sexta-feira, 11 de dezembro de 2015

Argentina: más confusión que neoliberalismo

Paul Walder
Punto Final

El triunfo del candidato Mauricio Macri de la alianza derechista Cambiemos, en Argentina, se presenta como una profecía autocumplida al confirmar los augurios sobre un fin del ciclo progresista en la región y el ingreso en una fase de repliegues y confusiones. Macri, un neoliberal desembozado, es muy probable que puso en marcha a partir de ayer, 10 de diciembre, un programa económico cercano a los postulados del FMI y de los intereses de las finanzas globalizadas. Sus primeras declaraciones, aún ambiguas, engarzadas con sus promesas de campaña, apuntan a un desmantelamiento del modelo, más estatista e inclusivo, del finalizado ciclo kirchnerista.

No han sido pocos los analistas y observadores que reflexionaban sobre este nuevo trance político, que aparece como un nuevo proyecto ideológico solo por las limitaciones y obstáculos internos del anterior gobierno. Más que un triunfo de la derecha y el regreso a los modelos de libre mercado desregulado, es el resultado de un voto de castigo, es marketing electoral y desencanto ante un proceso de desarrollo que no hallaba su destino. Una fusión poco auspiciosa que puede regresarnos a periodos de gran confusión y nuevas tensiones. Los gobiernos neoliberales en Argentina y en otros países terminaron en una crisis de tal profundidad, que marcaron época. Su retorno no es fruto de ideas ni propuestas ni nuevas ni recicladas, sino de comunicación y retórica.

El resto de los gobiernos latinoamericanos denominados progresistas o de Izquierda no puede compararse ni con el argentino ni entre sí. Cada uno tiene sus singularidades y su profundidad en las políticas sociales e inclusivas. Pero hay un gran factor común, que trasciende a toda la región: sus políticas públicas se han basado en un ciclo mundial de altos precios para sus materias primas, el cobre, la soya, el petróleo, periodo que hace un año inició su repliegue. Hoy podemos decir que este ciclo está terminado y probablemente también el modelo de desarrollo basado en la extracción de recursos naturales.

No sabemos todavía la extensión y la profundidad de la reinstalación neoliberal en Argentina. Y tampoco si se reproducirá este fenómeno en el resto de la región, lo cual dependerá de la penetración y solidez de las estructuras políticas actuales. Lo que sí está claro es que la región ingresó en un periodo de inflexión, en un valle, que estará caracterizado por recortes en el gasto de los programas sociales derivados del descenso en los precios de los commodities. En este repliegue los programas políticos y sociales, sin una dirección ni una consistencia clara, pueden llevar a cualquier parte.

La falta de profundidad de las políticas post neoliberales, pero sin duda capitalistas, más los programas de austeridad fiscal, es probable que nos empujen a un periodo de circularidad, de demagogias y retóricas derechistas, tal como ocurrió con la debacle neoliberal hacia finales del siglo pasado, con gobiernos inestables y corruptos incapaces de terminar sus mandatos.

Se abre un nuevo ciclo, aparentemente peor que el anterior, artificialmente inflado con más de una década de altos precios de los recursos naturales. Lo que tendremos es una nueva fase de fuertes demandas y tensiones sociales contra las corporaciones, fusionadas con las diferentes expresiones de los poderes del Estado. Este escenario no surge de un vaticinio sino de la reflexión de analistas como Wallerstein. En este nuevo contexto, que tendrá dimensiones regionales, esta confrontación no podrá ser controlada con las políticas progresistas y menos aún con la reinstalación del modelo neoliberal.

Hay analistas que ya prevén varios años de bajos precios de las materias primas. De manera paralela, también auguran efectos económicos nocivos al interior de los países, más la constante presión de las compañías y los grupos económicos para volver a hacer negocios en medio de la confusión. Un espacio revuelto que, a diferencia de hace una década o más, esta vez contará con una ciudadanía organizada y politizada. Será tiempo de nuevas y más profundas luchas.

terça-feira, 8 de dezembro de 2015

Brasil: Crisis, impeachment y participación ciudadana

Fernando de la Cuadra
ALAI

La declaración de admisibilidad de la solicitud de impeachment realizada por el presidente de la Cámara de Diputados, Eduardo Cunha, pone definitivamente a Brasil en una hoja de ruta que se venía perfilando en los últimos meses, prácticamente desde que la mandataria asumió su segundo período en enero del presente año. Sin embargo, estudios de opinión entre los congresistas realizados en estos días revelan que si la votación sobre el impedimento en el plenario de la Cámara de Diputados fuese en este exacto momento, la presidenta Dilma Rousseff conservaría su mandato, pues la mayoría de ellos se mostró contrario a la instalación de un proceso de veto de la jefa de gobierno. De acuerdo con ese levantamiento, Dilma tendría actualmente el respaldo de por lo menos 258 de los 513 deputados, 87 votos más de los 171 necesarios para mantenerse en el poder. Tal parece que el proceso de impeachment ya nació moribundo y serán necesarios muchos esfuerzos de la oposición para reanimarlo. Ya se puede presagiar esta derrota en la propia constitución de la Comisión Especial para juzgar el mérito del argumento esgrimido por los juristas, crimen doloso de irresponsabilidad en el ejercicio de funciones por parte de la presidenta.

Al consentir la apertura de dicho mecanismo, el diputado Cunha no debe sospechar que no solo puso en evidencia su postura vengativa y chantajista con el gobierno y el Partido de los Trabajadores (PT), sino que además está gatillando aún más el clima de confrontación y agresividad que viene experimentando el país en el último periodo y que se puede agravar en el transcurso de los próximos meses. En primer lugar, Cunha utiliza la carta del impedimento como moneda de cambio para obtener el apoyo de partidos oposicionistas y salvar su mandato de las acusaciones en su contra por corrupción, abuso de cargo, lavado de dinero, evasión fiscal, ocultación de bienes y una lista extensa de crímenes comprobados por diversos órganos contralores del Estado, como la Procuraduría General de la República (PGR), Receita Federal (Impuestos Internos) o el Tribunal de Cuentas de la Unión (TCU).

Una contradicción fragrante de este asunto, es que horas antes de que se estableciera la apertura de la denuncia contra Rousseff, el Congreso había aprobado la nueva propuesta de meta fiscal que consideraba un déficit de 119 billones del presupuesto nacional. Precisamente, la tesis central de la acusación para iniciar un proceso de cesación de funciones se sustenta en la irresponsabilidad del ejecutivo en el ámbito de la contención de recursos públicos y de los mecanismos utilizados para justificar el exceso de gastos que provocaron este déficit presupuestario, a través de un resquicio administrativo sui generis conocido como “pedaladas fiscales”. De acuerdo a connotados juristas, la utilización de las llamadas pedaladas fiscales no justifica la instauración de un juicio que promueva la suspensión de la mandataria, debido al hecho de que este recurso también había sido utilizado por gobiernos anteriores (Itamar Franco, Fernando Henrique Cardoso y Lula Da Silva) con el propósito de realizar los gastos necesarios para movilizar la máquina del Estado y también para implementar el conjunto de políticas -especialmente las sociales- destinadas a mejorar la vida de la población más vulnerable. Además, los gobiernos estaduales de múltiples partidos del espectro partidario también han utilizado esta práctica con el objetivo de viabilizar sus gastos.

El movimiento por la destitución de la presidenta es formado por sectores de la oposición que no se resignan con la derrota electoral pasada, invocando un argumento pseudo-jurídico para acelerar la substitución del ejecutivo por un gobierno de transición que convoque a nuevas elecciones con la vana esperanza de salir triunfante en la próxima contienda electoral. En definitiva, la denuncia no se encuentra debidamente sustentada en hechos jurídicos y elementos probatorios de que la presidenta haya incurrido en un crimen de responsabilidad y que ese crimen fue cometido dolosamente por la titular del cargo. Por lo mismo, la acusación se asemeja más a una estrategia político-partidaria que apela a la Constitución con el propósito de obtener el poder por medio de un expediente legalista cuando éste no pudo ser conquistado a través del voto.

Asimismo, aun admitiendo que el gobierno pueda haber incurrido en una desviación de la cláusula constitucional con relación al capítulo sobre responsabilidad, ello no le resta o substrae la legitimidad obtenida en las urnas en la pasada contienda electoral. El motivo que sostienen ciertos sectores de la oposición es muy débil e irrisorio: Dilma habría perdido su legitimidad ante los ojos de la ciudadanía debido a que las recientes encuestas de opinión demostrarían la acentuada caída en los índices de popularidad de la mandataria. Es a todas luces absurdo e improcedente intentar destituir a un gobierno por los resultados de las encuestas de apoyo popular a su gestión. Las reglas del juego democrático estipulan claramente que quien pierde una elección tendrá otra chance cuando la ciudadanía sea nuevamente convocada a sufragar y decidir en las urnas. La alternancia del poder es una cláusula democrática férrea y ella debe ser respetada por ganadores y perdedores. Si un gobierno es deficiente o malo, la apelación al mecanismo de impeachment no es y nunca será el remedio adecuado para resolver este dilema. Si así fuera, la gran mayoría de los gobiernos en el mundo no conseguirían concluir sus respectivos mandatos.

La inhabilitación del presidente Collor de Melo fue necesaria para restablecer la ética, el decoro y la probidad de la acción gubernamental y en ese proceso convergieron prácticamente todas las fuerzas político-partidarias, los movimientos sociales y las organizaciones civiles de Brasil. Como ya lo han señalado diversas voces de un amplio espectro político y partidario, independiente de las críticas que se le puedan hacer a la actual administración, lo que se encuentra en cuestión es la defensa de la democracia y del respeto a la decisión soberana del pueblo en las urnas. No cautelar este principio puede llevar al Brasil a un periodo de inestabilidad y crisis institucional sin precedentes desde el retorno a la democracia.

Si bien es cierto el país se encuentra atravesando una crisis, la solución planteada por la oposición es bizarra. Ella se fundamenta en la apuesta de que se pueda constituir una alternativa de unidad nacional en torno a alguno de los sucesores oficiales de la presidenta, especialmente su vice, Michel Temer. Luego se convocará a nuevas elecciones y en esa circunstancia los ciudadanos se inclinarán por un “gobierno de salvación” que supere la actual coyuntura. Este es un escenario bastante improbable. En gran parte porque las crisis son como los terremotos, en que las personas saben dónde comienzan pero no saben cuándo y cómo terminan. Es la incerteza lo que hace que se instale un sentimiento colectivo de que la “presente crisis” es la peor que existe en la historia del país y concomitantemente refuerza la sensación de sofoco y angustia entre la población. Asumiendo este supuesto, no existe la posibilidad de salir del actual impasse a través de recetas mágicas o por el simple reemplazo del gobierno de turno. La crisis es sistémica y se requiere de un gran acuerdo nacional para formular consensuadamente las posibles salidas en el ámbito económico, energético, político y social.

