quarta-feira, 31 de agosto de 2011

Ladrones del mundo, uníos



Slavoj Zizek
London Review of Books


La repetición, según Hegel, tiene un papel crucial en la Historia: cuando algo sucede sólo una vez, puede ser descartado como un accidente, algo que podría haberse evitado si la situación se hubiera manejado de manera diferente; pero cuando el mismo evento se repite, se trata de una señal de que un proceso histórico más profundo se está desarrollando. Cuando Napoleón fue derrotado en Leipzig en 1813, pareció una cuestión de mala suerte; pero cuando perdió de nuevo en Waterloo, estaba claro que su tiempo había pasado. Lo mismo vale para la persistente crisis financiera. En septiembre de 2008, algunos la presentaron como una anomalía que podría corregirse mediante una mejor reglamentación, etc., pero ahora que los signos de una crisis financiera se repiten está claro que se trata de un fenómeno estructural.

Se nos dice una y otra vez que estamos viviendo una crisis de la deuda, y que todos tenemos que compartir la carga y apretarnos el cinturón. Todos, es decir, excepto los (muy) ricos. La idea de gravarlos más es tabú: si lo hiciéramos, nos dicen, los ricos no tendrían ningún incentivo para invertir, se crearían menos puestos de trabajo y todos sufriríamos. La única manera de salvarnos en estos tiempos difíciles es empobrecer más a los pobres y enriquecer a los ricos. ¿Qué deberían hacer los pobres? ¿Qué pueden hacer?

A pesar de que los disturbios en el Reino Unido los desencadenó el sospechoso incidente del tiroteo a Mark Duggan, todos coinciden en que expresan una inquietud más profunda. Pero, ¿de qué tipo? Al igual que en la quema de automóviles en las banlieues de París en 2005, los amotinados del Reino Unido no tienen ningún mensaje que transmitir. (Un claro contraste con las manifestaciones masivas estudiantiles de noviembre de 2010, que también fueron violentas. Los estudiantes dejaron claro que rechazaban las reformas de la educación superior que se proponían). Por esta razón, es difícil concebir a los alborotadores del Reino Unido en términos marxistas, como ejemplo de la aparición de un sujeto revolucionario; encajan mucho mejor con el concepto hegeliano de «chusma», es decir, los que están fuera del espacio social organizado y que sólo pueden expresar su descontento por medio de arrebatos “irracionales” de violencia destructiva, lo que Hegel llamó “negatividad abstracta”.

Hay un viejo cuento sobre un trabajador sospechoso de robo: todas las noches, al salir de la fábrica, inspeccionaban cuidadosamente la carretilla que empujaba. Los guardias no encontraban nada, siempre estaba vacía. Por último, cayeron en la cuenta: lo que el trabajador estaba robando eran las propias carretillas. Los guardias obviaban la verdad evidente, del mismo modo que han hecho los comentaristas de los disturbios. Se nos ha dicho que la desintegración de los regímenes comunistas, en la década de 1990, marcó el fin de las ideologías: el tiempo de los grandes proyectos ideológicos que culminaron en catástrofes totalitarias había terminado, y habríamos entrado en una nueva era de políticas racionales y pragmáticas. Si el tópico de que vivimos en una era posideológica es cierto en algún sentido, ello es visible en este reciente brote de violencia. Ha sido una protesta de grado cero, una acción violenta sin ninguna exigencia. En su intento desesperado de encontrar significado en los disturbios, los sociólogos y editorialistas han ofuscado el enigma que presentan los disturbios.

Los manifestantes, aunque socialmente desfavorecidos y excluidos de facto, no vivían al borde de la inanición. Personas en mucha peor situación material, para no hablar de situaciones de opresión física e ideológica, han sido capaces de organizarse en fuerza política dotada de programas claros. El hecho de que los alborotadores no tengan programa es pues en sí mismo un dato que exige interpretación y que nos dice mucho acerca de nuestra situación política-ideológica y del tipo de sociedad en que vivimos, una sociedad que celebra la posibilidad de elección, pero cuya única alternativa posible al vigente consenso es un ciego acting out. La oposición al sistema ya no puede articularse en forma de una alternativa realista, o siquiera como un proyecto utópico, sino que sólo puede tomar la forma de un arrebato sin sentido. ¿Qué sentido tiene celebrar nuestra libertad de elección cuando la única opción está entre la aceptación de las reglas del juego y la violencia (auto)destructiva?

Alain Badiou sostiene que vivimos en un espacio social que se experimenta cada vez más como “sin mundo”: en este espacio, la única forma que puede tomar la protesta es la violencia sin sentido. Tal vez es éste uno de los principales peligros del capitalismo: aunque en virtud de su ser global abarca el mundo entero, sostiene una constelación ideológica “sin mundo” en la que se encuentran personas privadas de su modo de localizar significados. La lección fundamental de la globalización es que el capitalismo puede acomodarse a todas las civilizaciones, de la cristiana a la hindú o budista, del Este al Oeste: no hay una visión capitalista global, ni una civilización capitalista en sentido estricto. La dimensión global del capitalismo representa la verdad sin sentido.

La primera conclusión que puede extraerse de los disturbios, por lo tanto, es que tanto las reacciones conservadoras como las liberales ante el descontento no son suficientes. La reacción conservadora ha sido predecible: no hay justificación para este tipo de vandalismo, es preciso usar todos los medios necesarios para restaurar el orden, para evitar más explosiones de este tipo no hace falta más tolerancia y ayuda social sino disciplina, trabajo duro y sentido de la responsabilidad. Lo malo de este relato no es sólo que hace caso omiso de la desesperada situación social que empuja a los jóvenes a estallidos de violencia, sino, tal vez más importante, que no tiene en cuenta la forma en que estos arrebatos se hacen eco de las premisas ocultas de la misma ideología conservadora. Cuando en la década de 1990, los conservadores lanzaron su campaña de “vuelta a lo básico”, su complemento obsceno fue revelado por Norman Tebbitt: “El hombre no es sólo un ser social, sino también un animal territorial; debemos incluir en nuestros programas la satisfacción de estos instintos básicos tribalistas y territoriales.”

Esto es lo que la ideología de “vuelta a lo básico” fue, realmente: la liberación del bárbaro que acecha bajo nuestra sociedad aparentemente civilizada y burguesa, mediante la satisfacción de sus “instintos básicos”. En la década de 1960, Herbert Marcuse introdujo el concepto de “desublimación represiva” para explicar la llamada revolución sexual: era posible desublimar los impulsos, darles rienda suelta y mantenerlos sujetos al mecanismo capitalista de control, a saber, la industria del porno. En las calles británicas, durante los disturbios, lo que vimos no eran personas reducidas a bestias, sino la forma esquemática de la “bestia” producto de la ideología capitalista.

Mientras tanto, los progresistas de izquierda, igualmente predecibles, pegados a los mantras de los programas sociales, las iniciativas de integración, el abandono que ha privado a los inmigrantes de segunda y tercera generación de sus perspectivas económicas y sociales: los brotes de violencia son el único modo que tienen que articular su descontento. En lugar de caer nosotros mismos en fantasías de venganza, debemos hacer un esfuerzo para comprender las causas profundas de los estallidos. ¿Podemos siquiera imaginar lo que significa en un barrio pobre ser joven, mestizo, sospechoso por sistema para la policía y acosado ​​por ésta, no sólo desempleado sino también no empleable, sin esperanza de un futuro? La implicación es que las condiciones en que se encuentran estas personas hacen inevitable que salgan a la calle. El problema de este relato, sin embargo, es que sólo cuenta las condiciones objetivas de los disturbios. La revuelta consiste en hacer una declaración subjetiva, declarar de manera implícita cómo uno se relaciona con una sus propias condiciones objetivas.

Vivimos en una época cínica y es fácil imaginar a un manifestante que, atrapado saqueando y quemando una tienda, si se le presiona para que exponga sus razones, responda con el lenguaje utilizado por los trabajadores sociales y los sociólogos, citando cuestiones como escasa movilidad social, inseguridad creciente, desintegración de la autoridad paterna o falta de amor maternal en su más tierna infancia. Él sabe lo que está haciendo, pero no obstante lo hace.

No tiene sentido reflexionar sobre cuál de estas dos reacciones, la conservadora o la progresista, es la peor: como habría dicho Stalin, las dos son peores, y eso incluye la advertencia dada por las dos partes de que el peligro real de estas explosiones se encuentra en la reacción predeciblemente racista de la “mayoría silenciosa”. Una de las formas de esta reacción fue la actividad “tribal” de los vecinos locales (turco, caribeño, sikh) que rápidamente se organizaron en unidades de vigilancia para proteger su propiedad. ¿Son los comerciantes una pequeña burguesía dispuesta a defender su propiedad contra una protesta genuina, aunque violenta, contra el sistema, o son representantes de la clase obrera en lucha contra las fuerzas de desintegración social? Aquí también deberíamos rechazar la exigencia de tomar partido. La verdad es que el conflicto se dio entre dos polos de los más desfavorecidos: los que han conseguido funcionar en el marco del sistema en oposición a aquellos que están demasiado frustrados para seguir intentándolo. La violencia de los manifestantes estuvo dirigida casi exclusivamente contra su propio grupo. Los coches quemados y las tiendas saqueadas no lo fueron en los barrios ricos, sino en los propios barrios de los manifestantes. El conflicto no es entre diferentes segmentos de la sociedad; es, en su manifestación más radical, el conflicto entre una sociedad y otra, entre los que tienen todo y que no tienen nada que perder; entre los que no tienen ningún interés en su comunidad y aquéllos cuya apuesta es la más alta posible.

Zygmunt Bauman ha caracterizado los disturbios como acciones de “consumidores defectuosos y descalificados”: más que nada, una manifestación de un deseo consumista violentamente escenificado, incapaz de realizarse del modo adecuado: por la compra. Como tal, también contiene un momento de genuina protesta, en forma de una irónica respuesta a la ideología consumista: “¡Nos invitan a consumir, a la vez que nos privan de los medios para hacerlo adecuadamente; así que lo estamos haciendo de la única manera que podemos!" Los disturbios son una manifestación de la fuerza material de la ideología, lo que desdeciría la llamada “sociedad posideológica”. Desde un punto de vista revolucionario, el problema de los disturbios no es la violencia como tal, sino el hecho de que la violencia no sea realmente autoasertiva. Es rabia impotente y desesperación enmascaradas como exhibición de fuerza, es la envidia disfrazada de carnaval triunfante.

