Liza Featherstone
Jacobin América Latina
Los pensadores bolcheviques discrepaban, y mucho. Pero los ideales compartidos fueron aún más importantes.
En el centenario de la muerte de Lenin vale la pena examinar su papel en los primeros debates socialistas, muchos de los cuales se repiten hasta nuestros días en los argumentos de la izquierda. Sus desacuerdos con la ideóloga, diplomática y escritora bolchevique Alexandra Kollontai ofrecen una ventana particularmente reveladora de su pensamiento.
Los dos líderes comunistas mantuvieron una profunda camaradería, aunque plagada de conflictos y discrepancias sobre muchas cuestiones. Algunas de estas discusiones condujeron a profundas y duraderas rupturas políticas y personales entre ellos. Sin embargo, sus puntos de acuerdo pueden ser aún más relevantes para los socialistas de hoy. Lo más significativo fue que Kollontai y Lenin coincidieron en la centralidad de la liberación de la mujer para el comunismo y trabajaron juntos por esos ideales.
Un encuentro valioso
Nacida en la aristocracia, Alexandra Kollontai se convirtió en una de las traidoras de clase más importantes de la historia tras una visita a una fábrica durante la que vio las terribles y peligrosas condiciones de las trabajadoras y observó que un niño había muerto en la «guardería» de la fábrica, al cuidado de una «niñera» de seis años. Más tarde escribió sobre esta experiencia: «Comprendí hasta el fondo de mi corazón que no podemos vivir como hemos vivido hasta ahora, cuando existen a nuestro alrededor unas condiciones de vida tan terribles y un orden tan inhumano».
En otro lugar anotó: «Las mujeres y su destino me ocuparon toda mi vida y la preocupación por su suerte me llevó al socialismo».
En los años previos a la Revolución Rusa, Kollontai se erigió como defensora de las mujeres trabajadoras, así como organizadora, oradora y pensadora. Frente a las feministas burguesas que pretendían dar más igualdad a las mujeres dentro del sistema capitalista, ella sostenía que solo el movimiento de mujeres comunistas dirigido por la clase obrera podía conseguir la igualdad social. «Al esforzarse por cambiar las condiciones de vida —escribió sobre las mujeres trabajadoras que se declaraban en huelga y se organizaban en las calles de Rusia para llevar a cabo la revolución— ellas saben que también están ayudando a reformar las relaciones entre los sexos».
Pero Kollontai sabía que la igualdad de la mujer no llegaría automáticamente con la disolución del capitalismo, por eso trabajó para construir un comunismo específicamente atento a la liberación de la mujer, luchando a veces contra comunistas que no compartían este objetivo.
Lenin no era uno de estos comunistas patriarcales. Estaba totalmente de acuerdo con Kollontai en que las trabajadoras eran fundamentales para la revolución comunista y tenían preocupaciones específicas que solo el comunismo podía abordar. Además de ser explotadas por los patrones capitalistas, escribió Lenin, las mujeres eran «esclavas del dormitorio, la guardería y la cocina». Estaba convencido de que el comunismo liberaría a las mujeres de la subordinación patriarcal y de la monotonía de las tareas domésticas, y argumentaba que estas últimas eran un desperdicio del valioso trabajo de las mujeres y que contribuían a su opresión dentro del hogar, a la que se refería como «esclavitud doméstica».
Lenin estaba profundamente influido por las mujeres comunistas que le rodeaban, y Kollontai a menudo formaba parte de ese círculo. Lenin apoyaba el derecho al aborto, la anticoncepción y el derecho al divorcio, punto este especialmente controvertido entre los socialistas, algunos de los cuales argumentaban que a corto plazo causaría miseria a las mujeres y los niños porque serían demasiado pobres para sobrevivir sin los hombres. Aunque reconocía el problema, Lenin insistía en que si las mujeres no podían tomar decisiones sobre sus propias vidas entonces no disfrutaban de plenos derechos democráticos.
