Página 12
Aquellos viejos villanos, los peores del barrio, los que hacían el trabajo sucio de los señoritos, los militares, han sido descartados. Las elites ya no entregan a sus filas a ninguno de sus hijos. No hay dobles apellidos y ya no son invitados a las reuniones conspirativas de los grandes señores que a veces ya los miran con cierta desconfianza. Los golpes militares, aquella pesadilla infinita, han caído en el desprestigio, perdieron glamour, han pasado de moda. Ahora se habla de golpes blandos.
El golpe blando consiste en travestir a una minoría en mayoría, amplificar sus reclamos, crispar las controversias y enfrentamientos y desgastar a la verdadera mayoría que gobierna, hasta hacerla caer por medio de alguna farsa judicial como fue en Honduras, o parlamentarista, como en Paraguay o forzando una intervención extranjera como se pretende hacer en Venezuela. Es más complicado que los golpes militares, pero, a diferencia de ellos, tiene el colorido de estos tiempos, con sus arquetipos de tiranuelos bananeros en el bando de los malos, y un bando de los buenos con sus arquetípicos luchadores por la libertad, con sus simulacros de épicas remasterizadas y con sus falsos discursos de heroísmos ciudadanos, todos ellos, buenos y malos, diseñados como protagonistas de una película de acción clase Z por las grandes herramientas de dominación: las corporaciones mediáticas.
En otras épocas, la derecha le reclamó con razón a la izquierda por su poca vocación democrática. Pero cuando las izquierdas populares no elitistas ni vanguardistas se volcaron a la democracia y ganaron elecciones, han sido las derechas las que no aceptaron el juego democrático.
Las derechas tienen siempre a su favor el poder económico y el gran poder de la época: los supermedios. Las izquierdas han legitimado con votos sus gobiernos y son reacias a sostenerse por la fuerza porque valoran esa legitimidad que fundamenta sus mandatos. Son movimientos cualitativamente diferentes a los de sus orígenes del siglo XX. Han desarrollado una práctica electoral que antes apenas tenían. Han perdido elecciones y se han mantenido en la oposición en marcos institucionales. Han ganado elecciones con mucho esfuerzo y, a diferencia de los viejos sectarismos, han desarrollado estrategias con mucha flexibilidad y amplitud, han gestionado con mayor o menor eficiencia, y han formado cuadros de gestión de los que antes carecían. Son calidades que no eran muy características de las izquierdas o progresismos o movimientos nacionales y populares del siglo XX. Y esencialmente son calidades de la democracia.
Estas corrientes políticas latinoamericanas han crecido en calidades democráticas y han sido refrendadas electoralmente varias veces. En Chile volvió el socialismo con Michelle Bachelet después del gobierno derechista de Sebastián Piñera, en El Salvador ganó por segunda vez la vieja guerrilla del Farabundo Martí y esta vez con un ex comandante guerrillero como candidato.
El voto democrático es el principal aliado de estos gobiernos. Entonces desde la derecha dicen que la democracia no es solamente el voto. Lo cual es cierto. Si la mayoría que gobierna no respeta a las minorías, hay una democracia imperfecta. Pero si sucede al revés, si las minorías quieren imponerse sobre las mayorías que ganaron elecciones, ya ni siquiera es una democracia imperfecta, sino que es una dictadura. De eso se tratan los golpes blandos.
En abril del año pasado en Venezuela, por ejemplo, Nicolás Maduro ganó por escaso margen las elecciones presidenciales a toda la oposición nucleada detrás de la candidatura de Henrique Capriles. Sin ningún prurito democrático, al perder por escaso margen, el candidato conservador desconoció el triunfo legítimo de su adversario. Y fue respaldado por una campaña internacional de los grandes medios para que nadie reconociera al gobierno de Maduro. Hasta hoy en día, la Casa Blanca no lo ha hecho. La oposición y Washington creían que esa escasa ventaja a favor del bolivariano desaparecería rápidamente y quedaría como un gobierno débil, vulnerable a cualquier acción destituyente.
