sábado, 31 de dezembro de 2016

Felices fiestas y un mejor 2017


Estimad@s amig@s:

Llegando al final de un año difícil, pero de importantes movilizaciones y luchas democráticas, les deseo a tod@s unas muy felices fiestas de navidad y que el 2017 sea un tiempo cargado de energía para enfrentar nuevos desafíos y redoblar las luchas para mejorar nuestra vida colectiva y nuestro planeta.

Fraternalmente, Fernando

terça-feira, 27 de dezembro de 2016

Brasil: Redoblando la convicción en la lucha democrática

Fernando de la Cuadra
Rebelión

El desastroso año de 2016 termina con su impronta trágica y lamentable, marcada por una arremetida de las fuerzas conservadores en diversos rincones del planeta. Y como corolario de una fase para olvidar, un gobernante ilegitimo e impopular viene a anunciar la reforma laboral, presentándola como un regalo de Navidad al pueblo brasileño, expresando sin ningún pudor su desprecio por el bienestar de los trabajadores y sus familias. Entre otras medidas esta reforma plantea la posibilidad de aumentar la jornada diaria de 8 horas a 12 horas, manteniendo el límite de 220 horas mensuales. Otra medida propuesta es la disminución de tiempo entre jornadas o tiempo de almuerzo, pasando de una hora para 30 minutos. El proyecto que debe ser ratificado por el Congreso, también considera el pago parcelado de las vacaciones en hasta tres veces, con valores proporcionales a los respectivos períodos, siendo que una de las fracciones debe corresponder al menos a dos semanas de trabajo.

No es por casualidad que el rechazo del presidente y especialmente del gobierno Temer en su conjunto sigue creciendo aceleradamente. Si se analizan las cifras de apoyo al gobierno y al propio Temer desde que fue aceptada la admisibilidad de la denuncia contra la presidenta Dilma y el vice-presidente Temer acabó instalado para asumir la presidencia interina del país a mediados de mayo, el índice de popularidad de Temer siempre fue muy bajo. Según la última encuesta realizada por Datafolha hace un par de semanas, el nivel de satisfacción de los brasileños con el gobierno Temer alcanza a solo un 10 por ciento, casi el mismo porcentaje que tenía en mayo (11 por ciento).

En cambio la evaluación negativa del gobierno (malo o pésimo) subió 20 puntos porcentuales, desde un 31 por ciento en julio a los actuales 51 por ciento que mencionas. En esta misma encuesta, la gran mayoría de los entrevistados, el 63 por ciento, son favorables a la inmediata renuncia de Temer durante lo que queda del año para que se pueda convocar a elecciones directas para el período que resta de mandato. Es por cierto una posibilidad muy remota, pero es un buen indicador de cuanto la población desea la salida de Temer y su reemplazo por un presidente que cuente con la legitimidad que otorga el voto popular.

Aparte del casi inexistente carisma de Temer y de la corrupción que aqueja ostensiblemente a sus ministros, es indudable que junto con la mencionada reforma laboral, la reforma del sistema previsional y la voluntad de congelar los gatos para los próximos 20 años, son factores que inciden en una desaprobación in crescendo de su gobierno. A ello se puede sumar algunos proyectos de claro sesgo conservador, como la Escuela sin Partido o la tentativa fracasada de eliminar disciplinas como filosofía, sociología, artes y hasta educación física de la malla curricular de la enseñanza media.

Por otra parte, el gobierno ha iniciado el proceso venta de recursos naturales a corporaciones transnacionales, comprometiendo la soberanía de Brasil sobre dichos recursos. Específicamente en el caso de los hidrocarburos, Petrobras acaba de firmar un acuerdo con la petrolera francesa Total por un valor de 2,2 billones de dólares, que incluye la venta para explotación de los campos del pre-sal existentes en la Bahía de Santos. Dicho convenio es parte de una extensa lista de concesiones y ventas realizadas a favor de corporaciones multinacionales para la explotación de las reservas de hidrocarburos que se encuentran en el subsuelo territorial. Muchas de estas medidas no son conocidas por la población, aunque tanto la reforma de las jubilaciones como el techo del gasto público para las próximas dos décadas son cuestiones que afectan directamente la calidad de vida de los brasileños y por lo mismo son temas más prominentes a la hora de generar un debate sobre los derroteros del gobierno Temer.

