sábado, 14 de fevereiro de 2009

Concertación: Del arco iris a los océanos


Marat Corday
Centro Avance

Ya es un lugar común irritante escuchar que la Concertación requiere renovarse si aspira a seguir gobernando. Y resulta tanto más irritante porque quienes lo repiten son por lo general dirigentes del conglomerado que todavía no se percatan que la Concertación se ha convertido en algo que no es mucho más que una entelequia. Y, como se sabe, después de largos y profundos estudios se ha concluido que las entelequias no se renuevan.

La Concertación no es una entidad renovable, simplemente, porque no es corpórea, no tiene materia ni espíritu que renovar.

La cantilena de que la Concertación es el encuentro entre el humanismo cristiano y el humanismo laico y, además, un programa de gobierno, se ha transformado en una retórica gastada y que deja a la Concertación en el mismo estado de entelequia. Se podría hacer una larga lista de los muy distintos pensamientos que pueden ser identificados como humanismos laicos o cristianos. Y los programas de gobierno pueden hacer converger a sujetos de las más variadas latitudes ideológicas y es factible que en su elaboración las encuestas tengan una influencia mayor que las doctrinas. Es decir, ni los humanismos ni los programas de gobierno le quitan la condición de entelequia a la Concertación.

El concertacionismo es cada vez más un fenómeno muy curioso. Probablemente no hay ningún concertacionista que no esté inconforme con la Concertación. Y lo mismo ocurre con los partidos. Todos ellos se quejan que, por culpa de su adscripción a la Concertación, se han desperfilado, han perdido sus ancestros y sus cualidades identificatorias. Los de izquierda se sienten trasladados hacia el centro y los del centro hacia la izquierda. Y el partido del “progresismo moderno” se percibe aprisionado entre aliados premodernos.

La Concertación, se decía, no se puede refundar porque es una entelequia. Pero sí se pueden reconstruir los partidos que cohabitan bajo su nombre. Son corpóreos y se supone representan culturas-políticas históricas y sólidas, ergo, capaces de aventurar procesos de actualización.

A partir de cada uno de esos procesos tal vez volvieran a encontrarse renovadamente en una figura que podría conceptualizarse como centro-izquierda o izquierda-centro, conservando incluso el mismo nombre de fantasía, Concertación, pero esta vez sin arco iris, porque, según ha trascendido, los arco iris tampoco existen, son ilusiones ópticas.

El problema que plantea esta sugerencia surge de una duda, ¿por qué los partidos tampoco se han renovado, pese a sus propias e insistentes auto convocatorias?

Y aquí parece que se llega a un tema espinudo. Cualquier buena y sana renovación partidaria incluye recambios de las elites dirigentes. Recambios de verdad y no legados a delfines.

Pero esa medida resultaría un tanto extrema. Innovar en concepciones, discursos, estilos, etc., cabe dentro de los límites aceptables de una renovación partidaria. Pero cambiar de elite eso ya es anti-sistémico. Y en Chile, alterar lo sistémico en un partido es introducir una perturbación a la política sistémica nacional.

Por supuesto que ahí se frustra la sugerencia porque entran a tallar cuestiones como la gobernabilidad, los equilibrios macro-económicos, las relaciones institucionales, etc. O, sea, puras cosas que asustan a un simple mortal.

Don Eduardo, todavía precandidato, pero, tesonero como es, promueve su candidatura ofreciendo renovaciones del país, del programa, de la política, de las dirigencias, de las autoridades, etc. ¿Podrá realizar todo eso con la entelequia, con los partidos, con las elites actuales, etc.? ¿O tendrá su fe y su confianza depositadas en los Océanos Azules y más en los Océanos que en los azules?

Sólo él lo sabe.

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