Página 12
Sí que pasan cosas en el mundo. La revuelta juvenil en Irán que cuestiona la reelección del presidente Ahmadinejad; la propuesta inviable del primer ministro israelí que, quizá por primera vez, dice “Estado palestino”; las sanciones de la ONU a Corea del Norte por sus ensayos nucleares y otros estrépitos asordinan los movimientos destinados a crear polos de poder económico alternativos al de EE.UU. Por ejemplo, las dos reuniones que tuvieron lugar esta semana al pie de los Urales en Ekaterimburgo. Se llamó Sverdlosk bajo el régimen soviético y no es cualquier ciudad: allí fueron fusilados el zar y su familia en una fría madrugada de julio de 1918 y allí cayó abatido en mayo de 1960 el U2 espía que piloteaba Gary Powers. Hoy la historia es otra.
Los líderes de los seis países que integran la Organización de Cooperación de Shanghai (OCS) –China, Rusia, Uzbekistán, Kirguistán, Tadjikistán y Kazajstán– examinaron las posibilidades de mutuo intercambio al margen de la esfera estadounidense. El martes 16, el anfitrión, Dimitri Medvedev, inauguró el encuentro –al que asistieron Irán, India, Pakistán y Mongolia en calidad de observadores– y urgió a la Organización a emplear las respectivas monedas nacionales en los pagos recíprocos del comercio intra-OCS y tal vez una divisa supranacional en el futuro. Dólares no.
El presidente Medvedev lo dejó claro en sus declaraciones en la conferencia de abril del G-20 y en el Foro Económico Internacional del 5 de junio último: calificó de artificial el sistema unipolar, basado en “un gran centro de consumo financiado por un déficit cada vez mayor y por deudas cada vez mayores, sin las reservas de divisas que antes poseía y con un régimen dominante de evaluación de bienes y riesgos” (Johnson’s Russia List, 8-6-09). Dicho de otra manera: Rusia no quiere seguir subsidiando el presupuesto estadounidense que, entre otras cosas, alimenta el cerco militar de Eurasia, las guerras en Medio Oriente y un escudo antimisiles a dos pasos de Moscú.
El nudo de la cuestión para la OCS es la capacidad de EE.UU. de imprimir cantidades ilimitadas de dólares que pagan sus importaciones, compran empresas y bienes inmuebles en otros países, mantienen más de 750 bases militares en todo el planeta y terminan en los bancos centrales extranjeros creándoles una disyuntiva de hierro: o subordinación al dólar de la moneda nacional, con las consecuencias por todos conocidas, o “reinversión” en bonos del Tesoro de EE.UU. de bajo interés. Hay cuatro millones de millones de estos bonos entre las reservas de divisas de bancos centrales de todo el mundo. El contribuyente norteamericano no es, desde hace décadas, quien financia al Pentágono y amengua una buena parte del déficit presupuestario de EE.UU. sino las obligadas inversiones foráneas en bonos del Tesoro.
Los países de la OCS desean utilizar sus monedas nacionales –así se beneficiarían de los créditos mutuos– y aplicar el método con otras naciones. China pactó acuerdos comerciales con Brasil y Malasia en yuanes renminbi (Wall Street Journal, 6-09). Zhou Xiaochuan, gobernador del Banco Popular de China, declaró oficialmente que su cometido es crear una reserva de divisas “independiente de cualquier nación individual” (Financial Times, 19-5-09). EE.UU. es el mayor deudor del concierto internacional, pero no parece dispuesto a autoimponerse las reglas de austeridad que el FMI propina a los demás.
El mismo martes 16 nació el BRIC, acrónimo de Brasil, Rusia, India y China, y también en Ekaterimburgo, donde mantuvo su primera reunión. Tal vez sea el único bloque multilateral inventado por un analista de inversiones bancarias, Jim O’Neill, de Goldman Sachs, que en 2001 creó la sigla y explicó que esos cuatro países dominarán la economía mundial en el próximo medio siglo. La declaración final que éstos emitieron dice textualmente: “Creemos muy necesario tener un sistema de divisas estable, de fácil pronóstico y más diversificado” (Wall Street Journal, 16-6-09). Igualito que la OCS y una nueva presión contra el dólar.
El crecimiento económico de los integrantes de BRIC es evidente. En una década duplicaron su participación en el producto mundial: pasó de 7,5 por ciento en los ’90 a más del 15 por ciento en 2008 (Financial Times, 15-6-09). Se acentúa el contraste entre la declinación de las economías superdesarrolladas del G-7 y la emergente de grandes países latinoamericanos y euroasiáticos. Los perfiles de la deuda pública de los unos y los otros así lo muestran: la de EE.UU. asciende al 80 por ciento del PBI, la de Italia a más del 100 por ciento, la de Japón al 199. Del otro lado de la mesa se encuentran, entre otros, Brasil, 45 por ciento, Indonesia 34, Corea del Sur 28, China 18 y Rusia apenas 6 (Global Research, 10-6-09). ¿El monoimperio tendrá entonces que achicarse?
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