Juan Velázquez-Gaztelu
El País
Los aviones llegan vacíos al aeropuerto internacional de El Cairo. Los barcos que habitualmente navegan por el Nilo llenos de turistas están varados en los muelles. Tampoco hay nadie en las playas de Sharm el Sheij, un paraíso para buceadores y bañistas en la costa del mar Rojo, e incluso las pirámides de Giza tienen poca compañía estos días de suave invierno. La revuelta popular contra el Gobierno de Hosni Mubarak ha asestado un duro golpe a la industria turística, principal fuente de ingresos de Egipto, y amenaza con causar serios daños a la economía en general.
Otros sectores clave, como la banca o el comercio minorista, también están prácticamente parados. Hay multinacionales que han sacado del país a su personal extranjero, y la creciente escasez de determinados bienes de primera necesidad está haciendo subir los precios. Standard & Poor's se sumó ayer a la decisión adoptada el lunes por Moody's y rebajó la calificación de la deuda egipcia, ahogándola aún más en su nivel de bono basura. Sin embargo, la actividad era ayer normal en el canal de Suez, una importante vía de tránsito de petroleros, y el precio del crudo bajaba en los mercados mundiales. A pesar de todo, persiste la preocupación por la posibilidad de que la inestabilidad egipcia se extienda a algunos de los países productores de petróleo.
Anticuada, ineficiente y con un peso enorme del sector público, la economía egipcia estaba seriamente tocada antes de que los ciudadanos se echaran a la calle. Sus autoridades no han sabido, o no han querido, subirse al tren de las reformas emprendidas por otros países emergentes como China, India o Brasil, que han aprovechado sus altos ritmos de crecimiento para reducir las desigualdades y elevar el nivel de vida de sus respectivas poblaciones. La tímida apertura económica de los últimos años y las medidas de estímulo puestas en marcha para paliar los efectos de la crisis han sido insuficientes para reducir la pobreza, el desempleo y las desigualdades, tres factores que han avivado el fuego de la rebelión contra el rais.
Desde el punto de vista económico, los años de Gobierno de Mubarak han sido tres décadas perdidas. La convergencia en materia de renta con los países ricos apenas se ha movido en Egipto y otros países árabes como Argelia, Marruecos, Siria o Libia, estancados entre el 5% y el 10% de la media de las naciones del G-7. Sin recursos naturales que exportar, el país de los faraones ocupa el lugar 147º en renta per cápita -con apenas 2.000 dólares al año (menos de 1.500 euros)- en la lista del Banco Mundial, ubicado entre la República Democrática de Congo e Indonesia.
El país que un día fue granero del imperio romano tiene hoy que importar alimentos y subsidiarlos para dar de comer a su población. Uno de cada dos egipcios vive con menos de dos dólares al día, y muchas familias apenas subsistirían sin las remesas que envían los emigrantes, unos 9.500 millones de dólares en 2008. Millones de egipcios se alimentan casi exclusivamente de pan y ful, un guiso de judías considerado el plato nacional.
Como el resto de las economías árabes, la desigualdad es otra de las señas de identidad de Egipto. La política económica de los Gobiernos de Mubarak ha beneficiado a las élites y ha dejado al margen a las clases medias emergentes y a las masas. Ni siquiera un crecimiento económico que en los últimos años ha oscilado entre el 4% y el 5% o el reciente aumento de la inversión extranjera han sido suficientes para dar empleo a los cientos de miles de jóvenes que cada año entran en el mercado laboral. El país más poblado del mundo árabe tiene un problema crónico de desempleo. Uno de cada dos jóvenes menores de 30 años -grupo que supone más de la mitad de la población- no encuentra trabajo.
El alto índice de natalidad hace que los recién licenciados entren en el mercado laboral con pocas expectativas de desarrollo profesional. Como mucho, la mayoría debe conformarse con algún puesto burocrático o un empleo en la economía informal. La actividad económica se ha concentrado excesivamente en sectores con escasa creación de empleo, como el inmobiliario y el financiero. Y para empeorar las cosas, por la crisis financiera muchos egipcios bien formados están regresando de trabajos temporales en el golfo Pérsico.
El pasado domingo, Mubarak ordenó a su nuevo primer ministro, Ahmed Shafik, controlar la inflación, mantener los subsidios a los alimentos y crear puestos de trabajo. "Te pido que devuelvas la confianza a nuestra economía. Confío en tu capacidad para aplicar políticas económicas que se hagan eco de las preocupaciones más perentorias de la gente", dijo el presidente. Seguramente la orden llegue demasiado tarde.
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