Sin embargo, la tentativa de derribar al gobierno introduce aspectos positivos. El primero, y quizás más evidente, es que al igual como sucedió hace algunos años atrás con el “caso Collor”, la población entró en una dinámica in crescendo de debates sobre variados aspectos de la vida republicana nacional y sobre el futuro del país. Brasil se ha transformado en una gran arena de discusión en la que cual más cual menos los actores deben tomar partido a favor o en contra del impeachment y analizar sus posibles desdoblamientos. Ese intercambio circula vertiginosamente en las redes sociales y en diversos espacios ciudadanos, neutralizando la influencia ejercida por las corporaciones de mass-media tradicional. Pero el debate no se encuentra restringido al ciberespacio, pues es evidente que dicha disputa se instalará rápidamente en las calles. Las posibilidades de éxito o derrota de la iniciativa opositora se van a respaldar en la capacidad de convocatoria que cada sector tendrá para movilizar sus fuerzas. La temperatura del Ágora y la movilización de la ciudadanía será un factor fundamental que actuará como un contrapeso a favor o en contra de la destitución.

Pensamos que este es un escenario en que las fuerzas democráticas saldrán fortalecidas y que, inversamente, el carácter revanchista y oportunista de la acusación quedará desenmascarado. La previsible derrota de los grupos pro impeachment en la Comisión Especial de la Cámara de Diputados le permitirá al ejecutivo salir más vigorizado para reformular el presidencialismo de coalición y concluir su mandato sin las presiones que hasta ahora viene ejerciendo el principal partido de la base aliada, el Partido del Movimiento Democrático Brasileño (PMDB), que preside ambas casas del Congreso y que ocupa, hasta ahora, la Vice-Presidencia de la República.

Brasil se encuentra en estos momentos entre la turbulencia y la incerteza, aunque no existen elementos de peso que permitan augurar o presagiar un desenlace trágico. Al contrario, quizás sea esta una inmejorable circunstancia para que el debate democrático se difunda capilarmente en todo el territorio y que la política se discuta en el día a día por la población, recuperando para la plaza pública una actividad que había sido secuestrada por determinados grupos de profesionales de la política, policy makers y experts. La democracia puede ser medida por la voluntad de las personas para participar colectivamente en la construcción de un mejor porvenir. En ese sentido, estos tiempos representan una ocasión privilegiada para ratificar los principios demócraticos por sobre las asonadas y tentativas autoritarias, así como manifestar aquello que los griegos convocaban en la polis: un espacio para reflexionar, proponer, debatir y deliberar sobre los asuntos que le competen a todos los miembros de una comunidad de destino. Ojalá Brasil pueda aprovechar esta oportunidad.

segunda-feira, 30 de novembro de 2015

David Harvey: El arte de la política

Gabriel Delacoste
La diaria

Cómo diseñar un futuro alternativo desde la izquierda, según el académico británico David Harvey.

Con el ascenso de Jeremy Corbyn en Gran Bretaña, Bernie Sanders en Estados Unidos, Syriza en Grecia y Podemos en España, pareciera que existe un renacimiento de la política radical y de izquierda a lo largo de Europa y Estados Unidos. ¿Cuáles son sus impresiones sobre el estado de la izquierda en el Primer Mundo?

Quisiera ser optimista, pero francamente soy más bien cauto, por varias razones. Lo impactante de Sanders y Corbyn es que fueron una gran sorpresa para la prensa convencional. Me da la impresión de que esa prensa ha construido una narración sobre cómo es el mundo y está muy cómoda en esa narración, que no incluye a gente como Corbyn o Sanders como gente con influencia alguna. Esa narración estuvo equivocada desde el principio: estaban ocurriendo muchas más cosas de lo que se reconocía. Se puede rememorar algunos de los movimientos sociales de masas que sorprendieron a la gente, como las enormes manifestaciones contra la guerra en 2003. Nuevamente, éstos fueron eventos sorprendentes, que se desvanecieron más bien rápido. La razón por la que soy cauto en relación a lo que puede ocurrir es que veo que Syriza, por ejemplo, llegó en una posición muy fuerte, y ahora se está manteniendo en el poder administrando todas las cosas que dijo que quería abolir. Y creo que si Corbyn dura -y pienso que va a durar más de lo que muchos creen-, va a ser también por haber cedido, en parte, porque el poder ya no está en la política. Y no está en la política por dos razones: una es que las clases altas, la plata grande, domina a la política; y la otra es que las personas que son intuitivamente de izquierda no confían en la política en absoluto, tienden a no votar. Entonces, ocasionalmente aparece algo como Corbyn o Syriza, pero la gente no se mantiene en la política. Hay una especie de política de la antipolítica que domina nuestra izquierda. Y es muy difícil transformar eso en algo organizado o en una campaña política bien orquestada. Por eso no soy optimista en cuanto a que podamos ver cambios importantes como consecuencia de todo esto. Lo que sí veo es mucha gente muy desencantada con lo que ocurre; veremos qué forma de expresarlo encuentran en los meses y los años que vienen. Pueden ser modos de expresión de izquierda o de derecha. La derecha está vivita y coleando en el Norte Global, y está reclamando fascismo. Aún así, conservo la esperanza en que reviva la política antiausteridad.

Al mismo tiempo que emergen estas nuevas izquierdas, parece haber un resurgir de la importancia del pensamiento de izquierda, tanto en el norte como en el sur. En América del Sur hay una gran discusión entre los que siguen a Ernesto Laclau y piensan en términos de estrategias populistas que logren tomar el poder del Estado y quienes siguen a Antonio Negri y piensan en una política horizontal, no estatal y local. Ninguno parece dar una gran respuesta: las estrategias populistas pueden tomar el poder del Estado pero no saben cómo lidiar con el capital, mientras que las estrategias horizontales nunca parecen ser capaces de crear movimientos grandes y sostenidos. ¿Donde se ubicaría usted en este debate?

Creo que Negri está cambiando su postura; no creo que esté tan comprometido con esas formas horizontales. De hecho, en una entrevista reciente dijo que su pensamiento y el mío estaban convergiendo, lo que me resulta bastante sorprendente. Existe cierto fetichismo de la forma organizacional en la izquierda que significa que cualquier cosa que no sea horizontal no está contemplada, cualquier cosa de gran escala es rechazada. Yo no veo la política en esos términos; de hecho cada vez que estuve en una estructura de asamblea en realidad no era horizontal, existían liderazgos secretos y todo eso. Creo que sería necesario algo de pragmatismo en esa parte de la izquierda en cuanto a cómo piensa en la organización y en que debería hacer. Es cierto que las estrategias populistas pueden servir para tomar el poder. Pero lo que vimos en Argentina es que existe un límite a lo que podés hacer cuando estás comprometido con una estrategia populista.

Quería preguntarle sobre ese punto. Varias veces ha usado a América del Sur como ejemplo de un lugar en el que los movimientos sociales fueron capaces de responder al capital. Éste es un momento muy especial para América del Sur, porque todas las fuerzas progresistas y revolucionarias están en crisis o en graves problemas. ¿Cómo ve esta situación?

Hubo un momento curioso en la historia de América Latina, al final de las dictaduras, en el que vimos cómo se daban paralelamente la democratización y el neoliberalismo, y cómo la colisión de estas dos fuerzas creó una oportunidad para la aparición de una izquierda muy peculiar, basada en cuestiones de derechos que eran perfectamente compatibles con el neoliberalismo, pero que estaba basada también en la profundización de la democracia. Más adelante vemos, por ejemplo, que Lula da Silva y el Partido de los Trabajadores llegan al poder en Brasil y son, al principio, muy progresistas. Pero paso a paso se van haciendo más y más cautivos del capital, y empiezan a desempoderar a los movimientos sociales. Entre 2005 y 2010 las cosas estaban extremadamente activas, pero desde entonces el poder político ha domado a los movimientos sociales. Por ejemplo, los movimientos indígenas del campo ecuatoriano ya no son tan fuertes como eran. Es una paradoja que hayan sido gobiernos de izquierda los que los desempoderaron. Y ahora esos gobiernos de izquierda están en problemas. Y vemos una situación en la que la derecha puede hacerse cargo, y los movimientos sociales no van a estar allí para crear resistencia. Esto, por supuesto, se une al hecho de que hubo un boom económico en América Latina durante aquellos años, que en buena medida estuvo unido al comercio con China. La caída de los precios de las materias primas generó serios problemas económicos en casi todos los países de América Latina, por lo que estamos viendo tasas de crecimiento cero, y no el fuerte crecimiento de hace cuatro o cinco años. Estas cosas suceden juntas y pintan un panorama muy complicado.

En ese tema parece haber una contradicción en la acción de los gobiernos progresistas y revolucionarios de América del Sur. Pareciera que su habilidad para redistribuir y para obtener victorias políticas depende de su capacidad para atraer grandes inversiones, ser exitoso en los mercados internacionales y exportar materias primas, todas cosas que dan poder al capital sobre el territorio, ya sea mediante la especulación inmobiliaria, el desarrollo agrícola o la minería. ¿Hay alguna forma de salir de esta contradicción?

Es el clásico problema que ocurre cuando el socialismo es visto simplemente como algo relacionado a la redistribución y no se presta atención a la producción, a cómo se organiza ésta. Se da exactamente esa contradicción: el programa redistributivo depende en lo crucial del programa de desarrollo, lo que significa que, en esencia, renunciás la estrategia de desarrollo del país a grandes empresas. Tiene que existir una manera alternativa de pensar el modo de producción, que no sea dependiente del capital. Esto no está siendo proyectado, excepto quizá en organizaciones muy periféricas de escala bastante pequeña: economías solidarias, cooperativas de trabajadores, fábricas recuperadas. Estos movimientos son relativamente pequeños y no fueron organizados como una fuerza que reconfigure cómo se produce la riqueza en la sociedad, y que pueda ser aislada del poder del capitalismo global, que deviene cada vez más centralizado y más politizado en la forma en que opera alrededor del mundo.

Las organizaciones que querrían ir en otra dirección son demasiado pequeñas, mientras que los gobiernos de izquierda son capaces de transformar sus excelentes relaciones con el capital en una forma de obtener apoyo popular. Siendo América Latina una región pobre y desigual, existe una demanda popular real de mayores niveles de consumo. ¿Es posible, en una región pobre, la aparición de un movimiento político que no se base en promesas de crecimiento del consumo?

Depende de qué forma de consumo estemos mirando. Una cosa que me impresiona de América Latina en los últimos 20 o 30 años es hasta qué punto la forma de consumo que se promueve está construida en torno al automóvil, a nuevas carreteras, a shoppings. Parece casi diseñada para ser estadounidense. Y francamente éste no es, para mí, un modo de producir especialmente sano o valioso. De hecho, últimamente cuando visito grandes ciudades latinoamericanas paso mucho tiempo estancado en embotellamientos, y pienso “por qué este compromiso con lo que en Ecuador llaman 'Buen vivir' implica estar sentado en un embotellamiento, rodeado de shoppings y condominios”. En otras palabras, existen formas variadas de consumismo, y creo que el modelo de consumismo que está siendo importado en estos países no necesariamente es una forma de consumismo que uno quisiera promover si estuviera pensando en el bienestar de todos. De hecho, algunas de las protestas que han emergido, por ejemplo los levantamientos en las ciudades brasileñas en 2013, están relacionadas con el precio del transporte, de los megaproyectos en torno a la Copa del Mundo, que estaban recibiendo recursos masivos que no estaban llegando a la gente. Qué consumo queremos es una gran pregunta, y creo que podemos decir a la gente: “Miren, no estamos en contra del consumo, estamos a favor del buen consumo: comida limpia, sana y buena en lugar de comida chatarra, menos tiempo de transporte, mayor proximidad del trabajo a la residencia, rediseño urbano”. En otras palabras, deberíamos buscar un modo de consumo radicalmente diferente del que está siendo promovido, con consecuencias muy desafortunadas para muchas ciudades de América Latina.