Tres meses después de las elecciones presidenciales hubo elecciones municipales. En una situación muy desfavorable, tras la muerte de un líder carismático como Hugo Chávez, al que debió reemplazar, y con muchos problemas en la economía, Maduro no sólo no perdió esa ventaja sino que la amplió a más de diez puntos y más de un millón de votos. Fue un desastre para la oposición, que creía que finalmente había llegado el momento de cortar el proceso chavista.
El liderazgo de Capriles quedó resquebrajado y Leopoldo López quiso aprovecharse. Capriles sigue siendo mayoría en la oposición y sostiene una estrategia menos violenta. López es hijo de una alta ejecutiva de la organización Cisneros, el principal multimedia del país y convocó a la gente a la calle hasta “echar a Maduro”. Fueron manifestaciones violentas con barricadas y francotiradores y en ese marco también se produjeron desbordes de la represión. O sea, la minoría de la minoría está en las calles, levanta barricadas y tiene francotiradores. Pero los medios lo presentan como el descontrol de una situación social y tratan de presionar en la OEA para provocar una intervención extranjera. Eso sería un golpe blando.
Venezuela no es un paraíso, afronta problemas importantes. Al igual que todos los países latinoamericanos, ha sido cuestionada por la Comisión Interamericana de Derechos Humanos por la situación en las cárceles. Tiene un problema grave de inseguridad. Los estudiantes se incorporaron a las marchas después del asesinato de dos de ellos por delincuentes comunes. También afronta una inflación fuerte y desabastecimiento de algunos productos. Pero hay un gobierno respaldado por la mayoría de la población para solucionar esos problemas. El sector de Capriles ha insistido en que no apoyan las marchas violentas. Solamente se moviliza una minoría violenta que cuenta con el respaldo de los Estados Unidos y de los grandes medios de la región.
Para respaldar a este sector minoritario de la oposición venezolana, las principales asociaciones de editores de diarios en América latina, entre los cuales se incluyen La Nación y Clarín, de la Argentina, lanzaron el programa Todos Somos Venezuela. Participan en esa operación la Asociación de Editores de Diarios y Medios Informativos (Andiarios), el Grupo Diarios de las Américas (GDA) y el Grupo Periódicos Latinoamericanos (PAL). En estas corporaciones están representadas las cadenas latinoamericanas de grandes medios escritos. La operación consiste en que cada periódico tendrá la obligación de publicar una página titulada “Todos somos Venezuela, sin Libertad de Prensa no hay Democracia” con información que será elaborada por los medios opositores de Venezuela.
La decisión de esta corporación regional aparece casi como una confesión, aunque agreguen en un párrafo que también publicarán la información oficial. Se trata de una corporación de multimedios que avanza sobre la soberanía política de un país, conspirando abiertamente contra sus instituciones democráticas. Pone en evidencia la decisión de hacer campaña, de debilitar al gobierno de Maduro, de mostrar la imagen trucada de una supuesta pueblada y de disfrazar de mayorías libertarias a las minorías violentas.
El dispositivo mediático es como la caballería de los golpes blandos. Está poniendo toda su potencia de fuego sobre Venezuela, pero las marchas opositoras van perdiendo intensidad y la realidad más compleja de ese país empieza a filtrarse por entre esa imagen grotesca que diseña la barrera informativa. Un elemento a favor de ese proceso ha sido la decisión de los gobiernos de la Unasur que advierten el peligro institucional al que tratan de empujarlos. Los cancilleres reunidos la semana pasada en Santiago de Chile decidieron que a Caracas viajará una misión de la Unasur para respaldar las instituciones democráticas y no para hacerles el juego a los más violentos de la derecha opositora como quería el departamento de Estado norteamericano en la OEA, así como el presidente panameño Ricardo Martinelli, uno de sus operadores regionales.
Las fuerzas políticas en general comienzan a reconocer una problemática que en la Argentina se debatió intensamente con la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual. El rol antidemocrático que plantean las situaciones dominantes en el universo de la información es cada vez más evidente. Una expresión de ese proceso reactivo fue esta semana la decisión del gobierno mexicano de obligar a desmonopolizarse a Televisa, el principal multimedia de ese país y el mayor de habla hispana. La disputa por democratizar la información es la disputa por democratizar las sociedades y prevenir estos golpes blandos.
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