segunda-feira, 9 de setembro de 2013

Las grandes alamedas

José Pablo Feinmann
Página 12

Ni que se haya convertido en la fecha de la caída de las Torres Gemelas evitará que –para nosotros, para los hombres y mujeres de América latina– el 11 de septiembre sea la fecha del golpe de Estado más detestable de los tantos que padecimos. Se trataba de un gobierno elegido democráticamente. Se trataba de un país con un ejército que –a diferencia de los de nuestro continente– había sido guardián del orden constitucional. Se trataba de un presidente que era un hombre noble, con ideas e ideales, un hombre honesto y un hombre valiente. Había tenido un gran apoyo de las masas obreras. Y una queja constante, un repudio sin tregua, del MIR, el principal grupo armado de Chile. Finalmente, todos los sectores de la sociedad –menos los obreros– se unificaron para voltearlo: el ejército, los medios de comunicación, los gremios, las clases altas, las clases medias y –con un empeño criminal, furibundo– los Estados Unidos de Nixon y Kissinger. Las clases medias inauguraron la modalidad de salir a la calle con cacerolas y atronar el país pidiendo la renuncia de Allende.

Allende fue el más original, el más creativo de los líderes socialistas del siglo XX. Descreyó de la célebre dictadura del proletariado y eligió el camino democrático, pacífico al socialismo. Si ese camino fracasó, no menos fracasaron los otros. Con una enorme diferencia. Allende no dejó decenas o decenas de miles o millones de cadáveres tras de sí. Ni presos políticos tuvo. Confiaba en solucionar la antinomia entre socialismo y democracia, que el mandato de la dictadura del proletariado (que viene de las páginas de Marx y que éste asume como su mayor aporte a la teoría política) obliteraba. La derecha –beneficiada por los errores y por las muertes de los socialismos triunfantes y luego derrotados– no tiene rédito alguno para sacar de la experiencia de la Unidad Popular. Salvo que digan que nacionalizar el cobre equivale a fusilar enemigos políticos, o peor aún.

En su último mensaje, don Salvador Allende dijo a su pueblo y a todos los pueblos de América: ¡Trabajadores de mi Patria!: Tengo fe en Chile y en su destino. Superarán otros hombres este momento gris y amargo donde la traición pretende imponerse. Sigan ustedes sabiendo que, mucho más temprano que tarde, se abrirán de nuevo las grandes alamedas por donde pase el hombre libre, para construir una sociedad mejor. ¡Viva Chile! ¡Viva el pueblo! ¡Vivan los trabajadores!

La historia es nuestra y la hacen los pueblos. Estas son mis últimas palabras y tengo la certeza de que mi sacrificio no será en vano, tengo la certeza de que por lo menos será una lección moral que castigará la felonía, la cobardía y la traición.

El criminal de guerra Richard Nixon y su secretario de Estado, Henry Kissinger, peor criminal de guerra aún, odiaban a Allende con una pasión enfermiza. En octubre de 1970, Nixon dijo sobre él palabras injuriosas: “That son of a bitch, that bastard...”

Pero esa imagen de este hombre sereno –aunque capaz de encarnar la fuerza de un tornado–, que lo único que nos dejó, como pertenencia, fue el pedazo ensangrentado de uno de los vidrios de sus anteojos, este hombre maduro, con canas, que sale de La Moneda con casco de guerra y metralleta, para morir peleando, tal vez insensatamente, pero como él lo sentía, es, para mí, el símbolo más puro de la rebeldía, porque trató de cambiar el mundo por los caminos de la democracia y de la paz, y porque no pudo, porque los asesinos del poder internacional no lo dejaron, agarró una metralleta, se puso un casco de guerra y decidió (como esos bravos, legendarios marinos con sus barcos) hundirse con su causa. ¡Ah, don Salvador Allende, ojalá hubiera yo tenido alguna vez en mi patria un líder como usted! Simple, duro, pero sensible, amigo y compañero de la gente de su pueblo, sin sinuosidades, con una sola palabra, la misma de siempre, la que marcó la coherencia de sus días y, por si fuera poco, con ese coraje, don Salvador, que le hizo decir: De aquí no me voy, que sigan otros, no van a faltar, y van a llevarme en sus corazones como a un hombre puro, como a un guerrero y como a un demócrata que les va a henchir el pecho de orgullo y de exigencias perentorias. Porque, de ahora en más, todo chileno que sepa que tiene detrás la figura de Salvador Allende, sabe que no se viene a la vida a jugar, a gozar de las liviandades y las tentaciones, sino a meterle el alma y el cuerpo a las causas duras, las de la injusticia, las del hambre, las de la tortura y la muerte. Es mi legado.

Lo es. Tenía la cara de un hombre bueno. Vestía de civil. No andaba ostentando armas ni uniformes bélicos. Se metía entre los obreros. Hablaba en sus asambleas. Les pidió, al final, que se cuidaran. Que no se dejaran sacrificar fácilmente por los carniceros que se cernían sobre Chile. Cuando Castro lo visitó le dijo que tenía que recurrir a la violencia si quería sostenerse. Allende no lo hizo. De la violencia se ocupaban los guerrilleros del MIR que, desde luego, lo acusaban de burgués conciliador. ¿Por qué se habrán preocupado tanto los de la CIA y Nixon y Kissinger por un burgués conciliador? ¿Por qué el ejército habrá bombardeado La Moneda? ¿Por qué el diario El Mercurio (al que Nixon le dio dos millones de dólares para desestabilizar su gobierno) lo atacó sin piedad ni vergüenza? ¿Por qué las conchetas chilenas, que son terribles, salieron con sus cacerolas para injuriarlo? ¿Sólo porque era un burgués conciliador? Los del MIR fueron funcionales a los golpistas que, salvo los que se fugaron, murieron todos, en el Estadio Nacional o en las más siniestras mazmorras, tan cruelmente como los líderes de la Unidad Popular. No, Allende no era un burgués conciliador. Era un socialista temible. Porque había elegido la democracia (el arma ideológica que la derecha cree suya) para ir hacia el socialismo. Pero, luego, hizo algo peor. Murió con su causa. Dejó, para el socialismo, un ejemplo moral incuestionable. Y murió sin perder sus esperanzas. El hombre libre volverá. Las anchas alamedas lo esperan. Bajo ellas se fue Allende de este mundo.

sexta-feira, 6 de setembro de 2013

Obsolescência planejada: armadilha silenciosa na sociedade de consumo

Valquíria Padilha
Le Monde Diplomatique

O crescimento pelo crescimento é irracional. Precisamos descolonizar nossos pensamentos construídos com base nessa irracionalidade para abrirmos a mente e sairmos do torpor que nos impede de agir

É comum um telefone celular ir ao lixo com menos de oito meses de uso ou uma impressora nova durar apenas um ano. Em 2005, mais de 100 milhões de telefones celulares foram descartados nos Estados Unidos. Uma CPU de computador, que nos anos 1990 durava até sete anos, hoje dura dois anos. Telefones celulares, computadores, aparelhos de televisão, câmeras fotográficas caem em desuso e são descartados com uma velocidade assustadora. Bem-vindo ao mundo da obsolescência planejada!

