segunda-feira, 13 de outubro de 2025

Gaza: Un horror indescriptible

Branko Marcetic
Jacobin América Latina

Luego del 7 de octubre de 2023, la sociedad israelí entró en una espiral vengativa y genocida, cometiendo una y otra vez algunos de los crímenes más atroces de este siglo. Dos años después, sus líderes no se arrepienten y claman por más sangre.

Hace dos años, Hamás llevó a cabo una serie de atrocidades repugnantes contra civiles, en su mayoría israelíes, que provocaron, con toda razón, la indignación y el rechazo del mundo entero hacia el grupo terrorista y simpatía hacia Israel. De entre las infinitas opciones a su alcance, Israel decidió responder haciendo exactamente lo mismo que Hamás acababa de hacer para ganarse el rechazo del mundo, solo que a una escala mucho mayor y, en muchos casos, cometiendo atrocidades que ni siquiera Hamás había llevado a cabo, como torturar hasta la muerte a médicos, disparar a niños en la cabeza y los testículos y quemar vivos a pacientes de hospitales, por nombrar algunas.

Esta es la espeluznante paradoja de la guerra en Gaza. Los crímenes del 7 de octubre —asesinar a familias y niños, secuestrar, cometer violencia sexual— fueron tan atroces y tan inaceptables que, de alguna manera, justificaron que se repitieran y se infligieran sin cesar a otro grupo de personas inocentes, semana tras semana durante los dos años siguientes.

Dos años después, quienes fueron testigos y documentaron los horrores diarios en Gaza se han quedado sin palabras para describirlos adecuadamente. Quizás lo más fácil sea leer lo que los propios soldados israelíes dicen sobre la guerra que han estado librando durante los últimos veinticuatro meses: «Esto es pura maldad» (18/12/2024). «Me sentí como, como, como un nazi… parecía exactamente como si nosotros fuéramos los nazis y ellos los judíos» (23/12/2024). «Está permitido disparar a todo el mundo, a una niña, a una anciana… todos los hombres de entre dieciséis y cincuenta años son sospechosos de ser terroristas» (8/7/2024). «He dejado de contar los muertos. No tengo ni idea de a cuántos he matado, a muchos. Niños» (16/9/2025). «No solo los estamos matando a ellos, estamos matando a sus esposas, a sus hijos, a sus gatos, a sus perros. Estamos destruyendo sus casas y meando en sus tumbas» (7/4/2025).

«Lo que estamos haciendo en Gaza es una guerra de exterminio: el asesinato indiscriminado, sin restricciones, brutal y criminal de civiles… como resultado de una política dictada por el Gobierno, a sabiendas, de forma intencionada, maliciosa, perversa y promiscua» (22/5/2025). «Las Fuerzas de Defensa de Israel realmente están cumpliendo los deseos del público, que afirma que no hay inocentes en Gaza. Se lo demostraremos. Se incriminó a personas [se las etiquetó como objetivos por parte del ejército] por llevar bolsas en las manos» (7/4/2025).

Esto último no es una exageración. Las encuestas han revelado repetidamente que la gran mayoría de la población israelí cree que no hay inocentes en Gaza. Ese sentimiento no solo se refleja en las encuestas públicas, sino también en el lenguaje desquiciado y abiertamente genocida que emplean personalidades y figuras mediáticas israelíes destacadas desde el inicio de la guerra: «Hitler dijo que no podía vivir si quedaba un solo judío; nosotros no podemos vivir si queda un solo “islamonazi” en Gaza» (Moshe Feiglin, junio de 2024). «Se necesita Lebensraum [espacio vital] para la explosión demográfica de Israel» (Dan Ehrlich, diciembre de 2024). «Estamos llegando. Estamos llegando a Gaza. Estamos llegando al Líbano. Llegaremos a Irán. Llegaremos a todas partes (…) ¿Te imaginas a cuántos vamos a matar, a cuántos de vosotros vamos a masacrar? Verás una cifra que nunca has imaginado que se pudiera alcanzar» (Shay Golden, noviembre de 2023).

«Quiero echarlos, exterminarlos, hasta el último palestino… Les diré lo que imagino: no quedará ni una sola persona, ni un solo árbol, ni una sola casa, y si pudiera, envenenaría a los peces del mar» (Avida Bachar, agosto de 2025). «El Gobierno se apresura a borrar Gaza. Gracias a Dios, estamos borrando este mal y borrando a la población que se crio con Mein Kampf» (Amihai Eliyahu, julio de 2025). «Volveré a Be’eri solo cuando el último palestino [de Gaza] haya sido aniquilado. No me importa si son niños, ancianos, personas con muletas que vinieron a saquear» (Residente de Be’eri, noviembre de 2024).


Por horrible que sea, lamentablemente es algo muy humano. No es raro que una persona afligida que ha visto cómo asesinaban a un ser querido amenace o incluso planee seriamente una venganza violenta y espantosa. El 7 de octubre sumió a toda la sociedad israelí en esa misma espiral de venganza. La diferencia es que, cuando descubrimos que nuestro amigo, nuestro vecino o nuestro familiar está pensando en ese tipo de represalias violentas, no le ponemos un arma en la mano y le animamos a hacerlo.

Esto es, en muchos sentidos, lo que hace que los últimos dos años sean excepcionales. Los propios generales israelíes pensaban que solo se les permitiría arrasar Gaza durante tres meses como máximo, como habían hecho en guerras anteriores. El hecho de que se les haya permitido seguir haciéndolo durante dos años —y no nos equivoquemos: a pesar de un plan de alto el fuego que parece estar a punto de ser aceptado, las fuerzas israelíes han seguido matando a decenas de palestinos en los últimos días— es una acusación contra nuestros propios líderes políticos. Al final, esta miserable guerra puede decir más de nosotros que de Israel.

Los gobiernos occidentales han brindado un apoyo extraordinario e inquebrantable a Israel, incluso cuando este país los ha desobedecido sistemáticamente, ha cometido atrocidades tras atrocidades que han conmocionado al mundo y ha provocado que sus propios electores se vuelvan vehementemente en contra de la guerra y, cada vez más, en contra del propio Israel. Han repetido con total seriedad los argumentos cada vez más trillados del gobierno de Benjamin Netanyahu. Han recurrido a un comportamiento sorprendentemente autoritario para sofocar las críticas a sus acciones, y han contado con el apoyo de unos medios de comunicación que, en ocasiones, han violado descaradamente sus propios estándares profesionales en defensa de la guerra, llegando incluso a entregar a los censores militares israelíes el montaje final de sus reportajes. Han hecho todo lo posible por evitar poner fin a su apoyo militar a la guerra, llegando incluso a dar el paso sin precedentes, pero en última instancia sin sentido, de reconocer la condición de Estado palestino que, en la práctica, estaban dejando que Israel acabara con él.

