Sudamérica Rural
Desde hace al menos dos décadas está en agenda la reflexión sobre el papel activo de las mujeres en los sistemas de producción de alimentos en el mundo habiéndose logrado hasta el momento actual un reconocimiento explícito de ese aporte. Sin embargo, persisten vacíos de información que muestren explícitamente la cuantificación de esos aportes y, en directa relación con esa ceguera estadística, deficiencia, cuando no ausencia, de políticas de género en el área y persistencia de actitudes discriminadoras. De estas tensiones se ocupa el presente artículo, cuya autora, la antropóloga boliviana Claudia Terrazas, es parte integrante del equipo de investigación del IPDRS.
“Las mujeres no somos las salvadoras del planeta ni las representantes privilegiadas de la Naturaleza, pero podemos contribuir a un cambio sociocultural hacia la igualdad que permita que las prácticas del cuidado, que históricamente fueron sólo femeninas, se universalicen, es decir, que sean también propias de los hombres, y se extiendan al mundo natural no humano” (Alicia Puleo, 2009).
El abordaje de la participación de la mujer en el plano económico desde una visión de género permite visibilizar el impacto de la pobreza en la vida de las mujeres y las condiciones de desventaja en lo que respecta al ejercicio de sus derechos económicos. Las dificultades y barreras en el plano económico convierten a la mujer en uno de los eslabones más vulnerables de la cadena social.
Paradójicamente, la contribución económica de las mujeres en los hogares es cada vez mayor. Muchas dejan labores domésticas no remuneradas, que incluyen la agricultura familiar, para ingresar al mercado de producción agrícola. Otras veces, en cambio, sobrecargan su trabajo ya que desarrollan un papel activo en el mercado sin abandonar sus responsabilidades domesticas, lo cual genera que su participación en el mercado de la producción agrícola sea de forma intermitente, debido a la crianza de los hijos y las labores del hogar, que van en detrimento de su experiencia y desenvolvimiento en las dinámica del mercado.
Esta situación ocurre debido a que las mujeres se ubican principalmente en el espacio reproductivo, centrando su papel en la atención y cuidado de la familia, un ámbito que no genera ingresos, por tanto es considerado escaso y sin reconocimiento social. En contraposición, la sociedad reconoce el papel de los varones que protagonizan casi en exclusividad un papel en el contexto productivo con un importante reconocimiento social.
Cabe agregar que la participación en el mercado de producción agrícola se da en condiciones de desigualdad jurídica en cuestión de derechos laborales, acceso y control de la tierra, acceso a créditos o servicios de financiamiento que limita su poder de negociación y dificultan el desempeño de sus iniciativas y autonomía. En muchos casos su articulación a los mercados se da en contextos donde las barreras son pocas pero pocos también son los beneficios.
Desenrollando la madeja
Una de las principales aproximaciones a la problemática alimentaria promueve la sensibilización por parte de la sociedad y entre las mismas mujeres, sobre el reconocimiento del aporte de las mujeres en el proceso de producción de alimentos. La líder chilena Francisca Rodríguez Huerta, dirigenta de la Asociación Nacional de Mujeres Rurales e Indígenas (AMARURI) en un encuentro del 2009 en Santiago de Chile hacía referencia al respecto: “Creo que hoy en día una de las cosas más importantes que han sucedido es mirarnos a nosotras, el que nos mire el resto de la sociedad y que nos reconozcan en la importancia en la agricultura y en la producción de alimentos (…)” (Reel Story Films, 2009).
Sin embargo, ese reconocimiento no ha sido acompañado con la identificación y reducción de las dificultades que enfrentan las mujeres dentro del actual sistema alimentario respecto al acceso a los recursos de producción, a mejores condiciones en el mercado laboral, planificación familiar y reconocimiento como sujeto político entre algunos.
Un debate virtual organizado por la Agencia Internacional de Cooperación Oxfam durante las dos últimas semanas del mes de noviembre de este año 2012 retomó la reflexión a partir del evento titulado: “Diez expertas, diez ensayos, un tema: Un sistema alimentario que funcione para las mujeres”, en el que se plantearon aspectos que permiten identificar algunos contenidos importantes de contribución a la construcción de un sistema alimentario con rostro de mujer. Que vaya en consonancia al reconocimiento de los aportes que realizan las agricultoras.
Algunos de los aportes se pueden encontrar en las cifras, por ejemplo, en general ellas realizan el 60% de la producción y, sin embargo, apenas cuentan con el 8% de la titularidad de la tierra. A nivel regional también se muestran esas brechas, como en Colombia, donde el 55% de los hogares rurales pobres están encabezados por mujeres; en Perú el 80% de la fuerza de trabajo en los hogares rurales lo aporta la mujer; en Ecuador, el 32% de las fincas de menos de cinco hectáreas pertenece a mujeres, frente a sólo el 9% de las fincas de más de 50 hectáreas, cuya propiedad la ostentan hombres; en Brasil, el 14% de las explotaciones de la pequeña agricultura están dirigidas por mujeres. En todo el mundo ellas son responsables de producir entre el 60 y el 80 % de los alimentos que se consumen (OXFAM, 2012).
Gestoras integrales
Un primer aspecto fundamental se basa en el reconocimiento y la valoración del trabajo que llevan a cabo las mujeres agricultoras en distintos lugares y contextos del mundo, basado en las destrezas adquiridas a partir de prácticas tradicionales que han desarrollado en la producción y gestión de alimentos, lo que las convierte en gestoras integrales de los mismos. La intervención de la mujer en la producción de los alimentos está presente en todos los ámbitos de la vida en sociedad, desde el hogar hasta la agricultura, la recolección y crianza de los animales. En cada uno de estos espacios las mujeres intervienen con prácticas aprendidas de sus madres desde la infancia, que en general tienen principios de sostenibilidad.