Él y Kollontai, junto con su camarada alemana Clara Zetkin, desempeñaron un papel decisivo en la creación del Día Internacional de la Mujer, que todavía se celebra hoy (aunque con una considerable cooptación capitalista). Lenin escribió, bajo la influencia de Kollontai: «Si no atraemos a las mujeres a la actividad pública, a la milicia, a la vida política —si no arrancamos a las mujeres de la atmósfera mortífera del hogar y la cocina—, será imposible asegurar la libertad real. Será imposible asegurar la democracia, por no hablar del socialismo». De hecho, la organización de las trabajadoras —profundamente explotadas en el trabajo y agotadas por sus segundos turnos en casa— fue crucial para el éxito de la revolución bolchevique.
No se trataba solo de un acuerdo filosófico entre los dos pensadores sino de un profundo compromiso institucional: tras la revolución, Lenin nombró a Kollontai comisaria de Bienestar Social, cargo desde el que ayudó a legalizar el aborto, el divorcio y el control de la natalidad. También se impuso la igualdad salarial para las mujeres y una licencia remunerada para las madres primerizas, al tiempo que el matrimonio eclesiástico fue sustituido por el civil. Se despenalizó el trabajo sexual y se abolió el estatus legal de «ilegitimidad» para los hijos de padres no casados.
Kollontai también estableció maternidades gestionadas por el gobierno, en las que tras el parto las madres podían recuperarse junto con sus bebés. Se apoyó la lactancia materna mediante una serie de políticas gubernamentales y se establecieron cocinas y lavanderías comunales para aliviar a las mujeres trabajadoras de las tareas domésticas (estas no tuvieron mucho éxito, ya que carecían de financiación adecuada y los servicios acabaron siendo deficientes: la comida era mala y la ropa solía rasgarse en las lavanderías).
En este prometedor periodo, la Unión Soviética también promulgó el sufragio femenino, un par de años antes que Estados Unidos. En 1919, Kollontai e Inessa Armand —otra camarada cercana a Lenin— crearon el Zhenotdel, un departamento especial dedicado a las necesidades de las mujeres.
Ninguna guerra salvo la guerra de clases
Con consecuencias menos prácticas pero igualmente importantes en la historia del pensamiento antimperialista, ambos estuvieron también unidos contra la Primera Guerra Mundial. Mientras los socialistas europeos se alineaban con sus gobiernos en torno a este derramamiento de sangre épicamente inútil, Lenin y Kollontai —a menudo adversarios políticos en los años que condujeron a la Revolución de Octubre— se unieron tanto en la oposición a la guerra imperialista como en las razones para ello.
Kollontai formó parte de los mencheviques hasta 1914, cuando se unió a los bolcheviques debido a la firme línea antibelicista de estos últimos. En 1916 escribió que la causa de la guerra era el capitalismo y argumentaba que los trabajadores de todo el mundo debían unirse contra la clase dominante en lugar de matarse unos a otros. «Mi enemigo está en mi propio país — declaró— y esto aplica para todos los trabajadores del mundo». Ella y Lenin colaboraron estrechamente en ensayos y declaraciones de este tipo, intentando que los partidos socialistas de otros países se unieran a esta posición antibélica.
Las discusiones entre Kollontai y Lenin sobre cómo enmarcar la oposición comunista a la guerra llevaron a Lenin a hacer importantes distinciones, rechazando lo que él llamaba el pacifismo «pequeñoburgués» y «provinciano» que rechaza «la guerra en general». Como explicó en una carta de 1915 a Kollontai, en la que afinaba una declaración marxista internacional de izquierda que se oponía a la Primera Guerra Mundial para presentarla en la primera Conferencia Socialista Internacional: «Eso no es marxista… Creo que es erróneo en teoría y dañino en la práctica no distinguir entre distintos tipos de guerras. No podemos estar en contra de las guerras de liberación nacional» (como, por ejemplo, las luchas anticolonialistas de países como la India para liberarse de la dominación británica). Kollontai tampoco era pacifista y exhortaba: «Volvamos nuestros fusiles y pistolas contra nuestros verdaderos enemigos comunes», es decir, los capitalistas. Más tarde, los comunistas convertirían esta idea en un eslogan conciso: «¡Ninguna guerra salvo la guerra de clases!».
