terça-feira, 31 de março de 2009

Eric Hobsbawm: “Además de injusto, el mercado absoluto es inviable”


En junio cumplirá 92 años. Lúcido y activo, el historiador que escribió Rebeldes primitivos, La era de la revolución y la Historia del siglo XX, entre otros libros, aceptó hablar de su propia vida, de la crisis del ’30, del fascismo y el antifascismo y de la crisis actual, que según él es a la economía de fundamentalismo de mercado lo que la caída del Muro de Berlín fue a la lógica soviética del socialismo. Una charla antes del G-20 y la llegada de Cristina a Londres. La entrevista la realizó Martín Granovsky para Página 12.

Eric Hobsbawm aparece en la puerta de la embajada de Alemania en Londres. Son poco más de las tres de la tarde en la hermosa Belgrave Square y las banderas de las embajadas se adivinan por detrás de las copas de los árboles. Lleva anteojos, la gorra puesta, un abrigo no muy pesado. Saluda. Tiene manos grandes y huesudas, pero no parecen las manos de un viejo. Ninguna deformación de artritis las atacó. Muy pronto una pequeña prueba demuestra que las piernas de Hobsbawm también están en buena forma. Baja con agilidad los tres escalones que llevan del palier a la vereda. Parece ver bien. Tiene un bastón en la mano derecha. No se apoya en él, pero quizá lo use como un seguro, por si trastabilla, o como un sensor de alerta temprana que detecta escalones, charcos y, de inmediato, el cordón de la vereda. Hobsbawm es alto y flaco. Uno ochenta y pico. No pide ayuda. El chofer del Foreign Office le abre la puerta izquierda del Jaguar negro. Entra en el auto con facilidad. El coche es grande, por suerte, y cabe, pero el viaje igual es corto.

–Vino un historiador alemán, por eso estoy en la embajada, y debo volver –avisa–. Llegó de visita a Londres y quiso conversar con algunos de nosotros. Sé que vamos a Canning House. Está bien. Poco trayecto, ¿no?

El auto da media vuelta a Belgrave Square y se detiene frente a otro palacete blanco de tres escalones, porche rodeado de columnas y puerta de madera pesada. Por algún motivo mágico el conductor de pelo blanco con mechón sobre la cara, traje azul y sonrisa como la del ayudante del inspector Morse de Oxford, ya le abre a Hobsbawm. Entre esas construcciones tan parecidas, la elegancia del Jaguar lo asemeja a un carruaje recién lustrado. El cochero sonríe cuando Hobsbawm desciende. El profesor le devuelve la simpatía mientras trepa con facilidad hasta un hall oscuro. Ya entró en Canning House y a la derecha ve una enorme imagen de José de San Martín. A la izquierda del pasillo, una gran sala. El té ya está servido. Es decir, el té, las masas y una torta. Otro cuadro del mismo tamaño que el de San Martín. Es Simón Bolívar. Y también es Bolívar el caballero del busto sobre el aparador.

¿Cuánto té habrán tomado Bolívar y San Martín antes de salir de Londres a Sudamérica, a principios del siglo XIX, para cumplir su plan de independencia?
Hobsbawm apura la primera taza y quiere ser él quien arroje la primera pregunta.

–¿Cómo está la Argentina? –interroga pero no tanto, porque no espera y comenta–. El año pasado Cristina estuvo por venir a Londres para una reunión de presidentes progresistas y pidió verme. Yo dije que sí, pero ella no vino. No fue su culpa. Estaba en medio de la confrontación con la Sociedad Rural.
Hobsbawm habla un inglés sin la afectación ni el tartamudeo de algunos académicos del Reino Unido. Pero acaba de pronunciar “Sociedad Rural” en castellano.

–¿Qué pasó con ese conflicto? –pregunta.

Tras la explicación correspondiente, el profesor inclina la cabeza, más curioso que antes, mientras con la mano derecha su tenedor intenta cortar la tarta de manzana. Es una tarea difícil. Entonces se desconcentra de la tarta y fija la mirada esperando, ahora sí, alguna pregunta.

–El mundo está complejo –afirma sin embargo manteniendo la iniciativa–. No quiero caer en slogans, pero es indudable que el Consenso de Washington murió. La desregulación salvaje ya no sólo es mala: es imposible. Hay que reorganizar el sistema financiero internacional. Mi esperanza es que los líderes del mundo se den cuenta de que no se puede renegociar la situación para volver atrás sino que hay que rediseñar todo hacia el futuro.

–La Argentina experimentó varias crisis, la última fuerte en 2001. En 2005 el presidente Néstor Kirchner, de acuerdo con el gobierno brasileño, que también lo hizo, pagó al FMI y desenganchó a la Argentina del organismo para que el país no siguiera sometido a sus condicionalidades.

–Es que a esta altura se necesita otro FMI absolutamente distinto, con otros principios, que no dependa sólo de los países más desarrollados y en el que una o dos personas toman las decisiones. Es muy importante lo que están proponiendo Brasil y la Argentina para cambiar el sistema actual. ¿Cómo están las relaciones entre ustedes?

–Muy bien.

–Eso es muy importante. Manténganlas. Las buenas relaciones entre gobiernos como los de ustedes son muy importantes en medio de una crisis que también implica riesgos políticos. Para los standards norteamericanos, los Estados Unidos están girando a la izquierda y no a la extrema derecha. Eso también es bueno. La Gran Depresión llevó políticamente al mundo a la extrema derecha en casi todo el planeta, con excepción de los países escandinavos y los Estados Unidos de Roosevelt. Incluso en el Reino Unido llegó a haber miembros del Parlamento que eran de extrema derecha.

–¿Y qué alternativa aparece?

–No lo sé. ¿Sabe cuál es el drama? El giro a la derecha tuvo dónde recostarse: en los conservadores. El giro a la izquierda también tuvo en qué descansar: en los laboristas.

–Los laboristas gobiernan el Reino Unido.

–Sí, pero me gustaría hacerle un planteo más general. Ya no existe la izquierda tal como era.

–¿La extraña?

–Lo señalo.

–¿A qué se refiere cuando dice “la izquierda tal como era”?

–A las distintas variantes de la izquierda clásica. A los comunistas, naturalmente. Y a los socialdemócratas. ¿Pero sabe qué pasa? Todas las variantes de la izquierda precisan del Estado. Y durante décadas de giro a la derecha conservadora, el control del Estado se hizo imposible.

–¿Por qué?

–Muy sencillo. ¿Cómo controla usted el Estado en condiciones de globalización? Conviene recordar que a principios de los ’80 no sólo triunfaron Ronald Reagan y Margaret Thatcher. En Francia, François Mitterrand no logró una victoria.

–Había ganado la presidencia en 1974 y repitió en 1981.

–Es así. Pero cuando intentó una unidad de izquierdas para nacionalizar un sector mayor de la economía, no tuvo el poder suficiente para hacerlo. Fracasó por completo. La izquierda y los partidos socialdemócratas se retiraron de la escena, derrotados, convencidos de que nada podía hacerse. Y entonces, no sólo en Francia sino en todo el mundo, quedó claro que el único modelo que podía imponerse con poder real era el capitalismo absolutamente libre.

–Libre sí. ¿Por qué dice “absolutamente”?

–Porque con libertad absoluta para el mercado, ¿quién atiende a los pobres? Esa política, o la política de la no política, es la que se desarrolló con Margaret Thatcher y Ronald Reagan. Y funcionó –dentro de su lógica, claro, que no comparto– hasta la crisis que comenzó en el 2008. Frente a la situación anterior la izquierda no tenía alternativa. ¿Y frente a ésta? Fijémonos, si quiere, en la izquierda más clásica de Europa. Es muy débil en Europa. O está fragmentada. O desapareció. Refundación Comunista en Italia es débil y las otras ramas del ex Partido Comunista Italiano están muy mal. Izquierda Unida en España también está cayendo de la ladera de la colina. Algo quedó en Alemania. Algo en Francia, con el Partido Comunista. Ni esas fuerzas, y menos aún la izquierda más extrema, como los trotskistas, y ni siquiera una socialdemocracia como la que describí antes, alcanzan todavía como respuesta a esta crisis y a sus peligros. La misma debilidad de la izquierda aumenta los riesgos.

–¿Qué peligro ve?

–En períodos de gran descontento como el que empezamos a vivir, el gran peligro es la xenofobia, que alimentará y a su vez será alimentada por la extrema derecha. ¿A quién buscará esa extrema derecha? Buscará atraer a los “estúpidos” ciudadanos que cuidan su trabajo y temen perderlo. Y digo estúpidos irónicamente, quiero aclararle. Porque ahí reside otro fracaso evidente del fundamentalismo de mercado. Dejó libertad para todo. ¿Y la verdadera libertad de trabajo? ¿La de cambiarlo y mejorar en todos los aspectos? Esa libertad no la respetó porque, para el fundamentalismo de mercado, habría resultado políticamente intolerable. También habrían sido políticamente intolerable la libertad absoluta y la desregulación absoluta en materia laboral, al menos en Europa. Yo temo una era de depresión.

–¿Usted no tiene dudas, ya, de que entraremos en depresión?

–Si lo desea podemos hablar técnicamente, como los economistas, y cuantificar trimestres. Pero no hace falta. ¿Qué otra palabra puede usar uno para denominar un tiempo en el que muy velozmente millones de personas pierden su empleo? De cualquier manera, hasta el momento no veo un escenario de una extrema derecha ganando por mayoría en elecciones, como ocurrió en 1933 cuando Alemania eligió a Adolf Hitler. Es paradójico, pero con un mundo muy globalizado un factor impedirá la inmigración, que a su vez suele ser la excusa para la xenofobia y el giro hacia la extrema derecha. Y ese factor es que la gente emigrará menos –hablo en términos masivos– al ver que en los países desarrollados la crisis es tan vasta. Volviendo a la xenofobia, el problema es que aunque la extrema derecha no gane podría ser muy importante en la fijación de la agenda pública de temas y terminaría por imprimirle una cara muy fea a la política.

–Dejemos a un lado la economía por el momento. Pensando en política, ¿qué cosa disminuiría el riesgo de xenofobia?

–Me parece bien, vamos a la práctica. El peligro disminuiría con gobiernos que gocen de la suficiente confianza política por parte del pueblo por su capacidad de restaurar el bienestar económico. La gente debe ver a los políticos como gente capaz de garantizar la democracia, los derechos individuales y al mismo tiempo coordinar planes eficaces para salir de la crisis. Ahora que hablamos de este tema, ¿sabe que veo a los países de América latina sorprendentemente inmunes a la xenofobia?

–¿Por qué?

–Yo le pregunto si es así. ¿Es así?