Mencionó el “Buen vivir”. Existe una intensa discusión en América del Sur entre los que usan esta categoría desde posiciones decoloniales y antidesarrollistas y aquellos en la izquierda tradicional, más economicista. Como intelectual marxista que estudia la relación entre el capital y la naturaleza y ha propuesto una economía de crecimiento cero, usted parece estar en los dos bandos del debate. ¿Como ve esta cuestión?

Es un poco incómodo, porque me disparan desde los dos costados. Murray Bookchin, que era anarquista y dejó el anarquismo, dijo recientemente que él pensaba que el futuro de la izquierda dependía de poder juntar lo mejor del anarquismo con lo mejor del marxismo, y que mientras no aprendamos a hacer eso no vamos a ir a ningún lado. Me inclino a estar de acuerdo con eso, porque pienso que muchas de las ideas que se encuentran en los grupos autonomistas y anarquistas en términos de organización social y relación con la naturaleza son muy positivas, y merecen ser miradas y trabajadas. Me gusta la idea del socialismo confederal, un modo de gobierno basado en asambleas locales y asambleas macro, que buscan formas de desplazar al Estado capitalista con otras formas de gobierno. Son ideas muy interesantes. Pero es muy difícil para este tipo de política pensar en cómo organizar sociedades macro de manera que alimentemos, refugiemos y vistamos a 7.000 u 8.000 millones de personas de una manera razonable. Y no creo que los movimientos anarquistas o autonomistas puedan responder a esa gran pregunta. Esa pregunta fue tradicionalmente abordada por grupos de la izquierda tradicional, aunque de una manera tan dogmática que terminó por despreciar la profundidad de las propuestas anarquistas y de izquierda en lo que refiere a la organización y la naturaleza. Tenemos que juntar muchas de estas cosas de la mejor manera que podamos. Veo que está sucediendo algo de eso en el norte de Siria, entre las poblaciones kurdas de Rojava, que llevan adelante experimentos. He tratado de viajar hasta allá durante los últimos seis meses para ver qué está ocurriendo, pero el gobierno turco no me lo ha permitido. No pretendo ir para decir “acá está la respuesta”, sino para ver que existen experimentos de este tipo que deben ser apoyados. Entonces, nuevamente, creo que existen posibilidades y que hay que tener la cabeza abierta. Y tenemos que pensar que una parte del asunto es estar preparados para redefinir el terreno teórico en el que estamos pensando.

Uno de los principales conceptos de sus últimos trabajos es que si bien el capital no es capaz de resolver sus contradicciones, sí es capaz de moverlas de manera de que no exploten. Al mismo tiempo, usted pone mucho énfasis en la ciudad como lugar de organización política. ¿Es posible, desde lo local o lo nacional, enfrentar esta capacidad que el capital tiene de moverse mediante burbujas, corridas, etcétera?

Estoy firmemente convencido de que toda política debe tener raíces en las circunstancias locales. Pero también estoy firmemente convencido de que si se mantiene en lo local y no va a otro lugar, fracasa. La pregunta, entonces, es cómo construir atravesando diferentes escalas. Existen intentos de construir conexiones internacionales. El MST [Movimiento de Trabajadores Rurales Sin Tierra] de Brasil intentó hacerlo, organizaciones como Vía Campesina tienen un alcance global. La única respuesta a esa pregunta es que comencemos a configurar vínculos firmes y activos entre organizaciones, en términos de su acción política. Te puedo dar un pequeño ejemplo: la Unión Europea está en serios problemas como configuración. Existe una generación entera de estudiantes que atravesó Europa gracias a programas de becas como Erasmus. Yo le pregunto a estos estudiantes por qué no construyen la base de una organización completamente distinta que diga “hay cosas que valen la pena de Europa, pero no la forma capitalista basada en Maastricht, y nosotros somos la generación revolucionaria que va a reconfigurar esto”; y ellos casi siempre dicen “Europa es burócrata” y todo eso. Esto nos lleva al problema del descreimiento en la capacidad para hacer algo. Hoy empezamos hablando sobre hasta qué punto un movimiento antiausteridad puede desarrollarse a lo largo de Europa e incluso más allá, y esto es posible si se logra canalizar a los sectores de la población que ven algo valioso en trabajar juntos, en un ambiente de respeto a las diferencias, para diseñar un futuro alternativo. Eso es lo que espero ver, y es de lo que hablo tanto, para tratar de hacer que la gente empiece a pensar en ello. Porque si no ocurre, vamos a estar encerrados con esta bestia capitalista, a la que no le está yendo muy bien, a pesar de que a los capitalistas les esté yendo extremadamente bien. Ellos tienen que ser privados de su poder, y eso va a ocurrir o bien pacíficamente, por medio de la aparición de movimientos de masas, o bien de una manera mucho, mucho peor.

quarta-feira, 18 de novembro de 2015

Manifiesto de la transición hacia el decrecimiento feliz

Julio García Camarero
Decrecimiento

Ya es más que evidente que el Neoliberalismo Global de EEUU se está desgastando a pasos vertiginosos y que ello se debe principalmente a que quiere mantenerse en su quimera de un planteamiento crecentista-productivista-consumista; muchas veces confundida con un progreso que es falso y quimérico. Pero este poder global de EEUU, al ver que con este planteamiento no va por buen camino, (con el apoyo de los países de la OTAN) trata de superar esta decadencia a base del desarrollo de acciones militares violentas que destruyen países enteros.

Y precisamente esta manía competitivista y crecentista de unos pocos nos está conduciendo a todos a un inminente colapso político-económico. De ello ya existen claras manifestaciones como lo son los casos:

a. por un lado de Grecia, Siria, Ucrania, Yemen, Libia, Palestina,
b. por otro lado las políticas de austeridad del FMI, que nos conduce a la precariedad, disminución de derechos sociales, etc…
c. y, en fin, en sí el propio neoliberalismo global, que lleva en su seno el colapso inevitable.

Además, este colapso se encuentra directamente relacionado con el colapso ecológico y social, que se caracteriza por la aparición de fenómenos como: agotamiento de los últimos recursos planetarios, cambio climático, desertificación, inmigraciones masivas de seres humanos debida a adversidades medio-ambientales, o refugiados que huyen de lo que ya se puede empezar a llamar la 3ª Guerra Mundial.

Estos actores son incapaces de salir del dogma del crecimiento y del desarrollo neoliberal basado en el constante aumento del consumismo-productivismo. Y todo ello, sin pararse a pensar que no se puede crecer de forma constante e ilimitada a partir de unos recursos planetarios completamente limitados y con el agravante de este boom demográfico humano.

Y sucede que las fuerzas económicas y políticas se mantienen rabiosamente irresponsables y defienden el negacionismo de las dimensiones ecológicas y alertas aportadas por los mejores datos científicos. Véase, por ejemplo, el Quinto Informe del Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático (que se presentará a primeros de diciembre 2015 en la cumbre de París) elaborado por 3.000 científicos de 120 países y una serie de organismos de primer orden como por ejemplo la NASA.

A todo este caos, basado en el crecimiento económico de una oligarquía (cada vez mas reducida) a costa del aumento de la miseria (que ellos identifican indebidamente con la austeridad) de la inmensa mayoría, se le puede llamar decrecimiento infeliz. Y resulta que ante esta posición de ceguera generalizada existe la evidencia de que, queramos o no queramos, el 99% vamos a decrecer (o ya estamos decreciendo) dado el avanzado estado de esquilmación de recursos y de boom demográfico humano. Ante esta tesitura y posición de ceguera del sistema

Manifiesto

Que es urgente iniciar un movimiento de transición desde el decrecimiento infeliz a un decrecimiento feliz que se obtenga a partir de las siguientes 20 acciones de transición descritos en este doble-decálogo transicionero hacia el decrecimiento feliz:

1. La 1ª transición será: desde lo material y crematístico… a lo humano.
2. Desde el consumismo… al consumo responsable.
3. Desde la innovación para fines cortoplacistas como la obsolescencia programada… a las cuatro erres (reducir, reutilizar, reciclar y restaurar ecosistemas en degradación).
4. Desde el productivismo global… a la producción local.
5. Desde el antropocentrismo exclusivo… al ecocentrismo en el que se incluya lo humano como parte de la biosfera.
6. Desde el machismo patriarcal… a una sociedad donde la relación hombre-mujer sea totalmente horizontal.
7. Desde la competitividad… a la cooperación.
8. Desde el individualismo autista… al apoyo mutuo.
9. Desde el egoísmo monetarista… a los bienes relacionales.
10. Desde el estado de bien estar… al bien vivir.
11. Desde la mega-ciudad parásita… a la agroecología.
12. Desde el monopolio… al polipolio.
13. Desde el monocultivo… al policultivo.
14. Desde el pensamiento único… a la diversidad cultural, lingüística y la biodiversidad.
15. Desde la nefasta revolución verde, la biopiratería y el dumping… a la soberanía alimentaria.
16. Desde el extractivismo, rapaz, usurpador y cleptómano… al cuidado y respeto de la Pacha Mama.
17. Desde el despilfarro esquilmador… a la sencillez voluntaria.
18. Desde la manía de la hegemonía… a la convivencia biosférica.
19. Desde la meditación divina… a la reflexión humana y ecológica.
20. Desde las guerras militares y económicas… a la paz entre todas las personas y animales.

En una palabra: es necesaria y urgente una transición desde el decrecimiento infeliz al decrecimiento feliz.

terça-feira, 17 de novembro de 2015

París y el destino de la Tierra

Peter Singer
Project Syndicate

El destino de un número desconocido de especies de plantas y animales depende de la Conferencia de las Naciones sobre el Cambio Climático

Las vidas de miles de millones de personas, durante los siglos por venir, estarán en juego cuando los dirigentes del mundo y los negociadores gubernamentales se reúnan en la Conferencia de las Naciones sobre el Cambio Climático que se celebrará en París al final de este mes. El destino de un número desconocido de especies de plantas y animales pende también en la balanza.

En la Cumbre de la Tierra, celebrada en Río de Janeiro en 1992, 189 países, incluidos los Estados Unidos, China, la India y todos los países europeos subscribieron la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático y acordaron estabilizar las emisiones de los gases que provocan el efecto de invernadero “en un nivel lo suficientemente bajo para prevenir una peligrosa interferencia antropogénica en el sistema del clima”.

Sin embargo, hasta ahora no se ha producido dicha estabilización y, sin ella, los bucles de retroalimentación climáticos podrían impulsar el aumento de las temperaturas aún más. Con menos hielo ártico que refleje la luz del Sol, los océanos absorberán más calor. El deshielo del gelisuelo siberiano liberará enormes cantidades de metano. A consecuencia de ello, zonas enormes de nuestro planeta, que actualmente albergan a miles de millones de personas, podrían resultar inhabitables.

