domingo, 26 de abril de 2020

Sociología: (Sobre)viviendo juntos al coronavirus

Antonio Leal
El Pensador

El Sociólogo Alan Touraine decía al Diario El País de España hace unos días: ”Lo que vemos es un virus microbiológico desconocido de un lado y, del otro, personas y grupos sin ideas, sin dirección, sin programa, sin estrategia, sin lenguaje. Es el silencio, el vacío, la reducción a la nada. No hablamos, no debemos movernos, ni comprender. Esto es el no-sentido y, si dura en el tiempo, temo que mucha gente se volverá loca por la ausencia de sentido”.

En medio de la incertidumbre, la sociología puede, sin embargo, indicarnos, en momentos en que solo cuarentenas y aislamientos sociales pueden contener la pandemia, como (sobre)vivir juntos y ayudar a visibilizar algunos aspectos de la vida social que a veces pasan inadvertidos pero que el coronavirus está haciendo dolorosamente patentes.

Nos puede indicar qué es lo que nos une y qué lo que nos separa y los efectos sociales que produce en el cuerpo social y en las interrelaciones humanas la multiplicación de las líneas divisorias entre “nosotros” y “los otros”, entre sanos y enfermos, entre quienes están bien y quienes tienen “patologías previas” o pertenecen a “grupos de riesgo”, entre quienes tienen recursos y apoyos y quienes no los tienen, entre “los de aquí” y “los de fuera”. Al fin de cuentas, como decía Aristóteles, somos “animales políticos”, seres destinados a la sociabilidad, por compleja que ella sea, y agrego, al menos en el deseo, a la afectividad.

El coronavirus demuestra ser un “hecho social total”, como lo llamaría el sociólogo y antropólogo francés Marcel Mauss para referirse a aquellos fenómenos que ponen en juego la totalidad de las dimensiones de lo social.

Transforma en algo extremo la idea de Ulrich Beck de la “sociedad de riesgo” porque, sin tratamiento y sin vacuna, hoy -sobretodo en los grupos de mayor riesgo- el temor es la muerte y más dramáticamente el obligado rol, antes reservado solo a Dios, que deben asumir los médicos cuando, disponiendo de respiradores mecánicos reducidos, deben resolver a quién salvar y a quién dejar morir.

Pero, a la vez, el estar confinados todos al mismo tiempo, lo indiscriminado del virus, que puede afectar a personas de diversos estratos casi por igual, el saber que todos podemos estar infectados, supone un factor de cohesión de una sociedad crecientemente individualizada, crea una dimensión nueva de comunidad aunque ella desaparezca superada la pandemia.

El concepto de “sociedad del riesgo” de Beck, permite mostrar lo ambivalente de nuestras sociedades tecnocientíficas, donde la innovación tecnológica es a la vez fuente de amenazas y herramienta para su solución, como a la vez, los sistemas estadísticos, cálculos, datos, lo que llamamos los instrumentos de la modernidad reflexiva, son esenciales para adquirir conciencia de la magnitud de la pandemia, pero también suscitando dilemas éticos y políticos.

El coronavirus moviliza otras numerosas cuestiones sociológicas, desde las transformaciones digitales del tejido productivo, de la educación, de la salud, de las comunicaciones interpersonales, o el estudio de la sociología de la tecnología , del usos de drones y nuevas técnicas diagnósticas como el control de temperatura, pero también nuevas formas de control y vigilancia de la población, hasta, por cierto el papel de los imaginarios culturales.

La Sociología, y específicamente la Psicología Social, ha trabajado mucho sobre los procesos de difusión de las ideas y sirve hoy, en la era de internet, para instalar en la población la idea del contagio, las formas de expansión del virus y a transformar en algo comprensible, normal, algo que altera nuestra sociabilidad connatural, nuestra forma de ser social, como el encierro y el aislamiento social.

Comunica globalmente en una pandemia en la cual el mundo está inexorablemente interconectado, y rompe el anterior monopolio de la información por parte del Estado lo cual, sin duda, obliga a las autoridades a informar con mayor transparencia y a crear mecanismos participativos de los actores más directamente involucrados.

