segunda-feira, 23 de outubro de 2017

El sueño marxista de una vida justa para todos

Belén Roca Urrutia
El Desconcierto

A exactos 100 años de la Revolución Rusa, el académico argentino Federico Galende lanza "Memorias de Octubre", una serie de 19 crónicas que retratan los primeros días tras la toma del Palacio de Invierno. Lejano a la fría historiografía que sólo se centra en los líderes del proceso, el autor retrata las historias a la gente común a través del mundo de la cultura y las artes de la época.

Las muchas transformaciones que mataron a la Rusia zarista y dio origen, en sus inicios, a la utopía soviética han sido cuidadosamente documentadas por historiadores, principalmente, desde la distancia exigida por tal disciplina. Distancia que, en el afán de presentar los hechos con rigurosidad, sólo se reduce al momento de emitir juicios sobre los personajes más icónicos del proceso. Para los demás, definiciones como “el pueblo ruso”, “las masas”, entre otras, son suficientes.

No es el caso de “Memorias de octubre”, del filósofo argentino Federico Galende, donde son las historias de los comunes las que permiten imaginar o volver a pensar el ambiente que se respiraba en los primeros días de la revolución. Entre crónicas sobre se intercalan fragmentos de las vidas de notables de la época: Alexandra Kollontai y sus intenciones para con la familia —destruirla—, las tribulaciones del poeta y dramaturgo Vladimir Maiakovski, Walter Benjamin jugando al amor en Moscú.

Son, en total, diecinueve historias, compuestas por una recopilación de literatura general sobre el tema, más diarios, cartas, novelas, filmes y ensayos de la época. Mediante este recurso, Galende ofrece una visión particularista sobre momentos y escenarios en los que la revolución deja de ser sólo un contexto para colarse en las prácticas cotidianas de los personajes descritos. El autor pone especial atención a los conflictos que se dan en el mundo del arte, como la pugna entre los cineastas Sergei Eisenstein y Dziga Vertov, para reflejar las contradicciones intestinas en la construcción de la Unión Soviética.

El libro cierra con una conversación entre Galende y Boris Groys, donde se extienden en la condición paradójica de toda revolución, en tanto sólo puede completarse a través de una contrarrevolución. La pregunta que se desprende es sobre la fórmula para continuar cualquier camino emancipatorio sin dar paso a ideas reaccionarias, denunciando también el riesgo de caer en idealizaciones sobre la época, de hacer de la Unión Soviética un museo del fracaso. Ante ello, importante es recoger las palabras que Galende parafrasea de Lenin, que ilustran de buena manera el sueño marxista de una vida justa para todos: “Las fábricas serían para los obreros, la tierra para el campesino y para el poeta y los artistas, las palabras y los materiales”.

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