–Es posible. No diría que son inmunes si uno piensa, por ejemplo, en el tratamiento racista de un sector de Bolivia hacia Evo Morales, pero al menos en los últimos 25 años de democracia, por tomar la antigüedad de la democracia argentina, la xenofobia y el racismo nunca fueron masivos ni nutrieron partidos de extrema derecha, que son muy pequeños. No pasó ni siquiera con la crisis del 2001, que culminó el proceso de destrucción de millones de empleos, a pesar de que la inmigración boliviana ya era muy importante en número. Ahora, no hablamos de los cantos de las hinchadas de fútbol, ¿no?

–No, yo lo pienso en términos masivos.

–Entonces las cosas parecen ser como usted las piensa, profesor. Y, como en otros lugares del mundo, el pensamiento de la extrema derecha aparece por ejemplo con la crispación sobre la seguridad y la inseguridad en las calles.

–Sí, América latina es interesante. Yo lo intuyo. Fíjese el país más grande, Brasil. Lula mantuvo algunas líneas de estabilidad económica de Fernando Henrique Cardoso, pero extendió enormemente los servicios sociales y la distribución. Algunos dicen que no es suficiente...

–¿Y usted qué dice?

–Que no es suficiente. Pero que lo que Lula hizo, lo hizo. Y es muy significativo. Lula es el verdadero introductor de la democracia en Brasil. Y nadie lo había hecho nunca en la historia de ese país. Por eso hoy tiene el 70 por ciento de popularidad, a pesar de los problemas previos a las últimas elecciones. Porque en Brasil hay muchos pobres y nadie jamás hizo tantas cosas concretas por ellos, desarrollando a la vez la industria y la exportación de productos elaborados. Aunque la desigualdad sigue siendo horrorosa. Pero hacen falta muchos años para cambiar más las cosas. Muchos.

–Y usted piensa que serán años de depresión mundial.

–Sí. Lamento decirlo, pero apostaría a que habrá depresión y que durará algunos años. Estamos entrando en depresión. ¿Sabe cómo se da cuenta uno? Hablando con gente de negocios. Bueno, ellos están más deprimidos que los economistas y que los políticos. Y a la vez, esta depresión es un gran cambio para la economía, capitalista global.

–¿Por qué está tan seguro?

–Porque no hay vuelta atrás hacia el mercado absoluto que rigió en los últimos 40 años, desde la década de 1970. Ya no es una cuestión de ciclos. El sistema debe ser reestructurado.

–¿Le puedo preguntar otra vez por qué está tan seguro?

–Porque ese modelo no sólo es injusto: ahora es inviable. Las nociones básicas según las cuales las políticas públicas debían ser abandonadas, ahora están siendo dejadas de lado. Fíjese lo que hacen, y a veces lo que dicen, dirigentes importantes de países desarrollados. Están intentando reestructurar las economías para salir de la crisis. No estoy elogiando. Estoy describiendo un fenómeno. Y ese fenómeno tiene un elemento central: ya nadie siquiera se anima a pensar que el Estado puede no ser necesario para el desarrollo económico. Ya nadie dice que bastará con dejar que fluya el mercado, con su libertad total. ¿No ve que el sistema financiero internacional ya ni funciona? En un sentido, esta crisis es peor que la de 1929-1933, porque es absolutamente global. Los bancos ni funcionan.

–¿Dónde vivía usted en ese momento, a comienzos de los años ’30?

–Nada menos que en Viena y Berlín. Era un chico. Qué horroroso ese momento. Hablemos de cosas mejores, como Franklin Delano Roosevelt.

–Usted lo rescató en una entrevista con la BBC al principio de la crisis.

–Sí, y rescato los motivos políticos de Roosevelt. En política aplicó el principio de “Nunca más”. Con tantos pobres, con tantos hambrientos en los Estados Unidos, nunca más el mercado como factor exclusivo de asignación de recursos. Por eso decidió realizar su política de pleno empleo. Y de ese modo no solamente atenuó los efectos sociales de la crisis sino sus eventuales efectos políticos de fascistización sobre la base del miedo masivo. El sistema de pleno empleo no modificó de raíz la sociedad, pero funcionó durante décadas. Funcionó razonablemente bien en los Estados Unidos, funcionó en Francia, produjo la inclusión social de mucha gente, se basó en el bienestar combinado con una economía mixta que tuvo resultados muy razonables en el mundo de la segunda posguerra. Algunos Estados fueron más sistemáticos, como Francia, que implantó el capitalismo dirigido, pero en general las economías eran mixtas y el Estado estaba presente de un modo u otro. ¿Podremos hacerlo de nuevo? No lo sé. Lo que sé es que la solución no estará solo en la tecnología y el desarrollo económico. Roosevelt tuvo en cuenta el costado humano de la situación de crisis.

–Es decir que para usted las sociedades no se suicidan.

(Piensa) –No deliberadamente. Sí pueden ir cometiendo errores que las llevan a terribles catástrofes. O al desastre. ¿Con qué razonabilidad, durante estos años, se podía creer que el crecimiento con tal nivel de burbuja sería ilimitado? Tarde o temprano se terminaría y algo debía ser hecho.

–De manera que no habrá catástrofe.

–No me interesan las predicciones. Mire, si viene, viene. Pero si hay algo que se pueda hacer, hagámoslo. Uno no puede perdonarse no haber hecho nada. Por lo menos un intento. El desastre sobrevendrá si nos quedamos quietos. La sociedad no puede basarse en una concepción automática de los procesos políticos. Mi generación no se quedó quieta en los años ’30 y ’40. En Inglaterra yo crecí, participé activamente de la política, fui académico estudiando en Cambridge. Y todos estábamos muy politizados. Nos tocó muy de cerca la Guerra Civil española. Por eso fuimos firmemente antifascistas.

–Le tocó a la izquierda de todo el mundo. También en América latina.

–Claro, fue un tema muy fuerte para todos. Y nosotros, en Cambridge, veíamos que los gobiernos no hacían nada por defender a la República. Por eso reaccionamos contra las viejas generaciones y los gobiernos que las representaban. Años después entendí la lógica de por qué el gobierno del Reino Unido, donde nosotros estábamos, no hizo nada contra Francisco Franco. Ya tenía la lucidez de saberse un imperio en decadencia y tenía conciencia de su debilidad. España funcionó como una distracción. Y los gobiernos no debieron haberla tomado así. Se equivocaron. El alzamiento contra la República fue uno de los hechos más importantes del siglo XX. Recién después, en la Segunda Guerra...

–Poco después, ¿no? Porque el fin de la Guerra Civil española y la invasión alemana de Checoslovaquia ocurren en el mismo año.

–Es verdad. Le decía que recién después el liberalismo y el comunismo hicieron causa común. Se dieron cuenta de que, si no, eran débiles frente al nazismo. Y en el caso de América latina el modelo de Franco influyó más que el de Benito Mussolini, con sus ideas conspirativas de la sinarquía, por ejemplo. No lo tome como una disculpa a Mussolini, por favor. El fascismo europeo en general es una ideología inaceptable, opuesta a valores universales.

–Usted habla de América latina...

–Pero no me pregunte de la Argentina. No sé lo suficiente de su país. Todos me preguntan por el peronismo. Para mí está claro que no puede ser mirado como un movimiento de extrema derecha. Fue un movimiento popular que organizó a los trabajadores y eso quizás explique su permanencia en el tiempo. Ni los socialistas ni los comunistas pudieron establecer una base fuerte en el movimiento sindical. Sé de las crisis que sufrió la Argentina y sé algo de su historia, del peso de la clase media, de su sociedad avanzada culturalmente dentro de América latina, fenómeno que creo que todavía se mantiene. Sé de la edad de oro de los años ’20 y sé de los ejemplos obscenos de desigualdad comunes a toda América latina.

–Usted siempre se definió como un hombre de izquierda. ¿También sigue teniendo confianza en ella?

–Sigo en la izquierda, sin duda con más interés en Marx que en Lenin. Porque seamos sinceros, el socialismo soviético falló. Fue una forma extrema de aplicar la lógica del socialismo, así como el fundamentalismo de mercado fue una forma extrema de aplicación de la lógica del liberalismo económico. Y también falló. La crisis global que comenzó el año pasado es, para la economía de mercado, equivalente a lo que fue la caída del Muro de Berlín en 1989. Por eso me sigue interesando Marx. Como el capitalismo sigue existiendo, el análisis marxista aún es una buena herramienta para analizarlo. Al mismo tiempo, está claro que no solo no es posible sino que no es deseable una economía socialista sin mercado ni una economía en general sin Estado.

–¿Por qué dice lo último?

–Si uno mira la historia y mira el presente, no tiene ninguna duda de que los problemas principales, sobre todo en medio de una crisis profunda, deben y pueden ser solucionados por la acción pública. El mercado no está en condiciones de hacerlo.

segunda-feira, 30 de março de 2009

Diversos protestos marcados para a reunião do G20

Agencias

Diversas organizações planejam realizar protestos nesta semana, às vésperas do encontro de líderes do G20, grupo formado pelas nações mais ricas e as principais economias emergentes do mundo.

A reunião está marcada para quinta-feira, em Londres. No sábado passado, uma marcha batizada de Put People First (Coloquem as Pessoas em Primeiro Lugar, em tradução livre) reuniu dezenas de milhares de pessoas no centro da capital britânica e marcou o início do que promete ser uma temporada de manifestações.

Veja abaixo os principais protestos programados, os grupos envolvidos na organização e o que eles querem dos líderes mundiais.

Put People First (Coloquem as Pessoas em Primeiro Lugar, em tradução livre) - As principais reivindicações desse movimento são governança democrática da economia global, empregos decentes e serviços públicos para todos, o fim da pobreza global e da desigualdade e o estabelecimento de uma economia verde. Seu principal protesto foi uma marcha realizada no sábado.

ActionAid: "Os líderes do G20 que se reunirão em Londres têm uma oportunidade única de criar um sistema novo, mais justo, que coloque as pessoas em primeiro lugar. Uma maneira de começar é reformar os paraísos fiscais."

"Nós queremos que o G20 acabe com o véu de sigilo que permite que as empresas soneguem impostos. Isso permitiria que os países em desenvolvimento reivindicassem o dinheiro a que têm direito e usassem esse dinheiro para construir hospitais, cavar poços e empregar professores."

TCU (Trades Union Congress, a central sindical britânica): "Nós precisamos de um novo começo por parte de Barack Obama, Gordon Brown e os outros líderes mundiais que virão a Londres para o encontro do G20."

"Eles precisam reconhecer os erros do passado mas, mais importante do que isso, construir um futuro diferente, que combata a recessão ao fazer do mundo um lugar mais justo e mais verde."

Save the Children: "O encontro do G20 deve fazer mais do que resgatar o sistema bancário. Precisa estar também preocupado em proteger os mais pobres das graves consequências de uma crise econômica e financeira que não foi criada por eles."