Los disturbios deberían enmarcarse en relación con otro tipo de violencia que la mayoría progresista actual percibe como una amenaza a nuestra forma de la vida: los ataques terroristas y los atentados suicidas. En ambos casos, violencia y contraviolencia se encuentran atrapadas en un círculo vicioso, cada una de ellas generando las fuerzas que trata de combatir. En ambos casos, estamos hablando de ciegos passages à l'acte, en los que la violencia es un reconocimiento implícito de impotencia. Lo distinto es que, a diferencia de los disturbios del Reino Unido o de París, los ataques terroristas se llevan a cabo al servicio del Significado Absoluto que proporciona la religión.

¿Pero no fueron los levantamientos árabes un acto colectivo de resistencia que evitó la falsa alternativa de violencia autodestructiva y fundamentalismo religioso? Lamentablemente, el verano egipcio de 2011 será recordado como el fin de la revolución, el momento en que su potencial emancipador fue sofocado. Sus sepultureros han sido el ejército y los islamistas.

Los contornos del pacto entre el ejército (que sigue siendo el ejército de Mubarak) y los islamistas (que fueron marginados en los primeros meses del levantamiento, pero que están ganando terreno) son cada vez más claros: los islamistas tolerarán los privilegios materiales del ejército y a cambio proporcionarán la hegemonía ideológica. Los perdedores serán los progresistas pro occidentales, demasiado débiles –a pesar de los fondos de la CIA que reciben– para “promover la democracia”, así como los verdaderos agentes de los acontecimientos de la primavera, la izquierda laica emergente que ha tratado incesantemente de crear una red de organizaciones de la sociedad civil, de los sindicatos a las feministas. Antes o después, la situación económica, que empeora rápidamente, sacará a los pobres, en gran parte ausentes de las protestas de la primavera, a las calles. Es probable que haya una nueva explosión, que plantee la difícil pregunta de quiénes son los sujetos políticos de Egipto capaces de canalizar la rabia de los pobres. ¿Quién va a traducirla a un programa político: la nueva izquierda laica o los islamistas?

La reacción predominante de la opinión pública occidental ante el pacto entre los islamistas y el ejército será sin duda una exhibición triunfal de sabiduría cínica: se nos dirá que, como quedó claro en el caso de Irán (país no árabe), los levantamientos populares en los países árabes siempre terminan en un islamismo militante. Y Mubarak aparecerá como si hubiera sido un mal muy menor: mejor seguir con el diablo conocido que enredar con la emancipación. Contra tal cinismo, uno debería permanecer incondicionalmente fiel a la esencia radical-emancipatoria del levantamiento egipcio.

Pero también es preciso evitar la tentación del narcisismo de la causa perdida: es muy fácil admirar la belleza sublime de los levantamientos condenados al fracaso. La izquierda de hoy se enfrenta al problema de la “negación determinada”: ¿qué nuevo orden deberá sustituir al antiguo después del levantamiento, cuando el sublime entusiasmo del primer momento se haya acabado?

En este contexto, el manifiesto de los indignados españoles, emitido después de las manifestaciones de mayo, es revelador. Lo primero que salta a la vista es el tono deliberadamente apolítico: “Algunos de nosotros nos consideramos progresistas, otros conservadores. Algunos de nosotros somos creyentes, otros no. Algunos de nosotros tenemos ideologías claramente definidas, los demás son apolíticos, pero todos estamos preocupados e indignados por las perspectivas políticas, económicas y sociales que vemos a nuestro alrededor: la corrupción de políticos, empresarios y banqueros, que nos deja indefensos, sin voz.”

Protestan en nombre de las verdades inalienables que deberían regir nuestra sociedad: “el derecho a la vivienda, el empleo, la cultura, la salud, la educación, la participación política, el desarrollo libre y personal y los derechos del consumidor, para una vida sana y feliz.” En su rechazo de la violencia, instan a una “evolución ética”. “En lugar de colocar el dinero por encima de los seres humanos, lo pondremos de nuevo a nuestro servicio. Somos personas, no productos. Yo no soy un producto de lo que compro, de por qué lo compro y a quién se lo compro.”

¿Quiénes serán los agentes de esta revolución? Los indignados descartan a toda la clase política, derecha e izquierda, como corrupta y poseída por el ansia de poder, sin embargo, el manifiesto consiste en una serie de demandas… ¿dirigidas a quién? No a la propia gente: los indignados (todavía) no afirman que nadie más lo hará en su lugar, que ellos mismos tienen que ser el cambio que quieren ver. Y ésta es la fatal debilidad de las recientes protestas: expresan una auténtica rabia incapaz de transformarse en un programa positivo de cambio sociopolítico. Expresan el espíritu de revuelta sin revolución.

La situación en Grecia parece más prometedora, probablemente debido a la tradición reciente de autoorganización progresista (que desapareció en España después de la caída del régimen de Franco). Pero también en Grecia el movimiento de protesta muestra los límites de la autoorganización: los manifestantes mantienen un espacio de libertad igualitaria, sin autoridad central que lo regule, un espacio público donde a todos se les asigna el mismo tiempo de intervención, y así sucesivamente. Cuando los manifestantes comenzaron a debatir qué hacer a continuación, cómo ir más allá de la mera protesta, el consenso de la mayoría fue que lo que se necesitaba no era un nuevo partido o un intento directo de tomar el poder estatal, sino un movimiento cuyo objetivo sea ejercer presión sobre los partidos políticos. Esto claramente no es suficiente para imponer una reorganización de la vida social. Para conseguirlo se necesita un organismo fuerte, capaz de tomar decisiones rápidas y ponerlas en práctica con todo el rigor necesario.

terça-feira, 30 de agosto de 2011

El huaso Contreras y el presidente Piñera



Hernán Rivera Letelier
Página 12


El cuento es viejo: la inundación había alcanzado la casa y la orden era evacuar, pero el huaso Contreras no quería hacerlo. Cuando el agua le llegaba a las rodillas vino una camioneta a buscarlo. El huaso Contreras dijo que no se iba. Se quedaría en su casa, él confiaba en Dios y Dios lo salvaría. La lluvia era incesante, los ríos desbordaron y el agua anegó completamente la planta baja. El huaso Contreras, asomado a la ventana del segundo piso, vio que una lancha llegaba a salvarlo. Sin inmutarse, les mostró un papelito que decía que estaba bien, que seguía confiando en Dios y Dios sabría cómo salvarlo. Cuando el agua sobrepasó todo lo esperado, el huaso Contreras tuvo que encaramarse a la parte más alta del techo. Lo único que llevaba consigo era la alcancía con los ahorros de toda su vida, un chanchito de greda al que había bautizado como Chauchito. Cuando apareció el helicóptero a rescatarlo y le tiraron una soga y le dijeron por altoparlante que se agarrara de ella, él dijo que no, que aún confiaba en el poder del Omnipotente. El huaso Contreras murió ahogado, murió con Chauchito fuertemente agarrado bajo el brazo. El huaso llegó al cielo hecho una furia. Cómo era posible que Dios, en el que había depositado toda su fe, no hubiera hecho algo para salvarlo. Entonces, como un trueno, se oyó una voz en todo el ámbito del cielo: Huaso porfiado, te mandé una camioneta, una lancha y un helicóptero.

Sebastián Piñera, que diariamente pide a Dios pasar a la historia como el mejor presidente de Chile, al ver que el rechazo a su gobierno –según las encuestas– ya le llega al cuello, entra en la Catedral Metropolitana despotricando que cómo era posible que El, su Dios a quien adoraba puntualmente en cada Semana Santa, no le diera una manito para cumplir su sueño. Entonces, como un trueno, en la acústica de la catedral de piedra se oye retumbar una voz: Enano porfiado, te mandé un terremoto, 33 mineros y miles de estudiantes. Con el terremoto hubieras pasado a la historia reconstruyendo el país con rapidez, eficiencia y compasión, pero pusiste a cargo a una parva de inútiles aprovechados y aún los pobres damnificados están durmiendo bajo la lluvia; con los 33 hubieras hecho historia haciendo los cambios necesarios en la legislación laboral –perpetrada por tu hermano José–, pero te conformaste con pasearte por el mundo regalando piedras y mostrando el famoso papelito; y ahora, con los miles de estudiantes que te he mandado a la calle –verdadero tsunami de color y juventud–, podrías dejar tu nombre inscripto con letras de oro no sólo en la historia de Chile sino de Latinoamérica entera, instaurando una educación de calidad y gratuita para todos (si hasta yo entiendo que la educación es un derecho y no un bien de consumo). O aprovechas esta última oportunidad o te quedas arrinconado en La Moneda como un pordiosero avariento, haciendo oídos sordos a la lluvia de gritos y cánticos y demandas de los jóvenes, ahogándote sin pena ni gloria y con Lucrito apretado tenazmente bajo el brazo.

segunda-feira, 29 de agosto de 2011

Festejos patrióticos


Líbia: Equilíbrio precário



Robert Fisk
O Estado de São Paulo

Com a visão privilegia de quem enquanto repórter foi testemunha das revoltas populares no Oriente Médio, as de agora e as de antes; e com o olhar analítico de um cientista político, o britânico Robert Fisk falou ao Aliás sobre as possíveis saídas do labirinto que se tornou a “primavera-verão-outono árabe”.

Fisk, conhecido sobretudo pela coluna no jornal The Independent, é autor de um extenso conjunto de crônicas reunidas no livro A Grande Guerra Pela Civilização: A Conquista do Oriente Médio, da editora Planeta. Sediado em Beirute há mais de 25 anos, o jornalista passou os últimos seis meses cobrindo as revoltas no Egito, Bahrein e Líbia.

Com amplo repertório sobre as idiossincrasias do Oriente Médio, Fisk contextualiza os avanços obtidos até agora pelas revoluções ainda inconclusas do despertar árabe. Se o que assistimos nessa semana foi o último capítulo da guerra civil na Líbia, com a tomada de Trípoli pelos rebeldes (e a revelação da decoração kitsch do bunker de Kadafi), não há como ter certeza. O que se sabe, segundo ele, é que a comunidade internacional se precipita ao confiar na difusa liderança rebelde, que já dá sinais de inconsistência. “O Ocidente aceitou o conselho de transição como legítimo representante dos líbios, e estamos dando status de governo para rebeldes que não sabemos quem são.”

