sexta-feira, 26 de setembro de 2025

El impacto de las movilizaciones populares contra la impunidad

Fernando de la Cuadra
Socialismo y Democracia

La Propuesta de Enmienda Constitucional (PEC) destinada a blindar a los parlamentarios de posibles condenas por diversos tipos de crímenes tuvo un estrepitoso fracaso en el Senado. Ahora, muchos de los diputados –incluidos algunos del PT- que aprobaron el mentado documento la semana pasada, se dicen arrepentidos de haber suscrito el mismo. El proyecto en cuestión era una aberración, ya que entregaba total impunidad al Congreso, pues exigía que la apertura de procesos contra parlamentarios tenía que tener el aval de la respectiva Casa en votación secreta.

El texto aprobado en la Cámara de Diputados era considerado insustentable, pues abría el peligroso precedente de que todos los crímenes cometidos por los parlamentarios -inclusive en el caso de crímenes hediondos- podían ser relegados al olvido, una consecuencia lógica del indudable espíritu corporativo que prima en el Poder Legislativo.

El resultado fue que esta proposición, escabrosa desde sus orígenes, se convirtió en el blanco del descontento de la población que se manifestó de manera inmediata y masivamente durante el fin de semana. El impacto que tuvieron las últimas manifestaciones en las principales capitales y ciudades de Brasil ha sido enorme. Millares de personas se reunieron en plazas y parques para demostrar que las verdaderas disputas por justicia y democracia se producen en las calles, en la solidaridad que surge de la sinergia de los cuerpos y las mentes reunidas en un mismo espacio. Nadie ha quedado impasible ante tamaña demostración de indignación y hartazgo por los desvaríos de una Cámara de Diputados que legisla de espaldas para la población.

De hecho, acusando recibo del malestar popular la propuesta fue rechazada en la Comisión de Constitución y Justicia (CCJ) del Senado, aprobando por unanimidad el parecer elaborado por el relator Alessandro Vieira, quien expone en una de sus partes que la referida PEC “no solo es inconstitucional, sino que sobre todo supone abrir las puertas para la transformación del Legislativo en un abrigo seguro para criminales de todos los tipos. Confío en que el plenario de esta Comisión rechazará esta propuesta inmoral, que es una página triste de nuestro Legislativo y homenajeando la nítida voluntad popular que clama por más Justicia”.

De manera inédita, hasta los senadores de la extrema derecha y de la base bolsonarista votaron por sepultar el cuestionado proyecto que consagraba el crimen y el perdón a priori. Fueron 26 votos por aclamación en contra de la propuesta, que seguidamente fue sepultada por el presidente del Senado, quien sancionó su archivamiento definitivo.

Por otra parte, las pautas que le interesan a vastos sectores de la población han sido postergadas injustificadamente por la Cámara. Entre ellas destaca la aprobación de la exención tributaria para aquellas familias que ganan hasta 5 mil reales (US$ 930) o el aumento de impuesto para los Bancos, Billonarios y empresas de apuestas. Ahora, los partidos del Centrão quieren acelerar la aprobación de una Ley de Amnistía para todos los condenados por la tentativa de Golpe de Estado, incluido el ex presidente Bolsonaro. Como ahora el eslogan de una “amnistía amplia, general e irrestricta” tiene fuerte oposición de la mayoría de los congresistas, algunos sectores de derecha plantean una salida más factible por medio de la dosificación de las penas aplicadas a los reos.

En los actos del último domingo, enormes banderas brasileñas fueron abiertas entre la multitud, demostrando el verdadero sentido de defensa de la soberanía nacional, diferente al entreguismo descarado de los seguidores del ex capitán que el día 7 de septiembre –de la Independencia- plegaron banderas estadounidenses en una demostración inequívoca de la sumisión y permanente postura abyecta que tienen frente a los intereses de Estados Unidos, personificados actualmente en el gobierno de Donald Trump y los empresarios de las Corporaciones financieras, empresas petroleras y Big Techs que le dan sustento.

Sin embargo, otros sectores de la derecha tradicional brasileña consideran absurdo apoyar las sanciones comerciales impuestas por el gobierno Trump, pues al final dichas medidas vienen generando desempleo entre los habitantes del país y, consecuentemente, aumentando el malestar contra la familia Bolsonaro que sigue en campaña para que la administración norteamericana aumente las presiones sobre toda la nación, aunque particularmente ellas sean más intensas sobre el Poder Judicial y algunos ministros del Supremo Tribunal Federal.

También quedó claro que el repudio a los ataques al Estado Democrático de Derecho no es una pauta exclusiva del gobierno y los partidos de la coalición, dado que la defensa de las instituciones democráticas se transformó en una demanda fundamental para la ciudadanía que se rebeló con vehemencia ante un proyecto fraudulento y antipopular, que no resuelve las necesidades de las personas, sino que, por el contrario, entrega más poder e impunidad a quienes dicen ser fieles representantes del pueblo.