No han sido solo los gobiernos occidentales. Los Estados árabes que históricamente han sido los defensores de Palestina han servido durante los últimos dos años como cómplices voluntarios de Israel. Mientras el ejército israelí ha exterminado gradualmente a una población árabe, estos Estados no solo no han hecho prácticamente nada al respecto —como sancionar a Israel o incluso expulsar a sus diplomáticos—, sino que lo han recompensado, aumentando su comercio con Israel, profundizando sus lazos militares y económicos, defendiéndolo de las consecuencias de su creciente agresión y sirviendo como nodos logísticos clave para mantener su guerra contra Gaza, incluso para el traslado de armas occidentales. Al igual que sus homólogos occidentales, han mantenido a raya a sus poblaciones, cada vez más indignadas, mediante una represión severa.

Los libros de historia del mañana emitirán veredictos condenatorios sobre esta generación de líderes políticos, cuyos ciudadanos los han visto encubrir y justificar un genocidio de niños con la misma certeza y seriedad con la que minimizan el déficit presupuestario. No sería de extrañar que la indecorosa imagen de la élite política mundial dejando pasar el tiempo ante el crimen más atroz empuje aún más hacia el abismo la confianza de la población en las instituciones políticas, y no sería en absoluto sorprendente que, dentro de unos años, los mismos medios de comunicación que convencieron a los telespectadores de edad avanzada de que las protestas contra la guerra lideradas por judíos eran manifestaciones neonazis traten como un misterio el motivo de ello.

La otra cara de la moneda es la sorprendente movilización no violenta de ciudadanos comunes que ha surgido y se ha expandido por todo el mundo en contra de la guerra, llevando a las calles a un número de personas que en ocasiones ha sido histórico. Esa movilización no solo se ha mantenido y ha crecido, sino que ha empleado una notable variedad de tácticas para forzar la mano de los líderes, desde el movimiento «Uncommitted», centrado en las elecciones, y la desobediencia civil tradicional, como las ocupaciones de campus universitarios, hasta la ruptura no violenta del bloqueo israelí por parte de la Flotilla Global Sumud y una huelga general liderada por los sindicatos en Italia, con una rebelión de los trabajadores portuarios en toda Europa gestándose al mismo tiempo.

Cuando haya pasado el tiempo suficiente para que podamos hacer un balance de los últimos dos años, no debemos olvidar que la obstinada crueldad de nuestros supuestos superiores políticos en esta guerra nunca se ha reflejado en la actitud de sus poblaciones, que, en general, se han adelantado en una serie de cuestiones clave, como el apoyo al alto el fuego, la definición de la guerra como genocidio o el embargo de armas a Israel. Hoy en día se nos repite con frecuencia la historia antidemocrática de que el problema son las pasiones desenfrenadas de las masas desinformadas y sin credenciales. En el mundo posterior al 7 de octubre, el verdadero peligro han sido nuestras élites.

quarta-feira, 8 de outubro de 2025

El encuentro. Aricó y Mariátegui en el marxismo latinoamericano


Fernando de la Cuadra
Le Monde diplomatique

La reciente publicación del libro El encuentro: Aricó y Mariátegui en el marxismo latinoamericano, editado por Yuri Gómez, representa un esfuerzo por recuperar el vínculo o, más bien, el rescate que realiza el pensador argentino José “Pancho” Aricó de la obra del Amauta. El libro resalta la vigencia de las ideas de Mariátegui y Aricó, mostrando cómo ambos contribuyeron a repensar el marxismo desde América Latina. Es una obra que combina historia, teoría y política, dirigida a quienes buscan comprender el desarrollo del pensamiento socialista en la región.

Tanto Aricó como Mariátegui intentaron afrontar la realidad de nuestra Latinoamérica con un abordaje que partiera de las particularidades de cada país y de la región en su completitud. Ambos siempre estuvieron interesados en recrear el marxismo a partir de una perspectiva que no fuese “ni calco ni copia” de la producción de sus fundadores y reproducida con mayor o menor ortodoxia por las distintas generaciones de intelectuales suscritos a aquello que se ha dado en llamar la corriente principal del pensamiento marxista.

De la recopilación de ensayos y trabajos presentados en el documento, cabe destacar la inédita entrevista que le hicieron a Aricó en la cual rescata el hecho de que Mariátegui se constituyó en una figura clave del marxismo latinoamericano, especialmente en aquello que dice relación con la visión heterodoxa del intelectual peruano y como este fue capaz de producir una obra original para analizar la realidad de su país, alejándose de los dogmas de la Tercera Internacional.

En su estudio introductorio, el editor Yuri Gómez destaca precisamente la contribución de Aricó al estudio de Mariátegui en la medida que rescata el marxismo como un instrumento en constante movimiento en oposición a la filosofía de la historia y al positivismo adscrito al sistema cerrado del estalinismo de la Komintern. Aricó veía en Mariátegui un ejemplo de cómo el marxismo podía ser utilizado como un método flexible para analizar y transformar la realidad, en un esfuerzo de “creación heroica” que superase las visiones rígidas del determinismo económico y del mecanicismo utilizado por los representantes del materialismo vulgar. Al igual que Gramsci, ambos compartían sus preocupaciones sobre el vínculo existente entre marxismo, nación y cultura y las necesidades de construir un socialismo adaptado a las particularidades histórico estructurales de cada nación.

Leer Mariátegui a partir del “encuentro” y del prisma de Aricó no es un ejercicio académico neutro, pues representa la búsqueda de un pensamiento crítico que quiere huir de los prejuicios y los dogmas disfrazados de oportunismo político. En resumen, estamos frente a un libro que se convierte en una lectura necesaria para todos quienes desean profundizar en las ideas de estos dos pensadores imprescindibles de nuestra América Latina.

quarta-feira, 1 de outubro de 2025

¿Por qué se sigue leyendo a Mariátegui en América Latina?

Fernando de la Cuadra y Gonzalo Rovira
Le Monde diplomatique

A 95 años de su fallecimiento podemos suscribir, sin ambigüedades, que José Carlos Mariátegui (1894-1930) es hoy día uno de los más importantes clásicos de la Justicia Social en América Latina, una figura imprescindible a la hora de pensar los caminos de autodeterminación de los pueblos. Su obra es un referente para interpretar los problemas de la emergencia de los movimientos indígenas, y el anhelo de desarrollo de proyectos nacionales soberanos que contemplen el respeto de la forma de vida de los pueblos originarios. El Amauta nos dejó un legado de ideas originales en su producción teórica, pero también una actitud y conducta comprometida a lo largo de su intensa vida de militante en las luchas sociales de su tiempo. Por cierto, en él nada es blanco y negro y sus reflexiones, en particular las filosóficas, a ratos hoy nos parecen confusas y muy vinculadas a debates de su tiempo, pero hay una general concordancia en que su aporte político y teórico fue substantivo.