O correspondente fala sobre os perigos de um transição sequestrada por velhos baluartes do poder; critica o papel dúbio das potências no trato com os ditadores; quebra o silêncio sobre a constrangedora aliança dos americanos com os sauditas; e, por fim, critica a atitude da única democracia no Oriente Médio: “Israel prefere ser rodeado por ditaduras que conhece do que por democracias que desconhece”. A entrevista a seguir foi concedida por telefone, durante uma breve pausa para as férias na Irlanda, de onde viajará para a Síria em alguns dias.

Estamos testemunhando o desfecho da guerra civil na Líbia?

Tornou-se um padrão dos rebeldes, e eu vi isso acontecer repetidas vezes, invadir as ruas, dar tiros para os ar, declarar vitória, quando, na verdade. Kadafi e seus tanques ainda estão lá. A natureza imprevisível da guerra na Líbia não nos permite tirar nenhuma conclusão definitiva do que pode acontecer por lá. Kadafi pode achar que o melhor seria continuar lutando, para desgastar ao máximo os rebeldes e, aos poucos, roubar a credibilidade do conselho de transição.

Afinal, quem são esses rebeldes?

Eles não têm liderança, são formados por diferentes grupos, tribais e políticos. Nações ocidentais aceitaram o conselho de transição como legítimo representante do povo líbio, até cedemos o prédio da embaixada da Líbia em Londres para eles se organizarem. Estamos dando status de governo a rebeldes que, a bem da verdade, não sabemos quem são. Isso é perigoso. Quando o conselho nacional de transição liquida um dos seus e nada acontece, penso que não se pode confiar nele (o comandante Abdul Younes foi morto há um mês em Benghazi num desentendimento entre os rebeldes). A falsa prisão do filho de Kadafi, Saif, também mostra falta de integridade na palavra deles. E o Tribunal Internacional Penal, em Haia, confirmou a informação aceitando a versão dos fatos de um grupo altamente duvidoso. Não são só as forças de Kadafi que cometeram assassinatos. Corpos encontrados em Trípoli com mãos atadas são de vítimas dos rebeldes. A Otan apoia pessoas que estão cometendo execuções.

Na quinta, a ONU descongelou US$ 1, 5 bilhão de fundos líbios que vão para o grupo que você chama de duvidoso. Isso preocupa?

O dinheiro é do povo. Vai ser difícil para a ONU intervir em como as autoridades líbias, quaisquer que sejam, vão usá-lo. Demos prestígio e influência aos rebeldes. Eles dizem querer democracia, liberdade e o bem-estar do povo, mas todo ditador disse isso um dia.

A captura de Kadafi pode ser o ponto final para o choque entre civis ou só o começo?

No Iraque foi depois da prisão de Saddam Hussein que a insurgência pegou fogo, isso porque os que antes tinham medo de que os americanos pudessem colocar o ditador de volta no comando perderam as inibições. Na Líbia a situação é diferente. Se Kadafi for pego, os governistas têm poucas razões para continuar lutando. Há rachas entre os aliados do ditador também. Os líbios têm experiência histórica de ocupação ocidental imperialista e também de ditadura nacionalista, e não parecem gostar de uma coisa nem de outra. Por isso a procura por uma forma de governo mais digna me parece algo que a maioria dos líbios quer. Resta saber se o conselho de transição, que adotou um discurso aparentemente conciliador, realmente pretende aturar os aliados de Kadafi.

A cidade natal de Kadafi, Sirte, foi bombardeada pela Otan na sexta-feira. Em um artigo, você diz que ‘em breve essa cidade será a mais interessante na Líbia’. Por quê?

Sirte se beneficiou no reinado Kadafi com a exploração de petróleo, por isso a lealdade tribal pode se revelar mais forte que o medo da Otan. Há 70 anos, sob o regime de Mussolini, a Líbia era dividida em duas: a Tripolitânia, cuja capital era Trípoli, e a Cirenaica, cuja capital era Benghazi. Sirte sempre foi uma espécie de dobradiça entre as duas regiões e novas perguntas surgem da escuridão da história. Será que as pessoas algum dia foram leais ao ditador ou apenas a uma ideia de que sua cidade é mais importante? Todo libanês que entrevisto se enxerga primeiro como druso, maronita, sunita ou xiita, e só depois ele é libanês. Pode ser que os líbios pensem assim também. Não sabemos. Os repórteres passaram tempo demais correndo atrás das picapes dos rebeldes e não se interessaram pelas questões fundamentais que estão no pano de fundo do conflito.

Qual sua opinião sobre a cobertura da imprensa internacional na Líbia?

Em Trípoli a imprensa foi sequestrada pelas forças de Kadafi. Os jornalistas no hotel Rixos viraram reféns. O máximo que puderam fazer foi olhar pela janela para enxergar alguma coisa do que acontecia lá fora. Não dá para trabalhar assim. Lembro que na guerra do Iraque houve também um jornalismo de hotel, mas por opção. Os repórteres chegavam escoltados do aeroporto, faziam o check-in, comiam, dormiam e trabalhavam no quarto, às vezes cumprindo ordens diretas das redações. Não faço objeção ao jornalista que, por segurança e pela família, não quer ir para a zona de guerra. Mas não escreva como se estivesse nas ruas, conversando com as pessoas, dando a falsa impressão de que tem ampla visão da situação. Muitos contrataram repórteres iraquianos para ir às ruas por eles e depois assinavam “especial de Bagdá”. Ok, estavam lá, mas qualquer um com um telefone em Londres poderia fazer aquele trabalho. Eu e outros jornalistas circulamos de carro e, mesmo não podendo ficar mais que poucos minutos em certos lugares, deu para ter uma visão ao menos dos cacos da guerra.

E como foi cobrir a Primavera Árabe?

Grande parte da vida de um correspondente no Oriente Médio se resume a escrever sobre sofrimento, violência, tortura, morte e injustiça. Suponho que o momento depois da queda de Mubarak, quando comemoravam e cantavam na Praça Tahrir, tenha sido a reportagem mais feliz que já tive oportunidade de escrever. Foi um breve momento de alívio. Mas penso que as raízes do despertar árabe estavam lá muito antes da revolta na Tunísia.

Que raízes são essas?

A primeira revolta popular moderna foi no Líbano, em 2005, depois do assassinato do premiê Rafic Hariri. O povo exigiu a retirada das tropas sírias e foi vitorioso. Quando estava cobrindo a mobilização de milhões em Teerã, em 2009, pessoas me perguntavam como os libaneses tinham feito para mobilizar tanta gente. Os iranianos queriam aprender como fazer o mesmo. No caso do Egito, as sementes de uma revolução futura foram plantadas na cidade de Mahalla, em 2006, num protesto por aumento de salários da indústria. Anos antes das cenas de Tahrir, Mahalla foi uma “cidade-tenda”, com manifestantes com barras de ferro e gás lacrimogêneo por todo lado. Ainda estou tentando entender esse processo, e penso que a história terá que olhar para o papel que os sindicatos tiveram nos levantes árabes. Parece que nos países com sindicatos fortes, Tunísia e Egito, foi possível reduzir a violência quando o despertar eventualmente se consolidou, acelerando a queda do regime. Por outro lado, nos países onde não há sindicatos, Líbia e Iêmen, ou onde sindicatos foram cooptados pelo governo, Síria, as revoluções não foram imediatamente bem-sucedidas e mais sangue foi derramado. A grande pergunta agora é se a Jordânia, que tem sindicatos estruturados, vai pegar fogo ou não.

Como acha que as transições de regime podem se desenrolar na região?

Há algumas possibilidades. Cada um desses países vai descobrir por si o que quer fazer e como construir seu futuro. Talvez aos líderes do passado seja permitido fazer parte do novo governo. No Iraque os americanos não permitiram, e veja só o que aconteceu. Talvez os Parlamentos sejam controlados pelos velhos regimes. No Egito, o Ministério de Interior ainda é controlado por afilhados políticos de Mubarak. Talvez seja preciso fazer concessões a fim de preencher os vácuos de poder e fazer a máquina de governo andar de novo. Talvez para isso seja permitido aos partidos com os melhores maquinários políticos dominarem as eleições, mesmo que não tenham trabalhado pela revolução. Vejo fotos desses líderes gordos e velhos da Irmandade Muçulmana negociando com os militares no Cairo e penso: onde estavam vocês na hora de revolução? Eu estava em Tahrir e nunca vi nenhum deles lá. A primavera-verão-outono árabe vai durar anos.

O que dizer do silêncio sobre o regime fechado saudita em que as mulheres nem podem dirigir?

Aí você tocou no ponto chave. Todo momento decisivo de transição histórica no Oriente Médio envolveu a Arábia Saudita. A primeira revolução do profeta Maomé foi lá; o movimento religioso do wahhabismo, no século 18, brotou lá; os pilotos do 11 de Setembro eram sauditas (não havia nenhum afegão); Bin Laden era saudita; o Taleban foi criado com dinheiro saudita. Mas o petróleo também está lá, então eles são nossos amigos, certo? Causei desconforto para um diplomata americano numa coletiva de imprensa ao dizer: “Eu não estou perguntando sobre sua vida sexual, mas meramente sobre Israel e a Arábia Saudita”. Tal é o constrangimento atual de se questionar certas alianças. Aliás, o rei Abdullah suplicou a Obama para que ele deixasse Mubarak no poder. Israel enviou um telegrama aos americanos, dizendo que o egípcio era melhor para a “estabilidade” da região. Justamente os nossos dois aliados na região.

Quais as chances de os líbios consolidarem um governo de princípios democráticos?

Sempre me preocupo com o papel da democracia enquanto fórmula para se atingir o que chamamos de “civilização ocidental”. Os líbios conhecem a história de seu país, a colonização tirana da Europa, lembram-se do corrupto rei Ídris e sabem que às vezes é preciso tomar cuidado também com o que vem do Ocidente. O verdadeiro perigo não é se os líbios aceitarão a democracia, mas quão corrupto será um novo governo. A corrupção, financeira e moral, é o problema fundamental do mundo árabe. O partido Baath é a instituição mais corrupta na Síria. No Egito é a polícia. Quanto tempo vai levar para que o conselho de transição seja comprado? Suspeito que já possa ter sido comprado pelos interesses do Ocidente.

Como viu a posição da comunidade internacional de intervir militarmente na Líbia e apenas emitir sanções contra a Síria?

