sábado, 26 de fevereiro de 2022

El socialismo es para la humanidad


Adam J. Sacks
Jacobin América Latina

El objetivo final del socialismo es tan simple como hermoso: la liberación de todas las personas de la dominación, sustituyendo los sueños atrofiados y la alienación por el florecimiento humano y la creatividad.

Marx tenía un ojo agudo para el corazón en un mundo sin corazón. Desde muy joven se preocupó por la forma en que el capitalismo sumergía los «problemas humanos» en la lucha por la supervivencia material. Esperaba que llegara el día en que estos se vieran más claramente, una vez se hubiera levantado el velo opresivo del capitalismo y se hubiera creado finalmente una «sociedad humana».

En un momento en el que los socialistas están llamados a explicar su política de nuevo, es importante recordar que el socialismo siempre ha sido, y sigue siendo, un movimiento humanista que busca liberar a las personas de la dominación y la explotación, promoviendo el florecimiento individual, la creatividad e incluso el enriquecimiento espiritual en lugar de los sueños atrofiados y la alienación.

Los socialistas han mantenido durante mucho tiempo estos objetivos. Cuando el socialismo surgió como movimiento de masas a finales del siglo XIX, no era raro oírlo anunciar como el mayor avance humanitario desde el Nuevo Testamento. El socialismo, pensaban sus seguidores, podía proporcionar la renovación de conciencia necesaria para salvar la sociedad.

A principios del siglo XX, el socialista alemán Leo Kestenberg adoptó el lema «educación para la humanidad« para una Europa que se enfrentaba a un diluvio de fascismo. Esperaba que la lucha por el socialismo pudiera servir de puente hacia un nuevo humanismo radical, una sociedad que premiara la bondad en lugar de la explotación. El llamado «Papa del marxismo», Karl Kautsky, invocó la noción de una «conciencia socialista» como medio para «salvar a la nación» (tenía a Estados Unidos en mente).

Varias décadas más tarde, en su discurso de investidura ante el Parlamento chileno, Salvador Allende habló en un tono igualmente arrebatado, describiendo el socialismo como una «misión» que podría infundir sentido al país:

¿Cómo puede el pueblo en general —y los jóvenes en particular— desarrollar un sentido de misión que le inspire una nueva alegría de vivir y le dé dignidad a su existencia? No hay otro camino que el de dedicarse a la realización de grandes tareas impersonales, como la de alcanzar una nueva etapa en la condición humana, hasta ahora degradada por su división en privilegiados y desposeídos (…) Aquí y ahora, en Chile y en América Latina, tenemos la posibilidad y el deber de liberar las energías creadoras, particularmente las de la juventud, en misiones que nos inspiran más que ninguna del pasado.

Aquí estaba el corazón de la filosofía marxiana: el impulso del sujeto humano, el esfuerzo inspirado hacia el crecimiento. Rosa Luxemburgo, la gran socialista polaco-alemana, lo encarnó en su propia forma de vivir, escribiendo a una camarada:

Ser un ser humano significa arrojar alegremente toda tu vida «en la gigantesca balanza del destino» si así debe ser, y al mismo tiempo alegrarse de la luminosidad de cada día y de la belleza de cada nube… el mundo es tan hermoso, con todos sus horrores, y sería aún más hermoso si no hubiera débiles ni cobardes en él.

Con demasiada frecuencia, los críticos han confundido el lado ético y humanista del socialismo como una variante del socialismo «utópico» contra el que Marx arremetió. Marx contrapuso sus escritos a los de pensadores cuya imaginación, como Charles Fourier y Robert Owen, los llevó al terreno del hiperidealismo, si no de los vuelos casi mágicos de la fantasía. Identificó su propia obra como «científica». Sin embargo, esta palabra en castellano no capta del todo el significado del original alemán wissenschaft. Este último término implica la búsqueda humana holística del conocimiento dentro de las «ciencias», tanto naturales como humanas; en la connotación en español, la palabra «ciencia» a menudo excluye las humanidades. Pero la crítica de Marx a las condiciones actuales estaba impregnada de un compromiso con la realización de la dignidad humana: deploraba las mercancías «sin alma» del capitalismo y sus implicaciones para el ser humano.