Na sociedade de consumo, as estratégias publicitárias e a obsolescência planejada mantêm os consumidores presos em uma espécie de armadilha silenciosa, num modelo de crescimento econômico pautado na aceleração do ciclo de acumulação do capital (produção-consumo-mais produção). Mészáros diz que vivemos na sociedade descartável que se baseia na “taxa de uso decrescente dos bens e serviços produzidos”, ou seja, o capitalismo não quer a produção de bens duráveis e reutilizáveis. A publicidade é o instrumento central na sociedade de consumo e um grande motivador de nossas escolhas, pois é por meio dela que geralmente nos são apresentados os produtos de que passamos a sentir necessidade. A função da publicidade é persuadir visando a um consumo dirigido. Para aquecer as vendas, trabalha arduamente para convencer o consumidor da necessidade de produtos supérfluos. É o que Bauman chama de “economia do engano”. Para Latouche, “a publicidade nos faz desejar o que não temos e desprezar aquilo que já desfrutamos. Ela cria e recria a insatisfação e a tensão do desejo frustrado”.

A obsolescência planejada

Para mover esta sociedade de consumo precisamos consumir o tempo todo e desejar novos produtos para substituir os que já temos – seja por falha, por acharmos que surgiu outro exemplar mais desenvolvido tecnologicamente ou simplesmente porque saíram de moda. Serge Latouche, no documentário A história secreta da obsolescência planejada, diz que nossa necessidade de consumir é alimentada a todo momento por um trio infalível: publicidade, crédito e obsolescência.

Planejar quando um produto vai falhar ou se tornar velho, programando seu fim antes mesmo da ação da natureza e do tempo de uso é a obsolescência planejada. Trata-se da estratégia de estabelecer uma data de morte de um produto, seja por meio de mau funcionamento ou envelhecimento perante as tecnologias mais recentes. Essa estratégia foi discutida como solução para a crise de 1929. O conceito teve início por volta de 1920, quando fabricantes começaram a reduzir de propósito a vida de seus produtos para aumentar venda e lucro. A primeira vítima foi a lâmpada elétrica, com a criação do primeiro cartel mundial (Phoebus) para controlar a produção. Seus membros perceberam que lâmpadas que duravam muito não eram vantajosas. A primeira lâmpada inventada tinha durabilidade de 1.500 horas. Em 1924, as lâmpadas duravam 2.500 horas. Em 1940, o cartel atingiu seu objetivo: a vida-padrão das lâmpadas era de 1.000 horas. Para que esse objetivo fosse atingido, foi preciso fabricar uma lâmpada mais frágil.

Em 1928, o lema era: “Aquilo que não se desgasta não é bom para os negócios”. Como solução para a crise, Bernard London propôs, num panfleto de 1932, que fosse obrigatória a obsolescência planejada, aparecendo assim pela primeira vez o termo por escrito. London pregava que os produtos deveriam ter uma data para expirar, acreditando que, com a obsolescência planejada, as fábricas continuariam produzindo, as pessoas consumindo e, portanto, haveria trabalho para todos, que trabalhando poderiam consumir e assim fazer o ciclo de acumulação de capital se manter. Nos anos 1930, a durabilidade começou a ser propagada como antiquada e não correspondente às necessidades da época. Nos anos 1950, a obsolescência planejada ressurgiu com o enfoque de criar um consumidor insatisfeito, fazendo assim que ele sempre desejasse algo novo. Ainda no pós-guerra assentaram-se as bases da sociedade de consumo atual, por meio do estilo de vida norte-americano (American way of life), baseado na liberdade, na felicidade e na ideia de abundância em substituição à ideia do suficiente.

Os tipos de obsolescência

Podemos considerar três tipos de obsolescência: obsolescência de função, de qualidade e de desejabilidade. “Pode haver obsolescência de função. Nessa situação, um produto existente torna-se antiquado quando é introduzido um produto que executa melhor a função. Obsolescência de qualidade. Nesse caso, quando planejado, um produto quebra-se ou se gasta em determinado tempo, geralmente não muito longo. Obsolescência de desejabilidade. Nessa situação, um produto que ainda está sólido, em termos de qualidade ou performance, torna-se gasto em nossa mente porque um aprimoramento de estilo ou outra modificação faz que fique menos desejável” (Packard).

Slade chama a “obsolescência de função” de “obsolescência tecnológica”, que é o tipo de obsolescência mais antiga e permanente desde a Revolução Industrial até hoje, em razão da inovação tecnológica. Assim, a obsolescência tecnológica, ou de função, sempre esteve atrelada a determinada concepção de progresso visto como sinônimo de avanços tecnológicos infinitos. Os telefones celulares e os notebooks são o melhor exemplo disso. A “obsolescência de qualidade” é quando a empresa vende um produto com probabilidade de vida bem mais curta, sabendo que poderia estar oferecendo ao consumidor um produto com vida útil mais longa. Na década de 1930, faziam-se constantes apelos aos consumidores para trocarem suas mercadorias por novas em nome de se tornarem bons e verdadeiros cidadãos norte-americanos.

O último e mais complexo tipo de obsolescência é o da desejabilidade, ou “obsolescência psicológica”, que é quando se adotam mecanismos para mudar o estilo dos produtos como maneira de manipular os consumidores para irem repetidamente às compras. Trata-se, na verdade, de gastar o produto na mente das pessoas. Nesse sentido, os consumidores são levados a associar o novo com o melhor e o velho com o pior. O estilo e a aparência das coisas tornam-se importantes como iscas ao consumidor, que passa a desejar o novo. É o design que dá a ilusão de mudança por meio da criação de um estilo. Essa obsolescência pode ser também conhecida como “obsolescência percebida”, que faz o consumidor se sentir desconfortável ao utilizar um produto que se tornou ultrapassado por causa do novo estilo dos novos modelos.