En conferencias anteriores de la Convención Marco los firmantes intentaron lograr acuerdos legalmente vinculantes sobre las reducciones de las emisiones, al menos en el caso de los países industrializados que han producido la mayor parte de los gases que provocan el efecto de invernadero en la atmósfera. Esa estrategia falló –en parte por la intransigencia de los Estados Unidos durante la presidencia de George W. Bush– y se abandonó cuando en la conferencia de 2009 no se logró un tratado con el que substituir el Protocolo de Kyoto (que los EE.UU. nunca firmaron). De hecho, el Acuerdo de Copenhague se limitó a pedir a los países promesas voluntarias de reducir sus emisiones en determinadas cantidades.

Ahora han llegado dichas promesas, de 154 países, incluidos los mayores emisores y se quedan muy cortas respecto de lo que se necesitaba. Para entender el desfase entre lo que conseguirían las promesas y lo que se necesita, debemos remontarnos a las fórmulas que todo el mundo aceptó en Río. La formulación fue vaga en dos aspectos fundamentales. En primer lugar, ¿qué constituiría una “peligrosa interferencia antropogénica en el sistema del clima”? Y, en segundo lugar, ¿qué nivel de seguridad entraña el término “prevenir”?

La primera ambigüedad se ha resuelto mediante la decisión encaminada a la consecución de un nivel de emisiones que limite el aumento de la temperatura media de la superficie de la Tierra a dos grados centígrados por encima del nivel preindustrial. Muchos científicos consideran peligroso incluso un aumento menor. Pensemos en que incluso con un aumento de sólo 0,8 grados centígrados hasta ahora, el planeta ha experimentado temperaturas sin precedentes, más fenómenos meteorológicos extremos y un importante derretimiento de la capa de hielo de Groenlandia, que contiene agua suficiente para causar un aumento de siete metros. En Copenhague, no se escucharon las súplicas de los representantes de los pequeños Estados insulares (algunos de los cuales dejarán de existir, si los niveles del mar siguen aumentando) en pro de un objetivo de 1,5 grados centígrados, esencialmente porque los dirigentes del mundo consideraron que las medidas necesarias para conseguir dicho objetivo eran políticamente irreales.

La segunda ambigüedad sigue sin despejarse. El Instituto Grantham de Investigación de la School of Economics ha analizado la informaciones presentadas por los 154 países y ha concluido que, aun cuando se aplicaran todas, las emisiones mundiales de carbono aumentarían de su nivel actual de 50.000 millones de toneladas anuales a 55.000-60.000 de aquí a 2030, pero para tener una posibilidad del 50 por ciento de mantener el límite de dos grados centígrados, las emisiones anuales de carbono deben disminuir hasta los 36.000 millones de toneladas.

Un informe del Centro Nacional para el Restablecimiento del Clima de Australia no es menos alarmante. El nivel actual de emisiones a la atmósfera significa que tenemos un diez por ciento de posibilidades de superar los dos grados centígrados, aun cuando dejáramos de añadir más emisiones ahora mismo (cosa que no va a ocurrir).

Imaginemos que una compañía aérea redujera sus procedimientos de seguridad hasta un nivel en el que hubiera un diez por ciento de posibilidades de que los aviones no pudiesen concluir sus vuelos con seguridad. La compañía no podría afirmar que había impedido que los aviones peligrosos volaran y tendría pocos clientes, aun cuando sus vuelos fueran mucho más baratos que los de ninguna otra. De forma similar, en vista de que la escala de la catástrofe que podría resultar de la “peligrosa interferencia antropogénica en el sistema del clima”, no deberíamos aceptar una posibilidad del diez por ciento –si no muchas veces mayor– de superar los dos grados centígrados.

¿Cuál es la opción substitutiva? Los países en desarrollo sostendrán que su necesidad de energía barata para sacar a su población de la pobreza es mayor que la de los países ricos para mantener sus niveles –con frecuencia despilfarradores– de consumo energético y tendrían razón. Ésa es la razón por la que los países ricos deben fijarse el objetivo de descarbonizar sus economías lo antes posible y en 2050, a más tardar. Podrían comenzar prescindiendo de la forma más sucia de producción de energía, las centrales eléctricas de carbón, y denegar las licencias para explotar nuevas minas de carbón.

Otro beneficio rápido podría conseguirse alentando a la población para que coma más alimentos vegetales, tal vez gravando la carne y utilizando los ingresos resultantes para subvencionar opciones substitutivas más sostenibles. Según la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura, la industria ganadera ocupa el segundo lugar por la cantidad de sus emisiones de gases que provocan el efecto de invernadero, por encima de todo el sector del transporte. Eso significa que hay mucho margen para reducir las emisiones y de formas que tendrían menos repercusiones en nuestra vida que la de dejar de utilizar todos los combustibles fósiles. De hecho, según un reciente informe de la Organización Mundial de la Salud, una reducción del consumo de carnes rojas y elaboradas entrañaría el beneficio suplementario de reducir las muertes por cáncer.

Esas propuestas pueden parecer irreales. Sin embargo, cualquier medida inferior sería un crimen contra miles de millones de personas vivas y por nacer y contra todo el medioambiente natural de nuestro planeta.

quinta-feira, 12 de novembro de 2015

Brasil: Petrobrás y la lógica del ajuste

Amílcar Salas Oroño
CELAG

Con su Congreso Nacional como indicador emblemático de una crisis que aún no resuelve su destino, Brasil se encamina a cerrar el 2015 con signos inequívocos de falta de coordinación entre sus esferas administrativas – federal, estadual, municipal-, con un salario real promedio en las periferias de las grandes ciudades un 7% más bajo que el año pasado, una retracción económica global de casi un 3% del PBI y un contingente de casi 800 mil trabajadores menos en el mercado de trabajo. Una política económica – la impulsada por J. Levy desde principio de año – que comienza a profundizar la propia fragmentación de los intereses sociales que, frente a la coyuntura, buscan resolver por su cuenta sus circunstancias.

Desde un punto de vista más panorámico, pareciera que en Brasil vuelve a aparecer una de las marcas idiosincráticas de su capitalismo constitutivo: la inorganicidad de las diferentes partes del sistema social, tal como lo han discutido y debatido por décadas sus principales intelectuales. Aquello que había sido una posibilidad medianamente estabilizada de organicidad política – o “conciliación de clases”, para usar un término más clásico- entre industriales y sindicatos, actividades agropecuarias y modernización científica, bancos y consumo popular, etc., durante el período “lulista” (también proyectable a algunos años del primer gobierno de Dilma Rousseff), parece haber entrado en una fase de desagregación. Las posiciones y respuestas empiezan a ser parciales, desarticuladas, lo que alimenta un cuadro general no demasiado auspicioso.

Petrobrás y la crisis económica

Siendo la principal empresa latinoamericana, hay una conexión nada despreciable entre la crisis de Petrobrás y la contracción del PBI brasileño durante el 2015. En comparación con el año pasado, Petrobrás redujo sus inversiones en casi un 40%, con consecuencias sobre toda la economía: si se incluyen los efectos indirectos (sobre empresas subsidiarias, los proveedores relacionados con la industria del petróleo, la retracción a la baja en general de la población afectada) y las inversiones totales que dejaron de ser realizadas por las constructoras (no sólo en las áreas de petróleo y gas) el efecto negativo llega a casi un 2% del PBI. Sin que fueran indispensables las medidas tomadas, como lo han advertido especialistas en el tema, este “giro” de Petrobrás tuvo una consecuencia mayor sobre el achicamiento de la economía que las propias medidas recaudatorias del “ajuste” promovido por J. Levy; tiene que ver con el peso determinante que tiene sobre la economía: en el ciclo 2010-2014, fue responsable por el 8,8% de las inversiones en el país, lo que constituye a la compañía en un factor clave, indispensable.

La buena disposición mostrada por la “comunidad internacional de negocios”, las calificadoras de riesgo y los medios emblemáticos globales de comunicación, respecto de Brasil, Lula e incluso la propia Dilma (que presidía el Consejo de Petrobrás desde el 2006) comenzó a modificarse precisamente a partir de que el Gobierno, en el 2010, dispuso como marco regulatorio sobre los campos de petróleo del Pre-Sal -la mayor reserva de petróleo descubierta en el Siglo XXI- la obligatoriedad de la presencia de Petrobrás como operadora única, lo que no excluía la participación de otras compañías. A partir de allí, no sólo empezó una campaña internacional y nacional para “reabrir” estas cláusulas (soberanas) brasileñas sino que comenzó la búsqueda por modificar la gestión de la compañía, como queda claro en los documentos que evidenciaron el espionaje de la NSA a Petrobrás en el 2013.

La caída de los precios internacionales del petróleo y las denuncias por el escándalo del Lava-Jato – con una sobreexposición mediática permanente- ampliaron el margen de maniobra para las interferencias sobre la empresa: las presiones continuaron con el reemplazo de G. Forster, la asimilación de que la salida a su “crisis financiera” era el eventual “giro” de la compañía de este año, medidas compactadas con el arribo del nuevo equipo al Ministerio de Economía. Pero los cambios no se han detenido allí: en estas últimas semanas han tomado envión en el Congreso Nacional los diversos proyectos de modificación sobre las competencias y atribuciones de Petrobrás en los campos del Pre-Sal, cuestión que ya pareciera tener más posibilidades de que ocurra, como lo admitió hace unos días en Marruecos el propio J. Levy. El sentido es el mismo: el “giro” de Petrobrás es la proyección de la lógica del ajuste del gobierno de Dilma Rousseff sobre uno de los elementos más gravosos de crecimiento económico, sino el más importante.

El Partido dos Trabalhadores y la lógica del ajuste

Este cambio en la política de inversiones de Petrobrás -que la semana pasada tuvo como respuesta una huelga de petroleros, la más importantes en muchos años, con consecuencias en la propia cotización internacional- resulta clave en función de los ajustes realizados en otras esferas estatales; por la recesión económica que provoca, puede llegar a poner en juego la propia supervivencia política del Partido dos Trabalhadores. Algunas conclusiones deberían poder sacarse sobre este punto; tanto en relación con Petrobras, cuyo valor viene en franco declino, como desde un punto de vista más general, en relación con las opciones que toman los gobiernos en determinados momentos de su gestión, respecto de la “lógica del ajuste”.

La “lógica del ajuste” es difícil de poder administrar focalizadamente: se convierte con cierta velocidad en una opción ideológica que impregna al resto del conjunto, aún más si parte del núcleo del poder decisorio, como el Ministerio de Economía, o de la principal palanca del crecimiento económico de los últimos años, como Petrobrás. Desde ese centro se difumina una particular “cultura del ajuste” en las mentalidades de quienes toman las definiciones en materia de políticas públicas -y en Brasil, en estos meses, ha sucedido parcialmente este fenómeno-, que se desplaza hacia las administraciones subnacionales (basta sólo revisar cómo están argumentando gobernadores de signo políticos distintos los proyectos de presupuesto “achicados” para el 2016), los léxicos de las dirigencias empresariales (algo explícito, por ejemplo, en los últimos documentos de la FIESP) e, incluso, pasa a formar parte de algunas orientaciones del sentido común.