"Em primeiro lugar, um pacote de estímulo econômico global deve oferecer algo muito tangível aos países mais pobres do mundo, principalmente recursos adicionais para lidar com os efeitos da crise econômica. Em segundo lugar, as propostas de reformas na governança econômica global devem incluir mais voz para os países mais pobres do mundo. Em terceiro lugar, precisa haver um novo foco em ajudar as comunidades mais pobres."

Stop Climate Chaos Coalition: "Os líderes mundiais devem aproveitar a oportunidade de combater as mudanças climáticas e a crise econômica conjuntamente."

"Somente investindo em empregos verdes e economias com baixa emissão de carbono será possível assegurar um modo de vida sustentável para as gerações futuras."

Plan: "Enquanto as pessoas estão sentindo o problema aqui na Grã-Bretanha, são os mais pobres entre os mais pobres do mundo em desenvolvimento que enfrentam as piores dificuldades, até mesmo a morte."

"Crianças e jovens representam metade da população no mundo em desenvolvimento, mas apesar disso suas vozes são raramente ouvidas. Nós acreditamos que é vital que os líderes mundiais presentes neste encontro do G20 em Londres ouçam o que os jovens têm a dizer."

Salvation Army (Exército de Salvação): "O culto religioso e a manifestação em Londres são uma oportunidade perfeita de pedir aos membros do G20 que levem em consideração o bem-estar das pessoas mais vulneráveis do mundo."

"O Exército de Salvação é um movimento internacional, parte da Igreja cristã universal, comprometido com as necessidades humanas e com o trabalho pela justiça social, sem discriminação. É um privilégio nos unirmos às vozes de tantos outros para pedir ações contra a pobreza e as mudanças climáticas."

WWF: "Nós acreditamos que a resposta dos líderes do G20 à crise econômica precisa nos levar adiante, para um novo sistema econômico e que um retorno à ideia de que tudo continuará normalmente apesar dos contratempos simplesmente não é mais uma opção."

"Medidas para reformar a economia global para alcançar segurança econômica só serão bem-sucedidas se tiverem sustentabilidade ambiental e igualdade em sua essência."

Yes We Can (Sim, Nós Podemos, em tradução livre), coalizão com protesto marcado para a tarde de 1° de abril, quarta-feira, no centro de Londres.

CND (Campaign for Nuclear Disarmament, ou Campanha para o Desarmamento Nuclear): "Nós queremos enviar ao líderes do G20 uma mensagem clara sobre guerra e paz. Eles não conseguirão combater a crise econômica corretamente sem abordar as causas fundamentais da instabilidade entre as nações - por exemplo, a desconfiança entre Estados Unidos e Rússia sobre a expansão da Otan e o sistema de defesa anti-mísseis, que impede a cooperação em outras áreas."

"Nós queremos especialmente dar as boas-vindas ao presidente Obama e dizer que a agenda de paz, e não de guerra, de trabalhar em direção a um mundo livre de armas nucleares e de criar empregos, não bombas, é uma agenda popular na maior parte do mundo."

Stop the War Coalition: "Esta é a nossa primeira oportunidade de pedir uma mudança em relação às políticas de guerra do governo Bush."

"Nossa mensagem será: Sim, Nós Podemos... encerrar o cerco a Gaza e libertar a Palestina, retirar as tropas do Iraque e do Afeganistão, criar empregos, e não bombas, abolir as armas nucleares e parar de armar Israel."

British Muslim Initiative: "Enquanto o mundo vê com horror centenas de bilhões de libras sendo despejadas para resgatar estabelecimentos financeiros fajutos e cobrir bônus milionários para seus executivos, pouca menção é feita às centenas de bilhões de libras que continuam a ser despejadas na máquina de guerra global, que tira milhares de vidas a cada dia."

"A menos que a ocupação, em todas as suas formas, seja vista como uma manifestação repugnante da ambição humana e desejo de subjugar... e a menos que cuidemos para que a pobreza, a doença, o analfabetismo e a injustiça social sejam combatidos corretamente e de maneira responsável, nós jamais seremos capazes de solucionar a crise na qual o mundo está mergulhado pelo fracasso de suas principais políticas econômicas e instituições."

Climate Camp: "Nós temos como alvo a mais séria tentativa no curto prazo por parte de líderes mundiais de colocar a ideologia econômica à frente da realidade física, o uso de complexos mercados de carbono para tentar solucionar as mudanças climáticas."

"Além disso, este ano verá um novo acordo global para limitar as emissões o qual, sem grande polêmica, será um desastre ao estilo europeu e baseado no mercado."

"Colocar a sociedade em um novo rumo vai exigir um movimento social de escala global para mudar as ideias econômicas dominantes e implementar soluções que funcionem e ao mesmo tempo sejam socialmente justas. O dia 1º de abril (data do encontro do G20) será mais um passo importante nesta direção."

G20 Meltdown: Os principais objetivos desse movimento são tirar os banqueiros do poder, livrar o mundo de políticos corruptos, garantir emprego, moradia e um futuro para todos, tornar as pessoas patriotas pelo planeta, e não por países, acabar com o caos climático e fazer com que o capitalismo vire história. A coalizão planeja um protesto para o meio-dia na quarta-feira na City, o centro financeiro da capital britânica.

"Nós pedimos aos ministros do G20 que confessem seus erros e admitam que seu domínio global - o domínio do capitalismo financeiro - é o problema, não a solução para a atual crise econômica, ecológica e política."

"Enquanto neste momento há 2 milhões de desempregados somente na Grã-Bretanha, os ministros do G20 ainda resistem em nacionalizar os bancos e continuam a despejar trilhões no buraco sem fundo das dívidas podres dos banqueiros."

"Esses ministros devem dar lugar a governos pelo povo, para o povo e do povo ao redor do planeta."

"Sejamos patriotas pelo único país que temos: o Planeta Terra. Somente assim poderemos responder adequadamente à mensagem dos cientistas do clima sobre o perigo para a nossa biosfera, investindo em vida para nossos netos, não em morte e em guerras por petróleo."

Mercado libre, al estilo financiero: cómo funciona la nueva estafa

Michael Hudson
Counterpunch

Las informaciones de los periódicos parecen sorprendidas del modo tan resuelto con que los bancos están pujando al alza por las hipotecas basura que el secretario del Tesoro, Geithner, está subastando por la vía de movilizar la FDIC [Federal Deposit Insurance Corporation] y la Reserva Federal para transferir aún más fondos públicos a la banca. Las acciones de los bancos se disparan, lo que lleva al alza al índice Dow Jones de industriales, como si la “industria” financiera formara realmente parte de la economía industrial.

¿Cómo es que los peores delincuentes –Bank of America (ahora propietario de los ladrones de Countrywide) y Citibank— son los mayores compradores? Siendo como son quienes cometieron los peores abusos con los paquetes de CDO [obligaciones de deuda colateralizada, por sus siglas en inglés; T.], ¿no deberían hallarse en la mejor posición para comprender el escaso valor de sus hipotecas basura?

¡Pues esa es la clave! Obviamente, el gobierno ha fracasado a la hora de protegerse a sí propio: ha fracasado deliberada, intencionadamente, para permitir a los bancos desarrollar el siguiente timo.

Supóngase que un banco está sentado sobre una montaña de 10 millones de dólares de obligaciones de deuda colateralizada que fueron empaquetadas, digamos, por Countrywide a partir de hipotecas basura. Dada la alta proporción de fraude –un estudio reciente de Fitch descubrió que todos los paquetes examinados rebosaban fraude financiero—, ese paquete podría valer no más de 2 millones de dólares, puesto que la morosidad se ha disparado tanto en los “préstamos mentirosos” (dados en su día por buenos por las agencias de calificación) como en las hipotecas subprime, en las que los intermediarios hipotecarios mintieron también a la hora de redactar informes destinados a desventurados prestamistas o a ingeniosos operadores que aceptaban hipotecas por un valor superior al de las propiedades hipotecadas embolsándose el exceso.

El banco ofrece ahora 3 millones de dólares para volver a quedarse esta hipoteca. ¡Qué diablos! ¡Cuanto más pujen, tanto más recibirán del gobierno! Así pues, ¿por qué no ofrecer 5 millones de dólares? (En la práctica, los bancos amigos pueden ayudarse mutuamente por la vía de pujar por las CDO basura del otro banco.) El gobierno –es decir, la desventurada FDCI— pone el 85% de los 5 millones de dólares que monta la compra, es decir, 4,25 millones de dólares. El banco sólo necesita poner un 15%, es decir, 750 mil dólares.

El negocio de Roberto el de las cabras, digo yo. Con un desembolso de 750 mil dólares, el banco incorpora a su contabilidad unas hipotecas por valor de 2 millones de dólares, para lo cual, encima, recibe 4,25 millones de dólares. Consigue el doble del valor de la basura.

Cuanto más los bancos tenedores de hipotecas basura paguen por esos desperdicios tóxicos, tanto más pagará el gobierno, que se compromete a cargar con un 85%. De modo que la estrategia es: pagar más y más y más. Desembolsar un 15% es un pequeño precio a pagar para que el gobierno ponga un 85%, a fin de sacar la basura más tóxica de tus libros de contabilidad.

Así funciona el libre mercado de estilo financiero.

domingo, 29 de março de 2009

Los movimientos en la transición hegemónica

Raúl Zibechi
La Jornada

En un reciente artículo Immanuel Wallerstein vuelve sobre uno de sus temas favoritos: la crisis actual y su relación con la transición hegemónica y sistémica que estaríamos atravesando. Como suele suceder, sus argumentos son sólidos y convincentes y dan pie para reflexionar sobre el papel de los movimientos en un periodo de agudas convulsiones.

El argumento central es que la crisis es algo así como un tornado que nos obliga a refugiarnos en algún lugar seguro. Sostiene que cuando pase la tormenta llegará el momento decisivo, ya que la devastación nos forzará a tomar decisiones con consecuencias de larga duración: La pregunta fundamental es cómo vamos a reconstruir. Esa será la batalla política real, dice el sociólogo. Se trata del tipo de sociedad a crear sobre las ruinas de la actual.

Aunque el artículo no lo menciona, desde una posición antisistémica la reconstrucción corresponde a los movimientos sociales. Entre otras razones, porque el tornado en curso volverá, o ha vuelto ya, impotentes a los estados nación para atajar la crisis o para reducir sus impactos sobre los sectores populares. Por otro lado, si fueran los estados los encargados de la reconstrucción, parece evidente que volverían a edificar un mundo muy similar al actual, como lo muestra la experiencia de los estados que nacieron de la descolonización en el tercer mundo, así como los que llevaron adelante la fracasada experiencia del socialismo de Estado.

Son los movimientos de los de abajo los que pueden crear un mundo nuevo, o sea diferente al actual, por una sencilla razón: son los portadores del mundo nuevo, aun en pequeña escala, por medio de iniciativas más o menos integrales, con diversos grados de profundidad, permanencia y extensión. Un mundo nuevo es un tapiz tejido de relaciones sociales no capitalistas. Por lo tanto, no es comparable con lo que ya conocemos. Es otra cosa: en construcción-deconstrucción permanente, en resistencia frente al capital y al Estado, por lo tanto frágil, inestable, inacabado, imperfecto.