Reducir el sentimiento de pánico que lleva a gestos desesperados, al hiperconsumismo, que todas las sociedades golpeadas por el coronavirus han vivido en las primeras semanas de la expansión de la infección, y comprender la importancia del otro para salvarnos , para salir de la pandemia , es parte de la tarea que emprende la sociología de las comunicaciones y la sicología social, que entrega herramientas para evitar que el estado de ánimo de la población se contamine con un pesimismo antropológico paralizante y destructivo que podría, en sus efectos, ser aún más grave que la pandemia misma.

La capacidad de intercomunicación autónoma de la sociedad, proporcionada por las redes sociales donde todos somos receptores y trasmisores a la vez, se transforma en una reserva de la democracia en medio de la restricción de las libertades que experimentamos como parte de las medidas para contener la pandemia.

La sociología se ocupa también de la manera en que cambian nuestras relaciones sociales cuando perdemos las rutinas que conforman nuestras vidas, cuando el virus y sus efectos modifica las categorías de tiempo y espacio alterando lo impuesto por la acelerada vida “normal” de la sociedad tecnodigital donde tiempo y espacio parecían haber escapado absolutamente de nuestro control o, simplemente, en muchas esferas de la vida, habían desaparecido.

Edgar Morin, nos recuerda la diferencia entre el tiempo vivido (el interior) y el tiempo cronometrado (el exterior) y plantea que en medio de la pausa que nos impone el corona virus hay que reconquistar el tiempo interior lo cual se constituye en un desafío político, pero también ético y existencial.

Las probabilidades de superar el virus no son las mismas para unos y otros y mientras más se extienda el contagio afectará a sectores de la población más desvalidos que no estuvieron en el origen de la pandemia, como también vemos que las medidas sanitarias puestas en práctica no son iguales en todos los casos. Incluso teniendo todos la posibilidad de contraer la enfermedad, muchos hacen un cálculo de riesgos ciertamente egoísta, considerando que sus vidas no corren peligro, pero poniendo en peligro con ello a otra población mucho más vulnerable ante el coronavirus.

Lo peor se representa en la idea mercantil de desprecio por la vida de los otros, expresada en Chile por el empresario José Manuel Silva de Larraín Vial: “No podemos seguir parando la economía, debemos tomar riesgos, y eso significa que va a morir gente”. Esto se reproduce a nivel internacional en la visión de Trump, Bolsonaro y de otros gobernantes que desprecian las razones sanitarias y para los cuales solo vale el funcionamiento de la economía y de los negocios. Es la distopía, aquella visión de una sociedad perfectamente imperfecta donde una elite, después de la pandemia, recupera todo su poder y sigue viviendo feliz frente a la desgracia de la mayoría. Son los que piensan que la gente se olvidará del coronavirus, los daños económicos acabarán asumidos por las clases bajas y medias, la ciencia volverá a no importarle a nadie y la desigualdad intolerable seguirá medrando en unos sistemas económicos que ya estaban al límite de la maldad psicopática.

Edgar Morín dice respecto de este grave fenómeno de insolidaridad humana y de brutal darwinismo social “un ejemplo claro de cómo la razón económica es más importante y más fuerte que la humanitaria: la ganancia vale mucho más que las ingentes pérdidas de seres humanos que la epidemia puede infligir. Al fin y al cabo, el sacrificio de los más frágiles (de las personas ancianas y de los enfermos) es funcional a una lógica de la selección natural. Como ocurre en el mundo del mercado, el que no aguanta la competencia es destinado a sucumbir”.

Es difícil vaticinar, después de la pandemia, si habrá una “primavera del amor” o un redescubrimiento de lo mucho que nos gusta estar juntos. Pero hay que tener siempre presente que el pasado nunca se queda donde lo dejaste y entender que una crisis sanitaria puede provocar una crisis económica que, a su vez, produce una crisis social y, por último, existencial. Por tanto, hay que derrotar sanitaria, científica y sicológicamente el coronavirus, pero preparar una salida donde el Estado y lo público recupere protagonismo en lo estratégico de la vida de la población y lo social se transforme en el centro de la preocupación de la política.

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