Página 12
Durante un par de semanas, los principales líderes mundiales batieron records casi a diario de sumas de respaldo público a sus respectivos sistemas bancarios. El diagnóstico indicaba que disipando la crisis de confianza, volvería a reinar la cordura en “los mercados” y lentamente se restablecería la normalidad. Sólo hacía falta que poderosos recursos públicos se hicieran cargo de financiar la etapa de recuperación.
Sin embargo, los fracasos se sucedieron uno tras otro. Y apareció en primer plano una gigantesca y colorida amenaza de recesión global. Que ya desde antes sobrevolaba sobre el escenario, a la vista de todos los espectadores. Salvo para la primera fila, ocupada por el grupo de líderes mundiales y sus adláteres, analistas de Bolsas y académicos devotos de la libertad de mercado que se empeñaban en demostrar que la realidad era fantasía, y lo único certero era lo que dibujaban las curvas de sus gráficos.
Las últimas semanas no dejan de traer malas noticias para el mundo desarrollado. Y no es que el resto del mundo esté al margen del impacto, pero el primero tiene el valor más preciado: el poder hegemónico. Ese poder inconmovible que, paradójicamente, las malas noticias van mellando y demostrándolo vulnerable.
Podría decirse que la vulnerabilidad fue progresiva, como esos males que se expanden y van consumiendo al paciente. Primero fue vulnerado el sistema financiero, hasta en sus instituciones más emblemáticas. Luego se perforó el blindaje, el sistema de respaldo armado por las grandes potencias para proteger a sus bancos. En tercer lugar le tocó a la economía real de los más poderosos ver que también ella podía quedar rendida a los pies de la crisis. Casi en paralelo, empezó a desmoronarse la convicción neoliberal, de la mano de inimaginables nacionalizaciones dispuestas por los gobiernos más ultraconservadores. El destino parece, ahora, tener lista para mostrarle al mundo desarrollado la peor de las vulnerabilidades: la de la propia clase dirigente y su capacidad de encontrar una salida.
Que este modelo capitalista está en crisis, ya nadie lo niega; lo novedoso es tener que admitir que la clase dirigente que conduce a las grandes potencias no está en capacidad de encontrar el modelo de reemplazo, dentro del mismo capitalismo, claro está.
Llegado a este punto, la cuestión es plantearse qué hacer, desde los países periféricos, ante un desmoronamiento que las potencias no serán capaces de contener. Ya llegará el momento, y no demorará mucho, en que las naciones en vías de desarrollo deban elegir qué tipo de inserción tendrán en el nuevo mundo. Ahora, lo urgente es resolver cómo evitar que las secuelas tengan consecuencias fatales.
Desconectarse del resto de la economía mundial, ya sea financieramente o en materia comercial, no es garantía de que los malos vientos no lo arrastren, cualquiera sea el país del que se trate. Aunque hoy, significativamente, las ventajas comparativas parecen dadas más por el grado de independencia del crédito o de las compras del exterior que de las condiciones o recursos naturales que tiene cada país. Basta ver cómo la están pasando los grandes exportadores de materias primas. Lo cual, a su vez, no niega la importancia estratégica de estar bien dotado.
Hoy por hoy, cuidar la industria, el mercado interno y el empleo es la prioridad de naciones en desarrollo. Y otras que siendo desarrolladas, se comportan como si pertenecieran al anterior grupo. Ayer, los 27 miembros de la Unión Europea le solicitaron, en bloque, al Banco de Inversiones Europeo que impulse mecanismos de respaldo a las pequeñas y medianas empresas. Los líderes europeos se dan ánimo entre sí para encontrar formas comunes de apoyo a sus aparatos productivos, preservar la competitividad de sus productos y proteger el empleo, en medio de nubes que pronostican recesión.
Nicolas Sarkozy, el presidente francés que no deja de sorprender con cada nuevo discurso, ahora lanzó un canto de esperanza hacia la formación del “gobierno económico de Europa”. “Si tenemos la misma moneda y un mismo Banco Central, ¿cómo no vamos a tener una misma política económica?”, dijo el gobernante galo, ejercitando una seducción que no sólo se luce por la bella Carla Bruni a su lado.
Si en vez de crisis financiera ya estamos hablando de recesión, y si ésta alcanza escala mundial, no es sorprendente que en los discursos de esta semana los líderes europeos hayan preferido correrse del centro de la escena, con lo cual a la vez evitan hacerse cargo de la “solución global” y justifican más cómodamente las posturas proteccionistas que van adoptando. “Si Estados Unidos concedió 25 mil millones de dólares a sus tres principales fabricantes de automóviles, nosotros tenemos que preocuparnos y echarles una mano a los nuestros”, dijo ayer un Sarkozy periférico hablando del ajeno centro de poder mundial.
¿Y por América latina? A la región le está costando más de la cuenta sentarse a elaborar una estrategia común. El discurso de condena al modelo dominante, en boca de un grupo de mandatarios, está dejando lugar a las primeras medidas concretas de autoprotección. Ayer, el gobierno argentino enfatizó, más que ejecutó, políticas de restricción a las importaciones. Buscó cuidarse de que aparecieran como medidas “en contra” de Brasil o China, dos países con alta potencialidad de ser socios estratégicos. Pero el enunciado fue precisamente una advertencia, fundamentalmente al primero, el socio y vecino que viene postergando la chance de juntarse a diagramar un itinerario conjunto.
Nenhum comentário:
Postar um comentário