Ramzy Barout
Monitor de Oriente
El 16 de septiembre se cumple el 40º aniversario de la masacre de Sabra y Shatila. Cerca de 3.000 refugiados palestinos fueron asesinados a manos de las milicias falangistas libanesas que actuaban bajo el mando del ejército israelí.
Han pasado cuatro décadas, pero los supervivientes de la masacre y los familiares de las víctimas no han recibido ninguna medida de justicia. Muchos han muerto, y otros envejecen mientras llevan las cicatrices de las heridas físicas y psicológicas con la esperanza de que, tal vez, dentro de su vida vean a los verdugos entre rejas.
Sin embargo, muchos de los comandantes israelíes y de Falange que ordenaron la invasión del Líbano y orquestaron o llevaron a cabo las atroces masacres en los dos campos de refugiados palestinos en 1982 ya están muertos. Ariel Sharon, que fue implicado por la Comisión oficial israelí Kahan un año más tarde por su «responsabilidad indirecta» en la espeluznante matanza y violación, ascendió posteriormente de rango hasta convertirse en primer ministro de Israel en 2001. Murió en 2014.
Incluso antes de la masacre de Sabra y Shatila, el nombre de Sharon siempre fue sinónimo de asesinatos en masa y destrucción a gran escala. Fue en la llamada «Operación Shoshana» en la aldea palestina de Qibya, en Cisjordania, en 1953, donde Sharon se ganó su infame reputación. Tras la ocupación israelí de Gaza en 1967, el general israelí pasó a ser conocido como «El Bulldozer»; después de Sabra y Shatila, fue «El Carnicero».
El primer ministro israelí de la época, Menachem Begin, también está muerto. No mostró ningún remordimiento por la matanza de más de 17.000 libaneses, palestinos y sirios durante la invasión israelí del Líbano en 1982. Su respuesta indiferente a los asesinatos en los campos de refugiados del oeste de Beirut personifica la actitud de Israel hacia todos los asesinatos en masa y todas las masacres llevadas a cabo contra los palestinos en los últimos 75 años: «Los goyim matan a los goyim», dijo, «y culpan a los judíos».
Los testimonios de quienes llegaron a Sabra y Shatila después de los días de matanza describen una realidad que requiere una profunda reflexión, no sólo entre palestinos, árabes y -especialmente- israelíes, sino también de toda la humanidad.
La difunta periodista estadounidense Janet Lee Stevens describió lo que había presenciado: «Vi mujeres muertas en sus casas con las faldas hasta la cintura y las piernas abiertas; docenas de hombres jóvenes fusilados después de haber sido alineados contra la pared de un callejón; niños degollados, una mujer embarazada con el vientre abierto, los ojos aún abiertos, su rostro ennegrecido gritando en silencio de horror; innumerables bebés y niños pequeños que habían sido apuñalados o despedazados y que habían sido arrojados a montones de basura.»
La Dra. Swee Chai Ang acababa de llegar al Líbano como cirujana voluntaria, destinada a la Media Luna Roja en el Hospital de Gaza en Sabra y Shatila. Su libro, From Beirut to Jerusalem: A Woman Surgeon with the Palestinians, sigue siendo una de las lecturas más críticas sobre el tema.
En un artículo reciente la Dra. Swee escribió que tras la publicación de las fotografías de los «montones de cadáveres en los callejones del campo», se produjo una indignación mundial, pero todo duró poco: «Las familias de las víctimas y los supervivientes pronto se quedaron solos para seguir adelante con sus vidas y revivir el recuerdo de esa doble tragedia de la masacre, y las diez semanas anteriores de intensos bombardeos por tierra, aire y mar y el bloqueo de Beirut durante la invasión».
Las pérdidas libanesas y palestinas en la guerra israelí fueron devastadoras en términos de número. Sin embargo, la guerra también cambió el Líbano para siempre y, tras el exilio forzado de miles de hombres palestinos junto con toda la dirección de la OLP, las comunidades palestinas del país quedaron políticamente vulnerables, socialmente desfavorecidas y económicamente aisladas.
La historia de Sabra y Shatila no fue simplemente un oscuro capítulo de una época pasada, sino una crisis moral permanente que sigue definiendo la relación de Israel con los palestinos, poniendo de manifiesto la trampa demográfica y política en la que viven numerosas comunidades palestinas de Oriente Medio y acentuando la hipocresía de la comunidad internacional dominada por Occidente. Esta última parece preocuparse sólo por algunos tipos de víctimas, pero no por otros.
En el caso de los palestinos, los gobiernos y los medios de comunicación occidentales suelen presentar a las víctimas como los agresores. Incluso durante aquella horrible guerra israelí contra el Líbano hace 40 años, algunos líderes occidentales repitieron el manido mantra de que «Israel tiene derecho a defenderse». Este apoyo inquebrantable a Israel es lo que ha hecho que la ocupación israelí, el apartheid y el asedio de Cisjordania y Gaza sean políticamente posibles y financieramente sostenibles; de hecho, rentables.
¿Habría podido Israel invadir y masacrar a su antojo si no fuera por el apoyo militar, financiero y político de Estados Unidos y Occidente? La respuesta es un rotundo «no». Los que dudan de esta conclusión sólo tienen que considerar el intento, en 2002, de los supervivientes de la masacre de los campos de refugiados del Líbano de hacer responsable a Ariel Sharon. Llevaron su caso a Bélgica, aprovechando una ley belga que permitía procesar a presuntos criminales de guerra internacionales. Tras muchos regateos, retrasos e intensas presiones por parte del gobierno estadounidense, el tribunal belga acabó abandonando el caso. Al final, Bruselas cambió sus propias leyes para garantizar que no se repitan estas crisis diplomáticas con Washington y Tel Aviv.
Para los palestinos, sin embargo, el caso nunca se abandonará. En su ensayo «Vengando a Sabra y Shatila», Kifah Sobhi Afifi’ describió el ataque conjunto falangista-israelí contra su campo de refugiados cuando ella tenía sólo 12 años.
«Así que corrimos, tratando de mantenernos lo más cerca posible de los muros del campamento», escribió. «Fue entonces cuando vi los montones de cadáveres alrededor. Niños, mujeres y hombres, mutilados o gimiendo de dolor al morir. Las balas volaban por todas partes. La gente caía a mi alrededor. Vi a un padre que usaba su cuerpo para proteger a sus hijos, pero de todos modos les dispararon y los mataron».
Kifah perdió a varios miembros de su familia. Años después, se unió a un grupo de resistencia palestino y, tras una incursión en la frontera entre Líbano e Israel, fue detenida y torturada en Israel.
Aunque las masacres israelíes pretenden acabar con la resistencia palestina, sin quererlo la alimentan. Mientras Israel sigue actuando con impunidad, los palestinos también siguen resistiendo. Esta no es sólo la lección de Sabra y Shatila, sino también la lección mucho más grande y de mayor alcance de la ocupación israelí de Palestina.
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