En la “lógica del ajuste” -ese desplazamiento que va de la opción económica a la perspectiva ideológica- hay un espiral cuyo control no siempre es posible de administrar, como propicia, incluso, el propio Lula: los tres anteproyectos de Presupuesto 2016 debatidos hasta el momento tuvieron que ser modificados por pronósticos progresivamente más negativos para el año que viene. Y lo que resulta más importante: como expresión de esta trayectoria 2015, una dialéctica social cuyo panorama es de una mayor desagregación política y cultural, sea en el aumento de la protesta sindical, sea en un Congreso Nacional completamente fragmentado y caotizado, o bien en procesos de identificación microsociales que se multiplican desde las mínimas singularidades. En otras palabras, un año de reversión en términos cohesivos respecto del avance de los últimos años; un paso hacia atrás. Algo de esa inorganicidad que la sociología brasileña caracterizó con detalle hace tiempo.

terça-feira, 29 de setembro de 2015

La disputa democrática contra la agenda conservadora

Fernando de la Cuadra
ALAI

La decisión del Supremo Tribunal Federal (STF) de declarar como inconstitucional la propuesta sobre el financiamiento empresarial de las campañas electorales, viene a instalar un nuevo ingrediente en la disputa por consolidar los valores democráticos en un momento en que las fuerzas más conservadoras del país se han sentido estimuladas a salir de sus reductos para proponer una agenda regresiva en diversos ámbitos de la vida política, económica, social y cultural de Brasil.

Algunos de los temas que han ido ganando espacio entre los partidos de oposición, en las movilizaciones de calle y en las redes sociales son: la tercerización de contratos en empresas públicas y privadas; la privatización de la Petrobras y/o la participación de esta empresa en la explotación de los yacimientos descubiertos en la capa pre-sal; la eliminación o privatización del Sistema Único de Salud (SUS); la disminución de la mayoridad penal para 16 años; el enflaquecimiento de los mecanismos de control de armas; la prohibición del contrato civil entre parejas homoafectivas; la penalización del aborto; etc. Pero lo que sin lugar a dudas representa el mayor peligro para la democracia es el llamado de algunos sectores para que los militares intervengan nuevamente por medio de un Golpe de Estado.

Existe en este momento una lucha desatada en la oposición por definir quien ocuparía el liderazgo y la hegemonía de este viraje conservador y también sobre cuál sería su naturaleza, es decir, si esta arremetida asume rasgos más o menos reaccionarios a la actual administración. Utilizo la denominación de postura o espíritu “reaccionario” no como un mero recurso retórico ni como expresión peyorativa, sino en su sentido más puro, es decir, para indicar el giro hacia la derecha de aquellos sectores que se han concertado en torno a una agenda conservadora y que aspiran efectivamente a retrotraer y/o anular las conquistas alcanzadas por la democracia brasileña en las últimas tres décadas y, más específicamente, desconocer los avances consagrados por la Constitución de 1988 y el conjunto de políticas de protección social de carácter inclusivo que vienen siendo implementadas con énfasis desde el año 2003. Según sus principales ideólogos, el actual clima de malestar expresado por una parte significativa de la población -especialmente las clases medias- sería una respuesta o “reacción” a los efectos nocivos que tendría para la nación un conjunto de políticas, planes y programas de sello populista que junto con provocar el desfinanciamiento y el aumento de la deuda pública, estaría generando una desidia e indolencia por parte de la población que prefiere recibir la asistencia del gobierno a luchar por el sustento diario a través de su inserción como trabajadores.

En dicho contexto, la derrota de quienes postulan que las campañas políticas pueden ser financiadas por el capital privado, representa un avance indiscutible pues es sabido que en este tipo de dependencia de la clase política a los intereses de los empresarios se encuentra un importante factor que ha estimulado la corrupción y ha generado enormes asimetrías entre los diversos partidos y candidatos, socavando las formas de representación popular en beneficio de los grupos empresariales y las bancadas que expresan sin tapujos los intereses de sectores que solo aspirar a aumentar sus márgenes de ganancia, inclusive en el ámbito de la crisis. Es un triunfo por lo demás momentáneo, en esta “batalla de las ideas” que enfrenta a los partidarios de un país más inclusivo y democrático, con las fuerzas que pretenden revertir las conquistas políticas y sociales que vienen siendo impulsadas desde la restauración democrática y que fueron profundizadas en la última década con los programas sociales de los gobiernos del Partido de los Trabajadores (PT) tales como Bolsa Familia, Fome Zero, Minha Casa, Minha Vida, Universidad para Todos (ProUni), aumento del salario mínimo y crédito subsidiado para las familias de menor ingreso, entre otros.

Sin embargo, de manera paradójica parte de este giro conservador está siendo promovido desde las propias entrañas del gobierno. En tal sentido, los cortes implementados por el Ministro de Hacienda, Joaquim Levy, representan un serio retroceso en todo aquello que se estaba construyendo en el ámbito de la política social y las estrategias de transferencias de renta. Por ejemplo, uno de los programas de inclusión social de mayor impacto en el último periodo, la Farmacia Popular, se encontraría con los días contados. Este programa creado en 2004 durante el primer mandato del PT entrega medicamentos gratuitos a población de baja renta. Hasta el momento, dicho programa distribuye remedios gratuitos en las farmacias mediante la presentación de recetas, para un vasto número de enfermedades como diabetes, hipertensión, asma, osteoporosis, rinitis, mal de Parkinson, glaucoma, colesterol, etc. Inclusive el programa entrega anticonceptivos y pañales geriátricos para quienes lo soliciten. Posee una amplia cobertura nacional que incluye a más de tres mil quinientos municipios, atendiendo mensualmente a 1,3 millones de beneficiarios. El nuevo proyecto de la Ley de presupuesto para 2016 deberá restringir la gratuidad en la entrega de medicamentos solamente para tres casos: diabetes, hipertensión y asma.

Lo que puede suceder con la Farmacia Popular es un caso entre un conjunto de iniciativas que aproximan al gobierno con una agenda regresiva. Los cortes anunciados por las autoridades para sectores sensibles como salud, educación, vivienda o previsión plantean un grave dilema a los electores de un gobierno que en su campaña prometía profundizar aún más el esfuerzo inclusivo de las políticas del Estado brasileño. Además, la irrupción de la Ley sobre la tercerización permite sospechar que el ejecutivo se encuentra promoviendo cambios en la legislación que penalizan todavía más los beneficios conseguidos por los trabajadores. En su intento por disminuir el cerco agresivo de la oposición, la presente administración ha decidido abrir un flanco para cambios que afectan principalmente a los grupos más carentes y vulnerables del país.

Los movimientos sociales ya han señalizado que no seguirán apoyando a un gobierno que está haciendo todo aquello que contradice sus banderas y reivindicaciones históricas. Pero ellos también son conscientes de que no pueden confundirse con la campaña difamatoria emprendida por la oposición en contra de la presidenta Dilma y su gabinete, pues esta maniobra se orienta principalmente hacia el objetivo de lograr la renuncia o el impeachment de la mandataria. Aparentemente nada justifica la animosidad y virulencia de la oposición, pues la mayoría de las acciones de bienestar emprendidas por los gobiernos petistas se encuadran dentro de lo que podríamos denominar como el ciclo socialdemócrata iniciado en los años noventa. Con ese empeño, la derecha viene exacerbando artificialmente el clima de enfrentamiento y polarización existente en el país, con la indiscutible aspiración de crear una crisis política y social que derive en una ruptura institucional o que instale las condiciones para iniciar un proceso de inhabilitación de la presidenta en el Congreso. Esta oposición que adquiere cada vez más una apariencia golpista, despojándose de su velo democrático, quiere arrogarse ahora ser parte de la solución cuando en realidad ella representa una parte significativa del problema.

Ante la arremetida de los grupos conservadores por imponer su agenda y derrocar al gobierno, los sectores democráticos se colocan ante el desafío de unir fuerzas para responder a dicha estrategia desestabilizadora, poniendo en riesgo la continuidad de la propia democracia, como lamentablemente la experiencia histórica ya lo ha demostrado. Por lo mismo, se vienen diseñando algunas iniciativas de movilización desde los movimientos sociales y conglomerados de izquierda para bloquear estos proyectos que buscan desmontar los avances y los derechos alcanzados por la ciudadanía en los treinta años que se siguieron a la reconstrucción democrática en Brasil. Esa es, a nuestro entender, la principal disputa que se avizora en el horizonte para que este país continúe su transformación hacia una sociedad más justa, inclusiva y solidaria.

quarta-feira, 12 de agosto de 2015

Brasil: Dilma en su laberinto

Fernando de la Cuadra
Rebelión

En lo que va del corriente año se ha transformado en un lugar común afirmar que Brasil se encuentra en una profunda crisis económica, política y social. Es como si el concepto crisis se hubiese instalado en el imaginario de todos los brasileños. Y en efecto, al observar un conjunto de indicadores parece que el país ha entrado concluyentemente en un proceso acelerado de recesión económica, ausencia de conducción política y agudización de la violencia social. En pocas palabras, existe una sensación en el aire -diseminada y exacerbada especialmente por la prensa y la oposición- de que Brasil se encuentra sumido en una crisis sistémica.

Claro que la realidad tampoco ayuda a amenizar esta percepción. La estagnación de la economía es un proceso que tiene su origen hace ya algunos años, en donde los diversos indicadores económicos vienen advirtiendo problemas de crecimiento y desaceleración, hasta llegar a un estancamiento el 2014. Para este año las previsiones son cada vez más pesimistas y según los últimos informes del Banco Central la economía brasileña puede presentar un cuadro recesivo y una caída de su Producto Interno Bruto (PIB) de aproximadamente un 2 por ciento. Expresivos de la crisis, los datos duros elaborados por esta entidad y otros organismos como el Instituto Brasileño de Geografía y Estadísticas (IBGE) señalan que en el presente año se ha profundizado el desempleo, con una consecuente caída de los ingresos y las condiciones de vida de la mayoría de la población trabajadora. La tasa de desempleo que se encontraba estabilizada en torno al 5 por ciento superó en junio la marca del 9 por ciento con más de 8 millones de desocupados. Comparado con años anteriores, el desempleo se presenta actualmente con una preocupante tendencia al alza, considerando la situación de paralización por la que atraviesa la economía.

A ello se suma un aumento sostenido de la inflación, afectando el poder de compra de los ciudadanos, provocando una caída vertiginosa de la actividad industrial y, en muchos casos, la quiebra definitiva de empresas que concomitantemente empujan a nuevos contingentes de trabajadores hacia el desempleo, agudizando los problemas de desaceleración de la economía. Un reciente informe de la CEPAL sintetiza certeramente la actual coyuntura. Según los investigadores de este organismo, dicho estancamiento se encuentra relacionado principalmente con el persistente descenso de la inversión en los últimos años, que ha menguado el aumento de los ingresos y del empleo y ha dado lugar a un menor nivel de consumo y de producción, lo que afectaría significativamente la recaudación de impuestos, incrementando el déficit y la deuda pública.

