Editorial
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El anuncio de un referéndum en Grecia sobre el plan de rescate aprobado el pasado jueves por la eurozona provocó el desplome de las bolsas europeas, la urgente llamada de Bruselas a Grecia a cumplir sus compromisos y el pánico en el seno del propio Gobierno griego. Sin embargo, la posibilidad de que ese referéndum se lleve a cabo no está tan clara. Ayer seis miembros del PASOK, el partido gobernante, pidieron la dimisión del primer ministro, Yorgos Papandréu. En esa situación, será difícil que el primer ministro logre en el Parlamento la mayoría suficiente para la convocatoria del referéndum, y no sería descartable la convocatoria de elecciones previa moción de confianza.
El referéndum, procedimiento impecablemente democrático, es más necesario cuando lo que se ha de decidir es el futuro del país. No obstante, la propuesta de Papandréu sugiere una pregunta: ¿por qué ahora? ¿Por qué ahora y no antes de entrar en la dinámica de rescates y recortes laborales y sociales? Aceptar las condiciones del segundo plan de rescate conllevaría otro durísimo plan de ajuste, es decir, más recortes, y consultar a los ciudadanos cuestiones de tanta importancia es plausible. Pero en la situación actual el referéndum y un posible «no» serían muy diferentes a si se hubieran producido antes de aplicar una serie de medidas que han conllevado precarización laboral, privatizaciones a precio de saldo y desmantelamiento de servicios sociales.
Las presiones de la eurozona, ciertamente, fueron notables entonces, especialmente por parte de Alemania y el Estado francés, donde se ubican los mayores acreedores de Grecia, y lo son ahora ante la posiblidad del referéndum, pues un «no» significaría, además de la quiebra griega y la probable salida del euro del país, una gran crisis política en la eurozona y nefastas consecuencias en el sistema financiero. Sin embargo, la dinámica de los rescates y subsiguientes recortes a quien castiga es a los ciudadanos griegos, que están pagando una pesada deuda que no es suya.
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