A lógica da sociedade capitalista precisa criar ou renovar estratégias que favoreçam a acumulação do capital (por meio não só da expropriação da mais-valia na produção, mas também pelo lucro obtido na venda dos produtos). Mészáros nos mostra que a taxa de uso decrescente no capitalismo é um mecanismo inevitável da produção destrutiva do capital. O autor considera esse fenômeno intrínseco ao modo de produção capitalista, o qual precisa estimular a sociedade descartável para perdurar enquanto sistema econômico hegemônico. Ele diz: “É, pois, extremamente problemático o fato de que [...] a ‘sociedade descartável’ encontre o equilíbrio entre produção e consumo necessário para a sua contínua reprodução, somente se ela puder artificialmente consumir em grande velocidade (isto é, descartar prematuramente) grandes quantidades de mercadorias, que anteriormente pertenciam à categoria de bens relativamente duráveis. Desse modo, ela se mantém como sistema produtivo manipulando até mesmo a aquisição dos chamados ‘bens de consumo duráveis’, de tal sorte que estes necessariamente tenham que ser lançados ao lixo (ou enviados a gigantescos ‘cemitérios de automóveis’ como ferro-velho etc.) muito antes de esgotada sua vida útil” (Mészáros).

A sociedade do consumo visa atender às necessidades de acumulação do capital mais do que às necessidades básicas de seus membros. Se a satisfação de todos fosse realmente a finalidade do sistema produtivo, os bens seriam reutilizáveis. Mas, como o capitalismo “tende a impor à humanidade o mais perverso tipo de existência imediata”, toda a sociedade fica submetida à lógica de acumulação do capital segundo a qual a não aceleração do ciclo produção-consumo se torna um obstáculo. Assim, a obsolescência planejada passa a ser uma estratégia fundamental para satisfazer as exigências expansionistas do modo de produção capitalista. “[...] quanto menos uma dada mercadoria é realmente usada e reusada (em vez de rapidamente consumida, o que é perfeitamente aceitável para o sistema), [...] melhor é do ponto de vista do capital: com isso, tal subutilização produz a vendabilidade de outra peça de mercadoria” (Mészáros).

Tudo acaba virando lixo

A obsolescência planejada é uma tecnologia a serviço do capital. Para aumentar a acumulação de riquezas privadas, o capital devasta, destrói, esgota a natureza. O aumento da riqueza do capital é proporcional ao aumento da destruição da natureza. Na sociedade da obsolescência induzida, tudo acaba em lixo. Quanto mais rápida e passageira for a vida dos produtos, maior será o descarte. A publicidade é o motor que faz toda essa dinâmica funcionar. Esse modelo de sociedade baseada na estratégia da obsolescência planejada está sendo determinante no esgotamento dos recursos naturais (que ocorre na etapa da produção) e no excesso de resíduos (que ocorre na etapa do consumo e do descarte). Magera salienta que a humanidade, que existe no planeta há milhares de anos, conseguiu alcançar a maioria de todos os avanços tecnológicos e informacionais apenas nos últimos duzentos anos. Mas essa sociedade do consumo, que, em nome do progresso, aumenta o volume e a velocidade das coisas produzidas industrialmente, eleva também o volume de lixo. Ao mesmo tempo, os consumidores não são estimulados a se conscientizar sobre a geração de resíduos. O lixo é algo do qual as pessoas querem se desfazer o mais rápido possível e, de preferência, que seja levado para bem longe.

Leonard apresenta inúmeros dados relacionados à extração de recursos naturais e à produção e geração de resíduos no final do ciclo. Alguns exemplos: para produzir uma tonelada de papel, são usadas 98 toneladas de vários outros materiais; 50 mil espécies de árvores são extintas todos os anos; os norte-americanos possuem cerca de 200 milhões de computadores, 200 milhões de televisores e 200 milhões de celulares; nos Estados Unidos são consumidos cerca de 100 bilhões de latinhas de alumínio anualmente. A autora mostra que todo o nosso sistema produtivo-consumista, potencializado pelas estratégias de obsolescência, produz uma destruição assustadora dos recursos naturais ao mesmo tempo que aumenta consideravelmente a geração de lixo. Com a taxa decrescente do valor de uso dos produtos, tudo o que o sistema consegue é aumentar a acumulação do capital enquanto aumenta a destruição do planeta.

Produção de tecnologias verdes ou programas de reciclagem não resolvem essa gama de problemas. É urgente rever o modelo de crescimento econômico que se sustenta nos pilares da obsolescência planejada.

Decrescimento econômico

Podemos afirmar que a espinha dorsal desta sociedade de consumo atual é a aceleração do ciclo produção-consumo-mais produção-mais consumo, gerando descarte e resíduos. O consumo é visto como o motor responsável pelo crescimento econômico – entendido como algo sempre bom e necessário – com base em um paradigma produtivista-consumista. A publicidade continua uma aliada fundamental para manter acesa a chama do consumo e da taxa decrescente do valor de uso das mercadorias, fazendo dos consumidores vítimas de uma armadilha invisível.

Rever os princípios que norteiam esse modelo de crescimento econômico é necessário. Inspiramo-nos no movimento recente do decrescimento econômico, que tem o economista francês Serge Latouche como um dos principais expoentes. O PIB não pode mais continuar sendo visto como uma taxa que deve sempre crescer. Não é razoável pensar num crescimento infinito quando o planeta é finito. O movimento pelo decrescimento econômico parece-nos uma saída para muitos dos problemas que apontamos aqui. Não se trata de voltar ao tempo das cavernas, mas sim de parar imediatamente com esse modelo de crescimento, de progresso e de felicidade ancorado na sociedade de consumo. O crescimento pelo crescimento é irracional. Precisamos descolonizar nossos pensamentos construídos com base nessa irracionalidade para abrirmos a mente e sairmos do torpor que nos impede de agir.

Latouche diz: “A palavra de ordem decrescimento tem como principal meta enfatizar fortemente o abandono do objetivo do crescimento ilimitado, objetivo cujo motor não é outro senão a busca do lucro por parte dos detentores do capital, com consequências desastrosas para o meio ambiente e, portanto, para a humanidade”. A nova lógica que deverá ser construída é a de que podemos ser felizes trabalhando e consumindo menos. Nesse projeto, não faz sentido falar em desenvolvimento sustentável – mais um slogan da moda que os capitalistas inventaram. Falar em ecoeficiência é continuar na “diplomacia verbal”.