Su histórica afirmación, en la editorial del segundo año de la revista Amauta (1928), de que el socialismo en América Latina no debía ser “calco ni copia, sino creación heroica”[3], sigue siendo un lema para quienes buscan levantar nuevos proyectos políticos, siendo uno de los primeros en rechazar la idea de que el socialismo latinoamericano debía ser una reproducción fiel de los modelos europeos, pues consideraba que los problemas sociales de Perú y de América Latina estaban ligados a la herencia colonial y a la dominación imperialista. Su análisis de la “estructura semifeudal” y del poder de las oligarquías agrarias todavía ilumina debates sobre desigualdad, tierra y soberanía.

Mariátegui consideraba a las comunidades indígenas y campesinas, no como un “rezago” del atraso pre y colonial, sino como base posible para una modernidad diferente y para un socialismo con raíces propias: “En la América Latina, que encierra más de cien millones de habitantes, la mayoría de la población está constituida por indígenas y negros. Esta última circunstancia sería suficiente para poner en plena luz toda la importancia de las razas en la América Latina como factor revolucionario”.[4] En algunos países de la región, el problema de la tenencia de la tierra sigue siendo una cuestión política relevante, pues involucra a comunidades indígenas, y aún debe ser resuelta por los Estados. En efecto, en sus artículos Mariátegui sustentaba que no era necesario retrotraerse a la época de las comunidades andinas para recuperar aspectos de su ethos y de su cosmovisión. En sus escritos se vislumbra un juicio que intenta contrarrestar el pensamiento occidental y el capitalismo como la única vía posible de pensar el desarrollo y la existencia en comunidad: “las comunidades indígenas reúnen la mayor cantidad posible de actitudes morales y materiales para transformarse en cooperativas de producción y consumo. En ellas reside indudablemente, contra el interesado escepticismo de algunos, un elemento activo y vital de realizaciones socialistas”.[5] Para él, no se trata del retorno a un pasado incaico, sino que de recuperar la referencia histórica de las formas de vida de estas poblaciones, capaces de concebir en sus propias tradiciones colectivistas una poderosa plataforma de Justicia Social. Su mirada del Perú profundo impregna todo su quehacer teórico.

Años después, otros autores, como el sociólogo peruano Aníbal Quijano, han sugerido que se podría interpretar esta mirada del indigenismo de Mariátegui como la búsqueda de una racionalidad alternativa. Sin embargo, el propio Quijano reconoce los límites de su interpretación condensada en el concepto de racionalidad alternativa: Tienen razón quienes señalan “que en Mariátegui no se encuentran esos términos, ni señales formales de que hubiera propuesto encontrar o producir ninguna racionalidad alternativa”.[6] No parece tan claro un objetivo teórico, como el aludido, de estas afirmaciones del Amauta, pero en el siglo transcurrido desde la publicación de sus artículos y observaciones de la realidad peruana ha ayudado en forma significativa a la reflexión de estos temas en toda América Latina.

En sus escritos, también dio cuenta con lucidez de la impronta eurocéntrica de nuestra cultura, aunque reconocía que en Europa realizó su mejor y mayor aprendizaje. La aseveración anterior no le impide construir una opinión crítica con respecto a la hegemonía ejercida por el pensamiento de matriz europea. En ese mismo sentido, Mariátegui fue uno de los primeros marxistas en ver que el colonialismo no era solo cosa del pasado, sino una estructura viva de dominación que organizaba la economía, la cultura y la subjetividad. Sin embargo, como señalará en un artículo dedicado a su amigo Waldo Frank: “Como él, yo no me sentí americano, sino en Europa. Por los caminos de Europa encontré el país de América que yo había dejado. Y en el que había vivido casi extraño y ausente (…) Sabía que Europa me había restituido, cuando parecía haberme conquistado enteramente, al Perú y a América”.[7]

Sus ideas sobre la existencia de vínculos de superioridad/subordinación en la conformación de la nacionalidad peruana, contribuyeron para aquello que vendría posteriormente a ser teorizado como la perspectiva de-colonial y las Teorías de la Dependencia. Mucho antes de la publicación de perspectivas críticas del marxismo con sesgo occidental[8] ya había percibido el carácter diferenciado y novedoso de los procesos de construcción del socialismo experimentado por los países ajenos a la esfera del mundo europeo. La idea de fundar un socialismo indoamericano implicaba pensar el país y la región a partir de sus bases particulares, de una identidad diferenciada, de problemáticas históricas específicas, pero también, de una determinada condición de subordinación en el orden mundial.

En el primer cuarto del siglo veinte, Perú era un país con escaso desarrollo industrial y una clase obrera en estado embrionario. Consciente de que existían vastos territorios habitados por comunidades campesinas indígenas que reconducían los problemas políticos del país hacia el ámbito agrario con una muy desigual tenencia de la tierra, derivada del proceso de Conquista y el ulterior despojo que habían sufrido los habitantes autóctonos de ese territorio, Mariátegui consideraba necesaria una lectura propia de los clásicos marxistas. En Perú no era posible adherir a las tesis deterministas que contemplaban el paso inevitable desde una situación de nación pre-capitalista hacia una condición de país capitalista, en que el desarrollo de las fuerzas productivas permitiera la emergencia de una clase destinada a conducir la transformación del país hacia el socialismo. Perú no reunía las condiciones para desarrollar un tipo de expansión capitalista que permitiera sustentar la tesis de la inevitabilidad del Progreso, tan necesaria al marxismo de la II Internacional. En contraste, el Amauta busca en la realidad indígena y campesina, las claves explicativas que le permitan elaborar una interpretación propia, que modifique o adapte dicha versión marxista, para transformar la realidad social peruana.

Se ha escrito y se escribe mucho acerca de su vida y su obra. Entre los últimos trabajos acerca del pensamiento de Mariátegui podemos destacar el libro que nos presenta un contrapunto del ideario del Amauta y de José Aricó (1931-1991), uno de sus más importantes biógrafos.[9] En este trabajo debemos destacar una extensa e inédita entrevista a Aricó, en que nos muestra como Mariátegui fue un referente de las batallas políticas y sociales peruanas de su tiempo; participando activamente en la organización de la clase trabajadora del Perú y en el apoyo a los movimientos indígenas. Pero también se destaca su rol en la constitución del Partido Socialista del Perú (1928), encarando y contradiciendo la línea política de la III Internacional, que propiciaba partidos “comunistas”, ratificando así su idea de la autonomía latinoamericana.

