quarta-feira, 5 de junho de 2019

Ecosocialismo versus Marxismo Colapsista

Redacción
Politika

Algunos elementos de la crítica del colapsismo marxista al Ecosocialismo

Desde hace algunos meses diversas organizaciones ecosocialistas de Chile, Argentina y otros países de América Latina vienen siendo objeto de una potente campaña de ataque ideológico en redes sociales por parte de un nuevo referente comunicacional que actúa bajo el nombre de “Marxismo y Colapso”. Uno de los objetivos centrales de este referente ha sido polemizar con algunas de las figuras y posturas centrales del ecosocialismo, por ejemplo aquellas representadas por el intelectual marxista Michael Lowy. Una de las posiciones centrales de este grupo ha sido negar reiteradamente varios de los preceptos centrales de los programas marxistas tradicionales y de la estrategia ecosocialista; esto es, por ejemplo, la idea de que un cambio revolucionario en las relaciones sociales de producción y el establecimiento de un nuevo régimen productivo orientado a la satisfacción de las necesidades sociales sería capaz tanto de “frenar” (o “revertir”) los efectos de la actual crisis ecológica-energética, así como también de “evitar” un fenómeno de colapso civilizatorio cercano.

Por el contrario, “Marxismo y Colapso” defendería la necesidad de un nuevo marco teórico y estratégico al interior de la izquierda mundial para dar cuenta del fenómeno de colapso civilizatorio y extinción humana que, como producto de la combinación entre los efectos destructivos de la crisis ecológica-energética actual y las contradicciones tradicionales del sistema capitalista decadente, sería ya imposible de detener. Según este planteamiento, lo anterior pondría al conjunto de las fuerzas socialistas ante un escenario inédito en la historia revolucionaria moderna que se caracterizaría, entre otras cosas, por la “irrupción práctica” (a diferencia de los siglos pasados) del “horizonte de barbarie” anticipado teóricamente por una serie de pensadores marxistas tales como Rosa Luxemburgo o Walter Benjamin.

De acuerdo con Miguel Fuentes, uno de los ideólogos principales de estas posiciones, un escenario como el anterior implicaría no sólo una diferencia fundamental con el siglo pasado en el cual dicho horizonte se habría mantenido en un terreno aún “hipotético”, sino que obligaría además a las organizaciones de izquierda anti-capitalista a pensar la situación histórica actual en el marco de una “dinámica de cierre” (o clausura) del horizonte socialista moderno. La razón de lo anterior sería que estaríamos (o estaríamos muy cerca de estarlo) ante las puertas de un tipo de “resolución negativa” de la lucha de clases moderna como aquella anticipada teóricamente por Marx en el Manifiesto Comunista, esto al referirse a la posibilidad de una “autodestrucción” de las dos clases fundamentales del sistema capitalista.

Uno de los ejemplos de este “escenario inédito” al cual estaríamos a punto de enfrentarnos sería la perspectiva de un derrumbe generalizado (inminente) de las fuerzas productivas a nivel planetario, aquello como efecto de un avance imparable del calentamiento global y la crisis ecológica. Según las concepciones de “Marxismo y Colapso”, una situación de derrumbe económico de este tipo poseería, potencialmente, una gravedad mayor a cualquiera de las crisis económicas experimentadas durante la historia del capitalismo, asociándose desde aquí a un escenario mucho más destructivo al que tuvieron algunas de las peores catástrofes históricas de los últimos siglos: por ejemplo, las guerras mundiales. La explicación de esto sería que, a pesar de los niveles de destrucción masiva que experimentó Europa durante estos conflictos bélicos, las bases de la economía capitalista habrían podido mantenerse sólidas en el resto del planeta (por ejemplo en Estados Unidos), constituyendo lo anterior, en consecuencia, una situación radicalmente diferente al escenario potencial de derrumbe global “sincronizado” que estaría pronto a producir la crisis ecológica-energética en ciernes. Igualmente, a diferencia del costo en vidas que tuvieron las guerras mundiales, el cual ascendió en su conjunto a una cifra alrededor de los cien millones de personas, la crisis ecológica actual, ligada a una pronta crisis de subsistencia planetaria generalizada, podría cobrarse durante este siglo un número de víctimas que llegue a los billones (esto sin descartarse la posibilidad de una extinción completa de nuestra especie).

Otro planteamiento colapsista que puede destacarse aquí sería la supuesta existencia de un “déficit tecnológico” estructural que, debido a la extrema gravedad que tendría la crisis ecológica-energética actual y el nivel de descomposición de las bases eco-sociales del desarrollo histórico contemporáneo, incapacitaría hoy no sólo al capitalismo, sino que también a un hipotético proyecto socialista, para “contener”, “frenar” o bien “revertir” los efectos catastróficos de la crisis mundial que se aproxima. Esto último, por lo menos, en el poco tiempo que nos quedaría antes de que esta crisis se descontrole de manera absoluta, precipitando con ello un derrumbe ecosistémico planetario total que se asociaría, de manera inevitable, no a una pretendida “superación revolucionaria” del sistema capitalista, sino que a su colapso.

Un argumento adicional en esta línea sería que la crisis ecológica y energética en ciernes plantearía hoy, acorde con el posible derrumbe inminente del desarrollo de las fuerzas productivas que se asociaría a aquella, un horizonte de escasez crónica de recursos que terminaría por “bloquear” y volver pronto en inviable una gran parte del programa marxista revolucionario de los siglos pasados. La razón de lo anterior se encontraría en el hecho de que, a diferencia del contexto característico de abundancia de recursos de los siglos XIX y XX, un escenario de escasez global implicaría una pérdida de efectividad (y posterior caducidad) de una serie de consignas revolucionarias clásicas que habrían sido entendidas hasta hoy como las vías principales para la aseguración íntegra y efectiva de las necesidades materiales y espirituales de la población mundial. Algunas de estas medidas serían, entre otras, la expropiación y el control obrero de los medios de producción y la redistribución socialista de las riquezas sociales.


En pocas palabras, la situación de escasez crónica de recursos que se avecinaría en el futuro cercano implicaría, liza y llanamente, que un sector importante de la población mundial se encontraría ya, literalmente, perdida (muerta), esto incluso en un contexto futuro cercano de reorganización socialista del sistema económico. Para los referentes de “Marxismo y Colapso”, aquello tendría una serie de repercusiones (todavía no estudiadas) sobre las futuras dinámicas de la lucha de clases internacional, esto por ejemplo al nivel de las “fracturas inevitables” que el avance progresivo de un marco de escasez de recursos podría producir, inexorablemente, al interior de las filas de los explotados. Lo anterior constituiría así un escenario radicalmente distinto a los vistos durante los siglos XIX y XX en los cuales el desarrollo de las fuerzas productivas (y la abundancia mundial de recursos) representó la base objetiva de una potencial alianza revolucionaria internacional del conjunto de los oprimidos por el capitalismo. Un ejemplo de estas posibles “fracturas internas” futuras al nivel del campo de los explotados, gatilladas por un derrumbe global de las fuerzas productivas y un contexto de escasez aguda, podría encontrarse en una potencial división entre los sectores de la sociedad aptos para asegurar su sobrevivencia por sus propios medios y aquellos sectores (remanentes) que sólo podrían hacerlo obteniéndolos (de forma pacífica o violenta) de los primeros.

La perspectiva ecosocialista y la ecología marxista se caracterizarían por presentar, por lo tanto, una serie de “puntos ciegos” que afectarían su capacidad para una evaluación realista de la verdadera gravedad de la crisis ecológica-energética en curso y de sus potenciales proyecciones durante las próximas décadas. Una muestra de lo anterior serían tanto la escasa reflexión dada por estas corrientes en torno a la ya referida posibilidad (objetiva) de un fenómeno de colapso civilizatorio como resultado del avance de los procesos ya activados (e irreversibles) de destrucción ecosistémica, así como también la incomprensión de aquellas de las “limitaciones estructurales” que, tal como se indicó más arriba, tendría una potencial revolución mundial para hacer frente (tanto en el ámbito tecnológico como social) a este escenario de ruptura ecológica planetaria.

Un ejemplo supuestamente evidente de esto último se hallaría en la consigna ecosocialista de una posible “regeneración” del “equilibrio metabólico” entre el hombre y la naturaleza, aquello nada menos que en un contexto en el cual los niveles de alteración antrópica del medio-ambiente ya habrían destruido no sólo los últimos restos de dicho equilibrio (ya pulverizado por el avance del capitalismo), sino que, asimismo, hecho “saltar por los aires” los delicados y complejos pilares climáticos del periodo holocénico establecidos en la Tierra a lo largo de decenas de miles de años. De acuerdo con la perspectiva colapsista, estos equilibrios serían así ya no sólo imposibles de “recomponer” durante un largo periodo de tiempo en escala geológica, sino que, además, tal como en el caso del resto de “equilibrios medioambientales” rotos en el pasado terrestre con motivo de otras graves alteraciones paleo-climáticas (entre otras las cinco extinciones masivas que enfrentó la vida sobre nuestro planeta previamente al origen de la humanidad), aquellos habrían sido destruidos, muy probablemente, para siempre. Sería justamente en consignas como éstas en torno a una posible “restauración” del equilibrio metabólico hombre-naturaleza, compartida incluso por sectores “ecológicos” del industrialismo marxista (por ejemplo los representados por la sección medioambiental de la revista democrático-ciudadana “La Izquierda Diario”), en donde una parte importante del programa eco-socialista se presentaría, según la postura colapsista, como una verdadera “utopía verde”.

