segunda-feira, 6 de julho de 2015

Los desafíos de Cuba

Janette Habel
Le Monde diplomatique

El acercamiento entre Cuba y Estados Unidos, simbolizado por el apretón de manos de sus presidentes en la VII Cumbre de las Américas, es sólo una de las transformaciones que vive la isla. A la apertura económica en curso se suma el debate por la reforma política. En 2018, Raúl Castro, que para entonces habrá alcanzado la edad de 86 años, no se postulará para un nuevo mandato presidencial. Dentro de tres años, la generación de Sierra Maestra habrá dejado el poder. Tres años es poco para reformar la economía del país, adoptar una nueva Constitución y controlar la normalización de las relaciones con Washington, simbolizada por el encuentro en abril de los presidentes cubano y estadounidense en la Cumbre de las Américas de Panamá. ¿Sobrevivirá el régimen a la desaparición de su histórica dirección?

El Partido Comunista Cubano (PCC) ya designó un sucesor: el primer vice-presidente Miguel Díaz Canel. Pero los desafíos no desaparecen. Para afrontarlos, Castro se apoya en las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR), el ejército nacional, del que fue ministro durante medio siglo, en el PCC y en la Iglesia Católica, en el corazón de las negociaciones con Washington. Mientras que las reformas económicas ahondaron las desigualdades, se generaliza la incertidumbre sobre el futuro del país. El PCC intenta responder lanzando consultas populares en los períodos previos a los Congresos. Castro aseguró que sucedería lo mismo para el séptimo, previsto para abril de 2016. Pero ya comenzaron los debates entre los intelectuales, miembros y no miembros del PCC, en especial en la web, a pesar de un limitado acceso a Internet.

Raúl Castro se dedicó a “actualizar” el socialismo cubano –un eufemismo para designar la liberalización económica iniciada en 2011–. Incluso si esas reformas desmantelan la sociedad que él había intentado construir, Fidel Castro no las cuestionó. “El modelo cubano ya no funcionaba, ni siquiera para nosotros”, reconoció el ex Presidente (The Atlantic, septiembre de 2010). La situación económica casi no dejaba opción. La ayuda de Caracas había permitido que entre 2005 y 2007 la isla alcanzase un índice de crecimiento promedio del 10%, pero la crisis financiera y las dificultades del socio bolivariano cambiaron la ecuación: “En 2013, el comercio entre Cuba y Venezuela cayó mil millones de dólares; en 2014, podría descender aun más”, prevenía en octubre de 2014 el economista cubano Omar Everleny Pérez Villanueva. Según algunas estimaciones, esta baja representaría el 20% del volumen anterior.

Ganadores y perdedores

En marzo de 2014, el gobierno adoptó una nueva ley sobre las inversiones extranjeras, que Raúl Castro calificó de “crucial”. Con excepción de salud, educación y defensa, hoy todos los sectores están abiertos a los capitales extranjeros, con la seguridad de una exención de impuestos durante ocho años, incluso más en ciertos casos, en particular en las “zonas especiales de desarrollo económico”, como el puerto Mariel, construido con ayuda de Brasil. Sin embargo, los proyectos propuestos deben recibir el aval de organismos gubernamentales: “No es el capital el que define la inversión”, señala Deborah Rivas, directora de Inversión Extranjera en el Ministerio de Comercio Exterior. El economista Jesús Arboleya Cervera subraya: “Los emigrados cubanos ya son inversores indirectos en los comercios pequeños [a través del dinero que envían a sus familias]; hoy, su participación a mayor escala ya no está prohibida por ley, sino por el embargo”. La contratación de trabajadores se realiza bajo el control de agencias estatales.

No obstante, para algunos la transformación de la isla avanza todavía con demasiada lentitud: “No se puede ‘actualizar’ algo que nunca funcionó –se exaspera Pérez Villanueva–. No hay crecimiento. Con la ayuda de Dios, este año quizás alcanzaremos el 1%”. A esta preocupación económica, la joven socióloga Ailynn Torres responde mediante una interrogación política: “¿Qué se pretende con el modelo económico que nos proponen? ¿Quiénes son los ganadores y los perdedores de ese modelo?”.

