terça-feira, 20 de fevereiro de 2018

Las tecnologías de la información y la amenaza a la democracia

Kofi Annan
Project Syndicate

Las redes sociales pueden ser el comienzo de un camino hacia un mundo orwelliano controlado por el «Big Data». Algunos regímenes autoritarios ya están organizando los desarrollos tecnológicos para ejercer control a una escala sin precedentes.

En su momento, Internet y las redes sociales fueron aclamadas como herramientas que crearían nuevas oportunidades de difundir la democracia y la libertad. De hecho, Twitter, Facebook y otras redes sociales tuvieron un papel clave en los levantamientos populares de Irán en 2009, el mundo árabe en 2011 y Ucrania en 2013‑2014. Parecía por momentos que el tuit podía más que la espada.

Pero pronto los regímenes autoritarios comenzaron a reprimir la libertad en Internet: tenían miedo del nuevo mundo digital, porque estaba fuera del alcance de sus mecanismos de seguridad analógicos. Esos temores resultaron infundados. Finalmente, la mayoría de los levantamientos populares motorizados por las redes sociales fracasaron por falta de liderazgo eficaz, y las organizaciones políticas y militares tradicionales retuvieron el poder.

Estos regímenes incluso han comenzado a usar las redes sociales para sus propios fines. Todos hemos oído acusaciones de que Rusia usó encubiertamente las redes sociales para influir en los resultados de las elecciones en Ucrania, Francia, Alemania y, el hecho más conocido, en los Estados Unidos. Facebook calcula que el contenido publicado por Rusia en su red, incluidos comentarios y anuncios pagos, llegó a 126 millones de estadounidenses (cerca del 40% de la población).

Hay que recordar que antes Rusia acusó a Occidente de promover las «revoluciones de colores» en Ucrania y Georgia. Parece que Internet y las redes sociales ofrecen otro campo de batalla para la manipulación subrepticia de la opinión pública.

Si ni siquiera los países más avanzados en tecnología pueden proteger la integridad del proceso electoral, ¿qué decir de los desafíos que enfrentan los países con menos conocimiento técnico? Es decir, la amenaza es global. A falta de hechos y datos, la mera posibilidad de manipulación alimenta teorías conspirativas y debilita la fe en la democracia y en las elecciones, en un momento en que la confianza pública ya se encuentra deprimida.

Las «cámaras de eco» ideológicas generadas por las redes sociales agravan los sesgos naturales de las personas y reducen las oportunidades de sano debate. Esto tiene efectos reales, porque fomenta la polarización política y erosiona la capacidad de los líderes para forjar acuerdos, base de la estabilidad democrática. Asimismo, el discurso del odio, los llamamientos terroristas y el hostigamiento racial y sexual, que se han instalado en Internet, pueden llevar a violencia en la vida real.

Pero las redes sociales no son el primer caso de una revolución de las comunicaciones que planteara desafíos a los sistemas políticos. La imprenta, la radio y la televisión fueron revolucionarias en su momento. Y todas fueron gradualmente reguladas, incluso en las democracias más liberales. Es hora de analizar cómo sujetar las redes sociales a las mismas reglas de transparencia, responsabilidad y tributación que los medios convencionales.

En Estados Unidos, un grupo de senadores presentó un proyecto de «ley de honestidad publicitaria» que extendería a las redes sociales las mismas reglas que se aplican a la prensa, la radio y la televisión. Esperan lograr su aprobación antes de la elección intermedia de 2018. En Alemania, se aprobó una nueva ley (llamada Netzwerkdurchsetzungsgesetz) que obliga a las empresas de redes sociales a eliminar comentarios violentos y noticias falsas en un plazo de 24 horas, con multas de hasta 50 millones de euros (63 millones de dólares).

Pero aunque estas medidas sean útiles, no estoy seguro de que la legislación en el nivel nacional sea un medio adecuado para regular la actividad política en Internet. Muchas naciones más pobres no podrán ofrecer esa clase de resistencia; y para todos los países será difícil hacer cumplir las normas que impongan, ya que la mayor parte de los datos se almacenan y administran fuera de sus jurisdicciones.