Otra preocupación actual han sido sus referencias filosóficas: “El mito mueve al hombre en la historia… El proletariado tiene un mito: la revolución social. Hacia ese mito se mueve con una fe vehemente y activa… La fuerza de los revolucionarios no está en su ciencia, está en su fe, en su pasión, en su voluntad. Es una figura religiosa, mística, espiritual”.[10] “No se vive fecundamente sin una concepción metafísica de la vida…”, “en mi camino he encontrado una fe. He ahí todo. Pero la he encontrado porque mi alma había partido desde muy temprano en busca de Dios”.[11]

Este tipo de afirmaciones son las que intentan explicar Conferencias y Simposios recientes, dando cuenta del contexto intelectual de la época y de la influencia de autores como George Sorel y otros en el líder peruano.[12] Reflexiones y acercamientos teóricos que nos hablan de su falta de prejuicios, a la hora de su búsqueda intelectual de un camino propio para el Socialismo peruano, y que pudiera ser emulado en todo el continente. Por cierto, su amplitud de lecturas y ámbitos teóricos de preocupación es notable, aunque no resulte clara la comprensión en él de conceptos como “metafísica”, la relación de Fe y Mito, u otros de la filosofía o la sociología. Mariátegui hacia política dando cuenta de lo que veía, interpretando lo observado con categorías que eran parte del gran debate ideológico de la Europa que conoció. Su misma “metafísica” del socialismo puede no resultar tan original en la Europa de la época, pero si en relación al sincretismo o mestizaje ideológico de la realidad de los marginados y los pueblos originarios de América expresada en sus escritos.

“Un clásico es un libro que nunca termina de decir lo que tiene que decir”.[13] Parafraseando a Calvino, podemos señalar que Mariátegui es un perfecto clásico, pues encarna a un tipo de pensador que todavía no termina de decir todo aquello que lo motivaba a reflexionar y a escribir. La diversidad de temas que abordó en su breve existencia nos permite ver a un intelectual abierto a una diversidad de cuestiones que van desde la política al psicoanálisis, la economía, la literatura, el cine, el arte y la cultura. En la exposición de ellos no pretendió ser neutro a cuanto observa, su compromiso con los problemas y el quehacer de su época lo perfilan como un pensador que supo integrar su praxis de vida con una confianza irrenunciable en el Socialismo: “Mis juicios se nutren de mis ideales, de mis sentimientos, de mis pasiones”.[14]

En el intelectual peruano vemos la fuerza y la convicción de querer transformar la sociedad en la que le tocó vivir. Creemos que es por esta vitalidad y coherencia que, con todas sus contradicciones y las limitaciones de su tiempo, Mariátegui nos sigue interpelando. Su lectura hoy nos acerca a un pensamiento crítico y emancipador; con raíces firmes en las realidades concretas de las comunidades originarias que habitan nuestro territorio latinoamericano, y con un ideario capaz de dialogar con el marxismo y con todas las corrientes ideológicas de la Izquierda, la democracia y la justicia social. Mariátegui sigue vivo porque es parte incuestionable de la causa de los marginados en el continente americano.

NOTAS
[1] Doctor en Ciencias Sociales. Miembro del Consejo Consultivo de la Cátedra José Carlos Mariátegui.
[2] Profesor de Filosofía.
[3] En rigor la frase completa dice: “No queremos, ciertamente, que el socialismo sea en América calco y copia. Debe ser creación heroica. Tenemos que dar vida con nuestra propia realidad, en nuestro propio lenguaje, al socialismo indo-americano. He aquí una misión digna de una generación nueva”. José Carlos Mariátegui, “Aniversario y Balance”, editorial de Amauta, año II, núm. 17, Lima, septiembre de 1928. Reproducido posteriormente en Ideología y Política, Lima, Empresa Editorial Amauta, 1972, p. 249.
[4] J. C. Mariátegui, “El problema de las razas en la América Latina”, texto presentado y discutido en la Primera Conferencia Comunista latinoamericana realizada en Buenos Aires en junio de 1929. Reproducido posteriormente en Revista Amauta, año IV, núm. 25, julio-agosto de 1929.
[5] J. C. Mariátegui, “El porvenir de las cooperativas”, publicado originalmente en el periódico Mundial, Lima, 16 de marzo de 1928. Reproducido posteriormente en Revista Amauta, año III, núm. 13, marzo de 1928.
[6] Aníbal Quijano, “Prólogo” de Siete ensayos de interpretación de la realidad peruana, Caracas, Fundación Biblioteca Ayacucho, 2007, p. CXXV. En ese sentido, tal como afirma Deni Alfaro Rubbo, no existe en Mariátegui una propuesta de racionalidad alternativa expuesta con total claridad. Según él, la noción acuñada después por Quijano, se encuentra de manera más bien intuitiva en la obra del Amauta, sin haber sido desarrollada de forma consciente y sistemática. No habría en Mariátegui un sistema filosófico coherente e inmutable o una teoría integral, sino más bien una reflexión en forma de ensayo dentro del ámbito de la producción periodística. Ver Deni Alfaro Rubbo, “Aníbal Quijano e a racionalidade alternativa na América Latina: diálogos com Mariátegui”, en Revista Estudos Avançados, volumen 32, núm. 94, São Paulo, 2018, pp. 391-409.
[7] J. C. Mariátegui, “Itinerario de Waldo Frank”. Publicado originalmente en Variedades, Lima, 04/12/1929. Reproducido posteriormente en El Alma matinal, Lima, Empresa Editorial Amauta, 1970, p. 162.
[8] Domenico Losurdo, El marxismo occidental. Cómo nació, cómo murió y cómo puede resucitar, Madrid, Editorial Trota, 2019.
[9] Yuri Gómez (Editor), El encuentro. Aricó y Mariátegui en el marxismo latinoamericano, LOM Ediciones, 2025.
[10] J. C. Mariátegui, “El hombre y el mito”, aparecido en el periódico Mundial el 16 de enero de 1925. Reproducido posteriormente en El Alma matinal, Lima, Empresa Editorial Amauta, 1970, p. 22.
[11] Ídem, págs. 18-19.
[12] Fernando de la Cuadra, “La problemática concepción religiosa en el pensamiento de Mariátegui”. Ponencia presentada en el Simposio Internacional “El Hombre y el Mito. Dogma y herejía para pensar en Mariátegui”, organizado por la Cátedra José Carlos Mariátegui en conjunto con el Centro de Estudios del Pensamiento Iberoamericano (CEPIB-UV), realizado entre los días 25 y 26 de junio de 2025.
[13] Ítalo Calvino, Por qué leer los clásicos, Barcelona, Editora Tusquets, 1993.
[14] J. C. Mariátegui, Siete ensayos de interpretación de la realidad peruana, Caracas, Fundación Biblioteca Ayacucho, 2007.

sexta-feira, 26 de setembro de 2025

El impacto de las movilizaciones populares contra la impunidad

Fernando de la Cuadra
Socialismo y Democracia

La Propuesta de Enmienda Constitucional (PEC) destinada a blindar a los parlamentarios de posibles condenas por diversos tipos de crímenes tuvo un estrepitoso fracaso en el Senado. Ahora, muchos de los diputados –incluidos algunos del PT- que aprobaron el mentado documento la semana pasada, se dicen arrepentidos de haber suscrito el mismo. El proyecto en cuestión era una aberración, ya que entregaba total impunidad al Congreso, pues exigía que la apertura de procesos contra parlamentarios tenía que tener el aval de la respectiva Casa en votación secreta.