Los mundos nuevos que laten en el interior de los pueblos organizados en movimientos no son sitios de llegada, sino apenas escalas espacio-temporales en un proceso de luchas y resistencias interminables, que a su vez impulsan y sostienen esas luchas y esas resistencias. No es fácil definirlos, ni es el caso hacerlo, pero cuando estamos allí, cuando los vivimos y compartirmos, no hay duda de qué se trata.

Para que estos movimientos sean capaces de jugar un papel decisivo en el momento decisivo, cuando pase el tornado al que alude Wallerstein, deben darse ciertas condiciones. La primera es que existan, que hayan sobrevivido a los momentos más destructivos de un sistema en extinción. No importa mucho que los mundos nuevos sean grandes o pequeños, sino que permanezcan. Buena parte de la energía del sistema está destinada a exterminarlos por la vía militar o a desfigurarlos y cooptarlos por la vía blanda de los planes sociales. El objetivo del sistema es eliminarlos, ya sea por muerte o porque desaparezcan sus diferencias, que es una forma más cruel, si cabe, de muerte.

La segunda condición indispensable para la construcción de un mundo nuevo es que mantengan sus diferencias con el Estado y el capital del modo más puro posible. Para eso deben ser radicales a la hora de conservar sus rasgos propios y no ceder nada que los haga similares a la sociedad actual. Los mundos nuevos que viven en los movimientos son los miles de emprendimientos en la salud, la educación, la producción, la justicia, el poder, que existen en los territorios y espacios controlados por esos movimientos. No importa si están en remotas áreas rurales o en las ciudades. Pueden ser fábricas recuperadas por sus obreros, asentamientos de campesinos sin tierra, comunidades indias autónomas, o los más diversos colectivos (juveniles, de mujeres, sin techo, desocupados) trabajando en las múltiples áreas en las que los de abajo resisten y, para mantener viva la resistencia, se reinventan diferentes.

En este punto, mirando el día después del tornado, cuando haya que recoger las miles de piezas del destrozo, ordenarlas, descartar las partes inútiles por simétricas con el mundo que provocó el desastre, recuperar aquellas que todavía pueden cimentar el mundo otro, los movimientos que se mantuvieron radicalmente diferentes serán un punto de referencia ineludible a la hora de la reconstrucción. En dos sentidos: por un lado, lo que están haciendo, en particular las formas de poder asentadas en la asamblea como razón última, servirán de inspiración para otras y otros de abajo que, aun no habiendo vivido la experiencia de movimientos, sentirán que existen otros modos de vivir y de sentir, colectivos, comunitarios, no mercantiles, donde la lógica de los valores de uso haya desplazado completamente la de los valores de cambio.

Por otro, porque en medio del caos sistémico que caracteriza las transiciones hegemónicas, como las define Giovanni Arrighi, los espacios comunitarios pueden ser un principio de orden que estimule la propagación de nuevos modos de vida, menos jerárquicos y opresivos que los actuales. Dicho de otro modo: si cuando lleguen los momentos decisivos (cada quien encontrará la metáfora más apropiada para nombrarlos) no existiera una porción de la humanidad de abajo haciendo y viviendo de otra manera, según los modos del mundo que anhelamos, lo más seguro es que en ese momento, por inercia cultural y por la sobrevivencia aun parcial de la clases dominantes, se reconstruya un mundo muy similar al actual.

Sin embargo, nada de lo anterior es seguro. En medio de la tormenta, cuando los paradigmas conocidos y los instrumentos de navegación dejaron de orientarnos, por honestidad intelectual se debe admitir que existe amplio margen de error. También ahí hay que elegir con quién equivocarse: hacerlo junto a los movimientos de los de abajo es, seguramente, el mejor camino.

sábado, 28 de março de 2009

En defensa del decrecimiento

Carlos Taibo
Alai

La visión dominante en las sociedades opulentas sugiere que el crecimiento económico es la panacea que resuelve todos los males. Sin embargo, el crecimiento económico no genera cohesión social, provoca agresiones medioambientales, propicia el agotamiento de recursos escasos y permite el triunfo de un modo de vida esclavo que invita a pensar que seremos más felices cuantas más horas trabajemos, más dinero ganemos y más bienes consumamos.

En Estados Unidos, donde la renta per capita se ha triplicado desde el final de la Segunda Guerra Mundial, se reduce desde 1960 el porcentaje de ciudadanos que declaran sentirse satisfechos. En 2005 un 49% de los norteamericanos estimaba que la felicidad se hallaba en retroceso, frente a un 26% que consideraba lo contrario. El incremento en la esperanza de vida al nacer registrado en los últimos decenios bien puede estar tocando su fin en un escenario lastrado por la obesidad, el estrés, la aparición de nuevas enfermedades y la contaminación.

Así las cosas, en los países ricos hay que reducir la producción y el consumo porque vivimos por encima de nuestras posibilidades, porque es urgente cortar emisiones que dañan el medio y porque empiezan a faltar materias primas vitales. Por detrás de esos imperativos despunta el problema de los límites medioambientales y de recursos del planeta.

Para calibrar la hondura del problema, el mejor indicador es la huella ecológica, que mide la superficie del planeta, terrestre como marítima, que precisamos para mantener las actividades económicas. Si en 2004 esa huella lo era de 1,25 planetas Tierra, según muchos pronósticos alcanzará dos tierras -si ello es imaginable- en 2050.

A buen seguro que no es suficiente con acometer reducciones en los niveles de producción y de consumo. Es preciso reorganizar nuestras sociedades sobre la base de otros valores que reclamen el triunfo de la vida social, del altruismo y de la redistribución de los recursos frente a la propiedad y al consumo ilimitado. Hay que reivindicar, en paralelo, el ocio frente al trabajo obsesivo, como hay que postular el reparto del trabajo, una vieja práctica sindical que, por desgracia, fue cayendo en el olvido.

Otras exigencias ineludibles nos hablan de la necesidad de reducir las dimensiones de las infraestructuras productivas, administrativas y de transporte, y de primar lo local frente a lo global en un escenario marcado por la sobriedad y la simplicidad voluntaria.

Lo primero que las sociedades opulentas deben tomar en consideración es la conveniencia de cerrar o de reducir la actividad de la industria militar, la automovilística, en la de la aviación y en buena parte la de la construcción.

Los millones de trabajadores que perdieran sus empleos deberían encontrar acomodo a través de dos grandes cauces. El primero lo aportaría el desarrollo de actividades en los ámbitos relacionados con la satisfacción de las necesidades sociales y medioambientales; el segundo llegaría del reparto del trabajo en los sectores económicos tradicionales que sobrevivirían. Importa subrayar que en este caso la reducción de la jornada laboral bien podría llevar aparejada reducciones salariales, siempre y cuando éstas no lo fueran en provecho de los beneficios empresariales. Al fin y al cabo, la ganancia de nivel de vida que se derivaría de trabajar menos y de disfrutar de mejores servicios sociales. Habría un entorno más limpio y menos agresivo que se sumaría a la derivada de la asunción plena de la conveniencia de consumir menos con la consiguiente reducción de necesidades en lo que a ingresos se refiere. No es preciso agregar que las reducciones salariales que nos ocupan no afectarían a quienes menos tienen.

El decrecimiento no implicaría, para la mayoría de los habitantes, un deterioro de sus condiciones de vida. Antes bien, debe acarrear mejoras sustanciales como las vinculadas con la redistribución de los recursos, la creación de nuevos sectores, la preservación del medio ambiente, el bienestar de las generaciones futuras, la salud de los ciudadanos, las condiciones del trabajo asalariado o el crecimiento relacional en sociedades en las que el tiempo de trabajo se reducirá sensiblemente. Y es que hay que partir de la certeza de que, si no decrecemos voluntaria y racionalmente, tendremos que hacerlo obligados de resultas del hundimiento, antes o después, de la sinrazón económica y social que padecemos.

sexta-feira, 27 de março de 2009

EE.UU. perdería influencia en América Latina

Marcelo Galli
AméricaEconomía

Estudiando las relaciones externas de Brasil con Argentina y Estados Unidos, el cientista político e historiador Luiz Alberto de Vianna Moniz Bandeira no cree, como algunos especialistas, que los estadounidenses están dejando a América del Sur al cuidado de Brasil, teniendo en cuenta el liderazgo no ejercido por el país en la región. “Muchos cometen errores en sus análisis porque desconocen la historia y sólo ven la coyuntura. Lo que ocurre es que Estados Unidos hace tiempo que está perdiendo su supremacía en la región, a la cual Brasil siempre consideró como su área de influencia.”

Según Bandeira, desde los tiempos de Barão Rio Branco, patrono de la diplomacia nacional, en el siglo XIX Brasil consideraba a las Américas como una especie de condominio, en el cual el país ejercería, libremente, una influencia sobre la parte austral, mientras que Estados Unidos mantendría bajo su tutela el Norte, Centro y el Caribe.

Para el experto, la aplicación de tarifas sobre el etanol brasileño por parte del gobierno estadounidense es sólo una de las divergencias, y que difícilmente perjudicarían la relación entre las dos mayores economías del continente. Por otro lado, “hay muchos temas de interés común, y en ese sentido su relación confluye y fluye de forma normal”, afirmó.

Sobre las divergencias entre Brasil y Argentina de las últimas semanas por la adopción de medidas proteccionistas por parte de su principal socio comercial, el cientista político minimiza sus impactos: “Brasil y Argentina forman una comunidad. No existe un proceso de integración económica que sea lineal, sin choques y desavenencias. Eso ocurrió incluso en la Unión Europea”.

Autor de decenas de libros, Bandeira es actualmente cónsul honorario de Brasil en Alemania.

- ¿Cómo cree usted que será la relación político-diplomática de Estados Unidos con Brasil en el gobierno de Barack Obama en los próximos años?

Brasil y Estados Unidos, sea quien sea el presidente, van a mantener una relación estrecha. Existe un interés recíproco entre los dos países que constituyen las dos mayores masas geográficas, demográficas y a pesar de la asimetría, económicas del hemisferio. Este dato cartográfico genera la necesidad de que los dos países se entiendan. Ninguno puede prescindir del otro. Las relaciones con Estados Unidos presentan fundamental importancia en la política exterior de Brasil. Naturalmente, existen grandes convergencias y también grandes divergencias, en varios temas, porque lo que le conviene a Estados Unidos no siempre le conviene a Brasil. Sin embargo, Brasil no tiene por qué someterse a la hegemonía de Estados Unidos ni ser su sirviente en sus políticas.

- En un supuesto cambio de gobierno, por ejemplo, si vuelve el PSDB al poder, ¿habría un cambio de postura, en su opinión, por el lado brasileño, en relación al país del norte?

