quarta-feira, 31 de agosto de 2016

La impudicia de los enemigos de la democracia

Fernando de la Cuadra
ALAI

Por dos veces vi de cerca la muerte: cuando fui torturada por días seguidos, sometida a vejaciones que nos hacen dudar de la humanidad y del propio sentido de la vida;
Y cuando una enfermedad grave y dolorosa podría haber abreviado mi existencia.
Hoy sólo temo la muerte de la democracia…
Dilma Rousseff

Después de un largo, complejo y traumático proceso de nueve meses, finalmente fue consumado el golpe parlamentario contra la presidenta Dilma Rousseff. Ella se encuentra destituida definitivamente, pero probablemente por razones de “mala conciencia” fue rechazada la inhabilitación para ejercer cualquier cargo público por un periodo de ocho años. Los extenuantes y acalorados debates de los últimos días sólo dejan transparentar que independientemente de la razón, el ardor y la pasión con que eran pronunciados los discursos de cada senador, la decisión de los “honorables” ya estaba tomada.

Quienes eran a favor de la acusación de que la Jefa de Estado había cometido un crimen de responsabilidad contemplado en el ordenamiento jurídico, solamente reforzaron su posición de siempre, no encontrando en la defensa de la presidenta ningún argumento que les permitiera cambiar de opinión. Y aquellos que estaban en contra del proceso, reforzaron aún más la convicción de que la mandataria no cometió ningún delito, pues simplemente utilizó las herramientas administrativas que otorgaba la propia Constitución y las normativas de la política presupuestaria del país. Los decretos de recursos suplementarios y las llamadas “pedaladas” fiscales no representarían en hipótesis alguna una trasgresión susceptible de ser sancionada con la cesación en el cargo de la gobernante.

Pero esta constatación en realidad no explica nada, porque parece apuntar una obviedad que esconde precisamente el embrollo más problemático de la cuestión: la génesis del Golpe. Todos los indicios existentes permiten sostener que este golpe venía siendo urdido desde el mismo día en que Dilma Rousseff venció las elecciones de 2014. Faltaba encontrar la brecha que permitiera dar un barniz “jurídico” a la acusación constitucional. Otras tentativas habían fracasado, como por ejemplo, la pretensión de impugnar el resultado de las elecciones que daban como victoriosa a la candidata del Partido de los Trabajadores o la instauración de un proceso en el Tribunal Superior Electoral (TSE) para rechazar las cuentas de la campaña electoral de 2014.

Al final de cuentas es evidente que el juicio es político. La presidenta Dilma podrá haber cometido muchos errores durante su mandato, pero ninguno que justifique su destitución por medio de un recurso tan dudoso como este proceso impulsado y sentenciado por los parlamentarios. Son ellos quienes ciertamente serán juzgados por la historia y por la comunidad internacional, por el desprecio demostrado en la defensa de los valores y las reglas del juego democrático, que en una de sus cláusulas pétreas señala que aquellos partidos o conglomerados que son derrotados en una contienda electoral deberán esperar otra oportunidad en las próximas elecciones.

Ahora que se encuentra confirmado el alejamiento definitivo de la presidenta, el hasta ahora interino Michel Temer prepara con su equipo ministerial las medidas que aplicará hasta el final de su mandato. La mayoría de dichas medidas son orientadas por el principio de austeridad, como los cambios propuestos en el sistema previsional o los cortes que se aplicarán a las políticas sociales. La idea es “reconfigurar” hacia abajo por los menos cinco de los programas considerados emblemáticos de las administraciones petistas, tales como Bolsa Familia, Minha Casa Minha Vida, Ciencia sin Fronteras, Programa Nacional de Acceso a la Enseñanza Técnica y el Empleo (Pronatec) y la Transposición del Rio San Francisco.

Junto con ello el gobierno instalado deberá lanzar otros programas visiblemente impopulares, como la eliminación del Programa Nacional de Alfabetización, la disminución sustantiva de recursos para la educación media y universitaria (especialmente de becas para la enseñanza superior), la reducción del programas Más Médicos (fin de la contratación de médicos cubanos) o el recorte de recursos para la Reforma Agraria y las acciones de apoyo a la agricultura familiar. Lo anterior es una consecuencia inevitable del hecho de tener actualmente un presidente que no fue electo y que, por lo tanto, no propuso ninguna agenda para ser aprobada por los ciudadanos.