O assunto não se esgota aqui, obviamente, mas é fundamental desvelar o princípio da obsolescência planejada para que possamos renovar nossas utopias de um mundo onde a natureza seja preservada, onde haja mais presença e menos presente, mais laços humanos e menos bens de consumo.

quinta-feira, 5 de setembro de 2013

Com licença


Siria: Los motivos de Obama

Editorial
La Jornada

El secretario general de la Orga­nización de Naciones Unidas, Ban Ki-moon, afirmó ayer, ante la posibilidad de un ataque militar contra Siria en respuesta al presunto uso de armas químicas contra civiles por parte del gobierno de Damasco, que se debe considerar el impacto de cualquier acción punitiva en los esfuerzos por evitar un mayor baño de sangre, facilitar una solución política del conflicto y evitar acciones militares.

Los pronunciamientos del político sudcoreano se producen en un momento en que la perspectiva de una aprobación del Congreso estadunidense al ataque en Siria luce más cercana, a pesar del rechazo mayoritario de la opinión pública de ese país. Ayer, como resultado del intenso cabildeo emprendido por la Casa Blanca entre los representantes del Legislativo estadunidense, el gobierno de Barack Obama consiguió el respaldo del presidente de la Cámara de Representantes, el republicano John Boehner, al que se sumaron otros representantes de los dos partidos dominantes en ese país.

Ante la determinación de Washington de emprender una nueva aventura bélica en Siria por la vía unilateral –sin esperar los resultados de las investigaciones realizadas por la ONU y pasando por alto el veto del Consejo de Seguridad del organismo multinacional–, el llamado a la sensatez formulado por Ban es un factor de contención deseable y saludable que debiera ser secundado por otros actores internacionales, habida cuenta de la improcedencia de combatir la barbarie que se desarrolla en la nación árabe con una barbarie multiplicada.

En la lógica de Obama la intervención militar en Siria resulta justificable si se hace en forma limitada y mediante un "ataque quirúrgico" que emplee aviones no tripulados y misiles teledirigidos: tales afirmaciones pasan por alto que dichos artefactos tienen un poder mortífero semejante o mayor al que tendría una incursión militar tradicional en territorio sirio y que el resultado no sería, por tanto, distinto del que se produjo en otras guerras "humanitarias": muerte de civiles a escala masiva, multiplicación de la violencia en el país ocupado y mayor inseguridad planetaria, violaciones a derechos humanos y restricciones a las libertades.

Por lo demás, sería ingenuo suponer que una intervención como la esbozada por Obama no pondría en riesgo vidas y bienes de Estados Unidos: las experiencia reciente demuestra que las expresiones de encono antiestadunidenses no sólo se realizan contra los efectivos militares, sino también contra embajadas, consulados y, en general, contra objetivos que representen intereses geopolíticos o económicos de la superpotencia y sus aliados, los cuales no necesariamente quedarían indemnes tras los nuevos rencores que dejaría un ataque de Washington contra Siria.

Otro elemento que subraya la improcedencia de semejante agresión es que, si bien todos los elementos de juicio disponibles indican que el pasado 21 de agosto tuvo lugar un ataque con gases tóxicos en las afueras de Damasco, no existen pruebas de que tal hecho, sin duda condenable y criminal, haya sido de la autoría del gobierno de Bashar Assad. Es innegable, en cambio, que el régimen no ha cometido hasta ahora agresión bélica alguna contra Estados Unidos, como sí lo han hecho los grupos integristas islámicos –y en forma particular, la organización Al Qaeda– que hoy por hoy combaten en el bando de los rebeldes opositores a Damasco. Tales consideraciones configuran la paradoja de un gobierno estadunidense que podría terminar por apoyar militarmente a una organización responsable de los ataques del 11 de septiembre de 2001 en Nueva York y Washington.

En suma, el plan de la administración Obama para atacar Siria resulta tan improcedente y desatinado que obliga a cuestionarse si la incongruencia es sólo aparente y si tal decisión está siendo influida por intereses privados y facciosos –la industria armamentista estadunidense y los halcones de Washington, que promueven sus intereses– que han resultado los beneficiarios proverbiales de intervenciones como la que Washington intenta iniciar en la nación árabe.

quarta-feira, 4 de setembro de 2013

Venceremos - Himno de la Unidad Popular



El 4 de septiembre de 1970 el Dr. Salvador Allende al frente de la coalición electoral denominada Unidad Popular, ganó las elecciones presidenciales. Venceremos fue el himno de aquella campaña electoral que llevó a la Presidencia de Chile al candidato socialista.

segunda-feira, 2 de setembro de 2013

El legado democrático de Salvador Allende

Fernando de la Cuadra
Clarín

El próximo 4 de septiembre se conmemoran 43 años desde que el candidato socialista, Dr. Salvador Allende venciera las elecciones presidenciales liderando una coalición de fuerzas de izquierda y centro izquierda denominada Unidad Popular. El triunfo de Allende fue apretado – obtuvo solamente o 36,2% de los votos válidos – y representó la cuarta tentativa de elegirse presidente. Allende venció las elecciones con un programa de gobierno que incluía transformaciones importantes en la estructura económica, política y social en un marco do respeto a las instituciones democráticas vigentes en el país, sin apelar al de la violencia revolucionaria (vía armada) y sin rupturas dramáticas de la convivencia nacional. Este proyecto de transformación de la sociedad por un camino legal-institucional y democrático llegó a ser conocido como la “vía chilena al socialismo”.

La ratificación de Allende como presidente en el Congreso Nacional tampoco estuvo libre de conflictos y tensiones. Pocos días antes de la votación en el parlamento, el Comandante en Jefe del Ejército, General René Schneider, fue asesinado por un grupo de civiles y ex-militares de ultra-derecha, como una forma de presionar a los sectores de la Democracia Cristiana para dar su apoyo al candidato que consiguió la segunda mayoría, Jorge Alessandri, representante de la derecha tradicional y que había obtenido el 34,9% de los votos válidos.

El proceso de cambios emprendido por Allende y los partidos de la Unidad Popular fue, como es ampliamente conocido, interrumpido abrupta y dramáticamente después de casi 1000 días de gobierno, en el Golpe de Estado del 11 de septiembre de 1973. Por lo tanto, ya se cumplirán cuatro décadas de esa cruenta jornada. Cuando afirmamos que esa jornada fue cruenta, no estamos construyendo una entelequia, pues durante el mismo día del Golpe, varios partidarios del gobierno que defendían el Palacio presidencial La Moneda murieron en combate y el propio presidente Allende inmoló su vida cuando las fuerzas militares irrumpieron en su despacho. La represión y el revanchismo sangriento desatado después de ese día fueron de una enorme ferocidad y dejó una secuela de ejecutados, detenidos desaparecidos, torturados, prisioneros en campos de concentración, exilados y desterrados que aún hoy ronda como una sombra sobre la memoria de miles de chilenos . Y no solamente eso, el propio proyecto socialista iniciado por el gobierno da Unidad Popular es un tema que hasta ahora divide a gran parte del país, principalmente de aquellos que vivieron esa experiencia pionera.

