terça-feira, 7 de outubro de 2014

Elecciones Bolivia 2014: ¿Post indianismo?

Pablo Stefanoni
Nodal

El próximo 12 de octubre casi seis millones de bolivianos, contabilizados en el padrón biométrico en Bolivia y en el exterior, irán a las urnas para elegir presidente, vicepresidente y un nuevo Parlamento. El estado de ánimo de la oposición es resultado de una serie de encuestas que dan al binomio Evo Morales-Álvaro García Linera una ventaja virtualmente irremontable: 54% contra 14% de Samuel Doria Medina según el último sondeo difundido por El Deber de Santa Cruz de la Sierra. De allí que el analista Roger Cortez haya dicho en un debate televisivo que habría que considerar a estas elecciones como unos comicios parlamentarios: con la elección presidencial “resuelta”, lo que verdaderamente está en juego es si el oficialismo obtendrá o no los dos tercios del Congreso –mayoría con la que cuenta en la actualidad–, que es hacia donde se enfoca la campaña del MAS.

Adicionalmente hay otra meta en juego: ganar el hasta ahora díscolo departamento de Santa Cruz, que hasta 2009 encabezó la oposición más combativa contra el gobierno de Evo Morales. Hoy ese objetivo parece posible y representaría un vuelco en la geopolítica interna del país. Para lograrlo, el MAS viene estructurando varias alianzas, incluso con remanentes de viejos partidos tradicionales, y con el alcalde “populista” de Santa Cruz, el polémico Percy Fernández, que colocó a tres candidatos de su riñón en las listas masistas. Con el masivo cierre de la campaña nacional a los pies del Cristo Redentor de Santa Cruz, el oficialismo busca plantar bandera en el mítico territorio en el que en 2008 decenas de miles de cruceños se movilizaron por la autonomía y contra el gobierno central. Como explica el jefe de campaña del MAS cruceño, Saúl Ávalos en un artículo del periodista Pablo Ortiz, se trata de una ocupación territorial: el MAS comenzó ganando en las periferias de migrantes de Santa Cruz de la Sierra –como el emblemático barrio Plan 3000– y ahora busca conquistar el centro mismo de esta urbe.

Con todo, esta “conquista” deberá ser ratificada en las urnas; no es tarea fácil pero por primera vez las encuestas dan ganador a Evo en esta zona agroindustrial de Bolivia. Para acercarse a esa “marea azul”, los colores del MAS, el presidente boliviano prometió una gran cantidad de obras, desde represas hasta ferrocarriles, e incluyendo la ampliación de la frontera agropecuaria. La ecuación es clara: para derrotar a la elite política cruceña, el MAS debió pactar con parte del empresariado y aceptar su “modelo de acumulación”. Para el candidato a primer senador del Partido Demócrata Cristiano, Pablo Banegas, es lógico que el MAS elija El Cristo: los que hacían los cabildos autonomistas – “banqueros, empresarios, agropecuarios, transportistas y canales de televisión”– ahora están con el oficialismo. Las palabras del candidato derechista que apoya la candidatura del ex presidente Jorge “Tuto” Quiroga, en el citado artículo de El Deber, no dejan de trasmitir decepción y cierto resentimiento. “Antes no querían que Evo pisara Santa Cruz, ahora los empresarios pujan por sentarse lo más cerca posible del presidente cuando hay algún encuentro”, resume un empresario el vuelco de situación. Nadie quiere perderse el boom económico que vive el país y la región.

El contexto político boliviano se ha venido transformando. Si en 2005 la acusación de la derecha contra Morales era que transformaría a Bolivia en una nueva Cuba (o en el mejor de los casos una nueva Venezuela), hoy el analista opositor Iván Arias puede acusar al MAS de propagar una suerte de pragmatismo infinito, de ser un “Godzilla político que no mide principios ni medios para lograr su fin”.

