Estenssoro en Bolivia o Velasco Ibarra en Ecuador. Es posible que caigan en esta denominación Lázaro Cárdenas o Plutarco Elías Calles. En esta dinámica, dejándose llevar por un rechazo a los movimientos populares como motores del cambio social, se descalifica, caricaturiza y declara obsceno a líderes políticos cuya autoridad radica en la capacidad de convencimiento en las urnas y no en un discurso populista o un quehacer caudillista. Lo nacional-popular incomoda.

Los publicistas del nuevo caudillo confunden, manipulan y pierden rigor teórico y político en pro de una explicación sesgada. Con un tono neutral-valorativo dicen mantener las distancias. Creo, confunden caciques, caudillos y caudillos con líderes políticos y liderazgo social. En esta dimensión el líder, a diferencia del caudillo, autócrata por excelencia, sobresale por la capacidad de conducción, siendo sus cualidades a destacar la rectitud, la moral, la virtud ética de poder y el respeto a sus conciudadanos. El carisma y la personalidad influyen, pero en el líder se disuelve y trasforma en legitimidad cotidiana. El líder no vive del carisma político, a decir de Weber. Y lo más destacable: el líder no se limita a administrar el poder, es precursor, tiene la capacidad de transformar el orden constituido. Su liderazgo deviene autoridad participante. Es un mandar obedeciendo lo que identifica el liderazgo. Así se complementa con un papel activo de la ciudadanía, al contrario que el caudillo que disuelve y reprime la participación popular.

Liderazgos políticos afincados en proyectos democráticos escasean en el mundo y hay pocos en América Latina, de ahí su relevancia cuando surgen. Los líderes se impregnan de la historia de sus países, recorren el territorio, hablan con su gente, escuchan y saben interpretar los anhelos de justicia social, las demandas de los trabajadores, las mujeres, la juventud y los pueblos originarios. Por ello cuando se asocia a Hugo Chávez con un movimiento caudillista y se le adjetiva como caudillo se está cayendo en un despropósito. Hugo Chávez no ha sido caudillo ni jefe de un movimiento caudillista. Apegado a la Constitución, respetuoso de las libertades públicas, civiles e individuales, nunca estuvo por encima de las leyes ni reprimió, torturo, exilió o mando asesinar a miembro alguno de la oposición. Todos, rasgos inherentes a los caudillos y sus regímenes. Hugo Chávez ha sido un líder, un estadista para su pueblo y América Latina. Así se le recordará, muy a pesar de sus detractores.