La historiografía se interroga hasta nuestros días con respecto a las condiciones que hubieran hecho posible -o no- la continuidad del gobierno popular. Una tesis postula que dicha permanencia se consolidaba a través de una gran coalición entre la izquierda y los sectores progresistas del centro, conformando aquello que precisamente a partir de la tragedia chilena, Enrico Berlinguer llegó a teorizar como el “bloque histórico”. Es decir, la construcción de una amplia alianza entre el conjunto de fuerzas que impulsan las transformaciones necesarias para obtener una mayor justicia social. Este pacto se produciría por medio de un compromiso histórico, en el cual se preparase el tejido unitario de la “gran mayoría del pueblo en torno a un programa de lucha por el saneamiento y la renovación democrática de toda la sociedad y el Estado” .

Al contrario de una aquiescencia sobre esta perspectiva, la implantación de la “vía chilena” fue siendo diseñada y alimentada por diversas lecturas con relación al curso que debía tomar la revolución chilena, un camino que era inédito, con características nacionales y tal como decía el propio Allende, tenía que ser una revolución “con sabor a empanada y vino tinto”. Entretanto, existía una contradicción fundamental entre las fuerzas políticas que le daban sustento al proyecto de la Unidad Popular. El principal embate entre estas concepciones polares se encontraba entre aquellos sectores que tenían una plataforma de inspiración republicana del proceso de transformaciones, subordinando a un segundo plano el ideario revolucionario guevarista. Estos segmentos consideraban que era necesario mantener las garantías democráticas y respetar las instituciones de la república, negociando y ejecutando paulatinamente las primeras 40 medidas que constaban en el programa de la coalición de izquierda.

Entre estas acciones, la mayoría moderadas, destacaban la entrega de medio litro de leche diario para todas los niños; la instalación de consultorios materno-infantiles en todos los barrios; medicina gratuita en los hospitales públicos con entrega gratuita de medicamentos; supresión de los altos salarios de los funcionarios de confianza; una profundización y aceleración de la Reforma Agraria; becas para os estudiantes de la enseñanza básica, media y universitaria; creación de un sistema previsional universal solidario con fondos estatales; creación del Ministerio de protección de la familia. La nacionalización del cobre y de otros minerales no figuraba entre estas primeras 40 medidas, a pesar de que ya existía un amplio consenso sobre su imperiosa necesidad para aumentar los recursos fiscales destinados a financiar la política social del Estado. Como siempre afirmaba el mismo Allende, el cobre era “el salario de Chile”.

Allende era un buen negociador y consiguió al inicio de su gobierno contar con el apoyo del principal partido de centro, la Democracia Cristiana, con la cual había pactado un “Estatuto de Garantías Constitucionales”, donde el gobierno se comprometía a realizar las transformaciones anunciadas dentro del total respeto a la Constitución y a las instituciones democráticas. Por lo mismo, los partidarios del gobierno insistían en caracterizar la vía chilena como un “proceso” de reformas graduales que arribarían finalmente al socialismo a través de una senda democrática. Para eso, era fundamental planificar correctamente la aplicación de cada medida del programa, lo que requería de equipos muy competentes y preparados técnicamente para efectuar esas funciones.

En el cronograma de gobierno la expropiación de las industrias, fábricas y de las haciendas improductivas con una superficie superior a 80 Hectáreas de Riego Básico (HRB) , tenía que ser realizada de forma gradual, controlada y planificada, bajo el supuesto de que la incorporación de tales empresas al área de propiedad social solamente debería ser puesta en práctica después que la adquisición y expropiación de los bancos y de las empresas de capital extranjero ya estuviesen concluidas, “para de esa forma dividir, aislar y neutralizar a los sectores más privilegiados de la burguesía nacional durante la transición para el socialismo”. La reforma agraria que fue planificada desde la Corporación de la Reforma Agraria (CORA) tuvo que dar cuenta de las presiones de los sindicatos de trabajadores rurales e “inquilinos’ y experimentó una aceleración de tal magnitud en el proceso expropiatorio que ya a mediados de 1972 se encontraba prácticamente concluida . O sea, muchos procesos adquirieron un ritmo que contradecía la idea que sustentaba Allende, para quien “los procesos revolucionarios exitosos transcurrían bajo una dirección férrea, consciente, no dejados al azar. Las masas no podían exceder a los dirigentes, porque estos tenían la obligación de dirigir y de no dejarse dirigir por las masas” .

Por otro lado, se situaban aquellos sectores que visualizaban con pesimismo la realización de las transformaciones socialistas en el marco de la “institucionalidad burguesa” y reprochaban el modelo instaurado como siendo el de una revolución burocrática, “desde arriba”, sin poder popular real. Para estos grupos y movimientos, lo fundamental era avanzar sin negociar con las entidades representativas de la clase dominante- enquistadas en el parlamento, en el poder judicial, en las empresas y en los gremios profesionales-, para formas concretas de propiedad social radicalizando y acelerando la expropiación de industrias, haciendas y otras formas de propiedad privada existentes en el país. Al contrario de lo que pretendía Allende y su gobierno, lo que se observaba en el fragor de la lucha cotidiana por el socialismo, era que las directrices del gobierno y la intención de conducir los cambios en forma paulatina y progresiva fueron totalmente sobrepasados por la acción directa de los trabajadores más radicalizados y sus sindicatos, de los campesinos y obreros rurales, de los estudiantes, de los pobladores, de los pueblos originarios.

Cuestionando frontalmente el llamado de Allende -y de un sector de sus seguidores- a los principios democráticos, esta vertiente revolucionaria postulaba que la democracia poseía un valor estrictamente táctico, instrumental, solo era la base necesaria para instaurar un régimen socialista. Según esta visión la democracia política a pesar de ser útil a la causa de las masas populares, no sería más útil como forma de organización social, debido a su propia naturaleza de clase, como modalidad de dominación de la burguesía para continuar obteniendo las granjerías y privilegios generados por la explotación capitalista. Esta perspectiva enfatizaba el protagonismo popular y la inevitabilidad del enfrentamiento con las fuerzas reaccionarias, razón por la cual las fricciones con los sectores “contra-revolucionarios” eran vistas como imprescindibles para permitir que Chile enrumbara consistentemente hacia el socialismo: la revolución tenía que ser realizada por el pueblo, “desde abajo”.

