sábado, 14 de agosto de 2010

Se intensifica disputa hegemónica en Sudamérica



Raúl Zibechi
La Jornada

Cuando Marco Aurelio García, asesor especial en política externa del presidente Lula, dijo que América Latina ha dejado de ser el patio trasero”, no exageraba. Podría haber acotado su afirmación a Sudamérica, siendo así más exacto. “Hemos remodelado la casa, así que el patio está muy revaluado”, remató en un encuentro sobre América Latina convocado por la Fundación Friedrich Ebert, en Berlín, en junio pasado.

¿Esta pérdida de poder explica la creciente militarización de la política exterior de Estados Unidos? Si así fuera, se explica la disposición de bases militares en Colombia y Panamá, así como el ingreso de 43 buques, 200 aeronaves y 7 mil marines a Costa Rica. Sin embargo, hace falta encontrar un enemigo que justifique semejante despliegue, toda vez que el argumento del combate al narcotráfico es insostenible. La hipótesis que venimos defendiendo es que el objetivo del Pentágono y la Casa Blanca es Brasil, siendo Venezuela un objetivo colateral en la estrategia para contener al principal rival del imperio en la región.

Los hechos se van encadenando. Desde abril de 2009 China se convirtió en el mayor socio comercial de Brasil, desplazando a Estados Unidos, que ocupaba ese lugar desde la década de 1930. “Una posición que durante siglos anuncia con precisión la irrupción de los grandes liderazgos mundiales”, acota el Laboratorio Europeo de Anticipación Política (Geab No. 43). Además, China se convirtió en el primer socio comercial del Mercosur y de Chile, y el segundo de Argentina y Perú.

Un siglo atrás, Estados Unidos compraba a Brasil 36 por ciento de sus exportaciones, porcentaje que ahora cayó por debajo de 10 por ciento. Cuando la compañía noruega Statoil vendió 40 por ciento de su campo petrolífero frente a las costas de Brasil a la china CNOOC por 3 mil millones de dólares, el diario oficial de Pekín recordó que su país ingresó a la región mediante una alianza estratégica con Argentina y Brasil, porque ambos “disponen de una dinámica industria nuclear, poderosa industria de aviación y excelentes infraestructuras en telecomunicaciones” (Diario del Pueblo, 10 de junio).

Una revista militar (Military Review) atenta a los cambios en el mundo destacó que aunque China aún no es un gran proveedor de armas en la región, “existe un vínculo directo entre las grandes transferencias de armas y la naturaleza de las relaciones políticas y económicas. Asegura que en los últimos años más de 100 oficiales de 12 países de la región egresaron de las academias del Ejército Popular de Liberación chino y que decenas de otros oficiales viajan a menudo al país asiático.

Con Brasil las relaciones chinas son más estrechas aún. Fuentes de inteligencia aseguran que “han cooperado en tecnología militar secreta para misiles balísticos y comunicaciones avanzadas”, como parte del proyecto brasileño de desarrollo de su industria de misiles.

El 28 de julio The Washington Times difundió un informe en el que la inteligencia estadunidense asegura que se está reactivando la red de contrabando nuclear del científico Abdul Qadeer Khan, padre de la bomba atómica paquistaní. Además de varios países de porte menor, como Burma, Sudán y Siria, las fuentes involucran a Brasil. Juego sucio a cargo de los servicios de Washington, que recelan de la autonomía nuclear y militar brasileña.

Los estrategas del Pentágono y la Casa Blanca, así como el pensamiento duro de la superpotencia, saben de sobra que el único país latinoamericano que puede significarles un problema en algún momento es Brasil. Es el único que tiene una proyección global y, muy en particular, regional. Cuenta con el séptimo parque industrial del mundo, con un complejo militar-industrial importante y mucho dinero para invertir. Tiene, sobre todo, estrategia propia. Muestra de ello es la Estrategia Nacional de Defensa aprobada dos años atrás.

Ahora está incrementando considerablemente su capacidad de combate. El 31 de julio finalizaron los 12 días de maniobras militares Atlántico II, un amplio ejercicio militar que abarca todo el litoral marítimo, con especial énfasis en la defensa de las plataformas petrolíferas en mar abierto y las instalaciones nucleares. Diez mil hombres de las tres armas fueron movilizados por segunda vez. “La defensa de la Amazonia Azul debería transformarse en una de las prioridades de la nación”, dijo el almirante de escuadra Augusto Dias Monteiro.

Samuel Pinheiro Guimaraes, titular de la Secretaría de Asuntos Estratégicos de la Presidencia, acaba de publicar un importante artículo, “América del Sur en 2020” (Carta Maior, 26 de julio). “El futuro de Brasil depende de América del Sur y el futuro de América del Sur depende de Brasil”, asegura. Sostiene que el principal desafío “será la superación de las asimetrías entre los estados de la región, promoviendo el desarrollo de los más atrasados para convertir la región en una gran área económica, dinámica e innovadora”.

Acepta que las multinacionales brasileñas (Petrobrás, Vale, Odebrecht) están “asumiendo una importancia cada vez mayor en cada Estado vecino” y apuesta a un enorme esfuerzo, sobre todo brasileño, para evitar el estancamiento –que considera inevitable si quedan librados al mercado– de los pequeños y poco poblados países que rodean a Brasil. Propone un Plan Marshall para “estimular y financiar la transformación económica de los países menores”. Si esto no se hace, y sólo Brasil puede hacerlo, la inestabilidad volverá a reinar.

Quien propone un Plan Marshall necesita acotar la presencia extracontinental en la región. La América del Sur con que sueña Brasil excluye a Estados Unidos. Washington no tiene ya fuelle económico para mantener su hegemonía en Sudamérica, que es imprescindible para sostener su hegemonía global. Ni siquiera puede garantizar que Colombia y Venezuela resuelvan su conflicto en la OEA y debe aceptar la intervención de Unasur. Sólo atina a emplear la fuerza de las armas para retrasar el proceso, política que se convirtió en el núcleo de su estrategia para la región.

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