Es decir, con la economía en franca retracción, la recaudación fiscal viene siendo muy inferior a la prevista, como lo han reconocido las autoridades económicas, entre ellas el actual Ministro de Hacienda, Joaquim Levy. Recolectando menos de lo previsto y con un conjunto de compromisos que impelen al gobierno a gastar más de lo recomendable o de lo posible, la meta del superávit primario que se había anunciado en un 1,1 por ciento del PIB ahora se ha tenido que reducir para un modesto 0,15 por ciento. La disminución de la meta refleja la dificultad del gobierno para equilibrar las cuentas públicas, en un momento en que los ingresos por vía tributaria son inferiores al nivel de gastos realizados por el sector público. En efecto, con los problemas de recaudación y la imposibilidad de realizar recortes drásticos en la gigantesca máquina del Estado, el gobierno no tiene casi ninguna capacidad para ahorrar divisas destinadas a amortizar los servicios de la deuda.

El Congreso Nacional que debería apoyar en la aplicación de las medidas de ajustes propuestas por el ejecutivo, se ha mostrado reticente o derechamente contrario a apoyar cualquier iniciativa que contemple el corte de gastos anunciado por el equipo económico. Lo anterior quedó claramente demostrado en la última derrota contundente que sufrió el ejecutivo, cuando la Cámara de Diputados aprobó de forma categórica una Propuesta de Enmienda de la Constitución (PEC) que aumenta los salarios de varias categorías de servidores públicos (defensores, promotores, jueces, delegados de la Policía Federal y Civil, etc.), provocando un impacto en los cofres de la Unión de aproximadamente unos 2,45 billones de reales por año, poco más de setecientos millones de dólares.

Paralelamente, los casos de corrupción que surgen todos días, como una interminable caja de Pandora, las sospechas que recaen sobre políticos de todo el espectro partidario y la colusión manifiesta entre funcionarios públicos y altos ejecutivos de las principales empresas contratistas (Odebrecht, Mendes Junior, Camargo Correa, OAS, Andrade Gutiérrez, entre otras) no solo han creado un clima de desconfianza generalizada en la población, sino que además pone en peligro la credibilidad del país como destino para realizar inversiones. De acuerdo a los últimos informes de las agencias que miden la confiabilidad de un país, Brasil corre el riesgo de continuar en una tendencia declinante de su grado de inversión, lo cual provocaría una fuga de capitales que agravaría aún más el actual déficit de cuenta corriente.

Por su parte, la figura del “Presidencialismo de coalición” se ha trasformado en una trampa para la gobernabilidad, pues los partidos de la alianza constituyen en el presente un importante obstáculo para la gestión de la presidenta Dilma. Especialmente grave es el papel desempeñado por el principal partido de la base gobiernista -el Partido del Movimiento Democrático Brasileño (PMDB)- en que dos de sus miembros que ocupan la presidencia de las respectivas casas del Congreso Nacional se sitúan en un plano de confrontación y un tanto díscolos. Después de su ruptura con el gobierno, el presidente de la Cámara de Diputados, Eduardo Cunha, se convirtió en un enemigo declarado de la actual administración, denunciando permanentemente a diversas autoridades de iniciar una campaña en su contra. Desde que fue acusado de recibir soborno de un lobista, Cunha viene patrocinando la llamada “pauta-bomba”, un conjunto de medidas destinadas a bloquear y/o boicotear el ajuste fiscal y provocar una profundización de la crisis económica que enfrenta el país. Sumado a ello, otros partidos de la base aliada (PDT y PTB) descontentos con la forma como el gobierno administra la crisis, anunciaron su salida o independencia de la coalición, sumándose al grupo del PMDB que acompañó el rompimiento de Eduardo Cunha.

Con todos estos problemas, la popularidad de la presidenta se encuentra en caída libre. Según los datos de la última encuesta realizada por la empresa Datafolha el nivel de reprobación de Dilma Rousseff alcanzó un 71 por ciento, el peor índice registrado desde los tiempos de Collor de Melo, presidente que sufrió un impeachment en septiembre de 1992. Además los críticos de la actual gestión están convocando a una nueva protesta programada para el domingo 16 de este mes, renovando los argumentos para que la presidenta renuncie y se convoque a nuevas elecciones. En el otro escenario, se postula que ella sea impedida legalmente para seguir ejerciendo sus funciones. La primera salida es bastante improbable, a pesar de la falta de apoyo que el gobierno posee, inclusive entre los partidos que le dan sustentación. Esa exhortación para convocar a elecciones anticipadas puede movilizar a algunos opositores convencidos, pero es totalmente inviable si se considera que el mandato presidencial de acuerdo a la Constitución brasileña dura un periodo determinado (4 años), el que solamente puede ser revocado por causa de muerte, renuncia o por la instauración de un proceso de impedimento.

En este último contexto, el argumento jurídico que ahora surge para solicitar el impeachment tiene que ver con el posible rechazo de las cuentas del gobierno por parte del Tribunal de Cuentas de la Unión (TCU). En la eventualidad de obtener un parecer negativo, el Congreso podría entrar con una solicitud de impedimento de la presidenta, que en caso de ser aprobado, daría paso para que asuma automáticamente el actual vice-Presidente, Michel Temer, del PMDB. Este futuro escenario es peligroso, especialmente por el conjunto de incertezas que representa y por las dudas que levanta el propio Michel Temer para conducir al país hacia una situación que supere la actual crisis.

Desde que asumió su segundo mandato, la presidenta Dilma ha sido objeto de una campaña destemplada de acusaciones de incompetencia y autismo político. Su política comunicacional ha sido un desastre y su vocación de articuladora se ha mostrado un fracaso, pero no existen -en ninguna hipótesis, ni administrativa ni jurídicamente-, argumentos y motivos suficientes para solicitar la inhabilitación de la mandataria, so pena de llevar a Brasil a un camino más escabroso e incierto. A las manifestaciones en contra del gobierno, se han sumado las convocatorias para apoyar a este, creando un clima de confrontación y beligerancia que no se observaba desde la redemocratización. Esto lleva a algunos sectores a recordar el periodo anterior al golpe cívico-militar que depuso en 1964 al gobierno de João Goulart. En este momento, parece que el gran desafío que está colocado en el campo político es la defensa vehemente e incondicional de la democracia como la mejor forma de dirimir los conflictos y las diferencias existentes entre los diversos actores y grupos sociales.

terça-feira, 28 de julho de 2015

En las calles de Atenas con Frantz Fanon

Omar Benderra
Fondation Frantz Fanon

Se impone recordar desde Grecia el nonagésimo aniversario del nacimiento de Frantz Fanon. El azar ha querido que me encuentre en este país en esta fecha y en estas circunstancias. En este país donde se está conduciendo fríamente a la sociedad hacia la miseria, el punto de vista de Fanon sobre los movimientos del mundo se verifica implacablemente.

Al pie del Partenón, esta Europa que se reviste del humanismo y la ilustración que habría inventado para iluminar al mundo, se revela como la vio clínicamente Frantz Fanon en su brillante conclusión de Los condenados de la tierra. Una Europa cuyo corazón está en Fráncfort y su alma entera en el mercado bancario globalizado.

Esta Europa que nosotros, los de los lugares convenientemente denominados entonces el Tercer Mundo, encontramos ahora también en los círculos infernales de los negociadores de la deuda de los clubs de Londres y París, frente a los bellacos funcionarios de los ministerios de Economía neocoloniales y sus volubles banqueros centrales o de negocios y en las "asambleas generales" de los elegantes estafadores del FMI y el Banco Mundial.

Esta Europa usurera, tendera sin alma. Esta que, parafraseando al exministro de Economía griego Yanis Varufakis, "echa una mirada vacía" sobre los pobres, los desheredados, los que deben pagar para salvar a los ricos. Esta Europa de los tecnócratas serviles y las multinacionales financieras. La Europa según Goldman Sachs, que generaliza la precariedad en el desarrollo lógico de su colusión con los burgueses apátridas, de derechas o de izquierdas, que han forjado sus lazos de sujeción con los mercados financieros.

Fanon habría cumplido 90 años este 20 de julio si el destino lo hubiera querido y nadie sabe qué pensaría del correctivo infligido al pueblo griego. Pero es más que irónico ver la arrogancia de los comandos financieros alemanes (y de sus hipócritas colaboradores) pisoteando con saña a un país que fue la matriz, lejana y un poco oriental ciertamente, pero matriz reconocida de la Europa de los filósofos y de su cultura. ¿Qué pensaría Fanon de la fría indiferencia de los demás pueblos de esta Unión Europea? ¿Habría renegado de lo que proclamaba poderosamente al final de Los condenados de la tierra?

Es cruelmente revelador observar que los pueblos de Europa no muestran mucha empatía con sus "hermanos" helenos, lo que ilustra el carácter totalmente artificial de una construcción antidemocrática basada en el beneficio y la explotación. Sin embargo la dureza inflexible de las condiciones impuestas a Atenas debería hacerle reflexionar, porque hoy el laboratorio griego es el campo de ensayo de las medicinas que impondrán mañana al resto de Europa. También esto lo describió Fanon con su lucidez quirúrgica, basta con releer Los condenados

Pero frente al poder del dinero y el cinismo de los enterradores de esperanzas hay que celebrar la valentía del pueblo griego y la solidaridad de los pueblos del Sur del mundo con los manifestantes de la plaza Syntagma. En efecto, aunque la falta de solidaridad de los pueblos del Norte es atronadora, el pueblo griego no está solo. Los que conocieron los programas de ajuste estructural, las renegociaciones, las reestructuraciones e incluso las "reperfilaciones" de la deuda –vocablo popularizado en Argelia a finales de los años 80 y principios de los 90- no ignoran nada de los sufrimientos y privaciones soportadas por los griegos. África y América Latina conocen por experiencia la religión del mercado y a los evangelistas criminales del ultraliberalismo.

La Europa de los mercados es un callejón sórdido que desemboca en el muro ciego de los populismos vulgares, de los nacionalismos criminales y en la omnipotencia del rey dinero. Más que nunca, Europa se repliega sobre los fracasos de su historia hasta la caricatura. Por lo tanto, sí, en nombre del humanismo universal y de la fraternidad humana hay que salvar a esta Europa de sí misma como invita Fanon en su última recomendación: "Por Europa, por nosotros mismos y por la humanidad, compañeros, hay que cambiar de piel, desarrollar un pensamiento nuevo, tratar de crear un hombre nuevo". En las calles de Atenas con el pueblo griego.

sábado, 18 de julho de 2015

As visões violentas de Slavoj Žižek

John Gray
The New York Review of Books

Poucos pensadores ilustram melhor as contradições do capitalismo contemporâneo do que o filósofo e teórico cultural esloveno Slavoj Žižek. A crise econômica e financeira demonstrou a fragilidade do sistema de livre mercado, cujos defensores acreditavam ter triunfado na Guerra Fria. No entanto, não há sinal de nada parecido com o projeto socialista que foi visto por muitos no passado como o sucessor do capitalismo. A obra de Žižek, que reflete essa situação paradoxal de várias maneiras, fez dele um dos intelectuais públicos mais conhecidos no mundo.

Nascido e educado na Liubliana, a capital da República Popular da Eslovênia – parte da antiga federação da Iugoslávia, até a sua fragmentação e declaração de independência, em 1990 -, Žižek ocupou cargos acadêmicos na Grã-Bretanha, Estados Unidos e Europa Ocidental, bem como na própria Eslovênia. Sua produção é prodigiosa, com mais de sessenta obras desde a publicação em 1989 de seu primeiro livro em inglês, O Sublime Objeto da Ideologia, seus livros, somados com inúmeros artigos e entrevistas, além de filmes como Žižek! (2005) e The Pervert’s Guide to Cinema (2006), lhe deram uma presença que vai muito além da academia.