Duas palavras: petróleo e Israel. Obama deu sua grande cartada com as sanções, mas a Síria não exporta petróleo, aliás, importa dos iraquianos porque é mais barato que usar o próprio. Tem gente em Israel que considera Bashar Assad o único homem capaz de fazer paz pelas Colinas de Golã e por isso é melhor que ele fique no poder. Israel prefere ser cercado por ditaduras que conhece do que por democracias que não conhece. Melhor o inimigo que sabemos quem é. Obviamente tem uma questão moral envolvida aí. A família Assad é responsável pela morte de mais sírios do que Kadafi de líbios. Para ficar num exemplo só, lembre-se do massacre de Hafez Assad (pai de Bashar) na cidade de Rama, em 1982, em que 20 mil morreram. Os americanos não estão falando com Assad no mesmo tom com que os franceses falaram com Kadafi. São curiosos os termos usados pela administração americana para pedir a renúncia de Assad. Falou-se em “step aside”, dê um passo para o lado, mesmo que a certo ponto Hillary Clinton tenha cometido o deslize de dizer “step down”, mas logo se corrigiu. Essas pessoas não escolhem palavras aleatoriamente. Os EUA estão sinalizando para Assad que ele poderá continuar a existir, em alguma medida, na cena política da Síria, mas agora é o momento de sair dos holofotes e parar o massacre de civis.

A comunidade internacional tem algum papel a desempenhar de agora em diante na transição dos regimes?

O grande problema da política externa do Ocidente para o Oriente Médio neste último milênio é que sempre nos oferecemos para proteger pessoas e construir liberdade e democracia, mas para isso desembarcamos com espadas, tanques e helicópteros, oferecendo o nosso tipo de liberdade. Os exemplos óbvio de fracasso disso são Afeganistão e Iraque. Nossa arrogância não é de agora, vem dos tempos da tomada de Bagdá pelo Império Britânico em 1917, quando andávamos pelas ruas como libertadores tiranos que diziam libertar os iraquianos da tirania do Império Otomano. George W. Bush retomou esse discurso em 2003. Mandem médicos e construtores de pontes, e economistas para fazer alianças comerciais, mas, por favor, mais nenhum soldado. Temos hoje seis vezes mais soldados ocidentais per capita no Oriente Médio do que na época das Cruzadas do século 12. Ainda não entendemos que a terra deles não é nossa, achamos que o petróleo deles nos pertence, mas não é verdade. Eles são nossos amigos, compartilhamos o planeta, mas não temos direito nenhum sobre seu destino.

sábado, 27 de agosto de 2011

“Todo Chile sabe que hay que cambiar”



Adrián Pérez
Página 12

Después de participar en el XVI Congreso Latinoamericano y Caribeño de Estudiantes de Montevideo, Paul Floor Pilquil, secretario de Relaciones Internacionales de la Confederación de Estudiantes de Chile (Confech), destaca el perfil regional de la protesta. “Nos enmarcamos en la lucha que el movimiento estudiantil viene dando desde la Reforma del ’18, también en la pelea que los estudiantes están dando en Puerto Rico o Colombia”.

En 2006, los “pingüinos” surgieron como un actor político que demandaba cambios estructurales. Muchos de esos jóvenes vuelven a manifestarse hoy por la reforma del sistema educativo.

Ese fue el primer atisbo de un recambio generacional y de una mirada más crítica y libre sobre cómo se venía manejando la educación. La relación entre los “pingüinos” y el actual movimiento de estudiantes es clara. Son los mismos chicos que en aquellas movilizaciones hicieron un tremendo esfuerzo y todo Chile se convenció de que la educación tenía que cambiar.

¿Qué aprendieron de aquella experiencia?

Hoy planteamos una demanda más estructural. No vamos a repetir las concesiones de 2006 para que el día de mañana salga una ley impulsada por la derecha o los sectores más conservadores.

¿A qué concesiones se refiere?

Al tema de la estatización de los secundarios o al fin del lucro en la educación, cuestiones que se llevaron a una mesa de diálogo desde donde salieron propuestas que debían respetarse. La Ley General de Educación sólo aumentó las subvenciones para los colegios municipales, no tomó en cuenta la desmunicipalización ni la estatización de los colegios.

¿Ese escenario de propuestas incumplidas por la Concertación se renueva con la oferta del presidente Sebastián Piñera?

Las becas que ofrece el gobierno son dirigidas a universidades privadas que no garantizan calidad, no hacen investigación y que nacieron para lucrar. Son universidades con altas tasas de deserción y poco índice de inserción laboral. Primero, planifiquemos la educación para determinar cómo y a quién se le va a entregar ese recurso.

En ese reclamo subyace un fuerte rechazo a un modelo político elitista y concentrador.

Desde la Confech nos declaramos en contra de la educación de mercado y del proyecto económico neoliberal. Cada año vemos cómo los derechos del pueblo son aplastados por los intereses empresariales. Esta crisis que refleja la educación y que hace meses se vivió en el sector energético mañana se reflejará en el mundo de los trabajadores.

Esa perspectiva se vuelve evidente en la adhesión estudiantil al paro convocado por la Central Unitaria de Trabajadores.

Históricamente, hemos compartido la lucha. Marchamos convencidos de que el movimiento popular en Chile se va a levantar en base a la organización de esos sectores. Las transformaciones políticas y económicas que queremos realizar van por ese lado.

Precisamente, trabajadores y estudiantes coinciden en la necesidad de renacionalizar la explotación del cobre.

La utilidad que el sector privado se lleva de la extracción del cobre alcanza para pagar educación, salud y vivienda. La renacionalización del cobre podría convertir a Chile en un país con posibilidad de hacer grandes aportes en ciencia y tecnología. Por eso, debe plantearse una nueva reforma tributaria hacia las empresas que explotan el cobre.

Piñera señaló que nada es gratis en esta vida y que alguien tiene que pagar. ¿Cómo analizan esas expresiones?

El presidente Piñera representa a un sector de la sociedad que considera que la labor individual debe primar sobre lo colectivo. La única manera de garantizar la educación como un derecho humano fundamental es entregarla gratuitamente.

terça-feira, 23 de agosto de 2011

La pobreza leída desde el ecologismo



Marta Pascual
Ecologista


La lucha contra la pobreza es un objetivo recurrente en muchas declaraciones públicas. Reducir drásticamente la cantidad de personas que viven con menos de un dólar al día o que no tienen acceso a agua potable o electricidad figuran entre las concreciones de este objetivo. En estas declaraciones sin embargo se olvida que los recursos del planeta –un planeta limitado en materiales– no sólo están desigualmente distribuidos, sino que actualmente sufren daños quizá irreversibles. En un planeta saturado que ha superado su capacidad de carga hace décadas, cada vez es más cierto que los consumos desmedidos de una parte de la población restringen necesariamente los consumos básicos del resto. Las reflexiones sobre la pobreza y las estrategias para hacerle frente no pueden pasar por alto este hecho.

La limitación y el riesgo de carencia han sido y son las condiciones naturales de la vida humana. Por regla general las culturas de subsistencia, conocedoras de los procesos de la vida, asumían, manejaban y optimizaban estos límites de modo que aseguraran su supervivencia y la de las generaciones futuras. Así ha transcurrido la vida durante siglos.

Las poblaciones más primitivas del mundo tenían escasas posesiones, sin embargo no se consideraban pobres. Siendo la escasez una relación entre los fines que perseguimos y los medios de que disponemos para conseguirlos, poblaciones con fines humildes y escaso interés en la acumulación pudieron vivir con lo suficiente, e incluso en periodos de abundancia.

La pobreza voluntaria, la vida humilde o la sobriedad en los consumos, no fueron en tiempos situaciones despreciadas o temidas, antes bien, podrían considerarse en ciertas culturas y religiones como un estado de equilibrio o de virtud. No queda lejos la época en que la pobreza no se consideraba una situación degradante, aunque sí la miseria, es decir, la carencia de lo imprescindible.

Cierto que la ambición y el deseo de acumulación también han sido comunes a lo largo de la historia, pero nunca gozaron como ahora de una valoración ética tan positiva. Las culturas tribales acumulaban con el fin de afrontar periodos de escasez. Para muchas de ellas la autoridad moral del jefe se fundamentaba en la generosidad con su pueblo y la acumulación para éste era un modo de mantener su estatus.

Caminos hacia la escasez

La situación hoy es bien distinta. El mundo rico y una parte del que no lo es vive a caballo entre la insatisfacción crónica y el sueño del despilfarro. Cargado de propiedades –en algunos casos– pero más cargado aún de deseos de consumo, está más próximo a la percepción de escasez que lo estuvieron sus antepasados lejanos. Simultáneamente otra parte enorme y creciente de la humanidad sufre una escasez material que pone en riesgo su salud y su vida con una intensidad nunca vista. La escasez, tanto la relativa como la absoluta, es un resultado al que se llega por caminos diversos.

Uno de ellos es el acaparamiento, mecanismo por el que algunas personas se apropian de un bien que antes era colectivo en una proporción mayor a la que les corresponde, haciéndolo más inaccesible a otra parte de la población. La privatización de bienes comunales es uno de los mecanismos más antiguos de acaparamiento y, por tanto, creador de escasez.

Otro procedimiento para la institucionalización de la escasez consiste en recortar el acceso a determinados recursos por alguna vía. El mercado es la vía objetiva que se coloca entre los recursos y las personas dificultando el acceso a ciertos bienes. La creciente monetarización de bienes y servicios es una herramienta creadora de escasez.

Un tercer mecanismo, no nuevo pero sí generalizado en el capitalismo de la posguerra, consiste en asignar un valor distintivo, creador de estatus, a ciertos consumos a condición de que sean escasos (ciertas ropas, automóviles, viajes...). En el momento en que estos consumos se generalizan, pierden el valor distintivo y otros nuevos se colocan en su lugar produciendo una nueva insatisfacción. Este sistema permite que el aumento de la producción nunca elimine la escasez, en este caso subjetiva. De esta forma el umbral de la pobreza percibida se eleva de forma constante, lo que no impide que lo haga también la objetiva, aumentando la dificultad de acceso a consumos de primera necesidad, mientras se facilitan los superfluos.

Antes pobre y necesitado eran sinónimos. Hoy la sociedad de consumo nos ha convertido a todos en necesitados. Y seguimos persiguiendo consumos distintivos, actuando como si el camino hacia arriba pudiera ser ilimitado.

