terça-feira, 21 de maio de 2013

Francois Hollande y el fracaso del socialismo francés

Rafael Luis Gumucio
Clarín

Hollande fue elegido candidato presidencial en unas primarias, que lograron movilizar a la militancia, muy pasiva y decepcionada ante la derrota de Sigolene Royale frente a Nicolas Zarkozy, ocurrida en la segunda vuelta de 2007. El Presidente Sarkozy, aliado estratégico de Ángela Merkel, quería poner fin a la V República, pretendiendo fundar la VI, con poderes presidenciales casi imperiales - una especie de Napoleón III, el Pequeño - logrando un amplio rechazo de gran parte de los ciudadanos franceses. Hollande es la otra cara de la medalla: un funcionario del Partido Socialista, carente de carisma, pero que prometía poner fin a la política de austeridad anunciando profundas reformas que permitieran el crecimiento de economía.

El triunfo de Hollande, con el 51% en la segunda vuelta, representó una esperanza para los países dependientes de la troika, en especial España e Italia. Durante el presente año, el “funcionario” Hollande ha demostrado ser una persona dubitativa, incapaz de tomar decisiones, inacción que ha conducido a Francia, la segunda potencia de Europa, a un recesión prolongada – actualmente, tiene un 2% de crecimiento negativo y un alto desempleo. La reciente aprobación del matrimonio igualitario, una medida progresista, no logra equilibrar a pérdida de prestigio del gobierno socialista que, en la actualidad llega a un 20% de aprobación.

En varios artículos anteriores, he sostenido -y reitero ahora- que la socialdemocracia y, más ampliamente, todos los partidos políticos surgidos de la segunda guerra mundial están sufriendo una crisis terminal: el fracaso de Hollande, sumado al del PSOE (España) y a los socialistas portugueses y, anteriormente, los griegos, confirman este aserto; la socialdemocracia puede ser eficaz y popular en la oposición, pero una vez estos partidos llegados al gobierno, son dominados por la troika y terminan decepcionando a sus militantes y electores. Sin ser adivino, algo similar podría pasar con Michelle Bachelet si llegara a triunfar.

El semipresidencialismo es el régimen de gobierno que ha tenido menos crisis en la historia, si exceptuamos la República de Weimar y la II República española. La definición de este régimen político es la de un gobierno dual – Presidente y Primer Ministro – con un correctivo presidencial (Nogueira), el problema reside en la característica de la personalidad del Presidente de la República; en el caso francés podemos visualizar dos formas de gobernar: la del Presidente, con una personalidad absorbente y conflictiva – el caso de Charles De Gaulle – y la del Presidente árbitro en los conflictos – caso ejemplar, la concepción de Alain Poher, antiguo MRP, antiguo partido predecesor de la Democracia Cristiana.

En el caso de De Gaulle, después del referéndum de 1962, que plantea la elección popular del Presidente de la República, el semipresidencialismo se convirtió en una verdadera dictadura presidencial, en que el Jefe de Estado contaba con el poder referendario, arma muy poderosa para someter a la Asamblea Nacional. De Gaulle nunca tuvo problema para hacer renunciar a Primeros ministros, sin mucho consideración por esta Institución, como el caso de Michel Debré.

Las cohabitaciones – la mayoría de la Asamblea Nacional logra exigir al Presidente de la República el nombramiento de un Primer ministro que cuente con la aprobación del legislativo, y es de signo contrario al del Presidente - llevan al semipresidencialismo a una especie de parlamentarismo. Tanto Francois Mitterrand como Jacques Chirac pudieron sortear exitosamente la convivencia.

La clave electoral del sistema político francés está en la segunda vuelta, que permite, en la primera vuelta, la presentación de todas las fuerzas políticas y, en la segunda, se escoge a las fuerzas mayoritarias. Este sistema permite la representación parlamentaria de cinco o seis Partidos, pero con el predominio de dos grandes fuerzas.

Tanto en Francia, como en España, con sistemas electorales distintos el bipartidismo demuestra un claro agotamiento, y la alternancia en el poder entre derechas e izquierdas tiene poco sentido hoy, pues practican las mismas políticas y todas ellas digitadas por la Troika, lo cual significa la muerte de la democracia parlamentaria y el triunfo de la bancaria.

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