En ese sentido, las demostraciones masivas de malestar no se deben confundir con una deslegitimación de la política y si más bien con una valorización de la política con mayúscula, la cual ha sido ultrajada por un Congreso corrupto, irresponsable y autocentrado. Desgraciadamente, algunos parlamentarios insisten en resucitar la propuesta que los protege bajo un nuevo ropaje más digerible. Es de esperar que estas movilizaciones sean el anuncio de un nuevo ciclo en que los ciudadanos se mantengan unidos y vigilantes para descartar de plano cualquier arremetida que ponga en peligro la democracia y la soberanía del país.

quinta-feira, 25 de setembro de 2025

Karl Marx ansiava pela revolta contra os impérios europeus

Kieran Durkin
Jacobin Brasil

Alguns críticos acusaram Karl Marx de forçar a história mundial a uma estrutura estreita que apresentava o capitalismo europeu como um modelo universal de desenvolvimento. Um olhar mais atento aos escritos tardios de Marx mostra quão distante da verdade está esse esteriótipo.

Você pode pensar que não há mais nada de novo a ser descoberto na obra de Karl Marx. Mas os estudos marxianos estão apenas começando a revelar as reflexões extraordinárias de seu estudo das sociedades não europeias e a nova perspectiva histórica que ele desenvolveu como resultado.

Resenha do livro The Late Marx’s Revolutionary Roads: Colonialism, Gender, and Indigenous Communism [Os Caminhos Revolucionários do Marx Tardio: Colonialismo, Gênero e Comunismo Indígena], de Kevin Anderson (Verso Books, 2025).

Em seu novo livro, Karl Marx in America, Andrew Hartman sugere que estamos vivendo o “quarto boom” do marxismo no mundo anglófono. Embora tal ideia possa parecer fantasiosa em termos de movimentos sociais e políticos, se a interpretarmos como uma referência ao engajamento intelectual com o pensamento e os escritos de Karl Marx, ela captura uma verdade inegável.

No ano passado, a Princeton University Press publicou a primeira nova tradução para o inglês de O Capital: Volume I em décadas, enquanto Slow Down: The Degrowth Manifesto [Desacelerar: O Manifesto do Decrescimento], de Kohei Saito, foi publicado com grande alarde. Em 2025, o livro de Hartman está causando impacto, e The Late Marx’s Revolutionary Roads, de Kevin Anderson, parece agora demonstrar a relevância e o apelo contínuos de Marx e do marxismo.

Um Marx multilinear

Revolutionary Roads retoma o ponto em que o livro anterior de Anderson, Marx nas Margens, parou quinze anos atrás. A publicação de Marx nas Margens constituiu um marco nos estudos sobre Marx. Baseando-se nos extensos escritos jornalísticos, cartas e cadernos de notas tardios sobre sociedades não europeias e pré-capitalistas, o livro desafiou a visão generalizada de Marx como um pensador determinista com um modelo unilinear de história que exemplificava, nas palavras de Edward Said, uma “visão homogeneizadora do Terceiro Mundo”.

Anderson demonstrou que os escritos de Marx, quando considerados em conjunto, não evidenciam uma compreensão unilinear e determinista da história e da cultura humanas. Na verdade, é possível encontrar uma abordagem muito mais aberta e multilinear, com uma profunda apreciação da diversidade humana. Revolutionary Roads expande e aprimora esse panorama.

O livro baseia-se no acesso a documentos anteriormente indisponíveis, obtidos por meio da colaboração de Anderson com o projeto Marx-Engels Gesamtausgabe (MEGA). Eles incluem notas escritas nos últimos anos da vida de Marx sobre as obras antropológicas de Lewis Henry Morgan, Maksim Kovalevsky e outros.

O tema da multilinearidade é central em Revolutionary Roads. Em particular, Anderson questiona a noção de “épochen progressista” — a ideia de estágios sucessivos da sociedade humana, com base no que Marx viria a descrever como “modos de produção” distintos. Marx e Friedrich Engels articularam esse esquema pela primeira vez em A Ideologia Alemã (uma obra composta em 1845-1846 que permaneceu inédita durante suas vidas).

Ela propõe uma série de estágios de desenvolvimento histórico marcados por movimentos de um modo de produção dominante para o seguinte, com o modo de produção tribal ou comunismo primitivo dando lugar ao antigo modo de produção escravista da Grécia e de Roma, para ser suplantado, por sua vez, pelo modo de produção feudal, pelo modo de produção burguês e, finalmente, pelo modo de produção comunista ou socialista. A questão do feudalismo — em particular, se podemos descrever, de modo geral, as sociedades de classes pré-capitalistas em todo o mundo como “feudais” — é central para o argumento de Anderson.

Compreendendo o feudalismo

A própria ideia de tal esquema tem sido motivo de discórdia nos estudos marxistas e além, dada sua aparente afinidade com as formas iluministas de “teoria dos estágios”. Como Anderson aponta, no entanto, toda a noção de modos de produção como epochen progressivo é subdeterminada em Marx: ou podemos falar deles como sendo progressistas em um sentido tecnológico, representando uma sequência de desenvolvimentos tecnológicos ou sociais uns sobre os outros, ou como progressivos no sentido de seguir um após o outro em uma escala temporal.

Há problemas com ambas as interpretações. No que diz respeito à primeira, Anderson observa como a discussão de Marx sobre o feudalismo está repleta de críticas ao progressismo iluminista, o que torna essa leitura implausível. No que diz respeito à segunda, o fato de Marx ter falado de um “modo de produção asiático” que se situava completamente fora do padrão europeu de desenvolvimento desorganiza todo o esquema.