Sumado a lo anterior, las disputas entre los diversos poderes y la desmoralización que sufrió el Supremo Tribunal Federal (STF) en el caso del senador Renán Calheiros dejan la sensación de que existe un total descrédito en las instituciones de la república por parte de la población. En términos muy resumidos, la ley establece que ninguna persona que está siendo juzgada en tribunales sea parte de la línea sucesoria del presidente en caso de ausencia, enfermedad, renuncia o impedimento. Renán Calheiros que es el segundo en la línea sucesoria después del presidente de la Cámara de Diputados (Rodrigo Maia) fue objeto de un recurso impetrado por el Partido PSOL para que fuese cesado en sus funciones de presidente del Senado, precisamente por una causa antigua que pesa en su contra y que fue recientemente sancionada por ese mismo STF. Entonces, ¿que resolvieron los miembros del máximo tribunal? Pues que Renán Calheiros podía continuar como presidente del senado, pero inhabilitado para ocupar en cualquier circunstancia el cargo de presidente interino, siendo por tanto eliminado por un pase de mágica de jurisprudencia de la línea sucesoria de la presidencia. Según la opinión de diversos especialistas en Derecho Constitucional esa decisión de los ilustres miembros del Supremo es inconstitucional y hace recordar otras decisiones polémicas de los ministros de la Corte.

Pero la abdicación del STF en su papel de velar y garantizar el cumplimiento de la constitución también se debe a motivos de interés corporativo del poder judicial. La “salvación” del senador Calheiros es también una carta de negociación que ha utilizado el Supremo para impedir la discusión de la ley sobre Abuso de Autoridad que se encuentra empantanada en el Congreso, debate que es fundamental para tratar de democratizar las instituciones y eliminar las injusticias cometidas no solo por los tribunales, sino que también por el conjunto de los agentes públicos que cuentan con prerrogativas especiales para hacer un uso arbitrario y desmedido de la ley. Y por último, pero no menos importante, el STF fue presionado por el presidente Temer para dejar en el cargo a Calheiros, pues el mencionado senador se había comprometido con el gobierno a llevar adelante la votación de la PEC 55 (congelamiento del gasto público), la cual fue aprobada finalmente por el Senado.

Las operaciones contra la corrupción y amenazas de la ultraderecha

Diversas voces esperanzadas han señalado que lo positivo de la operación Lava Jato y de otras como Zelotes, Calcuta, etc… es que representan un terremoto en la clase política y en la sociedad brasileña, situando el problema de la corrupción como un factor central a ser enfrentado para pensar cualquier posibilidad de desarrollo. Sin embargo, existen bastantes dudas con relación a si la clase política ha hecho su mea culpa y por la calidad deplorable de sus miembros y especialmente de los representantes del Congreso, la única alternativa que resta es continuar denunciando a todos quienes se encuentran envueltos en actos de corrupción. Y junto con ello, difundir la idea sobre la importancia de la participación y la emisión de un voto informado entre los electores. Un voto consciente y reflexivo podría eventualmente alterar la actual composición de fuerzas de este Congreso atravesado por intereses patrimonialistas y corporativistas del peor tipo.

En ese sentido, los innumerables procesos abiertos en contra de políticos, empresarios y altos ejecutivos de empresas estatales son una parte más de un fenómeno de descomposición de la clase política y de una rutina de escándalos que no parece acabar. Por lo mismo, existe un enorme riesgo que se fortalezcan aquellas posiciones más reaccionarias que se alimentan con esta crisis política y con la falta de credibilidad en los partidos y en las instituciones democráticas. Esto ya se puede observar en el crecimiento meteórico de figuras como Jair Bolsonaro, un ex militar apologista de la tortura y de la eliminación física de quienes se sitúan en la izquierda. El triunfo de Donald Trump y la ascensión de Marine le Pen en Francia, Nigel Farage en el Reino Unido o Frauke Petry en Alemania representan un peligroso viraje hacia la extrema derecha en el mundo y su impacto en un Brasil desorientado por la crisis no es un dato menor.