Debe considerarse aquí, asimismo, la incapacidad del desarrollo tecnológico actual para siquiera detener (y menos “revertir”) la trayectoria destructiva de lo que ha sido denominado ya por la ciencia como el inicio de la VI extinción masiva de la vida terrestre, la cual se encontraría hoy, aquello sin siquiera haberse alcanzado la barrera catastrófica de los 1.5 grados centígrados de aumento del calentamiento global fijada por la ONU, en pleno desarrollo. Lejos de cualquier posible “restauración” de ningún “equilibrio metabólico” entre el hombre y la naturaleza, no existiría hoy, por lo tanto, esto si se consideran por ejemplo los actuales niveles de gases de efecto invernadero en la atmósfera que asegurarían un aumento cercano probablemente incontrolable de las temperaturas globales, otro escenario más que el de una “ruptura geológica” imparable que, con o sin la aplicación de un “programa ecológico socialista”, no hará más que empeorar durante este siglo. Una de las críticas esgrimidas al ecosocialismo y al pensamiento ecológico marxista en este punto es que, tal como se dijo anteriormente, dichos referentes defenderían una perspectiva simplista (y en gran medida utópica) respecto a las capacidades que tendría el proyecto revolucionario socialista moderno para enfrentar esta crisis planetaria.

De acuerdo con las posiciones colapsistas, las tareas de la izquierda y la revolución hoy serían así, asumiendo la perspectiva cercana de un cambio climático y una crisis energética súper-catastrófica imparable, dar pasos en la discusión de un programa político coherente con este escenario de derrumbe global inminente. Una de las razones de lo anterior sería que solamente discutiendo esta perspectiva, de una manera realista, sería posible en el futuro la mantención de un proyecto comunista que, debiendo ser esta vez asegurado “en la barbarie misma”, pueda constituir una alternativa de sobrevivencia y civilización para aquel sector de la humanidad que estaría capacitado para superar (de la manera que sea) los desafíos de la gran crisis geológica-civilizatoria que se abalanza sobre nosotros.

terça-feira, 4 de junho de 2019

Los cambios se disputan en las calles, no en las redes sociales

Fernando de la Cuadra
Socialismo y Democracia

Hace más de dos décadas, el sociólogo catalán Manuel Castells provocó un enorme impacto en los espacios académicos, políticos y comunicacionales, al publicar una imponente trilogía, “La era de la Información”, en donde exponía su teoría sobre la sociedad en red. En la introducción de su estudio Castells señala que “Internet es el tejido de nuestras vidas en este momento. No es futuro. Es presente. Internet en un medio para todo, que interactúa con el conjunto de la sociedad y, de hecho, a pesar de ser tan reciente, en su forma societal no hace falta explicarlo, porque ya sabemos qué es Internet. (…) Sin embargo, esa tecnología es mucho más que una tecnología. Es un medio de comunicación, de interacción y de organización social”.

Las palabras de Castells pueden sonar obvias en la actualidad, pero no lo son en absoluto. Independiente de que ellas corresponden o fueron escritas a mediados de la década del 90, plantear ya en ese entonces que Internet representaba una forma de organización social no deja de ser una tesis osada, a pesar de que el propio concepto organización social es polisémico y puede dar pie para diversas interpretaciones. Ella puede ser la forma en que diversas unidades sociales entran en contacto (real o virtual) para promover una articulación en torno a un objetivo común. O también, se puede apelar a su componente movilizador, en el sentido de que una organización social serían todos aquellos conjuntos de personas que comparten valores, visiones de mundo, intereses, opiniones y motivaciones que las activan para generar estrategias de conjunto con el fin de obtener metas o bienes que vayan en beneficio del grupo o la comunidad.

En el caso de las organizaciones que se sustentarían a través de las redes virtuales, su virtud residiría en la capacidad de congregar a personas de diversos lugares a un mismo tiempo, permitiendo la realización de debates colectivos simultáneos y en condiciones de simetría y horizontalidad. En muchos o en la mayoría de los casos, estas organizaciones no obedecen a las directrices de los partidos políticos, ni reconocen ningún liderazgo formal, sustentándose solamente en el flujo de informaciones reciprocas de brotan de la misma red.

Hay que admitir que la propuesta de Castells de una sociedad en red es atractiva y tentadora, en el sentido de pensar las relaciones actuales a partir de vínculos que no necesariamente pasan por la interacción directa entre los agentes: es lo que algunos autores han denominado las calles de bytes. Mucho se ha escrito sobre el poder de las redes sociales y su impronta para conseguir la elección de algunos candidatos que parecían tener pocas posibilidades, como es el caso de Donald Trump o Jair Bolsonaro. En ambos casos, Facebook y Twitter fueron importantes en la divulgación de Fake News que capturaron el voto de muchos electores descontentos con la situación de sus países, pero que no poseían ninguna opción clara sobre el proyecto político que se les presentaba para conducir los destinos de la nación.

A esta altura el nombre de Steve Bannon se puede asociar con la estrategia diseñada por su consultora Cambridge Analitys para utilizar datos de 50 millones de usuarios estadounidenses de Facebook con el objetivo de manipular psicológicamente a eventuales electores con ideas conservadoras que terminarán inclinándose por el candidato Trump en las elecciones ese país. Por medio de Big Data y el uso algoritmos, esta empresa captaba un amplio espectro de usuarios de Internet que proferían discursos con un barniz reaccionario, los cuales fueron bombardeados con propaganda para profundizar sus concepciones contra las minorías, los extranjeros y los diferentes. Con esta estrategia Bannon ayudó a pavimentar la victoria de Trump y después fue contratado por el equipo de Bolsonaro para hacer lo mismo -creando miles de mensajes en los grupos de WhatsApp- durante las elecciones brasileñas. De esta manera, Bannon consiguió inventar una realidad paralela que internalizaron los votantes y cuyo resultado va a penar por muchos años el futuro de dicha nación.

Pero también las redes incuban otro peligro inevitable y quizás más grave, que es el de dar espacio a miles de voces que opinan de todo sin saber en rigor lo que están diciendo. Ya lo decía Umberto Eco “las redes sociales le dan el derecho de hablar a legiones de idiotas. El drama de Internet es que ha promovido al tonto del pueblo como el portador de la verdad…”. En efecto, en las redes se van rotando los ignorantes para decir cualquier barbaridad sin ninguna argumentación consistente. Si bien por una parte Internet ha democratizado las opiniones, por otra parte, le ha dado tribuna a un sinfín de discursos esdrújulos y delirantes que se diseminan con una velocidad vertiginosa por las redes y que pueden llegar a tener influencia sobre muchas personas desinformadas.

Por lo mismo, las redes sociales se han transformado en una panacea, en parte, porque las personas se sienten movilizadas por cualquier causa sin salir de su zona de conforto, frente al computador o recostados en un sillón con el celular en mano. Todo parece más fluido, más a la mano de un simple toque del visor del IPhone o la Tablet. Esta volatilidad de las relaciones ha sido recuperada con bastante propiedad por Zygmunt Bauman en su concepción de aquello que denomina “Modernidad líquida”. Esta modernidad se caracteriza por las relaciones frágiles que se establecen entre las personas, en donde los seres humanos nos conectamos y desconectamos con la misma facilidad de nuestros vínculos sociales y familiares. En la fetichización de dichas relaciones, los humanos nos transformamos en meras mercancías que podemos ser consumidas y largadas sin mayores barreras al molino satánico del mercado, cuando no excluidos de tener alguna relevancia en el devenir social.

La conexión es frágil porque en la sociedad líquida los individuos nos encontramos aislados, liberados, pero también carentes de los referenciales que sostenían las instituciones “sólidas” anteriores de la actual modernidad. Nuestras preferencias individuales nos conducirían a buscar salidas provechosas o ventajosas solo para nosotros sin importar demasiado lo que sucede con el resto de la humanidad. Los valores de la sociedad industrial se desvanecen -ya antes Marx y Engels nos habían advertido que todo lo sólido se desvanece en el aire- en la dinámica de las nuevas formas de sociabilidad, en que la familia, el trabajo, los sindicatos, las agremiaciones, el vecindario, dejan de tener el peso que tuvieron hace medio siglo atrás. En la sociedad informacional –parafraseando a Castells- el sujeto líquido se enfrenta a un mundo de consumo irrefrenable y a una disputa por espacios de integración en un marco de competencia desregulada que socaba los vínculos que lo mantendrían ligado a los otros miembros de una comunidad de destino.

Las redes sociales facilitan precisamente este descompromiso con los otros, pues se puede entrar y salir de las redes con la misma facilidad, no existe ninguna condición de persistencia, de constancia que constriña a los individuos a mantenerse unidos a una causa o a un grupo determinado. Las redes concederían libertad, ausencia de “ataduras” en el mejor de los casos, pero también descompromiso y la sensación de que puedo satisfacer mis propias necesidades sin importarme con los otros, optimizando mis elecciones, tratando siempre de llevar ventaja sobre el resto, nunca desventaja.

Pero la libertad que en principio me otorgarían las redes sociales se encuentra supeditada a la presencia de los poderes fácticos, a la manipulación que ejercen los dueños del capital que pueden financiar campañas de desinformación a través del bombardeo de millones de cuentas de navegantes distraídos o ingenuos. Por eso las redes pasan a transformarse en un factor de penetración ideológica cuando orientadas hacia la inoculación de concepciones que buscan reproducir las condiciones de hegemonía de las clases o sectores dominantes. Las redes presentan una sociabilidad débil, aunque peligrosa, pues pueden decidir el voto de ciudadanos pasivos que solo ejercen su voluntad soberana cada cuatro o seis años.