Más allá de la necesidad o no de nuevas reglas internacionales, debemos procurar que el intento de contener los excesos no ponga en riesgo el derecho fundamental a la libertad de expresión. Las sociedades abiertas deben evitar una reacción exagerada que pudiera debilitar las libertades mismas de las que deriva su legitimidad.

Pero tampoco podemos quedarnos de brazos cruzados. Unos pocos grandes jugadores, en Silicon Valley y otras partes, tienen nuestro destino en sus manos; pero con su cooperación, podemos encarar las falencias del sistema actual.

En 2012, convoqué una Comisión Global sobre las Elecciones, la Democracia y la Seguridad, para la identificación y el abordaje de los retos que afectan la integridad de las elecciones y la promoción de procesos electorales legítimos. Sólo las elecciones que el conjunto de la población acepta como justas y creíbles pueden llevar a una alternancia de gobierno pacífica y democrática que confiera legitimidad al vencedor y protección al perdedor.

Bajo los auspicios de la Fundación Kofi Annan, me dispongo a convocar una nueva comisión (que esta vez incluirá a los cerebros de las redes sociales y de la tecnología de la información, y a líderes políticos) para que nos ayude a resolver estas nuevas cuestiones cruciales. Buscaremos soluciones factibles que sirvan a las democracias y protejan la integridad de las elecciones, sin dejar de aprovechar las muchas oportunidades que ofrecen las nuevas tecnologías. Publicaremos recomendaciones que, esperamos, aliviarán las tensiones disruptivas creadas entre los avances tecnológicos y uno de los logros más grandes de la humanidad: la democracia.

La tecnología no se detiene, y tampoco debe hacerlo la democracia. Tenemos que actuar pronto, porque los avances digitales pueden ser sólo el comienzo de una tendencia irrefrenable hacia un mundo orwelliano controlado por un Gran Hermano, en el que millones de sensores en teléfonos inteligentes y otros dispositivos reúnan nuestros datos y nos hagan vulnerables a la manipulación.

¿A quién corresponde la propiedad de los abundantes datos que recogen nuestros teléfonos y relojes? ¿Cómo deben usarse? ¿Debe su uso supeditarse a nuestro consentimiento? ¿A quién deben rendir cuentas aquellos que los usen? Son grandes preguntas de las que depende el futuro de la libertad.

sábado, 17 de fevereiro de 2018

Para reconstruir un país sumergido en sus miedos

Fernando de la Cuadra
Rebelión

Mientras los medios de comunicación bombardeaban con imágenes del carnaval, viaductos y puentes se desmoronaban por falta de manutención [1], lluvias inundaban villas y aldeas, deslizamientos de tierra sepultaban a poblaciones enteras. Los hospitales colapsaron por los casos de malaria, fiebre amarilla, dengue, zika, chikunguña y otras enfermedades provocadas por la picadura de mosquitos (Anopheles y Aedes aegypti respectivamente) en un país que tiene el triste mérito de reactivar epidemias del siglo XIX.

Junto con ello, la violencia desatada en las favelas y zonas controladas por el tráfico de drogas ha puesto en evidencia los serios problemas de seguridad pública que deben enfrentar diariamente sus habitantes. Mueren más personas en Brasil que en países en estado de guerra declarado. Este es un país que continúa sumergido en una crisis que no parece tener fin, un país que dejó de tener cualquier relevancia en el plano internacional en una caída vertiginosa hacia la penumbra de la historia.

Ni siquiera se vislumbran muchas esperanzas a partir de una renovación o cambio drástico que se pueda producir con las próximas elecciones de octubre. En un lúcido artículo, la destacada economista María da Conceicão Tavares nos recuerda que ahora es urgente iniciar una acción restauradora del Estado, pues la crisis que se arrastra en este último periodo no se resuelve por el concurso de las urnas, sino a través de una reconstrucción profunda.

