segunda-feira, 18 de janeiro de 2010

Gabriel Salazar: “Hemos retrocedido permanentemente”

Pamela Gutiérrez
La Nación

El Premio Nacional de Historia 2006 pasa revista a Chile con miras al bicentenario. Afirma que claramente hay rasgos de nuestro país que se implantaron desde la Independencia en 1810, como el centralismo y la rígida separación social, y que hoy hay menos participación ciudadana que la que había en el siglo pasado.

Gabriel Salazar es especialista en mirar a Chile desde los personajes que influyen desde la base, no de la elite. Aunque también ha mirado a algunos integrantes de la aristocracia chilena como los Edwards. Acá analiza para La Nación Domingo los siglos que han marcado a Chile con miras al bicentenario.

¿Cuáles son los rasgos que hemos mantenido los chilenos desde 1810 hasta este siglo?

Hay tres rasgos que se han mantenido hasta hoy. El primero es que Santiago haya tenido ya por esa época un centro comercial alrededor de la Plaza de Armas, que al mismo tiempo era el barrio donde vivía el patriciado, la elite comercial, y todo el resto de la ciudad constituida por ranchos, salvo al oriente, donde estaba el cerro Santa Lucía. Por eso la gente de clase alta escapó hacia arriba. Lo otro es la diferenciación entre una elite que se considera más perteneciente a Europa, en ese tiempo a España, y no chilenizada. Por eso ven a los indígenas y a los mestizos como un pueblo distinto, como si fueran colonizadores. Por lo tanto, a los indígenas se los mira como un enemigo interno, se les aplica la ley antiterrorista y eso proviene del período colonial. Lo tercero es el centralismo político, que reproduce el centralismo imperial desde España absolutista y un gobernador radicado en Santiago.

¿Cuál es el rasgo que caracterizaba a la sociedad chilena en 1810, 1910 y ahora 2010?

Hay que verlo por siglo. El siglo XIX es un siglo largo, ya que se inicia en 1800 y termina en 1930. Desde 1910 se produce una crisis muy profunda en que el Estado portaliano empieza a declinar por corrupción política, y esa crisis se arrastró por 20 años porque el Ejército defendió ese Estado por mucho tiempo y, en la práctica, la crisis fue superada parcialmente a partir de 1938 con el Frente Popular. El siglo XX, en cambio, es un siglo corto, porque parte en 1930 y finaliza en 1973. En el ’30 se inicia con la crisis económica y en el ’38 con la crisis política. Lo similar entre el siglo XIX y el XX es que la Constitución de 1925 fue una copia feliz de la de 1833, donde Arturo Alessandri logró imponer un Estado completamente distinto al que querían los actores sociales de esa época. El único cambio es que se separan la Iglesia y Estado.

¿Qué consecuencias tuvo para el Estado su divorcio con la Iglesia?

El Estado del siglo XIX nunca se preocupó del desarrollo social y económico. Todo lo que tenía que ver con educación, pobreza, salud, incluso el empleo, eran responsabilidad de la Iglesia o del municipio. La Iglesia hizo las veces de ministerio social desde el siglo XIX hasta 1930, sobre la base de la caridad. Pero hacia 1914 la Iglesia se dio cuenta de que la caridad no podía resolver el problema social y por eso se produce la separación. Pero el Estado tenía un problema serio, dado que la Constitución de 1933 no decía nada sobre las políticas sociales ni de desarrollo económico, tampoco la de 1925, por eso la solución del desarrollo social, económico e industrialización, tuvieron que hacerlo los radicales después de 1938, a través de resquicios legales.

¿Por qué marca el fin del siglo XX en 1973 y no, por ejemplo, en 1989, con el reinicio de la democracia?

El ’73 puso fin a ese Estado que, siendo liberal, intentó desarrollar la economía y la industria y resolver el problema social, lo que se llamó el Estado populista o Estado nacional desarrollista, que amparó las políticas de desarrollo de los radicales, la DC y la UP. Desde el ’73, achicaron el Estado y lo dejaron convertido en un Estado liberal muy parecido a como lo concibió el equipo de Diego Portales en el siglo XIX. Entonces, el siglo XXI chileno está operando con los mismos parámetros del siglo XIX, históricamente hablando.

Chile en estos dos siglos ha sufrido varias revueltas políticas que lo han marcado. A su juicio, ¿cuál ha sido la de mayor impacto?