Sea cual sea el presidente o el partido que llegue al gobierno de cualquiera de los países, existe un interés recíproco en mantener una estrecha relación y cooperación sea como sea. Lo que podría suceder es un cambio en el énfasis de uno u otro tema, pero no será alterada la postura de Brasil, que tiene sus propios intereses nacionales, muchas veces contrarios a los de Estados Unidos, lo que no impide que los dos países mantengan buenas relaciones. Lo fundamental es que haya respeto por su soberanía nacional.

- ¿Cree usted, como piensan algunos especialistas, que Estados Unidos está dejando a América del Sur al cuidado de Brasil, teniendo en cuenta el liderazgo no ejercido por el país en la región?

Muchos supuestos especialistas, entrevistados por la prensa, cometen errores en sus análisis porque desconocen la historia y sólo ven la coyuntura. Lo que ocurre es que Estados Unidos hace tiempo está perdiendo su supremacía en la región, a la cual Brasil siempre consideró como su área de influencia. Barão Rio Branco, haciendo crecer una tendencia latente en la diplomacia del Imperio, consideraba a las Américas como una especie de condominio, en el cual el país ejercería, libremente, una influencia sobre la parte austral, mientras que Estados Unidos mantendría bajo su tutela el Norte, Centro y el Caribe.

El análisis de una coyuntura política, sin una perspectiva histórica, es sólo para impresionar, ya que el mejor método para comprender un fenómeno es saber como empezó.

- ¿El tema del etanol sería la principal traba en la relación de los países? ¿Qué otros aspectos que podrían traer problemas en la relación de los dos países destacaría usted?

El tema del etanol no constituye una traba en las relaciones de los dos países. Es sólo una de las divergencias, que son inevitables, pero no se puede hablar de problemas entre los dos países. Existen muchos temas de interés común, y ahí sus relaciones confluyen y fluyen, de forma normal. Los dos países quieren mantener relaciones maduras, reconociendo y respetando las diferencias y contradicciones de sus intereses nacionales. De ahí el buen entendimiento que el presidente Luiz Inácio Lula da Silva mantuvo con el presidente George W. Bush, a pesar de sus divergencias y críticas a la política exterior de Estados Unidos, como sucedió con la guerra de Irak y en otras ocasiones.

- ¿Y qué sucede con Argentina y su relación con Brasil? Ante los problemas comerciales y políticos recientes, ¿cuál sería el futuro de la relación entre los principales miembros del Mercosur y su influencia en el futuro del bloque?

Brasil y Argentina forman una comunidad. Así fue desde el inicio de la colonización. A Brasil no le interesa una Argentina sin um parque industrial. Volver a su proceso de industrialización es fundamental. Una economía fundamentalmente agrícola no ofrece un gran mercado para la absorción de los productos brasileños. La integración de las cadenas productivas de los dos países es absolutamente necesaria. De cualquier forma, cuando dos países mantienen relaciones económicas y comerciales estrechas, como Brasil y Argentina, es natural que siempre haya divergencias y contradicciones. No existe un proceso de integración económica que sea lineal, sin choques y desavenencias. Eso ocurrió incluso en la Unión Europea, desde la creación de la Comunidad Europea de Carbón y Acero, que se transformó después en la Comunidad Económica Europea.

- ¿Existió divergencia al comenzar el proceso de integración europea?

Estudio ese desarrollo desde 1950 y recuerdo perfectamente las divergencias que hubo entre Francia y Alemania, entre Inglaterra y Francia, etc. Actualmente, muchos desacuerdos aún se mantienen dentro de la Unión Europea. El euro no fue adoptado por todos los países, la propuesta de Constitución fue rechazada en los plebiscitos de Holanda y Francia, e Irlanda rechazó el Tratado de Lisboa, generando una grave crisis política y dudas sobre la futura gobernabilidad de la Unión Europea.

- ¿Cree usted que, a pesar de la crisis, la turbulencia sería un elemento que de alguna forma podría acercar más a Brasil y Argentina?

Argentina es el principal socio económico y comercial de Brasil, la primera prioridad en su política exterior. Los países están cerca, económicamente vinculados, y sus posiciones ante la crisis global coinciden. Y, como dijo el presidente Lula, los dos países asistirán a una reunión del G20 con más autoridad y moral que los países ricos.

- ¿Cree usted que Brasil está en el camino correcto para llegar a ser una potencia? ¿O corre el riesgo de cometer los mismos errores del pasado quedándose en la historia, teniendo en cuenta el despertar de otras naciones emergentes?

No tiene sentido decir si Brasil está en el camino correcto o no. Tampoco sé cuáles son los errores del pasado y cuándo Brasil “se quedó en la historia”. Brasil fue una potencia regional en el siglo XIX, tanto que, en 1854, el diplomático Martin Maillefer, embajador de Francia en Montevideo, puso el nombre de “Rusia tropical” al país, y dijo que tenía “la ventaja de la organización y perseverancia en medio de Estados problemáticos y mal constituidos dentro de América del Sur”. Aunque durante la primera mitad del siglo XX Argentina estuvo a su nivel, Brasil nunca dejó de ser una potencia regional.

Banqueros Anónimos


quinta-feira, 26 de março de 2009

Palestina, libre, libre

Higinio Polo
El viejo topo


Mientras Israel bombardeaba despiadadamente la franja de Gaza, cuando ya habían sido asesinados centenares de palestinos, las organizaciones judías que apoyan la actuación de los gobiernos israelíes lanzaron una campaña para contrarrestar las masivas manifestaciones de protesta que estaban teniendo lugar en todo el mundo contra la ferocidad del ejército israelí. Diferentes concentraciones “de apoyo a Israel” tuvieron lugar en ciudades europeas y americanas, con la colaboración de organizaciones conservadoras y partidos de derecha.

Así, el 11 de enero de 2009, en Nueva York, una nutrida manifestación de unas diez mil personas se concentró ante el Consulado israelí. Había sido convocada por la Federación UJA de Nueva York, por el Jewish Community Relations Council, también de Nueva York, y por la Conference of Presidents of Major America Jewish Organizations. Recibieron el apoyo del Consulado israelí y de importantes núcleos del poder norteamericano. Ante la concentración, el senador demócrata Charles Chuck Schumer defendió el ataque de Tel-Aviv a la población de Gaza y habló de los “métodos humanitarios de guerra de Israel”, porque, afirmó, el Tsahal enviaba mensajes SMS a los palestinos cuya casa iba a ser bombardeaba “porque almacenan armas” en ellas, y se preguntó, admirado, “¿qué otro país haría eso?”. El senador Schumer se abstuvo de hacer mención del elevado número de víctimas civiles, de niños y de mujeres asesinadas por el ejército israelí. Por su parte, David Paterson, gobernador del Estado de Nueva York, justificó también el ataque a Gaza. Para ellos, Israel se defendía. La gran prensa norteamericana actuaba de forma similar: The New York Times, ante la evidencia de los crímenes israelíes, hacia imposibles equilibrios para intentar equiparar a ambas partes, recogiendo declaraciones de profesores que certificaban (¡) que “las normas éticas y legales del Ejército israelí son estrictas y el personal […] militar ha sido instruido en ellas concienzudamente.” Algunos de los periodistas del diario insistían en hablar de los “misiles” lanzados por Hamás, omitiendo deliberadamente la abismal diferencia entre cohetes artesanales y misiles. Todo vale, para defender a Israel.

Durante el acto neoyorquino, los manifestantes bailaban alegres al son de la música, agitando banderas israelíes, mientras gritaban ¡a por ellos!, en clara alusión a los “terroristas palestinos”. Pancartas con leyendas como Islam: Cult of Hate”, culto del odio, se pasearon por la concentración. El fanatismo proisraelí llegó a tal extremo que algunos asistentes hablaban de las fábricas de armas “que se encuentran en las escuelas de Gaza”, o en los hospitales, y defendían los bombardeos contra la población civil. Una manifestante, para justificar el despiadado ataque a los palestinos de la Franja, alegó ante las cámaras que había visto en Internet como una niña era degollada por su propio padre en el curso de una fiesta musulmana chiíta en el Líbano: según la mujer, el padre le cortaba la cabeza. No era en tierra palestina, sino en el Líbano, y la noticia era harto dudosa, pero todo eso no importaba. La conclusión era obvia: acabar con esa gente atroz (palestinos, árabes, musulmanes, todo mezclado, qué más da) es legítimo. Merecen la muerte. Esa inhumanidad, ese desprecio inhumano hacia el sufrimiento de los palestinos, esa indiferencia ante las más de mil trescientas personas asesinadas, mostraba la degradación ética y moral en la que se han hundido los defensores del gobierno racista de Israel.

Mientras eso ocurría, y mientras en Gaza los palestinos intentaban sobrevivir a otro infierno, el embajador israelí en España, Raphael Schutz, tenía la desvergüenza de denunciar “los hechos antisemitas” que, según él, tenían lugar en Cataluña y en otros lugares de España. Ninguna mención al terrible castigo inflingido a los palestinos, ningún recuerdo para los asesinados. Los terribles “hechos antisemitas” que habían tenido lugar fueron unas pintadas en la sinagoga barcelonesa de la calle Porvenir.

Las escenas de esa manifestación neoyorquina llegaban mientras los soldados israelíes bombardeaban el hospital Al Quds de Gaza. Llegaban pocos días después de que, el 28 de diciembre, cinco hermanas de la familia Baalousha (Jawhir, de 4 años; Dina, de 8; Samar, de 12; Ikram, de 14; y Tahrir, de 17) murieran en su casa del campo de refugiados de Jabalia, al norte de Gaza, alcanzadas por las bombas israelíes. Llegaban poco después de que Ihab al-Madhoun, médico, y Muhammad Abu Hasida, el enfermero que le acompañaba, murieran tras un ataque aéreo el 31 de diciembre, cuando intentaban evacuar a personas heridas en un ataque de la aviación. Llegaban, mientras Nour Kharma, una adolescente palestina que vive en la ciudad de Gaza, se preguntaba, después de conocer la muerte de su amiga Christine, “¿yo también voy a morir?” No sé si su amiga era la misma Christine, una chica de catorce años, que murió de miedo en esos días: tras el paso atronador por su barrio de Al-Remal de los F-16 israelíes que bombardeaban, Christine se derrumbó, y su padre, médico, no pudo hacer nada por ella. Llegaban, mientras hombres maduros lloraban como niños, viendo a las madres desesperadas, y a los médicos impotentes ante la barbarie. Llegaban, mientras los enfermeros del pobre hospital de Gaza se veían obligados a limpiar con mangueras la sangre derramada en el suelo de los quirófanos.

