segunda-feira, 27 de abril de 2020

La nueva estrategia de la centroderecha

Fernando de la Cuadra
Socialismo y Democracia

La renuncia del ahora ex Ministro de Justicia y Seguridad Pública, Sergio Moro, ha comenzado a decantar el nuevo escenario que se instala en la política brasileña. Primeramente, vale destacar que dicha renuncia no es producto de una frustración de última hora, provocada por la destitución -sin consulta- del Superintendente de la Policía Federal (PF), Maurício Valeixo. Sería una ingenuidad pensar que una decisión de este calibre fue tomada por Sergio Moro únicamente por el disgusto que le produjo la pretendida intromisión del mandatario en las investigaciones realizadas por la PF, especialmente aquellas que están focalizadas en las actividades de sus hijos y de políticos aliados del presidente. En rigor, esta renuncia no es apenas una expresión del hecho de que el ex capitán desea convertir a la Policía Federal en una especie de aparato de seguridad personal o blindaje frente a los procesos que se comienzan a acumular en contra de su familia y de los amigos del clan Bolsonaro.

No es el caso. De hecho, la salida del ex juez de la Operación Lava Jato y símbolo de la lucha contra la corrupción parece haber sido planificada con mucha antelación. En este último periodo, el ministro Moro -muy ausente y con escasas apariciones públicas- se había reunido con representantes de entidades empresariales, con altos ejecutivos de la banca y del sistema financiero, así como con miembros de la prensa y políticos de la centroderecha tradicional. Por lo mismo, lo que se puede percibir de su salida del gobierno es que este supone un movimiento más global de rearticulación de una centroderecha que apuesta en Sergio Moro como una figura respetada, moderada y, por lo tanto, una carta de consenso para superar el conturbado momento sanitario, económico y político que devasta al país.

Si bien la centroderecha apostó con cierta aprehensión en el candidato de la ultraderecha para derrotar a los “izquierdistas” del Partido de los Trabajadores en las elecciones de 2018, transcurrido algunos meses, ella observa con preocupación el rápido deterioro que viene experimentando el gobierno y el malestar creciente que se apodera de la población en medio del caos sanitario provocado por el Covid-19 y de la caída estrepitosa de todos los indicadores de la economía brasileña.

Precisamente, para enfrentar la crisis económica, el Jefe de la Casa Civil, General Braga Netto, ha presentado recientemente un ambicioso programa de recuperación con intervención del Estado, lo cual implica un contrapelo de las políticas que viene tratando de implementar el titular de la cartera, Paulo Guedes. Por lo mismo, no resultó tan extraño que el Ministro de Economía no estuviera presente en el lanzamiento de este Plan de Recuperación Nacional. Si las discrepancias con el Ministro Guedes se hacen constantes o se profundizan, es muy probable que sea el próximo secretario en solicitar su salida del gabinete.

Con un Bolsonaro cada vez más aislado, intentando aumentar su base de apoyo en el Congreso en base a un fisiologismo de compra de apoyo dirigido hacia los partidos del bajo clero llamado “Centrão”, la centroderecha ha comenzado a distanciarse definitivamente de un gobierno que ya no le sirve para continuar protegiendo sus intereses y sus negocios. El presidente en ejercicio puede ser descartado por este espectro político y por los empresarios, a pesar de que todavía no concluye el “trabajo sucio” para el cual fue instalado en el Ejecutivo. Todavía quedan pendientes algunas reformas de la agenda neoliberal propuesta por su equipo económico, a saber: privatización de empresas públicas (especialmente Petrobras), disminución de impuestos para las empresas, desregulación total de los contratos laborales, relajación o extinción de las agencias de fiscalización de la explotación predatoria que afecta la región amazónica y de otras actividades extractivistas.

Pero a pesar de la tarea inconclusa, la centroderecha y el empresariado se encuentran actualmente convencidos que el comportamiento desequilibrado y beligerante de Bolsonaro está colocando en serio riesgo la estabilidad de las instituciones y la viabilidad de los “emprendimientos”, todo lo cual se ve potenciado por el contexto de pandemia que aflige al país. Para este bloque político, es ineludible distanciarse o directamente enfrentarse a un gobierno en descomposición, que pierde diariamente la legitimidad y el apoyo popular y que demuestra total incapacidad de establecer pactos con el resto de los poderes y con la clase política en su conjunto, incluidos congresistas, gobernadores y alcaldes. El ex capitán tampoco cuenta con el apoyo incondicional de las Fuerza Armadas, las cuales ya han expresado su malestar por las manifestaciones convocadas a favor de una intervención golpista que tendría por objetivo salvar al gobierno de sus enemigos invisibles, como ya resulta habitual en el discurso delirante del presidente y de sus fanáticos adictos. En otras palabras, difícilmente los militares se van a subir a una aventura golpista auspiciada por los seguidores del ex capitán para endurecer las acciones contra los opositores o cualquier grupo que cuestione las políticas del gobierno.

En ese contexto de irracionalidad persecutoria, la persona del ex juez simboliza una imagen de semblante ponderado y dialogante, todavía investido de honores y legitimado por su papel emblemático como la persona que combatió la corrupción endémica de Brasil, como quien renunció a su sosegada vida familiar para emprender una cruzada contra el crimen y la delincuencia. Esta es la narrativa que en este momento construyen los medios de prensa y los sectores que apoyan una opción de centroderecha para salir del atolladero en que se encuentra el país, sin perder el control sobre las instituciones y sobre las reformas económicas en curso. En tal sentido, Sergio Moro se perfila como aquel líder que le podría dar una continuidad al proyecto neoliberal, el que se encuentra comprometido con la profundización de la crisis y con el programa intervencionista elaborado entre cuatro paredes por la Casa Civil.

Entonces, partiendo de este escenario surgen algunas interrogantes: ¿Cómo posibilitar que las fuerzas de centroderecha recuperen su protagonismo y cuál es el papel que puede desempeñar Moro en ese entramado? ¿Cuáles son los plazos necesarios para lograr este cometido? ¿Qué puede suceder con los otros líderes de la centroderecha, como el presidente de la Cámara de Diputados, Rodrigo Maia o el gobernador de Sao Paulo, Joao Doria? En efecto, ambos se insinúan como posibles candidatos para asumir el desafío de restaurar el proyecto de este sector político.

¿Y los plazos? De acuerdo a la Constitución, si prospera una destitución antes de que el presidente concluya su segundo año de gestión, se debe convocar a nuevas elecciones. En ese caso, el candidato de la centroderecha puede ser perfectamente Sergio Moro. Sin embargo, faltan poco más de 8 meses para que ello ocurra, por lo tanto, el proceso de impeachment tiene que ser abierto inmediatamente y su tramitación tiene que ser ejecutiva. Este escenario resulta incierto, debido a que actualmente no están dadas las condiciones para terminar de manera rápida y expedita con el mandato de Bolsonaro. Según los últimos balances, no existiría en la Cámara de Diputados la correlación de fuerzas suficiente para obtener los votos que permitan encausar y acelerar la destitución del presidente. De aprobarse el impedimento de Bolsonaro solo después de su segundo año de mandato, quien debe asumir es su vicepresidente, General Hamilton Mourao, que no personifica –hasta ahora- los intereses ni de los grupos económicos liberales ni de la centroderecha política e ideológica que dice representar dichos intereses.

Mientras tanto, los infectados por el Covid-19 aumentan exponencialmente y las víctimas fatales ya superan los 4 mil casos. En medio del debate sobre la transición política y el desprecio de las autoridades por la vida de las personas -que insisten en priorizar el impacto económico del Coronavirus- Brasil continúa desangrándose internamente.

domingo, 26 de abril de 2020

Sociología: (Sobre)viviendo juntos al coronavirus

Antonio Leal
El Pensador

El Sociólogo Alan Touraine decía al Diario El País de España hace unos días: ”Lo que vemos es un virus microbiológico desconocido de un lado y, del otro, personas y grupos sin ideas, sin dirección, sin programa, sin estrategia, sin lenguaje. Es el silencio, el vacío, la reducción a la nada. No hablamos, no debemos movernos, ni comprender. Esto es el no-sentido y, si dura en el tiempo, temo que mucha gente se volverá loca por la ausencia de sentido”.

