Socialismo y Democracia
Ya no queda ninguna duda que Bolsonaro está tramando un golpe en el escenario previsible y decantado de que son muy remotas sus posibilidades de ser reelecto en las elecciones del próximo año. Después de los sucesivos e innumerables ataques efectuados por Bolsonaro a las instituciones democráticas, nada indica que éste se va a detener y que, por el contrario, ya pasó hace un buen tiempo de tener un comportamiento soportable y digno de su embestidura. En unas de sus últimas apariciones, amenazó con salirse de la Constitución si ni era eliminada la urna electrónica para ser reemplazada por el sistema del voto impreso y auditable. Juntó con ello insultó a los Ministros del Supremo Tribunal Federal (STF), llamándolos de protectores de la corrupción y de otros epítetos que no viene al caso publicitar.
Cuando la mayoría de la población brasileña esperaba una respuesta contundente por parte de los principales representantes de las instituciones democráticas, estos se han mantenido en un letargo preocupante y desmoralizador. Especialmente notable es el caso del Procurador General de la República (PGR), Augusto Aras, que se ha transformado en una especie de lacayo del ex capitán, liberándolo de toda culpa en esta larga y extenuante secuencia de actos inconstitucionales cometidos por el presidente. Ello ha provocado incluso la sublevación de los subprocuradores, que ha difundido una carta en la cual acusan al titular de la PGR de no cumplir con su función de velar por el cumplimiento del orden jurídico, el régimen democrático y los intereses sociales. En una de sus partes, el texto -firmado por 27 subprocuradores- señala que el jefe de dicha institución (Procuraduría) no puede asistir pasivamente a los horrorosos ataques que Bolsonaro realiza a la Constitución y las leyes.
Mientras tanto, el gobernante sigue dando demostraciones de que no pretende instaurar un diálogo con el resto de las instituciones de la República. Al contrario, todo lleva a pensar que ya se encuentra preparando el mismo guion que desplegó Trump durante las elecciones de Estados Unidos. Cuestionando la transparencia de las urnas electrónicas, denunciando la existencia de un fraude que no ha podido comprobar, avisando desde ahora que no va a reconocer una derrota y amenaza con movilizar a las Fuerzas Armadas para poner las cosas en su lugar, Bolsonaro presiona la institucionalidad y traspasa la línea roja de la legalidad.
El inquilino temporario del Palacio do Planalto ha hecho desfilar un contingente de blindados, camiones y tanques por la Explanada de los Ministerios en Brasilia pasando al lado del edificio del Congreso Nacional, en un acto de clara intimidación realizado precisamente el mismo día en que la Cámara de Diputados debía votar la posibilidad de instituir el voto impreso después de que el mismo haya sido dado por el elector a través de una urna electrónica. Al final del día esta propuesta fue derrotada y archivada por el
Presidente de la Cámara. Sin embargo, mientras pasaban los vehículos militares, algunas decenas de apoyadores de Bolsonaro congregados para asistir el desfile gritaban palabras de orden en defensa de una intervención militar con el ex capitán a la cabeza.
Replegados por cobardía o por el mero interés de recibir aportes del gobierno en enmiendas presupuestarias, hasta ahora la mayoría de los diputados y senadores han guardado un silencio cómplice de las bravuconadas del presidente. Parece que los “honorables” parlamentarios no tienen la mínima sospecha de que las intenciones de Bolsonaro suponen el cierre del Congreso Nacional, del Supremo Tribunal Federal, del Supremo Tribunal de Justicia, del Tribunal Electoral, del Tribunal de Cuentas y de otras tantas instituciones que tienen por función monitorear y sancionar los excesos del ejecutivo.
Por lo mismo, es urgente que exista una reacción por parte de estas instituciones y de toda la ciudadanía ante los crímenes que viene perpetrando Bolsonaro, pues ya se torna evidente que no existe por parte de él ni de sus seguidores ninguna voluntad para respetar los acuerdos sociales y normas jurídicas que permitirían la alternancia del poder y la estabilidad democrática e institucional. Brasil se enfrenta a un golpe anunciado y sus principales actores institucionales hacen gala de una pusilanimidad y displicencia que hasta se puede inferir que ellos simplemente están resignados a acompañar al moribundo hasta su colapso definitivo. Así se encuentra el país desde la época en que el impostor Michel Temer decidió traicionar a su compañera de leyenda en 2016 y a partir de ese momento se puede verificar como se van pudriendo todas las estructuras del Estado.
En el intertanto la extrema derecha se ha ido apropiando de algunos de los principales símbolos y temáticas nacionales: la bandera y el escudo, la camiseta de la selección, la patria, la familia, el combate a la violencia, la lucha anti corrupción, etc. Pero es precisamente esa ultraderecha la que también viene vaciando el contenido democrático que se fue forjando en el país desde la redemocratización. Con la liberación de la venta de armas, ahora existen milicias armadas por todo el territorio, las que se encuentran desde ya en pie de guerra ante una muy probable derrota de Bolsonaro en las próximas elecciones.
Aunque a veces Bolsonaro se nos representa más como un fanfarrón que como un peligroso líder autoritario que inspire contención, lo cierto es que las instituciones necesitan responder ahora con especial vehemencia a un acto en que se utiliza a las Fuerzas Armadas para amedrentar a quienes desean que el país continúe su itinerario democrático. Por ello, es perentorio eliminar con decisión las amenazas -cada vez más evidentes-, de que este territorio pueda transformarse en un breve periodo en una despreciable dictadura tropical.
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