El texto aprobado en la Cámara de Diputados era considerado insustentable, pues abría el peligroso precedente de que todos los crímenes cometidos por los parlamentarios -inclusive en el caso de crímenes hediondos- podían ser relegados al olvido, una consecuencia lógica del indudable espíritu corporativo que prima en el Poder Legislativo.

El resultado fue que esta proposición, escabrosa desde sus orígenes, se convirtió en el blanco del descontento de la población que se manifestó de manera inmediata y masivamente durante el fin de semana. El impacto que tuvieron las últimas manifestaciones en las principales capitales y ciudades de Brasil ha sido enorme. Millares de personas se reunieron en plazas y parques para demostrar que las verdaderas disputas por justicia y democracia se producen en las calles, en la solidaridad que surge de la sinergia de los cuerpos y las mentes reunidas en un mismo espacio. Nadie ha quedado impasible ante tamaña demostración de indignación y hartazgo por los desvaríos de una Cámara de Diputados que legisla de espaldas para la población.

De hecho, acusando recibo del malestar popular la propuesta fue rechazada en la Comisión de Constitución y Justicia (CCJ) del Senado, aprobando por unanimidad el parecer elaborado por el relator Alessandro Vieira, quien expone en una de sus partes que la referida PEC “no solo es inconstitucional, sino que sobre todo supone abrir las puertas para la transformación del Legislativo en un abrigo seguro para criminales de todos los tipos. Confío en que el plenario de esta Comisión rechazará esta propuesta inmoral, que es una página triste de nuestro Legislativo y homenajeando la nítida voluntad popular que clama por más Justicia”.

De manera inédita, hasta los senadores de la extrema derecha y de la base bolsonarista votaron por sepultar el cuestionado proyecto que consagraba el crimen y el perdón a priori. Fueron 26 votos por aclamación en contra de la propuesta, que seguidamente fue sepultada por el presidente del Senado, quien sancionó su archivamiento definitivo.

Por otra parte, las pautas que le interesan a vastos sectores de la población han sido postergadas injustificadamente por la Cámara. Entre ellas destaca la aprobación de la exención tributaria para aquellas familias que ganan hasta 5 mil reales (US$ 930) o el aumento de impuesto para los Bancos, Billonarios y empresas de apuestas. Ahora, los partidos del Centrão quieren acelerar la aprobación de una Ley de Amnistía para todos los condenados por la tentativa de Golpe de Estado, incluido el ex presidente Bolsonaro. Como ahora el eslogan de una “amnistía amplia, general e irrestricta” tiene fuerte oposición de la mayoría de los congresistas, algunos sectores de derecha plantean una salida más factible por medio de la dosificación de las penas aplicadas a los reos.

En los actos del último domingo, enormes banderas brasileñas fueron abiertas entre la multitud, demostrando el verdadero sentido de defensa de la soberanía nacional, diferente al entreguismo descarado de los seguidores del ex capitán que el día 7 de septiembre –de la Independencia- plegaron banderas estadounidenses en una demostración inequívoca de la sumisión y permanente postura abyecta que tienen frente a los intereses de Estados Unidos, personificados actualmente en el gobierno de Donald Trump y los empresarios de las Corporaciones financieras, empresas petroleras y Big Techs que le dan sustento.

Sin embargo, otros sectores de la derecha tradicional brasileña consideran absurdo apoyar las sanciones comerciales impuestas por el gobierno Trump, pues al final dichas medidas vienen generando desempleo entre los habitantes del país y, consecuentemente, aumentando el malestar contra la familia Bolsonaro que sigue en campaña para que la administración norteamericana aumente las presiones sobre toda la nación, aunque particularmente ellas sean más intensas sobre el Poder Judicial y algunos ministros del Supremo Tribunal Federal.

También quedó claro que el repudio a los ataques al Estado Democrático de Derecho no es una pauta exclusiva del gobierno y los partidos de la coalición, dado que la defensa de las instituciones democráticas se transformó en una demanda fundamental para la ciudadanía que se rebeló con vehemencia ante un proyecto fraudulento y antipopular, que no resuelve las necesidades de las personas, sino que, por el contrario, entrega más poder e impunidad a quienes dicen ser fieles representantes del pueblo.

En ese sentido, las demostraciones masivas de malestar no se deben confundir con una deslegitimación de la política y si más bien con una valorización de la política con mayúscula, la cual ha sido ultrajada por un Congreso corrupto, irresponsable y autocentrado. Desgraciadamente, algunos parlamentarios insisten en resucitar la propuesta que los protege bajo un nuevo ropaje más digerible. Es de esperar que estas movilizaciones sean el anuncio de un nuevo ciclo en que los ciudadanos se mantengan unidos y vigilantes para descartar de plano cualquier arremetida que ponga en peligro la democracia y la soberanía del país.

quinta-feira, 25 de setembro de 2025

Karl Marx ansiava pela revolta contra os impérios europeus

Kieran Durkin
Jacobin Brasil

Alguns críticos acusaram Karl Marx de forçar a história mundial a uma estrutura estreita que apresentava o capitalismo europeu como um modelo universal de desenvolvimento. Um olhar mais atento aos escritos tardios de Marx mostra quão distante da verdade está esse esteriótipo.

Você pode pensar que não há mais nada de novo a ser descoberto na obra de Karl Marx. Mas os estudos marxianos estão apenas começando a revelar as reflexões extraordinárias de seu estudo das sociedades não europeias e a nova perspectiva histórica que ele desenvolveu como resultado.

Resenha do livro The Late Marx’s Revolutionary Roads: Colonialism, Gender, and Indigenous Communism [Os Caminhos Revolucionários do Marx Tardio: Colonialismo, Gênero e Comunismo Indígena], de Kevin Anderson (Verso Books, 2025).

Em seu novo livro, Karl Marx in America, Andrew Hartman sugere que estamos vivendo o “quarto boom” do marxismo no mundo anglófono. Embora tal ideia possa parecer fantasiosa em termos de movimentos sociais e políticos, se a interpretarmos como uma referência ao engajamento intelectual com o pensamento e os escritos de Karl Marx, ela captura uma verdade inegável.

No ano passado, a Princeton University Press publicou a primeira nova tradução para o inglês de O Capital: Volume I em décadas, enquanto Slow Down: The Degrowth Manifesto [Desacelerar: O Manifesto do Decrescimento], de Kohei Saito, foi publicado com grande alarde. Em 2025, o livro de Hartman está causando impacto, e The Late Marx’s Revolutionary Roads, de Kevin Anderson, parece agora demonstrar a relevância e o apelo contínuos de Marx e do marxismo.

Um Marx multilinear

Revolutionary Roads retoma o ponto em que o livro anterior de Anderson, Marx nas Margens, parou quinze anos atrás. A publicação de Marx nas Margens constituiu um marco nos estudos sobre Marx. Baseando-se nos extensos escritos jornalísticos, cartas e cadernos de notas tardios sobre sociedades não europeias e pré-capitalistas, o livro desafiou a visão generalizada de Marx como um pensador determinista com um modelo unilinear de história que exemplificava, nas palavras de Edward Said, uma “visão homogeneizadora do Terceiro Mundo”.