En medio de la incertidumbre, la sociología puede, sin embargo, indicarnos, en momentos en que solo cuarentenas y aislamientos sociales pueden contener la pandemia, como (sobre)vivir juntos y ayudar a visibilizar algunos aspectos de la vida social que a veces pasan inadvertidos pero que el coronavirus está haciendo dolorosamente patentes.

Nos puede indicar qué es lo que nos une y qué lo que nos separa y los efectos sociales que produce en el cuerpo social y en las interrelaciones humanas la multiplicación de las líneas divisorias entre “nosotros” y “los otros”, entre sanos y enfermos, entre quienes están bien y quienes tienen “patologías previas” o pertenecen a “grupos de riesgo”, entre quienes tienen recursos y apoyos y quienes no los tienen, entre “los de aquí” y “los de fuera”. Al fin de cuentas, como decía Aristóteles, somos “animales políticos”, seres destinados a la sociabilidad, por compleja que ella sea, y agrego, al menos en el deseo, a la afectividad.

El coronavirus demuestra ser un “hecho social total”, como lo llamaría el sociólogo y antropólogo francés Marcel Mauss para referirse a aquellos fenómenos que ponen en juego la totalidad de las dimensiones de lo social.

Transforma en algo extremo la idea de Ulrich Beck de la “sociedad de riesgo” porque, sin tratamiento y sin vacuna, hoy -sobretodo en los grupos de mayor riesgo- el temor es la muerte y más dramáticamente el obligado rol, antes reservado solo a Dios, que deben asumir los médicos cuando, disponiendo de respiradores mecánicos reducidos, deben resolver a quién salvar y a quién dejar morir.

Pero, a la vez, el estar confinados todos al mismo tiempo, lo indiscriminado del virus, que puede afectar a personas de diversos estratos casi por igual, el saber que todos podemos estar infectados, supone un factor de cohesión de una sociedad crecientemente individualizada, crea una dimensión nueva de comunidad aunque ella desaparezca superada la pandemia.

El concepto de “sociedad del riesgo” de Beck, permite mostrar lo ambivalente de nuestras sociedades tecnocientíficas, donde la innovación tecnológica es a la vez fuente de amenazas y herramienta para su solución, como a la vez, los sistemas estadísticos, cálculos, datos, lo que llamamos los instrumentos de la modernidad reflexiva, son esenciales para adquirir conciencia de la magnitud de la pandemia, pero también suscitando dilemas éticos y políticos.

El coronavirus moviliza otras numerosas cuestiones sociológicas, desde las transformaciones digitales del tejido productivo, de la educación, de la salud, de las comunicaciones interpersonales, o el estudio de la sociología de la tecnología , del usos de drones y nuevas técnicas diagnósticas como el control de temperatura, pero también nuevas formas de control y vigilancia de la población, hasta, por cierto el papel de los imaginarios culturales.

La Sociología, y específicamente la Psicología Social, ha trabajado mucho sobre los procesos de difusión de las ideas y sirve hoy, en la era de internet, para instalar en la población la idea del contagio, las formas de expansión del virus y a transformar en algo comprensible, normal, algo que altera nuestra sociabilidad connatural, nuestra forma de ser social, como el encierro y el aislamiento social.

Comunica globalmente en una pandemia en la cual el mundo está inexorablemente interconectado, y rompe el anterior monopolio de la información por parte del Estado lo cual, sin duda, obliga a las autoridades a informar con mayor transparencia y a crear mecanismos participativos de los actores más directamente involucrados.

Reducir el sentimiento de pánico que lleva a gestos desesperados, al hiperconsumismo, que todas las sociedades golpeadas por el coronavirus han vivido en las primeras semanas de la expansión de la infección, y comprender la importancia del otro para salvarnos , para salir de la pandemia , es parte de la tarea que emprende la sociología de las comunicaciones y la sicología social, que entrega herramientas para evitar que el estado de ánimo de la población se contamine con un pesimismo antropológico paralizante y destructivo que podría, en sus efectos, ser aún más grave que la pandemia misma.

La capacidad de intercomunicación autónoma de la sociedad, proporcionada por las redes sociales donde todos somos receptores y trasmisores a la vez, se transforma en una reserva de la democracia en medio de la restricción de las libertades que experimentamos como parte de las medidas para contener la pandemia.

La sociología se ocupa también de la manera en que cambian nuestras relaciones sociales cuando perdemos las rutinas que conforman nuestras vidas, cuando el virus y sus efectos modifica las categorías de tiempo y espacio alterando lo impuesto por la acelerada vida “normal” de la sociedad tecnodigital donde tiempo y espacio parecían haber escapado absolutamente de nuestro control o, simplemente, en muchas esferas de la vida, habían desaparecido.

Edgar Morin, nos recuerda la diferencia entre el tiempo vivido (el interior) y el tiempo cronometrado (el exterior) y plantea que en medio de la pausa que nos impone el corona virus hay que reconquistar el tiempo interior lo cual se constituye en un desafío político, pero también ético y existencial.

Las probabilidades de superar el virus no son las mismas para unos y otros y mientras más se extienda el contagio afectará a sectores de la población más desvalidos que no estuvieron en el origen de la pandemia, como también vemos que las medidas sanitarias puestas en práctica no son iguales en todos los casos. Incluso teniendo todos la posibilidad de contraer la enfermedad, muchos hacen un cálculo de riesgos ciertamente egoísta, considerando que sus vidas no corren peligro, pero poniendo en peligro con ello a otra población mucho más vulnerable ante el coronavirus.

Lo peor se representa en la idea mercantil de desprecio por la vida de los otros, expresada en Chile por el empresario José Manuel Silva de Larraín Vial: “No podemos seguir parando la economía, debemos tomar riesgos, y eso significa que va a morir gente”. Esto se reproduce a nivel internacional en la visión de Trump, Bolsonaro y de otros gobernantes que desprecian las razones sanitarias y para los cuales solo vale el funcionamiento de la economía y de los negocios. Es la distopía, aquella visión de una sociedad perfectamente imperfecta donde una elite, después de la pandemia, recupera todo su poder y sigue viviendo feliz frente a la desgracia de la mayoría. Son los que piensan que la gente se olvidará del coronavirus, los daños económicos acabarán asumidos por las clases bajas y medias, la ciencia volverá a no importarle a nadie y la desigualdad intolerable seguirá medrando en unos sistemas económicos que ya estaban al límite de la maldad psicopática.

Edgar Morín dice respecto de este grave fenómeno de insolidaridad humana y de brutal darwinismo social “un ejemplo claro de cómo la razón económica es más importante y más fuerte que la humanitaria: la ganancia vale mucho más que las ingentes pérdidas de seres humanos que la epidemia puede infligir. Al fin y al cabo, el sacrificio de los más frágiles (de las personas ancianas y de los enfermos) es funcional a una lógica de la selección natural. Como ocurre en el mundo del mercado, el que no aguanta la competencia es destinado a sucumbir”.

Es difícil vaticinar, después de la pandemia, si habrá una “primavera del amor” o un redescubrimiento de lo mucho que nos gusta estar juntos. Pero hay que tener siempre presente que el pasado nunca se queda donde lo dejaste y entender que una crisis sanitaria puede provocar una crisis económica que, a su vez, produce una crisis social y, por último, existencial. Por tanto, hay que derrotar sanitaria, científica y sicológicamente el coronavirus, pero preparar una salida donde el Estado y lo público recupere protagonismo en lo estratégico de la vida de la población y lo social se transforme en el centro de la preocupación de la política.

terça-feira, 21 de abril de 2020

¿Brasil se encuentra bajo amenaza de un bonapartismo tropical?