Son tantas las historias de destrucción y de muerte que parece mentira que la dignidad humana siga consintiendo ese odio purulento de los gobiernos israelíes hacia un pueblo perseguido, masacrado, pobre y hambriento. Tal vez los dirigentes israelíes no soportan la dignidad con que generaciones de palestinos se han rebelado contra la adversidad, contra la derrota, contra el olvido. Son esos palestinos hacinados en los campos de refugiados de Sabra y de Chatila, en ghettos de pobreza donde brota el cansancio, y, a veces, la desesperación. Esos habitantes de los campos del Líbano, de Siria, de Jordania, de Gaza o Cisjordania, de la diáspora de millones de palestinos dispersos por el mundo, con las familias que siguen guardando un recuerdo perdido, la fotografía de una casa, de un pequeño jardín, de un huerto, de una tapia, prendidos en la retina cansada de los palestinos viejos, siempre colgados de un aire de primavera que se resiste a llegar a un pueblo de refugiados en los rincones más pobres de su propia tierra, apátridas desde hace sesenta años, refugiados de todas las guerras. Todas esas escenas nos traen a la memoria el ghetto de Varsovia, y los infames ghettos donde los nazis confinaron a tantas personas dignas, en Riga, en Vilna, en Cracovia, y las dantescas imágenes de los cadáveres de niños palestinos amortajados con pobres sábanas, esperando el último adiós; o de los niños palestinos heridos, que traen a la memoria las miradas asustadas de los niños judíos que pasaban entre las alambradas de los campos nazis de exterminio.

El odio sanguinario de los hijos de Israel, de sus gobernantes, de esos jóvenes soldados que volvían a casa satisfechos tras arrasar Gaza, tras haber pintado en las casas palestinas “¡muerte a los árabes!”; que volvían haciendo el signo de la victoria, dejando atrás la devastación y la muerte; el odio de esos soldados sonrientes, seguros, no podrá borrar de nuestra memoria la imagen de esa chica valiente que enarbolaba una bandera palestina subida a un montón de tierra, en Gaza, sola con su pañuelo y su voz, enfrentando la mirada de los soldados israelíes cargados de armas. No podrá ahogar la voz de un anónimo palestino que, en la manifestación de solidaridad realizada en Barcelona, gritaba desde los altavoces “Palestina libre, libre”, con toda la tristeza del mundo en su voz, cansada, casi afónica, rota, pero no vencida. Su voz llegaba con la megafonía, pero parecía apenas un susurro, de alguien que arranca fuerzas de flaqueza, de alguien que cuando parece imposible soportar más, seguir adelante, se levanta y muestra al mundo la dignidad palestina. Mientras el fuego bíblico del feroz dios de los judíos asolaba Gaza, resonaba en nuestros oídos: Palestina, libre, libre. Palestina, libre, libre.

domingo, 22 de março de 2009

¿Guerra civil en Estados Unidos?


Immanuel Wallerstein
La Jornada


Nos estamos acostumbrando a toda suerte de rompimientos de tabúes. La prensa mundial se llena de discusiones acerca de si sería buena la idea de nacionalizar los bancos. Ni más ni menos que Alan Greenspan, discípulo del profeta superlibertario del capitalismo del mercado puro, Ayn Rand, dijo recientemente que deberíamos nacionalizar los bancos cada cien años, y que éste podría ser el momento. El senador republicano y conservador Lindsay Graham estuvo de acuerdo con él. El keynesiano de izquierda Alan Blinder discutió los pros y los contras de esta idea. Y aunque piensa que los contras son un poco mayores que los pros, fue propenso a gastar energía intelectual pública en escribir acerca de ello en el New York Times.

Bueno, tras escuchar las propuestas de nacionalización por parte de archiconservadores notables, ahora oímos discusiones serias acerca de las posibilidades de una guerra civil en Estados Unidos. Zbigniew Brzezinski, apóstol de la ideología anticomunista y asesor en Seguridad Nacional del presidente Carter, apareció en un programa de televisión matutino de entrevistas, el 17 de febrero, donde le pidieron que discutiera algo que había mencionado previamente: la posibilidad de un conflicto de clase en Estados Unidos como secuela del colapso económico mundial.

Brzezinski dijo que el asunto le preocupaba por la perspectiva de que millones y millones de desempleados enfrentaran serias dificultades, gente que se ha vuelto consciente de que la extraordinaria riqueza transferida a unos cuantos individuos no tiene precedente en Estados Unidos.

Le recordó al público que, cuando ocurrió la crisis bancaria masiva en 1907, el gran financiero J. P. Morgan invitó a un grupo de acaudalados financieros a su casa, los encerró en su biblioteca y no los dejó salir hasta que pusieran dinero para un fondo que estabilizara los bancos. Brzezinski dijo: “¿Dónde está la clase adinerada de hoy? ¿Por qué no están haciendo algo si son la gente que ganó miles de millones?

Si no hacen algo sobre una base voluntaria, dijo Brzezinski, va a ocurrir un conflicto creciente entre las clases y si la gente está desempleada y realmente sufriendo, ¡puede incluso haber motines!

Casi simultáneamente, una agencia europea llamada LEAP-Europe que publica boletines europeos globales confidenciales para sus clientes –políticos, servidores públicos, hombres de negocios e inversionistas– dedicó su número de febrero a la dislocación geopolítica global. El informe no pinta un retrato agradable. Discutió la posibilidad de una guerra civil en Europa, en Estados Unidos y en Japón. Previó una estampida generalizada que puede conducir a choques, a semiguerras civiles.

Los expertos dan algunos consejos: “Si su país o región es una zona donde hay una disponibilidad masiva de armas, lo mejor que puede usted hacer es… abandonar la región, si eso es posible”. El único de estos países que concuerda con la descripción de disponibilidad masiva de armas es Estados Unidos. El director de LEAP-Europe, Franck Biancheri, apuntó que hay 200 millones de armas en circulación en Estados Unidos, y la violencia social ya es manifiesta a través de las pandillas. Los expertos que escribieron el informe aseguran que ya existe una emigración de estadunidenses hacia Europa, porque es ahí donde el peligro físico se mantendrá marginal.

Si Brzezinski confía en que emerja otro J. P. Morgan en Estados Unidos que haga entrar en razón a la clase adinerada, el informe de LEAP-Europe ve una última oportunidad en la sesión del 2 de abril del G-20 en Londres, siempre y cuando los participantes lleguen con un plan convincente y audaz.

Estos análisis no provienen de intelectuales de izquierda o de movimientos sociales radicales. Son la expresión abierta de los miedos de analistas serios que son parte del establishment existente en Estados Unidos y Europa. Los tabúes verbales se quiebran únicamente cuando tales personas están en verdad atemorizadas. El punto de romper tabúes es intentar una acción rápida que sea significativa –el equivalente a cuando J. P. Morgan encerró a los financieros en su casa, en 1907.

Era más fácil en 1907.

sábado, 21 de março de 2009

El Salvador: Consolidando la alternancia

José Mario Zavaleta
Argenpress

Apenas han pasado unos días después del triunfo del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional, FMLN, con su candidato a la presidencia Mauricio Funes y a la vicepresidencia con Salvador Sánchez Cerén, y los acontecimientos y sus derivaciones se han desarrollado con una rapidez pasmosa.

Aparte de la felicidad del pueblo que pudo vencer el miedo y derrotó a una maquinaria electoral bien experimentada y convertida en un monstruo de muchas cabezas que le apoyaron tenazmente, representada en Arena, lo que ha sorprendido es la tranquilidad del día siguiente; es decir, la población ha descubierto que puede elegir a quien quiera sin que el mundo se caiga, como habían augurado los artífices de la campaña negra y sucia.

No hubo una guerra ni los mareros atacaron a la gente si el Frente ganaba, ni los viejitos han sido convertidos en jabón, ni se han quemado biblias ni se han deteriorado las relaciones con Estados Unidos, o la pérdida potencial de las remesas. No se han ido del país los industriales, ni los comerciantes ni los grandes empresarios que amenazaron a sus empleados con hacerlo si ganaba el Frente, ni se ha venido para abajo la confianza y roto la tranquilidad de la nación. Es decir, la población que votó por Arena sin convicción, está comprendiendo poco a poco que ha sido engañada. Y el resto de la gente como que empieza a despertar de la anestesia mientras en su país se ha materializado una revolución incruenta y de consecuencias por definirse.

Mientras, el presidente electo es el centro de atención de todos, da un discurso concertador al autoproclamarse a cuatro horas de concluir la elección; sorprende a aquellos que pronosticaban diatribas, amenazas y represalias por los excesos de la campaña en su contra. Al revés, reciben su perdón por haberlo descalificado, insultado y atacado ferozmente en medio de la más escandalosa guerra mediática con el afán de engañar y aterrorizar a los electores. Les ha dado la mano para formar un gobierno de unidad, indispensable para sacar a este país de la crisis que apenas comienza.

Los que lo cuestionaron ahora lo saludan y reconocen su actuar, los periodistas a sueldo y analistas interesados y pagados por la derecha, al igual que la élite empresarial y comercial le conceden el beneficio de la duda. Todos sorprendidos ante una derrota colosal que intentan minimizar porque sólo ha sido por unos tres puntos de diferencia, pero se evade decir que los más del millón trescientos cincuenta y cuatro mil votos logrados por Funes y Sánchez Cerén son sufragios limpios, honestos y en buena lid. No a través de la compra de votos por unos dólares, la amenaza a perder el trabajo, el doble o quizás triple voto de quién sabe cuantos, la contratación de extranjeros que por cientos han traído para garantizar sus cuentas. En fin, sin utilizar el aparato del estado para desarrollar la campaña electoral, las agresiones al contrario y sobre todo la movilización del voto, a costa de los más humildes y pauperizados por el mismo modelo de gobierno que por casi veinte años Arena ha desarrollado.

Consecuentemente el FMLN ha recibido el aplauso y admiración de los pueblos del mundo, el reconocimiento de sus gobiernos; Mauricio Funes ha sido llamado por teléfono por algunos presidentes, entre ellos el mismo Antonio Saca, Lula da Silva, Hugo Chávez y Barack Obama, en una muestra del alivio y satisfacción en el mundo, que al igual que al interior del país, se experimenta por esta épica victoria, cuando un partido que surge como movimiento guerrillero exitoso que provoca la firma de la paz, alcanza el gobierno a costa de audacia, perseverancia y de escuchar al pueblo, que lo mandata para nominar a Mauricio Funes como candidato, hoy ya presidente electo.

Los caídos, los perseguidos, los torturados, los desaparecidos, y los miles que combatieron para desmontar la dictadura militar, hoy son saludados por su pueblo al dar el primer paso para transformar esta tierra por la que todos soñaron.

quarta-feira, 18 de março de 2009

Giuseppe Vacca: A nova face do socialismo reformista


Armênio Guedes
Gramsci e o Brasil

Este livro de Giuseppe Vacca não é mais um lançamento convencional no “mercado das ideias”. Como o leitor logo vai perceber, existe aqui uma grande audácia teórica e política: a partir do conceito de “reformismo”, Vacca nos convida a reconstruir democraticamente as convicções da esquerda, apontando novos modos de conceber a mudança social e por ela lutar.

