domingo, 23 de agosto de 2009

Afganistán, entre la violencia y la incertidumbre tras las elecciones

Ramón Lobo
El País

Dos días después del cierre de las urnas en las elecciones presidenciales de Afganistán aún no hay datos oficiales de participación. Tampoco resultados parciales. Mientras crecen los temores de fraude, el ex general francés Philippe Morillon -responsable en 1992-1993 de la misión militar de la ONU en Bosnia-Herzegovina que no evitó la limpieza étnica, y ahora jefe de los observadores de la UE- dijo ayer en Kabul que las elecciones afganas "fueron justas pero no enteramente libres" por las intimidaciones de los talibanes. La Comisión Electoral informó ayer de la muerte de once de sus empleados a manos de talibanes, que tambien cortaron el dedo índice a dos votantes en Kandahar.

Mientras que distintas voces de la comunidad internacional (UE, OTAN, etcétera), que son parte interesada en el conflicto, ven la botella medio llena, la Fundación para unas Elecciones Libres y Justas, una ONG local muy respetada, la ve bastante vacía. Su presidente Nader Nadery denunció ayer diversas irregularidades que a su entender contradicen el triunfalismo de la UE. Dio cuatro ejemplos: robo de urnas en varias zonas del país; manipulación de personas analfabetas, a las que se indicó lo que debían votar (el 50% de los hombres y el 85% de las mujeres no saben leer ni escribir); doble votación (la tinta indeleble se diluía con lejía) y expulsión de representantes de la Comisión Electoral en varios colegios por parte de representantes de los partidos.

La Comisión Electoral, encargada de organizar por primera vez unos comicios en Afganistán, había dado la orden a los 6.200 centros de voto de realizar el escrutinio lo más rápido posible para prevenir el fraude y para que los datos estuvieran a disposición de los representantes de los candidatos. Nada de esto ha sucedido. La tardanza en ofrecer datos tan relevantes como la participación desata las alarmas. La comisión filtró ayer la posibilidad de que los primeros resultados preliminares se den a conocer el martes y los definitivos a finales de septiembre.

Anoche se celebró una gran fiesta tras el primer día de Ramadán en el hotel Serena de Kabul a la que asistieron la mayoría de los candidatos, incluidos el presidente, Hamid Karzai, y su principal rival, Abdulá Abdulá, que se abstuvieron de hacer declaraciones triunfalistas. El viernes fueron llamados al orden por el enviado especial de EE UU, Richard Holbrooke, otro veterano de Bosnia al que los serbios acusan de haber negociado la inmunidad de los criminales de guerra Radovan Karadzic y Ratko Mladic.

"Todo se va a cocinar esta noche. Los americanos no están nada contentos de cómo se han desarrollado las votaciones y el escrutinio. Al parecer la solución que se maneja es forzar un Gobierno de coalición", asegura una fuente occidental. Las apuestas entre los diplomáticos se mantienen en favor de Karzai, que ganaría con más del 50% para evitar la segunda vuelta que nadie desea. En la calle kabulí, la tesis mayoritaria es similar, pero con matices de sabiduría popular: ganará el presidente porque ya está decidido desde antes de las elecciones.

Cazadores de recompensas en Kabul

Un pequeño ejército de niños pobres y algo sucios patrulla por Chicken Street en busca de extranjeros. No son peligrosos, solo cazadores de recompensas con un radar en los ojos. Descubren a la presa en cuando esta saca el pie del taxi y lo posa en el suelo. No sé si es el zapato, la bota o la zapatilla de tracking, la ropa informal o la manera segura de caminar por la vida lo que delata al foráneo. Hay algo en el movimiento apresurado del siglo XXI que resulta insólito en el Afganistán del XVI. No deben moverse igual por la vida quienes están acostumbrados al asfalto y a la mesa con mantel que quienes se enfrentan al reto cotidiano de multiplicar los panes y los peces, y es un decir, porque por lo general, aquí, solo hay panes.

Los niños no son agresivos, pero sí insistentes. Los hay de tres tipos: niños simpáticos-pesados; niños plastas-pesados y niños que enseguida se cansan de pelear, renuncian a la presa y corren en pos de la siguiente. Estos últimos lo tendrán difícil en un Afganistán darwiniano que no perdona a los indecisos y a los débiles. Este es un país duro, hermoso, violento y difícil que solo acepta a supervivientes.

Nunca hubo niños limosneando por las calles en Kabul, dicen orgullosos los kabulíes. No durante el régimen talibán tan dado a prohibir todo lo que hace sonreír: la música, el cine, la televisión y los cometas; solo rezar y callar. Tampoco en la época de los muyaidines, más empeñados en matar civiles del otro bando cada vez que trataban de matarse entre ellos que en reconstruir el país y gobernar. No en los años de Mohamed Najibulá y los comunistas amparados por Moscú y sus tropas, tal vez el único intento serio de liquidar el feudalismo mental que encarcela a la mujer en un mundo sin derechos y sin rostro. No desde luego durante el reinado del Sha Mohamed Zahir en el que la pobreza era la única clase social disponible para sus súbditos.

En África existen más de 18 millones de niños huérfanos de padre o madre a causa de la pandemia del sida, y decenas de miles de otros niños que fueron arrancados de sus aldeas por guerrillas y Gobiernos para obligarlos a matar en nombre de la cuenta de resultados de los adultos, no siempre africanos, que también hay empresas occidentales que se lucran con los diamantes, el petróleo, el oro, el coltan y los llamados minerales estratégicos. Muchos de aquellos huérfanos y ex guerrilleros son ahora niños de la calle, aprendices de delincuente, presos de las mafias, sean del contrabando de drogas, personas, sexo u órganos. Ellos son las víctimas perfectas: se esfuman sin dejar rastro porque no hay familia ni amigos ni nadie que los recuerde.

Un país con derecho a la esperanza no desperdicia en la calle a parte de la generación que debe construir el futuro de todos. Esos niños de Chicken Street, a los que a veces la policía zarandea y golpea para que no incordien al extranjero que intercambia divisas por pañuelos de cachemir y joyas que parecen antiguas, son una demostración, mucho más que estas elecciones teatralizadas ante las televisiones occidentales y sus Gobiernos, de que el Afganistán de Hamid Karzai y de la comunidad internacional, de la UE y la OTAN, no funciona. Un niño de la calle afgano con mucha suerte consigue al día el equivalente a un dólar para llevar a casa porque sus familias no pueden elegir supervivencia y educación. Un dólar, 80 céntimos de euro, casi la mitad de lo que cuesta su café de cada mañana, es todo lo que tienen para vivir mil millones de seres humanos. No es una estadística. Solo es la realidad.

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