Fernando de la Cuadra
Rebelión

En su genial análisis del autogolpe acometido por Luis Bonaparte el 2 de diciembre de 1851, Karl Marx acuñó el concepto de Bonapartismo para designar la imposición de un poder personal legitimado popularmente por la hegemonía de una elite burocrática-militar y la voluntad de preservar la independencia del Estado respecto a la sociedad. Es una salida en donde las fuerzas antiliberales se atrincheran en el aparado del Estado y en que la clase burguesa está dispuesta a abdicar al ejercicio del poder a cambio de la preservación de sus intereses económicos y de sus privilegios.

Para el pensador alemán, la burguesía entendía que el conjunto de aquello que se conocía como las libertades y los órganos del progreso civil, atacaban y minaban su dominación de clase en la base social y, paralelamente, también en la cúspide política. De esta manera, continua Marx, “los burgueses particulares solo pueden continuar explotando a las otras clases y gozar tranquilamente de la propiedad, de la familia, la religión y el orden, bajo la condición de que su clase sea condenada, junto con las otras, a la misma nulidad política”.

En su delirio psicopático, Bolsonaro, se siente interprete de los anhelos y demandas del pueblo brasileño y no de aquellos grupos que solo buscan aumentar sus prerrogativas y beneficios –léase Congreso y Supremo Tribunal Federal – en desmedro de la pobreza del resto de la ciudadanía. A un pequeño número de fanáticos congregados frente al Cuartel General del Ejército en Brasilia - y que levantaban carteles solicitando la intervención militar- el ex capitán los envalentonaba diciéndoles: “Yo estoy aquí porque creo en ustedes y ustedes están aquí porque creen en Brasil (…) Acabó la época de la canallada, ahora es el pueblo en el poder. Todos tienen que entender que están sometidos a la voluntad del pueblo brasileño”.

A la luz de dicha proclama, este parece ser un escenario favorable para que las Fuerzas Armadas decidan neutralizar a aquellas instituciones que obstaculizan las acciones del Ejecutivo en una época de pandemia. Es decir, para una salida al estilo bonapartista, guardando por cierto todas las diferencias históricas y de contexto con el caso francés de mediados del siglo XIX. Aunque si se postula dicho escenario, nos enfrentamos también a serias interrogantes. Por una parte, si el actual mandatario quiere asumir más poderes de los conferidos por la Carta Magna, ¿Qué pueden ganar las Fuerzas Armadas rasgando la propia Constitución que dicen defender? En otras palabras: ¿Estarán los militares dispuestos a asumir el riesgo de una asonada golpista que después les pase la cuenta, en el marco de un ciclo en el que se auguran las peores proyecciones económicas y sanitarias para los tiempos venideros? Además, si los militares ya tienen una representación significativa en el gabinete y en el gobierno, cual es el sentido de iniciar una nueva empresa que les otorgue más atribuciones de las que ya les ha entregado Bolsonaro. Para que salir de su zona de confort, de estabilidad y de prebendas salariales, si ellas ya están aseguradas y sacramentadas en la política fiscal y presupuestaria de la Nación. Para que arriesgar sus negocios con empresas y corporaciones de Estados Unidos, si en medio de la pandemia todo ha pasado desapercibido.

¿Es un momento propicio para el autogolpe? Todo indica que no es el mejor momento. Si bien es cierto Bolsonaro todavía posee una base de apoyo de aproximadamente un 30 por ciento de la población, su conducta beligerante con los otros poderes del Estado lo ha conducido a un aislamiento y a una innegable reducción de su campo de acción e influencia política. Tampoco cuenta el presidente con la complicidad de la gran mayoría de los gobernadores y alcaldes, los cuales han firmado una carta de repudio a su reciente actitud de insuflar una intervención militar. Entonces, siguiendo con su campaña de agregar día a día nuevos desafectos y con una oposición cada vez más numerosa y activa, el capitán de reserva tampoco parece tener muchas posibilidades de lograr el apoyo de las cúpulas militares para sumarlos a su aventura golpista.

Por el contrario, puede suceder que la oficialidad siga esperando el progresivo desgaste del gobierno para asestar un golpe blando, un movimiento de palacio que implique desplazar a Bolsonaro de sus funciones y poner en su lugar a una “Junta de Restauración Nacional”. Pero aquí surge otra interrogante, ¿Existe actualmente la correlación de fuerzas favorables a una embestida de este tipo contra las instituciones de la República, inclusive considerando que la plataforma de sustentación del ex capitán se ha venido descomponiendo a un ritmo acelerado en los últimos dos meses?

Por el lado de las instituciones cuestionadas (Congreso y STF), los tiempos tampoco parecen favorables para iniciar un proceso de impeachment contra el gobernante. Pensar ahora en una acción de este tipo es inviable en medio de la pandemia. Un proceso de destitución -con toda la carga de dramatismo que representa- solo podrá ser realizado después de tener un balance ponderado de los estragos causados por el Covid19, es decir, cuando se pueda hacer una contabilidad del número de infectados y fallecidos por causa del Coronavirus y se puedan establecer las responsabilidades derivadas del papel desempeñado por Bolsonaro y sus ministros en medio a esta crisis sanitaria.

En resumen, entre todas las especulaciones que permite el momento político brasileño, nos inclinamos a pensar que el ex capitán seguirá navegando en aguas turbulentas, con los contrapesos institucionales y con una adhesión a su gestión en franco declive. Al final –de no ocurrir algún hecho grave o desequilibrador- Bolsonaro puede aprovecharse de un fortuito empate de las fuerzas en pugna (con el apoyo de sus colegas de armas) y de la falta de alternativas, para conseguir mantenerse en el gobierno hasta el final de su mandato. En todo caso, sus posibilidades de ser electo para un nuevo periodo presidencial se encuentran desde ya bastante comprometidas.

sexta-feira, 17 de abril de 2020

Un psicópata genocida de presidente

Fernando de la Cuadra
Socialismo y Democracia

En su estudio clásico Las reglas del método sociológico, publicado en 1895, el sociólogo francés Emile Durkheim desliza una importante recomendación a los gobernantes preocupados con las condiciones de vida de sus conciudadanos y por mantener a sus sociedades integradas, que las alejen de los males que puedan acechar y comprometer de esta forma la supervivencia del cuerpo social. En efecto, al final del tercer capítulo denominado “Reglas relativas a la distinción entre lo normal y lo patológico” se puede leer:

  • “El deber del hombre de Estado ya no es empujar violentamente a las sociedades hacia un ideal que se le aparece como algo seductor, sino que su misión es la del médico: previene la aparición de las enfermedades apoyándose en una buena higiene y, cuando se declaran, trata de curarlas”.


La marca de ponderación y comedimiento proferida por el pensador francés era un sello propio de su pensamiento considerado conservador por sus detractores, aunque posteriormente Anthony Giddens lo calificó como siendo representante de un cierto “republicanismo liberal”. Sin embargo, Durkheim, estaba sinceramente preocupado por los problemas que aquejaban a su país, que vivía -como el resto de Europa – un periodo de profundas transformaciones y desajustes sociales que colocaban en riesgo la vida y el bienestar de las personas. Estamos hablando de una época que anticipa la crisis del liberalismo y la democracia, que como bien sabemos, después entrará en una espiral de autodestrucción, guerra y regímenes totalitarios.

Pero volviendo a la recomendación realizada por Durkheim, podemos apreciar claramente que un presidente como Bolsonaro más que un médico se ha transformado en un verdugo genocida de su propio pueblo. La reciente destitución de su Ministro de Salud, Luiz Henrique Mandetta – que ya era esperada- solo viene a confirmar que el gobernante no está ni un poco interesado en el destino de los brasileños, en momentos en que el Covid-19 se encuentra en franca expansión, sumando a los miles de infectados -más de 300 mil según cálculos de especialistas-, las decenas de víctimas que ya suman más de dos mil decesos y que seguirán llenando las estadísticas de ese país.