Sintonizado com a cultura popular, em especial com o cinema, ele tem um número grande de seguidores entre os jovens de muitos países, incluindo os do pós-comunismo na Europa. Tem também uma revista dedicada a sua obra, o International Journal of Žižek Studies, fundado em 2007, cujos leitores se registram via Facebook. E em outubro de 2011, dirigiu-se aos membros do movimento “Occupy” em Zuccotti Park, Nova Iorque: evento amplamente divulgado que pode ser visto no YouTube.

A enorme influência de Žižek não significa que seu ponto de vista filosófico e político possa ser facilmente definido. Membro do Partido Comunista da Eslovênia até 1988, Žižek teve relações difíceis com as autoridades partidárias durante anos, em decorrência de seu interesse por ideias consideradas heterodoxas. Em 1990, candidatou-se à Presidência pelo Partido Liberal Democrata da Eslovênia, legenda de centro-esquerda que foi a principal força política do país na última década do século passado. Mas as ideias liberais, exceto por servirem como ponto de referência para posições que ele rejeita, nunca moldaram o seu pensamento.

Žižek foi demitido de seu primeiro posto de catedrático universitário no início da década de 1970. As autoridades eslovenas julgaram a tese que ele havia escrito sobre o estruturalismo francês – um movimento, na época, influente na antropologia, linguística, psicanálise e filosofia, afirmando que o pensamento e comportamento humano exemplificam-se em um sistema universal de princípios inter-relacionados – como sendo “não-marxista”. O episódio demonstrou como era limitada a liberalização intelectual promovida no país na época, mas os trabalhos posteriores de Žižek sugerem que as autoridades tinham razão ao julgar que sua orientação não era marxista.

Durante todo o enorme corpo de trabalho que tem sido acumulado, Marx é criticado por ser insuficientemente radical em sua rejeição dos modos existentes de pensamento, enquanto Hegel – uma influência muito maior sobre Žižek – é louvado por sua disposição para deixar de lado a lógica clássica a fim de desenvolver uma maneira de pensar mais dialética. No entanto, Hegel também é criticado por ter também um grande apego a modos tradicionais de raciocínio. Um tema central dos textos de Žižek é a necessidade de descartar o compromisso com a objetividade intelectual que orientou pensadores radicais no passado.

A obra de Žižek se estabelece em oposição a Marx em muitas questões. Apesar de tudo o que devia à metafísica hegeliana, Marx também foi um pensador empírico, que procurou enquadrar teorias que dessem conta do curso real dos acontecimentos históricos. Sua preocupação central não era a ideia abstrata da revolução, ele estava preocupado primordialmente, no projeto revolucionário envolvendo alterações concretas e radicais nas instituições econômicas e nas relações de poder.

Žižek mostra pouco interesse nestes aspectos do pensamento de Marx. Visando “repetir a ‘crítica marxista da economia política’ sem a noção utópico-ideológica do comunismo como seu quadro de referência obrigatório”, ele acredita que “o projeto comunista do século XX era utópico precisamente na medida em que não era suficientemente radical”. Segundo Žižek, a maneira como Marx compreendia o comunismo foi parcialmente responsável por esse fracasso: “a noção de Marx da sociedade comunista é, a própria fantasia capitalista inerente; isto é, uma projeção fantasmagórica para resolver os antagonismos capitalistas que ele descreveu tão bem”.

Embora rejeite a concepção de Marx do comunismo, Žižek não dedica nenhuma única página das mais de mil de seu livro Less Than Nothing para especificar qual sistema econômico, ou quais instituições do governo, deveriam figurar em uma sociedade comunista do tipo que a favorece. Com efeito à síntese do trabalho de Žižek , Less Than Nothing é dedicado a um tipo de reinterpretação de Marx por meio de Hegel – uma das partes do livro se chama “Marx como leitor de Hegel, Hegel como leitor de Marx” – reformulando assim a filosofia hegeliana fazendo referência ao pensamento do psicanalista francês Jacques Lacan.

Um “pós-estruturalista” que rejeita a crença de que a realidade pode ser capturada pela linguagem, Lacan também rejeita a interpretação padrão da idéia hegeliana da “astúcia da razão”, segundo a qual a história mundial é a concretização, por meios oblíquos e indiretos, da razão humana. Para Lacan, tal como Žižek o resume: A Astúcia da Razão […] não implica, de modo algum, a fé numa mão invisível que, de alguma forma, conduziria todas as contingências aparentemente irracionais à harmonia da Totalidade da Razão: de fato, a Astúcia da Razão implica confiar na irracionalidade. Nessa leitura lacaniana, a mensagem da filosofia de Hegel não é o desdobramento progressivo da racionalidade na história, mas sim a impotência da razão.

O Hegel que emergiu nas leituras de Žižek tem pouca semelhança com o filósofo idealista que figura nas histórias convencionais do pensamento. Hegel é geralmente associado com a ideia de que a história tem uma lógica intrínseca, na qual as ideias são concretizadas na prática e depois deixadas para trás, em um processo dialético no qual são superadas por outras ideias que representam o seu oposto. Inspirando-se no filósofo francês contemporâneo Alain Badiou, Žižek radicaliza a noção da dialética, propondo que ela signifique a rejeição do princípio lógico da não contradição, segundo o qual uma proposição não pode ser verdadeira e falsa ao mesmo tempo. Desse modo, em vez de enxergar a racionalidade em ação na história, Hegel rejeita a própria razão, tal como ela foi entendida no passado.

Segundo Žižek, está implícito em Hegel um novo tipo de “lógica paraconsistente”, na qual uma proposição “não é realmente suprimida pela sua negação”. Essa lógica, sugere Žižek, é bem adequada para se compreender o capitalismo hoje. “Pois não é o capitalismo ‘pós-moderno’ um sistema cada vez mais paraconsistente”, pergunta ele retoricamente, “no qual, de várias maneiras, P não é P: a ordem é a sua própria transgressão, de tal forma que o capitalismo pode prosperar sob um governo comunista, e assim por diante?”

Living in the End Times é apresentado por Žižek como uma obra preocupada com essa situação. Resumindo o tema central do livro, ele escreve: O ponto de partida do presente livro é simples: o sistema capitalista global aproxima-se de um ponto zero apocalíptico. Seus “quatro cavaleiros do Apocalipse” são a crise ecológica, as consequências da revolução biogenética, os desequilíbrios do próprio sistema (problemas de propriedade intelectual, a luta iminente por matéria-prima, comida e água) e o crescimento explosivo de divisões e exclusões sociais.

Com suas generalizações e sua grandiloquência retórica, a passagem é típica do trabalho de Žižek. O que ele chama de premissa do livro é simples só porque passa por cima de fatos históricos. Ao lê-la, ninguém iria suspeitar que, além da matança de milhões por motivos ideológicos, alguns dos piores desastres ecológicos do século passado – tais como a destruição da natureza na antiga União Soviética ou a devastação do campo durante a Revolução Cultural de Mao – ocorreram em economias planificadas. A devastação ecológica não resulta apenas do sistema econômico vigente hoje em grande parte do mundo. Embora possa ser verdade que a versão predominante do capitalismo é insustentável em termos ambientais, nada na história do século passado sugere que o meio ambiente estará mais protegido se for implantado um sistema socialista.

Mas criticar Žižek por ignorar esses fatos é não compreender sua intenção. Ao contrário de Marx, ele não pretende fundamentar suas teorias em uma leitura da história baseada em fatos. “A conjuntura histórica atual não nos obriga a abandonar a noção de proletariado, ou da posição proletária – ao contrário, ela nos obriga a radicalizá-la até um nível existencial, para além até mesmo da imaginação de Marx”, escreve ele. “Precisamos de uma noção mais radical do sujeito proletário [ou seja, o ser humano que pensa e age], um sujeito reduzido ao ponto evanescente do ‘Penso, logo existo’ cartesiano, esvaziado do seu conteúdo substancial.” Nas mãos de Žižek, as ideias marxistas – as quais, na visão materialista de Marx, se destinavam a designar fatos sociais objetivos – se tornam expressões subjetivas de compromisso revolucionário. Saber se essas ideias correspondem a alguma coisa que existe no mundo é irrelevante.

Há um problema neste ponto: por que alguém haveria de adotar as ideias de Žižek, e não quaisquer outras? A resposta não pode ser “porque as ideias do filósofo são verdadeiras”, em qualquer sentido tradicional da palavra. “A verdade de que estamos tratando aqui não é a verdade ‘objetiva’”, escreve Žižek, “mas sim a verdade autorreferente a partir da posição subjetiva de alguém; como tal, é uma verdade engajada, medida não pela sua precisão factual, mas sim pela forma como ela afeta a posição subjetiva da enunciação.”

Se isso significar alguma coisa, quer dizer que a verdade é determinada pela forma como se encaixa nos projetos com que o orador está comprometido – no caso de Žižek, o projeto da revolução. Mas isso só nos leva a colocar o problema em outro nível: por que alguém deveria adotar o projeto de Žižek? A pergunta não pode ter uma resposta simples, uma vez que está longe de ser claro no que consiste o seu projeto revolucionário.

Ele não dá sinais de duvidar que uma sociedade em que o comunismo fosse posto em prática seria melhor do que qualquer outra que já existiu. Por outro lado, ele é incapaz de imaginar quaisquer circunstâncias em que o comunismo pudesse ser concretizado: “O capitalismo não é apenas uma época histórica entre outras. […] Francis Fukuyama tinha razão: o capitalismo global é o fim da história.” O comunismo não é para Žižek – como era para Marx – uma condição realizável, mas sim o que o filósofo Alain Badiou descreve como uma “hipótese”, um conceito com pouco conteúdo, mas que permite a resistência radical contra as instituições vigentes. Žižek insiste que essa resistência deve incluir o uso do terror:

A ideia provocante de Badiou de que se deve reinventar hoje o terror emancipatório é um dos seus insights mais profundos. […] Lembrem-se da defesa exaltada do Terror na Revolução Francesa feita por Badiou, na qual ele cita a justificativa da guilhotina para Lavoisier: “A República não precisa de cientistas.”

Junto com Badiou, Žižek celebra a Revolução Cultural de Mao como “a última grande explosão realmente revolucionária do século XX”. Mas ele também a considera como sendo um fracasso, citando a conclusão de Badiou de que “a Revolução Cultural comprova, em seu próprio impasse, a impossibilidade de libertar, verdadeiramente e globalmente, a política do arcabouço do Estado de partido único”. Mao, ao incentivar a Revolução Cultural, evidentemente deveria ter encontrado uma maneira de quebrar o poder do partido-Estado. Mais uma vez, Žižek elogia o Khmer Vermelho por ter tentado romper totalmente com o passado. Essa tentativa incluiu matanças em massa e tortura numa escala colossal. Mas, na visão de Žižek, não é por isso que fracassou: “De certa forma, o Khmer Vermelho não foi suficientemente radical: embora levasse a negação abstrata dos limites do passado, não foi inventado qualquer forma nova de coletividade.” Uma revolução genuína pode ser impossível nas atuais circunstâncias, ou em qualquer uma que possa ser imaginada na atualidade. Mesmo assim, a violência revolucionária deve ser comemorada como “redentora”, até mesmo “divina”.