Junto con ello, pastores evangélicos ultra conservadores se han proyectado a partir de un número cada vez mayor de iglesias y grupos evangélicos que son conducidos como rebaños obedientes y acríticos de la realidad. Con un discurso simplista y “anti-político”, estos personajes que surgen en momentos de desajuste se presentan como seres mesiánicos que salvarán a la patria de todas las penurias causadas por políticos, empresarios y funcionarios de gobierno, discurso que es literalmente introyectado en electores cansados de ver como los recursos públicos se desvanecen entre las manos de políticos y administradores corruptos. Sectores del poder judicial también se han atribuido el papel de heroicos combatientes contra los enemigos de la patria, asumiendo en demasiadas oportunidades un protagonismo desmedido, haciendo uso y abuso de la norma jurídica que aplican arbitrariamente sobre quienes consideran sospechosos de infringir la ley. Ya no son necesarias las pruebas, ahora solamente bastan los indicios y los presentimientos, como declaró hace poco tiempo uno de los promotores de la operación Lava-Jato.

Los retos de la izquierda brasileña

Frente a este escenario, ¿que se vislumbra en el campo de izquierda como alternativa a un gobierno impopular? Lo primero, es que una parte importante de la izquierda brasileña se encuentra actualmente en un franco proceso de refundación, incluida aquella que está implicada en casos de corrupción. La cuestión es que una eventual alianza o frente unido de las izquierdas en este país debe superar años de discordias, luchas intestinas y fraccionamientos traumáticos entre sus huestes. Sin ir más lejos, el propio PT ha sido objeto de varios fraccionamientos internos y de la salida de importantes facciones y de militantes emblemáticos que han dado paso a otros referentes como el Partido de la Causa Operaria (PCO) formados por ex militantes de la corriente Causa Operaria que fueron expulsados del PT en 1991; el Partido Socialista de los Trabajadores Unificado (PSTU) que surgió en 1994 entre militantes de una vertiente trotskista; el Partido Socialismo y Libertad (PSOL) que se fundó luego de la salida de un grupo de importantes dirigentes del PT en 2004 y el Partido Rede Sustentabilidad, que surge oficialmente en 2015 con militantes que estaban en el PSOL, a los cuales se agregaron nuevos grupos que se escindieron del PT en el transcurso de los últimos años. Además, el PT mantiene todavía un importante sector que posee una filiación doctrinaria con el trotskismo internacional que se denomina Democracia Socialista (DS) y que en cualquier momento puede pasar a transformarse en un partido autónomo.

El Partido Socialista Brasileño (PSB) que había sido un aliado histórico del PT, participó en la aprobación del impedimento de la presidenta Dilma, lo cual también implicó que se originasen rupturas internas y la salida de figuras emblemáticas como su ex presidente Roberto Amaral. Por su parte, los sectores tradicionales de la izquierda del tronco comunista (PCB y PC do B) se encuentran relegados a una mínima expresión, producto también de fisuras internas a los largo de sus respectivas historias partidarias. Un partido que surgió del PCB inspirado por la experiencia renovadora o aggiornamento del comunismo italiano encarnado en el Partito Democratico della Sinistra (PDS) conformó el Partido Popular Socialista que actualmente es parte del gobierno Temer, inclusive con dos ministerios. Existe asimismo una gran variedad de corrientes de izquierda que dejan la sensación de un movimiento pulverizado y difícil de articular, cuyo único eje común está representado por la oposición al gobierno actual. Eso es muy poco si se desea construir un gran frente o bloque histórico (utilizando la expresión de Gramsci) para realizar las transformaciones que Brasil necesita.

La izquierda brasileña debe tener la generosidad para superar las odiosidades del pasado e intentar construir un frente amplio que permita no solamente elaborar una coordinación nacional -junto a los movimientos sociales- en el marco de una movilización activa contra el gobierno ilegitimo, así como debe fundamentalmente ser capaz de crear las bases de una alianza programática que permita consolidar las conquistas acumuladas en las últimas dos décadas y doblegar la embestida de los grupos conservadores que desean naturalizar la exclusión y la desigualdad.