En todo caso, hay que resaltar que Mandetta no es el héroe incomprendido que cierta prensa intenta construir. No era un Ministro que estaba dispuesto a sacrificarse por la salud de la población, ni personificaba las virtudes del juramento Hipocrático de la categoría. En primer lugar, porque quienes han estado dispuestos a ser parte de un gabinete dirigido por un presidente que hace apología de la tortura y la desaparición de los opositores políticos, comparte por aproximación un determinado ethos que no respeta los Derechos Humanos ni la dignidad de las personas. Además, el ex Ministro nunca fue partidario del Sistema Único de Salud (SUS), que permite – a pesar de sus insuficiencias – resolver las carencias sanitarias de la mayoría de la población que no tiene recursos para acceder a un Plan Privado de Salud.

Además, Mandetta aceptó el cargo desde una postura oportunista pensando en proyectarse como una figura política de carácter nacional. Cercano a Ronaldo Caiado (Gobernador de Mato Grosso) entró en conflicto con el presidente a partir del propio distanciamiento de Caiado de la base aliada. La popularidad de ex Ministro se debió básicamente por seguir las recomendaciones de la Organización Mundial de la Salud (OMS) que en estos tiempos de oscurantismo gubernamental le había otorgado un aura de iluminado. Al final Mandetta sale del ministerio como un defensor de la razón, la medicina y la ciencia.

Con la destitución de Mandetta, el gobierno pierde igual un gestor que hacia esfuerzos por atenuar el impacto de la diseminación del Coronavirus y que intentaba articular con el Congreso, gobernadores y alcaldes algunas fórmulas para evitar el colapso de los sistemas sanitarios y centros hospitalarios de Estados y municipios del país.

Por otro lado, queda cada vez más patente el carácter psicopático de Bolsonaro, en la medida que posee una enfermedad moral que le lleva a tomar decisiones graves, de una enorme irresponsabilidad por la cual no siente ningún tipo de remordimiento. En otra columna reciente (¿Hasta cuándo Brasil podrá soportar a Bolsonaro?) hemos señalado que Bolsonaro construye una realidad paralela que desestima todas las informaciones y datos duros producidos por organizaciones internacionales, como la OMS, por centros de investigación y por especialistas en la materia.

Por ejemplo, se ha empeñado en insistir que la solución para el Covid-19 es un medicamento llamado Cloroquina, lo cual ha sido desmentido por muchos farmacéuticos, médicos e investigadores, tras evidencia de que este remedio puede causar graves secuelas en caso de personas con cardiopatías, problemas renales o hepáticos. Despreciando el “principio de precaución” propio del quehacer científico, el ex capitán se ha transformado en el principal propagandista del uso de este fármaco que hasta el momento se ha utilizado casi exclusivamente para el tratamiento y la prevención de la malaria.

Quizás el título de esta nota pueda parecer un tanto sensacionalista, pero lo cierto es que muchos psicólogos, psicoanalistas y psiquiatras han diagnosticado que el actual presidente de Brasil no es simplemente un loco o un alucinado, sino algo mucho más peligroso: un psicópata que no posee ninguna capacidad de sentir empatía por los otros, frio, calculista, completamente auto-centrado y que solo responde a sus deseos y pulsiones. La psicopatía es característica de los asesinos en serie que se muestran indiferentes al sufrimiento de sus congéneres. El comportamiento de Bolsonaro frente a la pandemia que asola a su país parece el de un genocida que disfruta con la desgracia del resto, declarando de manera impúdica como si fuera algo normal que inevitablemente “algunos van a tener que morir”.

A juzgar por la tendencia que los contagios están adquiriendo en Brasil, esos “algunos” podrán transformarse en miles en las próximas semanas. El dilema que ahora enfrentan las instituciones de ese país – léase Congreso y Supremo Tribunal Federal- es si inician un proceso de destitución del mandatario en plena crisis pandémica o esperan hasta que la cantidad de muertos acumulados se transforme en una situación insustentable y decidan finalmente despojar del poder a este ser desquiciado y peligroso para la salud de la nación.

quinta-feira, 16 de abril de 2020

José Carlos Mariátegui, siempre presente

Fernando de la Cuadra
Socialismo y Democracia

Este 16 de abril se cumplen 90 años desde la partida física del gran intelectual y pensador peruano José Carlos Mariátegui, quien falleció a la temprana edad de 35 años. Es efectivamente una partida física pues el legado del querido Amauta permanece imperecedero y cada vez más actual a pesar del tiempo transcurrido desde su muerte. Parafraseando a Italo Calvino podríamos decir que Mariátegui es un clásico porque es un pensador que no terminó de decir todo aquello que tenía que decir.

Considerado por Antonio Melis como el primer marxista de América Latina, el insigne peruano llegó a producir una vasta obra que incluye varios ensayos y decenas de artículos que posteriormente fueron recopilados por su esposa e hijos en una colección de 20 libros de bolsillo bajo el sello de la Empresa Editora Amauta. En esta edición de sus obras completas realizada en un formado popular para que fuera accesible a todo público, se pueden encontrar los dos libros que Mariátegui publicara en vida (La escena contemporánea en 1925 y Siete ensayos de interpretación de la realidad peruana en 1928), así como una extensa colección de escritos publicados con posterioridad a su defunción, como Defensa del marxismo (1934); El alma matinal y otras estaciones del hombre de hoy (1950) y La novela y la vida (1955), entre otros.

Mariátegui fue capaz de construir un pensamiento original, con una particular lectura de las teorías marxistas en dialogo con otros pensadores que no formaban parte del canon ortodoxo, tales como George Sorel, Henri Bergson, Benedetto Croce, Antonio Labriola, Friedrich Nietzsche o Miguel de Unamuno, de quien el peruano rescató su concepción del agonismo.

De George Sorel, Mariátegui extrae una visión mítica de la gesta revolucionaria y una perspectiva pionera e inédita sobre los cimientos de la conciencia social, no solo en el contexto latinoamericano, sino que también a escala mundial. Para Mariátegui el Mito es el auténtico principio movilizador, es un ideal del absoluto, de una certeza en medio al relativismo de la verdad, en la que “una verdad solo puede ser válida para una época”. Esta concepción, que le otorga preponderancia al mito como sustento de las convicciones y de la praxis revolucionaria, queda claramente expresada en sus reflexiones de manifiesta influencia soreliana, como aquella expuesta en su columna “El hombre y el mito” publicada originalmente en la Revista Mundial de Lima, el 16 de enero de 1925.

  • Lo que más neta y claramente diferencia en esta época a la burguesía y al proletariado es el mito. La burguesía no tiene ya mito alguno. Se ha vuelto incrédula, escéptica, nihilista. El mito liberal renacentista ha envejecido demasiado. El proletariado tiene un mito: la revolución social. Hacia ese mito se mueve con una fe vehemente y activa. La burguesía niega; el proletariado afirma. La inteligencia burguesa se entretiene en una crítica racionalista del método, de la teoría, de la técnica de los revolucionarios. ¡Qué incomprensión! La fuerza de los revolucionarios no está en su ciencia; está en su fe, en su pasión, en su voluntad. Es una fuerza religiosa, mística, espiritual. Es la fuerza del mito. (...) Hace algún tiempo que se constata el carácter religioso, místico, metafísico del socialismo.


A esta perspectiva mística, si se quiere religiosa de la revolución, Mariátegui le adiciona su preocupación por otro componente de las clases explotadas, a saber, el indígena peruano y por extensión, de los pueblos originarios de América Latina. Inspirado por su estadía en Europa, por sus lecturas e intercambios con la intelectualidad del viejo continente, el Amauta regresa a su patria con el firme propósito de emprender la “tarea americana”, es decir, traducir para nuestro continente aquellos aspectos que había absorbido en su residencia de casi cuatro años en Europa, la mayor parte en Italia. Pero su propuesta, aunque inspirada por los debates y experiencias acumuladas en ese continente, no quiere ser simplemente “ni calco ni copia” mecánica de aquello que había aprendido en ese periodo donde -como manifiesta en una carta a Samuel Glugsberg- “despose a una mujer y algunas ideas”.