De qualquer forma, na época de O Capital, a linguagem da época progressista desaparece completamente. De fato, quando consideramos todos os escritos, cartas, notas de pesquisa e assim por diante de Marx, nos quais a discussão sobre o feudalismo ocupa, na verdade, um espaço bastante restrito, seria, como observa Anderson, “duplamente equivocado considerar os modos de produção comunal primitivo, o antigo greco-romano e o asiático como de alguma forma periféricos à obra de Marx, ao mesmo tempo em que torna o feudalismo central para ela”.

Nos cadernos etnológicos de Marx, e em alguns de seus escritos posteriores, incluindo a edição francesa de O Capital, vemos que ele se esforça para criticar a universalização do feudalismo europeu para abranger a história das sociedades não europeias. Anderson demonstra a própria trajetória de estudo de Marx, que indica que ele estava nas fases iniciais de um engajamento significativo com as estruturas e o escopo das sociedades não europeias, engajamento que poderia ter se tornado mais central para os volumes subsequentes incompletos de O Capital, particularmente o volume onde discutiu o mercado mundial.

Em sua resposta de 1877 a um artigo em um jornal russo que comentava criticamente o esboço histórico da “chamada acumulação primitiva” oferecido em O Capital: Volume I , Marx discorda diretamente do autor, um Sr. Zhukovsky, que ele reclama que “se sente obrigado a metamorfosear meu esboço histórico da gênese do capitalismo na Europa Ocidental em uma teoria histórico-filosófica do caminho geral fatalmente imposto a todos os povos, quaisquer que sejam as circunstâncias históricas em que se encontrem”.

Também podemos encontrar evidências da rejeição de Marx a essa leitura unilinear em uma passagem que Anderson cita da edição francesa posterior de O Capital:

Mas a base de todo esse desenvolvimento é a expropriação dos cultivadores. Até agora, isso foi realizado de forma radical apenas na Inglaterra: portanto, este país necessariamente desempenhará o papel principal em nosso esboço. Mas todos os países da Europa Ocidental estão passando pelo mesmo desenvolvimento, embora, de acordo com o ambiente específico, ele mude sua matiz local, ou se limite a uma esfera mais restrita, ou apresente um caráter menos pronunciado, ou siga uma ordem de sucessão diferente.

Trabalho social

Uma questão relacionada é a importância do estudo de Marx sobre as relações de propriedade comunal — ou, melhor, como Anderson coloca, “relações sociais comunais” ou formas sociais. Essa distinção não é um exercício de minúcia por parte de Anderson. Como ele observa, seria um erro dizer que Marx se concentrou na propriedade comunal per se em seus estudos sobre sociedades não europeias, uma vez que várias dessas sociedades “tinham pouca propriedade de qualquer tipo, exceto pequenas quantidades de propriedade pessoal”.

Mais significativamente, é a forma de trabalho social utilizada para sustentar a sociedade, e não as formas de propriedade em si, a preocupação mais essencial para Marx. As formas de propriedade funcionam mais como características secundárias derivadas dessa forma anterior.

A distinção é útil, principalmente para dissipar o argumento encontrado na obra de Proudhon e outros que retrata a propriedade como uma forma de roubo. Para Marx, a noção de que “propriedade é roubo” repousa sobre uma confusão elementar: não podemos falar de “roubo” em relação a algo que não era propriedade em primeiro lugar. Para que algo seja roubado, ele deve primeiro pertencer a outra pessoa.

Assim, Marx argumenta que as relações de propriedade são o resultado de um processo de transformação das relações sociais mais amplas e do papel do trabalho: em particular, o processo violento de separação dos produtores do acesso direto aos meios de produção e seu enredamento em novas relações sociais (isto é, como trabalhadores escravos ou assalariados). Somente então podemos ter a propriedade privada como uma forma duradoura de relação social.

Marx expõe isso no capítulo final de O Capital: Volume I, “A Teoria Moderna da Colonização”, que aparece na seção dedicada à “chamada acumulação primitiva”. Neste capítulo, Marx conta a triste história do Sr. Peel, um industrial inglês que entendeu mal o desejo humano por trabalho não alienado.

O Sr. Peel transportou os meios de produção e um grupo de potenciais trabalhadores assalariados para Swan River, na Austrália Ocidental, fornecendo tudo o que era necessário para o estabelecimento de uma empresa incipiente. Para o que sem dúvida foi grande horror e indignação do Sr. Peel, os potenciais trabalhadores assalariados o abandonaram prontamente ao chegarem ao seu destino. Eles partiram por conta própria, exercendo o direito elementar à autodeterminação da reprodução diária de suas condições de existência.

Há um longo debate sobre se devemos considerar a “chamada acumulação primitiva” como um processo histórico ou contínuo. Teria ela se restringido ao período em que o capital emergiu, por meio de um estranho processo de alquimia, do não capital — a “pré-história” do capital, como Marx a chama? Ou seria um fenômeno prolongado, exemplificado pelo desenvolvimento contínuo do capital em zonas de não capital, até o presente?