En ese sentido, hablar de alimentación y su evolución en las culturas constituye uno de los mayores procesos creativos de la humanidad, encabezados históricamente por mujeres, quienes con esto han contribuido a la preservación de culturas alimentarias y han desplegado estrategias en ámbitos de acceso limitado, para mejorar la alimentación de sus familias. En muchos casos, por la defensa de la alimentación familiar, ellas pusieron en marcha estrategias que ocultaban altos índices de desnutrición entre las propias mujeres, evidenciando la vulnerabilidad alimentaria a la que están expuestas.
Muchos ejemplos muestran la participación activa y crucial de las mujeres en la gestión de los recursos alimentarios. En esa variedad destaca la gestión de las semillas, al respecto la filosofa feminista Vandana Shiva en el artículo “Las semillas en manos de las mujeres” (OXFAM, 2012) propone como punto central la liberalización de las semillas y la consecuente valoración del conocimiento que tienen las mujeres respecto a la biodiversidad, que las convierte en las gestoras de semillas por excelencia. Las semillas en manos de las mujeres se constituyen, entonces, en el primer principio de justicia alimentaria y de género, en contraposición al sistema alimentario agroindustrial de la actualidad, basado en el monocultivo y el confinamiento de las semillas.
Un ejemplo interesante se da en la región andina de Bolivia donde las mujeres son las encargadas de salvaguardar las semillas que se denominan ispallas, que quiere decir la madres de las semillas de papa. Estas semillas se caracterizan por sus formas diversas, por lo que cada familia agricultora cuenta con sus propias ispallas, las mismas que pueden permanecer en el hogar hasta tres generaciones o más, constituyéndose casi en un miembro más de la familia. Las mujeres son las encargadas de guardar las semillas y de mantenerlas en optimas condiciones, para lo cual realizan los rituales tradicionalmente establecidos durante el tiempo de las cosechas, que incluyen la ch´alla (bendición) con alcohol, hojas de coca y cebo de llama, en agradecimiento por los alimentos que otorgan. El rito se conoce como la fiesta de las ispallas.
No obstante, resulta paradójico que aportes como éste y otros de las mujeres a la alimentación hayan sido menospreciados, invisibilizados y muchas veces calificados como causantes del confinamiento de la mujer. Por ello se plantea volver a pensar el papel de la mujer dentro de la producción alimentaria por su potencial en la generación de alternativas en la lucha contra la inseguridad alimentaria y revelando una forma de su empoderamiento en los ámbitos familiar y en la sociedad.
Liderazgo desde la acción colectiva
El trabajo colectivo de las mujeres para defender sus intereses comunes continua siendo la herramienta primordial para visibilizarla como actor político en distintos niveles, que transitan entre los ámbitos local o municipal, intermedio, regional o departamental y nacional, ante el desconocimiento y la ausencia de sistematización de iniciativas y experiencias que están llevando a cabo diversas organizaciones en la búsqueda de liderazgo. Estas acciones deben ir acompañadas de políticas y programas que promuevan cambio de las actitudes tradicionales en favor de otras, más receptivas hacia la liberalización del tiempo que destinan las mujeres a las responsabilidades del cuidado de la familia, para permitirles mayor tiempo destinado a la organización política y al fortalecimiento de su liderazgo.
En esa lógica es necesario tomar en cuenta la necesidad del fortalecimiento de la pequeña agricultura, donde se ubican algunas de las principales prácticas productivas de las mujeres y donde en gran parte se les ha negado su contribución como agricultoras, jefas de familia y su aporte en la economía que, en muchos casos, ha logrado generar importantes fuentes laborales.
En ese sentido, es estratégico reformular las políticas y programas asistencialistas que, en muchas ocasiones, omiten las diferencias estructurales y de género, al no realizar una contabilización del trabajo cotidiano de las mujeres, tal es el caso de los censos agropecuarios, que no incorporan información desagregada por género o la tienen en medida escasa. Por ello se recomienda con urgencia la construcción de nuevos indicadores que expresen en el ámbito de la producción agropecuaria aspectos de la situación de las mujeres. A la par queda la tarea de potenciar la participación de las mujeres en las estructuras organizativas y apoyar proyectos de desarrollo concebidos, gestionados y dirigidos por ellas.
¿Qué hacer?
Resulta importante indagar sobre aquellas experiencias que hayan generado resultados positivos en favor de la autonomía económica de las mujeres. Igualmente importante es conocer y responder a las necesidades de las mujeres a través del diseño y fortalecimiento de estrategias integrales que articulen distintos ámbitos como el económico, productivo, doméstico, social y desde las políticas públicas. El eje central de estas acciones debería ser la promoción de la autonomía económica de las mujeres acompañadas del fortalecimiento de sus liderazgos y de su participación política.
Finalmente, una respuesta articulada, desde la perspectiva de género, implica reconocer y tomar en cuenta la diversidad de mujeres con experiencias diferenciadas de pobreza, exclusión y vulnerabilidad. Hasta aquí, solo unas cuantas pistas, porque el camino es largo y los desafíos son diversos, pero la realidad muestra que se trata de esfuerzos que valen la pena y que rinden frutos para mejorar la sociedad.
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