Thilo Shäfer
Público
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Un día después de que el Parlamento alemán aprobara el nuevo paquete de ayudas multimillonarias para Grecia, el diario sensacionalista Bild contaba ayer a sus lectores las contribuciones al rescate que hace cada país. Conclusión: "Nosotros somos los que más pagamos". No pasa un día sin que el rotativo más vendido de Europa (3,2 millones de ejemplares) destape lo que considera el despilfarro descarado de los griegos a costa del contribuyente alemán, sean funcionarios con tres coches oficiales o gente que sigue cobrando la pensión de familiares muertos. Los artículos suelen ser ilustrados con fotos de griegos jugando al dominó en una isla soleada, algo que aumenta el impacto emocional en el alemán que lo lee en su puesto de trabajo mientras fuera está lloviendo.
El poder del Bild no sólo se manifiesta en su tirada (alcanza al 18% de la población). Muchos políticos, como la canciller Angela Merkel, están convencidos de que las portadas del rotativo reflejan fielmente el estado de ánimo del pueblo. Y el Gobierno se deja impresionar fácilmente. Los recientes comentarios de Merkel sobre los europeos del sur, que tienen muchas vacaciones, trabajan poco y se jubilan pronto, son reflejo de esta concesión al populismo.
En el resto de Europa se registra con asombro cómo Alemania, antes la fuerza motriz de la integración europea, se comporta cada vez más de forma egoísta. "El discurso de los dirigentes se ha vuelto más provinciano e introvertido, presionado por miedos populistas", dice Ulrike Guérot, analista del Consejo Europeo de Relaciones Exteriores en Berlín. "Cada vez más, los alemanes ven a Europa como un problema para Alemania más que como la solución para los problemas del país", añade.
Lo que Kohl se callaba
Para Helmut Kohl, que vivió los horrores del Segunda Guerra Mundial, la construcción europea era una cuestión de principios. La masiva contribución financiera al presupuesto comunitario y los fondos que beneficiaron a los países menos desarrollados, como España, era la consecuencia lógica de la responsabilidad de Alemania hacia Europa, el precio por el pasado reciente. Lo que Kohl solía subrayar menos era el hecho de que la economía nacional, volcada hacia las exportaciones, se beneficiaba mucho de estos fondos para el desarrollo de otras partes de Europa.
Su sucesor Gerhard Schröder se apartó de ese sentimiento de culpabilidad que apagaba cualquier crítica a las altas transferencias hacia el sur del continente. Para Merkel, finalmente, la UE y el euro se han convertido en un asunto desapasionado. Como sus antecesores, la canciller no hace mucho hincapié en las enormes ventajas que tiene el euro para las empresas germanas. Muchos alemanes aún creen que el éxito económico actual se debe únicamente al modelo productivo que ahora quieren imponer al resto de la UE.
Esta falta de visión y de solidaridad no es exclusiva del pueblo teutón. Que los andaluces no paguen sus impuestos y que Madrid sea una "fiesta fiscal" no lo dijo ningún dirigente de Berlín. Algunos políticos catalanes también saben aprovechar el malestar por las transferencias al resto del Estado, según el lema "queremos ser solidarios pero no tanto".
A diferencia de Finlandia, Holanda o Suecia, en Alemania, de momento, el malestar sobre la crisis financiera y el rescate de Grecia no ha llevado al Parlamento a partidos de ultraderecha. Sin embargo, a Merkel la política populista no le ha dado resultados palpables. La Unión Democristiana (CDU) ha sufrido una serie de reveses en las recientes elecciones regionales y en los sondeos a nivel nacional no supera el 35%. El liberal FDP, el socio menor del Gobierno y el partido que más ha coqueteado con el discurso populista contra las ayudas para Grecia, se está hundiendo, mientras los verdes, la formación más europeísta del país, gozan de niveles de apoyo nunca vistos: el último sondeo los coloca en el 27%.
El caos en la gestión de la infección del E. coli ha sacudido la confianza de los alemanes en la eficiencia del sistema y las críticas en la prensa al Gobierno de Merkel son feroces. Los medios alemanes también le sacaron los colores a la canciller respecto a sus equivocados comentarios sobre las prácticas laborales de los europeos del sur al publicar las verdaderas cifras sobre vacaciones, productividad o edad de jubilación. "Creo que Merkel se dio cuenta de que se había pasado", dijo un alto cargo del Gobierno alemán a Público. "Espero que haya aprendido dónde está la línea roja".
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