terça-feira, 12 de maio de 2020

Gobernando sobre una pila de cadáveres

Fernando de la Cuadra
Socialismo y Democracia

El concepto de necropolítica fue acuñado por el filósofo camerunés Achille Mbembe en un artículo del mismo nombre publicado en 2003 en la Revista Public Culture. Con este concepto, Mbembe quiere expresar las modalidades en que la política se impone sobre las personas como un poder que decida sobre sus vidas, aunque, sobre todo, sobre su muerte. La necropolítica representaría la disposición de los gobiernos a exponer a los ciudadanos a la muerte, es decir, como desde el poder político y desde la soberanía el Estado se puede imponer a las personas un régimen de naturaleza arbitraria en la cual se elige entre quienes pueden vivir y quienes pueden ser eliminados, vidas superfluas, residuales, “matables” como diría el pensador africano. La necropolítica establece los estándares de a quienes hay que proteger y quienes son dispensables o porque representan una “amenaza para la sociedad” o porque son seres superfluos, destituidos de su condición de personas porque no son ni productores ni consumidores.

Haciéndose eco de esta perspectiva, el gerente de una de las principales corredoras de valores de Brasil, declaraba sin ruborizarse que el auge de la pandemia en los sectores de las clases media alta y alta ya pasó, por lo tanto, el problema ahora se ubicaba en las comunidades pobres, donde hay muchas favelas, “lo que acaba complicando todo el proceso de ataque al virus (sic)”. Ahora algunos empresarios descubrieron que el problema son los pobres, los favelados, son ellos los que por sus condiciones de hacinamiento ponen en peligro las iniciativas que recomiendan el distanciamiento social.

Por su parte, para el Ejecutivo, no interesa si los muertos por el Covid-19 ya sobrepasan los 12 mil casos oficiales y que las previsiones sobre futuros decesos son de lo más sombrías y pesimistas, estimándose que a partir de la próxima semana el número de muertes diarias llegué a ser de mil personas. Para Bolsonaro, que ha demostrado un total desprecio por la vida de las poblaciones más pobres y vulnerables, lo que interesa son los indicadores económicos que –como casi todos los países- revelan que Brasil se encuentra pasando por un profundo proceso recesivo. Acompañado por algunos ministros y un grupo de empresarios, el mandatario encabezó una marcha a pie hasta el Supremo Tribunal Federal (STF), para pedir a su máxima autoridad, José Dias Toffoli, que presione a los gobernadores para que terminen con la cuarentena en sus respectivos estados.

Una de las expresiones más impactantes de esta banalización de la muerte, fueron las declaraciones de la Ministra de Cultura, Regina Duarte, que minimizó los asesinatos cometidos durante la dictadura brasileña, diciendo que “siempre muere gente, en todas partes”. Junto con minimizar los efectos del Covid-19 en el aumento del número de fallecidos, la ex actriz señaló que ella es demasiado leve para cargar con los muertos. Su postura refleja claramente, el nivel de apatía por las víctimas de la dictadura y de la actual pandemia, lo que la sitúa en total sintonía con el espíritu de necropolítica instaurado por el capitán de reserva.

Y siguiendo con esta serie de medidas incomprensibles, el gobierno liberó el funcionamiento de academias de gimnasia, salones de belleza y peluquerías como servicios esenciales, bajo el argumento de que “la salud es vida”. Parece una broma de mal gusto, pero es la realidad en el Brasil actual. Como apuntó recientemente el Director de la Orden de los Abogados de Brasil (OAB), Felipe Santa Cruz, “El presidente creó este ambiente de indolencia con el Covid-19 y muchas de esas muertes podrán, si, ser imputadas a la responsabilidad personal de Jair Bolsonaro. Él no va a huir de eso. La historia es inclemente”.