El panorama es más bien sombrío, con la extrema derecha ganando apoyo entre un electorado pasivo y desorientado. Lo que parece imponerse en este momento es un miedo difuso, miedo generado por la incertidumbre de lo que va a suceder, miedo generado por las diversas amenazas que enfrenta el ciudadano: temor a perder el trabajo y los derechos laborales, a ser asaltado en cualquier momento, a enfermarse y no tener las mínimas condiciones de acudir a un centro de salud para obtener asistencia, a quedarse desamparado ante cualquier catástrofe natural o económica, a morir de abandono y desolación. El miedo es la palabra de orden en el Brasil actual.

Estos miedos están siendo explotados por los propagandistas de la extrema derecha, difundiendo la falacia de que solo un gobierno militar o de “mano fuerte” es capaz de sacar al país de la crisis sistémica en que se encuentra. Estos apologistas del terror han venido instalando la idea de que el mundo exterior es una jungla peligrosa y que lo mejor es protegerse en el aislamiento y la vigilancia permanente, transformando las casas y edificios en verdaderas fortalezas protegidas por cercas eléctricas y alambres de púas. La idea es que las personas eviten las calles, los parques, los espacios públicos y queden libres de los peligros que acechan en la reclusión hogareña y la “seguridad” de lugares siempre vigilados.

Lo que desean estos profetas del miedo es desmovilizar a la población, mantener a la gente en su reducto familiar, desencontrarlos, que no compartan su descontento y malestar ante el estado de las cosas, ante la impudicia con la que actúan empresarios, políticos y jueces. Frente a este escenario es necesario resistir y buscar formas de actuación política que permitan y propongan una salida efectiva a la crisis sistémica que enfrenta el país. Es necesario una movilización contundente de la ciudadanía que permita salir al país de la abulia y la pasividad al que intentan someterlo las fuerzas retrogradas.

Los jóvenes deben desempeñar un papel fundamental en este proceso de reactivación del campo democrático. Los estudiantes están llamados a movilizarse en sus escuelas, liceos y universidades, pues son ellos quienes deberían asumir la vanguardia de las luchas democratizadoras que están por venir. Solo así se podrá transformar el miedo en acción militante y liberadora, para seguir intentando urgentemente sacar al país de las trampas y mentiras colocadas por los promotores de la desigualdad, el conservadurismo y el atraso social.

Nota
[1] La inversión en infraestructura durante 2017 se limitó a un escuálido 1,4% del PIB, suma que apenas sirve para reponer el desgaste y la depreciación de las obras y equipamientos existentes.

sexta-feira, 16 de fevereiro de 2018

El siglo del control de las masas

Raúl Zibechi
La Jornada

Desde que los sectores populares desbordaron los centros de encierro y de ese modo neutralizaron las sociedades disciplinarias, el gran desorden social que sobrevino impulsó la búsqueda de nuevas formas con el fin de controlar grandes aglomeraciones humanas para, de esa manera, recuperar la capacidad de gobernarlas. Sin ello, cualquier sistema, y en particular éste basado en la explotación y la opresión, naufragarían en un caos profundo.

Desde los años que siguieron al estallido de 1968, esa búsqueda ha sido incesante. De lo que se trata es de sustituir al caducado panóptico: una herramienta capaz de controlar multitudes con la misma eficacia que el control individualizado. Las tecnologías que se han desarrollado en los últimos años, muy en particular la inteligencia artificial, van en esa dirección. No "aparecen" nuevas tecnologías que facilitan el control; se desarrollan prioritariamente aquellas que son más adecuadas para el control de grandes masas. Los resultados son estremecedores y debemos conocerlos para adquirir las capacidades necesarias para neutralizar estos dispositivos.

Las policías de los principales países, China, Estados Unidos, Rusia y la Unión Europea, adoptaron las modernas tecnologías para controlar mejor a sus ciudadanos. Días atrás los medios difundieron cómo la policía china controla multitudes en las estaciones de trenes, utilizando gafas dotadas de pequeñas cámaras para la identificación facial, conectadas a la base de datos policial que les permite identificar a las personas en segundos.