En este momento trágico para la historia del país en que la democracia ha sido herida de muerte, solo cabe esperar que los brasileños resistirán ante la displicencia mostrada por el congreso para proteger las conquistas y avances democráticos mantenidos con mucho esfuerzo a lo largo de las tres últimas décadas de vida republicana.

segunda-feira, 29 de agosto de 2016

La izquierda en el siglo XXI

Marc Saxer
Nueva Sociedad

En los primeros años del siglo XXI, los progresistas se encuentran ante la tarea de crear un nuevo proyecto emancipador desde las ruinas de utopías fracasadas.

Aproximadamente una década después de la crisis financiera, el capitalismo es sacudido por nuevas crisis existenciales. En vista de desafíos tales como el cambio climático o el neofascismo, el «fin de la historia» (Francis Fukuyama) parece haber sido declarado demasiado tempranamente. Por otra parte, la «sorprendente supervivencia del neoliberalismo» (Colin Crouch) sugiere que el capitalismo no fracasará por sus contradicciones internas. Las bienintencionadas biohuertas urbanas y manufacturas hipster seguramente no son una respuesta a la altura de las megacrisis globales. En los primeros años del siglo XXI, los progresistas se hallan más bien ante la tarea de crear un nuevo proyecto emancipador desde las ruinas de utopías fracasadas.

Para poder hacer un debate sobre estrategias, en primer lugar se tiene que tener claro con qué se cuenta. Este es el trabajo que encara Razmig Keucheyan en Hemisferio izquierda. Un mapa de los nuevos pensamientos críticos (editado en 2013 por Editorial Siglo XXI de España), haciendo una elegante síntesis. Sin caer en la jerga común del género, este sociólogo de la Sorbona guía hábilmente al lector por un arduo territorio teórico. Con la vista puesta claramente en la praxis política, revisa qué tiene para aportar la generación más joven de pensadores críticos a los actuales debates de la izquierda sobre estrategias.

Para un mejor ordenamiento de estos debates, Keucheyan describe en la primera parte la genealogía de la teoría crítica. Quien en Alemania habla de la «teoría crítica» suele pensar en la generación de fundadores de la Escuela de Fráncfort. Sin embargo, fuera de Alemania, este concepto se usa como un término que engloba todos los enfoques críticos del sistema en las humanidades, las ciencias sociales, las ciencias económicas y la lingüística. Keucheyan data lógicamente su origen en Karl Marx. Para la clasificación se vale de un eje espacial y un eje temporal. El centro de gravedad geográfico de los cultores de la Teoría Crítica se desplazó de Europa Central y Europa del Este a Europa Occidental, y se globalizó finalmente con un nuevo centro de gravedad en los Estados Unidos.

El desplazamiento de los contextos tiene sus consecuencias en el punto de vista: si el interés de los europeos del Este seguía estando claramente en la lucha de clases del proletariado, la mirada de los europeos occidentales se amplió a las condiciones de dominio dentro de la sociedad en su conjunto, los teóricos poscoloniales exponían la ceguera eurocéntrica para los subalternos del Sur Global, y los pensadores estadounidenses ponían el foco en las luchas por identidad y reconocimiento antes desvalorizadas en tanto eran consideradas «frentes secundarios». Las clasificación temporal parte de la tesis de que las energías no satisfechas de las revoluciones fracasadas se subliman en una búsqueda teórica de sentido. Keucheyan recuerda cómo las fantasías revolucionarias no satisfechas de 1870, 1918, 1968 y 1989 se expresaron en una ola de renovaciones teóricas que analizaron los motivos de los fracasos y prepararon el terreno para la reorientación de las lucha emancipadoras. Simultáneamente critica el creciente distanciamiento entre el movimiento obrero y sus intelectuales.

Mientras que el marxismo posterior a 1918 se fosilizó en las prohibiciones al pensamiento dictadas por la ortodoxia partidaria, muchos intelectuales se refugiaron en la producción de conocimiento abstracto sin relación directa con las cuestiones prácticas de las luchas emancipadoras. Contrarrestar este distanciamiento justamente criticado entre práctica y teoría es sin dudas la verdadera motivación del libro. Es grato ver en esta síntesis que Keucheyan no se limita a los «sospechosos de siempre». Sin embargo queda la sensación de que también los teóricos presentados como la «generación más joven» han envejecido. Lo que falta son pensadores que afronten los desafíos de la sociedad digital.