Por lo mismo, resulta fundamental crear campos de disputa en los espacios públicos, en la relación cuerpo a cuerpo con el resto de los ciudadanos y ciudadanas. Si los artilugios tecnológicos pueden decidir algo, ellos serán incapaces de sustentar tales decisiones. Las verdaderas disputas se producen en las calles, en la solidaridad de los cuerpos. La calle es el lugar del encuentro por antonomasia, es donde se ponen en contacto nuestras emociones, nuestros proyectos colectivos y nuestras esperanzas.

No es una mera casualidad que el Ministerio de Educación de Brasil, publicó una advertencia en la cual emplaza a profesores, funcionarios, estudiantes y hasta a los padres para que denuncien a las personas u organizaciones que convoquen a protestas o que participen directamente de las manifestaciones en favor de la educación. La incapacidad del Ministro para administrar una pasta tan compleja como Educación, no le ha impedido percibir la importancia de reprimir las manifestaciones en la calle.

Las dos últimas convocatorias levantadas por los estudiantes para la defensa de la educación han sido monumentales, aunque insuficientes para alterar la agenda ultra-reaccionaria del gobierno Bolsonaro. Va a ser necesaria mucha perseverancia y coraje para seguir ocupando las calles y disputar codo a codo los cambios que requiere Brasil para continuar aspirando a transformarse en la patria inclusiva y justa que anhela imperiosamente la mayoría de sus habitantes.

sexta-feira, 17 de maio de 2019

Un país movilizado contra la barbarie

Fernando de la Cuadra
Socialismo y Democracia

Las manifestaciones del 15 de mayo marcan el inicio de un ciclo de resistencia al (des)gobierno que existe actualmente. Luego de anunciar un corte del 30 por ciento del presupuesto de las Universidades Federales, una onda de rechazo a esta medida se propagó rápidamente por todo el territorio. El propio Bolsonaro viendo la antipatía que causaba esta decisión del ejecutivo, decidió llamar al Ministro de Educación, Abraham Weintraub, para solicitarle que echara pie atrás en esta resolución. Sin embargo, poco después desde la propia Casa Civil se declaraba que la disminución de gastos en educación continuaba vigente.

Un inventario interminable de imágenes que se han difundido por las redes y medios audiovisuales, muestran que las adhesiones a las movilizaciones en defensa de la educación fueron multitudinarias en decenas de ciudades de Brasil. Suman cientos de miles, especialmente jóvenes, los que participaron en las marchas por los diversos rincones del país. No solo las personas se manifestaron en los principales centros urbanos, sino que también hubo concentraciones en localidades pequeñas y apartadas. Bolsonaro dijo simplemente que eran “idiotas útiles, al servicio de una minoría aprovechadora izquierdista”. Está claro que el idiota es justamente aquel que no quiere ver lo que salta a simple vista, la enorme expresión de descontento con los rumbos de la educación y de un conjunto de materias que solo vienen a sumarse al creciente malestar provocado por las políticas obtusas y caóticas de un gobierno que – como señalábamos en otra materia- es una nave que ha perdido el rumbo.

No solo en el ámbito educacional es donde el gobierno actúa de manera errática, sino que su administración completa es un fiasco. Con una total subordinación a los intereses de Estados Unidos, la inserción de Brasil en el plano externo está marcada por la ausencia de soberanía y por un papel intrascendente en los foros internacionales. Lejos ha quedado el proyecto de fortalecer el bloque de los BRICS como alternativa a la hegemonía del eje Estados Unidos-Unión Europea. Su poca amigable política comercial con China, siguiendo las recomendaciones de Trump, va a comprometer indudablemente la capacidad del país de seguir exportando su producción hacia uno de sus principales mercados. En materia ambiental, el país viene experimentando un retroceso evidente en la defensa del patrimonio natural y en la contención de la desforestación de la región amazónica. Y con escasa inversión en el campo de la ciencia y la innovación tecnológica, Brasil se encuentra en un franco retroceso, dependiendo casi exclusivamente de la explotación de sus materias primas sin ningún valor agregado.

En poco tiempo de mandato, el gobierno viene acumulando una cadena interminable de errores que hasta sobrepasa las peores previsiones que se tenían sobre él. Inclusive algunos analistas ya han acuñado el nombre de “República del tiro en el pie” para expresar la tendencia hacia el descalabro intencionado que parece inspirar al ejecutivo. Ello se está reflejando en la sucesión de derrotas que viene acumulando el gobierno en el Congreso, perdiendo sistemáticamente el apoyo de los partidos que formaban su base aliada.

Su última medida ha sido pedirle a la Agencia Brasileña de Inteligencia (ABIN) que investigue la vida de rectores y decanos de las Universidades Federales, generando automáticamente una ola de rechazo por parte de muchas entidades de derechos humanos y de los diversos estamentos universitarios.

Ante este escenario, una nueva manifestación ha sido convocada por la Unión Nacional de Estudiantes (UNE) para el día 30 de mayo y para el 14 de junio se ha programado una protesta nacional contra la Reforma del Sistema Previsional. Es una lucha de largo aliento, pero la tendencia es que la secuencia de movilizaciones, huelgas y paros se vaya robusteciendo en un incesante “in crescendo”, demostrando que es cada vez más vehemente el anhelo de millones de ciudadanos por construir una nación diferente. La protesta multitudinaria extravasó el ámbito de las redes y se expandió por el espacio público en un imponente cuerpo social manifestándose. La derrota en las calles del gobierno de ultraderecha parece, como nunca, un camino sin retorno.

quarta-feira, 15 de maio de 2019

Para repensar a América Latina

José Luís Fiori & Rodrigo Leão
Outras Palavras

Fracasso do neoliberalismo restaurado era previsível: suas opções internas e geopolíticas já haviam naufragado nos anos 1990. Mas de pouco servirá o fiasco, se a esquerda não recuperar o debate estrutural sobre os rumos da região

Dois temas ocuparam lugar de destaque na agenda das discussões socioeconômicas neste início do século XXI: o redesenho do mapa geopolítico e a polarização crescente da riqueza e do poder mundial; e a pauperização de grandes massas populacionais, sobretudo na periferia do sistema capitalista. Estes não são problemas novos, pois vêm sendo discutidos há muito tempo, no campo teórico e político. Cabe lembrar que tais problemas se intensificaram no período denominado de globalização.

Essa “fase” não pode ser tratada como algo necessariamente novo, é uma espécie de exacerbação do liberalismo clássico, econômico e político, em particular da sua crença num capitalismo sem fronteiras e gerido por Estados nacionais que fossem reduzidos às suas funções mais elementares. Outro elemento central nesse ideário é a certeza de que a desregulação dos mercados e a liberalização das economias nacionais promoveria no médio prazo a convergência da riqueza das nações e a redução das desigualdades entre as classes sociais.

Na América Latina, essas ideias acabaram dominando o pensamento político e acadêmico, durante as décadas de 1980 e 1990, e se transformaram no fundamento teórico e ideológico de um novo projeto econômico de desenvolvimento, “associado e dependente” das grandes potências, em particular, do poder e da economia norte-americana. Por isto, também na América Latina, durante este período, foram descartadas, como anacrônicas, todas as teses e preocupações contidas na agenda do debate latino-americano sobre o desenvolvimento, como as restrições externas ao crescimento e as origens das desigualdades sociais; mas também, a necessidade do intervencionismo estatal, e de um projeto de construção de um sistema econômico, nacional e autônomo.

O insucesso econômico das políticas liberais naquela década contribuiu decisivamente para a “virada à esquerda” dos governos sul-americanos, durante a primeira década do século XXI. Em poucos anos, quase todos os países da região elegeram governos de orientação nacionalista, desenvolvimentista ou socialista, que mudaram o rumo político-ideológico do continente. Como já lembrado em outro artigo[1], todos se opuseram às ideias e políticas neoliberais da década de 1990 e todos apoiaram ativamente o projeto de integração da América do Sul, opondo-se ao intervencionismo norte-americano no continente. Esse giro político à esquerda coincidiu com o ciclo de expansão da economia mundial, que favoreceu o crescimento generalizado das economias regionais até a crise financeira de 2008.

Os sucessos econômicos ao lado da maior autonomia política e social, materializada no fortalecimento do bloco regional latino-americano, de certa forma foram se colocando, ao longo do tempo, de forma conflituosa aos interesses das grandes potências, principalmente a norte-americana. Essa maior “autonomia” também significou um maior controle de ativos estratégicos latino-americanos pelos seus respectivos Estados nacionais, como foi o caso do setor de energia, o que novamente entrou em rota de colisão com os interesses dos Estados Unidos. A importância da descoberta do pré-sal no Brasil e do gás não convencional na Argentina, por exemplo, tem um papel central para a geopolítica energética dos Estados Unidos no longo prazo.

Não se deve negligenciar nesse debate o impacto da crise internacional do início da década atual, nem dos eventuais equívocos dos governos à esquerda latino-americanos, mas essa tensão e divergência “estratégica” entre os países da América Latina e os Estados Unidos impulsionam uma reorganização política, nesta segunda década do século XXI, que tem como mantra as ideias liberais.