A la vez, ya se está transformando en una práctica habitual que el gobernante realice todos los domingos su show en la rampla del Palácio da Alvorada, con amenazas de golpe y de invadir la sede del Supremo Tribunal Federal (STF) o del Parlamento con sus huestes de acólitos fanáticos y odiosos. Y también ya es común asistir al espectáculo patético de las Fuerzas Armadas reiterando su compromiso con la Constitución y la democracia, reforzando el carácter independiente y armónico de los poderes en el marco de la gobernabilidad. ¿En cuál régimen democrático se vio que las Fuerzas Armadas deben pronunciarse constantemente en defensa del equilibrio de poderes y el respeto a las leyes y la institucionalidad de un país? Se supone que cuando las democracias funcionan, los militares se mantienen en tareas profesionales, sin interferencia política permanente.

Las acusaciones contra Bolsonaro se siguen acumulando, pero –como ya hemos apuntado en otras columnas- existe bastante consenso entre los diversos actores políticos, juristas y la población en general, que este no el momento más propicio para abrir un proceso de impeachment. En primer lugar, porque no es posible avanzar en un proceso tan complejo sin debate directo y solo a través de la comunicación en línea y videoconferencia. Además, para alcanzar una correlación de fuerzas favorables, es necesario que exista una movilización popular en las calles, que presione fuertemente a un parlamento comprado con promesas de puestos en el gobierno y recursos para los proyectos de los diputados, especialmente de aquellos pertenecientes a un conjunto amorfo de partidos llamado de “Centrao, que componen la mayoría en la Cámara de Diputados.

Y en esta displicencia del ex capitán y su gobierno, las cifras de víctimas del Coronavirus comienzan su tendencia creciente, sin ninguna previsión de que la curva empiece a achatarse. Bolsonaro es llamado por algunos periodistas como “el sepulturero de Brasil”. Ni siquiera es eso, porque los sepultureros tienen respeto por los muertos que entierran, por los deudos y por quienes asisten a un funeral. El ex capitán es un psicópata que es incapaz de sentir algún tipo de empatía por las personas fallecidas y sus familias. Su política está marcada por Tanatos, el Dios de la muerte, y por su incontenible pulsión de crueldad, odio y destrucción.

terça-feira, 5 de maio de 2020

La necropolítica de Bolsonaro descubre nuevos enemigos

Fernando de la Cuadra
Socialismo y Democracia

Con mucha tristeza nos enteramos de la muerte Aldir Blanc de Coronavirus en un hospital de Rio de Janeiro. Blanc fue uno de los mayores compositores brasileños y se transformó en una figura emblemática de la lucha contra la dictadura, pues en sus letras combinaba poesía y esperanza en medio de un panorama sombrío y desolador. Como en el homenaje a Charlie Chaplin en que funde los destinos del inolvidable Carlitos con otros incomprendidos de la historia, como los exiliados por el régimen militar (O Bêbado e a Equilibrista). Y ahora, su patria amada continúa equilibrándose en la cuerda floja para no transformarse en una dictadura tropical. Mientras tanto, ese personaje tosco, grosero, brutal que ocupa la presidencia, insiste en imponer su agenda autoritaria, amenazando nuevamente a los otros poderes del Estado con la clausura del Congreso y del Supremo Tribunal Federal (STF). ¿Cuánto más va a soportar este país a un sujeto tan nefasto e insano?

La interrogante se mantiene, aunque cada vez parece más claro que el ex capitán está actuando sin ninguna visión estratégica, acumula diferencias y desafectos todos los días e insiste en apelar al apoyo de las Fuerzas Armadas para aplicar un autogolpe que le entregue más poderes para gobernar sin ningún control. En su definición bizarra de la democracia, el mandatario piensa que no debe tener ninguna interferencia para hacer y deshacer a su antojo, en un Brasil que se curve a sus caprichos.
Pero las Fuerzas Armadas no están convencidas de sumarse a una aventura golpista que no supone, en ninguna hipótesis, derrotar a las fuerzas del comunismo o a algún enemigo interno, sino que, por el contrario, significaría disolver las instituciones que están consagradas por la propia Constitución como frenos o contrapesos de las embestidas autocráticas del Ejecutivo.