En la tercera parte de la trilogía “La batalla de Chile” realizada por el documentalista Patricio Guzmán – y que se llama justamente El Poder Popular- existe una escena emblemática en que se aprecia a un funcionario del gobierno intentando dar explicaciones en una reunión con dirigentes y operarios de un “cordón industrial” , respecto de la necesidad de realizar las reformas acatando los convenios internacionales suscritos por el gobierno, desacelerando de esa manera el ritmo de las transformaciones emprendidas por las autoridades. Frente a esa explicación del representante oficial, un dirigente le responde: “En este momento estamos cuestionado la institucionalidad y legitimidad del gobierno, ahora estamos entrando en una etapa de toma del poder por parte de las clases trabajadoras, porque el poder legal ha sido superado y debemos luchar hasta aplastar a la clase enemiga, la clase de los explotadores”.

La naturaleza y convicción de este discurso revelan el grado de radicalidad a que habían llegado algunos sectores con respecto a lo inevitable del enfrentamiento con las fuerzas contrarias al proyecto allendista. Sin embargo, esta posición no tenía ninguna correlación con una política efectiva de defensa ante la inminencia de un golpe de Estado y hoy sabemos perfectamente como las fuerzas de apoyo al gobierno fueron pulverizadas desde el mismo día 11 de septiembre. Lo que se siguió a esa jornada fue un genocidio sin precedentes en la historia política chilena.

La experiencia chilena ha continuado durante muchos años suscitando innumerables debates sobre cuáles eran probablemente los caminos más pertinentes para conquistar el socialismo en Chile. Con la derrota del gobierno popular por medio de un golpe, la tesis de que Allende fue sumamente ingenuo al confiar en los militares ganó mucho aliento y fue predominante entre gran parte de la izquierda. Esta interpretación fortaleció la idea de que el gobierno tenía que armar al conjunto de la población para resistir a la agresión militar. No obstante, con el decurso del tiempo fue ganando una posición destacada aquella interpretación que insistía en la importancia de la conformación de un bloque o alianza histórica entre todos los sectores políticos empeñados en realizar cambios en las estructuras económicas, políticas y sociales imperantes en el país, utilizando para ello los instrumentos y las medidas que eran permitidos en el marco de una convivencia democrática.

Aún más, el proyecto de Allende y la vía chilena era una experiencia pionera, inédita, no existía ningún modelo histórico que podía dar indicios del camino a ser recorrido en una transición pacífica, institucional y democrática para el socialismo. El sistema presidencialista imperante en Chile le permitía a Allende poseer un cierto grado de libertad para comandar el proceso de transformaciones estructurales, entretanto, durante el transcurso del mismo fue quedando cada vez más evidente, que tanto en la división interna de la coalición gobernante como en las vehementes e intransigentes fuerzas contrarias a tales transformaciones, el programa de la Unidad Popular comenzó a descomponerse y el Ejecutivo solamente consiguió administrar una crisis que aumentaba diariamente.

Esta crisis no se expresaba en términos electorales, pues a pesar de todos los problemas enfrentados por el gobierno (desabastecimiento y acaparamiento, mercado negro, enfrentamientos entre partidarios y detractores, huelgas, paros generales, etc.) el desempeño en las urnas de los partidos de la Unidad Popular durante las elecciones parlamentarias de 1973 (44,1%), fue mejor que el resultado obtenido por Allende el año 1970 (36,2%), aunque inferior a las elecciones municipales de 1971 en que la UP alcanzó el 50% de los votos. A pesar de aumentar la adhesión del electorado, el conglomerado de gobierno no consiguió obtener una mayoría electoral estable que hubiera fortalecido la viabilidad de su proyecto ante el conjunto de las fuerzas políticas y sociales del país.

No obstante, en todos los conflictos suscitados durante su gobierno Allende intentó permanentemente encontrar las salidas y los acuerdos que le permitiesen seguir impulsando su programa sobre bases democráticas, y de esta forma, interpelar a todos los sectores en la mantención del diálogo y evitar los enfrentamientos, que finalmente pudieran determinar el fin de la vida republicana. El día del golpe, “colocado en un tránsito histórico”, Allende fue convidado para unirse a las fuerzas que resistían la embestida golpista en uno de los cordones industriales de Santiago. El presidente, coherente con su trayectoria democrática declinó el ofrecimiento y decidió morir en el Palacio de La Moneda, tal como lo había prometido en sus diversos mensajes y discursos al pueblo chileno:

“Yo les digo a ustedes, compañeros, compañeras de tantos años, se los digo con calma, con absoluta tranquilidad: yo no tengo pasta de apóstol ni tengo pasta de mesías, no tengo condiciones de mártir, soy un luchador social que cumple una tarea, la tarea que el pueblo me ha dado. Pero que lo entiendan aquellos que quieren retrotraer la historia y desconocer a la voluntad mayoritaria de Chile: sin tener carne de mártir, no daré un paso atrás y que lo sepan, dejaré La Moneda cuando cumpla el mandato que el pueblo me diera (...) no tengo otra alternativa, solo acribillándome a balazos podrán impedir mi voluntad que es hacer cumplir el programa del pueblo” .

Independiente del dramatismo de las circunstancias en las cuales fue derrocado el gobierno de Allende, su gesto de morir en el Palacio presidencial, remarca su férrea convicción de concluir el mandato para el que fue electo, en el lugar que simbolizaba el centro del poder político, en el local que representaba la síntesis de los valores democráticos y republicanos abrigados durante tantos años en la historia política chilena. Allende tenía claro que su mandato concluía en noviembre de 1976 y aún cuando seis años de gobierno parecían pocos para la magnitud de la obra a ser construida, el presidente confiaba en el entusiasmo de un conjunto de fuerzas progresistas que se inclinaban por apoyar dichas transformaciones. En ese sentido, el proyecto de cambios que Allende anhelaba para el país no era una utopía surgida de una mente alucinada, sino por el contrario, se sustentaba en una lectura consciente de la realidad, en la certeza de que era posible utilizar las instituciones y las leyes del país para alcanzar el conjunto de medidas incluidas en su programa de gobierno, entre ellas la reforma agraria, la nacionalización de los recursos naturales y la estatización de la banca y el sistema financiero.