Quizás el mayor teórico del socialismo como una especie de metamoral humanista postsecular fue Jean Jaurès, conocido por su libro de 1911 Historia socialista de la Revolución Francesa. Jaurès estudió los discursos dominantes en la Francia de fin de siglo y los encontró terriblemente anquilosados. El nacionalismo era una estrategia reaccionaria que buscaba impedir deliberadamente el pensamiento de una esfera superior. La religión oficial era una fuerza nociva cuya tan cacareada caridad simplemente encubría una nueva forma de opresión. Y los espiritualismos en boga de la época —como la teosofía, que atraía a la gente lejos de la religión organizada hacia nuevos cultos postseculares— equivalían a misticismos diletantes, que mermaban el valor de la gente para enfrentarse a las luchas de la vida real. Solo el socialismo, sostenía Jaurès, podía emancipar la conciencia humana y restaurar el sentido de las infinitas posibilidades humanas.

Más adelante, en el siglo XX, una de las voces más fuertes a favor de un marxismo de la conciencia fue Isaac Deutscher, más conocido por sus biografías definitivas tanto de Stalin como de Trotsky. Deutscher, un judío gallego que se decantó por el Partido Comunista Polaco en lugar de por el Bund, estaba en una posición única para observar tanto los desencantos del poder socialista de Estado en el Este como el pesimismo de la Nueva Izquierda en Occidente. Volvería una y otra vez a esa subjetividad humana fundamental en el corazón del marxismo. Deutscher observó que esta subjetividad humana, que ya existe dentro de cada uno de nosotros como potencial, está distorsionada, aplastada y anquilosada por el capitalismo. Reduce literalmente nuestra personalidad, lo que es perjudicial para nuestro bienestar social tanto como para nuestro sustento económico. La promesa del socialismo, para Deutscher, consistía en la expansión y reintegración de nuestra personalidad, en el redescubrimiento de partes de nosotros mismos que se habían perdido.

Tras el colapso de la Unión Soviética, una voz crítica para la esperanza humanista socialista fue la física cubana Celia Hart. Hija de la generación fundadora de revolucionarios, Hart murió trágicamente joven en un accidente de coche, pero no sin antes dar un nuevo impulso a lo que ella llamaba la «hermosa batalla». Crítica interna del socialismo de Estado cubano, defendió sin embargo el papel de los partidos políticos en la «mejora de la humanidad» y adoptó como lema una cita del poeta cubano José Martí: «la patria es la humanidad».

Pidió que se volviera a los orígenes del socialismo y se pronunció a favor de una especie de ecumenismo marxista: «necesitamos a todos los que dijeron una verdad a la humanidad». En estas tradiciones y figuras podemos ver un socialismo que ha buscado combatir no solo la escasez de bienes materiales, sino la escasez de valores inmateriales y humanistas como el respeto, la estima y la autorrealización. Los asuntos de la moral, la psique y el alma nunca han sido relegados a los márgenes, porque cada uno de ellos es integral para el libre crecimiento y florecimiento del sujeto humano.

«Espiritual, no religioso» es un tópico de nuestros días; en esta tradición, podríamos sustituirlo por el lema «socialista, no religioso», y plantear una aspiración diferente: no el fin de la historia humana, sino su verdadero comienzo.

sexta-feira, 18 de fevereiro de 2022

La desastrosa geopolítica del gobierno Bolsonaro


Fernando de la Cuadra
Socialismo y Democracia

El reciente viaje del ex capitán a Rusia y Hungría en momentos en que la primera nación se encuentra sumergida en una crisis de grandes proporciones con su vecina Ucrania, no hace más que confirmar los recurrentes errores cometidos por su política exterior en estos tres años de mandato. Primero fue Ernesto Araujo, el canciller terraplanista que prácticamente expulsó por la borda toda la experiencia diplomática de los ministros de Itamaraty en muchas décadas.

Coincidiendo con su gurú Olavo de Carvalho, el ex ministro Araujo llegó a declarar, entre otras afirmaciones bizarras, que la globalización era un invento del marxismo cultural o que la pandemia del Coronavirus era una maniobra de la China Comunista para dominar el mundo.

