Jacobin América Latina
Los críticos de Marx lo acusan de haber impuesto ilegítimamente un modelo de desarrollo histórico en el mundo no europeo. Pero la verdad es que Marx rechazó el pensamiento eurocéntrico y desarrolló una perspectiva sofisticada de la historia mundial en toda su diversidad y sus complejidades.
A pesar del renovado interés en su crítica del capitalismo, los ataques contra Marx no cesan. Con ejes distintos, todos comparten el postulado de que Marx está muerto, que pasó de moda y que fue superado por las nuevas teorías y por el curso de los acontecimientos. Pero si es verdad que el marxismo está muerto, ¿por qué sus críticos sienten la necesidad de insistir tanto en el tema, de «demostrar» su punto de vista una y otra vez?
La respuesta verdadera es obvia. El marxismo nunca murió, aunque a lo largo de los últimos 150 años su influencia menguó y atravesó ciclos de letargo y resurrección. De ahí la necesidad de los críticos de Marx que intentan enterrarlo, sin éxito por ahora.
La crítica de Edward Said
La perspectiva liberal estándar sostiene que el socialismo marxista conduce hacia el totalitarismo y hacia un eventual colapso económico. En síntesis, los «experimentos» marxistas —¡miren lo que pasó en la URSS!— son peligrosos y deberíamos apegarnos a la alternativa más viable, el capitalismo liberal. Sin embargo, después de la Gran Recesión y del crecimiento de tendencias fascistas que salieron fortalecidas de la era Trump, surgieron dudas sobre el futuro del capitalismo y la democracia liberal que debilitan este tipo de argumentos.
Una acusación contra Marx que tiene más difusión, especialmente entre los intelectuales progresistas y los académicos, está centrada en la noción de que Marx era eurocentrista, es decir, un pensador del siglo diecinueve que desentona con la sensibilidad multirracial y anticolonial del siglo veinte. Esta línea crítica ganó bastante visibilidad con la publicación de Orientalismo (1978) de Edward Said.
Said encuentra dos puntos débiles en Marx. En primer lugar, el autor denuncia la supuesta adscripción de Marx al gran relato o serie unilineal de etapas de desarrollo económico y social. De acuerdo con esta perspectiva, Marx habría utilizado sin ninguna justificación este modelo unilineal, fundado en la historia de Europa occidental, para analizar y medir las sociedades no capitalistas de otras regiones. En segundo lugar, Said acusa a Marx de etnocentrismo, hasta de racismo, en función de sus descripciones de las sociedades no europeas.
Como parte de la primera crítica, Said escribió que para Marx, el imperialismo europeo era parte de la marcha adelante de la «necesidad histórica» que terminaría conduciendo a toda la humanidad hacia el progreso. Como destaca Said, los escritos de 1851 de Marx sobre la India publicados en el New York Tribune muestran un nivel sorprendente de respaldo del colonialismo británico.
Marx describió a los británicos como «superiores, y, por lo tanto, inalcanzables para la civilización india», además de definir a la India como una sociedad estática, incapaz de ejercer mucha resistencia contra el imperialismo. La posición de Marx queda resumida en las palabras de Said: «Incluso cuando estaba destruyendo Asia, Gran Bretaña estaba haciendo posible una verdadera revolución social».
Tal vez el ejemplo más evidente del tipo de problema que Said está destacando no esté en los escritos de 1853 sobre la India, sino en el Manifiesto del Partido Comunista (1848). En este texto, Marx y Engels parecen elogiar la penetración imperialista contra China:
La burguesía, con el rápido perfeccionamiento de todos los medios de producción, con las facilidades increíbles de su red de comunicaciones, lleva la civilización hasta a las naciones más salvajes. El bajo precio de sus mercancías es la artillería pesada con la que derrumba todas las murallas de la China, con la que obliga a capitular a las tribus bárbaras más ariscas en su odio contra el extranjero. Obliga a todas las naciones a abrazar el régimen de producción de la burguesía o perecer; las obliga a implantar en su propio seno la llamada civilización, es decir, a hacerse burguesas.