El actual contexto político es muy diferente al que existía en 1964, en el que el gobierno de Joao Goulart prometía la realización de un conjunto de transformaciones estructurales, llamadas las Reformas de Base, comenzando por una reforma agraria, reformas administrativas, tributarias y en el sistema bancario, junto con la nacionalización de empresas bajo capital extranjero y control sobre las remesas de dichas empresas. A pesar de que las condiciones para una arremetida totalitaria en el presente son muy distintas, Bolsonaro citó a sus ministros militares y a los altos mandos de las tres ramas de las Fuerzas Armadas a su despacho, para quejase de lo que él llama “intervencionismo” del STF en sus decisiones. Sintiendo que tenía el aval de los militares, decidió, una vez más, convocar a sus seguidores a apoyar un golpe porque la situación habría llegado a un límite. Por la reacción y el disgusto expresado por los militares a partir de este pronunciamiento del gobernante, parece bastante remota la posibilidad de que ellos estén dispuestos a cargar con el fardo de inaugurar una dictadura por un motivo fútil y torpe.

En ese caso, se visualiza como más probable un escenario en el cual el golpe sea efectuado para apartar a Bolsonaro de la jefatura del gobierno y colocar a otro militar en su lugar, de preferencia el Vicepresidente, Hamilton Mourao, que ha mostrado mayor racionalidad y capacidad de negociación con los diversos actores políticos e institucionales.

Además, Bolsonaro cambió peligrosamente de campo de batalla. Se ha olvidado de sus antiguos enemigos para descargar su odiosidad. Antes de las elecciones sobraban amenazas contra los agentes del comunismo, los Petralhas y todos quienes querían que Brasil fuera una sucursal de Venezuela. Repetía incansablemente el eslogan Nossa bandeira jamais será vermelha. En la actualidad sus adversarios se encuentran entre la derecha o la centroderecha. Con los ataques del ex capitán a la prensa liberal (O Globo, Folha de Sao Paulo, Estado de Sao Paulo), al Congreso y a sus respectivos presidentes (Rodrigo Maia de la Cámara de Diputados y Davi Alcolumbre del Senado), a gobernadores también de derecha (como Doria, Wetzel o Caiado) y al hasta hace poco Ministro de Justicia, Sergio Moro –a quien llamó de Judas-, parece que la disputa por la continuidad de su proyecto autocrático se reduce a un conflicto entre los sectores de la derecha y la ultraderecha.

Paralelamente, el presidente ya acumula más de 30 pedidos de impeachment por varios motivos, a saber: Crimen de responsabilidad por participación en actos contra el Congreso, STF y la prensa; obstrucción de la Justicia al querer nombrar para Superintendente de la Policía Federal a un amigo de la familia; Falta de decoro o dignidad del cargo, al pronunciarse de manera injuriosa contra personas e instituciones; Abuso de poder, en el caso de insultos a periodistas que cubren las novedades del Palacio do Planalto.

¿Y entretanto, qué están haciendo los partidos de la oposición de izquierda? Bueno, estos partidos también buscan encontrar una salida a la crisis que les otorgue algún protagonismo. El Partido de los Trabajadores (PT) ha iniciado, primero tímidamente, una campaña cuyo eslogan es “Fuera Bolsonaro”, aunque no está clara su posición con respecto a la posibilidad de instaurar un proceso de destitución, pues se encuentra evaluando la viabilidad de llevar a buen puerto la salida del Jefe de Estado. Si se fracasa en el intento, el ex capitán puede salir fortalecido pese a los pesados cargos que se vienen acumulando en su contra.

Los otros partidos de izquierda o progresistas también se encuentran evaluando la correlación de fuerzas que podría llevar a la instalación de una comisión para analizar la exoneración del mandatario, aunque debido a la compra de apoyo parlamentario que ha efectuado Bolsonaro en los últimos días entre los partidos del “Centrao”, este escenario todavía parece remoto. Sin posibilidades de llamar a sus militantes a ocupar las calles, la izquierda se manifiesta en las redes sociales, pero sin el impacto que tendría una gran movilización nacional.

