Martín Ribaredo
NACLA
El reciente libro de Carlos Aguirre y Kristina Buynova aborda la trayectoria del célebre escritor peruano y su notoria ruptura con Cuba y Rusia.
El autor cubano Mario Vargas Llosa ha sido uno de los principales escritores e intelectuales del siglo XX en América Latina. Formó parte del llamado "boom latinoamericano", un grupo de novelistas que alcanzó fama internacional junto al mexicano Carlos Fuentes, el argentino Julio Cortázar y el colombiano Gabriel García Márquez. Desde su juventud en Lima, Vargas Llosa intentó ubicarse en la vanguardia literaria bajo el legado del modernismo de Rubén Darío, la narrativa literaria francesa y la tradición de los escritores estadounidenses, en la búsqueda de diagramar un "realismo latinoamericano" atento a captar las dinámicas y cambios que afectaron a las sociedades de la región. Aunque en términos político-ideológicos actualmente se le asocia con el liberalismo y la derecha , en las décadas de 1960 y 1970 Vargas Llosa apoyó fervientemente la Revolución cubana, los procesos de descolonización y, con matices, los experimentos socialistas.
El nuevo libro del profesor de estudios latinoamericanos Carlos Aguirre y la especialista rusa en relaciones internacionales Kristina Buynova explora una parte de la carrera de Vargas Llosa y su temprana relación con los procesos políticos y culturales que interpelaron a gran parte de la intelectualidad latinoamericana de la época. El trabajo de Aguirre y Buynova, publicado en español, permite calibrar con precisión, por un lado, la trayectoria político-ideológica de Vargas Llosa durante el período, y, por otro, su vínculo con el mundo cultural cubano y soviético. A raíz del acceso que ambos investigadores tuvieron a archivos y materiales encontrados en Estados Unidos, Rusia y América Latina, el libro intenta explicar las razones que llevaron al novelista peruano desde una posición de identificación con Cuba, en particular, y los socialismos en general, a un profundo desencanto que facilitó la enunciación de una crítica general y rotunda a todas estas experiencias. El acceso a su correspondencia personal, publicaciones periodísticas y cartas diversas permiten a los autores componer con detalle las circunstancias que rodearon el momento significativo de su vida en que Vargas Llosa viajó a la Unión Soviética en 1968.
Los viajes a la Rusia revolucionaria fueron habituales durante todo el siglo XX para intelectuales, escritores, políticos, activistas e incluso obreros. Visitar Moscú y otras ciudades rusas se convirtió en imprescindible para quienes estuvieran interesados en “ver” y “tocar” el nuevo futuro de la humanidad. La historiografía lleva mucho tiempo examinando las características de estos viajes, sus protagonistas, las redes utilizadas, los lugares recorridos y el posterior regreso al país de origen donde se expusieron las opiniones sobre lo vivido.
Vargas Llosa es uno de los muchos escritores e intelectuales latinoamericanos que llegaron a suelo ruso. De hecho, el propio escritor lo ha contado en varias ocasiones; desde su punto de vista, ese viaje fue fundamental para tomar conciencia real de lo que sucedía en esos países. Según ha dicho, provocó su desencanto con los socialismos “realmente existentes” al observar que no sólo esas sociedades seguían siendo desiguales, sino que, lo más preocupante, no tenían libertad de expresión. Años antes de su llegada a Moscú Vargas Llosa había criticado el trato y la censura a los escritores rusos Andrei Siniavski, Yuli Daniel y Alexandr Solzhenitsyn, además de los episodios cubanos de supresión de la libertad artística (como la prohibición del documental PM de Sabá Cabrera Infante y Orlando Jiménez Leal ). Sin embargo, todavía optó por apoyarse en los logros del socialismo en materia social, considerándolos parte de una solución global a los problemas que enfrentan los países latinoamericanos.
El apoyo reiterado de Vargas Llosa tanto a la Unión Soviética como a la Cuba revolucionaria no puede explicarse únicamente por razones políticas o ideológicas. Hubo otras. Según Aguirre y Buynova, la "diplomacia cultural" ejercida por ambos países —relaciones entre estados o individuos en torno al intercambio de ideas, artes y escritores con el fin de establecer lazos amistosos— fue central en su enfoque y posicionamiento en cada caso. Su antigua simpatía y amor recíproco con Cuba son bien conocidos gracias a numerosas investigaciones; sin embargo, su relación con el mundo cultural ruso no lo es. Este es uno de los muchos aportes del libro. De hecho, en el segundo capítulo observamos los inicios de ese vínculo cuando los autores señalan cómo la Unión Soviética, tras la muerte de Stalin, experimentó un renovado apetito por la literatura mundial —en particular por aquellos que, como Vargas Llosa, fueron protagonistas de un momento estelar en el panorama internacional de las letras.
Una muestra del interés soviético por las novelas latinoamericanas se ilustra con la publicación de su libro, La ciudad y los perros (publicado en inglés como The Time of the Hero). Como se evidencia en el tercer capítulo, Vargas Llosa tuvo el privilegio de ser el primero del Boom en ser traducido al ruso en 1965. Ya habiendo recibido premios en España y el reconocimiento de Carlos Barral, el influyente dueño de la editorial Seix Barral que publicó la edición en español, el libro llegó a Rusia, gracias a un cargamento enviado por el propio Barral con vistas a ampliar su presencia en el mercado literario global.