Marx no solo parece celebrar el «progreso» que conlleva el colonialismo, sino que también califica a los chinos de «bárbaros». Este tipo de lenguaje nos lleva a la segunda crítica de Said, la acusación de eurocentrismo.
Said incluye a Marx en una serie de pensadores europeos que incluye «desde Renan hasta Marx», que desarrolló un «sistema de verdades, verdades en el sentido nietzscheano del término»: «Por lo tanto, es verdad que todo europeo, en sus eventuales dichos sobre Oriente, era consecuentemente racista, imperialista y casi completamente etnocéntrico».
La trayectoria de Marx
¿Estos argumentos son válidos? ¿Era Marx realmente eurocentrista en el doble sentido del término, a saber, un teórico que construyó un gran relato abstracto que terminó subsumiendo la historia y la cultura del mundo bajo las categorías de Europa occidental, y un etnocentrista que adoptó una actitud condescendiente (o peor) hacia las sociedades ajenas a Europa occidental?
La respuesta no es en absoluto sencilla. A diferencia de algunos marxistas, pienso que, aunque estas críticas son exageradas, tenemos que reconocer su validez parcial, al menos cuando se trata de los primeros escritos de Marx —de 1848 a 1853— sobre las sociedades no occidentales. Pero la noción de un Marx eurocéntrico no se sostiene cuando uno examina todos sus escritos considerando el período que abarca de 1841 a 1883, porque Marx fue un pensador que nunca dejó de reelaborar y desarrollar su aparato conceptual.
Antes que anda, es difícil afirmar que eso hoy llamamos eurocentrismo y etnocentrismo hayan sido los únicos tonos que Marx hizo sonar, incluso en sus primeros textos sobre la India y China. Los problemáticos escritos sobre India también contenían pasajes como este:
Los indios no cosecharán los frutos de los nuevos elementos de la sociedad esparcidos entre ellos por la burguesía británica hasta que en Gran Bretaña las clases ahora dominantes hayan sido reemplazadas por el proletariado industrial, o hasta que los hindúes se hayan vuelto suficientemente fuertes como para terminar de una vez con el yugo inglés. En cualquier caso, es dado esperar, en un período más o menos lejano, la regeneración de este interesante y enorme país, cuyos gentiles nativos […] sorprendieron a las autoridades británicas por su bravura y cuyo país es la fuente de nuestras lenguas y de nuestras religiones.
Marx no solo muestra un gran aprecio por la cultura india y por las civilizaciones, sino que también adopta la posición, rara entre los europeos de su época, de defender la independencia de India.
En segundo lugar, las perspectivas de Marx sobre India y sobre China cambiaron considerablemente en 1856-1858, en respuesta a la resistencia masiva que estas sociedades empezaron a ejercer contra el imperialismo británico. En artículos de Tribune rara vez citados, Marx pone el eje, no en el «atraso» de Asia, sino en la brutalidad colonial de la segunda guerra del Opio contra China. Es evidente en este fragmento de un artículo de Tribune publicado en 1856:
Los ciudadanos inocentes y los comerciantes pacíficos de Cantón fueron masacrados, sus casas fueron destruidas y su humanidad violada […]. Los chinos tienen como mínimo noventa y nueve heridas de las que quejarse contra una de parte de los ingleses.
En respuesta a la revuelta Sepoy que irrumpió en 1857 en India, Marx respaldó de nuevo a los rebeldes indios contra los británicos en las páginas de Tribune. En una carta de 1857 dirigida a Engels también usó el término «nuestros mejores aliados» en una época en la que la clase obrera europea atravesaba un período de inactividad.