Para Mariátegui, emprender “La tarea americana” significaba pensar la región a partir de las categorías que había adquirido de su formación marxista en Europa, pero poniendo el acento en las peculiaridades y características de nuestra América. De esa estadía en Europa el Amauta escribirá posteriormente en diciembre de 1929:

  • Sólo me sentí americano en Europa. Por los caminos de Europa, encontré el país de la América que dejara y en el cual viví casi como un extraño y ausente. Europa me reveló hasta qué punto yo pertenecía a un mundo primitivo y caótico; y al mismo tiempo me impuso, me esclareció el deber de una tarea americana. Pero de esto, algún tiempo después de mi regreso, yo tenía una conciencia clara, una noción nítida. Sabía que Europa me había restituido, cuando parecía haberme conquistado plenamente, al Perú y a América.


Así, el marxismo de Mariátegui no implica un trasvasije automático de la batería conceptual del marxismo, ni de la condición del proletariado como sujeto revolucionario por excelencia. Sin desconocer el papel fundamental a ser desempeñado por la clase operaria, para el Amauta el campesinado indígena andino poseía un significativo repertorio cultural que lo situaba como un actor central para avanzar hacia la revolución social de la mano de las tradiciones comunitarias de los incas (comunismo incaico), pero no para regresar a un pasado bucólico, sino para articular dialécticamente los aspectos de una modernidad incompleta como la peruana a aquellos de un modelo diferente de modernidad que instalase un tipo de racionalidad alternativa anclada en los valores y prácticas de las comunidades andinas, tales como la cooperación, la reciprocidad, la solidaridad, la fraternidad, el bien común y el respeto por la naturaleza y por nuestros semejantes.

El socialismo de Mariátegui extiende sus raíces hacia aquello que nos es propio y único, hacia nuestro sustrato indígena que se encuentra arraigado en la cosmovisión y en las formas de habitar el mundo de cientos de poblaciones y aldeas de nuestra América. En ese sentido, la figura del Amauta se proyecta como la de un autor original, creador de una poderosa e innovadora obra que es profunda y autentica, porque rescata elementos de la identidad indígena de su tierra y de la región altiplánica, incluyendo a los pueblos nativos dentro de una estrategia de construcción de un socialismo con un sello particular, un sello indoamericano.

Por ello y por muchos otros motivos, debemos celebrar y conmemorar la vida, las ideas y las luchas que emprendió este importante pensador revolucionario peruano –y americano- que continua extraordinariamente vigente para seguir deliberando los caminos hacia la transformación social y para fortalecer la idea de que otro mundo es posible.

segunda-feira, 13 de abril de 2020

Brasil y el retorno del Estado hobbesiano

Fernando de la Cuadra
Rebelión

Hace casi 370 años que el filósofo inglés Thomas Hobbes publicaba su obra prima titulada Leviatán, en la cual plantea que los hombres no tienen ningún placer en compartir o estar en compañía con otros hombres. Por lo mismo, la tendencia natural o de un “estado de naturaleza” de la humanidad es que, de no existir cualquier poder capaz de mantener a la gente unida, la conducta habitual de las personas sería la de evitar en lo posible la convivencia social.

El presupuesto teórico extraído de la obra prima de Hobbes es que las personas viven en un miedo invariable de ser usurpadas o agredidas por otras personas debido a que, si somos todos hijos de Dios y, consiguientemente, iguales en imagen y semejanza al Padre Divino, no deberían existir en la tierra las desigualdades que se observan en ese estado de naturaleza. Por lo tanto, nada más esperable que los desposeídos intenten apropiarse de aquello que injustamente no poseen y que pertenece a otros hombres que -según el designio bíblico- detentan el privilegio de tener alguna o muchas propiedades. Dicho estado de naturaleza, es en definitiva la antesala de una lucha encarnizada entre propietarios y despojados sobre las que se funda una sociedad expuesta al inevitable peligro de una guerra inminente. Es lo que se conoce como la famosa sentencia de que “El hombre es el lobo del hombre”.

Para Hobbes, existiría entre los seres humanos tres motivos que conducen a la permanente discordia entre unos y otros, a saber: la competición, la desconfianza y la gloria. Ese espíritu de declarada “guerra de todos contra todos” que existe en aquel estado de naturaleza solo fue posible de ser neutralizado o anulado a través de una fuerza superior capaz de controlar las desavenencias existentes en el seno de las comunidades. Los individuos entonces están dispuestos a abdicar o renunciar a su soberanía en pro de una entidad que les permita contener aquellos deseos y pulsiones más íntimas que los incitan “naturalmente” a imaginar un escenario de conflictos de unos contra los otros.

Dicho órgano, que tiene el poder de evitar las injurias entre las personas y, por lo tanto, de garantizar que la sociedad pueda desarrollarse en paz y seguridad, es el Estado, aquello que Hobbes asemejaba a un abominable ser bíblico de poder descomunal, el monstruo Leviatán. Para él, no basta el fundamento jurídico para mantener la paz, es necesario de un ente dotado de armas para forzar a los hombres a respetarse mutuamente. Es un aparato que surge como pre-requisito para la existencia de la propia sociedad, es decir, la sociedad nace a partir del surgimiento de esta modalidad de Estado.

Posteriormente, el precepto del Estado hobbesiano ha sido utilizado para justificar la existencia de regímenes autoritarios, suponiendo que es la fórmula válida y necesaria de ejercer el poder para mantener a los hombres trabajando en una paz regulada. Las dictaduras cívico-militares utilizaron este argumento junto a otro de origen organicista (extirpar el tumor cancerígeno que destruye el cuerpo social) para imponer sus sistemas de despotismo y represión.

La crisis global provocada por el nuevo Coronavirus ha aumentado sin duda los niveles de miedo y pavor de gran parte de la humanidad. En ese cuadro, una posible salida ha sido la emergencia de actitudes fascistas entre la población, como la de denunciar e impedir el retorno de profesionales médicos a sus casas, villas o condominios por el miedo de que puedan transmitir el virus a sus vecinos. Es una verdadera “caza de brujas” que se ha iniciado en diversos lugares del planeta. Es el gen autoritario e intolerante que llevamos dentro que ha aflorado como un peligroso virus para contaminar la convivencia entre las personas. En algunos países con gobiernos autoritarios estos cánones de odio y ausencia de empatía se han expandido con enorme facilidad entre los habitantes como un fenómeno de política pública.

El modelo fascista que ha venido impulsando Bolsonaro a la nación brasileña ha significado intensificar este patrón de comportamiento que se expresa en más odio, más violencia, más discriminación y más prejuicio. Su recurrente conducta de despreciar las indicaciones de la Organización Mundial de la Salud y de los especialistas en epidemias, viene dividiendo cada vez más a la sociedad brasileña, entre aquellos fanáticos que promueven el retorno a las calles y a la actividad laboral como si todo estuviera normal y aquellos que continúan respetando las recomendaciones de mantenerse en aislamiento en sus residencias, evitando hasta donde sea posible los contactos interpersonales.

Por el contrario, el capitán de reserva se ha dedicado a pasear por las arterias de la capital, alentando a que la población haga lo mismo y creando un abismo insuperable entre sus seguidores y el resto de los ciudadanos que desean mantener el confinamiento y el distanciamiento social. Bolsonaro acrecienta con su conducta irresponsable y beligerante, las fracturas de un país que ha tenido que soportar una crisis sistémica durante los últimos años. Pero no solo eso, él también comanda un camino sin regreso hacia la diseminación del covid-19 por todo ese enorme territorio con consecuencias trágicas en términos de vidas perdidas y de personas infectadas. Como ya han alertado algunos analistas, todo lleva a suponer que el presidente quiere emprender una cruzada hacia un suicidio colectivo, tal como lo hiciera en el año 1978 el reverendo Jim Jones en Guyana.