Las tres veces en que la ciudadanía o los actores sociales han querido construir un Estado de acuerdo a un proyecto que ellos han concebido, han sido reprimidos violentamente o engañados y traicionados por los militares, en primer lugar, y luego los políticos. Eso ocurrió entre 1829, cuando Diego Portales y los militares dieron un golpe de Estado y reprimieron a los que estaban proponiendo el Estado ciudadano e impusieron el Estado de 1833. Frente a esa imposición, la ciudadanía se rebeló al menos en 21 oportunidades. Sigue con la sociedad de la igualdad, la guerra civil de 1851, la de 1891, las matanzas que comienzan el siglo XX en Valparaíso en 1903; Santiago, 1905; Antofagasta, 1910. A partir de 1925 se le impone de nuevo a la ciudadanía un Estado que no quería a través de un golpe civil, por así decirlo, una traición brutal de Arturo Alessandri. La ciudadanía se rebeló, no para cambiar el Estado como lo hizo en el siglo XIX, sino para exigir a los políticos desarrollo en el país y resolver el problema social. Son movilizaciones de masas, peticionistas y protestantes en las calles. El tercer quiebre fue en 1973, donde de nuevo nos impusieron un Estado que no queríamos. En el 1829 y el ’73 fueron golpes sangrientos y por eso la ciudadanía quedó con una gran prudencia.

¿Prudencia? ¿No es más bien miedo?

No es miedo, sino prudencia, de decir “bueno, voy a respetar la ley, no me gusta, pero si no llega de nuevo el golpe militar”. Eso pasó en el siglo XIX y está pasando ahora. Eso explica por qué las encuestas muestran desde el 2005 que la gente no tiene confiabilidad ni credibilidad en el aparato político que nos rige. Hay un descontento enorme que está larvado, metido para adentro, y no ha aflorado por dos razones: como hoy no hay izquierda parlamentaria y el PC está dentro del modelo de Pinochet aunque haya elegido a tres diputados, la gente no canaliza en esa dirección su descontento. La izquierda transó con el modelo, el PS está metido hasta los huesos en el modelo neoliberal. La otra razón es más sutil y es que la ciudadanía no se siente pobre. No es que no haya pobreza, sino que está disfrazada con el endeudamiento.

En democracia, ¿cuáles han sido los mayores progresos y qué cosas están pendientes?

En términos generales, hemos retrocedido permanentemente. Los políticos van a decir que estamos más democráticos que nunca, pero no es así. Hasta 1830, con el golpe de Estado de Portales, en los pueblos se autogobernaban a través de asambleas o cabildos que se efectuaban en la plaza, que era el lugar donde la comunidad se reunía para tomar decisiones de-mo-crá-ticamente, donde todos participaban: hombres, mujeres y niños, proletarios, hacendados, comerciantes, artesanos, campesinos suburbanos. Los únicos que no participaban en esas asambleas eran los que no pertenecían a la ciudad o a la villa, es decir, los mestizos, los indígenas, los huachos. Eso era el bajo pueblo. La democracia de los pueblos era avanzadísima y mucho más perfecta que la de hoy día, y fue aplastada por el régimen portaliano. Eso fue un retroceso enorme y aparece todo el control del Estado, las elecciones y la clase política, que reemplaza el pueblo. Eso fue durante todo el siglo XIX.

¿Y la democracia en el siglo XX?

En el siglo XX, después de las traiciones de Alessandri y de Ibáñez, después de 1930, las grandes necesidades de Chile, como desarrollo industrial e igualdad social, los políticos tenían que implantarlas con resquicios legales, por lo tanto, el Estado resuelve y la ciudadanía le entrega el derecho a petición. Por lo tanto, el Estado resuelve todo y, en la calle, la ciudadanía pide y eso la transforma en masa, pedigüeña, peticionista y mendicante, que puede saltar y gritar sus necesidades, pero no deja de ser masa. Los políticos van a decir: “Es que había elecciones”. Cierto, un hombre, un voto, pero ya no hay democracia participativa. Por eso, a mi modo de ver hay un retroceso. El electoralismo no es democracia participativa y por eso la gente no sabe participar en política. Sabe pedir, sabe gritar, pero cuando hay que proponer, cero.

¿Podría dar un ejemplo de eso?

Fue el gran problema de los pingüinos. Entendieron que tenían que volver a las asambleas y recobraron la democracia participativa. Designaron voceros y no directivos que se apernaran, pero quedaron cortos en la propuesta, porque en Chile perdimos la costumbre de elaborar propuestas. Hoy lo que tenemos es una democracia electorera, por eso es que la gente ya no le cree al sistema electoral y dos millones de cabros no se inscriben.

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