Siempre la virada del año nos proporciona la oportunidad para enfrentar un nuevo periodo con renovada esperanza de que se producirán efectivamente los cambios que deseábamos para el año que nos deja. En el caso de 2016, esta posibilidad se torna aún más prominente considerando los eventos desastrosos y deprimentes que marcaron su paso por Brasil y el mundo. Sin lugar a dudas, este redoblamiento de las luchas democráticas debe pasar necesariamente por una reconstrucción del PT dado su papel protagónico en el escenario político de los últimos 36 años y porque pese a todos los ataques y procesos judiciales que vienen enfrentando sus principales militantes, el PT continua siendo el principal referente de una generación que aspiraba a construir un país más justo, inclusivo y democrático. Quizás la propia agonía en que se debate actualmente el PT, le permita reestructurarse radicalmente y recuperar la mística y los principios fundacionales que lo aproximen a otras fuerzas de izquierda que se han apartado del PT precisamente por el surgimiento de prácticas indeseables que ciertamente serán descartadas en la retomada de un esfuerzo colectivo que pretende encarnar la voz y los anhelos de los más necesitados.

sexta-feira, 23 de dezembro de 2016

Brasil: Tiempos difíciles para un gobernante impopular

Meritxell Freixas
El Ciudadano

Mientras la popularidad del presidente brasileño, Michel Temer, baja en picada, los sondeos rescatan nombres como el de la candidata verde Marina Silva para entrar en la carrera presidencial de 2018.

Temer enfrenta no sólo un escenario complejo por el poco apoyo popular y las marchas en contra de sus políticas de austeridad, sino que también se las tiene que ver con un proceso judicial que le salpica directamente y que se ha cargado a seis de los miembros de su gabinete.

En conversación con El Ciudadano, el doctor en Ciencias Sociales y Editor del Blog Socialismo y Democracia, Fernando de la Cuadra, analiza -con poco optimismo- el escenario social y político brasileño. Opina que “no existen condiciones para destituir a Temer” y que la crisis política que acecha al país fortalece “las posiciones más reaccionarias”.

A la vez, apuesta por una renovación de los liderazgos de la izquierda brasileña, que considera muy fragmentada, e indudablemente del Partido de los Trabajadores.

En los últimos días se conoció que el proyecto de reformas económico de Temer está perdiendo apoyos por las medidas impopulares como la aprobación del congelamiento del gasto público o la que prevé aumentar la edad mínima de jubilación. Muchos medios han atribuido a eso la pérdida de apoyos de Temer, que un 51% valora como mala o pésima su gestión. Sin embargo, ¿es sólo ese el motivo de la pérdida de popularidad?

Si se analizan las cifras de apoyo al gobierno y al propio Temer desde que fue aceptada la admisibilidad de la denuncia contra la presidenta Dilma, a mediados de mayo, instalada por el vice-presidente Temer para asumir la presidencia interina del país, el índice de popularidad de Temer siempre fue muy bajo. Según la última encuesta realizada por Datafolha hace un par de semanas, el nivel de satisfacción de los brasileños con el gobierno Temer alcanza a solo un 10%, casi el mismo porcentaje que tenía en mayo (11%). En cambio, la evaluación negativa del gobierno (malo o pésimo) subió 20 puntos porcentuales, desde un 31% en julio a los actuales 51% que mencionas.

Aparte del casi inexistente carisma de Temer y de la corrupción que aqueja ostensiblemente a sus ministros, es indudable que la reforma del sistema previsional y la voluntad de congelar los gatos para los próximos 20 años, son factores que inciden en una desaprobación in crescendo de su gobierno. A ello se puede sumar algunos proyectos de claro sesgo conservador, como la Escuela sin partido o la tentativa fracasada de eliminar disciplinas como filosofía, sociología, artes y hasta educación física de la malla curricular de la enseñanza media.

Por otra parte, el gobierno ha iniciado el proceso de venta de recursos naturales a corporaciones transnacionales, comprometiendo la soberanía de Brasil sobre dichos recursos. Específicamente en el caso de los hidrocarburos, Petrobras acaba de firmar un acuerdo con la petrolera francesa Total por un valor de 2,2 billones de dólares, que incluye la venta para explotación de los campos del pre-sal existentes en la Bahía de Santos. Dicho convenio es parte de una extensa lista de concesiones y ventas realizadas a favor de corporaciones multinacionales para la explotación de las reservas de hidrocarburos que se encuentran en el subsuelo territorial. Muchas de estas medidas no son conocidas por la población, pero tanto la reforma de las jubilaciones como el techo del gasto público para las próximas dos décadas son cuestiones que afectan directamente la calidad de vida de los brasileños y en función de ello aparecen como más prominentes a la hora de generar un debate sobre los derroteros del gobierno Temer.