Las Teorías Críticas son subdivididas por Keucheyan en aquellas que analizan el sistema capitalista y aquellas que se preguntan por el sujeto histórico, o sea, los actores de las luchas emancipadoras. En el ámbito de las teorías de sistemas se ha logrado superar la estrechez de miras del marxismo en materia de economía. Aun cuando algunas teorías posestructuralistas se pasen de la raya y pierdan por completo de vista la base material, hay que preferir los análisis que parten del mutuo condicionamiento de base y superestructura a un crudo determinismo material. Es también agradable el rechazo a la teología histórica, o sea, la creencia de que hay fuerzas inherentes a la historia que harían fracasar al capitalismo «naturalmente» por sus contradicciones inherentes. Ya Antonio Gramsci y Carl Schmitt recordaban la afirmación de Marx, de que el cambio solo podía ser el resultado de luchas político-sociales. En resumen, las Teorías Críticas de Sistemas han expuesto con total claridad los errores y puntos débiles del marxismo ortodoxo y, con ello, han mejorado claramente la capacidad de análisis de las condiciones para las luchas emancipadoras.

No obstante ello, los teóricos no se ponen de acuerdo sobre la cuestión de si es posible la transformación del sistema capitalista bajo estas condiciones. Keucheyan hace aquí una diferenciación entre los pesimistas, que ya no creen que se logre superar el capitalismo (por ej., Jean Baudrilliard), y los optimistas, que consideran que la victoria es solo una cuestión de tiempo (por ej., Antonio Negri). Es significativo aquí que ni los pesimistas ni los optimistas prestan demasiada atención a la cuestión de las estrategias.

Con análogo desorden se da el debate en torno al sujeto histórico. Hasta después de la posguerra, los marxistas occidentales seguían sosteniendo que el proletariado era el sujeto histórico, si bien ponían a su lado al intelectual marxista para limpiar su conciencia de clase de las tentaciones de la cultura pop (Theodor Adorno) o de las desviaciones del estalinismo (Louis Althusser). Con la decadencia del proletariado industrial se planteaba definitivamente la pregunta de quién sería el heredero del proletariado como sujeto histórico. Los intentos de pasar la antorcha al precariado (por ejemplo, los obreros masificados y sin educación del operaísmo italiano o los sans papiers de los maoístas franceses) resultaron ser estériles. Con el desplazamiento de las luchas del conflicto entre capital y trabajo hacia los movimientos de liberación de minorías oprimidas aparecieron en primera plana nuevos sujetos que se distinguían no tanto por tener condiciones socioeconómicas en común («clase») sino por tener «identidades» culturales en común.

Las concepciones más recientes se han despedido por completo de la idea de que el sujeto se tiene que formar en un lugar predeterminado de la sociedad, sino que más bien se cristaliza espontáneamente en torno a un «suceso»: una revolución, un movimiento de liberación. Este sujeto sin clase parece por un lado más apropiado para declarar las «revoluciones de colores». La espontánea reunión de gente de todos los estratos sociales que protesta parece indicar que aquí se está manifestando un sujeto novedoso.

Por otra parte, hay que preguntarse, tras el fracaso de las revoluciones de colores, si sus fallidas estrategias no se basaban en una teoría errónea del sujeto. ¿La negativa de los movimientos antiglobalización y de ocupantes a consensuar un programa común no retrotrae al concepto de «multitude» de Antonio Negri? ¿Y no insiste Negri en que la diversidad de condiciones e identidades es un valor en sí, por lo que no deben ser reducidas por ningún motivo a un denominador común? Los críticos ven en esta obstinación en un movimiento sin organización ni líderes la causa de su fracaso. Es por eso que algunos postleninistas como Slavoj Zizek intentan construir una nueva plataforma para un nuevo proyecto progresista a partir de las ruinas de los movimientos emancipatorios desde el comunismo hasta el cristianismo. Desde el punto de vista de los prácticos, son preferibles estos intentos de reconstrucción al tan expandido escapismo, o sea, el escapar o esquivar bajo un sistema capitalista entendido como imbatible. Sin embargo se recomienda ser cauto frente a la reactivación de la teleología materialista. La creencia en el milagro de que hay un sujeto que irrumpe desde la nada podría revelarse como un mesiánico Esperando a Godot.