A estos mecanismos de creación de la escasez se suma actualmente uno nuevo: el deterioro de los recursos naturales, necesarios para la vida, y la creciente dificultad para acceder a bienes esenciales como el agua potable, el alimento, las tierras fértiles o el aire limpio. Esta dificultad conduce en el límite a la expulsión de las poblaciones de los territorios que habitaban. Este fenómeno se había producido anteriormente por otras vías: apropiación por parte de grandes propietarios de terrenos productivos o con un subsuelo rico, mecanización del campo... Hoy se añaden a estos nuevos mecanismos de empobrecimiento: la prohibición de plantar semillas autóctonas, la deforestación y consecuente erosión, la desecación de acuíferos, el envenenamiento de tierras por pesticidas, la eliminación de biodiversidad, el uso de territorios como sumideros, el cambio climático... El deterioro ambiental provoca una escasez esencial que hace difícil la permanencia en el territorio. Las migraciones responden con frecuencia a esa dificultad para la vida, unida en alguna medida a la búsqueda de los niveles de consumo que se exhiben desde el escaparate de los países ricos.

En las grandes urbes, destino de esa avalancha de gentes expulsadas y migrantes, la economía de mercado es la única vía para resolver muchas de las necesidades básicas. La pobreza urbana, especialmente la de las llamadas ciudades miseria, es más desoladora por la cercanía del espectáculo del sobre-consumo y la inaccesibilidad de los recursos básicos y las redes sociales de apoyo. Desarmados los sistemas de ayuda mutua y eliminado el acceso a una tierra productiva, crece la dependencia del sistema económico y el riesgo de indigencia. Pero conviene no olvidar que “la gente no muere por falta de dinero, sino por falta de recursos” [3]. En el caso de las mujeres, a menudo excluidas de trabajos monetarizados y separadas de la tierra, responsabilizadas de la crianza y la atención a los miembros más débiles de la familia, la escasez, si cabe, se multiplica.

Este último mecanismo de creación de escasez, el deterioro de los recursos para la vida, a diferencia de los anteriores, no aumenta la abundancia absoluta en el grupo más poderoso, pero si la relativa. En todo caso reduce –a diferentes velocidades según los colectivos– las posibilidades de futuro de toda la especie humana.

La pobreza es pobreza del planeta

Si preguntáramos a la Tierra qué significa la palabra pobreza no hablaría de indicadores monetarios ni haría recuento de quienes viven con menos de un dólar al día. Probablemente nos mostraría vastos territorios deforestados, animales huyendo, cauces secos, especies extinguidas, poblaciones humanas desplazándose tras fuentes de agua o escapando de riadas, culturas que han perdido el sentido en urbes en las que sobran... un mundo en el que enormes poblaciones humanas han sido separadas de los recursos que les permitían la supervivencia y desplazadas a espacios urbanos superpoblados, donde ese acceso a los recursos básicos exige la mediación del mercado y en consecuencia del dinero. Un mundo en el que las economías de subsistencia van siendo progresivamente arrinconadas, expulsadas, deslegitimadas o ilegalizadas.

La Tierra nos ofrecería probablemente una imagen de pobrezas encadenadas: la pobreza vegetal, arrastrando tras de sí pobrezas animales y humanas, atmósfera, suelos y aguas empobrecidas. Hablaría del olvido de la interdependencia y de la ruptura de los ecosistemas vivos y señalaría a los seres humanos –algunos seres humanos– como primera causa de devastación.

Dada la complejidad del concepto, quizá conviene distinguir entre dos términos cercanos pero significativamente diferentes: pobreza y miseria. El primero se refiere a la dificultad de acceso a consumos superfluos, aunque manteniendo el abastecimiento de productos básicos. En las economías de subsistencia, integradas en el territorio, la pobreza no es una desgracia, sino un modo de vida sencillo en un mundo que tiene sus reglas. Los planes de desarrollo y de lucha contra la pobreza, dice Vandana Shiva, eliminaron la pobreza en el Sur, enviando a poblaciones enteras a la miseria, es decir, a modos de vida que simultanean consumos superfluos con carencias básicas para la supervivencia. Esta distinción entre pobreza (vida sencilla) y miseria (carencia de lo fundamental) es clave pues discrimina entre la vida sobria, aunque suficiente y sostenible para el planeta, de la éticamente insostenible.

Desde esta mirada más global podemos aventurar una posible definición de la pobreza (quizá sería mejor llamarle ya miseria): la consecuencia del hurto de los recursos naturales que permiten la supervivencia autónoma de una comunidad en su territorio. Tanto en el norte como en el sur miseria significa desposesión y falta de control sobre los recursos para organizar y mantener la vida de forma comunitaria.

Estamos indisolublemente ligados a nuestro planeta. Los problemas ambientales son problemas socio-ecológicos. Los problemas sociales son también socio-ambientales. Deuda ecológica, ecología de los pobres, justicia ambiental, refugiados ecológicos, conflictos ecológico-distributivos, son algunos nombres de las luchas que comprenden la interdependencia entre los seres humanos y el medio vivo del que forman parte. Estas luchas muestran que nuestras miserias, las humanas y las del resto de la biosfera, están encadenadas.

Si observamos la naturaleza, ejemplo de empresa de amplio éxito en el tiempo, veremos cómo los ecosistemas no se han dedicado a sobreacumular de forma desigual para lograr su supervivencia, sino a mantener una diversidad y un equilibrio que les permitiera enfrentarse de forma colectiva a ciertas alteraciones del medio. El funcionamiento de la naturaleza practica la virtud del equilibrio. Sabe que por encima de cierto umbral, más es menos y por debajo de éste, menos es más. El principio cuanto más mejor que subyace a las prácticas de acumulación de la economía de mercado, se manifiesta no sólo inviable en un sistema limitado, sino radicalmente desajustado y torpe.

La lucha contra la riqueza

Curiosamente las reflexiones sobre la reducción de la pobreza no suelen relacionarse con las reflexiones sobre la riqueza. Las medidas comparativas para definir la primera (menos del 50% o del 25% de la renta nacional) no conducen en ningún caso a propuestas interdependientes. ONG, programas locales u organismos internacionales mantienen la pretensión de realizar intervenciones para reducir la pobreza, sin alterar los niveles de riqueza monetaria. Ésta ha sido la fórmula propuesta por los Estados del Bienestar.

Desde este particular modo de igualación que sólo contempla el camino hacia arriba, la lucha contra la pobreza ha adoptado estrategias de mínimos (salario mínimo, rentas mínimas, cobertura sanitaria, pensiones mínimas) con la pretensión de hacer escalar a la población por encima de la línea de determinado umbral de consumos.

Esta pretensión eternamente incumplida de extender la riqueza implica la presunción de vivir en un mundo de recursos infinitos, con una tecnología omnipotente –sólo hay que esperar que encuentre la solución– y cargado de buena voluntad, en el que todos los seres humanos podremos alcanzar niveles altos en los consumos que nos satisfacen.

Sin embargo en un mundo lleno en el que la capacidad de carga del planeta ha sido superada hace ya años, en el que no está asegurada la soberanía alimentaria de una mayoría, en el que los recursos más elementales como el aire o el agua limpios empiezan a escasear y está en duda la supervivencia de las próximas generaciones, no es admisible mantener esta pretensión de enriquecimiento.

Parece obvio que la eliminación de la pobreza no es posible sin atajar drásticamente los altos niveles de devastación y de consumo de buena parte de la población del norte. La lucha contra la riqueza en el sentido económico de la palabra, que presupone hurto y despilfarro, será mucho más urgente y más eficaz que la supuesta y siempre fracasada lucha contra la pobreza.

Desde un análisis ecologista y desde la consideración de un planeta limitado en materiales que ha tocado techo, es irresponsable pretender un aumento de consumos necesarios en una parte de la población, sin abordar una disminución radical de consumos en aquella otra parte que extiende su huella ecológica mucho más allá de sus fronteras. Dicho de otro modo, en la lucha contra la pobreza es necesario incorporar a las estrategias de mínimos, las estrategias de máximos. Imaginemos unas políticas que asuman la limitación y definan un umbral máximo en el uso de determinados recursos, unas políticas de máximos que fijen límites por arriba: consumos máximos de agua, de energía, rentas máximas... No es fácil imaginar estas prácticas en un mundo gobernado por la economía de mercado y el capitalismo que contempla con horror cualquier regulación del consumo. Y, sin embargo, puede ser la única propuesta honrada con quienes sufren, con quienes sufrirán la miseria y con todos los y las habitantes del planeta.

segunda-feira, 22 de agosto de 2011

Chile: Tensão nas grandes alamedas, tensão na memória



Eric Nepomuceno
Carta Maior


Como se fosse preciso atualizar a contabilidade do horror, o governo chileno acaba de divulgar uma nova cifra oficial dos mortos e desaparecidos – um neologismo criado na América do Sul para se referir aos assassinados pelo terrorismo de Estado cujos cadáveres sumiram para sempre – durante a ditadura do general Augusto Pinochet, que durou de 1973 a 1990: 3.065. Com isso, o total de vítimas – entre presos, seqüestrados, torturados, executados e desaparecidos – chega a exatos 40.018. Não são contabilizados os exilados, nem os familiares das vítimas.

O número aparece no relatório de 60 páginas entregue ao presidente Sebastián Piñera na quinta-feira, 18 de agosto, por uma comissão integrada por advogados e especialistas em direitos humanos que trabalharam durante um ano e meio com rigor extremo. Tão extremo, que associações de vítimas e familiares protestaram de maneira contundente: dizem ser impossível que, de um total de 32 mil novas denúncias, apenas 9.800 tenham sido consideradas válidas.

O primeiro levantamento sobre vítimas da ditadura chilena começou a ser preparado em 1991, quando foi criada a primeira Comissão da Verdade e Reconciliação. O chamado "Relatório Rettig" limitou-se a contabilizar execuções e desaparições, e chegou a 2.279 pessoas. Em 2003 foi criada a Comissão Valech, que leva o nome do valioso bispo católico que moveu céus e terras para chegar à verdade sobre o terror dos tempos de Pinochet. O objetivo da comissão era ampliar o exame do horror. Num primeiro relatório, chegou-se a 28.459 casos de prisões ilegais, tortura, execuções e desaparecimentos. O religioso morreu durante o trabalho do grupo, que pediu mais prazo para chegar a um segundo relatório – esse, cujos resultados foram agora divulgados de maneira discretíssima pelo governo.