Pienso que en una eventual candidatura de Temer, sus posibilidades de elección son nulas no solamente por las medidas anti-populares que viene aplicando su gobierno, como por el hecho de que independiente del lugar que ocupaba en la coyuntura que derivó en la destitución de la presidenta Dilma, su figura no tiene ningún respaldo ciudadano y es claramente un personaje acartonado y desabrido que no concita la más mínima adhesión por parte del electorado. Por ejemplo, la misma encuesta Datafolha revela que la gran mayoría de los entrevistados, el 63%, son favorables a la inmediata renuncia de Temer durante lo que queda del año para que se pueda convocar a elecciones directas para el período que resta de mandato. Es una posibilidad muy remota, pero es un buen indicador de cuanto la población desea la salida de Temer y su reemplazo por un presidente que cuente con la legitimidad que otorga el voto popular.

La salvación del presidente del Senado, Renán Calheiros, por parte del Supremo Tribunal Federal (STF) supone un poco más de aire para seguir con las medidas de austeridad de la administración Temer. ¿Qué coste puede tener para él seguir en este lado de la cancha, considerando la carrera presidencial para 2018?

El episodio Renán Calheiros demostró que el STF buscó llegar a una resolución que evitase un conflicto directo entre el Poder Legislativo y el Judicial, pero que como en otras situaciones anteriores, representa una violación flagrante de la Constitución, según la opinión de diversos especialistas en Derecho Constitucional. En términos muy resumidos, la ley establece que ninguna persona que está siendo juzgada en tribunales sea parte de la línea sucesora del presidente en caso de ausencia, enfermedad, renuncia o impedimento.

Renán Calheiros, que es el segundo en la línea sucesora después del presidente de la Cámara de Diputados (Rodrigo Maia), fue objeto de un recurso impetrado por el Partido PSOL para que fuese cesado en sus funciones de presidente del Senado, precisamente por una causa antigua en su contra que fue recientemente sancionada por ese mismo STF. ¿Que resolvieron los miembros del máximo tribunal? Que Renán Calheiros podía continuar como presidente del senado, pero inhabilitado para ocupar en alguna circunstancia el cargo de presidente interino. Esa decisión del Supremo es inconstitucional y hace recordar otras decisiones polémicas de los ministros de la Corte. Esta “salvación” del senador Calheiros es una carta de negociación que ha utilizado el STF para impedir la discusión de la ley sobre Abuso de Autoridad que se encuentra empantanada en el Congreso, debate que es fundamental para tratar de democratizar las instituciones y eliminar las injusticias cometidas no solo por los tribunales, sino que también por el conjunto de los agentes públicos que cuentan con prerrogativas especiales para hacer un uso arbitrario y descomedido de la ley. Y claro, el STF también fue presionado por el presidente Temer para dejar en el cargo a Calheiros, con el compromiso de este último de llevar adelante la votación de la PEC 55 (congelamiento del gasto público), la cual fue aprobada finalmente por el Senado.

A Temer lo acusan también de vinculación con el escándalo de corrupción Petrobras, pidiendo dinero a la constructora Odebrecht para financiar al PMDB. En el marco de la Operación Lava Jato, ya cayeron varios de los miembros de su gabinete. ¿Podría ese factor situarlo en una posición similar a la de Dilma Rousseff cuando se impulsó su proceso de impeachment o “golpe de estado”?

No creo, son procesos diferentes. Primero porque las fuerzas que impulsaron el proceso contra Dilma utilizaron un recurso que se encuentra estipulado en la Constitución con respecto a la responsabilidad fiscal (aplicación de recursos complementarios sin autorización del Congreso y pedaladas fiscales). Eso va a ser una materia de debate ad infinitum.

Por su parte, Temer está envuelto en varios casos de corrupción y de entrega de recursos para financiar el partido a través del mecanismo conocido como “Caixa dois”. Después, existe un proceso en el Supremo Tribunal Electoral de financiamiento ilegal junto con Dilma, eran de la misma chapa. Pero el tema más gravitante es conocer cómo las fuerzas políticas se han venido articulando para mantener a Temer en el poder, hacer el “trabajo sucio” de las reformas ya comentadas y después seguir con la agenda electoral con las presidenciales marcadas para octubre del 2018.

Algunos analistas dicen que Temer no pasará de marzo del próximo año, pero como ya he insinuado, mi lectura del escenario brasileño es que no existen condiciones para destituir a Temer. En caso de que Temer sea destituido en el curso de 2017, estaríamos frente a una elección indirecta que realizaría el Congreso Nacional. Y este mare magnum brasileño se encuentra tan revuelto que no se vislumbra ninguna alternativa para comandar este país por los próximos dos años. Temer es mediocre, sin carisma, una especie de marioneta de los grandes intereses empresariales y del centro que conforma las llamadas bancadas de la B: Bala (empresas de seguridad y vigilancia), Boi (agropecuaria) y Biblia (Evangélicos).