Como resultado, las respectivas visiones confirman la sospecha de una distancia entre teoría y práctica. Mientras en el campo de las Teorías Sistémicas el enriquecimiento de los modelos marxistas originales con saberes del psicoanálisis, de la lingüística, de la sociología y de la antropología, ha hecho aportes decisivos al mejoramiento de la capacidad de análisis, las teorías del sujeto actúan cada vez más de forma esotérica y desorientadora. Ambas tienen consecuencias directas para el uso práctico del constructo teórico. Es por ello que el punto más sólido de Keucheyan es su crítica a la escasa capacidad, e incluso a la falta de voluntad de trazar una estrategia. Si los teóricos críticos se siguen manifestando sobre las posibilidades de las luchas políticas, entonces sus concepciones estratégicas han fracasado en la práctica. Con razón Keucheyan exige a los teóricos que salgan de sus torres de marfil y regresen a la tradición de los intelectuales de los movimientos marxistas. Por el contrario, para todo movimiento progresista es indispensable plantearse nuevamente su lugar en los debates sobre sujeto y estrategia.

Desde el punto de vista de la democracia social, el mapa de Keucheyan es un paso importante en la reapropiación de la olvidada herencia propia. Aquí no se trata en absoluto solo de la historización del cortafuegos artificial entre democracia social y socialismo revolucionario que se instaló durante la Guerra Fría. Si se mira al futuro, resulta más bien indispensable quitarse las anteojeras teóricas.

Un movimiento progresista para el siglo XXI no puede permitirse negar la herencia marxista ni puede perderse en las peleas por frentes primarios o secundarios. En medio de las crisis existenciales, es hora ya de que se unan las distintas tribus. Resulta significativo que sea nuevamente la Escuela de Fráncfort, ahora en la tercera generación, la que marque el camino: Nancy Fraser y Axel Honneth abogan por reunir en un proyecto progresista orgánico las luchas por justicia distributiva y justo reconocimiento.

sábado, 27 de agosto de 2016

El calentamiento global comenzó en 1830

Agencias
Público

Comenzó durante las primeras etapas de la revolución industrial y fue detectable por primera vez en los océanos Ártico y tropicales, según investigadores de la Universidad Nacional de Australia.

La actividad humana lleva produciendo calentamiento global desde hace casi dos siglos, según una nueva investigación que prueba que este fenómeno no se ha desencadenado durante el siglo XX. El investigador principal, la profesora asociada Nerilie Abram de la Universidad Nacional de Australia (ANU), dijo que el estudio encontró que el calentamiento comenzó durante las primeras etapas de la revolución industrial y fue detectable por primera vez en los océanos Ártico y tropicales en el decenio de 1830, mucho antes de lo que esperaban los científicos.

"Fue un hallazgo extraordinario", dijo Abram, de la Escuela de Investigación de Ciencias de la Tierra de la ANU y el Centro ARC de Excelencia para la Ciencia del Sistema Climático. "Es uno de esos momentos donde la ciencia realmente nos sorprendió. Los resultados son claros. El calentamiento climático que estamos presenciando hoy comenzó hace unos 180 años."

Los nuevos hallazgos tienen implicaciones significativas para evaluar la medida en que los seres humanos han hecho que el clima se aleje del estado pre-industrial, y ayudará a los científicos a comprender el impacto futuro de las emisiones de gases de efecto invernadero en el clima. "En los océanos tropicales y el Ártico en particular, los 180 años de calentamiento han causado que el clima medio sobrepase la variabilidad normal en los siglos anteriores a la revolución industrial," explica Abram.

La investigación, publicada en la revista Nature, ha sido realizada por 25 científicos de Australia, Estados Unidos, Europa y Asia, trabajando juntos como parte del consorcio Past Global Changes 2000 year. Abram declaró que el cambio climático antropogénico era generalmente visto como un fenómeno del siglo 20, debido a que las mediciones climáticas eran poco frecuentes antes de la década de 1900. Sin embargo, el equipo estudió reconstrucciones detalladas del clima pasado que abarcan 500 años para identificar cuando la tendencia sostenida al calentamiento comenzó realmente.

Los científicos examinaron los registros de las variaciones climáticas naturales a través de océanos y continentes de todo el mundo. Estas historias climáticas aparecen preservadas en los corales, decoraciones de cuevas, anillos de árboles y núcleos de hielo. El equipo de investigación analizó miles de años de simulaciones de modelos climáticos, incluidos los experimentos utilizados para el último informe del Panel Intergubernamental de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (IPCC), para determinar qué causó el calentamiento temprano.