Como demonstra Anderson, as notas de Marx retratam a acumulação avançada e madura de capital funcionando paralelamente, e necessariamente exigindo, a violência estatal aberta para transformar as relações sociais comunitárias. A Índia é um exemplo claro e, em menor grau, a Argélia, mas é notável que Marx também a discuta como um fenômeno histórico iminente no caso da Rússia. Como Marx afirma em sua carta à líder populista russa Vera Zasulich: “o que ameaça a vida da comuna russa não é uma inevitabilidade histórica nem uma teoria; é a opressão e a exploração do Estado por intrusos capitalistas”.

Formas comunitárias

Um dos temas de Revolutionary Roads é a atenção cuidadosa de Marx à resistência ao domínio colonial. De particular importância aqui é o papel das “comunas rurais” — Marx comenta não apenas sobre as comunas rurais da Índia, mas também as da Argélia e das Américas. Seu elogio a essa resistência parece contrastar com comentários anteriores em um artigo de Marx de 1853, que descrevia a comuna rural “primitiva” como “a base sólida do despotismo oriental”, com o colonialismo desempenhando um papel progressivo na sua dissolução.

Anderson discutiu esse ponto anteriormente em Marx nas Margens, onde contextualizou esses comentários e demonstrou a mudança progressiva de Marx em direção a uma posição mais diretamente anticolonialista ao longo dos anos seguintes. Em seu novo livro, ele oferece uma compreensão mais aprofundada de como Marx desenvolveu essa posição anticolonial. Isso é especialmente evidente no fascínio de Marx pela persistência de formas sociais comunais, da Rússia à Irlanda e até mesmo na Alemanha.

Lendo Anderson, temos a sensação palpável de que Marx vê as formas sociais comunais, mesmo onde restam apenas elementos vestigiais, como essenciais para a compreensão da “negação da negação” do capital, sugerindo a forma da futura sociedade comunista. Não é por acaso que o estudo de Marx sobre a comuna tradicional se intensifica nos anos posteriores à Comuna de Paris de 1871.

Seria equivocado ver o interesse de Marx pela comuna antiga como uma identificação romântica com tais formas arcaicas. Anderson mostra Marx submetendo os elementos patriarcais dessas formas, em particular, a uma crítica rigorosa, ao mesmo tempo em que elogia seus elementos mais progressistas. De fato, não são as formas comunais antigas, em suas versões pré-coloniais, a principal preocupação de Marx.

Tomando a Índia como exemplo, Anderson observa que a “conjuntura dialética fundamental” para a teorização de Marx ocorre “após a penetração substancial do colonialismo britânico, após essas formas comunais terem sido rompidas por aspectos das relações sociais capitalistas impostas pelos britânicos”. Marx está preocupado, acredita ele, com a forma como esse processo iniciou “novos tipos de pensamento e organização que podem formar a base de um novo tipo de subjetividade”, que se mostrará perigoso para as forças colonizadoras. Se essa foi de fato a observação de Marx, então ela demonstra uma presciência inegável à luz da história do século XX, com suas inúmeras revoluções anticoloniais.

Caminhos para a revolução

O capítulo final de Anderson é, em muitos aspectos, o foco principal do livro, onde ele aborda a questão da compreensão de Marx sobre a transformação revolucionária e como ela se modificou ao longo do tempo. Pelo menos até meados da década de 1850, é evidente que Marx via nações industrialmente desenvolvidas, como a Grã-Bretanha, como o provável locus da revolução, que então se espalharia para as periferias do capitalismo em países como Irlanda e Polônia.

No final da década de 1860, porém, ele reverteu essa visão, argumentando que seria nos eventos na Irlanda que a revolução seria desencadeada na Grã-Bretanha, de onde se espalharia pelo mundo. Em Revolutionary Roads, Anderson demonstra como a Rússia mais tarde assumiu, para Marx, o lugar da Irlanda e da Polônia como pedra de toque da revolução mundial.

Uma carta ao líder socialista francês Jules Guesde, de 1879, deixa isso claro: “Estou convencido de que a explosão da revolução começará desta vez não no Ocidente, mas no Oriente, na Rússia”. Segundo Marx, a revolução se espalharia primeiro da Rússia para a Alemanha e a Áustria:

É da maior importância que, no momento desta crise geral na Europa, encontremos o proletariado francês já organizado como um partido operário e pronto para desempenhar seu papel. Quanto à Inglaterra, os elementos materiais para sua transformação social são superabundantes, mas falta um espírito impulsionador. Ele não se formará, exceto sob o impacto da explosão de eventos no continente.

Ao mesmo tempo, a antiga comuna torna-se central para o pensamento de Marx sobre a própria revolução. O Marx que Anderson nos apresenta se esforça em seus últimos anos para rejeitar a noção de que os desenvolvimentos na Grã-Bretanha e na Europa Ocidental devem ser replicados em todos os lugares para que a transição para o comunismo seja possível. Ele sugere claramente que um futuro socialista pode emergir das comunas rurais se as influências da invasão capitalista que as afetam puderem ser superadas:

Pode a obshchina russa, uma forma, embora fortemente erodida, da primitiva propriedade comunal da terra, passar diretamente para a forma superior, comunista, de propriedade comunal? Ou deve primeiro passar pelo mesmo processo de dissolução que marca o desenvolvimento histórico do Ocidente? A única resposta possível hoje é: se a Revolução Russa se tornasse o sinal para uma revolução proletária no Ocidente, de modo que ambas se complementassem, então a atual propriedade comunal russa poderia servir como ponto de partida para um desenvolvimento comunista.