Más allá de la crisis social y económica que enfrenta el país, otro factor se impone cada vez con más fuerza. Es una suerte de guerra de poderes entre el legislativo y el judicial, este último encabezado por el juez Sergio Moro, que en el marco de la operación Lava Jato ha abierto investigaciones a más de 50 cargos políticos tanto de derecha como de izquierda. De hecho, esta semana se conoció la quinta investigación abierta contra el ex presidente Lula en el marco de este caso. ¿Qué implicará este desmantelamiento político para la sociedad brasileña y su sistema político?

Diversas voces esperanzadas han señalado que lo positivo de la operación Lava Jato y de otras como Zelotes, Calcuta, etc… es que representa un terremoto en la clase política y en la sociedad brasileña, situando el problema de la corrupción como un factor central a ser enfrentado para pensar cualquier posibilidad de desarrollo. Tengo bastante dudas respecto a si la clase política ha hecho su mea culpa y por la calidad deplorable de los miembros del Congreso, la única alternativa que resta es informar y formar a la ciudadanía sobre la importancia de la participación y la emisión del voto. Un voto consciente y reflexivo podría eventualmente alterar la actual composición de fuerzas de este Congreso atravesado por intereses patrimonialistas y corporativistas del peor tipo. En ese sentido, los cinco procesos abiertos contra el ex presidente Lula son una parte más de un fenómeno de descomposición de la clase política y de una rutina de escándalos que no parece acabar.

Por lo mismo, existe un enorme riesgo que se fortalezcan aquellas posiciones más reaccionarias que se alimentan con esta crisis política y con la falta de credibilidad en los partidos y en las instituciones democráticas. Esto ya se puede observar en el crecimiento meteórico de figuras como Jair Bolsonaro, un ex militar apologista de la tortura y de la eliminación física de quienes se sitúan en la izquierda. Junto con ello, pastores evangélicos ultra conservadores se han proyectado a partir de un número cada vez mayor de iglesias y grupos evangélicos que son conducidos como rebaños obedientes y acríticos de la realidad. El triunfo de Donald Trump y la ascensión de Marine le Pen en Francia, Nigel Farage en el Reino Unido o Frauke Petry en Alemania representan un peligroso viraje hacia la extrema derecha en el mundo y su impacto en un Brasil desorientado por la crisis no es un dato menor. Con un discurso simplista y “anti-político”, estos personajes que surgen en momentos de desajuste se presentan como seres mesiánicos que salvarán a la patria de todas las penurias causadas por políticos, empresarios y funcionarios de gobierno. Un discurso que es literalmente introyectado en electores cansados de ver como los recursos públicos se desvanecen entre las manos de políticos y administradores corruptos.

En los últimos días se conoció el aumento de la popularidad de la líder verde Marina Silva, quien disputó la carrera presidencial con Rousseff en 2014. ¿Qué tantas posibilidades tendría de ganar Silva, más allá de lo pronosticado por las encuestas?

A pesar de su actual posición en las encuestas en que aparece con un 47 % de intención de voto en la segunda vuelta, creo que la candidatura de Marina Silva se va a ir diluyendo en el transcurso de la actual campaña. El histórico de Marina le juega en contra. Fue candidata para las elecciones de 2010 y 2014. En ambas, mantuvo en determinado momento una expresión significativa de las intenciones de sufragio manifestadas por el electorado. Se generaron grandes expectativas entre sus partidarios, pero finalmente se desinfló. En parte, este proceso de declive en el apoyo de los votantes se debe a que Marina Silva tuvo campañas poco convincentes, ya sea por la incapacidad de seducir con un proyecto que sumara al conjunto de las fuerzas progresistas, como por su postura ambigua y errática en diversos temas de economía, política, sociedad, cultura o ética.