De manera trágica, el proyecto allendista no logró ser comprendido cabalmente por los mismos partidos que formaban la Unidad Popular y la “soledad intelectual” de Allende fue siendo cada vez más patente en un escenario donde la polarización de la sociedad era vertiginosa y su corolario funesto se anunciaba como el epilogo inevitable de un país dividido por el odio y la intolerancia. Este será en parte el drama de la experiencia chilena, el distanciamiento in crescendo entre visiones y estrategias políticas contrapuestas, en que la capacidad de Allende para arbitrar estas disputas iba disminuyendo progresivamente, quedando paulatinamente más aislado en su ideario de construir un socialismo por vía democrática.

Hoy, cuando se conmemoran 40 años del fin de esa experiencia original y abortada en la ferocidad de las armas y el crimen, el pensamiento de Allende y su camino al socialismo emergen como un gran legado para las futuras generaciones. Ello significa pensar que socialismo y democracia no solamente son posibles y deseables, sino que además ambas dimensiones son esencialmente imprescindibles. Y no lo es en un sentido meramente teórico, lo es sobre todo en una praxis política de un modo dialécticamente nuevo de concebir esa relación. Tal como ha sido develado en la feliz síntesis de Carlos Nelson Coutinho: “Sin democracia no hay socialismo y sin socialismo no hay democracia”.

domingo, 1 de setembro de 2013

Te recuerdo

Juliana Sayuri
O Estado de São Paulo

Andanças e lembranças de Joan, viúva de Víctor Jara, torturado e assassinado cinco dias após o golpe no Chile

Enquanto caminhava na Calle Huérfanos numa manhã fria de agosto, mal sabia eu que a rua, agora arborizada e colorida, entre grafites vibrantes e pichações envelhecidas, um dia abrigou um fervilhante Café São Paulo, onde se reuniam intelectuais e artistas ao redor de Violeta Parra para um café e um vinho embalados por histórias e canções folclóricas no fim da década de 1950. Foi nesse café, nessa rua trivial no centro, um dos diversos pontos na capital chilena de onde é possível apenas imaginar os contornos da cordilheira sob o céu azul, que a inquieta bailarina inglesa Joan Turner encontrou o músico Víctor Jara pela primeira vez, em fins de outubro de 1960. Já tinham se visto outras vezes, mas não assim, no prelúdio de uma primavera inesquecível. De volta à Calle Huérfanos, como faz dia sim dia não, Joan, passos vagarosos e vacilantes nos atuais 86 anos, relembra a própria história, interrompida como tantas outras pelo golpe de 11 de setembro de 1973.

Não por acaso escolheu esse endereço. Viúva de Víctor Jara, Joan mantém nessa mesma rua uma fundação em memória ao músico brutalmente assassinado nos primeiros dias da ditadura de Augusto Pinochet. Ali nos encontramos, diante de um galpão grafitado com retratos de seu marido, lembrado pelos cachos rebeldes, olhos expressivos e sorriso largo. Nos arredores da Plaza Brasil, a rua assiste atualmente ao vaivém de estudantes e bailarinos da companhia Espiral, fundada na década de 1980 como polo de resistência cultural a Pinochet, e da oficina da Universidad Academia de Humanismo Cristiano. Caminhamos quadra a quadra. A cada passo, um forte, outro manco, uma lembrança para Joan, senhora de olhos azuis, lábios finos e fios orgulhosamente brancos. Às vezes melancólica, mas vívida, lúcida e atilada.

Joan Alison Turner Roberts nasceu em Londres, em 1927. Apaixonou-se pela dança aos 5, talvez 6 anos, mas decidiu seu destino num dia de julho de 1944 ao assistir à coreografia A Mesa Verde da companhia alemã Ballet Jooss, pela primeira de muitas vezes. Queria ser bailarina. “Mas nunca gostei do balé clássico. Estraçalhava a sapatilha. Sempre preferi a dança contemporânea. Gosto da arte mais vital, impulsiva e dramática.” Em 1951, uniu-se à companhia, e logo interpretou o papel da guerrilheira de A Mesa Verde que tanto admirava.

No pós-guerra, entre turnês europeias e ensaios em Essen, lembrança de uma Alemanha fragmentada por um muro, Joan se apaixonou pelo bailarino chileno Patricio Bunster. Em outubro de 1953, casaram-se em Londres. Após o fim do Ballet Jooss, decidiram mudar para o Chile. Assim, num dia nublado de julho de 1954, Joan embarcou no S.S. Cuzco no porto de Liverpool, rumo a Santiago. Cruzou o Atlântico para reencontrar Patricio, que voltara meses antes. “Era uma gringa terrível, terrível. Extremamente inglesa. Ainda no navio, arrisquei aprender o castelhano, sem sucesso.” Mas uma vez firmada em território latino-americano, não tardou para dominar o idioma.

No Chile, Joan e Patricio logo se integraram ao Ballet Nacional. Ela, uma dançarina londrina que se aventurou numa terra distante, onde foi convidada a lapidar novos talentos. Ele, um bailarino que voltava para casa, onde se tornaria um dos principais coreógrafos do país. Ficaram juntos até 1960 – Joan, grávida pela primeira vez; Patricio, apaixonado por uma jovem ex-Miss Chile. “Nós nos separamos dolorosamente. Por que dolorosamente? Ora, dói, né?”

Manuela nasceu em maio de 1960. Sem Patricio, Joan passou a se sentir uma forasteira no país. Mergulhou numa depressão abissal, corpo e alma em frangalhos, tanto que nem imaginava voltar a dançar. Caminhamos. Joan conheceu Víctor primeiro como estudante de teatro da Universidad de Chile, onde dava aulas de expressão corporal, por volta de 1957. “Era um excelente aluno, talentoso, expressivo e muito ágil. Tempos depois, disse-me que se apaixonou por mim ao me ver dançar pela primeira vez”, lembra.

Acaso feliz, quando foi visitar a recém-nascida Manuela, Patricio levou o amigo Víctor junto. Não muito tempo depois, Víctor, raminho de flores nas mãos, voltou a visitar Joan. Também a reencontrou fortuitamente no tal Café São Paulo, na Calle Huérfanos. E, assim, silenciosa e lentamente, o músico passou a invadir os pensamentos da bailarina.

Enquanto Joan se recuperava e voltava a dançar, Víctor embarcou numa primeira aventura além da cordilheira: com a companhia de teatro Cuncumén, fez uma turnê de quatro meses pelo Leste Europeu, época em que descobriu que a música era o que queria para sua vida. Além de cartas de amor, escreveu sua primeira canção pessoal durante a viagem – e a dedicou a Joan: Paloma Quiero Contarte. Em 1961, casaram-se em Santiago.