Uma contribuição final que o estudo de Anderson oferece é o destaque de temas centrais da Crítica do Programa de Gotha de Marx, uma nova edição da qual Anderson cotraduziu com Karel Ludenhoff em 2023. Esta edição, com uma excelente introdução de Peter Hudis, foca na tradução problemática do termo alemão Staatswesen (“corpo político”), que foi traduzido incorretamente na maioria das traduções em inglês como “Estado”. Como Ludenhoff e Anderson observam, o relato de Marx sobre a futura sociedade comunista se baseia na substituição do Estado pelo controle democrático direto das necessárias “funções estatais [Staatsfunktionen]”.

É por essa razão que Marx falou da comuna em A Guerra Civil na França como “uma revolução contra o Estado” e “a reabsorção do poder estatal pela sociedade como suas próprias forças vivas”. Marx deixa um tanto obscuro o processo preciso pelo qual a comuna russa e o Ocidente industrializado interagiriam para modernizar a forma comunal nesses escritos tardios. No entanto, considerados em conjunto, eles devem nos desmistificar a ideia de que ele via uma forma estatista de socialismo como alternativa ao capitalismo.

O estudo de Anderson revela um Marx marcadamente diferente da figura dogmática que tantos críticos e admiradores retrataram, alguém cuja flexibilidade de pensamento, inspirada pela atenção às práticas em campo, bem como pela imersão em uma ampla gama de leituras acadêmicas, deveria ser levada muito mais a sério. Revolutionary Roads nos convida implicitamente a transpor a prática de Marx para o nosso próprio momento, dando atenção especial às diferentes práticas e possibilidades sociais, buscando não apenas as evidências de regressão tão aparentes ao nosso redor, mas também as muitas formas de resistência a ela.

sexta-feira, 19 de setembro de 2025

Gaza y el neofascismo global

Gilbert Achcar
Jacobin América Latina

El apoyo a la guerra genocida sionista en Gaza terminó de socavar los últimos vestigios de credibilidad que tenían las potencias liberales occidentales en lo que respecta al respeto del derecho internacional.

La mayoría de las últimas rondas electorales en los países occidentales (recientemente en Noruega y Alemania) han arrojado resultados preocupantes que confirman el auge de las fuerzas racistas de extrema derecha. Esto refuerza la caracterización de la época en la que vivimos como comparable a la era fascista entre las dos guerras mundiales del siglo pasado, pero con una nueva apariencia que afirma respetar la forma democrática de gobierno, entre otras nuevas características. De ahí que se tilde a estas fuerzas de neofascistas. 

Una de las características más preocupantes de la actual era neofascista es que incluye, además de los países de Europa continental, a los dos países occidentales que se enfrentaron al eje fascista en el siglo pasado en alianza con la Unión Soviética: Estados Unidos y Gran Bretaña. A medida que la transformación neofascista del régimen estadounidense, supervisada por Donald Trump y sus acólitos, se hace más evidente día tras día, Londres fue testigo el sábado pasado de la mayor manifestación organizada por la extrema derecha en la historia británica. Esto se produjo en un contexto en el que las encuestas de opinión pública indicaban que la extrema derecha, liderada por Nigel Farage, está por delante de los partidos laborista y conservador.

Sin embargo, no es casualidad que los representantes del «centro» político en ambos países, Joe Biden en Estados Unidos y Keir Starmer en Gran Bretaña, se hayan distinguido por su apoyo a la guerra genocida de Israel en la Franja de Gaza. El actual Gobierno de Benjamin Netanyahu, que supervisó esta guerra genocida y recibió durante mucho tiempo el apoyo incondicional de ambos, es el Gobierno de extrema derecha más radical de la historia del Estado sionista. De hecho, es el gobierno de extrema derecha más radical de nuestro mundo actual, que une al partido neofascista Likud con partidos aún más derechistas, entre los que destacan los grupos neonazis de Itamar Ben-Gvir y Bezalel Smotrich, que favorecen abiertamente el régimen autoritario y la limpieza étnica.

El apoyo de los gobiernos occidentales a la guerra genocida sionista en Gaza formó parte de una gradual banalización de la extrema derecha por parte de los «centristas». Esto vino precedido por la adopción por parte de estos últimos de las posiciones de los primeros en materia de inmigración, lo que condujo a la aceptación del racismo de extrema derecha como ideología legítima. El apoyo occidental a la invasión de Gaza por parte de Israel, en marcado contraste con la posición de los mismos gobiernos occidentales hacia la invasión rusa de Ucrania, socavó los últimos vestigios de credibilidad que tenían las potencias liberales occidentales en lo que respecta al respeto del derecho internacional y la adhesión a unas relaciones internacionales basadas en normas.

