Franco Berardi
Il Manifesto
Lo que está sucediendo en Francia es extremadamente importante. Para todos. De este movimiento amplio, radical y decidido que se está desarrollando ya desde junio (que ha sacado a la calle a millones de personas, por cuatro ocasiones y en pocos meses) podría venir la primera respuesta victoriosa contra la dictadura financiera que se ha constituido en Europa tras la crisis griega y el diktat del directorio Trichet-Merkel-Sarkozy, y que aspira a imponer medidas unificadas de ataque contra el salario y contra la sociedad en nombre de la competitividad.
El movimiento francés contra la prolongación del trabajo y el retraso de las pensiones, reunido en la cuarta jornada de movilización general, gana fuerza y afronta el choque con el gobierno de Sarkozy. Es la primera vez en Europa que un movimiento amplio toma como objetivo el dogma central de la prolongación del tiempo de vida-trabajo, sanctasanctórum del conformismo económico de la era tardo-liberal.
El dogma dice así: a causa de la prolongación del tiempo de vida y de la reducción de la natalidad, los países europeos se encaminan hacia una trágica situación, en la que unos pocos jóvenes deberán mantener a un montón de jubilados ociosos. Para evitarlo, debemos prolongar el tiempo de trabajo de los ancianos. A esta indecencia le llaman “pacto entre las generaciones”, y pretenden que todos creamos en la necesidad de trabajar durante más años para ayudar a la nueva generación.
Esta filosofía, impuesta por todos lados con la activa colaboración de las izquierdas y de los sindicatos, se basa en una premisa errónea, incluso falsa. Para empezar, la productividad media ha crecido cinco veces en los últimos cincuenta años. Con lo que la reducción de la unidad de trabajo no es un problema. Muchos menos jóvenes pueden producir tranquilamente lo necesario para muchos viejos, si la cuestión fuese sólo ésta. Pero no lo es en absoluto. Detrás del juego de las tres cartas se oculta, de hecho, un proyecto bien diferente, que consiste en imponer un aumento del tiempo de trabajo (más horas extraordinarias, pleno empleo de las instalaciones, sábado de trabajo, retraso indefinido de la edad de jubilación) y, en consecuencia, una reducción de la ocupación.
Con el cuento demográfico se aspira, pues, a mantener a los jóvenes en condiciones de subempleo, obligándoles a aceptar cualquier trabajo precario e infrapagado, mientras los ancianos se ven obligados a trabajar mucho más allá de la fecha establecida en su contrato originario de empleo.
La finalidad de la prolongación del tiempo de trabajo no tiene nada que ver con una exigencia productiva, sino que es la consecuencia de reglas financieras que actúan como una jaula, transformando en Europa la riqueza en miseria y la potencia en miedo. La desregulación sólo vale cuando sirve para atacar al salario, pero cuando sirve para aumentar la explotación, las reglas son, sin embargo, rigidísimas e indiscutibles.
Los trabajadores y los estudiantes franceses lo han entendido perfectamente. Han entendido que prolongar el tiempo de trabajo de los ancianos, en un periodo de reducción de la ocupación, significa reducir a los jóvenes a las condiciones del desempleo y el precariado. Si la sociedad francesa logra quebrar este dogma en Europa, se abrirá una fase nueva. En todas partes, empezando por Italia, podrá nacer un movimiento por la reducción del tiempo de vida-trabajo, por un adelanto de la edad de jubilación, por una reducción del horario semanal de trabajo. Si se quiebra el dogma en ese punto, todo volverá a ser posible.
En la manifestación del sábado y, sobre todo, en las semanas que le sucederán, debemos tener claro que la cuestión planteada por la Federación Italiana de Obreros Metalúrgicos (derechos laborales y defensa del salario) y la cuestión planteada por el movimiento de estudiantes e investigadores (recursos para la escuela pública, bloqueo de la devastadora reforma de Gelmini) no son, en absoluto, cuestiones italianas y no se pueden vencer como batallas nacionales. Sólo un movimiento europeo detendrá la ofensiva financiera contra la sociedad. Sólo un movimiento europeo nos liberará de los tiranuelos locales que llevan por nombre Tremonti o Berlusconi.
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