O tema é perigoso porque ainda paira entre os militares chilenos um incômodo mal-estar provocado por esse mergulho no passado sombrio do país. E também porque o anúncio coincide com um período de profundas turbulências enfrentadas pelo primeiro presidente de direita eleito desde o fim da ditadura. Os protestos dos estudantes que se repetem há quase quatro meses desgastaram de maneira cruel a imagem de Piñera. Não há solução à vista, e cresce a cada semana o apoio de amplos setores da população às reivindicações dos jovens, que agora marcham acompanhados por professores, funcionários públicos, donas de casa, profissionais liberais e trabalhadores.

Exigem educação pública gratuita (no Chile, as universidades públicas passaram a cobrar mensalidade na ditadura, e ninguém conseguiu reverter esse quadro; além disso, as universidades privadas, proibidas de ter lucro, ganham milhões graças à subvenção que recebem do Estado), e Piñera não teve idéia melhor que responder a eles dizendo ‘isso, todo mundo quer, mas nada é de graça nessa vida’.

Tudo isso acontece no momento em que se torna cada vez mais claro que o tão decantado modelo chileno, que deveria ser modelo para toda a América Latina – louvado pelos grandes organismos financeiros internacionais, pela direita em geral e pelos defensores do neoliberalismo em particular – revela sua verdadeira face.

Que o Chile vive um auge econômico, ninguém duvida. Mas os que se beneficiam dele estão longe de ser uma parcela ampla da população. Ao contrário: as desigualdades sociais são mais altas que a cordilheira dos Andes, mais evidentes que as montanhas nevadas e mais amplas que as grandes alamedas de Santiago.

De toda a riqueza produzida pelo Chile, 55% ficam nas mãos dos 20% mais ricos da população. Entre 2006 e 2009, a renda dos trabalhadores cresceu 1%. A dos mais ricos, 9%. Em 2006, 13,7% da população vivia na pobreza. Três anos depois, os pobres passaram a ser 15,1% - justamente no período em que a economia mais cresceu.

A estabilidade política fez do Chile o paraíso e a alegria dos investidores estrangeiros. Durante anos, o país foi considerado o mais perfeito modelo das bondades do neoliberalismo. Ninguém parecia notar os casos de jovens que terminam a faculdade pública e depois levam dez anos pagando o financiamento que receberam para estudar. Ninguém notou o aumento da pobreza, os abismos sociais se abrindo cada vez mais.

É contra isso que os chilenos protestam. E também contra os engodos e miragens de um modelo que começou a ser desmascarado. Por trás do louvado milagre existe uma verdade: a de uma segregação social perversa e persistente, que agora explodiu e chega às ruas e alamedas de Santiago.

segunda-feira, 15 de agosto de 2011

La emergencia de lo social



Sandra Russo
Página 12


Las manifestaciones sociales en Londres y Santiago, Chile, esta semana, corrieron un velo. Las dos, tan diferentes, expresiones de idiosincrasias y de historias tan distantes, mostraron algo descompuesto. Es lo mismo que en Estados Unidos provocó un tembladeral al que Obama quiso emparchar con la reafirmación del liderazgo mundial, diciendo que su país fue y será siempre triple A. El presidente norteamericano le dejó a la retórica lo que no puede lograr con sus políticas.

Lo que dejaron al desnudo las dramáticas manifestaciones sociales en un punto y en otro del planeta es precisamente la impotencia, la ineficacia, la capitulación de la política frente esa absurda naturaleza de las cosas a la que sigue aferrado el centro del mundo. La naturaleza neoliberal de las cosas indica que lo social no existe. Indica que las decisiones se toman pensando en otra cosa. No en la gente. En otra cosa. En números, en papeles, en pantallas, en porcentajes.

El presidente chileno lo puso en palabras: “Nada es gratis en la vida”, dijo, con la brutalidad del inconsciente. ¿De dónde ha sacado eso Piñera? ¿Quién que no esté hechizado, obnubilado por su propia manera –neoliberal– de ver las cosas puede sostener esa oración corta, tremenda y categórica, esa frase acuñada al calor de la falacia neoliberal por excelencia y que indica que el esfuerzo personal tiene su premio? En los países neoliberales el esfuerzo personal no sirve para nada.

Para el pensamiento dominante en el mundo, lo social, y esto es, la sociedad, los seres humanos que la integran, las personas con nombre y apellido, son apenas algo para recortar. Recortaron siempre ahí. Ajustaron siempre en los cuerpos, nunca en las abstracciones numéricas de las finanzas. La lógica que los mueve es tan ilógica, tan dramáticamente disparatada, que ahora lo social les estalla en la mano, como un petardo mal encendido.

Este sistema llegó hace décadas para dejar caer su cuchillo sobre lo social. La salud, la educación, los derechos laborales, las jubilaciones, todo lo que esos gobiernos privatizaron tenía por destino lo social, el desarrollo social, el ascenso social, la movilidad social. Privatizar es des-socializar.

Lo que hubo fueron manifestaciones sociales en el más técnico de los sentidos. Fue lo social que habló. Las dos protestas fueron protagonizadas por la misma generación. Más del 60 por ciento de los detenidos en Londres tenía entre 15 y 25 años. Son o deberían ser esos chicos británicos estudiantes secundarios o universitarios. Pero no incendiaron varias ciudades de Gran Bretaña pidiendo por su derecho a tener un proyecto de vida. Eso lo hicieron los jóvenes chilenos. Otra prueba fehaciente, una más y van muchas, del cambio de paradigma. Los jóvenes chilenos están mejor parados. Tienen más conciencia de sí. Más camino hecho. Tienen más ideas, tienen delegados, tienen historia y símbolos. Los jóvenes británicos por ahora sólo comparten la rabia.

Los chicos británicos emiten sus ladridos desde el lugar de los excluidos de la sociedad de mercado. Son europeos y aspiran a plasmas, no a latas de tomates y paquetes de yerba, como los que envolvían con sus brazos los saqueadores argentinos de los finales de los mandatos de Alfonsín y De la Rúa. Aquí sabemos de saqueos fogoneados, de saqueos como el golpe de gracia de gobiernos que a los poderes fácticos les convenía arrasar. No por casualidad esos dos gobiernos democráticos cayeron en el medio del humo de neumáticos. Pero qué curioso. Londres ardiendo y nadie preguntándose por la gobernabilidad de Cameron. Esa parte del mundo no ha pasado todavía a la fase de la ingobernabilidad, pero al ritmo en que van las cosas, ya llegará. Por ahora, lo que se ha visto es que los jóvenes británicos son profundamente infelices, que no tienen fe, que no aspiran a conseguir un buen trabajo porque no consiguen ninguno, y encima tampoco pueden comprarse las zapatillas nuevas que valen doscientos euros y sin las que sus identidades se diluyen. Si no tienen esas zapatillas no saben quiénes son. Han sido reducidos a consumidores impotentes.

Los chicos británicos ladran porque no tienen futuro, como los punks de los ’90. El de Margaret Thatcher fue el primer gobierno democrático que aplicó de lleno un programa neoliberal. El de Augusto Pinochet fue, en Chile, el primer globo de ensayo en dictadura. Le siguió la Argentina.

Los ’90 fueron hechizantes. Tal fue la conmoción mundial por la caída del Muro de Berlín y por un solo pensamiento triunfal flameando en Occidente, que no hubo resistencia posible. Fueron los años en los que se puso en marcha lo que algunos llamaron “la nueva Edad Media”. Torretas y bárbaros. Countries y villas. Nobles y descastados.

Lo que iba a morir en media parte del mundo en esa década era la aspiración al progreso. Los sectores populares dejaron de soñar con llegar a vivir como los sectores medios. Los sectores medios, políticamente seducidos para identificarse con los sectores altos, fueron disciplinados culturalmente para mantener a raya a los sectores populares. Los piqueteros, los trapitos, los cartoneros definen un universo que mucha clase media, alentada por los medios masivos de derecha, identifican con el peligro, la amenaza, el delito, la falta de valores morales. Pero mientras unos dejaban de tener derecho a soñar con vivir mejor, los que los despreciaban vivían cada vez peor.

El politólogo español Juan Carlos Monedero escribió esta semana en relación con la situación británica que “el reclamo de la época es la igualdad, aunque, como siempre, el verdadero fin es la libertad (la que busca ese ser consciente que lo único que sabe con certeza es que se va a morir)”. La frase interpela el falso eje sobre el que se han hecho girar nuestras ideas sobre la igualdad y la libertad, toda vez que quienes vienen serruchando lo social desde hace décadas lo hacen en nombre de la libertad. Pero nunca hablaron de la libertad de las personas reales, las que penan, aman y no duermen por el hambre o las preocupaciones.

“El auge del mercado, los cientos de canales de televisión, Internet, los teléfonos móviles, el desarrollo en transportes y comunicaciones –escribió Monedero–, poder elegir entre Coca-Cola y Pepsi Cola, viajar, el alargamiento de la adolescencia, el sensacionalismo de una información supuestamente infinita servida en tiempo real, la soberanía de los consumidores son todos elementos que hacen pensar que nunca tanta gente fue tan libre en la historia de la humanidad. Pero esa libertad se ve coartada por la falta de acceso real a esa promesa de vivir como monarca absoluto. Se les había olvidado que sin súbditos no hay reyes. Es entonces cuando surge el enojo: ser feliz es tener acceso a todo lo que me da felicidad, pero no llego. Y no voy a llegar mañana tampoco. Así que lo quiero todo y ahora. Como sea.”

En todo el mundo hay una generación que pregunta a los gritos qué le han hecho a su futuro, cómo es posible que se pretenda de ellos que renuncien a sus ilusiones personales, que sean extras en una larga y terrible película protagonizada por las pantallas de la Bolsa.

domingo, 14 de agosto de 2011

De Nagasaki a Fukushima: as tragédias atômicas do Japão



Amy Goodman
Democracy Now!

Os níveis de radiação nos reatores nucleares de Fukushima, no Japão, aumentaram nas últimas semanas, alcançando níveis registrados de até 10.000 milisieverts (mSv) por hora em um mesmo lugar. Este foi o nível máximo informado pela Companhia Elétrica de Tóquio (TEPCO), a desprestigiada empresa proprietária da central nuclear, ainda que esse número seja o máximo medido pelo Contador Geiger. Em outras palavras, os níveis de radiação literalmente ultrapassam todas as medições.

