domingo, 22 de outubro de 2023

Oriente Medio: otra guerra imposible de ganar

Enrique Gomáriz Moraga
Latinoamérica 21

Toda guerra es una derrota humana, significa que los seres humanos no han logrado encontrar una vía pacífica para resolver sus diferencias. Pero hay un tipo de guerra que lleva esta derrota moral al paroxismo. Se trata de las unwinnable wars, es decir, las guerras imposibles de ganar. A menos, claro está, que se logre la liquidación física total del antagonista.

Este tipo de guerras tienden a enquistarse y quedar listas para una nueva explosión de destrucción y muerte. Y si no encuentran alguna salida estable del conflicto, la idea de que será posible encontrar una solución definitiva en el campo de batalla no es otra cosa que un espejismo. Algunos conflictos armados lograron encontrar esa vía de solución, después de muchas muertes y sufrimiento, como fue el caso de la guerra de Irlanda. Pero otros, incluso los más actuales, como el de Ucrania, son del tipo unwinnable war. Algo que se asocia bien con su vocación de durabilidad.

El conflicto armado entre palestinos e israelíes constituye el paradigma de este tipo de guerras. Una vez establecidas las bases constitutivas del enfrentamiento, solo existen dos opciones prácticas: la destrucción completa de una de las partes contendientes o bien un acuerdo negociado, aunque no resulte completamente satisfactorio para nadie. En realidad, a esa primera opción se referían los judíos ortodoxos cuando pedían a Nethanyahu que “entrara en Gaza para resolver de una vez por todas el problema”. No se puede pretender que sea posible distinguir a los militantes de Hamás de la población palestina que vive en Gaza.

La única forma de evitar que el niño de ocho años que vive en ese territorio ocupado sea mañana un militante de Hamás es borrándolo del mapa. Esta narrativa radical es la que conduce a golpear tan fuerte a la población palestina para que nunca olvide el costo de una agresión a Israel. En este contexto, la completa destrucción de un hospital, colmado de enfermos y heridos, encaja bien en esa lógica implacable.

Pero, desde el lado opuesto, hacer que tu vida solo tenga sentido si la dedicas a la destrucción de Israel también forma parte de la misma lógica, dentro de la cual cabe perfectamente el uso de armas de última generación, especialmente los drones, para provocar la elevación del enfrentamiento histórico. La destrucción de Israel es tan ilusoria como la negación de aceptar el establecimiento de un Estado palestino.

Como participante de una misión mediadora en los años ochenta, tuve la oportunidad de escuchar a Yasir Arafat contarnos dónde estaba su casa en Belén, antes de que fuera requisada por colonos israelíes. Y pude comprobar que el intercambio de ideas con las generaciones de judíos que habían vivido los campos de concentración se hacía eterno, hasta que el interlocutor acudía a su ultimo argumento, recogiéndose la manga de la camisa para mostrarme el número grabado en su antebrazo.

La solución al conflicto ya ha sido establecida por la comunidad internacional, mediante la resolución de Naciones Unidas que plantea el establecimiento de dos estados. Pero ninguna de las partes está dispuesta a aceptarla por entero. Israel aduce que con ello empeoraría su seguridad, algo que Estados Unidos apoya por razones geopolíticas y también domésticas. Y la parte palestina se mantiene completamente dividida al respecto. Hamás nunca superará la vieja demanda del regreso a la situación antes de la creación del Estado de Israel.

Hace tiempo que mi conclusión sobre este conflicto es que el hecho de haber sufrido una terrible persecución o discriminación no otorga a nadie una carta blanca moral para relacionarse con el mundo. No hay justificación ética para utilizar el terror como instrumento político o usar contra otros la espantosa experiencia adquirida en los campos de concentración. Los aterrorizados pueden convertirse en maestros del terror y los perseguidos pueden ser los perseguidores más atroces.

