segunda-feira, 16 de fevereiro de 2009

"El año del pato cojo": una teoría que cojea


Antonio Cortés Terzi
Centro de Estudios Sociales Avance

Una cuota no menor de intelectuales y de creadores de opinión chilenos tiene una fuerte influencia político-cultural estadounidense, merced a estudios y/o actividades laborales realizadas en ese país. En general, ese dato no debería ser considerado como negativo. Las relaciones interculturales son positivas para la edificación de la intelligentzia de cualquier nación. Y EE.UU. es una fuente casi inagotable de sapiencia multicultural, sapiencia que circula por los más variados y distintos ámbitos del conocimiento y la cultura.

Sin embargo, no son pocos los intelectuales “chileno-norteamericanos” que sí plantean algunos problemas “negativos” para las ciencias sociales y para la política nacional. Lo que se debería, en lo grueso, a dos cosas:

La norma más común es que no se empapan de la rica y heterogénea cultura norteamericana, sino de discursos y pensamientos particulares que se encuentran en ámbitos universitarios (y elitarios) y que no responden a la integralidad de lo cultural norteamericano, sino a algunas de sus parcialidades intelectuales que conviven conflictivamente con varias otras.

La afición por proyectar linealmente hacia lo nacional los conocimientos adquiridos, que, aparte de sesgados, son propios, en su concretidad, de la historia-cultural que los parió y que, a veces, poco o nada tienen que ver con la historia cultural chilena. Con esa afición terminan por construir conceptos y hasta cuerpos conceptuales inadecuados para interpretar la realidad objetiva (siempre nacional) y, lo que es peor aún, terminan por estructurar lógicas de pensamiento artificiales y que, no obstante, devienen en “realidad operativa”, puesto que esa artificialidad, por la vía comunicacional, convoca a acciones y discursos de la política y de la intelectualidad.

Uno de los conceptos arbitrarios más “exitosos” introducidos por los intelectuales “chileno-norteamericanos” es el de “el año del pato cojo”, en referencia a la pérdida de poder de un gobierno en su último año. Aparte que en ese concepto hay mucho de vulgar sentido común, debe considerarse que está en íntima relación al sistema político norteamericano y a costumbres enraizadas en su política. Ergo, su uso en Chile resulta forzado y escasamente útil desde una óptica analítica rigurosa.

En efecto, en EE.UU. el sistema político permite la reelección consecutiva y por una sola vez del Presidente. Cuando un Presidente, luego de su primer mandato, pretende repostularse, difícilmente aceptará que su último año se convierta en “año de pato cojo”. Luego, si ese mismo Presidente es reelegido, es obvio que el último año de su segundo mandato será de simple despedida porque ahí termina su carrera política. Ahí sí cabe lo del “pato cojo”.

Pero qué tiene que ver todo aquello con el sistema político chileno. En Chile no está permitida la reelección en períodos sucesivos, pero si existe la posibilidad que un ex-Presidente vuelva a ser candidato, ergo, retorne a la presidencia. Para ello basta que deje pasar un mandato posterior al suyo.

Este dato, de apariencia nimia, es, al contrario, decisivo para desechar el valor de “la teoría del pato cojo”. Salvo por razones de edad, un Presidente o una Presidenta en Chile no tiene la obligación de dar por agotada su vida política al finalizar su gestión. Por lo mismo, no tendrá, a priori, la predisposición para dejarse arrebatar poder una vez que comienza su último año de gobierno. Ese es un lapso en el que efectivamente puede ver mermado su poder, pero eso no es a causa del “cuento” del pato cojo, sino del funcionamiento de las leyes “naturales” de la política. Además, habría que precisar qué se entiende por poder y pérdida de poder y habría que discutir cuáles son los poderes que realmente importan para mantenerse como protagonistas de la política.

Marx escribió que “la verdad era una cuestión a demostrar en la práctica”. Y al parecer la práctica del último año de gobierno de Michelle Bachelet, desmentirá la “verdad” de “la teoría del pato cojo”.

Aquí se sostiene la hipótesis –y si se quiere la apuesta- que en el tramo final, la Presidenta va a sorprender en materia de poder. Hipótesis que se abrevia en los siguientes argumentos:
Primero: que la campaña electoral se desenvolverá en plena crisis económica hace que su manejo será un verdadero factótum en el proceso y en los resultados electorales. Y es evidente que en el control y manejo de la crisis el gobierno será el principal protagonista y, dentro de él, por supuesto, la Presidenta.

En ese contexto la Presidenta será el centro de las interlocuciones no sólo con la Concertación y la oposición, sino también con los actores del mundo económico. Por lo mismo, verá potenciada su dimensión de Jefa de Estado y de representación de la unidad nacional.

Segundo: -y esto es ya observable- la crisis y sus efectos han jugado un papel “reivindicador” de dos ejes de la política gubernamental, férreamente defendidos por la Presidenta: la política de ahorro de los recursos fiscales y el impulso dado a políticas orientadas a crear un mejor sistema de protección social.

Estas reivindicaciones no sólo conllevan a un mejor reconocimiento de la gestión presidencial, sino que, además, reponen en lo público la impronta de sensibilidad social expresada por Michelle Bachelet desde el comienzo de su candidatura y que fue fundamental en su triunfo.

Tercero: no sólo el devenir y las secuelas de la crisis tenderán a generar atmósferas sociales de inquietud y de incertidumbres colectivas. El cuadro político vivido en el último año - caracterizado por desórdenes, reyertas, centrifugacidades, etc.- y el escenario electoral visualizable que, más o menos, reproducirá características similares, aportan al desarrollo de esas atmósferas masivas de incertezas. Situaciones de ese rango impelen a que la ciudadanía busque en el Estado, en sentido genérico, una instancia en la cual confiar y “refugiarse”. Y para las percepciones masivas el Estado es la Presidenta. Y si se presta atención, la Presidenta, en los últimos meses en particular, se ha cuidado de resaltar su figura de Jefa de Estado.

Y cuarto: al gobierno no sólo le queda agenda significativa y de importancia social para este año. Es previsible –y posible- que 2009 sea un año en el que la obra social del gobierno cuaje en sistemas más que en medidas y que, por lo mismo, se haga más palpable la obra en su conjunto. Si así fuera, lo natural es esperar que el prestigio de la Presidenta tenga una gran proyección, pues a la sociedad no se le han escapado las dificultades que ha tenido en el curso de su gobierno para cumplir su programa o lo esencial del mismo.

En suma, en vez de “año de pato cojo”, quizá la Presidenta tenga un año que cierre con broche de oro. En una óptica con similitudes a la aquí expuesta, Jorge Navarrete Poblete concluyó su artículo del 25 de enero en La Tercera, con la siguiente frase: “Quién lo diría…las esperanzas están depositadas en el estilo Bachelet”

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