La editorial rusa La Joven Guardia fue la encargada de evaluar, aceptar, traducir y también censurar la obra del escritor peruano. Como demostró el historiador Robert Darnton en su libro Censors at Work: How States Shaped Literature in the case of Democratic Germany, este ejercicio de control fue un aspecto esencial de la política cultural que los países socialistas implementaron sobre las producciones de los escritores. Sin embargo, como también probó Darnton, dicho juicio evaluativo no se estableció desde arriba de manera vertical. Más bien, en el proceso intervinieron distintas figuras mediadoras que negociaron el resultado final relativizando las prohibiciones.
La ciudad y los perros fue sometida a ese mecanismo por la editorial La Joven Guardia, sobre todo al abordar las partes que trataban temas como la homosexualidad o los actos sexuales. La edición española también sufrió un borrado análogo por parte del gobierno del general Franco, aunque en esa versión también se eliminó todo lo asociado al militarismo y al autoritarismo en la sociedad peruana que el texto exponía de manera crítica. Según los autores, pese a la censura y a que Vargas Llosa nunca autorizó su publicación en la Unión Soviética, los rusos no solo pagaron más temprano que tarde los derechos de autor correspondientes, sino que, a modo de compensación, lo invitaron a visitar Moscú durante una temporada.
Lo observado durante el viaje, la censura que se produjo y la publicación sin permiso no supusieron una ruptura en la relación de Vargas Llosa con Cuba y Rusia. La principal razón del distanciamiento, que a partir de entonces se hizo irreprimible y hasta extremo, se produjo a raíz de otro acontecimiento: la invasión soviética de Checoslovaquia en agosto de 1968. Ante el intento de democratizar el régimen socialista de Praga, la URSS había ocupado la capital con tropas y tanques con el propósito de doblegar a un sector político checo interesado en cambiar las reglas del juego vigentes hasta ese momento. Casi de inmediato, numerosos intelectuales de renombre mundial protestaron contra una intrusión que, desde su punto de vista, obstaculizaba el derecho de los pueblos a la autodeterminación y a la democracia. Vargas Llosa, además de otros miembros del Boom como García Márquez, se sumó a las numerosas denuncias publicadas en la época, algunas de las cuales estaban dirigidas a la Unión de Escritores de la URSS sobre los atropellos cometidos y el carácter imperial del acontecimiento.
Sin embargo, como señalan los autores del libro en el cuarto y último capítulo, no fue este acontecimiento en sí, ni su visión de Moscú, lo que marcó el inicio de una crítica permanente a las experiencias socialistas en el escritor peruano. El hecho más significativo estuvo asociado al apoyo de Fidel Castro a la injerencia soviética. Para Aguirre y Buynova, la declaración de Castro a favor de los rusos tuvo mayor importancia para los intelectuales latinoamericanos que la ocupación en sí. Pero mientras amigos cercanos como García Márquez optaron por bajar los decibeles, Vargas Llosa no tuvo reparos en cuestionar públicamente a Fidel. En un artículo publicado en la revista limeña Caretas en septiembre de 1968, titulado "El socialismo y los tanques", cuestionó el apoyo brindado por el líder cubano. A su juicio se trataba de una "invasión militar destinada a aplastar la independencia de un país" que pretendía "organizar su sociedad según sus propias convicciones".
La decepción asumida respecto de la URSS, la visión negativa de Moscú, los problemas asociados a la publicación de su libro y, finalmente, la invasión soviética coagularon a raíz de la decisión tomada por Castro respecto de la cuestión checa. A partir de ese momento, Aguirre y Buynova registran el principio del fin de la relación de Vargas Llosa con Cuba, y por supuesto con la Unión Soviética. El encarcelamiento del escritor cubano Heberto Padilla en 1971 selló la decisión de Vargas Llosa de poner punto final a más de una década de solidaridad y fraternidad con dos de los proyectos transformadores más potentes del socialismo mundial. Fue el inicio de un camino que, a raíz de ese desencanto, lo llevó a asumir una posición crítica hacia la izquierda al amparo de la tradición liberal. Vargas Llosa pasaría progresivamente a formar parte de otra familia política e ideológica de la que todavía es miembro: la de la derecha latinoamericana.
El libro de Aguirre y Buynova reconstruye con precisión, exactitud de fuentes y sensibilidad analítica un punto de inflexión en la vida del escritor peruano que se inicia en 1968. Aunque a partir de entonces dejó de lado su adhesión al socialismo, mantuvo cierto brillo en su desempeño como intelectual público. Su rebeldía, su culto a la exposición pública y su notable capacidad para generar controversia, forjadas en parte en su Lima natal y en parte entre las filas de la izquierda revolucionaria latinoamericana, son cualidades que siguió mostrando en su papel de “difusor” de ideas liberales y conservadoras desde la década de 1990 hasta la actualidad, como destaca Stéphen Boisard en este artículo . Pero esa es otra historia.
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