La comunidad internacional debe ayudar a los contendientes a encontrar una vía de negociación, comenzando por romper con la retórica victimista de ambos. Tomar distancia de esa retórica facilita la libertad de condenar cualquier acción condenable de cualquiera de las dos partes. Hoy, cuando Brasil preside por este mes el Consejo de Seguridad de la ONU, parece oportuno que impulse acciones de carácter humanitario y que se apeguen a los acuerdos y resoluciones ya establecidos entre las partes. Incluso si Estados Unidos ejerce su veto en el Consejo, colocando la defensa de Israel por encima de cualquier otro criterio.

sexta-feira, 13 de outubro de 2023

¿Cómo actuar moralmente ante el cambio climático?

Chuck Collins
Jacobin América Latina

A medida que el cambio climático produzca más miseria y los capitalistas que defienden los combustibles fósiles se nieguen a reducir las emisiones de carbono, nos enfrentaremos cada vez más claramente a la pregunta planteada por Chuck Collins en su nueva novela: ¿Cómo actuar moralmente contra un statu quo tan inmoral?

Chuck Collins, autor de numerosos libros, entre ellos Los acumuladores de riqueza: Cómo los multimillonarios pagan millones para ocultar billones (2022), es conocido desde hace tiempo por sus estudios detallados y basados en hechos sobre la desigualdad económica. Pero el último trabajo de Collins es una obra de ficción. Altar to an Erupting Sun nos plantea la cuestión de qué estaría moralmente justificado ante el desastre ecológico que se avecina.

En las primeras páginas, la protagonista Rae Kelliher, una activista moribunda en las últimas semanas de su vida, decide violar su antiguo compromiso con la no violencia para matar a un director general de una empresa de combustibles fósiles, ante la desaprobación de quienes la rodean. El resto del libro de Collins consiste en un recorrido por la vida de Rae, explorando su formación como activista, sus relaciones e influencias, y las raíces de su polémico acto final.

Luke Savage, de Jacobin, se sentó con Collins para hablar de Altar to an Erupting Sun, las provocaciones que ofrece su protagonista y la decisión que tomó a los veintiún años de regalar su propia y cuantiosa herencia.

Por hablar un poco de sus antecedentes, usted es bisnieto de Oscar Mayer y cuando era adolescente recibió una cuantiosa herencia, pero la regaló a los veinte años. ¿Puede hablarnos de ello?

Todo es verdad. Oscar Mayer era una persona real y era mi bisabuelo. El negocio familiar estaba en Madison, donde yo nací. Cuando yo nací, mi padre estaba trabajando en el taller y pensó que yo tenía que ir a la escuela de negocios y ponerme las pilas. Era una empresa familiar fundada en la década de 1880, pero fue comprada por el gigante corporativo General Foods, luego por Kraft y Philip Morris, y ahora de nuevo por Kraft. Cuando cumplí veintiún años, la empresa se vendió y las acciones quedaron en manos de los miembros de la familia, así que básicamente a todos nos tocó la lotería.

Yo ya tenía la sensación de que los grandes extremos de riqueza concentrada no eran algo bueno. Realmente no quería beneficiarme de ese sistema e intenté no ser desagradecido con mis padres, que intentaron darme una educación universitaria sin deudas, algo que todo el mundo debería tener. Pero doné el dinero a un montón de fundaciones para el cambio social y no me arrepiento de nada. Entre otras cosas, la experiencia me ayudó a darme cuenta de cuántas otras ventajas multigeneracionales fluyen aparte de la riqueza y el dinero en efectivo. Hay todo tipo de beneficios. Eso ha influido mucho en quién soy y en mi forma de pensar sobre la desigualdad.

Se le conoce sobre todo por su trabajo sobre la desigualdad. Esta es su primera novela. ¿Por qué una ficción? ¿Qué lo llevó a la historia de su protagonista, Rae Kelliher?

Personalmente, he aprendido mucho de la ficción histórica. Puede ser una puerta de entrada a la historia o a una región o cultura en particular. En este caso, tengo varios objetivos. Pero uno de ellos era sacar a relucir la historia de los movimientos sociales para hablar de la formación política.