Entre 1961 e 1973, viveram felizes numa pequena casa no bairro alto da cidade, Las Condes – a mesma onde Joan vive até hoje. Em 1964, nasceu Amanda. “Mas Manuela era muito chiquitita quando Víctor e eu passamos a viver juntos. Manu sempre viu Víctor como seu papi, com todo o respeito a Patricio. E Víctor sempre dizia ter duas filhas”, diz Joan, voz branda num espanhol sem vestígios de sotaque britânico.

Nas férias faziam pequenas expedições Chile adentro, principalmente para os campos do sul, onde o verde ainda impressionava os olhos já não tão estrangeiros de Joan. No entanto, como a labuta cotidiana na capital lhes exigia muito tempo, as férias não eram tão frequentes. “Sempre pensávamos: depois teremos mais tempo.” Ainda assim, construíram um lar feliz, pois frequentes eram as declarações de amor de Víctor: “Você tem ideia da sorte que temos em nos amarmos tanto?”.

Nesses dez anos, Joan e Víctor também amadureceram suas ideias políticas, ao lado de suas carreiras artísticas. Ela, com o Ballet Popular, liderado por Patricio, que pretendia levar a dança a rincões não privilegiados da cidade. Ele, com o efervescente movimento Nueva Canción Chilena. Era uma época em que as artes, literatura e música passaram a se sintonizar mais intensamente com os bairros operários, os camponeses e as favelas. Em 1970, os Jaras militavam na Unidad Popular. A partir de uma música instrumental de Víctor, Joan fez a coreografia intitulada Venceremos, que se tornaria a assinatura do Ballet Popular na campanha de Salvador Allende, com quem brindariam a vitória em setembro.

Na casa dos Jaras, não passaram em branco as tensões políticas que paulatinamente se acirravam nos tempos de Allende. Era como se o ar estivesse ficando mais rarefeito, com a nebulosa atmosfera ideológica que se instaurava no país. Enquanto isso, Víctor já se tornara um dos principais músicos latino-americanos, famoso por suas canções revolucionárias.

No dia 11 de setembro de 1973 – uma manhã fria, melancólica e nublada, lembra Joan –, Víctor iria cantar na Universidad Técnica, na estreia de uma mostra sobre os horrores do fascismo. Ali, Allende iria discursar. O discurso foi outro. No rádio, a partir do Palácio de La Moneda, o presidente literalmente se despediu do povo chileno. Minutos depois, o palácio foi tomado pelos militares. Ainda assim, Víctor decidiu ir à universidade – e se despediu de Joan.

Na universidade, Víctor foi preso e levado para o Estádio Chile, com outros 600 estudantes e professores. Os militares logo o reconheceram: Víctor Jara, o músico marxista, o comunista perigoso, mais um que seria subjugado a um militar lembrado como El Príncipe, posteriormente revelariam testemunhas. Víctor foi torturado por dias, ferido no corpo e no rosto, com toda sorte de instrumentos. “Toque violão agora, comunista de merda!”, dissera um dos oficiais, ao pisotear as mãos do músico de 40 anos. Quebraram-lhe os pulsos e esmagaram-lhe as mãos a pauladas, tanto que ficaram penduradas, quase amputadas. No dia 15, fuzilaram-no com mais de 44 tiros.

Só no dia 18, Joan voltaria a ver Víctor. Héctor, um jovem de 22 anos, tocou a campainha dos Jaras. “Sou da Juventude Comunista”, sussurrou, ao mostrar a carteira de identidade. Contou a Joan que Víctor estava no necrotério, onde um amigo, outro Héctor, de 19 anos, o vira. Paramos. “Eram filas e filas de corpos, às vezes empilhados. Eram tantos que ocupavam os corredores, as salas administrativas, os lados todos do necrotério. Era Víctor”, lembra Joan, olhos marejados e fixos. “Era Víctor, meu amor. Ali morri também”.

Quase um mês depois, Joan decidiu ir embora, levando as duas filhas e duas malas com discos e fitas. “Voltei para Londres no dia 16 de outubro de 1973. Mas não era como voltar ‘para casa’. Era para me refugiar. Santiago era minha casa.”

Ainda em 1973, 1974, foram realizados tributos a Víctor em São Francisco, Paris, Berlim. Nos anos seguintes, Joan visitou diversos países para contar o que se passava no Chile. Víctor tornara-se um símbolo, principalmente devido à brutalidade de sua morte. Joan, porém, queria resgatar sua vida – a história deles juntos.

Por volta de 1982, ainda sob Pinochet, voltou ao Chile. Queria rever a cordilheira, reencontrar amigos, reviver lembranças, queria escrever um livro in memoriam. “Para me inspirar para escrever, precisei voltar para casa”, conta. Depois, para datilografar suas memórias, precisou de perspectiva. Assim, publicou Canção Inacabada: A Vida e a Obra de Víctor Jara, em Londres, em 1983.

Tempos depois, Joan decidiu retornar a Santiago definitivamente. Em abril de 1993, criou a Fundación Víctor Jara para resgatar o legado do músico, que por muito tempo ficou na clandestinidade no país. No sobradinho marfim da Universidad Academia de Humanismo Cristiano, na Calle Huérfanos, visitamos a filha Manuela, e ali ficamos. “Chorei muito no passado. Mas é diferente lembrar Víctor agora. Gosto de recordar o caminho que trilhamos. Preservar sua memória é o que me mantém viva”, diz Joan, quebrando um momento de silêncio.

Voltamos a caminhar. Nos últimos tempos, Joan iniciou a campanha Justicia para Víctor, para esclarecer as circunstâncias de sua morte. Em dezembro de 2012, dois oficiais – Hugo Sánchez (preso) e Pedro Barrientos (refugiado na Flórida, tramita um pedido para sua extradição) – foram formalmente acusados de apertar o gatilho. Outros seis foram presos como cúmplices. El Príncipe não foi identificado até hoje.

Joan Jara vive sozinha em Las Condes. Detesta o bairro, agora emoldurado por arranha-céus e construções modernosas no lugar da vista para as montanhas dos Andes. “Mas não me mudarei dessa casa. Tudo que me lembra Víctor está aqui.” Também ex-bailarina, Manuela se casou com um músico “subversivo” como papi e teve quatro filhos. Amanda encontrou sua paz numa vila de pescadores perto de Valparaíso.

Diante do muro grafitado da fundação, Joan se senta num dos banquinhos da Plaza Brasil. Sorri com os olhos, tão claros e tão fixos, como que fascinada por algo no horizonte. Viúva desde os 46, Joan está apaixonada. “Sempre estive. Não sou religiosa, não é isso. Mas Víctor está sempre comigo. É o amor da minha vida. E, agora, sinto que minha missão está quase no fim.”