Discrepancias
Sin embargo, los dos pensadores tenían algunas diferencias cruciales. Unos años después de la revolución, Kollontai se unió a la tendencia llamada Oposición Obrera, crítica de la burocracia del partido y preocupada porque ya no se representaba a los trabajadores. En un panfleto de 1921 abogaba por más poder para los sindicatos y contra lo que consideraba el creciente poder de los profesionales tecnócratas de clase en el partido y el gobierno. Al año siguiente, Lenin aprobó una resolución del partido que prohibía el «fraccionalismo», clausurando de hecho la Oposición Obrera. Ese fue el fin de su influencia sobre Lenin o los bolcheviques.
Después de eso, Kollontai fue marginada dentro del gobierno y del Partido Comunista, aunque tuvo una larga carrera diplomática representando lealmente a la Unión Soviética en Noruega, México y Suecia. Pero tras la marginación de Kollontai la dirigencia soviética se mostró mucho menos comprometida con la igualdad de la mujer: el gobierno padecía tanto de falta de recursos como de actitudes patriarcales hasta que, tras la muerte de Lenin, Stalin disolvió el Zhenotel y volvió a ilegalizar el aborto.
Kollontai y Lenin discreparon también sobre moralidad sexual: mientras que la primera argumentaba a menudo que el comunismo conduciría a un tipo de amor diferente y menos posesivo entre hombres y mujeres, así como a un ethos sexual más moderno, el segundo pensaba que tales ideas eran libertinas y frívolas. Kollontai no fue la única mujer cercana a Lenin que discrepó con él en estas cuestiones, ya que también discutió con Inessa Armand y Clara Zetkin.
Considerando su apoyo al derecho al aborto e incluso a la despenalización del trabajo sexual, no puede decirse que Lenin fuera conservador en lo social, pero a veces lo irritaba el radicalismo de las mujeres de su círculo. Y no era el único: las ideas de Kollontai sobre moralidad sexual eran con frecuencia objeto de burla por parte de compañeros comunistas socialmente muy conservadores, a veces en términos crudos y sexistas. Como escribió Sheila Robotham en 1971, también las mujeres de clase trabajadora criticaban a veces sus ideas sobre el amor libre, dado que la anticoncepción no estaba muy extendida; «las campesinas sabían muy bien que —bromeaba Robotham— si te gusta andar en trineo tienes que estar dispuesta a subirlo a la colina».
Socialismo y familia
La gente sigue discutiendo sobre las cuestiones que dividieron a Kollontai y Lenin a lo largo de su camaradería. En Estados Unidos, por ejemplo, se critica a menudo a los Socialistas Democráticos de América (DSA) y a otras organizaciones de izquierda por conseguir a gran parte de su membresía y dirigencia de entre lo que Barbara y John Ehrenreich llamaron alguna vez «la clase profesional-gerencial» en lugar de nutrirse de la clase trabajadora.
Haciéndose eco del panfleto de Kollontai de 1921 «Oposición obrera», muchos de estos críticos argumentan que el sindicalismo de base es un espacio más sólido para la organización socialista que la organización electoral o en torno a otros conflictos puntuales. Pero los propios Ehrenreich argumentaban que la proletarización de las profesiones —y, podríamos añadir, la creciente dificultad de alcanzar una vida de clase media debido al alto costo de la sanidad, la vivienda y la educación superior— crean una situación en la que parte de la llamada «clase directiva profesional» quiere genuinamente el socialismo y aporta su educación y conocimientos técnicos a la causa (en cuanto al sindicalismo frente al electoralismo, ambos son cruciales y no es productivo forzar una elección: en los últimos años los socialistas han obtenido algunas victorias utilizando ambas tácticas).
La moral sexual también puede ser un factor de división entre socialistas. Aunque ya nadie discute si el «amor libre» debería formar parte de una sociedad comunista —tanto el tabú como el exuberante ethos liberacionista están obsoletos—, el abolicionismo familiar está teniendo un pequeño retorno entre los intelectuales marxistas. Mientras que algunos pueden acoger con satisfacción el socialismo como forma de fortalecer la familia nuclear, dando a la gente más tiempo fuera de la esclavitud asalariada para criar a sus hijos y generar el acceso a guarderías gratuitas y la universidad, otros pueden abrazar el potencial socialista para liberarnos de las relaciones obligatorias, lo que nos permite sobrevivir económicamente sin el matrimonio o la forma de familia nuclear.