Hay muchas novelas de aprendizaje que se ocupan de las influencias sobre las personas, pero no veo que la formación de movimientos sociales se trate realmente como un género. Por eso quise contar una historia en la que estuvieran implicadas personas reales —Juanita Nelson, la que se opuso a los impuestos de guerra; Sam Lovejoy, el que se subió a una torre; o Brian Willson, veterano de Vietnam— y espero que cuando la gente lea esas historias quiera saber más sobre quién era alguien como Willson y por qué puso su cuerpo delante de un tren.

También intentaba hacer ficción futurista, pensar en los próximos siete o diez años. La ficción es una oportunidad para articular una visión que no sea sólo apocalíptica. El libro es un intento de mostrar cómo sería si una comunidad se uniera para prepararse para un futuro perturbado, sabiendo que hay sistemas más amplios a los que debemos hacer frente y, al mismo tiempo, encontrar la manera de cuidarnos unos a otros.

Vivo en una región [Nueva Inglaterra] donde hay todo tipo de innovaciones interesantes en torno a los sistemas alimentarios y la economía localizada, la ayuda mutua y una forma diferente de concebir la muerte y la agonía. ¿Qué pasaría si actuáramos de conjunto? Y eso se prestaba a la ficción.

Pasamos mucho tiempo con Rae, aunque también hay otros personajes importantes. Está Reggie, su compañera. Me gustó especialmente la descripción de su hermano Toby, que durante un tiempo se aleja y tiene el cerebro podrido por la radio. Pero Altar to an Erupting Sun gira en torno a una decisión que ella toma hacia el final de su vida, cuando padece una enfermedad terminal, de acabar con la vida de un director ejecutivo de una empresa de combustibles fósiles. Así comienza la novela, y la mayor parte de ella transcurre viajando en el tiempo con Rae a medida que alcanza la mayoría de edad y desarrolla su perspectiva del mundo.

Antes de hablar de la decisión que constituye el eje narrativo de su libro, quizá podamos hablar de Rae. Es una persona que no tiene tiempo para la universidad o la educación formal, sino que es en gran medida una autodidacta. Se sumerge en las cosas y vive la vida con una urgencia y un compromiso tremendos con la gente que la rodea y con todo lo que hace. ¿Cómo caracterizaría a Rae como persona? ¿De dónde viene exactamente?

Es el alma de la fiesta. Es la persona que se acuerda de tu cumpleaños. Es la que se viste con disfraces tontos. No fue a la universidad, pero es una gran intelectual. Piensa en ideas y en historia. Es curiosa. En cierto sentido, es una historia de formación. Su pensamiento está moldeado por el de algunos mayores y otras personas muy impregnados de la práctica no violenta y la acción directa. Eso es lo que la forma. Y parte de la tensión es, ¿por qué hace lo que hace?

He oído a mucha gente decir cosas parecidas a las que dice Rae: «Si me pongo enferma terminal, no me voy a ir sin hacer ruido». Ayer mismo estaba de excursión en el bosque con un grupo de primos: una docena de niños pequeños y dos mujeres mayores. Una de ellas me preguntó qué haríamos si nos encontráramos con un oso. Yo respondí que intentaríamos poner a salvo a los niños, pero la otra mujer dijo, sin pestañear, que ella iría directamente a por el oso.

Me conmovió oírla decir eso, porque tiene más de sesenta años y entiende que su trabajo es defender a la próxima generación. Existe un grupo, Third Act, creado por Bill McKibben, Akaya Windwood y otros muchos que creen que no deberíamos depender de los jóvenes para dar un paso adelante en la lucha contra el cambio climático y que nosotros, los mayores, que hemos estado quemando combustibles fósiles y beneficiándonos de una sociedad dependiente de los combustibles fósiles, tenemos que dar un paso adelante y asumir los riesgos.