O marxismo de Vacca aparece inteiramente reconciliado com as formas da democracia política, que não é nem nunca foi “burguesa”. Historicamente, o que ampliou as fronteiras do liberalismo foi a luta mais do que secular dos “grupos subalternos”, para usar a linguagem de Gramsci. Vacca argumenta que o papel destes grupos não é se apoderar do Estado e dar a este uma forma ditatorial qualquer, supostamente progressista. Nada de ditadura do proletariado ou de qualquer forma de ditadura. Classes subalternas e Estado Democrático de Direito devem estar numa relação privada de qualquer relação ambígua ou instrumental.

Diria explicitamente, e mais uma vez apoiado em Gramsci e em Vacca, que não se pode mais pensar em “assaltar” o Estado e usar a máquina estatal para transformar a sociedade de modo autoritário e cesarista. Neste sentido, a Revolução de Outubro, que por tanto tempo nos serviu de modelo, deve ser considerada a última revolução do século XIX. E a “revolução democrática” dos nossos dias, quer dizer, os modos de se desenvolver a luta revolucionária depois do “grande ato metafísico” de Outubro, está rigorosamente por ser inventada.

Há neste livro mais ousadias teóricas, que só de passagem posso mencionar. Para Vacca, socialismo e capitalismo, por assimétricos, não são termos antagônicos: o primeiro é um modo de regulação, o segundo um modo de produção. Não vejo nisso nenhum espírito de “conciliação”, mas um convite desafiador a imaginar o conteúdo desta possível regulação de tipo socialista, indissociável, como é evidente, de lutas e conflitos sociais bastante complexos. A democracia é sempre difícil! Tema que é aprofundado, quando Vacca analisa a trajetória da esquerda italiana de 1989 ao nascimento do Partido Democrático — análise indispensável para compreender a complexidade das questões que este partido deve equacionar e resolver para retomar a posição hegemônica que, com avanços e tropeços, marcou a presença do PCI na vida política da Itália depois da Segunda Guerra Mundial.

Não fico surpreso com a amplitude destas reflexões. Mais uma vez, é o marxismo político italiano que nos estimula a renovar nossos caminhos, como tantas vezes já aconteceu. Vacca, mesmo quando aborda questões da atualidade, é um pensador que “vem de longe”: insere-se criadoramente na tradição de Gramsci, Togliatti e Berlinguer, teóricos e políticos que, em diferentes circunstâncias, constituíram fundamentais pontos de referência no combate das ideias entre nós, e até muito além das fronteiras da esquerda.

No momento da primeira grande crise da globalização — que requer sobretudo criatividade e capacidade de autorrenovação —, a contribuição de Vacca reabilita a corrente reformista do socialismo, que, no fundo, pretende interpretar com mais lucidez o movimento real das coisas, e sobre ele agir, rumo a níveis sempre mais altos de civilização. Essa também a sua importância para os democratas brasileiros.

terça-feira, 17 de março de 2009

La lógica mortal del capitalismo

Tariq Alí
The Nation

La crisis que está enfrentando el capitalismo es una vívida demostración de la insulsez que subyace en el atractivo de la globalización (alias el consenso de Washington) como un mantra para todo, todas las épocas, todos los países y todos los continentes. El desempleo masivo una vez más castiga al capitalismo mundial avanzado, del mismo modo que lo ha hecho a lo largo de los treinta y cuatro ciclos económicos desde 1854. El plano que ofrecen Eherenreich y Fletcher (postado más abajo) de las condiciones actuales, subrayan las flaquezas de la izquierda en todos los aspectos, con lo que se plantean la vieja pregunta: ¿qué hacer?

Antes de abordar la pregunta, unos puntos de desacuerdo. A pesar de la burla a aquellos de la izquierda quienes, en el pasado, vieron cada bajón como una oportunidad para proclamar que el fin del capitalismo estaba próximo, los autores caen en la misma trampa. Esta vez, nos dicen, el “paciente no se levantará de la camilla”. No estoy de acuerdo. El capitalismo siempre hizo frente a las crisis, que son parte de la lógica mortal de una economía basada en el sistema de mercado con apoyo del Estado. Ya ha fallado muchas veces, pero se ha rehecho, inclusive durante los períodos en que tuvo que enfrentarse a desafíos políticos de envergadura. No se debe subestimar su capacidad de adaptarse y sobrevivir aunque lo haga como siempre a costa de la mayoría explotada.

Hasta que no emerja una alternativa económica y sociopolítica viable, avizorada por una mayoría como tal, no habrá crisis final del capitalismo. Para salvarse a ellos mismos, las élites actuales considerarán aquellas propuestas a la crisis que preservan el status quo. La elección a la que se enfrentan domésticamente es entre establecer un servicio de crédito público y funcionamiento bancario orientado a reactivar el sector productivo, o sostener un desacreditado, desregulado Wall Street/City de Londres cuyas operaciones están basadas en capital ficticio. Los rescates en Nueva York y Londres están diseñados para hacer lo segundo. Globalmente, es más difícil aceptar una pérdida del control atlanticista, pero si la presión continúa creciendo, el bloque del Lejano Oriente puede sugerir un nuevo repertorio de instituciones basadas en el control multilateral y no en el control imperial, liderando el desmantelamiento pero también la renovación.

¿Qué alternativas? Con la entrada después de 1990 del capitalismo en Rusia, China, Vietnam, etc., las redes de comunicación mundiales cacarearon que el capitalista Cenicienta había derrotado a las hermanas feas, comunismo y socialismo. La mutación fue experimentada por una mayoría de los ciudadanos menos privilegiados del mundo como un desplome de todas las perspectivas anticapitalistas.

Un nuevo clima de cambio se desarrolló lentamente: el Caracazo en 1989, Seattle una década después, seguidos por el nacimiento del Foro Social Mundial para contrarrestar la ideología de Davos, seguido por una panoplia de movimientos sociales de masas en América del Sur. El dramático desmoronamiento de la economía argentina condujo a los experimentos de autogestión obrera, ocupación de fábricas y soviets (consejos) de distrito en Buenos Aires para discutir un futuro diferente. En Venezuela, Bolivia, Ecuador y Paraguay, el desafío de los movimientos sociales al orden neoliberal produjo gobiernos que representaban una nueva forma de democracia social radical que busca combinar las empresas del estado, socializadas, las cooperativas y las individuales y privadas de pequeño tamaño. Estos gobiernos elegidos popularmente rompieron el aislamiento de Cuba y obtuvieron su ayuda en la construcción de infraestructuras sanitarias y educativas que benefician a la mayoría. Si Cuba, por su parte, aprendió la importancia del pluralismo político de sus nuevos aliados, los resultados podrían ser beneficiosos.

Lo que sucede en América Latina es importante para los Estados Unidos. El patio trasero se ha removido. El gran número de población hispánica del interior de Estados Unidos mantiene lazos con su pasado. El efecto ha sido a menudo negativo (por ejemplo, entre los cubanos en Florida, pero ahí también el ambiente está cambiando). Los movimientos sociales en América del Sur desafiaron la desregulación y la privatización más efectivamente que el trabajo organizado lo ha hecho en América del Norte o en Europa Occidental. Si fuera adoptado en los Estados Unidos, este modelo podría formar una presión popular para un servicio sanitario nacionalizado, inversión masiva en educación y reducción del gasto militar, y en contra de los rescates para la industria de la automoción y las aerolíneas arruinadas. Dejémoslas caer, de manera que la infraestructura del transporte público pueda ser construida sobre una base ecológica sensata y un servicio ferroviario más eficiente que sirva a las necesidades de todos. Sin acción de abajo, no habrá cambio de arriba.

Salvemos el planeta juntos

Bill McKibben
The Nation

Semanas después de tomar posesión del cargo, Steven Chu, ganador del premio Nobel y secretario de energía de Obama concedió su primera entrevista a Los Angeles Times. El periodista le preguntó por el cambio climático. “No creo que la población americana se haya hecho una idea cabal de lo que puede pasar”, dijo, describiendo un modelo informático que demostraba que el deshielo en Sierra Nevada será cada vez más rápido en los años venideros. “Estamos considerando un escenario en que ya no haya agricultura en California”. Y añadía que tampoco “veo realmente cómo podrían preservarse sus ciudades”. Bien.

En el magnífico ensayo de Barbara Ehrenreich y Bill Fletcher (postado a continuación), la parte más importante es lo que ha cambiado: primero, el desastre económico nos rodea, pero segundo aún más importante la oleada de destrucción ambiental se está estrellando sobre nuestras cabezas. Definitivamente, no soy una capitalista libertariana de laissez faire, dice Ayn Rand (¿aún lo es alguien? Alan Greenspan pide la nacionalización de bancos). Pero tampoco estoy muy seguro de ser muy socialista, porque ambas fes se me antojan arraigadas en momentos pretéritos, momentos en que teníamos algún margen. Momentos en que el problema era el crecimiento y cómo hacer que éste acaezca y compartir sus frutos.

Ése ya no es nuestro problema. Nuestro problema es cómo lidiar con una crisis que definirá nuestro mundo en el futuro inmediato. En noviembre la Agencia Internacional de la Energía anunció que todas sus halagüeñas previsiones anteriores sobre suministros petrolíferos estaban erradas. En realidad, los yacimientos petrolíferos se enfrentan a “declives naturales” con un rendimiento del 7% anual. El combustible era combustible fósil para el fundamentalismo del libre mercado y para el marxismo, y no vamos a tenerlo, o no en la amplitud en que lo tenemos ahora, y en esa amplitud lo que tendríamos sería carbón y no estaremos en condiciones de quemarlo sin provocar aún mayor caos climático.

La atmósfera que parió nuestras ideologías aguantaba en torno a 275 partículas de CO2 por millón. Ahora esa cifra es de 387 partículas por millón, lo que constituye la causa del deshielo del Ártico. Nuestros climatólogos más reputados nos dicen que el principal objetivo de cualquier política para el siglo xxi debe ser lograr que ese número descienda por debajo de 350, porque los elevados niveles actuales “simplemente no son compatibles con el mantenimiento de un planeta semejante a uno en que se desarrolle una civilización”. Todo lo congelado se derrite en el agua, o algo parecido.

El mundo va a hacerse necesariamente más duro. Tendremos que centrarnos, mucho más que en el pasado, en bienes esenciales, como la comida y la energía. Creo que necesitaremos encontrar nuestro sustento más localmente, reduciendo las debilidades inherentes de una gran economía mundializada. En este momento menos del 1% de estadounidenses trabaja en la agricultura, esto es, una cifra que tiene que aumentar. En la medida que el estado puede contribuir, es alejándonos del combustible fósil que nos garantiza el peligro: un límite severo en el carbón realizará más rápidamente la transición que necesitamos, a pesar de que será difícil de soportar. En realidad, la única manera de aguantar la transición será con un renovado sentido comunitario.