Según el discurso oficial, instilar una dosis de mercado en la economía de la isla debería permitir mejorar sus rendimientos sin debilitar la justicia social. Ahora bien, actualmente la pobreza alcanza al 20% de la población urbana (en lugar del 6,6% de 1986). La libreta de abastecimiento, cuya supresión había sido anunciada, después debió ser prorrogada porque su extinción hubiera perjudicado a los más pobres. En una sociedad donde la igualdad constituye una marca de identidad, aparecen cada vez más claramente quiénes son los beneficiarios y quiénes las víctimas de las reformas.

Según el mismo Raúl Castro, entre las víctimas se cuentan “los asalariados del Estado, remunerados en pesos, cuyo salario no les basta para vivir”, los ancianos –es decir un millón setecientos mil ciudadanos– “con jubilaciones que son insuficientes en relación con el costo de vida”, pero también las madres solteras, la población negra –que no se beneficia, o en poca medida, de los aportes financieros de los cubano-estadounidenses– y los habitantes de las provincias orientales. Entre los ganadores figuran los empleados de empresas mixtas, los asalariados del turismo, los campesinos del sector agrícola privado, una parte de los cuentapropistas, en resumen, toda una población que tiene acceso a una moneda fuerte: el CUC (Convertible Unit Currency). En efecto, desde 2004, se agregó al peso cubano esta segunda moneda; un CUC equivale a 24 pesos tradicionales. El CUC apuntaba a reemplazar al dólar, autorizado en 1993. Por lo que hay dos economías que funcionan en paralelo: la del peso y la del CUC, que manejan los turistas y todos los cubanos que trabajan en ese sector.

Con el fin de controlar las tensiones que suscitan esas disparidades, Castro cuenta con la lealtad de las FAR para conciliar la liberalización económica y mantener un sistema político de partido único. En efecto, desde la gran crisis de los años 90, la jerarquía militar maneja sectores esenciales de la economía gracias al Grupo de Administración Empresarial S.A. (GAESA), un holding de empresas al que controla. En su seno se experimentó el “perfeccionamiento de las empresas”, tomado de las técnicas gerenciales occidentales para estimular la productividad. En la población persiste el prestigio de las FAR, pero los privilegios que gozan sus miembros suscitan críticas. Así, no es raro escuchar: “Ellos no tienen problemas de vivienda” (en alusión al complejo inmobiliario moderno reservado a los militares y a sus familias en La Habana). En cuanto al PCC, perdió influencia, pero Castro rejuveneció, feminizó y mestizó su dirección. Para el economista Pedro Monreal González, el PCC conserva su credibilidad y “el Estado todavía goza de un apoyo popular debido a su capacidad de suministrar bienes públicos que muchos cubanos consideran esenciales”.

Las discusiones actuales

En febrero de 2015, el PCC anunció que antes de terminar el mandato de Raúl Castro entraría en vigor una nueva ley electoral. Este anuncio sucede al de febrero de 2013 relativo a la creación de una comisión para la reforma de la Constitución. ¿Cómo renovar la dirección entronizando cuadros que carecen de la legitimidad de los antiguos, en ausencia de un debate público que permita elegir entre candidatos con diferentes propuestas? El modo actual de designación, que en última instancia necesita el aval del PCC, parece poco viable en el largo plazo.

Espacio laical, la revista que publica el arzobispo de La Habana (con estatus no oficial), durante mucho tiempo fue el lugar privilegiado de los debates políticos. Durante una década consagró sus coloquios y artículos a la reforma de la Constitución, el lugar del PCC, la refundación de los Órganos de Poder Popular (OPP). Los responsables de Espacio laical, los católicos laicos Roberto Veiga y Lenier González, insistían en el “contraste entre el pluralismo de la sociedad y la falta de espacios para la manifestación de dicho pluralismo”. Pero en junio de 2014 ambos hacían pública su renuncia forzosa como consecuencia de las “muy graves” críticas contra ellos y contra el cardenal Jaime Ortega y Alamino. Visiblemente, el arzobispo deseaba que la revista adoptara un enfoque más “pastoral”, es decir menos político. Cuatro meses más tarde, el Centro Cristiano de Reflexión y Diálogo-Cuba, aceptaba apadrinar un proyecto similar con la revista Cuba posible, coordinada por Veiga y González. El primer número daba cuenta de un coloquio consagrado a la soberanía del país y el futuro de sus instituciones.