Anderson demonstrou que os escritos de Marx, quando considerados em conjunto, não evidenciam uma compreensão unilinear e determinista da história e da cultura humanas. Na verdade, é possível encontrar uma abordagem muito mais aberta e multilinear, com uma profunda apreciação da diversidade humana. Revolutionary Roads expande e aprimora esse panorama.

O livro baseia-se no acesso a documentos anteriormente indisponíveis, obtidos por meio da colaboração de Anderson com o projeto Marx-Engels Gesamtausgabe (MEGA). Eles incluem notas escritas nos últimos anos da vida de Marx sobre as obras antropológicas de Lewis Henry Morgan, Maksim Kovalevsky e outros.

O tema da multilinearidade é central em Revolutionary Roads. Em particular, Anderson questiona a noção de “épochen progressista” — a ideia de estágios sucessivos da sociedade humana, com base no que Marx viria a descrever como “modos de produção” distintos. Marx e Friedrich Engels articularam esse esquema pela primeira vez em A Ideologia Alemã (uma obra composta em 1845-1846 que permaneceu inédita durante suas vidas).

Ela propõe uma série de estágios de desenvolvimento histórico marcados por movimentos de um modo de produção dominante para o seguinte, com o modo de produção tribal ou comunismo primitivo dando lugar ao antigo modo de produção escravista da Grécia e de Roma, para ser suplantado, por sua vez, pelo modo de produção feudal, pelo modo de produção burguês e, finalmente, pelo modo de produção comunista ou socialista. A questão do feudalismo — em particular, se podemos descrever, de modo geral, as sociedades de classes pré-capitalistas em todo o mundo como “feudais” — é central para o argumento de Anderson.

Compreendendo o feudalismo

A própria ideia de tal esquema tem sido motivo de discórdia nos estudos marxistas e além, dada sua aparente afinidade com as formas iluministas de “teoria dos estágios”. Como Anderson aponta, no entanto, toda a noção de modos de produção como epochen progressivo é subdeterminada em Marx: ou podemos falar deles como sendo progressistas em um sentido tecnológico, representando uma sequência de desenvolvimentos tecnológicos ou sociais uns sobre os outros, ou como progressivos no sentido de seguir um após o outro em uma escala temporal.

Há problemas com ambas as interpretações. No que diz respeito à primeira, Anderson observa como a discussão de Marx sobre o feudalismo está repleta de críticas ao progressismo iluminista, o que torna essa leitura implausível. No que diz respeito à segunda, o fato de Marx ter falado de um “modo de produção asiático” que se situava completamente fora do padrão europeu de desenvolvimento desorganiza todo o esquema.

De qualquer forma, na época de O Capital, a linguagem da época progressista desaparece completamente. De fato, quando consideramos todos os escritos, cartas, notas de pesquisa e assim por diante de Marx, nos quais a discussão sobre o feudalismo ocupa, na verdade, um espaço bastante restrito, seria, como observa Anderson, “duplamente equivocado considerar os modos de produção comunal primitivo, o antigo greco-romano e o asiático como de alguma forma periféricos à obra de Marx, ao mesmo tempo em que torna o feudalismo central para ela”.

Nos cadernos etnológicos de Marx, e em alguns de seus escritos posteriores, incluindo a edição francesa de O Capital, vemos que ele se esforça para criticar a universalização do feudalismo europeu para abranger a história das sociedades não europeias. Anderson demonstra a própria trajetória de estudo de Marx, que indica que ele estava nas fases iniciais de um engajamento significativo com as estruturas e o escopo das sociedades não europeias, engajamento que poderia ter se tornado mais central para os volumes subsequentes incompletos de O Capital, particularmente o volume onde discutiu o mercado mundial.

Em sua resposta de 1877 a um artigo em um jornal russo que comentava criticamente o esboço histórico da “chamada acumulação primitiva” oferecido em O Capital: Volume I , Marx discorda diretamente do autor, um Sr. Zhukovsky, que ele reclama que “se sente obrigado a metamorfosear meu esboço histórico da gênese do capitalismo na Europa Ocidental em uma teoria histórico-filosófica do caminho geral fatalmente imposto a todos os povos, quaisquer que sejam as circunstâncias históricas em que se encontrem”.

Também podemos encontrar evidências da rejeição de Marx a essa leitura unilinear em uma passagem que Anderson cita da edição francesa posterior de O Capital:

Mas a base de todo esse desenvolvimento é a expropriação dos cultivadores. Até agora, isso foi realizado de forma radical apenas na Inglaterra: portanto, este país necessariamente desempenhará o papel principal em nosso esboço. Mas todos os países da Europa Ocidental estão passando pelo mesmo desenvolvimento, embora, de acordo com o ambiente específico, ele mude sua matiz local, ou se limite a uma esfera mais restrita, ou apresente um caráter menos pronunciado, ou siga uma ordem de sucessão diferente.

Trabalho social

Uma questão relacionada é a importância do estudo de Marx sobre as relações de propriedade comunal — ou, melhor, como Anderson coloca, “relações sociais comunais” ou formas sociais. Essa distinção não é um exercício de minúcia por parte de Anderson. Como ele observa, seria um erro dizer que Marx se concentrou na propriedade comunal per se em seus estudos sobre sociedades não europeias, uma vez que várias dessas sociedades “tinham pouca propriedade de qualquer tipo, exceto pequenas quantidades de propriedade pessoal”.

Mais significativamente, é a forma de trabalho social utilizada para sustentar a sociedade, e não as formas de propriedade em si, a preocupação mais essencial para Marx. As formas de propriedade funcionam mais como características secundárias derivadas dessa forma anterior.

A distinção é útil, principalmente para dissipar o argumento encontrado na obra de Proudhon e outros que retrata a propriedade como uma forma de roubo. Para Marx, a noção de que “propriedade é roubo” repousa sobre uma confusão elementar: não podemos falar de “roubo” em relação a algo que não era propriedade em primeiro lugar. Para que algo seja roubado, ele deve primeiro pertencer a outra pessoa.

Assim, Marx argumenta que as relações de propriedade são o resultado de um processo de transformação das relações sociais mais amplas e do papel do trabalho: em particular, o processo violento de separação dos produtores do acesso direto aos meios de produção e seu enredamento em novas relações sociais (isto é, como trabalhadores escravos ou assalariados). Somente então podemos ter a propriedade privada como uma forma duradoura de relação social.

Marx expõe isso no capítulo final de O Capital: Volume I, “A Teoria Moderna da Colonização”, que aparece na seção dedicada à “chamada acumulação primitiva”. Neste capítulo, Marx conta a triste história do Sr. Peel, um industrial inglês que entendeu mal o desejo humano por trabalho não alienado.