Assim como nos anos 1990, um fantasma que ronda hoje parte dos governos latino-americanos: é a incapacidade de se entregar resultados diferentes dos observados naquele período. As experiências recentes mostram novamente as dificuldades para se beneficiar por completo do modelo liberal globalizante das grandes nações, isto é, para apresentar êxitos econômicos, como na questão da dívida pública, e sociais, como na redução da pobreza. A agenda do governo Macri na Argentina, por exemplo, recupera na íntegra as premissas liberais adotadas nos últimos vinte anos do século XX. Como mostra o jornalista argentino, Fernando Rosso, “logo depois de triunfar nas eleições em outubro de 2015, Macri lançou uma agenda econômico sustentada pelo tripé de ‘reformas permanentes’ (reforma da previdência, flexibilização trabalhista e ajuste fiscal)”.[2] E as consequências de tais políticas já são visíveis como mostra o mesmo jornalista:

“Algumas variáveis sintetizam o (des)equilíbrio econômico do governo de Macri em seus três anos de gestão: o PIB acumulou uma queda de 1,3%, a inflação foi da ordem de 163%, o dólar subiu 290% em relação à cotação oficial de dezembro de 2015 e 160% em relação ao dólar paralelo naquele momento. A dívida cresceu US$ 80 bilhões com credores privados e mais de US$ 100 bilhões se forem incluídos os primeiros desembolsos do acordo com o FMI. (…) As consequências desses números sobre a vida cotidiana das maiorias populares são profundamente desoladoras. O desemprego atingiu 9% durante o terceiro trimestre de 2018 e não atingiu os dois dígitos porque, para já, o grosso do ajustamento foi feito por via da liquidação do poder de compra do salário. As convulsões econômicas e os profundos retrocessos sociais são o saldo que o governo da nova direita argentina deixou até agora. E o pior parece ainda estar para vir.”

Esse é apenas um exemplo de como, nos últimos dois anos, essas ideias voltam a vigorar com força na agenda e no pensamento econômico de parte da América Latina, em especial no Brasil.

Não deixa de ser curioso que, se na década de 1920 e 1930 a concentração da América Latina na produção de produtos primários, no caso brasileiro o café, é o que impulsiona o debate estruturalista inaugurado pela Comissão Econômica para a América Latina (Cepal), nos final dos anos 2010, as ideias dos formuladores econômicos latino-americanos retomam aquela visão de mundo pré-Cepal, mas dessa vez não é café, mas sim o petróleo, a bola da vez. O atual presidente da Petrobras, Roberto Castello Branco, sintetiza de forma cristalina essa visão ao comentar o foco da empresa neste momento: “parecemos envergonhadas em explorar commodities. Vamos explorar e produzir valor para o Brasil”.

Não se pretende aqui discutir o caráter geoestratégico de um recurso como o petróleo, mas sim que por trás desta visão de exploração e exportação de petróleo cru está novamente aquele ideário liberal e de posição subordinada do Brasil na divisão internacional do trabalho.

É indiscutível que, neste momento e a despeito dos resultados anteriores, há uma espécie de retomada do pensamento liberal nas agendas de parte dos governos latino-americanos. E junto há uma tentativa não apenas de estreitar, mas de sepultar qualquer pensamento crítico a esse ideário. Dessa forma, torna-se indispensável novamente a recuperação de um debate que muitos consideram superado sobre o desenvolvimento desigual e pauperizante do capitalismo.

A dúvida é se haverá capacidade de reorganização do debate estrutural sobre os rumos da América Latina, incluindo aí o seu papel da geopolítica e geoeconomia, ou se ficaremos reféns apenas de responder aos desafios da “nova-velha” agenda liberal.

Referências:

[1] Fiori, J. L. O Brasil e seu entorno estratégico na primeira década do século XXI. In: Emir Sader (Org.). 10 Anos de governos pós-neoliberais no Brasil: Lula e Dilma. São Paulo: Boitempo, 2013.

[2] Rosso, F. La enigmática supervivencia política de Mauricio Macri. Nueva Sociedad, n. 279: 4-12, enero-febrero, 2019.

terça-feira, 7 de maio de 2019

La lucha creciente en defensa de la educación

Fernando de la Cuadra
Rebelión

En las últimas semanas, el gobierno brasileño parece empeñarse en una cruzada para destruir la educación pública en todos sus niveles. El desprecio de Bolsonaro por la educación, especialmente la universitaria no es ninguna novedad. Durante toda su campaña a través de Twitter, ya daba señales de lo que pretende realizar actualmente en el país: desmontar el sistema educacional por considerar que Brasil derrocha demasiado en esa cartera.

Bolsonaro no solo ignora –o parece ignorar- las cifras entregadas de estudios realizados por organismos internacionales, como la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), en donde se expone que Brasil ocupa el último lugar en gasto en educación entre los 39 países analizados, que incluye también a Argentina, Chile, Colombia y Costa Rica. Lo que él desea es destruir las bases para la formación de una ciudadanía informada y preparada y, por lo tanto, crítica. Como muchas veces lo había afirmado Paulo Freire, la educación es una herramienta que les permite a las personas libertarse en el pensar y no resignarse en ser dominados y obedecer.

Por lo mismo no es casualidad que exista actualmente una campaña destemplada para despojar a este pedagogo del título de Patrono de la Educación Brasileña, el que recibió por el Estado en 2012 como reconocimiento por todos los años dedicados a difundir y trabajar por una educación basada en el pensamiento reflexivo, crítico y transformador. Justamente en este momento, en que Paulo Freire está siendo expurgado de los textos educativos por una decisión del ejecutivo, su figura crece mundialmente y es considerado uno de los pensadores más influyentes de la actualidad y su obra de las más importantes entre las producidas durante el siglo XX.

Cuando Vélez Rodríguez asumió el ministerio de educación, se pensaba que su principal propósito a la cabeza de dicha secretaría estaba destinado a desmontar las políticas educacionales, pero sus acciones fueron tan bizarras y descriteriadas que al poco tiempo le fue solicitada la renuncia, pese a los reclamos de su mentor en el gobierno, el alucinado astrólogo Olavo de Carvalho. Pero finalmente, este mismo personaje consiguió que fuera indicado el nuevo titular, Abraham Weintraub, más fundamentalista y peligroso que Vélez Rodríguez. Al igual que el ministro saliente, el actual ministro no posee ninguna experiencia en gestión educativa y solo viene a confirmar el hecho de que la mayoría de los ministros de Bolsonaro no provienen del área a la cual fueron designados y son ilustres desconocidos en el ámbito de las políticas públicas. Es un gobierno de personas sin preparación que van improvisando diariamente a partir de sus prejuicios y preceptos morales.

Desde que asumió en el ministerio, Weintraub comenzó a anunciar que los cursos de filosofía y sociología no pueden ser dictados en universidades públicas, ya que el país necesitaría de otro tipo de profesionales como médicos, ingenieros o veterinarios, áreas que generarían un “retorno inmediato a los contribuyentes”. El ministro supone falsamente que ambos programas profundizarían la crisis de financiamiento de las universidades federales, cuando en realidad ellos no representan más del 2% del total de alumnos matriculados en dichas universidades.

A seguir el ministro dictaminó el corte del 30% de todas las universidades públicas (2 mil millones de dólares aprox.), con el argumento de que ellas no se encuentran realizando ninguna producción científica relevante para el provecho de la nación. Otra falsedad. En la actualidad el 90% de la investigación y producción científica en Brasil es realizada en las Universidades Federales, siendo que ellas tienen la responsabilidad de formar solamente al 20% del total de alumnos de la enseñanza superior. Y muchas de ellas ocupan los primeros lugares en los rankings internacionales entre entidades de educación superior.

El ataque y el abandono de las universidades públicas solo se puede entender como parte de un proyecto que busca la asfixia administrativa por escasez de recursos (cortes en los gastos de alimentación, agua, luz, aseo, etc…) para proceder posteriormente a su privatización. Casualmente, la hermana del Ministro de Hacienda, Paulo Guedes, es Vice-Presidenta de la Asociación Nacional de Universidades Privadas.

Por otro lado, esta arremetida contra los establecimientos educacionales busca acabar con un foco de resistencia importante al gobierno de ultraderecha y desestimular las futuras movilizaciones que están siendo anunciadas en todo el país. Ya se han producido manifestaciones de estudiantes en las principales ciudades del país, Sao Paulo, Rio de Janeiro, Salvador, Brasilia y Belo Horizonte. También se ha convocado para el día 15 de mayo a una movilización estudiantil en torno al “Día Nacional en Defensa de la Educación”.

En momentos en que la política gubernamental parece concentrarse en la destrucción del sistema educacional brasileño, miles de personas entre docentes, alumnos(as) y funcionarios(as) en todos los niveles de formación, se encuentran articulando un gran pacto nacional por la defensa de la educación. Mientras más groseros sean los ataques a la educación pública, más fuerte será el rechazo entre todos los estamentos del sistema educativo y entre la ciudadanía. Del éxito de dicha convergencia y de la persistencia de esta lucha, dependerá la posibilidad de construir una educación pública de calidad que permita generar mayores y mejores oportunidades a las futuras generaciones de brasileños.

sábado, 4 de maio de 2019

¿Vuelve la lucha de clases?

Domenico Losurdo
El Viejo Topo

Mientras la crisis económica acentúa la polarización social y, actualizando la memoria histórica de la Gran Depresión que estalló en 1929, condena a muchos millones de personas al desempleo, a la precariedad, a la angustia diaria por la subsistencia e incluso al hambre, menudean los artículos y ensayos que hablan de una «vuelta de la lucha de clases». Entonces, ¿había cesado? A mediados del siglo XX, al criticar duramente el «dogma» de la teoría marxiana de la lucha de clases, Ralf Dahrendorf (1963, pp. 112 ss. y 120-121) resumía así las metas alcanzadas por el sistema capitalista: «La posición social del individuo [depende ya] de las metas educativas que ha conseguido alcanzar». Y eso no era todo; también había «un parecido cada vez mayor de las posiciones sociales de los individuos», y era innegable la tendencia a una «nivelación de las diferencias sociales». Pese a todo, el autor de este panorama color de rosa se veía en la obligación de polemizar con otros sociólogos, según los cuales nos encaminábamos espontáneamente hacia «una situación en la que ya no existirían ni clases ni conflictos de clase por la sencilla razón de que ya no habría motivos de enfrentamiento».