Ya hemos señalado en columnas anteriores que la decisión de abrir estos procesos se encuentra en las manos de Rodrigo Maia, el cual –al igual que los partidos de oposición- sigue evaluando la factibilidad de una medida de este tipo. En un escenario en que aún no se decantan las aguas turbulentas de la política brasileña, los muertos por el Covid-19 siguen aumentando y, según cifras oficiales, estos ya superan los siete mil decesos, mientras los contagiados llegaron a los 110 mil casos. En esta ruleta de la vida y de la muerte, resuena en la memoria una música que recuerda otros tiempos de terror, cuando Joao Bosco junto a Aldir Blanc escribían “Llora nuestra patria, madre gentil, lloran Marías y Clarices en el suelo de Brasil…”

domingo, 3 de maio de 2020

Os vivos e os mortos

J. C. Cuenca
Deutsche Welle

Qual é o limite para a infâmia deste governo num momento de pandemia global? Sobre isso, hoje os mortos podem falar mais alto que os vivos.

Estendendo as mãos para fora da cama, admirou-se de não encontrar nada. "Ora essa", pensou, "as formigas devem ter comido a parede", e voltou a dormir. Pouco depois, a mulher o sacudiu: "Olha, seu preguiçoso", disse ela, "enquanto você estava dormindo, roubaram a nossa casa". O céu intacto espraiava-se por todos os lados. "Bem, o que está feito, está feito", pensou ele.

Pouco depois, ouviu-se um barulho. Era um trem que se aproximava deles a toda velocidade. "Com tanta pressa", pensou, "vai chegar com certeza antes de nós", e voltou a dormir. Depois, o frio o despertou. Estava banhado em sangue. Alguns pedaços da sua mulher jaziam junto dele. "Com o sangue", pensou ele, "surgem sempre muitos contratempos; se aquele trem não tivesse passado eu seria feliz. Mas, uma vez que já passou...", e tornou a adormecer.

Nos últimos anos, sonâmbulos como o homem pacífico de Henri Michaux pulularam por estas terras. Liberais com deficiência de aprendizado, juristas de palanque e articulistas do chefinho distraíram-se dos ímpetos totalitários do asno que alçaram ao poder com o simples objetivo de apear um governo levemente trabalhista. Quando confrontados, disseram: "O poder irá moderá-lo...", e voltaram a dormir.

Hoje, as instituições estão sequestradas por milícias fascistas. A cada dia mais frágeis, adiam o momento em que terão que finalmente combater ou capitular. Indecisos entre o cálculo político e a defesa da Constituição, a desonra e a guerra, congressistas, senadores e presidentes das duas casas assistem, lívidos, a corrosão do que nos sobrava de Estado Democrático de Direito. Sem perceber que, um a um, todos estão virando sombras. Antes de cair no sono, soltarão outra nota de repúdio.

As intrigas palacianas com ramificações em grupos de extermínio que testemunhamos no meio de uma pandemia só podem acabar em (mais) tragédia. Não haverá renúncia ou acordo. Haverá tiroteio, assassinato, suicídio. Este governo miliciano sabe que, fora do poder, será encarcerado.

Entre a inocência e a impotência, a oposição democrática descobre a cada dia novos buracos para enfiar o pescoço. Enquanto nós, os últimos ilustrados, inventamos novas formas de conversar com o espelho. Sempre um pouco acima do chão, um pouco revolucionários – ligeiramente subversivos. Mas não muito. Talvez por isso, nós, que ainda estamos vivos, fomos – e seguimos – incapazes de estar a altura do desafio histórico que temos diante dos olhos. A esperança que nos resta é outra.

Quantos zeros precisam estar à direita para que a pilha de corpos torne-se (ou deixe de ser) uma abstração? Qual é o limite do aceitável? Qual o grau de parentesco? A aritmética da compaixão? Qual será a imagem, o cadáver exposto na calçada, a cova coletiva, que irá riscar uma linha a partir da qual um "e daí?" seja respondido com a guilhotina que merece?

Logo uma tempestade pesada cairá em cada trecho do Planalto Central, nas secas colinas, sobre os mangues e as florestas. Cairá, também, sobre os cemitérios, em rajadas nas cruzes e lápides, nas pontas dos portões, nos espinheiros e jardins, na grama, na lama. Ouviremos essa chuva cair na terra, como se encontrasse seu pouso definitivo, sobre todos os vivos e todos os mortos. Talvez nesse dia, os últimos falem mais alto que os primeiros.