Fanatismo religioso y autoritarismo en el marco de una sociedad tutelada se configuran como claves explicativas para intentar comprender la adhesión que aun concita Bolsonaro en casi un tercio del electorado brasileño. Todo ello en el contexto del papel cada vez más protagónico que han asumido los militares dentro de la actual administración, quienes tienen más injerencia en este gobierno de aquella que poseían durante el periodo de la dictadura cívico-militar inaugurada en 1964. En efecto, hasta ahora las fuerzas armadas están al acecho y representan una constante amenaza al quiebre institucional si la situación del país conduce a lo que ellas definan como caótica y/o ingobernable. Es decir, si la sociedad se encuentra dividida en un clivaje que resulta abismal, y si se produce un escenario de confrontación intestina, nada mejor que una intervención militar para socorrerla y “recolocarla” sobre sus ejes.

Tal parece que Brasil y una parte de sus ciudadanos todavía no ha tomado plena conciencia sobre los riesgos que representa la inauguración de un ciclo en que los militares asuman el control de la nación. El escenario de miedo e intranquilidad que se ha difundido entre los habitantes bien puede desencadenar un golpe de Estado que imponga definitivamente una tiranía en el país. Ello sin duda constituye un peligroso precedente a ser seguido por otros países de la región, los cuales por medio de un “efecto demostración” vislumbren en un tipo de régimen hobbesiano la salida para superar la situación de crisis y temor que peligrosamente se ha venido apoderando de las personas y las instituciones.

domingo, 12 de abril de 2020

La pandemia expone las fracturas en la sociedad francesa

Marc Bassets
El País

En plena tregua política y con la calle en calma, la crisis lleva a la primera línea a la Francia precaria cuyas reivindicaciones agitaron a los ‘chalecos amarillos’

Las crisis raramente cambian a los países, pero suelen revelar sus disfunciones y sus fortalezas: sus corrientes más profundas, que salen a flote. En Francia, la pelea partidista ha quedado amortiguada por los llamamientos a la “unión sagrada” —fórmula empleada por el presidente, Emmanuel Macron, y sacada de la Primera Guerra Mundial— y por la urgencia sanitaria. En cambio, el coronavirus ha expuesto, de manera más aguda quizá que en tiempos normales, una de las eternas discusiones francesas: lo que Jacques Chirac llamó en 1995 la fractura social: la división entre dos o más Francias. Entonces, sobre todo, económica, pero también geográfica y cultural. Hoy, visible en el perfil de quienes se exponen al virus, quienes impulsan al país adelante.

Desde la constatación de que quienes están en el frente contra el virus son, con frecuencia, personas con empleos precarios y poco considerados socialmente —los cajeros o los repartidores, muchos de ellos mujeres y de origen inmigrante—, hasta el mapa desigual de las poblaciones impactadas por la pandemia, detrás del momento de unidad nacional se dibuja lo que el politólogo Jérôme Fourquet llama “el archipiélago francés”.

No son exactamente las clases sociales del pasado lo que aflora ahora: hay médicos en la trinchera y parados en casa. Y en la calle reina la calma: confinamiento obliga.

Todo es más complejo. El demógrafo Hervé Le Bras ha escrutado el censo para estudiar en qué espacios viven confinados los franceses, y las conclusiones son llamativas: los profesionales mejor remunerados viven en casas con una media de 1,85 habitaciones por persona; los obreros con un 1,65. La diferencia es pequeña. Esto se explica en parte porque quienes se sitúan en lo alto de la escala profesional tienden a vivir en apartamentos en ciudades y muchos habitantes de las afueras o las ciudades de provincia tienden a residir en casas unifamiliares. Los datos, en todo caso, sugieren un efecto nivelador de las medidas de distanciamiento social, impuestas en Francia el 16 de marzo. “En el confinamiento hay más igualdad social”, dice Le Bras. “Y esto explica quizá que no hay una gran agresividad social”, añade.

La casa iguala, pero el trabajo no, o no siempre. Fourquet, en un artículo publicado en Le Figaro junto con Chloé Morir, de la Fundación Jean Jaurès, demuestra la correspondencia entre la sociología de los trabajadores precarios que siguen activos y no pueden permitirse el teletrabajo, y los chalecos amarillos, el movimiento de protesta de la Francia de las clases medias empobrecidas en las pequeñas ciudades y pueblos de provincias. “Obreros, trabajadores independientes, asalariados con pocos diplomas o ninguno estaban sobrerrepresentados tanto entre los chalecos amarillos como entre los que están hoy en el frente”, escriben Fourquet y Morin.

Los autores los describen como “los primeros de la trinchera”, una alusión a la expresión que Macron empleó en el verano de 2018 para defender a las capas sociales más innovadoras y emprendedoras de la sociedad, los que supuestamente arrastran al resto hacia la excelencia y el progreso. “Los primeros de la cordada”, dijo. Hoy muchos antiguos “primeros de la cordada” teletrabajan. Y son otros quienes sostienen los servicios mínimos para que funcione la máquina social: los sindiploma o, para usar el término del periodista estadounidense Chris Arnade, los back row kids, los que en la escuela se sentaban en los pupitres de atrás, los malos estudiantes.

El mapa del virus en Francia muestra otra diferencia no evidente a primera vista. Las regiones más afectadas son el llamado Gran Este —donde el virus se difundió durante una reunión de una iglesia evangélica en la ciudad de Mulhouse a finales de febrero— y en la región de París, la más globalizada de Francia. En el Gran Este y en París habían muerto el viernes 5.252 de las 8.598 personas fallecidas en hospitales. A este total hay que añadir los 4.599 muertos en residencias de ancianos, cifra no contabilizada hasta hace dos semanas y aún incompleta.

Segundas residencias

Las diferencias sociales aparecen en el mapa de exceso de muertes respecto al año anterior. No significa que todas las muertes en exceso sean por coronavirus, pero el dato es indicativo. En el departamento administrativo de Seine-Saint-Denis —la banlieue de París, zona de alta densidad, ingresos bajos, servicios públicos deteriorados y población de origen inmigrante— el aumento de muertes respecto a 2020 es del 61,6%, el segundo más alto del país después del Alto-Rin, el departamento de Mulhouse. Allí el aumento ha sido del 128,1%, según el Instituto Nacional de Estadísticas y Estudios Económicos (Insee).

Las desigualdades se han manifestado también en el desplazamiento de parisinos hacia las segundas residencias en el campo y la playa. Según un análisis estadístico realizado por el operador telefónico Orange, y citado por Le Monde, en torno a 1,2 millones de habitantes del área metropolitana de París la abandonaron entre el 13 y el 20 de marzo. En destinos clásicos de las clases acomodadas de la capital, como la isla de Ré, la población aumentó un 30%. Las autoridades no desalentaron este movimiento, que no parece haber tenido un impacto excesivo en los centros sanitarios de los lugares de destino. Pero, en un país como Francia, sacudido durante el invierno del 2018 y 2019 por una revuelta, la de los chalecos amarillos, que enfrentaba al campo y la ciudad, al país llamado real y a las élites cosmopolitas, el éxodo refuerza prejuicios.

La paz social se ha impuesto después de los convulsos meses de los chalecos amarillos y de las protestas contra la reforma de las pensiones. El perenne clima de queja se ha congelado. “No creo que los franceses se tomen peor lo que ahora sucede que otros países. No tengo la impresión que sean más pesimistas”, dice Le Bras, autor de Se sentir mal dans une France qui va bien (Sentirse mal en una Francia que va bien), un ensayo que contrasta la infelicidad de sus compatriotas con los datos sobre el estado del país. En un mundo confinado y ante la recesión global, el malestar francés ya no es un rasgo distintivo.

sábado, 11 de abril de 2020

Sanders: fin de una esperanza

Editorial
La Jornada

Lo más preocupante del panorama abierto con la renuncia del senador Sanders es que se refuerza la aparente imposibilidad de trascender una vida política asfixiada por los grupos de interés que controlan a ambos partidos, pero en particular al Demócrata.

El senador estadunidense Bernie Sanders anunció ayer que abandona la carrera por la nominación presidencial demócrata debido a que ya resulta imposible remontar la ventaja de su contrincante, el ex vicepresidente Joe Biden. En su mensaje, el autodefinido socialista democrático dio su respaldo a Biden de cara a la campaña que lo enfrentará al presidente Donald Trump rumbo a las elecciones del próximo noviembre, al tiempo que enfatizó el papel de su movimiento en la transformación de la conciencia política de su país y el posicionamiento de una agenda progresista.