A exposição a 10.000 milisieverts durante um curto período de tempo tem consequências fatais, provocando a morte em poucas semanas. (A título de comparação, a radiação total de uma radiografia dentária é de 0,005 mSv, e a de uma tomografia computadorizada do cérebro é de 5). O New York Times informou que, após o desastre, funcionários do governo japonês ocultaram os prognósticos oficiais sobre a direção da chuva radioativa por causa do vento e do clima, para evitar a custosa evacuação de centenas de milhares de habitantes.

“O segredo, uma vez aceito, converte-se em vício”. Essas palavras poderiam ser usadas para descrever a administração da catástrofe nuclear pelo governo japonês, mas elas foram pronunciadas pelo cientista nuclear Edward Teller, um dos principais responsáveis pela criação das duas primeiras bombas atômicas. A bomba de urânio denominada “Little Boy” foi lançada no dia 6 de agosto de 1945 sobre a cidade de Hiroshima, Japão.

Três dias mais tarde foi lançada a segunda bomba, de plutônio desta vez e denominada “Fat Man”, sobre a cidade de Nagasaki. Por volta de 250 mil pessoas morreram por causa das explosões e de seus efeitos imediatos.

Ninguém sabe com exatidão a quantidade de pessoas que morreram ou padeceram de enfermidades nos anos seguintes às explosões, desde as dolorosas queimaduras que atingiram milhares de sobreviventes até os efeitos tardios como enfermidades provocadas pela radiação e câncer.

A história dos bombardeios sobre Hiroshima e Nagasaki é, em si mesma, a história da censura e da propaganda militar estadunidense. Além das filmagens que foram escondidas, as forças armadas impediram o acesso de jornalistas às zonas das explosões. Quando o jornalista vencedor do Prêmio Pulitzer, George Weller, conseguiu entrar em Nagasaki, seu artigo foi pessoalmente censurado pelo general Douglas MacArthur. O jornalista australiano Wildred Burchett conseguiu entrar em Hiroshima logo depois das explosões e, dali, escreveu sua famosa “advertência ao mundo”, na qual descreveu a propagação massiva de enfermidades como uma praga atômica. Mas as forças armadas estadunidenses criaram a sua própria praga. William Laurence, jornalista do New York Times, também era empregado do Departamento de Guerra. Laurence informou fielmente a posição do governo estadunidense, insistindo em que os “japoneses descreviam sintomas que não pareciam verdadeiros”. Lamentavelmente, ganhou o Prêmio Pulitzer por sua propaganda.

Greg Mitchell escreveu sobre a história e as sequelas de Hiroshima e Nagasaki durante décadas. Neste novo aniversário do bombardeio a Nagasaki, perguntei a Mitchell acerca de seu mais recente livro “Encobrimento atômico: Dois soldados estadunidenses, Hiroshima e Nagasaki, e o melhor filme jamais realizado”.

“Parece que tudo o que é tocado pelas armas nucleares ou pela energia nuclear provoca ocultamento e perigo para o público”. Mitchell disse que, durante anos buscou imagens filmadas pelas forças armadas estadunidenses nos meses posteriores ao lançamento das bombas; foi atrás dos envelhecidos realizadores cinematográficos e, apesar de décadas de classificação de documentos por parte do governo, foi um dos jornalistas que tornou públicos os incríveis arquivos cinematográficos coloridos. Como parte do Informe sobre Bombardeios Estratégicos dos Estados Unidos, as equipes de filmagem documentaram não só a devastação das cidades, mas também produziram uma documentação clínica, registrando de perto as graves queimaduras e as feridas desfiguradoras sofridas por civis, entre eles muitas crianças.

Em uma cena, se vê um homem jovem com feridas em carne viva em todas as suas costas, enquanto recebe tratamento. Apesar das graves queimaduras e de ter sido tratado meses mais tarde, o homem sobreviveu. Sumiteru Taniguchi, hoje com 82 anos de idade, é diretor do Conselho de Pessoas Afetadas pela Bomba Atômica de Nagasaki. Mitchell achou comentários recentes de Taniguchi em um jornal japonês que vinculam a bomba atômica com o atual desastre de Fukushima:

“A energia nuclear e o ser humano não podem coexistir. Nós, os sobreviventes da bomba atômica, sempre dissemos isso. E, no entanto, o uso da energia nuclear foi disfarçado de “pacífico” e continuou avançando. Nunca se sabe quando haverá um desastre natural. Não é possível dizer que nunca haverá um acidente nuclear”.

Nesta dolorosa fusão de novos e velhos desastres, deveríamos escutar as vítimas sobreviventes de ambas as catástrofes.

quinta-feira, 11 de agosto de 2011

Londres: Por que aqui, por que agora?



Tariq Ali
London Review of Books


Por que são sempre as mesmas áreas que se insurgem primeiro, o que quer que seja a causa? Pura coincidência? Estará relacionado com a raça, a classe, a pobreza institucionalizada e a tristeza da vida difícil do dia-a-dia?

Os políticos da coligação (incluindo o New Labour, que provavelmente se juntará a um “governo de salvação” se a recessão continuar) com as suas ideologias petrificadas não podem dizê-lo porque os três partidos continuam igualmente responsáveis pela crise. Eles criaram esta confusão.

Eles privilegiam os ricos. Querem que fique claro que juízes e magistrados devem dar o exemplo, punindo severamente jovens apanhados com fisgas. No entanto, nunca questionaram seriamente o facto de não haver acusações às mais de mil mortes de cidadãos sob custódia policial, desde 1990. Não importa o Partido, não importa a cor de pele do deputado, eles reproduzem sempre os mesmos clichés. Sim, sabemos todos que a violência nas ruas de Londres é má. Sim, sabemos que pilhar lojas não é correcto. Mas porquê agora? Porque é que isto não aconteceu o ano passado? Porque as resistências às injustiças crescem com o tempo, porque quando o sistema provoca a morte de um jovem cidadão negro de uma comunidade pobre, em simultâneo, mesmo que inconscientemente, provoca uma resposta.

E as coisas podem piorar se os políticos e a elite financeira, com o apoio dos media públicos e do Murdoch, falham na retoma económica e decidem punir os pobres e os precários pelas políticas que eles próprios aplicaram nas três últimas décadas. Desumanizar o “inimigo”, em casa ou no estrangeiro, criando o medo e a prisão sem julgamento digno é uma estratégia que não pode funcionar para sempre.

Se houvesse um partido de oposição sério neste país, estaria a reivindicar o desmantelamento deste sistema neoliberal com pilares instáveis antes que ele desmorone por si e afecte ainda mais gente. Por toda a Europa, as diferenças que separavam o centro-direita do centro-esquerda, que separavam os conservadores dos sociais-democratas, desapareceram. A fusão entre políticas oficiais dos partidos confundem propositadamente os segmentos mais desfavorecidos do eleitorado, a maioria.

Os jovens negros desempregados ou semi-empregados de Tottenham, Hackney, Enfield e Brixton sabem perfeitamente que o sistema está a atacá-los. O zurrar dos políticos não tem real impacto na maior parte das pessoas, quanto mais naquelas que atiçam o fogo nas ruas de Londres. Os fogos vão ser apagados. Haverá uma espécie de inquérito patético ou algo semelhante para investigar as razões do assassinato de Mark Duggan, remorsos serão expressos, haverá flores da polícia no funeral. Os protestantes detidos serão punidos e todos terão uma sensação de alívio e continuarão com a sua vida, até que isto tudo volte a acontecer.

quarta-feira, 10 de agosto de 2011

Chile: Masivo reclamo por un cambio de modelo


Christian Palma
Página 12


La pelea de los estudiantes secundarios y universitarios por una educación pública y gratuita tomó definitivamente las calles. Más de 100.000 chilenos marcharon por Santiago y se sumaron muchos miles más en las principales ciudades del país. Hubo choques y acusaron a infiltrados policiales por la violencia.

“Soy jardinero y quiero un hijo ingeniero”, decía un cartel que lucía tranquilo un padre en la nueva marcha contra el sistema educativo chileno que ayer convocó a más de 100 mil personas en Santiago y a varios miles más en las principales ciudades del país. Los lienzos, pancartas y letreros se multiplicaron otra vez a pesar de ser un día laborable y de que la Intendencia Metropolitana había modificado el recorrido habitual de las concentraciones capitalinas. El sol ayudó además a que la manifestación se transformara en una fiesta, en la que los vecinos de pisos superiores lanzaban agua a la multitud que, disfrazada y tocando tambores, avanzaba pasito a pasito al Parque Almagro, el punto final acordado con la autoridad.

Pero esa agua que caía limpia desde las alturas, nada tuvo que ver con la que más tarde usó la policía para repeler a un grupo de encapuchados que originaron desmanes en el Paseo Bulnes, cerquita de La Moneda.

Ahí, como ha sido la tónica en las últimas manifestaciones masivas –salvo la familiar y también multitudinaria efectuada el domingo–, los excesos de unos pocos, junto a los carros hidrantes y los gases lacrimógenos empañaron una protesta que hasta el mediodía se desarrollaba de manera normal. El Ministerio del Interior informó que hubo 273 detenidos y que 16 civiles y 23 carabineros resultaron heridos.

Esto a pesar de que la presidenta de la Federación de Estudiantes de la Universidad de Chile, Camila Vallejo, llamaba a terminar la gran movilización en calma. A esa hora, las redes sociales denunciaban que diversos policías se habían infiltrado en la marcha para iniciar desórdenes y caldear los ánimos. “Calma, ya sabemos que los violentistas no somos nosotros”, insistía Vallejo por medio de Twitter.

Sin embargo, el desorden ganó terreno en medio de bombas molotov, piedrazos, palos y hasta un auto incendiado en la vía pública, que dio por finalizada la protesta. Rodolfo Pozo, dueño del auto, calificó de una “verdadera catástrofe” lo sucedido. Cerca de ahí, Sebastián, un “pingüino” (estudiante secundario) de 16 años, reclamaba a cara descubierta: “Sólo es noticia la violencia, pero no cuando 100 mil personas marchan en paz”.

En tanto, el ministro del Interior, Rodrigo Hinzpeter –criticado por la excesiva rudeza de carabineros en marchas anteriores–, buscaba sacarles rédito a los incidentes. “Los desórdenes son una prueba de que las marchas han escapado del control de los convocantes y se han vuelto dañinas”, declaró. Acto seguido, pidió a los estudiantes y al colegio de profesores “sentarse a trabajar” en los proyectos de ley sobre educación que prontamente el gobierno enviará el Congreso, trasladando la discusión a esa instancia. “Los estudiantes deberían adquirir conciencia de que su movimiento está empezando a ser utilizado por personas a las que les importa bastante poco la calidad de la educación”, remató.