Embora Žižek defina-se como leninista, não há nenhuma dúvida de que essa posição seria um anátema para o líder bolchevique. Lênin não tinha escrúpulos em usar o terror para promover a causa do comunismo (para ele, um objetivo plenamente alcançável). Constantemente utilizada como parte de uma estratégia política, a violência era de natureza instrumental. Em contrapartida, apesar de Žižek aceitar que a violência não conseguiu atingir os objetivos comunistas e que não há perspectiva de que venha a fazê-lo, ele insiste em que a violência revolucionária tem um valor intrínseco como uma expressão simbólica de rebelião – uma posição que não tem paralelos com Marx ou Lênin. Pode-se encontrar um precedente no trabalho do psiquiatra francês Frantz Fanon, que defendeu o uso da violência contra o colonialismo como uma afirmação de identidade das populações submetidas ao poder colonial; mas Fanon observou essa violência como parte de uma luta pela independência nacional, um objetivo que foi, de fato, alcançado.

Um precedente ainda mais claro, pode ser encontrada na obra do teórico e sindicalista francês Georges Sorel no início do século XX. Em “Réflexions sur la violence” (1908), Sorel argumenta que o comunismo foi um mito utópico- mas um mito que tinha valor, ao inspirar uma revolta moral regeneradora contra a corrupção da sociedade burguesa. Os paralelos entre essa visão e a ideia de Žižek sobre a “violência redentora” inspirada pela “hipótese comunista” são reveladores.

A celebração da violência é uma das principais vertentes na obra de Žižek. Ele encontra defeitos em Marx por ele pensar que a violência pode ser justificada como sendo parte do conflito entre as definição objetivas das classes sociais. A luta de classes não deve ser entendida como “um conflito entre agentes particulares dentro da realidade social: não é uma diferença entre agentes (que pode ser descrita por meio de uma análise social detalhada), mas sim um antagonismo (‘luta’) que constitui esses agentes”. Aplicando essa visão ao discutir os massacres de Stalin ao campesinato, Žižek descreve como a distinção entre os kulaks (camponeses ricos) e os demais tornou–se “turva e inviável: numa situação de pobreza generalizada é evidente que os critérios deixaram de ser aplicáveis, e as outras duas classes de camponeses muitas vezes se uniam aos kulaks em sua resistência à coletivização forçada”. Em resposta a essa situação, as autoridades soviéticas introduziram uma nova categoria, o sub-kulak, um camponês pobre demais para ser classificado como kulak, mas que partilha os valores dos kulaks: A arte de identificar um kulak deixou de ser uma questão de análise social objetiva; tornou-se uma espécie de complexa “hermenêutica de suspeita”, de identificar “as verdadeiras atitudes políticas” de um indivíduo escondidas debaixo das suas enganosas afirmações públicas.

Descrever assassinatos em massa dessa forma, como um exercício de hermenêutica, é repugnante e grotesco; é também característico da obra de Žižek. Ele critica a política de coletivização de Stalin, mas não por causa dos milhões de vidas que foram violentamente interrompidas ou destruídas em seu curso. O que Žižek critica é o apego persistente de Stalin (por mais incoerente ou hipócrita) aos “termos marxistas ‘científicos’”. Confiar na “análise social objetiva” como orientação em situações revolucionárias é um erro: “Em algum momento, o processo tem que ser interrompido com uma intervenção maciça e brutal de subjetividade: o pertencimento de classe nunca é um fato social puramente objetivo, mas também é o resultado da luta e do compromisso social.” O que Žižek condena em Stalin não é o uso implacável da tortura e de sua força letal, mas sim, o fato de ter tentado usar tais artifícios para justificar o recurso sistemático à violência em referências à teoria marxista.

A rejeição de Žižek a qualquer coisa que possa ser descrita como um fato social vem junto com a sua admiração pela violência na interpretação que faz sobre o nazismo. Comentando o envolvimento do filósofo alemão Martin Heidegger com o regime nazista, Žižek escreve: “Seu envolvimento com os nazistas não foi um simples erro, mas sim ‘um passo certo na direção errada’.” Contrariamente a muitas interpretações, Heidegger não era um reacionário radical. “Lendo Heidegger, ao contrário da maioria, descobre-se que era um, que havia alguns pontos, estranhamente próximo ao comunismo” – realmente, em meados dos anos 30, Heidegger poderia ser considerado como sendo “um futuro comunista”. Se Heidegger escolheu, equivocadamente, apoiar Hitler, seu erro não foi subestimar a violência que Hitler iria desencadear:

O problema com Hitler era que ele “não foi suficientemente violento”, sua violência não foi suficientemente “essencial”. Hitler realmente não agia; e todas as suas ações eram, fundamentalmente, reações pois ele agia de modo que nada fosse mudar realmente, encenando um gigantesco espetáculo de pseudo-revolução para que a ordem capitalista sobrevivesse. […] O verdadeiro problema do nazismo não é que tenha ido “longe demais” em sua arrogância subjetivista-niilista de exercer o poder total, mas sim do fato que o nazismo não foi longe o suficiente; sua violência foi uma encenação impotente que, em última análise, manteve-se a serviço da própria ordem que desprezava.

O que havia de errado com o nazismo, ao que parece, é que – tal como a experiência mais tarde na revolução total do Khmer Vermelho – ambos não conseguiram criar qualquer novo tipo de vida coletiva. Žižek diz pouco sobre a natureza da forma de vida que poderia ter surgido caso a Alemanha tivesse sido governada por um regime menos reativo e com maior impotência do que ele julga Hitler ter sido. Mas Žižek deixa claro que não haveria espaço nessa nova vida para uma determinada forma da identidade humana:

O status fantasmático do antissemitismo é claramente revelado por uma declaração atribuída a Hitler: “Temos que matar o judeu dentro de nós.” […] Essa declaração de Hitler diz mais do que ela quer dizer: contra as suas intenções, confirma que os gentios precisam da figura antissemita do “judeu” a fim de manter sua identidade. A questão, portanto, não é apenas que “o judeu está dentro de nós” – o que Hitler fatalmente esqueceu de acrescentar é que ele, o antissemita, também está no judeu. O que esse entrelaço paradoxal significa para o destino do antissemitismo?

Žižek explicita ao censurar “certos elementos da esquerda radical” pelo “seu mau-estar quando se trata de condenar de forma inequívoca o antissemitismo”. Mas é difícil entender a afirmação de que a identidade dos antissemitas e a dos judeus reforçam-se mutuamente, de alguma forma – repete-se, palavra por palavra, em Less than Nothing –, exceto como sendo uma sugestão de que o único mundo em que o antissemitismo pode deixar de existir é aquele mundo em que não exista mais judeus.

Interpretar Žižek sobre esta ou qualquer outra questão, tem suas dificuldades. Primeiramente existe a sua prolixidade excessiva, o fluxo de textos que ninguém poderia ler em sua totalidade, mesmo porque sua torrente não cessa de jorrar. Depois, há o uso de um tipo de jargão acadêmico com alusões a outros pensadores, o que lhe permite usar a linguagem de uma forma astuta, hermética. Como ele próprio reconhece, Žižek toma emprestado o termo “violência divina” de “Para uma crítica da violência”, obra de Walter Benjamin (1921). É duvidoso que Benjamin, um pensador com afinidades importantes com o marxismo humanista da Escola de Frankfurt, tivesse descrito como sendo “divino” o Khmer Vermelho ou o frenesi destrutivo da Revolução Cultural maoista.

Mas isso não vem ao caso, pois, ao utilizar a construção de Benjamin, Žižek é capaz de louvar a violência e, ao mesmo tempo, argumentar que está falando da violência em um sentido especial, recôndito – um sentido em que se pode descrever Gandhi como sendo mais violento do que Hitler. E há, ainda, o constante recurso de Žižek no jogo de palavras laborioso e em efeito “palhaço de circo”:

A […] virtualização do capitalismo é, em última análise, a mesma do elétron na física das partículas. A massa de cada partícula elementar é constituída por sua massa em repouso mais o excedente fornecido pela aceleração do seu movimento; no entanto, a massa de um elétron em repouso é zero, pois a sua massa consiste apenas no excedente gerado pela aceleração, como se estivéssemos lidando com um nada que adquire uma substância enganosa apenas por magicamente girar até tornar-se um excesso de si mesmo.

É impossível ler o trecho acima sem lembrar o caso Sokal, em que Alan Sokal, um professor de física, apresentou um artigo paródia – “Transgredindo as fronteiras: rumo a uma hermenêutica transformativa da gravidade quântica” – a uma jornal de estudos culturais pós-modernos. Do mesmo modo, é difícil ler isso, e muitas passagens semelhantes de Žižek, sem suspeitar que ele esteja envolvido – intencionalmente ou não – em uma espécie de auto-paródia.

Pode existir aqueles que são tentados a condenar Žižek como um filósofo do irracionalismo, cujo louvor à violência é uma reminiscência da extrema-direita, mais do que da esquerda radical. Seus escritos com frequência são ofensivos e às vezes (como ao escrever que Hitler está presente “no judeu”), obscenos. Há uma frivolidade zombeteira na exaltação de Žižek ao terror que faz lembrar Gabriele D’Annunzio, um futurista italiano ultranacionalista, e seu companheiro de viagem, o fascista (e depois maoista) Curzio Malaparte, mais do que qualquer pensador na tradição marxista. Mas há uma outra leitura de Žižek, que pode ser mais plausível, em que ele não é um epígono da direita, assim como não é discípulo de Marx ou Lênin.

Seja ou não, uma visão marxista do comunismo “uma fantasia do próprio capitalismo”, o fato é que a visão de Žižek – além de rejeitar concepções anteriores, carece de qualquer conteúdo definitivo – está bem adaptado a uma economia baseada na produção contínua de novas experiências e novos produtos, cada um supostamente diferente de qualquer outro que tenha existido antes. Com a ordem capitalista vigente ciente de que está em apuros, mas incapaz de conceber alternativas viáveis, o radicalismo sem forma de Žižek é ideal para uma cultura paralisada pelo espetáculo da sua própria fragilidade. Não é de se surpreender que haja esse isomorfismo entre o pensamento de Žižek e o capitalismo contemporâneo. Afinal, apenas uma economia do tipo que existe hoje poderia produzir um pensador como Žižek. O papel de intelectual público mundial que Žižek desempenha surgiu juntamente com um aparato de mídia e uma cultura da celebridade que são parte integrante do atual modelo de expansão capitalista.

Em uma conquista estupenda de superprodução intelectual, Žižek criou uma crítica fantasmática da ordem presente, uma crítica que firma repudiar praticamente tudo o que existe atualmente, e em certo sentido realmente o faz; mas que, ao mesmo tempo, reproduz o dinamismo compulsivo, sem propósito, que ele enxerga nas atividades do capitalismo. Ao alcançar um conteúdo enganoso com a reiteração interminável de uma visão essencialmente vazia, a obra de Žižek – ilustra muito bem os princípios da lógica paraconsistente – consiste, no final, em menos que nada.