En esta ocasión, el actual ministro de Relaciones Exteriores, Carlos Franca, calificó los encuentros con sus pares como una visita regular programada desde hace un tiempo y que no tiene relación con el apoyo de Brasil a las intenciones de Rusia de mantener una zona de seguridad en su frontera con Ucrania y de paso alejar su país de la amenaza de los misiles emplazados por la Otán a través de casi toda su frontera.

Para no volver de inmediato desde el viejo continente, Bolsonaro también visitó al único líder europeo que estuvo dispuesto a recibirlo, el primer ministro de extrema derecha de Hungría, Viktor Orban. En una reunión insustancial, ambos representantes de la ultraderecha mundial intercambiaron elogios y el ex capitán lo llamo de “mi hermano dadas las afinidades que significa compartir valores que pueden ser resumidos en cuatro palabras: Dios, patria, familia y libertad”. Esta es una declaración calcada de los panegíricos fascistas en la Italia de los años 20 y, posteriormente, en la década de los treinta por las dictaduras de Franco en España y Salazar en Portugal.

Con Orbán concordaron en sancionar leyes más severas contra los migrantes y restricciones a los derechos de los grupos LGBTQIA+ por considerarlos una amenaza a la niñez y a la familia tradicional. Nada más apropiado para un encuentro que busca reforzar y articular las fuerzas de la ultraderecha esparcidas en algunos rincones del planeta.

Con esta travesía el ex capitán pretende obtener dividendos políticos y aparecer frente a sus futuros electores como un estadista preocupado por los problemas y la paz mundial, emergiendo como un protagonista en la escena de negociaciones multilaterales y como un mediador en conflictos entre países de los cuales no tiene el mínimo conocimiento. En suelo patrio, sus acólitos siguen difundiendo imágenes de un Jesús que le dice a Bolsonaro “Va e impida la guerra, Jair”, en una patética demostración de fanatismo y delirio.

Sin embargo, como siempre, el inquilino del Palacio do Planalto no pasa de un charlatán tratando de alimentar la delirante narrativa de sus seguidores, que lo han erigido como un emisario de Dios para la construir la concordia entre las naciones. En las entrevistas concedidas, el presidente mitómano volvió a insistir en una idea maliciosa que busca arrogarse el éxito de sus gestiones por la paz a una eventual retirada de las tropas rusas de la frontera con Ucrania, aunque hasta el momento dicha crisis no está del todo superada.

Pero lo cierto es que Bolsonaro se encuentra cada vez más aislado, transformado prácticamente en un paria en la comunidad internacional por sus innumerables ataques a los derechos humanos, sus gestos autoritarios, su política devastadora con el medioambiente y su negacionismo obtuso con relación al impacto de la pandemia. De hecho, en estos momentos Brasil se encuentra frente a una nueva oleada de contagiados con un crecimiento acelerado del número de fallecidos, llegando a superar los 640 mil decesos por causa del Covid19. Según la organización Médicos Sin Fronteras, el enfrentamiento de la pandemia del gobierno Bolsonaro ha sido el peor conocido entre todos los países.

Siendo un admirador declarado de Donald Trump, las relaciones con el actual presidente norteamericano Joe Biden son pésimas, comprometiendo aún más la tradición de racionalidad de la política exterior brasileña para pasar a constituirse en un tipo de disputa personal caracterizada por su desastroso desempeño para los intereses del país, generando disputas y enfrentamientos innecesarios con naciones que han mantenido estrechas relaciones económicas, comerciales y culturales con Brasil a lo largo de su historia.

En América Latina el ex capitán cuenta con escaso apoyo en la región, ni siquiera captando la adhesión de mandatarios que se pueden ubicar dentro del espectro conservador como Sebastián Piñera en Chile, Iván Duque en Colombia o Luis Lacalle Pou en Uruguay.

Hace 16 años se formalizó la creación de un bloque entre las economías emergentes que se denomina BRICS, del cual Brasil es integrante. Esta iniciativa fue construida con una relevante participación de Lula y los posteriores gobiernos del PT, que vieron en el bloque una alternativa geopolítica a la hegemonía de Estados Unidos y la Unión Europea en la definición del llamado “nuevo orden mundial”. En ese sentido, su objetivo principal es favorecer la creación de mundo institucional multipolar que a través de la cooperación horizontal supere las estrategias de dominación de los países industrializados que han ejercido un papel hegemónico en las relaciones internacionales.