En efecto, la desmovilización y la desarticulación ciudadanas generadas por la emergencia sanitaria de la enfermedad Covid-19 hacen virtualmente imposible que Sanders libre el cerco tendido por la cúpula del Partido Demócrata para descarrilar su candidatura por segunda ocasión: es sabido que, a diferencia de su contrincante, la fuerza del legislador por Vermont reside en el entusiasmo de millones de simpatizantes y no en un puñado de poderosos donantes corporativos.

Con la defección de Sanders, la batalla por la Casa Blanca redita el escenario desarrollado hace cuatro años, cuando Trump se impuso a la ex primera dama, exsenadora y exsecretaria de Estado Hillary Clinton. Es decir, se repite la contienda entre un proyecto neoliberal clásico, moderado en lo verbal, y con algunos gestos progresistas en aquellos temas que no tocan de manera directa a los intereses de los grandes capitales, encarnado esta vez por el ex vicepresidente; y el posneoliberalismo de extrema derecha, oscurantista, hostil a los derechos de las minorías, racista, misógino, chovinista y xenófobo que enarbola el mandatario actual.

Lo más preocupante del panorama abierto con la renuncia del senador independiente es que se refuerza la aparente imposibilidad de trascender una vida política asfixiada por los grupos de interés que controlan a ambos partidos, pero en particular al Demócrata. En este contexto, no sólo vuelven a quedar evidenciadas las falencias del bipartidismo estadunidense, sino que se corre el riesgo de que una generación de jóvenes, la que hasta ayer veía en Sanders la única salida política para la crisis estructural de las instituciones de su país, se vea orillada a la desesperanza, el desencanto o, peor, al cinismo.

En suma, la contienda presidencial de la superpotencia habrá de definirse entre dos aspirantes, Donald Trump y Joe Biden. Cualquiera que sea su resultado, sólo puede augurarse que habrá de marcar otros cuatro años malos para la mayoría de los estadunidenses y acaso peores para el resto del planeta.

segunda-feira, 6 de abril de 2020

¿Hasta cuándo Brasil podrá soportar a Bolsonaro?

Fernando de la Cuadra
El Clarín

Excepto por su entorno de funcionarios y servidores de palacio y de un sector de fanáticos incondicionales, la gran mayoría de los brasileños ya está convencido de que el ex capitán requiere el apoyo de un profesional de salud mental, debido a que sus comentarios y conductas cada vez se ubican más en una realidad paralela que niega hechos y datos indesmentibles por los organismos internacionales y por los especialistas. Específicamente, el negacionismo de Bolsonaro con relación al impacto y la dimensión que viene adquiriendo la pandemia del Covid-19 ha dejado estupefacto incluso entre sus más cercanos colaboradores, como el Ministro de Justicia, Sergio Moro, o el Ministro de Economía, Paulo Guedes.

Contrario a toda la experiencia recabada en estos meses por la Organización Mundial de la Salud, por epidemiólogos e infectologistas, por centros de investigación y laboratorios farmacéuticos, para Bolsonaro el nuevo Coronavirus no pasa de un “resfriadinho” o una “gripecinha”, tal como lo difundió para todo el país a través de un pronunciamiento en cadena nacional.

Pero no solo eso, el capitán de reserva ha acometido la increíble hazaña de indisponerse con los otros dos poderes de la República, apoyando una manifestación contra el Congreso y contra el Supremo Tribunal Federal, en el cual los convocados exigían el cierre de ambas instituciones. En su delirio por pedir que las personas no se queden confinadas en sus residencias y salgan a la calle para llevar una vida “normal” y no perjudicar a la economía, Bolsonaro también se ha indispuesto con casi la totalidad de los gobernadores y con muchísimos alcaldes por todo el país. A los primeros los atacó por querer realizar una política de “tierra arrasada” y no preocuparse de las personas que deben salir a ganarse el pan diariamente. Por cierto, ningún gobernador está dispuesto a ver como comienzan a apilarse los muertos en sus respectivos Estados y han tratado hasta ahora de mitigar los efectos de la pandemia recomendando la receta ya conocida por todos: lavarse permanentemente las manos, no tocarse el rostro, reclusión en casa, evitar aglomeraciones y mantener una distancia mínima entre las personas.

Estas son las mismas recomendaciones que ha efectuado su Ministro de Salud, Luiz Henrique Mandetta, al cual el presidente ya no lo invita a participar a las reuniones de gabinete para tratar del problema del Covid-19. Tal cual, un Bolsonaro delirante y alucinado está boicoteando la labor de su propio ministro y psicólogos, psicoanalistas y psiquiatras se preguntan en este momento que tiene en la cabeza este personaje que parece tener envidia de la enorme popularidad que ha venido obteniendo su ministro de salud entre la población, que lo percibe como una figura responsable, técnicamente capacitada y racional.

Precisamente es esta racionalidad la que el ex capitán ha dado evidentes muestras de no poseer. Siguiendo a su modelo de Estados Unidos, Bolsonaro también se ha dedicado a atacar a la prensa y ha declarado que los periodistas desean destruir su gobierno, en una clara demostración de paranoia y delirio de persecución. Tenemos un desequilibrado instalado en el Palácio do Planalto dicen connotados especialistas y ciudadanos.

En resumen, el presidente de Brasil hoy se encuentra muy aislado y apela desesperadamente a la movilización de sus huestes incondicionales (básicamente evangélicos, clase media antipetista y miembros de la familia militar) para rescatar al país de la amenaza comunista, que quiere destruir los valores y las instituciones. Son justamente estas instituciones las que se encuentran en crisis actualmente, con ministros que realizan actividades a espalda de los extravíos de su jefe y con los otros poderes del Estado en alerta antes la conducta imprevisible del hoy denominado “bobo de la corte”.

¿Cuál es el escenario futuro que se visualiza a partir de esta situación? En principio, la cúpula militar ha decidido entregarle más funciones al Ministro de la Casa Civil y vocero de gobierno, general Walter Braga Netto, el que ha sido designado en el cargo de “presidente operacional”, es decir, una obligación que tendrá entre sus principales funciones la de dirigir y centralizar toda la gestión del gobierno hasta que termine la crisis sanitaria y, consiguientemente, económica y social.

Esto puede significar que en el corto o mediano plazo Bolsonaro se vaya transformando cada vez más en una figura decorativa, que decida cada vez menos, no solo porque hasta ahora se ha tenido que enfrentar a los contrapesos institucionales (léase Congreso y Poder Judicial) sino porque en la práctica va a ser el presidente operacional quien va a asumir las decisiones más relevantes para sacar a la nación de la crisis en que se encuentra. Hasta donde Bolsonaro va a permitir esta ausencia de protagonismo y activar a su “Gabinete del Odio” y a sus bases más incondicionales para provocar un quiebre institucional es algo que no se puede prever fácilmente, pero es una posibilidad. En un contexto de perdida de mandato, Bolsonaro puede activar a sus seguidores para sembrar el caos y generar las condiciones de un autogolpe que le otorgue más poderes en un régimen transformado abiertamente en una dictadura.

Otra posibilidad, es que sea destituido a través de un proceso ejecutivo bajo la acusación de abandono de labores, entre los cuales figuraría como argumento central el poner en riesgo la vida de los habitantes de Brasil, dado que continúa insistiendo en que las personas que no representan a los grupos de alto riesgo (confinamiento vertical), dejen sus residencias y retomen la vida normal concurriendo a sus puestos de trabajo o estudio. En ese caso, debería asumir el presidente de la Cámara de Diputados, Rodrigo Maia, con el cual Bolsonaro ya se ha enfrentado en innumerables ocasiones.