O Sr. Peel transportou os meios de produção e um grupo de potenciais trabalhadores assalariados para Swan River, na Austrália Ocidental, fornecendo tudo o que era necessário para o estabelecimento de uma empresa incipiente. Para o que sem dúvida foi grande horror e indignação do Sr. Peel, os potenciais trabalhadores assalariados o abandonaram prontamente ao chegarem ao seu destino. Eles partiram por conta própria, exercendo o direito elementar à autodeterminação da reprodução diária de suas condições de existência.

Há um longo debate sobre se devemos considerar a “chamada acumulação primitiva” como um processo histórico ou contínuo. Teria ela se restringido ao período em que o capital emergiu, por meio de um estranho processo de alquimia, do não capital — a “pré-história” do capital, como Marx a chama? Ou seria um fenômeno prolongado, exemplificado pelo desenvolvimento contínuo do capital em zonas de não capital, até o presente?

Como demonstra Anderson, as notas de Marx retratam a acumulação avançada e madura de capital funcionando paralelamente, e necessariamente exigindo, a violência estatal aberta para transformar as relações sociais comunitárias. A Índia é um exemplo claro e, em menor grau, a Argélia, mas é notável que Marx também a discuta como um fenômeno histórico iminente no caso da Rússia. Como Marx afirma em sua carta à líder populista russa Vera Zasulich: “o que ameaça a vida da comuna russa não é uma inevitabilidade histórica nem uma teoria; é a opressão e a exploração do Estado por intrusos capitalistas”.

Formas comunitárias

Um dos temas de Revolutionary Roads é a atenção cuidadosa de Marx à resistência ao domínio colonial. De particular importância aqui é o papel das “comunas rurais” — Marx comenta não apenas sobre as comunas rurais da Índia, mas também as da Argélia e das Américas. Seu elogio a essa resistência parece contrastar com comentários anteriores em um artigo de Marx de 1853, que descrevia a comuna rural “primitiva” como “a base sólida do despotismo oriental”, com o colonialismo desempenhando um papel progressivo na sua dissolução.

Anderson discutiu esse ponto anteriormente em Marx nas Margens, onde contextualizou esses comentários e demonstrou a mudança progressiva de Marx em direção a uma posição mais diretamente anticolonialista ao longo dos anos seguintes. Em seu novo livro, ele oferece uma compreensão mais aprofundada de como Marx desenvolveu essa posição anticolonial. Isso é especialmente evidente no fascínio de Marx pela persistência de formas sociais comunais, da Rússia à Irlanda e até mesmo na Alemanha.

Lendo Anderson, temos a sensação palpável de que Marx vê as formas sociais comunais, mesmo onde restam apenas elementos vestigiais, como essenciais para a compreensão da “negação da negação” do capital, sugerindo a forma da futura sociedade comunista. Não é por acaso que o estudo de Marx sobre a comuna tradicional se intensifica nos anos posteriores à Comuna de Paris de 1871.

Seria equivocado ver o interesse de Marx pela comuna antiga como uma identificação romântica com tais formas arcaicas. Anderson mostra Marx submetendo os elementos patriarcais dessas formas, em particular, a uma crítica rigorosa, ao mesmo tempo em que elogia seus elementos mais progressistas. De fato, não são as formas comunais antigas, em suas versões pré-coloniais, a principal preocupação de Marx.

Tomando a Índia como exemplo, Anderson observa que a “conjuntura dialética fundamental” para a teorização de Marx ocorre “após a penetração substancial do colonialismo britânico, após essas formas comunais terem sido rompidas por aspectos das relações sociais capitalistas impostas pelos britânicos”. Marx está preocupado, acredita ele, com a forma como esse processo iniciou “novos tipos de pensamento e organização que podem formar a base de um novo tipo de subjetividade”, que se mostrará perigoso para as forças colonizadoras. Se essa foi de fato a observação de Marx, então ela demonstra uma presciência inegável à luz da história do século XX, com suas inúmeras revoluções anticoloniais.

Caminhos para a revolução

O capítulo final de Anderson é, em muitos aspectos, o foco principal do livro, onde ele aborda a questão da compreensão de Marx sobre a transformação revolucionária e como ela se modificou ao longo do tempo. Pelo menos até meados da década de 1850, é evidente que Marx via nações industrialmente desenvolvidas, como a Grã-Bretanha, como o provável locus da revolução, que então se espalharia para as periferias do capitalismo em países como Irlanda e Polônia.

No final da década de 1860, porém, ele reverteu essa visão, argumentando que seria nos eventos na Irlanda que a revolução seria desencadeada na Grã-Bretanha, de onde se espalharia pelo mundo. Em Revolutionary Roads, Anderson demonstra como a Rússia mais tarde assumiu, para Marx, o lugar da Irlanda e da Polônia como pedra de toque da revolução mundial.

Uma carta ao líder socialista francês Jules Guesde, de 1879, deixa isso claro: “Estou convencido de que a explosão da revolução começará desta vez não no Ocidente, mas no Oriente, na Rússia”. Segundo Marx, a revolução se espalharia primeiro da Rússia para a Alemanha e a Áustria:

É da maior importância que, no momento desta crise geral na Europa, encontremos o proletariado francês já organizado como um partido operário e pronto para desempenhar seu papel. Quanto à Inglaterra, os elementos materiais para sua transformação social são superabundantes, mas falta um espírito impulsionador. Ele não se formará, exceto sob o impacto da explosão de eventos no continente.

Ao mesmo tempo, a antiga comuna torna-se central para o pensamento de Marx sobre a própria revolução. O Marx que Anderson nos apresenta se esforça em seus últimos anos para rejeitar a noção de que os desenvolvimentos na Grã-Bretanha e na Europa Ocidental devem ser replicados em todos os lugares para que a transição para o comunismo seja possível. Ele sugere claramente que um futuro socialista pode emergir das comunas rurais se as influências da invasão capitalista que as afetam puderem ser superadas:

Pode a obshchina russa, uma forma, embora fortemente erodida, da primitiva propriedade comunal da terra, passar diretamente para a forma superior, comunista, de propriedade comunal? Ou deve primeiro passar pelo mesmo processo de dissolução que marca o desenvolvimento histórico do Ocidente? A única resposta possível hoje é: se a Revolução Russa se tornasse o sinal para uma revolução proletária no Ocidente, de modo que ambas se complementassem, então a atual propriedade comunal russa poderia servir como ponto de partida para um desenvolvimento comunista.

Uma contribuição final que o estudo de Anderson oferece é o destaque de temas centrais da Crítica do Programa de Gotha de Marx, uma nova edição da qual Anderson cotraduziu com Karel Ludenhoff em 2023. Esta edição, com uma excelente introdução de Peter Hudis, foca na tradução problemática do termo alemão Staatswesen (“corpo político”), que foi traduzido incorretamente na maioria das traduções em inglês como “Estado”. Como Ludenhoff e Anderson observam, o relato de Marx sobre a futura sociedade comunista se baseia na substituição do Estado pelo controle democrático direto das necessárias “funções estatais [Staatsfunktionen]”.