En tercer lugar, la noción de Marx de etapas de desarrollo histórico también sufrió cambios importantes a fines de los años 1850. En La ideología alemana de 1846, él y Engels postularon una teoría de etapas socioeconómicas, que después denominaron modos de producción: las sociedades sin Estado, las sociedades esclavistas de Grecia y de Roma y el feudalismo fundado en la servidumbre de la Europa occidental medieval, precedían al capitalismo con su régimen de trabajo asalariado libre y anticipaban un comunismo moderno en el futuro, que estaría fundado en el «trabajo libre y asociado». En síntesis, el desarrollo recorre la serie modo de producción «primitivo»-esclavista-feudal-burgués-socialista.
Sin embargo, en 1857-1858, en los Grundrisse, Marx expandió su marco conceptual e introdujo, junto a los sistemas grecorromano y feudal europeos, un modo de producción asiático que vinculó especialmente con los imperios precoloniales de la India, de China y de Oriente Medio. Marx también hizo referencia a este marco extendido en El capital, donde escribió sobre los «modos de producción asiático, antiguo, feudal y burgués moderno».
Cabe pensar que el modo de producción asiático (MDA) es un homólogo de las sociedades grecorromanas y feudal. El MDA es importante sobre todo como un indicador de que Marx no estaba intentando hacer encajar toda la historia humana en la trayectoria esclavismo-feudalismo-capitalismo. Desafortunadamente, la mayoría de los seguidores de Marx —especialmente en la Unión Soviética— insistieron en el programa de hacer entrar las sociedades de clase precapitalistas no occidentales, incluidos los imperios agrarios centralizados con importantes centros urbanos, en la camisa de fuerza del feudalismo.
Una teoría no es una llave maestra
Este tipo de temas ocuparon el centro de los escritos tardíos de Marx —de 1877 a 1882—, período en el que empezó a estudiar obras de antropología y de historia social sobre una gran variedad de sociedades pastoriles y agrarias no occidentales, desde la India hasta América Latina y desde Rusia hasta África del Norte. A esta altura, Marx había aprendido ruso para investigar la estructura social de ese país, donde para su sorpresa se publicó, en 1872, la primera traducción completa de El capital.
Partes considerables de las notas de investigación de Marx sobre este período, sobre todo las que tratan sobre la India, fueron publicadas y otros textos están en preparación. Marx también escribió dos cartas conceptualmente relevantes sobre una de estas sociedades agrarias, Rusia.
En esta época, Rusia todavía estaba determinada por una estructura social fundamentalmente agraria fundada a nivel local en las comunas rurales. Estas comunas, aunque estaban bajo control de una monarquía despótica anclara en las clases terratenientes, poseían cierto nivel de propiedad colectiva y acuerdos de trabajo que eran inconsistentes con las disposiciones sociales del feudalismo de Europa occidental.
Marx abordó dos preguntas importantes en estas cartas. En primer lugar, ¿estaba Rusia destinada a seguir el camino de desarrollo de Europa occidental? En segundo lugar, ¿sus comunas rurales tenían potencial revolucionario o anticapitalista, o era necesario que sus habitantes fueran despojados de sus tierras y formaran un proletariado industrial compuesto de asalariados en un proceso que Marx denominó «acumulación primitiva de capital»?
Muchos académicos consideran que este rumiar de Marx sobre Rusia concernía también a otras sociedades agrarias del Sur Global a las que dedicó sus últimos años de estudio. En una carta de 1877 dirigida a intelectuales rusos de izquierda, Marx negó enfáticamente haber creado una teoría general y transhistórica sobre el desarrollo social:
Así, acontecimientos de semejanza impactante, que toman lugar en contextos históricos diferentes, conducen a resultados completamente dispares. Estudiando cada uno de estos procesos por separado, sería fácil descubrir la clave de este fenómeno, pero esto nunca se lograría con la llave maestra de una teoría histórico-filosófica general, cuya máxima virtud consiste en ser suprahistórica.
Aquí Marx parece negar, avant la lettre, la acusación de construir un «gran relato» eurocéntrico.