Por su postura pasiva con relación al bloque, hasta ahora el gobierno Bolsonaro había sido prácticamente ignorado por los otros miembros del bloque, pero la coyuntura beligerante existente entre Rusia y Ucrania/USA/Otán posibilitó la formación de un acercamiento entre Putin y Bolsonaro, hasta el año pasado un sumiso e incondicional servidor de los caprichos de Trump.

Además, la política exterior de Brasil ha indicado un alineamiento casi exclusivo con sus pares de la extrema derecha mundial (Orbán en Hungría, Endogan en Turquía, Abascal en España, Von Storch en Alemania, Dupont-Aignan en Francia o Kast en Chile), comprometiendo seriamente el papel que antes había desempeñado la diplomacia brasileña en los asuntos internacionales. La declaración conjunta de ex cancilleres denunciaba hace poco que toda la credibilidad y el prestigio de Brasil en el ámbito diplomático se ha comprometido seriamente, siendo visto ahora como un país anecdótico e irrelevante. Para ello -dicen los ex ministros- es urgente rescatar la política exterior brasileña respetando “los principios constitucionales, la racionalidad, el pragmatismo, el sentido de equilibrio, la moderación y el realismo constructivo que ha caracterizado dicha política desde hace muchas décadas”.

Son años demasiado sombríos para la política externa brasileña. Sin perspectiva estratégica e influido por tesis conspiratorias de diversa índole, el desastre causado por los alucinados bolsonaristas resulta incalculable para las pretensiones históricas de la cancillería que deseaba transformar a esta nación en una referencia en el ámbito diplomático.

quarta-feira, 9 de fevereiro de 2022

La vivienda no puede estar sometida a la lógica financiera


Camila Parodi
Jacobin América Latina

Raquel Rolnik es una arquitecta y urbanista brasileña. Lleva más de cuarenta años como investigadora en la academia pero también como activista por los derechos humanos en la participación de políticas de planeamiento, urbanismo y el problema de la vivienda. A su vez, ha sido impulsora de las políticas de vivienda popular, urbanismo y desarrollo local en el marco del gobierno del Partido de los Trabajadores (PT) encabezado por el expresidente Lula Da Silva. Entre 2003 y 2007 fue Secretaria nacional de los Programas urbanos del ministerio brasileño de las Ciudades.

En mayo de 2008, en plena crisis financiera hipotecaria, el Consejo de los Derechos Humanos de la ONU la nombró Relatora Especial de las Naciones Unidas en lo que respecta a vivienda durante seis años. En ese rol, la investigadora evaluó y acompañó las denuncias de violaciones de Derechos Humanos en materia de vivienda.

Recientemente se realizó el lanzamiento en Argentina de su último libro La guerra de los lugares: La colonización de la tierra y la vivienda en la era de las finanzas, coeditado por la Editorial El Colectivo y Lom Ediciones con apoyo de la Oficina Cono Sur de la Fundación Rosa Luxemburgo. Desde Jacobin América Latina pudimos conversar con Rolnik en torno a la producción de la ciudad en el actual contexto y las posibles alternativas populares que responden a la financiarización del derecho a la vivienda.

Tu último libro, La guerra de los lugares, recientemente publicado en la Argentina, resulta un material imprescindible para repensar la ciudad y entenderla en el entramado de relaciones de poder. Allí hablas de la colonialidad del poder y de cómo impacta a través de las finanzas globales ¿Por qué es importante hablar del poder colonial hoy?

Toda la trayectoria del libro La guerra de los lugares ha salido de mi experiencia como Relatora Especial para el derecho a la vivienda adecuada para el Concejo Derecho Humanos de Naciones Unidas (ONU) a partir de 2008 que, justamente, coincidió con la crisis financiera hipotecaria. Entonces, al intentar investigar las razones y los orígenes de la crisis financiera hipotecaria, mientras hacía mi trabajo de relatora, recorriendo distintos países del planeta, me di cuenta de que estábamos ante de un proceso global, por encima de todos los procesos particulares y sus territorios.

