Francis Shor
Common Dreams
"Creemos que las segundas oportunidades", declaró el vicepresidente de marketing de los Cleveland Cavaliers. Este pronunciamiento acompañó al anuncio de la oferta de trabajo presentada a Ted Williams, el indigente de la "voz de oro", voz y rostro empobrecido cuyo video se difundió en YouTube. Más allá de su elevación por los medios de comunicación a un nivel económico visible y viable, Williams se convirtió en un claro ejemplo de la compasión selectiva de la América corporativa y de su público consumidor.
Hace más de 50 años, el Dr. Martin Luther King, Jr. nos recordó que "la verdadera compasión es más que arrojar una moneda a un mendigo; no es casual ni superficial, la verdadera compasión. Se trata de ver que un edificio que produce mendigos necesita una reestructuración”. ¿Qué es este edificio que genera los millones de indigentes que pueblan nuestras ciudades? ¿Por qué la pobreza ha crecido a un nivel, sin precedentes modernos, de casi 50 millones, superando incluso las estadísticas y la realidad de lo que el Dr. King observó en la década de 1960?
Es evidente que la desigualdad, inherente al tipo de capitalismo contemporáneo que se practica en los Estados Unidos, es la fuente de esta tasa constantemente creciente de pobreza. Como señaló el crítico social recientemente fallecido, Tony Judt, en su texto fundamental, Ill Fares the Land: “La desigualdad, entonces, no es sólo poco atractiva en sí misma, sino que corresponde claramente a los problemas sociales patológicos que no podremos enfrentar a menos que ataquemos a su causa subyacente”. Sin embargo, en gran medida, seguimos paralizados por nuestra propia respuesta individualista y privatizada a esos problemas sociales.
Para agravar las cosas, de la indigencia a la pobreza, está el crecimiento descontrolado de la desigualdad en la última década. El 0,1% de los estadounidenses gana más que los 120 millones más pobres de entre nosotros. La expansión de la desigualdad es más evidente en el hecho excepcional de que el 1% de la población posee el 70% de todos los activos financieros. No sólo no hay voluntad política para enfrentar a esta enorme desigualdad, sino que, de hecho, hay un contra movimiento de los dos partidos políticos para adoptar una política de austeridad que impondrá aún más cargas financieras en la clase pobre y trabajadora de los Estados Unidos.
Esta misma clase política, controlada por las corporaciones, deliberadamente evita abordar otra fuente clave del desequilibrio económico que empobrece nuestro presupuesto federal, los gastos de mantenimiento del imperio. Más allá de los 700 mil millones de dólares del presupuesto del Pentágono, los costos de las guerras y las bases militares alrededor del mundo cuestan miles de millones de dólares. La acusación que hizo el Dr. King en el discurso citado conserva su urgencia moral: “Una nación que continúa, año tras año, gastando más dinero en defensa militar que en programas de mejora social, se está acercando a la muerte espiritual".
Es difícil imaginar que este “deslizamiento” hacia la muerte espiritual pueda evitarse por la redención de una persona a la vez. Independientemente de la naturaleza complaciente de la salvación de Ted Williams, debemos abordar el contexto más amplio de la persistencia patológica de la desigualdad. Si no podemos hacer el esfuerzo colectivo para transformar este sistema de extremos, tanto de riqueza como de pobreza, no habrá una segunda oportunidad para nuestra nación y nuestra democracia.
Hace más de 50 años, el Dr. Martin Luther King, Jr. nos recordó que "la verdadera compasión es más que arrojar una moneda a un mendigo; no es casual ni superficial, la verdadera compasión. Se trata de ver que un edificio que produce mendigos necesita una reestructuración”. ¿Qué es este edificio que genera los millones de indigentes que pueblan nuestras ciudades? ¿Por qué la pobreza ha crecido a un nivel, sin precedentes modernos, de casi 50 millones, superando incluso las estadísticas y la realidad de lo que el Dr. King observó en la década de 1960?
Es evidente que la desigualdad, inherente al tipo de capitalismo contemporáneo que se practica en los Estados Unidos, es la fuente de esta tasa constantemente creciente de pobreza. Como señaló el crítico social recientemente fallecido, Tony Judt, en su texto fundamental, Ill Fares the Land: “La desigualdad, entonces, no es sólo poco atractiva en sí misma, sino que corresponde claramente a los problemas sociales patológicos que no podremos enfrentar a menos que ataquemos a su causa subyacente”. Sin embargo, en gran medida, seguimos paralizados por nuestra propia respuesta individualista y privatizada a esos problemas sociales.
Para agravar las cosas, de la indigencia a la pobreza, está el crecimiento descontrolado de la desigualdad en la última década. El 0,1% de los estadounidenses gana más que los 120 millones más pobres de entre nosotros. La expansión de la desigualdad es más evidente en el hecho excepcional de que el 1% de la población posee el 70% de todos los activos financieros. No sólo no hay voluntad política para enfrentar a esta enorme desigualdad, sino que, de hecho, hay un contra movimiento de los dos partidos políticos para adoptar una política de austeridad que impondrá aún más cargas financieras en la clase pobre y trabajadora de los Estados Unidos.
Esta misma clase política, controlada por las corporaciones, deliberadamente evita abordar otra fuente clave del desequilibrio económico que empobrece nuestro presupuesto federal, los gastos de mantenimiento del imperio. Más allá de los 700 mil millones de dólares del presupuesto del Pentágono, los costos de las guerras y las bases militares alrededor del mundo cuestan miles de millones de dólares. La acusación que hizo el Dr. King en el discurso citado conserva su urgencia moral: “Una nación que continúa, año tras año, gastando más dinero en defensa militar que en programas de mejora social, se está acercando a la muerte espiritual".
Es difícil imaginar que este “deslizamiento” hacia la muerte espiritual pueda evitarse por la redención de una persona a la vez. Independientemente de la naturaleza complaciente de la salvación de Ted Williams, debemos abordar el contexto más amplio de la persistencia patológica de la desigualdad. Si no podemos hacer el esfuerzo colectivo para transformar este sistema de extremos, tanto de riqueza como de pobreza, no habrá una segunda oportunidad para nuestra nación y nuestra democracia.
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