Pero el escenario no sólo cambió en relación a Santa Cruz. Evo Morales leyó el mensaje del censo de población de 2012. Ese censo evidenció una aparente paradoja, potencialmente explosiva a nivel simbólico-político: si en 2001 el 62% de los bolivianos se autoidentificaron con algún pueblo indígena, bajo el nuevo Estado plurinacional sólo lo hizo el 41%. Hay muchas causas que pueden haber incidido en los resultados, entre ellas un cambio en la pregunta que reemplazó “indígena originario” por “indígena originario campesino”, tal como está en la nueva Constitución, precisamente cuando Bolivia ya es un país mayoritariamente urbano. No menos importante es que en 2001 la identidad indígena era cuestionadora del orden de cosas y hoy es oficial, sin que la Bolivia urbana-mestiza se sienta a gusto con esa “indianidad de Estado”.

Finalmente, en Bolivia, la mayoría es “un poco” indígena y “un poco” mestiza, por lo que los desplazamientos en la geometría variable de la identidad no resultan muy infrecuentes. Más aún en las poblaciones quechuas, las mayoritarias. Estas carecen – como señalan Pablo Quisbert y Vincent Nicolas en su reciente libro Pachakuti: el retorno de la nación– de símbolos y héroes etno-nacionales como sí tienen los aymaras con Tupac Katari o la bandera multicolor denominada wiphala. Lo quechua es más bien una lengua que une a diversas “naciones” locales.

Evo se declaró sorprendido con los resultados censales pero dijo que es un tema secundario y señaló que, de todos modos, como en los dados, “lo que se ve se anota”. El vicepresidente Álvaro García Linera escribió luego un texto sobre “Nación y mestizaje” para defender la plurinacionalidad. Pero Evo, que sabe “anotar” en el cacho, un juego popular en Bolivia, también sabe cómo hacer ajustes en sus campañas con olfato de experimentado sindicalista.

No parece casual que la campaña electoral que lo proyectará a un tercer mandato para el periodo 2015-2019 –nunca antes un presidente boliviano estuvo tanto tiempo en el sillón– haya abandonado algunos tópicos de la etapa heroica y se asiente en la defensa de la estabilidad y el desarrollo económico y, más aún, en un gran salto tecnológico. El último spot del MAS resume, con estética informática, los planes de crear la Ciudadela del Conocimiento en Cochabamba, a la cual, como Rafael Correa con Yachay en Ecuador, se la compara con el Silicon Valley estadounidense.

A ello se suma la promesa de becas para estudiantes en universidades como Harvard, Stanford o Tokio, y el plan para construir hospitales de alta tecnología en un país donde la salud es una asignatura pendiente. El teleférico de transporte entre La Paz y El Alto es una de las últimas obras estrella del gobierno junto al satélite Túpac Katari. “Un pueblo milenario con tecnología de avanzada es invencible”, dice el spot, y no es difícil ver las simpatías que los grandes saltos de países como Corea del Sur cosechan en esta nación andina, donde, además sus cantantes de k-pop son cada vez más populares.

Más allá de la discusión puntual sobre cada uno de estos proyectos, lo cierto es que Bolivia vive una nueva etapa. La potencialidad del “gobierno indígena” –como renovador de los valores tradicionales– parece haber dado todo de sí y hoy Evo Morales ha captado que las reivindicaciones de las nuevas generaciones tienen menos que ver con demandas de tipo étnico-cultural. En parte porque se ha avanzado en una mayor igualdad, y en parte porque Bolivia no escapa a la globalización de los consumos, los imaginarios y las aspiraciones.

Quisbert y Nicolas observan que el Túpac Katari concebido por el conocido pintor Gastón Ugalde poco antes de la llegada de Evo al poder y reproducida por el nuevo Estado, ya no es el Katari mártir descuartizado, sino un “Katari palaciego”, con aires presidenciales. En ese sentido, el nacionalismo indígena –término que usamos para definir los horizontes del “evismo” en 2006 con Hervé Do Alto– es sede de una paradoja: posiblemente el Estado plurinacional sea el más nacionalista de la historia. Pero más que una traición a una revolución indianista ideal, estamos frente a profundos cambios societales que están redibujando a Bolivia. Sin que sepamos aún cual será el bosquejo final. Quizás sea un retrato post indianista, que capte los pliegues de las nuevas identidades emergentes.

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