Ahí lo tomé como una metáfora —que al final no era tanto— como una ocupación territorial del espacio construido por las finanzas. De tal manera que estamos hablando de un nuevo poder colonial ¿Por qué la idea de colonialidad es importante para intentar avanzar en nuestra comprensión de ese fenómeno? Porque estamos hablando de una triple ocupación: material, política y cultural. Se trata de una ocupación material, porque todas las partes del territorio del planeta son capturadas por una lógica de ocupación y de gestión del lugar instaurada a través de regímenes privados de control territorial con el objetivo de generar interés para el capital invertido.

Pero es también una ocupación política, porque, por ejemplo, en Brasil, cada vez que se discuten políticas públicas nacionales se anuncia en los medios: «El mercado está nervioso». Pero, ¿Qué es que el mercado «se ponga nervioso»? Es el mercado financiero. Hay algo más allá, que es abstracto, que no tiene vínculos con los territorios pero que se superpone sobre las dinámicas existentes, las controla y somete políticamente. Porque, por los «nervios» del mercado, caen presidentes, primeros ministros, coaliciones políticas, entonces es una ocupación política también.

Y finalmente, siguiendo con la metáfora de la colonialidad, esta también es una ocupación cultural. Es una imposición de ciertas maneras de organizar espacio de nuevo, si tomamos un ejemplo como los centros comerciales los shoppings centers, qué son sino una nueva manera de organizar sociabilidad y también ligadas a procesos de consumo. La imposición cultural de una manera de vivir, de una manera de existir, de estar en el planeta. La idea de colonialidad va mucho más allá de la idea del colonialismo, como algo que estuvo en el pasado. Estamos hablando de una renovación del concepto y de la presencia colonial en el planeta.

En el libro, también, mencionas que el alquiler es «la nueva frontera de financiarización de la vivienda». ¿Qué lugar ocupa el mecanismo de alquiler en el sistema financiero y cuáles deberían ser las respuestas de los gobiernos?

Es muy interesante mirarlo desde el proceso de acumulación y financiación de la vivienda. Lo que hemos podido observar en el ciclo anterior, que ha llevado hasta la crisis financiera hipotecaria, fue la promoción de la vivienda en propiedad como algo nuevo. Porque, si bien en algunos países de la socialdemocracia donde las luchas históricas de las y los trabajadores habían construido la idea de vivienda como un campo de inversión en vivienda social como una realidad, en muchos otros países fue una ilusión, como en el caso de América Latina. Pero, incluso como ilusión, también ahí estaba este cambio de que la vivienda no es un derecho social, no es parte de una política de bienestar —ya sea como realidad o como ilusión— para convertirse en una mercancía, en un activo financiero, y así han sido promovidas políticas muy amplias de inducción a la promoción de vivienda y propiedad vía crédito inmobiliario e hipotecario en todo el mundo, incluso movilizando mucho subsidio público en estas operaciones.

Las vivienda pasó a ser como un elemento de pasaje del circuito financiero, de los excedentes financieros para poder lograr interés y la vivienda. Entonces se convirtió en un activo y fue promovido también culturalmente, de tal manera que a partir de la vivienda como garantía se puede endeudar y financiar el consumo pero también financiar derechos. Es decir, financiar la educación paga, la salud privada y también como parte de la inversión de los sistemas privados de pensión, o sea, poner todo esto en un circuito permanente de valorización financiera y endeudamiento.

¿Y cuál fue el resultado?

El resultado de este primer ciclo fue una concentración enorme de lucros en gestores financieros y un ciclo de desposesión con la pérdida del valor, con la quiebra de constructoras, con ejecuciones hipotecarias. Estoy hablando mucho del proceso norteamericano. Pero después de este ciclo, el mismo modelo de promoción de vivienda y propiedad vía crédito inmobiliario también ha sido aplicado en la periferia del capitalismo. Esto lo vemos claramente a partir del modelo chileno, que luego se difundió en América Latina, en África, en varias partes de la periferia del capitalismo.

Claro que ni siquiera en la periferia del capitalismo de Europa y Estados Unidos han logrado acabar con el problema de la vivienda o el hecho de que mucha gente no tiene donde vivir o no tiene condiciones de pagar donde vivir y, por lo tanto, hay una nueva ola por todo lo que significó la emergencia habitacional en países del centro del capitalismo, toda una nueva ola de inversión la vivienda en esta segunda ola de alquiler.