Eran años en que desde el Sur del mundo y desde los campos una masa interminable de hombres, mujeres y niños empezaban a abandonar su lugar de origen para buscar fortuna en otro sitio. Era un fenómeno que también se producía masivamente en un país como Italia: llegados por lo general del Mezzogiorno, los emigrantes cruzaban los Alpes o se quedaban a este lado. Las condiciones de trabajo en las fábricas del Norte de la península pueden ilustrarse con un detalle: en 1955, para reprimir huelgas y agitaciones obreras, se despedía a cientos o miles de activistas de la CGIL, el sindicato acusado de un radicalismo inadmisible (Turone 1973, p. 259). No era, ni mucho menos, una práctica propia de un país poco desarrollado. Al contrario, el modelo era Estados Unidos, donde desde hacía tiempo existían los yellow-dog contracts, merced a los cuales, al ser contratados, los obreros y empleados se comprometían (eran obligados a comprometerse) a no afiliarse a ningún sindicato. ¿Realmente había cesado la lucha de clases, o lo que había cesado en gran medida era la libertad sindical, como confirmación de la lucha de clases? Los años siguientes fueron los del «milagro económico». Pero veamos lo que sucedía en 1969 en el país-guía de Occidente, dando la palabra a una revista estadounidense de difusión internacional (Selecciones del Reader’s Digest), dedicada a la propaganda del American Way of Life. «Hambre en América» era el título, de por sí elocuente, de un artículo que proseguía así:

• En Washington, capital federal, el 70 % de los niños ingresados en el hospital pediátrico padecen desnutrición […]. En Estados Unidos los planes de asistencia alimentaria alcanzan a solo 6 de los 27 millones de indigentes […]. Un grupo de médicos, después de un viaje de pesquisa por los campos del Misisipí, declaró ante la subcomisión del Senado: «Los niños que hemos visto están perdiendo salud, energía y vivacidad de un modo evidente. Pasan hambre y están enfermos, y estas son las razones directas e indirectas que les llevan a la muerte».

Según Dahrendorf, lo que decidía la posición social de los individuos era solo, o sobre todo, el mérito escolar; pero la revista estadounidense llamaba la atención sobre una obviedad que no se puede omitir: «Los médicos están convencidos de que la desnutrición incide en el crecimiento y el desarrollo del cerebro» (Rowan, Mazie 1969, pp. 100-102). Y una vez más se impone la pregunta: ¿esta terrible miseria en el país de la opulencia capitalista tenía algo que ver con la lucha de clases?

En los años siguientes, dejando atrás sus fantásticas afirmaciones-previsiones de mediados del siglo XX, Dahrendorf (1988, p. 122) tomaba nota de que en Estados Unidos se producía «un aumento del porcentaje de pobres (a menudo en activo)». La observación más interesante e inquietante se encerraba en un paréntesis de apariencia trivial: ¡ni siquiera el puesto de trabajo evitaba el riesgo de pobreza! La figura del working poor, tan olvidada, volvía a ser de actualidad, y con esta figura asomaba el fantasma de una lucha de clases, que parecía exorcizado de una vez por todas. Sin embargo, en este mismo periodo de tiempo, un ilustre filósofo, Jürgen Habermas (1986, p. 1012), volvía a defender las posiciones abandonadas por el ilustre sociólogo. Sí, para confrontar a Marx y su teoría del conflicto y la lucha de clases no había más que mirar alrededor y ver «la pacificación del conflicto de clases, obra del estado social» que «en los países occidentales» se había desarrollado «a partir de 1945» gracias al «reformismo basado en el instrumental de la política económica keynesiana». Salta de inmediato a la vista una primera inexactitud: este planteamiento, si acaso, podía ser válido para Europa Occidental, pero no para Estados Unidos, donde el estado social nunca tuvo mucho arraigo, como confirma el panorama angustioso que acabamos de ver.

Pero no es este el aspecto esencial. La tesis de Habermas se caracteriza sobre todo por la falta de una pregunta que, sin embargo, tendría que haber sido obvia: ¿el estado del bienestar fue el colofón inevitable de una tendencia intrínseca del capitalismo o, por el contrario, el fruto de una movilización social y política de las clases subalternas, y en última instancia de una lucha de clases? Si el filósofo alemán se hubiera hecho esta pregunta quizá habría evitado dar por descontada la permanencia del estado social, cuya precariedad y cuyo progresivo desmantelamiento están hoy a la vista de todos. Quién sabe si mientras tanto Habermas, que hoy está considerado el heredero de la Escuela de Fráncfort, ha abrigado alguna duda. En Occidente, el estado social no tomó forma en EEUU sino en Europa, donde el movimiento sindical y obrero estaba tradicionalmente más arraigado, y tomó forma durante los años en que este movimiento era más fuerte que nunca, a causa del descrédito que las dos guerras mundiales, la Gran Depresión y el fascismo habían proyectado sobre el capitalismo. Pues bien, ¿todo esto es la confutación o la confirmación de la teoría marxiana de la lucha de clases?

El filósofo alemán señaló el año 1945 como punto de partida de la construcción del estado social en Occidente y el debilitamiento y la desaparición de la lucha de clases. El año anterior, durante una visita a Estados Unidos, el sociólogo sueco Gunnar Myrdal (1944, p. 1) había llegado a una rotunda conclusión: «La segregación se está volviendo tan completa que un blanco del Sur solo ve a un negro como sirviente y en situaciones parecidas, formalizadas y normalizadas, propias de las relaciones entre castas». Dos décadas después, la relación siervo-amo entre negros y blancos todavía distaba mucho de haber desaparecido: «En los años sesenta el gobierno usó como conejillos de Indias a más de 400 hombres de color de Alabama. Estaban enfermos de sífilis y no los curaron porque las autoridades querían estudiar los efectos de la enfermedad sobre “una muestra de la población”» (R. E. 1997). Las décadas que van desde el fin de la segunda guerra mundial hasta la «pacificación del conflicto de clase» son al mismo tiempo el periodo histórico en que estalló la revolución anticolonial. Los pueblos de Asia, África y América Latina se sacudieron el yugo colonial o semicolonial, mientras en Estados Unidos arreciaba la lucha de los afroamericanos por poner fin al régimen de segregación y discriminación racial que seguía oprimiéndoles, humillándoles y relegándoles a los segmentos inferiores del mercado del trabajo e incluso tratándoles como conejillos de Indias. Esta gigantesca ola revolucionaria, que modificó profundamente la división del trabajo a escala internacional y en el país-faro de Occidente, ¿tiene algo que ver con la lucha de clases? ¿O la lucha de clases solo es el conflicto que enfrenta en un país aislado a los proletarios con los capitalistas, al trabajo dependiente con la gran burguesía?

Esta última es claramente la opinión de un historiador inglés famoso en nuestros días, Niall Ferguson: en la gran crisis histórica de la primera mitad del siglo XX la «lucha de clases», o mejor dicho «las presuntas hostilidades entre proletariado y burguesía», tuvieron un papel muy modesto; en cambio fue decisiva la que Hermann Göring, volviendo la mirada sobre todo al choque entre el Tercer Reich y la Unión Soviética, llamó la «gran guerra racial» (infra, cap. VI, § 8). El intento de la Alemania nazi de reducir a los eslavos a la condición de esclavos negros al servicio de la raza de los señores, y la resistencia épica de pueblos enteros a esta guerra de sometimiento colonial y esclavización sustancial, en suma, la «gran guerra racial» fomentada por el Tercer Reich, ¿no tiene nada que ver con la lucha de clases?

No cabe duda: para Dahrendorf, Habermas y Ferguson (pero también, como veremos, para prestigiosos autores de orientación marxista y posmarxista), la lucha de clases remite exclusivamente al conflicto entre proletariado y burguesía, es más, al conflicto entre proletariado y burguesía cuando se agudiza y las dos partes son conscientes de él. Pero ¿era esta la visión de Marx y Engels? Como es sabido, después de evocar el «fantasma del comunismo» que «recorre Europa» y aún antes de analizar la «lucha de clases (Klassenkampf) en desarrollo» entre proletariado y burguesía, el Manifiesto del partido comunista empieza enunciando una tesis que se haría famosísima y estaría muy presente en los movimientos revolucionarios de los siglos XIX y XX: «Hasta nuestros días, la historia de la Humanidad ha sido una historia de luchas de clases» (Klassenkämpfe) (MEW, 4; 462 y 475). El paso del singular al plural da a entender claramente que la lucha de clases entre el proletariado y la burguesía es solo una de ellas, y que las luchas de clases, puesto que recorren en profundidad la historia universal, no son una característica exclusiva de la sociedad burguesa e industrial. Por si hubiera dudas, varias páginas después el Manifiesto insiste: «Hasta hoy en día la historia de todas las sociedades existentes ha sido una constante sucesión de antagonismos de clases, que revisten diversas modalidades según las épocas» (MEW, 4; 480). De modo que no solo se declinan en plural las «luchas de clases», sino también las «modalidades» que revisten en las distintas épocas históricas, en las distintas sociedades, en las distintas situaciones concretas que se presentan. Pero ¿cuáles son las múltiples luchas de clases o las múltiples configuraciones de la lucha de clases?