El último en señalar esta discrepancia fue el presidente del Gobierno español, que fue el que más lejos llegó entre los gobiernos occidentales en su cambio de postura y sus críticas al Gobierno sionista, pidiendo el boicot a Israel en las competencias internacionales, al igual que se boicoteó a Rusia, para evitar la dualidad que invalida todas las normas. Sin embargo, mientras que el «centro» occidental apoyaba al gobierno sionista de extrema derecha, este último no respondió de la misma manera. En cambio, Netanyahu y sus aliados contribuyeron directamente a reforzar la extrema derecha occidental a expensas del «centro». Esto no se limitó al apoyo de Netanyahu a la campaña presidencial de Trump a expensas de sus rivales demócratas, a pesar del apoyo ilimitado que su presidente, Biden, prestó a su guerra. El Gobierno israelí también encubrió a la extrema derecha occidental, borrando su historia, que consideraba el antisemitismo como un pilar ideológico fundamental antes de sustituirlo por la islamofobia. La actual alianza entre el Estado sionista y la extrema derecha occidental se basa en la hostilidad hacia el islam y los musulmanes como fundamento ideológico común.

Así, Netanyahu y sus aliados han seguido esforzándose por fortalecer la extrema derecha occidental. Un ejemplo de ello es la denominada Conferencia Internacional sobre la Lucha contra el Antisemitismo, organizada por el Ministerio de Asuntos de la Diáspora israelí en Jerusalén el pasado mes de marzo (cabe señalar que el mismo ministro, Amichai Chikli, ha elogiado la reciente manifestación de la extrema derecha británica en Londres). La conferencia reunió a las fuerzas más destacadas de la extrema derecha occidental, no solo a fuerzas neofascistas como el partido francés Agrupación Nacional, liderado por Marine Le Pen, sino también a tendencias aún más extremas, como la representada por la sobrina de Le Pen, que hasta el año pasado codirigía el partido Reconquête de Éric Zemmour (quien fue invitado a intervenir en la manifestación de la extrema derecha en Londres junto a Elon Musk, el neonazi más notorio de nuestro tiempo).

El beneficio que Israel obtiene de esta alianza internacional de extrema derecha es que estas fuerzas se han convertido en las más fervientes defensoras del Estado sionista en general y del Gobierno de Netanyahu en particular. Esto quedó ilustrado por sus líderes, como el británico Farage y la francesa Le Pen, que se levantaron para criticar a los gobiernos liberales occidentales que han anunciado su intención de reconocer al Estado de Palestina. Esto se asemeja a la reciente dependencia de Netanyahu de la extrema derecha estadounidense, alineada con Donald Trump, para contrarrestar los tímidos intentos de Joe Biden de moderar las ambiciones expansionistas del régimen sionista y frenar la guerra genocida que está librando.

terça-feira, 16 de setembro de 2025

Tarcísio de Freitas, entre el perfil tecnocrático y el bolsonarismo


Fernando de la Cuadra
Socialismo y Democracia

Después de la condenación de Jair Bolsonaro a 27 años y 3 meses de presidio, la extrema derecha busca con suma urgencia un posible candidato que la represente en las próximas elecciones del año que viene. Hasta aquí, quien aparece mejor evaluado en las encuestas políticas es el actual gobernador del Estado de Sao Paulo, Tarcísio de Freitas.

Tarcísio que se había erguido como una alternativa de la derecha conservadora, aunque con un sello tradicional, ha dado en el último periodo un claro giro hacia la ultraderecha, transformándose en uno de los principales articuladores de la “amnistía amplia, general e irrestricta” que vienen levantando los partidarios del bolsonarismo, tanto en el parlamento como en otras instancias del mundo político y social brasileño.

Hace un par de semanas estuvo en el Congreso para articular entre los parlamentarios una propuesta de “perdón general” a todos los acusados de la trama golpista, incluidos los mentores, organizadores y financiadores, como así también la masa de maniobra que participó en la ocupación y destrucción de la Plaza de los Tres Poderes el día 8 de enero de 2023.

Sin embargo, después de la contundente condenación de Bolsonaro y el “núcleo crucial” golpista, los propios aliados del ex presidente le han sugerido a Tarcísio que baje el perfil de su iniciativa, distanciándose momentáneamente de su papel de líder del pedido de una amnistía general para todos los comprometidos con la asonada sediciosa. Las recientes encuestas de opinión revelan que la mayoría de los brasileños considera que Bolsonaro debe ser condenado por sus actividades y el tema de un perdón sancionado por el Parlamento se transformó en un asunto impopular a los ojos de los ciudadanos y electores.

La actual evaluación de los partidos que conforman el Centrão, es que no existen las condiciones para votar dicha amnistía general, aunque si puede tener más probabilidades de éxito una solución que ablande las penas de las personas que ya se encuentran condenadas por los delitos cometidos en enero del 2023, manteniendo eso si la inelegibilidad de Bolsonaro para las elecciones del año que viene.

Mientras tanto, Tarcísio se debate entre una postura más radical y una más estratégica de cara a dicho evento. En la primera actitud, ha llamado al Ministro Alexandre de Moraes de “tirano con toga” y declara apoyar incondicionalmente la libertad de Bolsonaro y sus cómplices, advirtiendo que su primera medida cuando asuma la presidencia va a ser la firma del indulto del ex capitán. Por otra parte, mantiene una posición moderada señalando que respeta las decisiones de la Justicia y se aproxima de sectores de la derecha tradicional que se han distanciado de las huestes bolsonaristas. Un indicador expresivo de lo anterior, es que desistió de viajar nuevamente a Brasilia para articular una vez más la aprobación de una amnistía a los responsables de la intentona golpista.