Por ejemplo, su filiación a la iglesia evangélica provocó cambios drásticos de su posicionamiento en temas sensibles como el aborto, las relaciones homo-afectivas o la adopción de hijos por parejas del mismo sexo. Además, me gustaría destacar que Marina Silva se ha mantenido bastante ausente en los debates sobre la legalidad y legitimidad del gobierno Temer, sin cuestionar el impeachment, o cuestionando tímidamente el curso que ha tomado el nuevo gobierno en una constelación de temas fundamentales, como los anteriores. Su propio partido, la Rede, se encuentra dividido en relación a las más variadas temáticas, lo cual expresa sin muchos eufemismos, la falta de capacidad de liderazgo que muestra la propia Marina Silva a la hora de orientar o influir en la opinión de sus correligionarios. Lo que no deja de ser paradójico es el hecho de que una persona que ha brillado por su ausencia en los debates durante este último tiempo es indicada por muchos electores como la candidata favorita para presidir los destinos de Brasil.

¿Cuál puede ser la incidencia de los liderazgos de la izquierda brasileña que no están implicados en corruptelas para promover el cambio en miras a 2018?

Parte de la izquierda brasileña se encuentra en un franco proceso de refundación, incluida aquella que está implicada en casos de corrupción. La cuestión es que una eventual alianza o frente unido de las izquierdas en este país debe superar años de discordias, luchas intestinas y fraccionamientos traumáticos entre sus huestes.

Sin ir más lejos, el propio PT ha sido objeto de varios fraccionamientos internos y de la salida de facciones importantes de militantes emblemáticos que han dado paso a otros referentes como el Partido Socialismo y Libertad (PSOL) o el Partido Rede, que surge con militantes que estaban en el PSOL y a la cual se agregó una fracción del PT. Además, el PT mantiene todavía un importante sector que posee una filiación doctrinaria con el trotskismo internacional que se denomina Democracia Socialista (DS) y que en cualquier momento puede pasar a transformarse en un partido autónomo.

Por otro lado, los sectores tradicionales de la izquierda del tronco comunista (PCB y PC do B) se encuentran relegados a una mínima expresión, producto también de fisuras internas a los largo de sus respectivas historias partidarias. Un partido que surgió del PCB inspirado por la experiencia renovadora o “aggiornamento” del comunismo italiano encarnado en el Partito Democratico della Sinistra (PDS) conformó el Partido Popular Socialista que actualmente es parte del gobierno Temer, inclusive con dos ministerios. Existe además una gran variedad de corrientes de izquierda que dejan la sensación de un movimiento pulverizado y difícil de articular, cuyo único eje común está representado por la oposición al gobierno actual. Eso es muy poco si se desea construir un gran frente o bloque histórico (utilizando la expresión de Gramsci) para realizar las transformaciones que Brasil necesita.

Una renovación de los liderazgos de la izquierda brasileña debe pasar necesariamente por una renovación del PT, dado su papel protagónico en el escenario político de los últimos 36 años y porque pese a todos los ataques y procesos judiciales que vienen enfrentando sus principales militantes, el PT continua siendo el principal referente de una generación que aspiraba a construir un país más justo, inclusivo y democrático. Quizás la propia agonía en que se debate actualmente el PT, le permita reestructurarse radicalmente y recuperar los principios fundacionales que lo aproximen a otras fuerzas de izquierda que se han le han apartado precisamente por el surgimiento de prácticas indeseables.

terça-feira, 6 de dezembro de 2016

Trump y el fascismo del siglo XXI

William I. Robinson
La Jornada


Contrario a lo que se piensa, Donald Trump es miembro de la clase capitalista transnacional (CCT), ya que tiene fuertes inversiones alrededor del mundo y una parte muy importante de su "populismo" y discurso antiglobalización respondió a la demagogia y la manipulación políticas en función de la elección presidencial.

Asimismo, esta clase capitalista transnacional y el mismo Trump dependen de la mano de obra migrante para sus acumulaciones de capital y no pretenden realmente deshacerse de una población en peonaje laboral, debido a su condición de migrante y no de ciudadano/residente legal. Sus pretendidos planes de deportación, reducidos en número ya como presidente electo, y sus propuestas de criminalización de los migrantes en una escala mayor buscan, por un lado, convertir a la población migrante en chivo expiatorio de la crisis y canalizar el temor y la acción de la clase obrera ciudadana (mayoritariamente blanca) contra ese chivo expiatorio y no hacia las élites y el sistema. Por otro lado, los grupos dominantes han explorado cómo reemplazar el sistema actual de súper explotación de la mano de obra migrante (con base en la no documentación) con un sistema de mano de obra migrante visada, esto es, con visas laborales (guest worker programs, en inglés).