Para responder a esta pregunta es preciso reconstruir en el plano filológico y lógico el significado de una teoría y los cambios y las oscilaciones que ha experimentado. Pero no basta con la historia del texto, hay que repasar también la historia real. Se impone una relectura doble, de carácter histórico-teórico: por un lado es preciso arrojar luz sobre la teoría de la lucha de clases enunciada por Marx y Engels, encuadrándola en la historia de la evolución de los dos filósofos y militantes revolucionarios y de su participación activa en las luchas políticas de su tiempo; por otro es preciso verificar si dicha historia es capaz de explicar la historia mundial, intensa y atormentada, que arranca del Manifiesto del partido comunista.

La primera relectura, por lo tanto, aborda el tema de la lucha de clases en «Marx y Engels». Pero ¿es legítimo establecer una conexión tan estrecha entre los dos? Aclaro rápidamente los motivos de mi planteamiento. En el ámbito de una división del trabajo y un reparto de tareas pensado y acordado entre ambos, los dos autores del Manifiesto del partido comunista y de otras obras no menos importantes mantienen una relación de constante colaboración y asimilación recíproca de su pensamiento. Por lo menos en lo referente al plano más estrechamente relacionado con la política y la lucha de clases, se consideran miembros o dirigentes de un solo «partido». En una carta a Engels del 8 de octubre de 1858, después de plantear un importante problema teórico y político (¿puede producirse en Europa una revolución anticapitalista mientras el capitalismo sigue en fase ascendente en la mayor parte del mundo?), Marx exclama: «¡He aquí un asunto difícil para nosotros!» (MEW, 29; 360). Quien debe responder no es un intelectual individual, aunque sea genial, sino el grupo dirigente de un partido político en formación. En efecto, los adeptos de este «partido» hablan de «Marx y Engels» como una fraternidad intelectual y política indisoluble, como un grupo dirigente de partido que piensa y actúa al unísono. De la misma opinión son también sus adversarios, empezando por Mijaíl A. Bakunin, que también junta repetidamente en su crítica a «Marx y Engels» o a «los señores Marx y Engels», o fustiga al «señor Engels» como alter ego de Marx (en Enzensberger 1977, pp. 401, 356 y 354). Otros adversarios ponen en guardia contra «la camarilla de Marx y Engels» o ironizan sobre el «señor Engels, primer ministro de Marx» o sobre «Marx y su primer ministro» (en Enzensberger 1977, pp. 167, 296 y 312). Tan estrecho es el vínculo entre los dos grandes intelectuales y militantes revolucionarios que a veces se habla de «Marx y Engels» en singular, como si se tratase de un solo autor y una sola persona: el primero lo señala en una carta al segundo del 1 de agosto de 1856 (MEW, 29; 68).

Es evidente que se trata de dos individualidades, y las diferencias que subsisten inevitablemente entre dos personalidades distintas deben tenerse en cuenta y, llegado el caso, destacarse; pero sin crear por ello una especie de escisión póstuma en un «partido» o en un grupo dirigente de partido, que supo afrontar unido los innumerables desafíos de su tiempo. Así pues, ¿qué entienden Marx y Engels por lucha de clases?

terça-feira, 9 de abril de 2019

Brasil: La embestida delirante para desmontar una nación

Fernando de la Cuadra
Socialismo y Democracia

Solo para certificarlo con las encuestas. El gobierno Bolsonaro es el peor evaluado en los primeros tres meses entre todos los gobiernos que han existido desde la redemocratización. Y el descrédito de su administración no es un simple producto de la campaña de desprestigio que ha realizado la prensa escrita o audiovisual. Al contrario, ella se ha mostrado bastante cautelosa a juzgar por muchas de las opiniones que se mantienen en un plano neutro, probablemente a la espera de lo que podrá suceder en los próximos meses, cuando se supone que debería ser aprobada la reforma del sistema de pensiones.

Pero el mandatario y sus ministros han incurrido en tantos errores de gestión, que resultaría bastante tedioso comenzar a enumerarlos uno por uno. Para muestra un botón: en el caso del Ministro de Educación, se pueden inventariar varias de sus bizarras declaraciones y delirantes decisiones, como la de exigir que durante los lunes se cantase el himno nacional en todos los establecimientos educacionales del país y los alumnos y profesores filmados para comprobar que efectivamente estuviesen siguiendo la directriz del ministerio. Por esta y otras razones, el ministro Vélez duró menos de 100 días en su cartera y ahora está siendo reemplazado por otro economista fundamentalista, sin currículo ni historial para hacerse cargo de un ministerio tan importante y complejo como el de educación.

Algunos especialistas ya auguran que el paso del nuevo ministro Abraham Weintraub será un desastre para la educación de Brasil, pues no posee experiencia en el área ni entiende nada de gestión pública. Adherente de políticas ultraliberales -como el ministro de Economía Paulo Guedes- su principal propósito consiste en disminuir al máximo los gastos obligatorios en educación, cortando programas y actividades que son parte esencial del funcionamiento del ministerio, como el Plan Nacional de Educación. Es decir, la situación en la pasta de educación tenderá a ser más calamitosa de lo que ha sido hasta ahora.

En casi todos los campos de su administración, el gobierno Bolsonaro se ha dedicado a desmontar lo que venía siendo realizado como política pública, desde el programa Más Médicos de atención primaria en salud, la demarcación de tierras indígenas y protección de los pueblos originarios hasta temas de política exterior. En este último ámbito, subordinando los intereses de Brasil a los dictámenes emitidos por Donald Trump, el ejecutivo se dispone a intervenir militarmente en Venezuela, si Estados Unidos decide iniciar invadir ese país. Son precisamente los círculos militares quienes han advertido sobre los peligros que conllevaría entrar en ese conflicto.

La idea de destruir todo aquello que tiene perfume de política izquierdista no es nueva. Bolsonaro la viene repitiendo como un mantra desde sus días de campaña y lo explicitó nuevamente en su reciente viaje a Israel. Con una vocación inquisidora y alucinada, su permanente apelo a la verdad no es otra cosa que una institucionalización de la mentira. En ello se ha basado la emisión cotidiana de fake news, las que propagadas a través de las redes sociales mantiene la adhesión de una masa de seguidores fanáticos e incondicionales.

En estos medios Bolsonaro y sus acólitos realizan nuevas “revelaciones” de cuestiones que parecían zanjadas en la historia de la humanidad, como que la tierra no es plana y gira en torno al sol o que el nazismo es un movimiento de derecha y nunca de izquierda solo porque se llama “nacional socialismo”. Entre otras perlas del estilo, su ministro de relaciones exteriores señala que la globalización es una invención del marxismo cultural, que las vacunas matan o que el cambio climático no existe. Es un delirio tras otro y el gobierno se encuentra plagado de figuras trastornadas que construyen una realidad paralela. Esto tiene efectos perversos sobre las nuevas generaciones que ya no serán capaces de diferenciar los hechos, la ciencia, los datos empíricos, de meras ilusiones, sentimientos e ideas vagas sobre el funcionamiento del mundo real.

Mientras tanto, existe también una creciente movilización en los sindicatos, las asociaciones barriales, las organizaciones de la sociedad civil y las universidades, que están tratando de salir de este letargo expectante de inicio de mandato y pasar a constituirse en una oposición más activa que permita generar las condiciones para la destitución de un gobierno que se sustenta sobre el predominio del miedo y la demencia.

quinta-feira, 28 de março de 2019

El gobierno Bolsonaro en caída libre

Fernando de la Cuadra
Rebelión

Ahora que se van cumplir los 3 meses desde que Jair Bolsonaro asumió el comando del país, la pregunta que más se realizan brasileños y no brasileños es si el actual presidente conseguirá mantenerse en su cargo hasta el final de su mandato en diciembre de 2022. Por la cantidad de errores cometidos, por los problemas de articulación entre sus bases y aliados, por la falta de comunicación con el resto del país que no son sus devotos seguidores de Twitter y por el desgaste enorme que ha sufrido en tan corto periodo de tiempo, parece poco factible que Bolsonaro logré finalizar en el Palácio do Planalto sus cuatro años de gobierno.

Efectivamente, ya no basta con admitir que Bolsonaro es un neofascista y adherente a una larga lista de racismos y prejuicios fundamentalistas que expresan lo peor de la naturaleza humana, sino que el tema relevante de hoy día se centraliza en la interrogante sobre si él va a ser capaz de darle continuidad a una administración que hasta el momento ha sido catastrófica.

Todos los días surgen nuevos indicios del estrecho vínculo entre el clan Bolsonaro y las bandas criminales y grupos milicianos que asesinaron a Marielle Franco. Por otro lado, las disputas internas entre los diversos componentes del gobierno afloran interminablemente. Especialmente patéticas son las acusaciones cruzadas entre el Vicepresidente, General Hamilton Mourão, y el astrólogo y gurú de algunos miembros del gabinete, Olavo de Carvalho.

Dichos atritos y roces también se han propagado entre miembros del Poder Judicial, específicamente, entre los jueces de la Operación Lava Jato y algunos ministros del Supremo Tribunal Federal (Corte Suprema). La reciente orden de detención dada por un juez del grupo Lava Jato al ex presidente Michel Temer y la ex gobernador Moreira Franco fue interpretada como una vuelta de mano a la descalificación que sufrió el Ministro Sergio Moro a manos del Presidente de la Cámara de Diputados, Rodrigo Maia –yerno de Moreira Franco-, quien señaló que Moro no pasaba de un funcionario del gobierno y que los acuerdos con la Cámara tenían que ser vehiculados por el propio presidente y no por sus subordinados. Luego Temer fue liberado por orden de un procurador que desconoció los argumentos jurídicos de la anterior decisión condenatoria.

Las tensas relaciones entre el Ejecutivo y el Legislativo quedaron más expuestas en la reciente votación de la Propuesta de Enmienda Constitucional (PEC) del Presupuesto, en la cual el Congreso voto casi por unanimidad la medida que determina los gastos públicos y eleva para el 97 por ciento el nivel de restricción de las cuentas del gobierno federal. Ello ha sido considerado la mayor derrota del Ejecutivo en lo que va de su mandato.