La vía rusa
El contexto inmediato de estos debates era la pregunta, que se planteaban los intelectuales rusos, de si su sociedad, en caso de querer progresar, estaba «inevitablemente» destinada a seguir el camino de Europa occidental. En 1881, Marx escribe sobre este punto a Vera Zasulich:
Al tratar de la génesis de la producción capitalista, yo he dicho que su secreto consiste en que tiene por base «la separación radical entre el productor y los medios de producción» […] y que «la base de toda esta evolución es la expropiación de los agricultores. Esta no se ha efectuado radicalmente por el momento más que en Inglaterra… Pero todos los demás países de Europa Occidental siguen el mismo camino» [columna 1 de la edición francesa de El Capital citado, col. 2, p. 315]. Por tanto, he restringido expresamente la «fatalidad histórica» de este movimiento a los países de Europa Occidental.
De nuevo, Marx estaba negando haber creado un modelo unilineal de desarrollo social fundado en la trayectoria de Europa occidental. En este contexto, también debemos notar que en sus notas de investigación sobre la India de este período, ataca explícitamente la perspectiva de que la India precolonial era una sociedad feudal.
En este período, Marx también abordó las contradicciones sociales de la sociedad rusa, donde a esta altura había surgido un movimiento revolucionario importante. No solo negó ante sus interlocutores rusos que sus teorías demostraran que las comunas rurales debían ser «inevitablemente» destruidas en un proceso de acumulación primitiva de tipo europeo occidental. También afirmó que estas comunas eran la base social de un nuevo tipo de movimiento revolucionario.
Este movimiento marcaría un paralelo con, pero no seguiría la misma línea que, la clase obrera europea, como escribieron Marx y Engels en el prefacio a la edición rusa de 1892 de El manifiesto…:
[S]i la revolución rusa da la señal para una revolución proletaria en Occidente, de modo que ambas se completen, la actual propiedad común de la tierra en Rusia podrá servir de punto de partida para el desarrollo comunista.
Aquí Marx propone un concepto multilineal de la revolución, en el que las comunas rurales de Rusia podrían convertirse en un aliado importante de las clases obreras industriales de Europa occidental. Pero Marx va todavía más lejos y argumenta que un levantamiento campesino de este tipo en la periferia del capitalismo podría llegar primero y convertirse en el «punto de partida» capaz de desatar un movimiento revolucionario a nivel europeo.
Al mismo tiempo, Marx nunca defendió la posible autarquía de una sociedad agraria. Sin vínculos con los países más desarrollados, pensaba, una revolución campesina en Rusia sería incapaz de conducir a una forma viable de comunismo moderno. En cambio, Marx defendía una revolución mundial contra un sistema mundial de dominación de explotación, el capitalismo.
Un Marx contemporáneo
En este sentido, el Marx tardío se alejó de toda teoría unilineal del desarrollo fundada en Europa occidental y a la que debía adecuarse todo el resto del mundo. Lejos de mostrar una actitud condescendiente con las sociedades de la periferia capitalista, estos escritos exhiben una cualidad exactamente opuesta: una teoría sobre su potencial revolucionario.
En la época en la que la crítica de Marx elaborada por Edward Said empezaba a tomar vuelto, muchos intelectuales defendieron un punto de vista similar al que sostengo. Rosa Luxemburgo, la liberación femenina y la filosofía marxista de la revolución (1982), escrita por mi mentora, Raya Dunayevskaya, y en El Marx tardío y la vía Rusa (1983) de Teodor Shanin, destacaron la noción de un Marx tardío que desarrolló una perspectiva multilineal y verdaderamente mundial de la sociedad y de la revolución, y que llegó a plantear cuestiones de género.
Estas interpretaciones de Marx no recibieron mucha atención en un período definido por el neoliberalismo, el posestructuralismo, el posmodernismo y las sentencias de «muerte» del marxismo. En los años sucesivos, el debate sobre el Marx tardío avanzó lentamente. Espero que el retorno a Marx que parece definir el presente sea un momento propicio para el desarrollo de estas perspectivas.
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