Rae es así. Está en la etapa generativa de su vida. Y hay gente que se siente así: «Si me llaman para hacer esto, esto es lo que haré». Así que no era del todo descabellado imaginar que Rae llegaría a la misma conclusión. He oído a muchos expresar un sentimiento similar sobre la necesidad de una escalada de tácticas en este momento.


La decisión que finalmente toma Rae no sólo transgrede lo que por otra parte ha sido su compromiso de toda la vida con la no violencia, sino que también se ve fuertemente perturbada por la gente que la rodea, aunque nadie está muy seguro de lo que va a hacer exactamente. Hacia el final del libro, cuando los amigos y familiares de Rae se reúnen para celebrar su vida siete años después de su muerte, queda claro que siguen sin estar de acuerdo con lo que hizo. También tiene una serie de consecuencias imprevistas: mueren tres personas en total y un querido amigo suyo es utilizado como chivo expiatorio y pasa varios años en la cárcel.

Así pues, Altar to an Erupting Sun no tiene una relación sencilla con su personaje central ni con la forma en que decide poner fin a su vida. ¿Cómo situarías la decisión de Rae? ¿Qué significado piensas que tiene?

Puesto que he oído a gente decir este tipo de cosas, era interesante — de una manera ficticia— tratar de hilar fino sobre cuáles serían las implicaciones: un tremendo retroceso político, la criminalización de la disidencia, la represión de la protesta legítima, una aceleración de las cosas que ya estamos viendo como reacción a tácticas incluso ligeramente escaladas.

Mi opinión personal es que lo que Rae decide hacer es tanto táctica como moralmente erróneo y que tendría tremendas consecuencias negativas, tanto políticas como para la gente que la rodea. Sabemos que eso no es lo que alguien como Rae habría querido, a pesar de haber apuntado sobre la responsabilidad de la industria de los combustibles fósiles y de que en los años posteriores a su muerte también suceden algunas cosas menos negativas.

Si hay algo de lo que espero que la gente hable en relación con el libro, es de cómo es la acción audaz cuando tienes una industria canalla tan poderosa políticamente como la de los combustibles fósiles, que ha hecho tanto por generar sólo charlas banales sobre quién es el responsable. «¿No somos todos responsables del cambio climático, especialmente los que pertenecemos a la clase media acomodada?», «¡Caramba, debería haber comprado ese vehículo eléctrico!», o «Debería haber ido en bicicleta y andando en vez de en coche a la tienda». La industria de los combustibles fósiles está encantada de que todos nos sintamos responsables de este dilema.

Y al final, cuando se enfrenta a estas realidades, Rae llega a la conclusión muy personal, mientras agoniza, de que quiere dejar una huella al final de su vida. Para mí, su acto es una invitación a que todo el mundo se pregunte, independientemente de lo que piense sobre lo que hace Rae, cómo sería una respuesta valiente al cambio climático y cómo sería enfrentarse a la industria de los combustibles fósiles y al poder que han utilizado para negar el cambio climático y bloquear las alternativas.

El altar aparece mucho en este libro. ¿Qué significa el altar para usted? ¿Qué significa en el libro?

En cierto sentido, el libro es un altar. Es un altar en la tradición global de recordar y honrar a los antepasados. Es un altar a los movimientos sociales y a la gente que nos ha precedido como activistas de toda la vida. No se trata de personas que acudieron a una manifestación, sino de los que llevan toda la vida dedicados a la justicia económica y racial, a la lucha contra la desigualdad y a los problemas medioambientales.

También está el papel de los altares que Rae conoce: Brian Willson entra en una cabaña en Vietnam y encuentra a Norman, un cuáquero estadounidense, en un altar. O Norman Morrison, que se autoinmoló. Hay una parte espiritual de Rae que está interesada en honrar y sacar fuerzas de los antepasados. A través de sus experiencias también llega a la conclusión de que debemos replantearnos nuestra actitud ante la muerte, la agonía y lo que queremos decir con nuestras vidas.