segunda-feira, 16 de maio de 2011

El holocausto español



Josep Fontana
Público


La proximidad de la fecha en que se cumplen 75 años del inicio de la Guerra Civil española ha estimulado la publicación de una serie de estudios que enriquecen nuestro conocimiento no solo de su génesis, sino también de su naturaleza. Tal es el caso de La conspiración del general Franco, de Ángel Viñas, que complementa la gran trilogía sobre la República en guerra que publicó de 2006 a 2009. O el de Violencia roja y azul, el estudio colectivo dirigido por Francisco Espinosa, que ha venido a dejar establecida la cifra de los muertos por la violencia en 50.000 para el bando republicano y 150.000 para el franquista.

Entre todos estos libros, sin embargo, me parece que conviene destacar El holocausto español, de Paul Preston, que culmina con esta obra cuarenta años de dedicación al estudio histórico de España, desde The Spanish Right under the Second Republic: an Analysis, aparecido en Reading en 1971, que sería un anticipo de su Spain in Crisis de 1976, hasta su biografía de Franco, que sigue siendo una obra de referencia indispensable.

Preston describe y estudia la represión en uno y otro bando, pero sus objetivos van más allá: una vez averiguado lo que les sucedió a las víctimas civiles, nos dice, es necesario averiguar por qué, establecer las causas últimas de la violencia que sufrieron y sacar a la luz las razones que guiaban a sus verdugos. Que una vez desencadenada una guerra se produzcan actos de ferocidad en uno y otro bando es algo que ha sucedido siempre y en todas partes, y que no requiere mayor explicación. Como decía hace muy poco Luke Mogelson “hay una bestia en el corazón de cada combatiente”, sin olvidar que cada muerte se convierte en la semilla de una venganza. Lo que es más importante, porque ahí reside la mayor de las responsabilidades, es determinar los motivos y el propósito de quienes han escogido el camino de la guerra, y está claro que la única forma en que podemos entender la que se inició en 1936 debe basarse en el análisis de lo que sucedió desde 1931.

Preston, cuyos primeros trabajos estuvieron dedicados precisamente al estudio de las derechas españolas en los años de la República, está especialmente calificado para analizar el enfrentamiento social que se inició con motivo de los programas de reforma de los dos años de gobierno republicano-socialista, y para mostrarnos la reacción que llevó a los “teóricos del exterminio” a preparar desde entonces una represión sistemática, encaminada a destruir hasta sus raíces la trama social en que se había asentado el proyecto republicano.

Entre las primeras víctimas de lo que Queipo de Llano llamaba el “movimiento depurador del pueblo español” figuraron los alcaldes, los concejales y los sindicalistas, pero también los maestros. Porque, como se decía en un artículo publicado en la prensa de Sevilla en los primeros días del “alzamiento”: “No es justo que se degüelle al rebaño y se salven los pastores. Ni un minuto más pueden seguir impunes los masones, los políticos, los periodistas, los maestros, los catedráticos, los publicistas, la escuela, la cátedra, la prensa, la revista, el libro y la tribuna, que fueron la premisa y la causa de las conclusiones y efectos que lamentamos”. Tantos eran los enemigos que había que depurar.

Haber desentrañado los orígenes de este proyecto genocida de los sublevados, que desde los primeros días expresaron su voluntad de “aniquilar” a todos estos enemigos, es uno de los grandes méritos del libro de Preston, que lo elevan por encima de la mayor parte de la abundante literatura que se ha dedicado a la represión.

Arrinconada, por haber agotado su credibilidad, la visión franquista de la Cruzada, lo que en la actualidad la sustituye es el revisionismo del “todos fueron igualmente culpables”, en la línea de Ernst Nolte con el nazismo, del que pueden ser ejemplo el libro de Fernando del Rey, Palabras como puños: la intransigencia política en la Segunda república española, o la feroz crítica contra el de Preston que Jorge M. Reverte publicó en El País el 12 de mayo, con más exabruptos que argumentos, y en un tono que no parece que corresponda al crédito personal que Reverte puede oponer a la trayectoria académica e investigadora de Preston.

Uno de los fallos esenciales de su crítica es que se limita a lo sucedido desde julio de 1936, cuando Preston ha dedicado cuatro de los 13 capítulos de su libro a los antecedentes. Déjeme decirle además que lo de la “liquidación sistemática de pequeños comerciantes en Cataluña” es un camelo. Mi padre era un pequeño comerciante, que no solo no fue liquidado, sino que no sufrió más molestia que la de los bombardeos, frecuentes en el barrio en que vivíamos, que nos obligaron a muchas huidas nocturnas en busca de un refugio (bien el de la Generalitat, bien los túneles de las estaciones de metro de la plaza Catalunya). La librería de mi padre estaba en la calle Boters, y no recuerdo que ni el dueño del “colmado” de al lado, ni el de la “mercería” de enfrente sufrieran daño alguno; ni siquiera los de una “cerería” y una “estampería” vecinas, negocios que respondían a la cercanía al palacio episcopal y a la catedral.

Sacar la Guerra Civil del contexto del enfrentamiento social que se produjo como consecuencia del proyecto reformista de los republicanos de izquierdas implica condenarse a no entender su misma naturaleza.

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