En efecto, el socialismo tiene el potencial de mejorar la vida íntima de las personas de diversas maneras, y estas no están necesariamente en conflicto. En lo personal, prefiero optar por la noción de Kristen Ghodsee de «expansionismo familiar», basado en las ideas de Kollontai sobre la colectivización de los deberes de la familia, un concepto que deja abierto el horizonte político respecto a cómo la gente podría elegir organizar su vida privada si contara con más libertad económica.
La propia Kollontai, como Engels antes que ella y Simone de Beauvoir después, era por esa misma razón agnóstica en cuanto a si la familia persistiría o no, pero sabía —e insistía en ello— que se transformaría luego de una serie de cambios profundos en la estructura social y las condiciones materiales. Con mejoras en las condiciones materiales de las mujeres, argumentaba, esos cambios en la vida familiar serían para mejor.
Hoy en día, la abolición de la familia plantea solo una división en el ámbito teórico ya que todos los socialistas están de acuerdo en que los padres necesitan más apoyo o en que las guarderías deben ser gratuitas, por ejemplo. Pero hay cuestiones sociales contemporáneas que sí dividen a los socialistas. En México, por ejemplo, el presidente López Obrador abrazó muchas políticas económicas de izquierdas combinándolas con una retórica antigay o antitransgénero y lo mismo ocurre con los dirigentes chinos. En los círculos intelectuales anglosajones, algunos conservadores sociales poco amigos de los derechos trans han abrazado ideas económicas socialdemócratas.
Sin embargo, gran parte de la izquierda global apoya, con razón, los derechos, la seguridad y las libertades de las minorías sexuales tanto por una cuestión de solidaridad como por una visión antipatriarcal que puede verse como una continuación del legado de Kollontai y que probablemente esté en desacuerdo con la perspectiva más conservadora de Lenin.
Actualidad
Aunque sus desacuerdos puedan resonar hasta nuestros días, los momentos de convergencia de Lenin y Kollontai tienen incluso mayor relevancia actual en tanto que la guerra y la situación de las mujeres son preocupaciones profundamente mayoritarias.
Con el retorno del fascismo patriarcal en todo el mundo y la absoluta falta de respuestas ofrecidas por los partidos centristas, vale la pena revivir el compromiso compartido de Lenin y Kollontai en lo que hace a los derechos de las mujeres, desde el derecho al aborto hasta las licencias remuneradas por maternidad. Y también vale la pena recuperar su coincidencia en la oposición a la guerra imperial, posición que si bien sigue siendo fuerte en todo el Sur Global, en los últimos años se ha debilitado mucho en Estados Unidos y en Europa.
Una reflexión sobre estos dos pensadores comunistas debería inspirarnos para volver a poner a la igualdad de género y al antimperialismo en el centro del pensamiento de izquierdas. Las cuestiones sobre las que Lenin y Kollontai discreparon son interesantes y difícilmente irrelevantes hoy en día, pero los socialistas realmente hacemos historia cuando somos capaces de encontrar un terreno común. Aunque Lenin y Kollontai no crearon un comunismo que emancipase verdaderamente a las mujeres, sí promulgaron muchas políticas progresistas que marcaron una diferencia en la vida de las mujeres soviéticas y, como argumentó Kristen Ghodsee, presionaron a los gobiernos capitalistas de todo el mundo para hacer lo mismo.
En marzo de 1917, pocos meses antes de la revolución, Lenin escribió a Kollontai una carta cálida y entusiasta, llena de promesas sobre el mundo que estaban construyendo juntos. Utilizó rótulos respetuosos pero efusivos —tanto «Suyo» como «Todo lo mejor»— e incluso una exclamación: «¡Le deseo mucho éxito!». En aquel momento, Lenin reflexionaba sobre el poder que estaban construyendo entre la clase trabajadora para ganar «pan, paz y libertad». Hoy esto funciona como recordatorio de la potencialidad de una camaradería y de unos ideales que el mundo sigue necesitando desesperadamente.
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