Buscando como plataforma básica el voto de los llamados bolsonaristas raíz, el actual gobernador de Sao Paulo también deberá ser capaz de atraer el voto de grupos de electores moderados que consideren principalmente sus atributos como administrador y gestor del Estado con el mayor PIB y población del país. De mantener una postura ideológica cercana a la extrema derecha, Tarcísio puede sufrir una previsible derrota en octubre del 2026, consagrando la victoria de Lula da Silva para su cuarto mandato.

Faltando poco más de un año para esta elección, el candidato que elogió las imposiciones de tarifas elevadas del gobierno Trump a Brasil y que circula con un jockey con la sigla MAGA, deberá demostrar hasta qué punto puede huir de su imagen de acólito de Bolsonaro, para transformarse en una carta creíble de una parte significativa del elector de derecha que se apartó definitivamente de la propuesta de la ultraderecha.

sábado, 13 de setembro de 2025

Brasil: justicia restaurada

Editorial
La Jornada

El ex presidente de Brasil Jair Bolsonaro (2019-2023) fue condenado a 27 años y tres meses de prisión por liderar una conspiración golpista para permanecer en el cargo tras su derrota electoral de 2022. De acuerdo con la jueza del Tribunal Supremo Carmen Lúcia Antunes, están comprobadas la violencia y la grave amenaza que caracteriza el delito de pertenencia a una organización criminal, así como la división de tareas y la jerarquización para ejecutar el golpe. Además de sentenciar al ex mandatario ultraderechista por intento de golpe de Estado, tentativa de abolición del estado democrático de derecho, pertenencia a organización criminal, daño al patrimonio público y daño a bienes protegidos, cuatro de cinco miembros del Supremo encontraron culpables a siete cómplices, entre los que hay ex ministros y antiguos jefes militares.

El fallo contra Bolsonaro y algunos de quienes lo acompañaron en su aventura golpista debe celebrarse en tanto completa la restauración de la justicia y la democracia que estuvo en entredicho desde el consumado golpe de Estado parlamentario contra Dilma Rousseff en 2016 hasta ayer. En esta década, el país más poblado y con la mayor economía de América Latina tuvo un Ejecutivo designado de manera espuria a través del lawfare (Michel Temer, 2016-2018) y otro que se alzó con la victoria mediante la eliminación jurídica de su rival: no puede olvidarse que en 2018 el candidato puntero en todas las encuestas, Luiz Inácio Lula da Silva, no pudo presentarse a los comicios porque se le condenó por un inexistente caso de corrupción que hubo de ser anulado un año después debido a las graves irregularidades procesales.

Desde un principio estaba claro que el Poder Judicial y el Ministerio Público actuaban por consigna, pues al enviarlo a la cárcel e inhabilitarlo políticamente no se basaron en evidencias, sino en su “convicción” en torno a la culpabilidad del máximo líder de la izquierda institucional. Posteriormente, salieron a la luz grabaciones en las cuales el juez Sergio Moro –premiado por Bolsonaro con el Ministerio de Justicia– daba instrucciones al fiscal para llevar el caso de tal modo que pudiera dictar una sentencia preparada de antemano.

Finalmente superadas todas las perversiones a la democracia y al estado de derecho que permitieron el regreso del neoliberalismo autoritario al Palacio de Planalto, el golpista irá a la cárcel y Lula está en la presidencia. Sin embargo, el costo ha sido enorme: en su paso por el poder, Bolsonaro fomentó la tala ilegal en la Amazonia, aumentó 50 por ciento la pobreza extrema y 22 por ciento la pobreza de ingresos, recortó programas sociales fundamentales en plena pandemia de covid-19 y azuzó el negacionismo en torno al virus, con lo que provocó decenas de miles de muertes adicionales. El daño más grave y duradero de su administración fue haber normalizado la violencia de Estado, la glorificación de las armas, la apología de la dictadura militar de 1964-1985, la intolerancia, el racismo, la persecución de la disidencia y, en general, haber implantado en Brasil el discurso agresivamente retrógrado que a nivel mundial se relaciona con el trumpismo.

Por ello, no extrañan las maniobras ilegales e injerencistas del inquilino de la Casa Blanca para respaldar a su aliado y descarrilar a la justicia brasileña: como el propio Trump señaló ayer sin notar el significado profundo de sus palabras, el juicio a Bolsonaro “realmente se parece a lo que quisieron hacer” con él, es decir, hacerlo pagar por el intento de subvertir el orden democrático movilizando a sus bases violentas en contra de las fuerzas constitucionales. Que el Tribunal Supremo de Brasil haya superado todas las presiones y condenado al dirigente fascista, mientras su homólogo estadounidense otorgó a Trump una inmunidad absoluta por cualquier delito, da una medida del deterioro de las instituciones de Washington, que hoy se mueven entre la impotencia y la complicidad ante un gobierno que se desliza a toda velocidad del autoritarismo al totalitarismo.

quarta-feira, 3 de setembro de 2025

El juicio a los golpistas y sus desdoblamientos para la democracia

Fernando de la Cuadra
Socialismo y Democracia

De manera inédita, un ex presidente de Brasil se encuentra en el banco de los reos juzgado por cometer crímenes graves contra la Constitución como intento de Golpe de Estado y conspiración para abolir el Estado democrático de Derecho. El ahora reo Jair Bolsonaro es apuntado por la Procuraduría General de la República como el líder de una organización criminal armada que trató de subvertir el resultado de las urnas, infringir un Golpe de Estado y mantenerse en el poder a pesar de haber perdido las elecciones en octubre de 2022. Al lado de Bolsonaro otros siete acusados de los mismos crímenes esperan la absolución o condenación por parte de los miembros de la Primera Turma del Supremo Tribunal Federal.