Estamos hablando de grandes concentraciones humanas, lo que implica la utilización de tecnologías muy precisas y, además, la creación de una base de datos que está llegando a los mil 400 millones de personas, o sea la totalidad de la población de la nación más poblada del planeta. China ya instaló 176 millones de cámaras de seguridad, que para 2020 serán 400 millones. En las regiones más conflictivas, las bases de datos policiales incluyen escaneo de iris, ADN y fotos de caras, apretando el cerco a los disidentes.

En los países occidentales ya se puede hacer la foto de un vecino de asiento en el autobús, y en segundos conocer su identidad. Si eso pueden hacer los usuarios de iPhoneX, podemos imaginar los niveles de sofisticación que han alcanzado los servicios de seguridad del Estado.

Un aspecto que merece ser reflexionado lo propone el Centro de Derecho de la Privacidad y Tecnología de Georgetown. Álvaro Bedoya, su director, reflexiona: "Las bases de datos de ADN y huellas dactilares se conformaban con personas con antecedentes penales. Se está creando una base biométrica de gente que respeta la ley".

Los datos anteriores muestran el increíble avance del Estado para controlar a las personas, pero también las grandes empresas que cuentan con sistemas similares para "facilitar" las relaciones con sus clientes. El resultado es que estamos siendo vigilados a cielo abierto (antes sólo se podía vigilar en espacios cerrados), todo el tiempo y en todo lugar, como nunca antes en la historia de la humanidad. Es parte de la brutal concentración de poder y riqueza en los estados, que son controlados por el 1 por ciento más rico.

Es evidente que este desarrollo –producto de la neutralización y desborde de los centros de encierro y disciplina, algo que no debemos olvidar– afecta los modos y maneras de resistir y de luchar contra el sistema. En la historia, cada tipo de opresión ha sido respondida con nuevas estrategias. Me parece necesario trazar algunas reflexiones de cara al futuro.

La primera es que estamos apenas en el comienzo de formas cada vez más minuciosas de control de las poblaciones. Se está inaugurando una nueva era de control de masas, estructural, no coyuntural, que durará tanto tiempo como nos lleve a los sectores populares desbordarla o neutralizarla. La tarea primordial en este momento es identificarlas.

La segunda es que debemos aprender del pasado, en concreto de las luchas contra los centros de encierro, en particular las fábricas y las escuelas, que fueron los espacios de disciplinamiento más poblados y, por lo tanto, los más conflictivos. En rigor, no fue una lucha para apropiarse del centro de mando, el panóptico, sino para destruirlo o esquivarlo, de las maneras más insólitas pero siempre en base a la cultura popular: trabajo a desgano, usar la salida a los baños como tiempo de fuga, robarle segundos y minutos al cronómetro de la productividad, y así.

No fue una resistencia organizada desde los sindicatos o partidos, y esto es fundamental. Fueron los propios obreros y obreras, los internos de los centros de estudio y los estudiantes, los que ganaron milímetros en cada contienda, algo que los dirigentes raras veces comprendieron pero nunca orientaron. Estas culturas para sobrevivir a las opresiones, como las que relata James Scott en Los dominados y el arte de la resistencia, son poco estimadas y mal comprendidas por los que apuestan todo al marco institucional, tan vacío como inconducente.

La tercera cuestión es: los más variados modos de resistir la inteligencia artificial aplicada al control masivo de las poblaciones tendrán una característica común: el control sobre los cuerpos, nos está diciendo que esos cuerpos son y serán los campos de batalla. No desestimo los análisis, ni las ideologías. Pero los cuerpos son el núcleo de la emancipación; por lo tanto, alegrías y dolores, celebraciones y angustias, modelan las rebeldías, como nos vienen enseñando los pueblos indios y las feministas de abajo.