El alquiler como un nuevo frente de financiarización de la vivienda, los mismos agentes financieros, gestores de finanzas globales que han sido involucrados en la promoción de la vivienda en propiedad, ahora se han convertido en señoríos, propietarios, corporativos de miles de viviendas de alquiler. Y ahora, en términos de política pública otra vez existe una promoción masiva en todas partes del mundo de la idea de que «hay que tener un sector profesional, corporativo de alquiler». Un poco con esto, abriendo el campo —que es exactamente lo que los Estados hacen— para esta nueva fuente financiera.

A su vez, fenómenos como el Airbnb, plataformas digitales de movilización del espacio construido junto con la privatización y venta de los estoques de vivienda que estaban con los bancos por las ejecuciones hipotecarias para gestores financieros. Todo este proceso también ha transformado al alquiler como un nuevo frente de finalización de la vivienda trabajando ahora mucho más con la idea de extraer el interés y rentabilidad del tiempo más que del espacio. El tiempo de permanencia en la vivienda también se convierte en unidad de extracción de valor y avanza aún más hacia una nueva forma de explotación de plusvalías. Por ejemplo, en Airbnb, la gente misma pone su trabajo y su tiempo para que las plataformas digitales puedan extraer esas plusvalías.



En el libro mencionas a las personas «sin lugar». En el contexto brasilero, el «sin techo» de hoy es el «sin tierra» de los años 80, lo que nos habla de una continuidad de la lógica de exclusión y marginación pero también de la permanente extracción de renta sobre el suelo rural y urbano ¿Cuáles son las experiencias de resistencia de las personas «sin lugar» hoy? Y, particularmente, ¿Cuál es el rol de las mujeres?

Todo este proceso activa la lucha en torno a la vivienda. Es un proceso que genera un nuevo grupo o un nuevo segmento de desposeídos y desposeídas. En el tema de la vivienda hay una presencia femenina importante, no solamente en el proceso de endeudamiento sino también en el proceso de desposesión como en la organización y la lucha por la vivienda. Entonces hay toda una nueva generación de organización y luchas en torno a la vivienda en distintas partes del mundo. Organizaciones de afectados por las hipotecas y ejecuciones hipotecarias, sindicatos de inquilinas e inquilinos, organizaciones de inquilinos, movimientos en torno al congelamiento de alquileres, a la denuncia de los alquileres abusivos, hacia una regulación. Por ejemplo, en Brasil, hay una nueva ola de ocupaciones de viviendas en las periferias pero también en áreas céntricas; San Pablo es un ejemplo muy fuerte de esta nueva ola.

Desde que la vivienda se ha transformado en un campo de aplicación financiera para las finanzas globales, la presión especulativa sobre los precios es mucho mayor, porque estamos hablando de una masa inmensa de capital financiero global que está buscando donde invertir. Hay nuevos instrumentos financieros que conectan el espacio construido con las finanzas y sus dinámicas de circulación, títulos financieros que conectan y permiten una entrada salida de los capitales. Es así que la pobre gente tiene que competir con sus ingresos bajos por la localización con este capital que está listo para entrar e invertir y con una expectativa de remuneración a mediano y largo plazo, no inmediata. Como es un activo financiero, ni siquiera es necesario que sea utilizado, entonces podemos hablar de una especie de «boom de precios inmobiliarios» que se mantiene incluso durante periodos de crisis que se conforma de manera más amplia y global.

De manera que se conforma una agenda de organización y lucha muy importante. En algunos países ya no se veían luchas en torno a la vivienda, y ahora esto renace. En países como Brasil y Argentina las luchas por la vivienda siempre han sido importantes y continúan de una manera aún más intensa.

Hablando de Brasil, este año se realizan las elecciones presidenciales. ¿Qué nos podrías decir del actual contexto y qué se juega para vos en 2022 en clave de derecho a la vivienda?

Durante la era de Lula, con el gobierno del PT, Brasil conoció una financiación de la vivienda por la promoción de vivienda vía crédito hipotecario masivamente, pero que tenía también uno de los componentes pequeños de la posibilidad de crédito a entidades por autogestión. También se construyeron viviendas por el mercado con un subsidio muy alto del presupuesto público, lo que se conoció como el programa «Mi casa, mi vida», que ha producido viviendas en la ciudad y en las afueras que efectivamente no ha logrado (por el modelo mismo, por una falla de su aplicación) garantizar la calidad de vivienda para la gente.