El mismo Rodrigo Maia ha recibido sobre su mesa varios pedidos de impeachment contra el presidente: tres han sido protocolados por parlamentarios de manera individual: uno de Fernanda Melchionna del Partido Socialismo y Libertad (Psol); un segundo fue enviado por su ex correligionario Alexandre Frota y el tercero impetrado por Leandro Grass, del Partido Rede. El resto de las solicitudes se acumulan desde enero de 2019 y fueron presentadas por diversos ciudadanos. Otro proceso ha sido encaminado por el diputado Reginaldo Lopes (PT) al Supremo Tribunal Federal el cual lo ha remitido a la Procuradoria General de la República (PGR).

En general la mayor parte de acusaciones alegan motivos parecidos y van desde la falta de decoro del gobernante, crimen de responsabilidad por apoyar la convocación de manifestaciones públicas contra las instituciones de la República (Congreso y Supremo Tribunal Federal), por ignorar las indicaciones de aislamiento cuando todavía existía la sospecha de ser portador de Coronavirus o por fraudar las notificaciones oficiales, mentir y mantener desinformada a la población, incentivando el caos y la desesperación de los sectores más precarizados.

De acuerdo con la Constitución, la Cámara de Diputados es la responsable de admitir cada denuncia y la decisión de darle curso a todos o a algunos de estos pedidos depende de su presidente, el diputado Rodrigo Maia. Hasta ahora todos ellos se encuentran en “Baño María” y probablemente el diputado Maia no le otorgue admisibilidad dado que el país se encuentra atravesando por un momento demasiado delicado y crítico debido a la pandemia.

Por último, una salida podría ser la renuncia del gobernante, como han sugerido en una carta pública un grupo de parlamentarios, gobernadores y presidentes de partidos. Conociendo a una figura como Bolsonaro, esta renuncia es improbable y debería ser descartada, dado que es muy difícil que una persona con sus características y su estructura mental sea capaz de reconocer que se encuentra inhabilitada para dirigir los destinos de ese país.

Lo peor de este escenario es que en la actualidad no se vislumbra en Brasil un líder con capacidad de tomar las riendas y conducir a la nación hacia un gran acuerdo que le permita salir de la compleja situación en que se encuentra. En caso de una destitución o impeachment, tendría que asumir el vice presidente, general Hamilton Mourao, el cual no tiene ninguna base de apoyo, salvo entre reducidos círculos militares. ¿Cuál es hoy día la propuesta del poder económico, de los empresarios, el capital financiero y los sectores agrarios para llenar la vacante que eventualmente dejaría Bolsonaro? Todo parece indicar que se encuentran en un proceso de búsqueda desesperada para llenar el vacío que ha creado el ex capitán con su conducta beligerante e irracional. Por su parte, las fuerzas progresistas también pasan por un impasse y por tímidos intentos de reaproximación luego de su fragmentación y perplejidad después de la debacle ocurrida con el triunfo de la ultraderecha. Por todo lo dicho, el escenario se vislumbra incierto y desesperanzador con un coronavirus en todo su esplendor que amenaza con avanzar hacia las clases más pobres y vulnerables de Brasil.

sábado, 4 de abril de 2020

Michel Maffesoli: "A pandemia é o sinal de uma crise civilizatória"

Bolívar Torres
O Globo

Para sociólogo francês, crise sanitária aponta fim do individualismo e a ressurgência de valores como o voluntarismo

Há mais de uma década, o sociólogo francês Michel Maffesoli vem examinando as rachaduras escondidas no que ele chama de “estruturas da modernidade”. Em livros como “Apocalipse” e “A palavra do silêncio”, o ex-professor da extinta Universidade Paris-Descartes e atual membro do Instituto Universitário Francês afirma que vivemos em função de paradigmas arcaicos — e que em breve estarão obsoletos, como o racionalismo e o progresso. Diante do avanço do coronavírus e seus impactos no planeta, ele agora dobra a aposta: o fim da modernidade nunca teria ficado tão evidente.

Segundo Maffesoli, há vislumbres de um novo mundo que vem por aí, o da pós-modernidade. Uma cultura do sensível, focada na emoção e no instante presente, e onde predominam valores como o compartilhamento e o comunitarismo. O autor deixou Paris no início de março, e se recolheu em sua cidade natal, na região do Cevénnes, sul da França, onde tem uma casa. De lá falou ao jornal por telefone, em meio aos preparativos do seu novo livro, “La nostalgie du sacré” (A nostalgia do sagrado, em tradução livre), que deve sair por lá em abril, mas ainda não tem previsão de lançamento no Brasil. Neste mês, ele deveria participar de uma conferência em Porto Alegre, que acabou adiada por causa da pandemia. Não há nova data prevista por enquanto.

Qual o impacto do coronavírus nos valores da modernidade?

Minha teoria é que esta crise sanitária é sinal de uma crise civilizatória. Vivemos o fim de um paradigma, e isso ficou ainda mais evidente agora, com a presença da morte a nos rondar. Há cerca de 15 anos, analiso a saturação desse modelo progressista, que é o grande modelo da civilização moderna. Para mim, ele está acabando agora. A epidemia atual tem uma expressão simbólica nesse sentido.

O que esta pandemia tem de diferente em relação a outras?

No início da decadência romana, no século II, houve uma terrível peste que matou milhões de pessoas. A peste negra no século XIV é o anúncio do fim da Idade Média e o início do Renascimento. A gripe espanhola veio após a carnificina da Primeira Guerra, que marca o fim da Europa. Vejo uma correlação a ser feita: cada vez que uma época se encerra, surge misteriosamente a emergência de uma pandemia. Talvez haja algo de místico nisso tudo.

O senhor diz que vivemos uma transição. Já é possível entrever os valores desse novo mundo?

Na França, vemos celebrações e cantos coletivos nas janelas, uma alegria impactante. Essas manifestações nas janelas trazem elementos da pós-modernidade, como o estar-junto, o estar-com. Para mim, são indícios de que não queremos mais nos fechar no individualismo, ou numa organização muito racional da sociedade, que são, por sua vez, as marcas da modernidade.

O que seria esse estar-junto?

A volta do compartilhamento, da troca, do voluntarismo... Podemos encontrar várias palavras, digamos assim, espirituais. Mas ocorre que é esse sentimento que está dominando, no lugar do economicismo, do materialismo e do progressismo. Para mim, há uma volta de algo cultural e espiritual. Uma espécie de ideal comunitário, que está tomando cada vez mais força na contemporaneidade, como falei em um dos meus livros (“La France étroite”, de 2015).

Anos atrás, o senhor já identificava esse fenômeno em festivais eletrônicos, raves e outras grandes aglomerações. Vê semelhança entre o que acontece nas janelas e esse tipo de manifestação cultural?

Sim, pode haver. Mas, sejamos claros, a epidemia é real. Essa possibilidade de perigo é simplesmente a possibilidade de morrer. E, apesar da presença da morte, acho importante que haja essas manifestações lúdicas, emocionais, através dessa ressignificação das janelas.

Que novo sentido a janela está ganhando?

Simbolicamente, a janela se abre para o mundo. Estamos confinados, fechados em nossos apartamentos, e ao mesmo tempo todas essas manifestações em torno das janelas nos tornam atentos ao desejo de estarmos juntos. No século XVI, as janelas eram amplas e vastas. Pegue Versalhes, por exemplo, ou os vitrais nas igrejas. Porém, a partir do século XIX, com a arquitetura moderna, ela se reduziu e ficou estreita. Agora, por outro lado, diria que ela está novamente se abrindo para a alteridade. O individual só existe se estiver aberto ao mundo. A janela tem essa função.

Qual o papel das mudanças tecnológicas no que estamos vivendo?

Temos nesse fenômeno algo do ativismo em redes. E são as redes sociais, os fóruns virtuais, os blogs etc. que nos conectam para a alteridade. É lá que as pessoas, durante o confinamento, estão se comunicando. O que é bem paradoxal, eu diria.

Por que paradoxal?

Porque foi justamente a tecnologia moderna que desencantou o mundo. Mas a tecnologia atual o está reencantando, na medida que acentua o estar-junto. Insisto nesta palavra porque a considero muito importante.