Puede parecer poco concreto. Lo es, sin duda. No se trata de estudiar para definir una estrategia, sino de poner en marcha acciones pequeñas y medianas, para neutralizar el control. Finalmente, la creatividad humana, que es la clave de nuestra sobrevivencia como especie, es una aventura sin certezas, con final impredecible. Sólo nos queda confiar en nuestras fuerzas colectivas y en la terca tenacidad de la vida.

terça-feira, 6 de fevereiro de 2018

A corrupção é o principal problema do Brasil?

Juliane Furno
Brasil de Fato

E se caísse um raio em Brasília e acabasse com todos os “corruptos”, amanhã teríamos um Brasil melhor? E se todo o dinheiro desviado em esquemas de corrupção fosse devolvido aos cofres públicos, teríamos educação e saúde pública de qualidade amanhã?

O Brasil teria desviado, em 2015, 69 bilhões de reais dos cofres públicos em esquemas de corrupção, segundo uma pesquisa da FIESP. Problema sete vezes maior do que a corrupção é a sonegação de impostos. Só em 2015 o Brasil deixou de arrecadar R$ 500 bilhões por sonegação de impostos. Mas a mesma mídia que sonega impostos é aquela que te diz que o problema é apenas a corrupção.

Vamos comparar com outros números. O total que o governo federal gastou em 2016 em juros e amortizações da dívida pública brasileira foi de 407 bilhões, ou seja, pouco menos do que o governo gastou no mesmo ano com a Previdência Social – 550 bi- e que ao contrário dos minoritários detentores de títulos da dívida pública, abrange milhões de brasileiros.

E porque o governo quer mexer na previdência e não nos juros da dívida? Parece uma pergunta óbvia. No entanto o seu silenciamento dos noticiários cotidianos diz muito sobre as prioridades políticas e econômicas dos donos do poder. Também em 2016 o governo gastou 84 bilhões de reais com o judiciário brasileiro, incluindo aí os super salários dos juízes que julgam, por exemplo, a corrupção. Ou seja, 15 bilhões a mais do que o desviado com corrupção no ano anterior.

Falta verba para saúde, educação e creche porque parcelas dos políticos brasileiros aprovaram uma Emenda Constitucional do “Teto dos Gastos”, por exemplo, que em 2025 terá cortado 45 milhões só na educação! Ou seja, falta dinheiro porque há uma política econômica que é aprovada por políticos que diz onde deve “faltar” recursos.

Sim, a corrupção é um problema “estrutural” brasileiro, ou seja, está nas nossas raízes históricas. Herdamos de Portugal as mazelas da colonização exploratória e também um modelo de Estado, que chamamos de patrimonialista, que, em síntese, quer dizer um Estado que diferencia muito pouco o que é público do que é privado. Essa é a origem da corrupção no país, que é agravada por diversos fatores, entre eles o financiamento privado de campanhas políticas. “Não vou votar em ninguém nessas eleições, todos são corruptos”, ouve-se por aí. E se chegar um candidato que você tem certeza que não é corrompível, será suficiente para que ele ganhe seu voto?

Você não vai querer saber qual a política econômica e social desse candidato para ampliar gastos com saúde e educação e diminuir com as despesas financeiras? Você não vai querer saber o que esse candidato fará com relação a entrega das nossas riquezas naturais para os capitalistas internacionais? Pouco importa pra você se a política de valorização do salário mínimo acabou? E finalmente, você não vai querer saber qual a proposta desse candidato para reduzir as desigualdades sociais que é o principal problema do Brasil?

Essas perguntas desaparecem sob o discurso de que só importa combater a corrupção, esvaziando a política e abrindo espaços para os supostos “técnicos” e “bons gestores”, que no fundo se aproveitam da tua ojeriza à política para fazer política apenas para a classe social deles - que certamente não é a sua. Respondendo às perguntas feitas no primeiro parágrafo. O Brasil pode até ficar livre da corrupção. Mas o problema vai persistir. O que precisa mudar é a política econômica, que faz com que o dinheiro público seja usado para favorecer apenas as elites, e não o povo brasileiro.