Además, todo ello hace prever que la votación de la Reforma al Sistema Previsional se va a tardar más de lo que desearía el Ejecutivo, inclusive con grandes posibilidades de que sea rechazado por los integrantes de ambas Cámaras, gobernadores, alcaldes y la clase política en general. Hasta ahora el núcleo del gobierno se ha mostrado totalmente incapaz de construir acuerdos entre sus aliados y el presidente le ha asignado la función de articulación al presidente de la Cámara, quien la ha rechazado contundentemente.

Inmovilidad y escasa articulación son las palabras de orden para definir la estrategia del gobierno para impulsar la aprobación de esta reforma. Paradojalmente, ella representa la gran apuesta del gobierno Bolsonaro para salir de la crisis y de no aprobarse en los próximos tres meses, todo lleva a presagiar que su futuro se encuentra bastante comprometido. De no producirse una mejora sustantiva en las condiciones de la economía, un fracaso en la mentada reforma significará que el gobierno va a entrar rápidamente en una fase de descomposición política que lo condenará indefectiblemente a un colapso final a mediano o corto plazo.

Para agravar el contexto, la última decisión de “conmemorar” el Golpe de Estado de 1964 el próximo 31 de marzo parece llevar al límite la provocación hacia todas aquellas fuerzas que lucharon durante años por la restauración de la democracia en ese país, reforzando definitivamente la sospecha de algunos de que Bolsonaro está gobernando solamente para un grupo de fieles y radicales seguidores y no para el conjunto de la Nación, como es deseable y esperable en quien asume las funciones de primer mandatario. Hasta el momento existen demasiadas señales de que Bolsonaro no se asume todavía como presidente, no ha tenido ningún protagonismo en los debates más relevantes del actual momento y se ha dedicado a propagar factoides por Twitter, enredándose en disputas insignificantes con sus detractores y con los fantasmas que pululan en su cabeza.

En su vergonzoso paso por Estados Unidos, el presidente advirtió que su gobierno se encuentra destruyendo lo que había de pervertido en los regímenes del pasado, para sobre esas ruinas reconstruir el país deturpado por los izquierdistas. Sin embargo, lo que es cada vez más evidente, es que la actual administración se encuentra sin ideas para construir algo coherente y sin un proyecto claro -excepto la censura y las imposiciones moralistas- que navega desorientada y que cree erróneamente que su fortaleza radica en los cientos de seguidores que siguen diariamente al clan Bolsonaro a través de las redes sociales.

Nada más distante de la realidad que esta visión que rehúye de los graves problemas de desempleo y del aumento desmedido de la pobreza en las principales ciudades y en el interior rural de un Brasil que parece perder la esperanza en el porvenir. A pesar de que el cuadro es crítico, sin duda es también necesario acelerar el proceso de descomposición del gobierno. Frente al escenario desolador, las fuerzas democráticas deben unirse y organizarse en un gran movimiento de resistencia y contestación para revertir el panorama sombrío y para recuperar las conquistas históricas alcanzadas por los ciudadanos brasileños: los programas de transferencia de renta, las políticas de inclusión, de desarrollo sustentable, de respeto a las minorías, de defensa de la soberanía y los recursos nacionales. Si los sectores democráticos no asumen decididamente la lucha por las transformaciones que se requieren con urgencia, existe el riesgo de que un autogolpe perpetrado desde los círculos militares venga a consolidar aún más la fisonomía represiva y oscurantista del actual gobierno.

sexta-feira, 15 de março de 2019

Las mil muertes de Marielle

Elaine Tavares
Rebelión

El día en que fue divulgado el nombre de los matadores de Marielle, lo que más se vio en los perfiles de los seguidores de Bolsonaro fueron calumnias y mentiras sobre ella. Un verdadero horror. Cada una y cada uno, a su modo, intentando descalificar a esa mujer que venía luchando valientemente, incluso por los policías militares que también son víctimas de la violencia en Río de Janeiro. Son muchos los relatos de familiares de policías asesinados que tuvieron el apoyo de Marielle en los más de 10 años en que ella trabajó con la ayuda jurídica y psicológica a las víctimas de la violencia. Sí, así es, Marielle no empezó su lucha contra la violencia cuando se eligió concejal, antes de eso ya estaba involucrada en pesadas batallas.

Como parlamentaria ha podido ir más profundo en esa lucha y estaba dedicada a deshacer a las milicias (grupos paramilitares que extorsionan a comerciantes y populares) que tomaron cuenta de Río de Janeiro. Asesinada por dos policías (un jubilado y otro ex) vinculados a las milicias, a lo largo de ese año ella todavía fue asesinada en cada mentira, en cada calumnia, en cada maledicencia dicha en su contra. Su cuerpo sigue caliente y recibiendo balazos.

Ahora, cerrada la fase de saber quién ha disparado, debería tener secuencia para llegar al mandante. Pero una vez más Marielle es asesinada. El delegado que estaba al frente de las investigaciones fue alejado del caso. Según el gobernador de Río, él no fue exonerado, apenas está saliendo porque "él está agotado, absorbió demasiada información" y va a pasar algunos meses en Italia, para quedar más liviano, quizás. Se sabe que los asesinos fueron advertidos de que había prisión, y ya trataban de huir. Pero el delegado adelantó el acto y consiguió atraparlos, uno de ellos ya en fuga. Eso dice mucho. Mucho. Ahora, sabes dios quien va a asumir el caso y con qué voluntad de llegar a la verdad. Marielle seguirá muriendo ...

Pero si Marielle sigue siendo asesinada todos los días, ya sea por las autoridades o por las gentes que siguen a Bolsonaro como un dios, eso significa que ella sigue viva. Y sigue. En las calles, en las plazas, en las casas, en los corazones de los que aman la paz y la justicia. Y para cada nuevo balazo que ella reciba, una nueva resurrección. Mil veces acribillarán su cuerpo. Mil veces se levantará. Hasta que caiga el que mandó borrar su sonrisa. ¡Sólo ahí podremos llorar y hacerla descansar!

quarta-feira, 13 de março de 2019

Brasil: Una nave a la deriva

Fernando de la Cuadra
Socialismo y Democracia

Después de más de dos meses del gobierno Bolsonaro, el país parece encontrarse paralizado y perdido en una interminable secuencia de declaraciones bizarras que no apuntan hacia ningún destino viable, es una producción absurda de incongruencias y desatinos. Esta indescriptible hemorragia de disparates tuvo su inicio desde el mismo día en que el gobierno tomó pose del poder el 1 de enero del presente año. Desde ese momento, los pronunciamientos del presidente y de sus principales ministros se han transformado en una verdadera “comedia de los horrores”, superándose día tras día.

Ya en su primer pronunciamiento a la nación y renunciando a su papel de estadista y presidente de “todos los brasileños”, Jair Bolsonaro consiguió la proeza de esbozar un programa que solo puede satisfacer a sus seguidores de la extrema derecha, ultraconservadores y oscurantistas. Proclamó que Brasil ya nunca más será socialista -como si alguna vez lo hubiera sido- que va a terminar con lo políticamente correcto, que se va a expurgar la ideología de género, que la bandera brasileña jamás será roja y otras consignas por el estilo.

Sus ministros no se han quedado atrás y sería largo y cansador enumerar uno por uno el abundante y vasto inventario de anuncios esdrújulos e irracionales que han realizado algunos miembros del ejecutivo. Como el canciller Ernesto Araujo, quien ha señalado –entre muchas necedades- que la globalización y el cambio climático son un invento marxista. Otros casos patéticos son los de la Ministra de la Mujer, Familia y los Derechos Humanos, Damares Alves, el Ministro de Educación, Ricardo Vélez o el Ministro de Medioambiente, Ricardo Salles.

Todos ellos han diseminado en un mare magnum de sandeces que viene espantando a los brasileños, los cuales observan con legitima preocupación como un gobierno que se arrogaba el papel de “restaurador de la nación” para liberarla de las garras de la ideología izquierdista, se ha dedicado hasta ahora a dar señales confusas de lo que pretende hacer y que por lo mismo no ha mostrado ninguna medida concreta de avance hacia algo mínimamente constructivo.

Podemos resumir que el actual gobierno se ha propuesto, de manera caótica, imponer una agenda moral ultra conservadora o retrograda, que ha tenido a estos personeros como sus portavoces más declarados, pues desde que asumieron se han dedicado principalmente a pedir la renuncia de funcionarios considerados “marxistas” o a tratar de imponer una agenda de restricciones y censuras. Por ejemplo, el Ministerio de Educación le fue asignado a un ex profesor de la Academia Militar, el cual ha estado implementando iniciativas como la “Escuela sin Partido” que supone la denuncia y sumario de cualquier docente que realice algún tipo de pronunciamiento “ideológico” durante su clase. Esta medida puede expandirte rápidamente como una nueva “caza de brujas” en el Brasil del siglo XXI.

Por su parte, el decreto 9.465 promulgado el 2 de enero –un día después de la investidura- creó una secretaria de fomento de las escuelas cívico-militares, que busca instituir un sistema de enseñanza tutelada por las Fuerzas Armadas para alejar a los niños y jóvenes del adoctrinamiento marxista que –según el decreto- estaría imperando actualmente en los centros educativos del país.