Pero lo que pasó después del golpe contra Dilma fue la interrupción total de los programas de vivienda. Todo el subsidio que estaba movilizado en el programa «Mi casa, mi vida» se terminó. Estamos atravesando una de las crisis más serias de vivienda que hemos visto en Brasil. La cantidad de población viviendo en la calle es algo absolutamente impresionante y en una escala como nunca había visto. La cantidad de nuevas ocupaciones también es muy grande en las periferias. Y no solo no existen políticas públicas a nivel federal del gobierno de Bolsonaro, tampoco hay a nivel estadual, municipal en las ciudades es como si nada.

En este contexto, también, creo que la lucha por la vivienda empieza a crecer. Una campaña muy importante que ha ganado mucho territorialmente en Brasil es la campaña «Cero desalojos» para impedir que la gente sea desalojada durante la pandemia. Es importante en términos de real articulación en torno a la vivienda con una cierta capacidad de aprobar algunas medidas de suspensión de desalojos que ha sido importante en algunos casos y que puso sobre la mesa el tema. Sin embargo, la decisión del Supremo Tribunal Federal donde se aprobó esta suspensión de los desalojos ya se termina en marzo.

Lo que tenemos es una situación muy complicada y creo que esto va a ser un tema importante en la campaña para las elecciones. También, el tema de las vivienda porque durante todo este periodo donde no hubo política, crecieron mucho las auto urbanizaciones y las ocupaciones de edificios, así que la lucha por la rehabilitación de los edificios ocupados, la lucha por la urbanización y consolidación de los asentamientos creo que va a ser una lucha muy importante.

Espero que haya una política importante de vivienda y que no volveremos a un programa como «Mi casa mi vida» porque creo que también esta es una discusión para todo lo que es reconstrucción poscrisis y pospandemia: un poco volver a lo que teníamos, la idea de que la vivienda y las políticas de vivienda históricamente han sido dibujadas por el sector de la industria, de la construcción civil y la industria financiera tiene que cambiar. Hay que insistir con que esto no puede ser, que las políticas de vivienda no pueden estar sometidas a la lógica financiera sino a la lógica de la necesidad de la gente y así generar políticas mucho más descentralizadas, de apoyo a las iniciativas populares vivienda, a las cooperativas que ya se organizaron, a las entidades y las experiencias de autogestión, que ya tenemos. Yo espero que tengamos un apoyo mucho mayor a estas propuestas y una visión mucho más crítica a lo que los programas de promoción masiva de vivienda en general en todas las partes del mundo incluso, no solamente, en Brasil.

Cómo planteas en tus trabajos, si miramos en clave global, existe actualmente un proceso de transformación que tiene que ver con la producción de la ciudad. Esto llevó a la reconfiguración del rol de los gobiernos locales y de los mecanismos de participación como así también la incorporación de organismos y leyes que atiendan la cuestión del hábitat. Sin embargo, muchas veces éstos se convierten únicamente en discursos, sin participación real. ¿Cuál es tu lectura sobre estos cambios institucionales?

Yo creo que la cuestión es definir el «locus de definición de la política pública». Especialmente en la política de vivienda, el locus de definición es la conversación con la industria de la construcción civil y la industria financiera y, por lo tanto, la pregunta central es cuántas nuevas viviendas podemos producir y cuánto crédito inmobiliario podemos poner. Esta es la pregunta central y no cuál es la necesidad de la gente. Cambiar totalmente el locus de definición implica hacer una lectura mucho más clara y desde abajo de las necesidades concretas de la vivienda.

También implica cortar el vínculo que hay entre las finanzas y las viviendas. Es imaginar maneras de organizar la vivienda que sean mucho menos susceptibles a la financiación. Por ejemplo, cooperativas, comicios colectivos, o sea, maneras colectivas y solidarias de organizar el vínculo con el territorio de tal manera que podemos ir generando espacios protegidos de la finalización espacios, reservados para la vida y no para la renta. Creo que esto es muy importante y que la política pública lo que tiene que hacer es apoyar estas iniciativas con recursos públicos, en vez de diseñar iniciativas que no dialogan con nadie.