El verdadero veneno de las pasadas décadas ha sido el hiperindividualismo que ha dominado nuestra vida política, la idea según la cual todo trabajo sale mejor si no pensamos ni un ápice en el interés común. Al cabo, eso es lo que ha perjudicado a nuestra sociedad, a nuestro clima y a nuestras propias vidas privadas. La primera y última esperanza es el resurgimiento de una política que nos pida trabajar juntos. Vislumbramos algún destello en la campaña de Obama, que fue al menos tan interesante como el propio candidato. Espero que vislumbremos más destellos de ese tipo en los años venideros.

segunda-feira, 16 de março de 2009

Reimaginar el socialismo con democracia participativa y solidaridad

Barbara Ehrenreich · Bill Fletcher Jr.
The Nation

El socialismo está de moda. “Ahora todos somos socialistas”, declara el Newsweek. Tal y como lo dice la derecha, vivimos actualmente en los Estados Unidos Socialistas de Europa. Pero ¿qué tienen que decir de la crisis económica global quienes se definen como socialistas (y sus amigos progresistas)?

Si no se ha oído a los socialistas hacer demasiado ruido respecto a la caída del capitalismo, no es precisamente porque seamos pocos para producir un ruido audible. Nosotros, como cualquiera en Wall Street en, digamos 2006, apreciamos la capacidad de autoafirmación del capitalismo americano, su habilidad para recuperarse y encontrar nuevos caminos para desarrollarse, como hizo después de las depresiones de 1877, 1893 y 1930. De hecho El Manifiesto Comunista puede leerse no sólo como una acusación al capitalismo sino también como un impresionante himno a su dinamismo. Es bien conocido el chiste sobre el economista marxista que acertó en la predicción de once de las tres últimas recesiones.

Pero puede que esta vez el paciente no se levante de la camilla por más que se le apliquen electrochoques para “estimularlo”. Parece que hemos entrado en la espiral de la muerte en que el aumento del desempleo lleva a la reducción del consumo y de ahí a más desempleo. Cualquier alegría que podamos sentirnos tentados a experimentar viendo a los directivos perder sus jets corporativos y a los ex-señores del universo limpiarse los huevos de sus caras, se estrella rápidamente contra el sufrimiento cada vez más vívido que nos rodea. Las despensas de alimentos y los albergues ya no pueden cubrir la demanda; millones de personas se enfrentan a la vejez con sus pensiones esquilmadas; nosotros mismos nos consumimos de ansiedad respecto al futuro que espera a nuestros hijos y nietos.

Además, no se suponía que las cosas ocurrieran de esta forma. Se suponía que habría una revolución ¿os acordáis? La idea, predicción, fe o lo que sea, socialista era que el capitalismo caería cuando las gentes se cansarían de intentar vivir de las migajas que caen de la mesa de los ricos y se alzarían de alguna forma –preferiblemente de forma inclusiva, democrática y no violenta- y se harían con la riqueza por ellos mismos. Esta toma de posesión no se habría parecido en nada a una “nacionalización” como la que se discute actualmente, en la que la riqueza pública fluye hacia el sector privado sin o con poco cambio en las élites que la controlan o en la forma en que se ejerce el control. Nuestras expectativas como socialistas eran que la gran cantidad de organización requerida para un cambio revolucionario crearía una infraestructura de gobierno, construido por –entre otras piezas del rompecabezas- los sindicatos, organizaciones comunitarias, grupos de intereses y nuevas organizaciones de desempleados y nuevos pobres.

También se suponía que sería sencillo para las masas tomar o “apoderarse” de la infraestructura física del capitalismo industrial –los “medios de producción”- y empezar a hacerla trabajar para el bien común. Pero gran parte de los medios de producción han volado al exterior; a China, por ejemplo, este bastión del capitalismo autoritario. Cuando contemplamos nuestro paisaje, con cada vez más cierres y examinamos las ruinas del capitalismo financiero, vemos banco detrás banco, inmobiliarias y compañías de seguros, compañías de títulos, agencias de notación y centrales telefónicas, pero no suficientes empresas que hagan algo realmente utilizable, como alimentos o medicamentos. En los últimos años el capitalismo se ha vuelto cada vez más abstracto, de una forma casi mística. Fuera de los sectores manufacturero y de servicios, cada vez menos gente es capaz de explicar a sus hijos lo que hacen para ganarse la vida. Los estudiantes más brillantes han ido a las finanzas, no a la física. Los mayores edificios urbanos contienen cubículos y pantallas de computadores, no líneas de ensamblaje, laboratorios, estudios o aulas. Incluso nuestra industria de bandera, la fabricación de automóviles, requeriría un gran retoque para hacer algo utilizable: no más automóviles, menos aún todoterrenos, sino más molinos de viento, autobuses y trenes.

Lo más cargante, desde una perspectiva socialista, es la noción evidente de que el capitalismo puede dejarnos con menos de lo que encontró en este planeta hace 400 años, cuando el modo de producción capitalista empezó a despegar. Marx pensó que el capitalismo industrial había resuelto potencialmente el viejo problema de la escasez y que había bienes en abundancia para avanzar siempre y cuando se distribuyeran de modo equitativo. Pero el capitalismo industrial –con algo de ayuda del comunismo industrial- ha llevado a un tal grado de destrucción medioambiental que amenaza a nuestra especie, junto a muchas otras. El clima se está calentando, la oferta de petróleo está alcanzando sus niveles máximos, los desiertos están avanzando y los mares se están elevando y contienen cada vez menos peces para alimentarnos. No hace falta ser un pesimista chiflado para darse cuenta de que el próximo capítulo puede ser la extinción.

En una situación como ésta en que están en juego la supervivencia biológica a largo plazo y la económica diariamente, la única cuestión relevante es: ¿tenemos un plan? ¿Es posible ver una salida e ir hacia un futuro justo, democrático, sostenible (añada sus adjetivos favoritos)?

Pongámoslo claro sobre la mesa: no lo tenemos. Por lo menos, no tenemos a punto, para sacárnoslo del bolsillo, ningún guión de como organizar la sociedad. Si ello puede sonar a negligencia por nuestra parte, hay que explicar que el socialismo era una idea de como reordenar la propiedad y la distribución y, hasta cierto punto, la gobernanza. Asumía que había mucho valor para poseer y distribuir; no imaginaba tener que habérselas con un modo de vida completamente nuevo y sostenible desde el punto de vista medioambiental. Además, la historia del socialismo ha sido desfigurada por demasiados dirigentes con un plan perfecto, siempre y cuando pudieran ganar el siguiente debate, llevar a cabo un golpe o conseguir suficiente gente que les siguiera.

Pero comprendemos –y esto es una de las cosas que nos caracterizan como “socialistas”- que la ausencia de un plan, o por lo menos de algún tipo de proceso deliberativo para planear lo que hay que hacer, no puede continuar siendo una opción. La gran promesa del capitalismo, al principio sugerida por Adam Smith y recientemente insertada en el “fundamentalismo de mercado”, era que no había necesidad de planear nada ya que el mercado se encargaría de todo por nuestra cuenta. En vez de infundir confianza, esta versión de la empresa privada ha fomentado la pasividad frente a esta divinidad inescrutable, el Mercado. Desregulad, dejad a los salarios caer a su nivel “natural”, convertid lo que queda del gobierno en una fuente inagotable de gratificaciones para los contratistas… ¡a vivir! Bien, la cosa no ha funcionado y la idea central del socialismo todavía está ahí: que la gente puede agruparse y planear como solucionar sus problemas, o por lo menos muchos de sus problemas, colectivamente. Que nosotros –no el mercado o los capitalistas o alguna élite de súper-planificadores- tenemos que controlar nuestro propio destino.

Lo admitimos: no tenemos ni siquiera un plan para el proceso deliberativo que sabemos que debe reemplazar la locura anárquica del capitalismo. Desde luego tenemos cierta noción de como debe funcionar, basándonos en nuestras experiencias con el movimiento de derechos humanos, el movimiento de mujeres y el movimiento de trabajadores, así como con un gran número de empresas cooperativas. Esta noción está centrada en lo que todavía llamamos “democracia participativa”, en la que todas las voces se oyen y todo el mundo es igualmente respetado. Pero no tenemos modelos precisos de democracia participativa a la escala requerida actualmente, que implica a cientos de millones, y potencialmente billones, de participantes a la vez.

¿Cómo sería este modelo? Hay algunos modelos fascinantes para estudiar, como los famosos experimentos del Partido de los Trabajadores brasileño para desarrollar un presupuesto participativo en Porto Alegre. El fundador del Z Magazine, Michael Albert, desarrolló una aproximación muy detallada a la planificación a partir de las masas, a la que denomina economía participativa, o “parecon”. Uno de nosotros (Fletcher, en su libro Solidarity Divided, escrito con Fernando Gapasin) ha propuesto una red local de asambleas populares. Pero todo eso es experimental y nos damos cuenta de que cualquier sistema de planificación democrática de masas será caótico. Se tambaleará; a veces se equivocará; y será devuelta muchas veces a la oficina planificadora.

Pero como socialistas sabemos el espíritu con que debe emprenderse este gran proyecto de salvación colectiva, el espíritu de solidaridad. Una noción hasta hace poco anticuada, que cobra vida de nuevo en el simbolismo y la energía de la campaña de Obama. El estribillo ¡Sí, podemos! era el slogan del movimiento Trabajadores del Campo Unidos y fue adoptado por varios sindicatos y organizaciones comunitarias para enfatizar lo que una gran cantidad de gente puede conseguir a través de la acción colectiva. Incluso las llamadas relativamente anodinas de Obama a un nuevo compromiso con el voluntariado y el servicio a la comunidad parecen haber inspirado un espíritu de “devolver”. Si la idea de planificación democrática, de controlar nuestro destino, es el contenido intelectual del socialismo, la solidaridad es su fuente de energía emocional: la comprensión moral y la firme convicción de que por apabullantes que sean los desafíos, estamos juntos en ello.

Sin embargo, sin organización la solidaridad es un sentimiento vacío –formas de pensar y de trabajar conjuntamente y de conectar los movimientos sociales que luchan diariamente contra la injusticia. Vemos una oportunidad extraordinaria en el sombrío hecho de que millones de americanos han sido convertidos en innecesarios por la economía capitalista y son libres de dedicar sus considerables talentos a crear una alternativa más justa y sostenible. Pero si somos serios respecto a la supervivencia colectiva frente a nuestras múltiples crisis, debemos construir organizaciones, inclusive las explícitamente socialistas, que puedan movilizar este talento, desarrollar liderazgo y lanzar batallas locales. Debemos ser serios porque las élites capitalistas que han dirigido las cosas hasta ahora han perdido todo su crédito, o incluso respeto, y nosotros – los progresistas de todos los colores – somos los únicos a la altura de las circunstancias.