Este juicio es especialmente significativo en un país marcado en su historia por prácticas autocráticas impuestas desde los tiempos de la colonización. En efecto, Brasil ha sido desde sus orígenes y luego de la instauración de la República una sociedad de cuño esclavista, caracterizada por la prescindencia de las formas democráticas de convivencia y, consecuentemente, reconocible por la existencia de un tipo de dominación autoritaria que permanentemente ha obstaculizado la representación y participación de los sectores populares y de la clase trabajadora en las principales decisiones que competen al conjunto de la nación.

En ese sentido, la intentona golpista que tiene sus antecedentes casi desde el momento en que Bolsonaro asumió la presidencia, se vio reforzada con los campamentos montados frente a los cuarteles y la consiguiente invasión de la Plaza de los Tres Poderes, exigiendo a las Fuerzas Armadas una intervención por las armas. Lo anterior, diseñó un escenario que mostraba una democracia fragilizada pasible de ser violentada por medio de una escalada autocrática sin retorno. Por lo mismo, el juicio a quienes tramaron dicho Golpe de Estado es relevante en términos de sus efectos para la superación de la impunidad y la ampliación de la propia democracia. La mayoría de los acusados son representantes del alto escalón de la jerarquía militar (cuatro del Ejercito y uno de la Marina) y otros ocuparon puestos de relevancia en la estructura del anterior gobierno de ultraderecha.

Después de todo lo sucedido, continúa incomodando la constatación de como un militar agitador expulsado de las filas de ejercito por una secuencia de actos ilicititos y luego transformado en un político del bajo clero, irrelevante y caricaturesco, llegó a transformarse en el líder de la extrema derecha con un discurso primario y radical que fue captando respaldo popular en función de la crisis sistémica del país. El mismo Bolsonaro siempre repetía que era una persona mediocre, sin un ideario relevante, aunque supo convertirse en el representante de la anti política y la antítesis de los proyectos de inclusión social y garantía de los derechos de las minorías implementados por los gobiernos de Lula y Dilma Rousseff.

Paradojalmente, las políticas sociales y de inclusión montadas por ese ciclo progresista de los gobiernos del Partido de los Trabajadores (2003-2016) generó su contraparte en un movimiento reaccionario, que fusionaba visiones ultraliberales en la economía con una perspectiva conservadora radical apoyada por diversas denominaciones del pentecostalismo en auge, por militares y policías en la activa o jubilados, criadores de ganado, ocupadores irregulares de tierras indígenas y empresarios extractivistas inescrupulosos que se refugiaron en una administración que les permitió realizar todo tipo de ilegalidades para aumentar sus lucros.

Para enfrentar este ciclo de retroceso, el juicio a los golpistas posee una importancia decisiva en los rumbos futuros que seguirá la democracia brasileña. Las condenaciones de los integrantes de los cinco núcleos que actuaron en la trama golpista -partiendo por el núcleo crucial- debe expresar un enfrentamiento vehemente hacia quienes conspiraron contra la República y dar un mensaje claro de que no habrá impunidad para aquellos que intentaron acabar con el Estado democrático de Derecho. Si este juicio termina siendo tolerante, tibio e ineficaz, abrirá un peligroso precedente para futuras acciones golpistas.

En un país que ha tenido a lo largo de su historia innumerables asonadas golpistas, dictaduras e intervenciones militares, la sanción ejemplar a esta última amenaza contra las instituciones democráticas, puede adquirir una dimensión pedagógica para la ciudadanía en la medida en que la sociedad advertirá que quienes financiaron, organizaron y ejecutaron los actos facciosos que culminaron el 8 de enero de 2023, tendrán que responder legalmente por sus crímenes. Con ello se refuerza la idea de que la democracia no es solo una cuestión formal, sino que para su permanencia y profundización se requiere de una responsabilidad compartida y de mecanismos efectivos de punición contra quienes realicen actividades antidemocráticas. Lo anterior debería aislar a los grupos radicales de la extrema derecha y permitir la recomposición de una centroderecha que esté dispuesta a respetar las reglas del juego democrático.

Finalmente, el juicio a los golpistas y las rigurosas penas que de allí se deriven puede representar una gran oportunidad para que la democracia brasileña -pese a sus limitaciones-demuestre su robustez y capacidad de resiliencia y, de esta manera, el país pueda cerrar la puerta a nuevas aventuras sediciosas, inviabilizando la salida golpista como una práctica política aceptable, tolerable o banal.