É por essa razão que Marx falou da comuna em A Guerra Civil na França como “uma revolução contra o Estado” e “a reabsorção do poder estatal pela sociedade como suas próprias forças vivas”. Marx deixa um tanto obscuro o processo preciso pelo qual a comuna russa e o Ocidente industrializado interagiriam para modernizar a forma comunal nesses escritos tardios. No entanto, considerados em conjunto, eles devem nos desmistificar a ideia de que ele via uma forma estatista de socialismo como alternativa ao capitalismo.

O estudo de Anderson revela um Marx marcadamente diferente da figura dogmática que tantos críticos e admiradores retrataram, alguém cuja flexibilidade de pensamento, inspirada pela atenção às práticas em campo, bem como pela imersão em uma ampla gama de leituras acadêmicas, deveria ser levada muito mais a sério. Revolutionary Roads nos convida implicitamente a transpor a prática de Marx para o nosso próprio momento, dando atenção especial às diferentes práticas e possibilidades sociais, buscando não apenas as evidências de regressão tão aparentes ao nosso redor, mas também as muitas formas de resistência a ela.

sexta-feira, 19 de setembro de 2025

Gaza y el neofascismo global

Gilbert Achcar
Jacobin América Latina

El apoyo a la guerra genocida sionista en Gaza terminó de socavar los últimos vestigios de credibilidad que tenían las potencias liberales occidentales en lo que respecta al respeto del derecho internacional.

La mayoría de las últimas rondas electorales en los países occidentales (recientemente en Noruega y Alemania) han arrojado resultados preocupantes que confirman el auge de las fuerzas racistas de extrema derecha. Esto refuerza la caracterización de la época en la que vivimos como comparable a la era fascista entre las dos guerras mundiales del siglo pasado, pero con una nueva apariencia que afirma respetar la forma democrática de gobierno, entre otras nuevas características. De ahí que se tilde a estas fuerzas de neofascistas. 

Una de las características más preocupantes de la actual era neofascista es que incluye, además de los países de Europa continental, a los dos países occidentales que se enfrentaron al eje fascista en el siglo pasado en alianza con la Unión Soviética: Estados Unidos y Gran Bretaña. A medida que la transformación neofascista del régimen estadounidense, supervisada por Donald Trump y sus acólitos, se hace más evidente día tras día, Londres fue testigo el sábado pasado de la mayor manifestación organizada por la extrema derecha en la historia británica. Esto se produjo en un contexto en el que las encuestas de opinión pública indicaban que la extrema derecha, liderada por Nigel Farage, está por delante de los partidos laborista y conservador.

Sin embargo, no es casualidad que los representantes del «centro» político en ambos países, Joe Biden en Estados Unidos y Keir Starmer en Gran Bretaña, se hayan distinguido por su apoyo a la guerra genocida de Israel en la Franja de Gaza. El actual Gobierno de Benjamin Netanyahu, que supervisó esta guerra genocida y recibió durante mucho tiempo el apoyo incondicional de ambos, es el Gobierno de extrema derecha más radical de la historia del Estado sionista. De hecho, es el gobierno de extrema derecha más radical de nuestro mundo actual, que une al partido neofascista Likud con partidos aún más derechistas, entre los que destacan los grupos neonazis de Itamar Ben-Gvir y Bezalel Smotrich, que favorecen abiertamente el régimen autoritario y la limpieza étnica.

El apoyo de los gobiernos occidentales a la guerra genocida sionista en Gaza formó parte de una gradual banalización de la extrema derecha por parte de los «centristas». Esto vino precedido por la adopción por parte de estos últimos de las posiciones de los primeros en materia de inmigración, lo que condujo a la aceptación del racismo de extrema derecha como ideología legítima. El apoyo occidental a la invasión de Gaza por parte de Israel, en marcado contraste con la posición de los mismos gobiernos occidentales hacia la invasión rusa de Ucrania, socavó los últimos vestigios de credibilidad que tenían las potencias liberales occidentales en lo que respecta al respeto del derecho internacional y la adhesión a unas relaciones internacionales basadas en normas.

El último en señalar esta discrepancia fue el presidente del Gobierno español, que fue el que más lejos llegó entre los gobiernos occidentales en su cambio de postura y sus críticas al Gobierno sionista, pidiendo el boicot a Israel en las competencias internacionales, al igual que se boicoteó a Rusia, para evitar la dualidad que invalida todas las normas. Sin embargo, mientras que el «centro» occidental apoyaba al gobierno sionista de extrema derecha, este último no respondió de la misma manera. En cambio, Netanyahu y sus aliados contribuyeron directamente a reforzar la extrema derecha occidental a expensas del «centro». Esto no se limitó al apoyo de Netanyahu a la campaña presidencial de Trump a expensas de sus rivales demócratas, a pesar del apoyo ilimitado que su presidente, Biden, prestó a su guerra. El Gobierno israelí también encubrió a la extrema derecha occidental, borrando su historia, que consideraba el antisemitismo como un pilar ideológico fundamental antes de sustituirlo por la islamofobia. La actual alianza entre el Estado sionista y la extrema derecha occidental se basa en la hostilidad hacia el islam y los musulmanes como fundamento ideológico común.

Así, Netanyahu y sus aliados han seguido esforzándose por fortalecer la extrema derecha occidental. Un ejemplo de ello es la denominada Conferencia Internacional sobre la Lucha contra el Antisemitismo, organizada por el Ministerio de Asuntos de la Diáspora israelí en Jerusalén el pasado mes de marzo (cabe señalar que el mismo ministro, Amichai Chikli, ha elogiado la reciente manifestación de la extrema derecha británica en Londres). La conferencia reunió a las fuerzas más destacadas de la extrema derecha occidental, no solo a fuerzas neofascistas como el partido francés Agrupación Nacional, liderado por Marine Le Pen, sino también a tendencias aún más extremas, como la representada por la sobrina de Le Pen, que hasta el año pasado codirigía el partido Reconquête de Éric Zemmour (quien fue invitado a intervenir en la manifestación de la extrema derecha en Londres junto a Elon Musk, el neonazi más notorio de nuestro tiempo).

El beneficio que Israel obtiene de esta alianza internacional de extrema derecha es que estas fuerzas se han convertido en las más fervientes defensoras del Estado sionista en general y del Gobierno de Netanyahu en particular. Esto quedó ilustrado por sus líderes, como el británico Farage y la francesa Le Pen, que se levantaron para criticar a los gobiernos liberales occidentales que han anunciado su intención de reconocer al Estado de Palestina. Esto se asemeja a la reciente dependencia de Netanyahu de la extrema derecha estadounidense, alineada con Donald Trump, para contrarrestar los tímidos intentos de Joe Biden de moderar las ambiciones expansionistas del régimen sionista y frenar la guerra genocida que está librando.