El artículo V de la Constitución actual es objeto de fuertes críticas. Allí, el PCC es definido como el “discípulo de las ideas de José Martí [inspirador de la independencia cubana] y del marxismo-leninismo”, y como “la vanguardia organizada de la nación cubana, la fuerza dirigente superior de la sociedad y el Estado”. Una definición que impugna la Iglesia, pero también los investigadores. “La idea de partido de vanguardia se deforma al traducirse en partido de poder”, nos dice el sociólogo Aurelio Alonso. Sin embargo, la construcción de un “Estado inclusivo que pueda contar con un pluralismo político e ideológico” constituye una tarea urgente. ¿Pluralismo o pluripartidismo? Para Veiga, tiene que contemplarse “la posibilidad de autorizar la existencia de otras fuerzas políticas arraigadas en los fundamentos de la Nación”, incluso si no piensa que sea realista en el corto plazo. Hoy, nadie sabe si la reforma electoral anunciada permitirá la elección de diputados cercanos a la Iglesia, o incluso de otras personalidades independientes.

El debate se refiere también a las modalidades de elección del presidente, cuyo mandato actualmente se limita a un máximo de dos veces por un período de cinco años. Para algunos, el escrutinio debería realizarse por sufragio universal directo, a fin de darle legitimidad electoral al nuevo mandatario. El politólogo Julio César Guanche pone énfasis en una refundación del “poder popular” oficialmente encarnado por las asambleas municipales, provinciales y nacional. Hay que construir una “ciudadanía democrática y socialista”, declara el sociólogo Ovidio d’Angelo. Pero las “organizaciones de masas” están demasiado “subordinadas al PCC” para convertirse en su expresión. Más cuando “el discurso oficial socava la base de su propia legitimidad histórica”, observa Guanche. Y precisa: “El cuestionamiento del ‘igualitarismo’ abre la vía al cuestionamiento del ideal más poderoso del socialismo: la igualdad”. Una crítica apenas velada al discurso de Castro, que en el Congreso de la Central de Trabajadores Cubanos (CTC) denunció “el paternalismo, el igualitarismo, las gratuidades excesivas y las subvenciones indebidas, la vieja mentalidad forjada a lo largo de los años”.

Esta “vieja mentalidad” no exceptúa al PCC, donde reina el hábito de la unanimidad y las veleidades de censura. Esas prácticas suscitan cuestionamientos. Por primera vez, en la Asamblea Nacional se vio a un diputado levantar la mano para votar contra el nuevo Código del Trabajo: la de Mariela Castro, hija de Raúl, en señal de protesta contra la negativa de incluir en el texto la prohibición de discriminaciones sexuales. Asimismo, la desprogramación de la película del cineasta francés Laurent Cantet Retour à Ithaque (2014), que ilustra el desencanto cubano, suscitó la protesta de algunos de sus colegas cubanos.

En ese contexto, el restablecimiento de las relaciones diplomáticas con Estados Unidos aparece tan necesario como peligroso. El gobierno cubano sabe que el objetivo de Washington es derrocar al régimen. Por el momento, ganó la primera partida al no hacer ninguna concesión; pero ahora su optimismo es más tibio. “Se corre el riesgo de que se apoderen de todo, como lo hacen en todas partes. ¿Qué quedará para los cubanos?”, se pregunta un jubilado. “Acaban de comprar a uno de nuestros jugadores de béisbol por 63 millones de dólares”, agrega otro. “Son muchos los que ya no saben realmente cuál será su futuro”, constata el sociólogo Rafael Acosta. ¿Qué pasará después de levantado el embargo? ¿Cómo controlar el flujo de dólares y turistas? Entre los temas de discordia figuran las miles de propiedades nacionalizadas en ocasión de la Revolución. El gobierno no piensa indemnizar a los propietarios que dejaron el país. Pondrá en la balanza el costo (evaluado en 100.000 millones de dólares) de un embargo de medio siglo y la restitución de la base de Guantánamo.

La abrogación completa del embargo necesita el acuerdo del Congreso estadounidense, donde republicanos y demócratas están divididos. El 14 de abril, por fin, Obama retiró a Cuba de la lista de Estados “que apoyan al terrorismo”, pero el Congreso dispone de cuarenta y cinco días para oponerse. Debería seguir el restablecimiento de relaciones diplomáticas y el nombramiento de dos embajadores. En cuanto al proceso de normalización, promete ser largo. La Habana aprovechará esta lenta marcha para evitar la desestabilización del país y cultivar sus relaciones con América Latina, China y la Unión Europea.

De cualquier manera, en ausencia de un dirigente histórico que encarne el combate contra el “Imperio”, existe el riesgo de que en el futuro resulte cada vez más difícil unir y movilizar a la población cubana.

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