Le respondió Camilo Ballestero, presidente de los alumnos de la Universidad de Santiago. “La violencia no sale de la nada y deberíamos trabajar en conjunto con el gobierno para ver cómo se termina. Estamos dispuestos a dialogar, pero fue el gobierno el que envío sus propuestas al Parlamento (sin consensuarlas con los estudfiantes)”, dijo el dirigente.

En una visita a los lugares afectados, el alcalde derechista de Santiago, Pablo Zalaquett, se quejó de los daños que dejó la protesta. “Son los más grandes jamás vistos. Voy a luchar porque esto termine de una vez por todas”, dramatizó. Sin embargo, algunos vecinos no estuvieron muy de acuerdo con la dennuncia del alcalde. “Los estudiantes estaban tranquilos, hasta que llegaron los delincuentes. Esa no es culpa de ellos”, dijo uno que no quiso identificarse, al ser entrevistado por la televisión.

Respecto de los supuestos infiltrados, los diputados del Partido Comunista Lautaro Carmona y Hugo Gutiérrez pidieron formalmente información sobre un funcionario de Carabineros de civil que fue protegido por sus colegas que custodian el Congreso nacional en la ciudad puerto de Valparaíso. El carabinero habría sido descubierto manifestándose encapuchado entre los estudiantes.

“Soy categórico, Carabineros no infiltra. Carabineros utiliza personal para obtener información”, explicó a los medios el coronel Guillermo Bezzenberger. Sin embargo, horas más tarde, La Moneda confirmó que pedirá informes a la institución para aclarar esta situación. “No parece prudente que exista un funcionario de Carabineros que actúe con el rostro cubierto”, sostuvo el vocero presidencial, Andrés Chadwick.

Así las cosas, hoy vence el plazo dado por los líderes estudiantiles al gobierno para aceptar sus demandas. Los estudiantes piden que el derecho a la educación de calidad tenga rango constitucional y reformular el sistema de becas y préstamos estudiantiles, bajando sus intereses, para garantizar igual acceso a la educación a todos los estratos sociales. El ministro de Educación, Felipe Bulnes, ya adelantó que no actuará bajo presión.

Desde el jueves pasado, en diversas zonas del país, incluso en la conservadora comuna de Providencia, miles de manifestantes hacen sonar ollas en una reminiscencia de las protestas contra Pinochet en los ochenta.

Al cierre de esta edición, el ruido de las cacerolas no cesaba. El sonido recorrió otra vez Chile, en una gran protesta contra un sistema heredado de la dictadura y que deja claro que el descontento hacia el gobierno –ligado, aunque no lo quieran, a la dictadura– no para. El “cacerolazo”, esta vez, no pudo ser reprimido por la policía.

terça-feira, 9 de agosto de 2011

Estados Unidos en decadencia



Noam Chomsky
La Jornada


Es un tema común que Estados Unidos, que apenas hace unos años era visto como un coloso que recorrería el mundo con un poder sin paralelo y un atractivo sin igual (...) está en decadencia, enfrentado fatalmente a la perspectiva de su deterioro definitivo, señala Giacomo Chiozza en el número actual de Political Science Quarterly.

La creencia en este tema, efectivamente, está muy difundida. Y con cierta razón, si bien habría que hacer cierto número de precisiones. Para empezar, la decadencia ha sido constante desde el punto culminante del poderío de Estados Unidos, luego de la Segunda Guerra Mundial, y el notable triunfalismo de los años 90, después de la guerra del Golfo, fue básicamente un autoengaño.

Otro tema común, al menos entre quienes no se ciegan deliberadamente, es que la decadencia de Estados Unidos, en gran medida, es autoinfligida. La ópera bufa que vimos este verano en Washington, que disgustó al país y dejó perplejo al mundo, podría no tener parangón en los anales de la democracia parlamentaria.

El espectáculo incluso está llegando a asustar a los patrocinadores de esta parodia. Ahora, al poder corporativo le preocupa que los extremistas que ayudó a poner en el Congreso de hecho derriben el edificio del que dependen su propia riqueza y sus privilegios, el poderoso estado-niñera que atiende a sus intereses.

La supremacía del poder corporativo sobre la política y la sociedad –por lo pronto básicamente financiera– ha llegado al grado de que las dos formaciones políticas, que en esta etapa apenas se parecen a los partidos tradicionales, están mucho más a la derecha de la población en los principales temas en debate.

Para el pueblo, la principal preocupación interna es el desempleo. En las circunstancias actuales, esta crisis puede ser remontada sólo mediante un significativo estímulo del gobierno, mucho más allá del más reciente, que apenas hizo coincidir el deterioro en el gasto estatal y local, aunque esa iniciativa tan limitada probablemente haya salvado millones de empleos.

Pero para las instituciones financieras, la principal preocupación es el déficit. Por lo tanto, sólo está a discusión el déficit. Una gran mayoría de la población está en favor de abordar el déficit gravando a los muy ricos (72 por ciento, con 27 por ciento en contra), según precisa una encuesta de The Washington Post y ABC News. Recortar los programas de atención médica cuenta con la oposición de una abrumadora mayoría (69 por ciento Medicaid, 78 por ciento Medicare). El resultado probable, por lo tanto, es lo opuesto.

El Programa sobre Actitudes de Política Internacional (PIPA) investigó cómo eliminaría el déficit la gente. Steven Kull, director de PIPA, afirma: "Es evidente que tanto el gobierno como la Cámara (de Representantes) dirigida por los republicanos están fuera de sincronía con los valores y prioridades de la gente en lo que respecta al presupuesto."

La encuesta ilustra la profunda división: "La mayor diferencia en gasto es que el pueblo favorece recortes profundos en el gasto de defensa, mientras el gobierno y la Cámara de Representantes proponen aumentos modestos. El pueblo también favorece aumentar el gasto en la capacitación para el trabajo, la educación y el combate a la contaminación en mayor medida que el gobierno o la Cámara."

El "acuerdo final" –o más precisamente, la capitulación ante la extrema derecha– es lo opuesto en todos los sentidos, y casi con toda certeza provocará un crecimiento más lento y daños a largo plazo a todos, menos a los ricos y a las corporaciones, que gozan de beneficios sin precedentes.

Ni siquiera se discutió que el déficit podría eliminarse si, como ha demostrado el economista Dean Baker, se remplazara el disfuncional sistema de atención médica privada de Estados Unidos por uno semejante al de otras sociedades industrializadas, que tienen la mitad del costo per cápita y obtienen resultados médicos equivalentes o mejores.

Las instituciones financieras y las grandes compañías farmacéuticas son demasiado poderosas para que siquiera se analicen esas opciones, aunque la idea difícilmente parece utópica. Fuera de la agenda por razones similares también se encuentran otras opciones económicamente sensatas, como la del impuesto a las transacciones financieras pequeñas.

Entre tanto, Wall Street recibe regularmente generosos regalos. El comité de asignaciones de la Cámara de Representantes recortó el presupuesto a la Comisión de Títulos y Bolsa, la principal barrera contra el fraude financiero. Y es poco probable que sobreviva intacta la Agencia de Protección al Consumidor.

El Congreso blande otras armas en su batalla contra las generaciones futuras. Enfrentada a la oposición republicana a la protección ambiental, la importante compañía de electricidad American Electric Power archivó "el esfuerzo más destacado del país para captar el bióxido de carbono de una planta actualmente impulsada por carbón, lo que asestó un fuerte golpe a las campañas por reducir las emisiones causantes del calentamiento global", informó The New York Times.

Estos golpes autoinfligidos, aunque cada vez son más potentes, no son una innovación reciente. Datan de los años 70, cuando la política económica nacional sufrió importantes transformaciones, que pusieron fin a lo que suele llamarse "la época de oro del capitalismo" de Estado.

Dos importantes elementos de esto fueron la financialización (el desplazamiento de las preferencias de inversión, de la producción industrial a las finanzas, los seguros y los bienes raíces) y la externalización de la producción. El triunfo ideológico de las "doctrinas de libre mercado", muy selectivo como siempre, le asestó aún más golpes, conforme se traducía en desregulación, reglas de administración corporativa que condicionaban las enormes recompensas a los directores generales con los beneficios de corto plazo y otras decisiones políticas similares.

La concentración resultante de riqueza produjo mayor poder político, acelerando un círculo vicioso que ha aportado una riqueza extraordinaria al uno por ciento de la población, básicamente directores generales de grandes corporaciones, gerentes de fondos de garantía y similares, mientras la gran mayoría de los ingresos reales prácticamente se estancaron.

Al mismo tiempo, el costo de las elecciones se disparó a las nubes, haciendo que los dos partidos tuvieran que escarbar más hondo en los bolsillos de las corporaciones. Lo que quedaba de democracia política fue socavado aún más cuando ambos partidos recurrieron a la subasta de puestos directivos en el Congreso, como delineó el economista Thomas Ferguson en The Financial Times.

"Los principales partidos políticos adoptaron una práctica de los grandes detallistas, como Walmart, Best Buy y Target", escribe Ferguson. Caso único en las legislaturas del mundo desarrollado, los partidos estadunidenses en el Congreso ponen precio a puestos claves en el proceso legislativo. Los legisladores que aportan más fondos al partido son los que obtienen esos puestos.

El resultado, de acuerdo con Ferguson, es que los debates se basan fuertemente en la repetición interminable de un puñado de consignas, que han sido probadas por su atractivo para los bloques de inversionistas y grupos de interés nacionales, de los que depende la dirigencia para obtener recursos. Y que se condene el país.

Antes del crac de 2007, del que fueron responsables en gran medida, las instituciones financieras posteriores a la época de oro habían obtenido un sorprendente poder económico, multiplicando por más de tres su participación en las ganancias corporativas. Después del crac, numerosos economistas empezaron a investigar su función en términos puramente económicos. Robert Solow, premio Nobel de Economía, concluyó que su efecto podría ser negativo. "Su éxito aporta muy poco o nada a la eficiencia de la economía real, mientras sus desastres transfieren la riqueza de los contribuyentes hacia los financieros."

Al triturar los restos de la democracia política, las instituciones financieras están echando las bases para hacer avanzar aún más este proceso letal... en tanto sus víctimas estén dispuestas a sufrirlo en silencio.