Los datos y simulaciones identificaron la aparición temprana del calentamiento alrededor de la década de 1830, y encontraron que el calentamiento temprano se atribuyó a los crecientes niveles de gases de efecto invernadero. Los investigadores estudiaron la mayoría de las erupciones volcánicas a principios del siglo XIX y se encontró que sólo eran un factor de menor importancia en el inicio temprano del calentamiento climático.

terça-feira, 23 de agosto de 2016

Brasil: Estado de excepción y resistencia democrática

Fernando de la Cuadra
ALAI

Concluyó la anestesia olímpica y ahora se viene la dura realidad. La fecha para el inicio del proceso de destitución definitiva de la Presidenta Dilma ya fue marcada para el 25 de agosto. A partir de ese día se consolida en Brasil el estado de excepción que impera hace más de tres meses. A pesar de que existe un complejo e interminable debate jurídico y político sobre los requisitos que debería poseer un estado de excepción, algunos aspectos de las circunstancias concretas permiten afirmar que Brasil instauró dicho estado desde el momento en que el Congreso decidió aceptar la acusación que apartó de sus funciones a una mandataria electa democráticamente por la mayoría de la población.

Durante las Olimpiadas las jornadas de protestas no fueron tan significativas como se esperaba. En parte, porque el gobierno ilegitimo previendo lo que podría suceder en un escenario de mayor exposición y visibilidad de los movimientos sociales ante la prensa internacional (teoría de la oportunidad política), montó un vasto operativo –convocando incluso a la Fuerza Nacional de Seguridad- para impedir que las manifestaciones crecieran paralelamente a las competencias. La presencia masiva de militares en las calles, plazas, parques y recintos deportivos, le imprimió a Rio de Janeiro un sello de control panóptico y ostensivo de sus habitantes. Los uniformados se encontraban en todas partes en actitud de vigilancia permanente, dando la impresión de un país en escenario de emergencia o peligro inminente.

El estado de excepción se presenta como un dispositivo legal de aquello que no puede tener una forma legal, que se sustenta en un subterfugio que contradice y niega la Constitución y las leyes de la república. El estado de excepción representa una interpretación antojadiza o arbitraria del propio ordenamiento jurídico que han definido el conjunto de actores de una nación. Es el caso la prohibición de manifestaciones en los estadios o recintos deportivos durante la realización de los Juegos Olímpicos, con la detención en el acto de quienes portaban carteles o camisetas contra el presidente o el gobierno interino.

De hecho, la administración de Michel Temer ha ejercido hasta ahora bajo el manto de sus plenos poderes para eliminar Ministerios, secretarias, exonerar miles de funcionarios públicos y promulgar una larga serie de decretos y resoluciones con “fuerza de ley” para imponer en el país un proyecto de reformas para la superación de la crisis a partir de la supresión de garantías sociales y que atiende visiblemente a los intereses de los grupos empresariales nacionales y extranjeros, colocando en riesgo los avances conseguidos en las políticas sociales durante la última década.

Después de la destitución definitiva de la presidenta Dilma, la agenda que se impondrá va a implicar la instauración de reformas impopulares y regresivas, como es el caso de la eliminación o disminución de muchos programas sociales (Bolsa familia; Minha Casa, Minha Vida; Sistema Único de Salud; Farmacia Popular, Universidad para Todos, etc.), las nuevas leyes de tercerización y flexibilización, la extensión de la jornada laboral o los cambios que se pretenden incorporar al sistema de previsión social.

En su principal arremetida contra este último, el gobierno Temer quiere aumentar la edad mínima de jubilación y modificar los tipos de beneficios por muerte, asistenciales o para adultos mayores y deficientes de baja renta. En el caso de la modificación de la edad para jubilación, el proyecto propone subir el mínimo de 65 para 70 años entre los hombres y de 60 para 65 en las mujeres, siempre que existan más de 15 años de contribuciones a un fondo previsional. Aún más, el gobierno interino está proponiendo aplicar la desvinculación del reajuste de los beneficios al piso del salario mínimo, con lo cual resulta bastante previsible que si los miembros del equipo económico definen los reajustes por debajo del nivel de la inflación, el poder adquisitivo de los jubilados va a ser cada vez menor. Utilizando el argumento falso con respecto a la falencia del sistema previsional, la actual administración va a cargar el peso del ajuste sobre la espalda de los trabajadores y los jubilados.