A la vez Trump busca intensificar las presiones para bajar los salarios en Estados Unidos, a fin de hacer competitiva la mano de obra estadunidense con la extranjera, o sea, con la mano de obra barata en otros países. La nivelación transnacional de los salarios hacia abajo es una tendencia general de la globalización capitalista que sigue en marcha con Trump, esta vez con un discurso de volver competitiva la economía estadunidense y regresar los trabajos a su país.

No hay que menospreciar la dimensión de extremo racismo de Trump, sino analizar esta dimensión más a fondo. El sistema estadunidense y los grupos dominantes se encuentran en una crisis de hegemonía y legitimidad, y el racismo y la búsqueda de chivos expiatorios son un elemento central para desafiar esta crisis. Al mismo tiempo, sectores significativos de la clase obrera blanca estadunidense vienen experimentando una desestabilización de sus condiciones laborales y de vida cada vez mayor, una movilidad hacia abajo, precarización, inseguridad e incertidumbre muy grandes. Este sector tuvo históricamente ciertos privilegios gracias a vivir en el considerado primer mundo y por privilegios étnico-raciales respecto de negros, latinos, etcétera. Van perdiendo ese privilegio a pasos agigantados frente a la globalización capitalista. Ahora el racismo y el discurso racista desde arriba canalizan a ese sector hacia una conciencia racista y neofascista.

Igual de peligroso es el discurso abiertamente fascista y neofascista de Trump, que ha logrado legitimar y desatar los movimientos ultra-racistas y fascistas en la sociedad civil estadunidense. En esa dirección he venido escribiendo sobre el fascismo del siglo XXI como respuesta a la grave y cada vez mayor crisis del capitalismo global, y esto explica el giro hacia la derecha neofascista en Europa, tanto del Oeste como del Este; el resurgimiento de una derecha neofascista en América Latina; el giro hacia el neofascismo en Turquía, Israel, Filipinas, India y muchos otros lugares. Una diferencia clave entre el fascismo del siglo XX y el del siglo XXI es que ahora se trata de la fusión no del capital nacional con el poder político reaccionario, sino una fusión del capital transnacional con ese poder político reaccionario.

El trumpismo representa una intensificación del neoliberalismo en Estados Unidos, junto con un mayor papel del Estado para subsidiar la acumulación transnacional de capital frente al estancamiento. Por ejemplo, la propuesta de Trump de gastar un billón de dólares (trillón en inglés) en infraestructura, cuando la estudiamos bien, su objetivo en realidad es privatizar esa infraestructura pública y trasladar impuestos de los obreros al capital en forma de recortes de impuestos al capital y subsidios a la construcción de obras públicas privatizadas. Viene una época de cambios en Estados Unidos y en todo el mundo. Temo que estamos al borde del infierno. Seguramente habrá masivos estallidos sociales, pero también una escalada espeluznante de represión estatal y privada.

La crisis en espiral del capitalismo global ha llegado a una encrucijada. O bien hay una reforma radical del sistema (si no su derrocamiento) o habrá un giro brusco hacia el fascismo del siglo XXI. El fracaso del reformismo de élite y la falta de voluntad de la élite transnacional para desafiar la depredación y rapacidad del capitalismo global han abierto el camino para una respuesta de extrema derecha a la crisis. El trumpismo es la variante estadunidense del ascenso de una derecha neofascista frente a la crisis en todo el mundo; el Brexit, el resurgimiento de la derecha europea; el retorno vengativo de la derecha en América Latina, Duterte en Filipinas, etcétera. En Estados Unidos la traición de la élite liberal es tan responsable del trumpismo como las fuerzas de extrema derecha que movilizaron a la población blanca en torno a un programa de chivo expiatorio racista, misógino y basado en la manipulación del miedo y la desestabilización económica. Críticamente, la clase política, que durante las últimas tres décadas ha prevalecido, está más que en bancarrota y ha pavimentado la llegada de la extrema derecha y eclipsado el lenguaje de las clases trabajadoras y populares y del anticapitalismo. Contribuye a descarrilar las revueltas en curso desde abajo, empuja a los trabajadores blancos a una identidad fundamentada en el nacionalismo blanco y coadyuva junto con la derecha neofascista a organizarlos en lo que Fletcher denomina un frente unido blanco y misógino.