Al inicio del año escolar, el jefe de la cartera emitió una directriz que obligaba a los estudiantes a cantar todos los lunes el himno nacional y además que los alumnos fuesen filmados en esa ceremonia y el archivo enviado al Ministerio. Este reglamento resultó ser tan contraproducente entre la ciudadanía y transgresor de la Constitución, que el propio ministro tuvo que pedir disculpas y sacarlo de la pauta del ministerio, demostrando un fragrante desconocimiento del orden jurídico del país. Su propuesta ha sido hasta ahora desmontar los programas que estaban en curso y aumentar los grados de coerción y sanción sobre profesores, funcionarios y alumnado en general.

Si hubiera que hacer una síntesis, este gobierno se sustenta sobre dos ejes. Un eje es de tipo ético, moral y cultural que se caracteriza por su oscurantismo cultural y su fundamentalismo religioso, apoyado por diversas vertientes del pentecostalismo que tienen representación en el parlamento, la llamada “Bancada de la Biblia”. Junto con ello, se encuentran los apoyos de militares, ex militares, policías y agentes de seguridad que también han accedido a cuotas importantes de participación en el congreso, la “Bancada de la Bala”. Ellos sustentan un proyecto de Populismo autoritario que encarna los valores de la dictadura militar, hacen apología de la tortura y piensan que los problemas de seguridad ciudadana se resuelven aumentando la dotación de policías y matando a los criminales. Su consigna es: “Bandido bueno es bandido muerto”.

Sin embargo, pentecostales y militares no operan como un bloque monolítico, sino que muy por el contrario, mantienen una dura disputa al interior del gobierno por cuotas de poder. De hecho, parlamentarios de la bancada evangélica están acusando a los militares de blindar a Bolsonaro y alejarlo de su base social. Algunos representantes apuntan a que existiría intolerancia religiosa entre los militares, presionando al presidente para exonerar a varios funcionarios que formaban parte de los cuadros directivos del gobierno y que han sido destituidos poco a poco sin previo aviso.

Otro eje del gobierno está representado por el ultraliberalismo económico, el cual es sintetizado en la figura y el proyecto del Ministro de Economía, Paulo Guedes, un economista que ha circulado en las esferas del mercado, despreciado por el mundo académico y por los organismos gubernamentales. Jamás ocupó algún cargo de importancia entre las instituciones del Estado. La elección de Guedes para hacerse cargo de la cartera de economía representa la firme adhesión de Bolsonaro a la política económica de la Escuela de Chicago, donde el primero realizó su doctorado con parte de la generación conocida como los Chicago Boys. En su paso por Chile a inicio de los años ochenta, Guedes convivió con José Piñera, en el preciso momento en que el hermano del actual presidente de Chile ponía en práctica la instalación y privatización del sistema de previsión chileno, que tantas críticas sigue recibiendo hasta el día de hoy por los enormes lucros que obtienen los seis fondos privados que dominan el mercado previsional y por las condiciones paupérrimas en que deja a los futuros jubilados.

La propuesta de Guedes es principalmente implementar una agenda ultraliberal que entre otras medidas supone un gran programa de privatizaciones de empresas que aún se encuentran en manos del Estado (con Petrobras en la mira), cortes de gastos sociales y transformación del actual sistema previsional de reparto para uno de capitalización individual, siguiendo los pasos de lo realizado por Chile.

En este momento, Guedes libra una batalla para obtener lo antes de posible la aprobación por parte del Congreso de la Reforma del Sistema Previsional brasileño. El problema es que aprobar una ley que afecta tan sensiblemente a tantos millones de ciudadanos no es una tarea fácil y el presidente con sus declaraciones diarias por medio de Twitter no ha facilitado para nada esta tarea. Diariamente brinda a sus seguidores con comentarios burdos y grotescos o exhibe videos escatológicos, como en el caso de las imágenes que difundió de una pareja haciendo “Golden Shower” durante el último carnaval. Bolsonaro nunca se ha caracterizado por su postura de presidente, pero la falta de decoro y sus opiniones vulgares han boicoteado su proyecto y ponen en duda su permanencia en el poder.

Ello porque con sus permanentes desatinos, el mandatario está comprometiendo el apoyo a las reformas y transformándose en un obstáculo para la continuidad de estas y el programa regresivo que le ofrecieron al país. Justamente, su vicepresidente, el General Hamilton Mourão, ha emergido como una figura más cautelosa y tolerante en estos dos meses, un perfil que no tenía durante la campaña. Existen rumores de que Mourão estaría intentando catalizar el creciente descontento entre las huestes bolsonaristas, para provocar un autogolpe de Estado que le daría mayor viabilidad a los cambios que desean emprender las elites empresariales y los grupos de intereses que apoyaban hasta hace poco al gobierno.

Al mismo tiempo, muchos juristas han señalado que existen condiciones de juzgar a Bolsonaro por falta de decoro e improbidad en las funciones que ejerce un mandatario, no solo por la publicación a través de un medio oficial de un video pornográfico, sino por otros acontecimientos que han involucrado al presidente y comprometido la liturgia del cargo y por incitar actos de violencia hacia sus detractores.

En resumen, el gobierno Bolsonaro se descompone tempranamente y el país se asemeja a una nave sin rumbo, movida solamente por una inercia institucional que además está siendo desmontada todos los días. Parece un gobierno que se apaga lánguidamente al final de su periodo, desgastado, desarticulado y denigrado. Sin embargo, esta es una administración que lleva poco más de dos meses y que ya se encuentra en absoluta decadencia. Ello permite preguntarse, cuánto tiempo más podrá durar el presidente y su gobierno y cuál será la reacción de la ciudadanía en los próximos días en caso de que -como es de esperar- se profundice aún más la crisis económica, política, social y ecológica en que se debate Brasil.

segunda-feira, 24 de dezembro de 2018

Felices fiestas y un 2019 lleno de realizaciones, salud y prosperidad !!!


Querid@s amig@s:

En tiempos dificiles, de retroceso y amenazas a la democracia, renovamos nuestro compromiso con una América Latina más justa, inclusiva y democrática. Nuestros mejores anhelos para tod@s ustedes en esta Navidad y en el próximo año 2019.

Son los sinceros deseos de Fernando

terça-feira, 11 de dezembro de 2018

Kafka: La mirada despejada

José Andrés Rojo
El País

Kafka propone caminos para transitar un mundo enmarañado

Entre 1914 y 1945 el mundo pasó largas temporadas en el infierno. Los campos de batalla, pero también las ciudades de la retaguardia, se llenaron de millones de cadáveres durante las dos guerras mundiales, y el horror siguió presente acompañando a los heridos que consiguieron sobrevivir. El periodo de entre-guerras estuvo abarrotado de conflictos en distintos lugares, a finales de los años veinte estalló una brutal crisis económica, la polarización fue inmensa, la democracia como forma de gobierno perdió todo prestigio frente al empuje de proyectos épicos que prometían cambiar radicalmente las cosas, y la crisis de valores y expectativas fue profunda, íntima, lacerante. El nivel de barbarie alcanzó con el Holocausto unas cotas hasta entonces inconcebibles. Franz Kafka nació en 1883 y murió en 1924, así que le tocó vivir buena parte de aquel periodo. Muchos consideran que han sido sus escritos los que atrapan con mayor lucidez y finura aquella catástrofe, ese cataclismo que mostró la fragilidad de las criaturas humanas frente a la corriente tempestuosa de la historia.

Hace poco se ha publicado en España el primero de los dos volúmenes de sus cartas completas. Este tomo incluye las que escribió entre 1900 y 1914, y la manera tan particular que tenía Kafka de ver las cosas irrumpe enseguida, en la segunda de ellas, de enero de 1901. Es una nota de pésame que le envía a su amigo Paul Kisch por la muerte de un familiar muy cercano y le expresa un deseo poco corriente en esas circunstancias: “Mantener despejada la mirada”, Sabe que no le va a resultar fácil hacerlo, pero le insiste: “Tienes que intentarlo”.

Kafka era un tipo bastante complicado, y sus cartas enseguida te llevan por los extraños pasadizos que frecuentaba su imaginación. Al rato se sintoniza con su sentido del humor y resulta fascinante esa ligereza y facilidad con la que va introduciendo en sus cartas las consideraciones más diabólicas y peregrinas. Buena parte de este primer volumen recoge las que le envió a Felice Bauer, la mujer con la que estuvo prometido y con la que rompió después de una tortuosa relación, y que cuando se publicaron por primera vez mucho después de la muerte de Kafka provocaron en Elias Canetti la incómoda sensación de que profanaba una intimidad que tenía que haber permanecido inviolable, secreta, sellada frente a cualquier extraño. Luego quedó deslumbrado por la capacidad de Kafka para explorar las galerías más oscuras que recorre un hombre cuando ama a una mujer. O quiere amarla o pretende vivir con ella o debe apartarla de su camino.

Kafka, que escribió de manera compulsiva, hizo muy pocas anotaciones sobre la primera conflagración que tuvo una escala mundial. El 2 de agosto de 1914 apuntó en su diario: “Alemania ha declarado la guerra a Rusia. — Por la tarde, Escuela de Natación”. No hay mucho más. Y ese era el mismo hombre que le había recomendado unos años antes a un amigo que lo importante era mantener la mirada despejada. Los grandes asuntos que sacudían la política y la sociedad de su tiempo le interesaban a Kafka de manera secundaria.

Su literatura está sin embargo cada día más viva. El escritor ibicenco Vicente Valero comentó hace unos días en la presentación en Madrid de su última colección de relatos, Duelo de alfiles, que en todos ellos terminaba al final viajando a Kafka, ya fuera de la mano de Benjamin, de Nietzsche, de Rilke. Para comprender algo. Ahora que atravesamos una época enmarañada, las palabras de Kafka siguen ahí como instrumentos indispensables para conservar la mirada despejada. Y así no despistarnos.