El carácter impopular e ilegítimo del gobierno Temer refuerza por tanto la tesis sobre el urgente e imprescindible antagonismo contra dicha orden, pues se encuentra suficientemente consagrado el axioma de que si los poderes públicos violan los derechos garantizados por la Constitución, la resistencia a la injusticia y al atraso no solo es una prerrogativa sino que también es un deber de todos los ciudadanos. En el caso de Brasil, la rebeldía se impone como una acción ineludible para recuperar la convivencia democrática y la protección social conquistadas con mucho esfuerzo hace más de treinta años.

Después de la tregua impuesta por las Olimpiadas, ciertamente la mayoría de la población volverá a tomarse las calles en defensa de la democracia y de los derechos humanos, sociales y laborales. Esta lucha representa una oportunidad para que el pueblo brasileño asuma con dignidad el protagonismo para derrotar a las fuerzas golpistas y participar decididamente en la construcción de un país más justo, inclusivo y soberano.

terça-feira, 16 de agosto de 2016

Para construir una internacional progresista

Yanis Varoufakis
Project Syndicate

La política en las economías avanzadas de Occidente está en la tesitura de una reestructuración política como no se ha visto desde los años 30. La Gran Deflación que tiene acogotados a ambos lados del Atlántico está haciendo que revivan fuerzas políticas que habían estado dormidas desde el final de la II Guerra Mundial. Está volviendo la pasión a la política, pero no de la forma que muchos habíamos esperado.

La derecha se ha visto animada por un fervor contrario al “establishment” que era, hasta hace poco, patrimonio de la izquierda. En los Estados Unidos, Donald Trump, candidato republicano a la presidencia, mete en vereda – bastante creíblemente – a Hillary Clinton, su oponente demócrata, por sus estrechos lazos con Wall Street, sus ganas de invadir tierras foráneas, su disposición a adherirse a acuerdos de libre comercio que han socavado el nivel de vida de millones de trabajadores. En el Reino Unido, el Brexit ha asignado a ardientes thatcherianos el papel de entusiastas defensores del National Health Service [el sistema sanitario británico].

Esta transformación no carece de precedentes. La derecha populista ha adoptado tradicionalmente una retórica cuasi izquierdista en tiempos de deflación. Cualquiera que tenga estómago para revisar los discursos de los más destacados fascistas y nazis de los años 20 y 30, encontrará apelaciones – los panegíricos de Benito Mussolini a la seguridad social o las punzantes críticas del sector financiero por parte de Joseph Goebbels – que parecen, a primera vista, indistinguibles de metas progresistas.

Lo que hoy estamos experimentando es la implosión natural de la política centrista, debido a una crisis del capitalismo global en la que un derrumbe financiero condujo a una Gran Recesión y luego a la Gran Deflación de hoy. La derecha está repitiendo sencillamente su viejo truco de sacar partido de la ira justificada y las aspiraciones frustradas de las víctimas para hacer que avance su repugnante orden del día.

Todo empezó con la muerte del sistema monetario internacional establecido en Bretton Woods en 1944, que había forjado un consenso político de postguerra basado en una economía “mixta”, límites a la desigualdad y una sólida regulación financiera. Esa “era dorada” terminó con el llamado “shock” de Nixon en 1971, cuando Norteamérica perdió los superávits que, reciclados internacionalmente, mantenían estable el capitalismo global.

De manera notable, la hegemonía de los Estados Unidos creció en esta segunda fase de postguerra, en paralelo a su déficit comercial y presupuestario. Pero para seguir financiando estos déficits, los banqueros tenían que desengancharse de sus restricciones del New Deal y de Bretton Woods. Sólo ellos alentarían y gestionarían los flujos de entrada de capital necesarios para financiar los déficis parejos de Norteamérica en fiscalidad y por cuenta corriente.

La meta era la financiarización de la economía, el neoliberalismo su manto ideológico, su gatillo fue la subida de los tipos de interés de la época Paul Volcker en la Reserva Federal, y el presidente Clinton fue en última instancia el que cerró este pacto fáustico. Y el momento no podría haber sido más amigable: el desmoronamiento del imperio soviético y la apertura de China generaron una oferta de trabajo para el capitalismo global – mil millones de trabajadores adicionales – que hicieron que se disparasen los precios y ahogaron el crecimiento de los salarios en todo Occidente.

El resultado de la extrema financiarización fue una enorme desigualdad y una profunda vulnerabilidad. Pero por lo menos la clase trabajadora de Occidente tenía acceso a préstamos baratos y precios de vivienda desorbitados para compensar el impacto de salarios estancados y transferencia de rentas fiscales en declive.

Luego llegó el derrumbe de 2008, que produjo en los EE.UU. y en Europa un masivo exceso de oferta, tanto de dinero como de gente. Aunque muchos perdieron empleos, hogares y esperanzas, billones de dólares en ahorros han ido derramándose por los centros financieros del mundo desde entonces, sumándose a otros billones bombeados por desesperados bancos centrales dispuestos a substituir el dinero tóxico de los financieros. Con empresas e inversores demasiado temerosos como para invertir en la economía real, los precios de las acciones se han puesto por las nubes y el 0,1% más alto no da crédito a su suerte, y el resto mira impotente cómo las uvas de la ira van “llenándose y haciéndose copiosas, haciéndose copiosas para la cosecha”.

Y así fue como ingentes partes de la humanidad en Norteamérica y en Europa quedaron demasiado endeudadas y se volvieron demasiado caras como para ser otra cosa que desecho, y quedaron listas para verse tentadas por Trump atizando el miedo, por la xenofobia de la dirigente del Front National, Marine Le Pen, o la refulgente visión de los adalides del Brexit de una Britania que rige de nuevo las olas. A medida que crece su número, los partidos tradicionales están cayendo en la irrelevancia, suplantados por el surgimiento de dos nuevos bloques políticos.

Un bloque representa la vieja troika de la liberalización, la globalización y la financiarización. Puede que todavía esté en el poder, pero sus acciones están cayendo rápidamente, como pueden atestiguar David Cameron, los socialdemócratas europeos, Hillary Clinton, la Comisión Europea y hasta el gobierno de Syriza posterior a la capitulación.

Trump, Le Pen, los partidarios derechistas del Brexit en Gran Bretaña, los intolerantes gobiernos de Polonia y Hungría, y el presidente ruso, Vladimir Putin, forman el segundo bloque. La suya es una internacional nacionalista – una criatura clásica de un periodo deflacionario – unida por el desprecio por la democracia liberal y la capacidad de movilizar a los que la aplastarían.

El choque entre estos dos bloques es a la vez real y motivo de confusion. Clinton versus Trump constituye una auténtica batalla, por ejemplo, como lo es la Unión Europea contra los partidarios del Brexit; pero los contendientes son cómplices, no enemigos, que perpetúan un bucle inacabable en el que se refuerzan mutuamente y en el que cada lado se define – y moviliza a sus apoyos sobre esa base – por aquello a lo que se opone.

La única manera de salir de esta trampa política es el internacionalismo progresista, basado en la solidaridad entre las grandes mayorías en todo el mundo que están preparadas para reavivar la política democrática a escala planetaria. Si esto suena utópico, vale la pena poner de relieve que ya se encuentran disponibles las materias primas.

La “revolución política” de Bernie Sanders en los EE.UU., el liderazgo de Jeremy Corbyn en el Partido Laborista del Reino Unido, el Movimiento por la Democracia en Europa, en el continente: estos son los heraldos de un movimiento internacional progresista que puede definir el terreno intelectual sobre el que debe erigirse la política democrática. Pero nos encontramos en un estadio muy temprano y nos enfrentamos a un notable contragolpe de la troika global: véase el tratamiento dispensado a Sanders por el Comité Nacional de los demócratas norteamericanos, la competencia contra Corbyn de un antiguo cabildero farmacéutico y el intento de encausarme por osar oponerme al plan de la UE para Grecia.

La Gran Deflación plantea una gran pregunta: ¿puede la humanidad concebir y llevar a la práctica un nuevo Bretton Woods “verde” y tecnológicamente avanzado – un sistema que haga nuestro planeta ecológica y económicamente sostenible – sin el inmenso sufrimiento y destrucción que precedieron al primitivo Bretton Woods? Si nosotros – los internacionalistas progresistas – no conseguimos responder la cuestión, ¿quién la contestará? Ninguno de los dos bloques que hoy rivalizan por el poder en Occidente quiere siquiera que se plantee.

segunda-feira, 8 de agosto de 2016

Brasil: La desgracia de un gobierno ilegítimo

Fernando de la Cuadra
Rebelión

La pifia monumental que sufrió el presidente interino Michel Temer en la inauguración de las Olimpiadas de Rio no dejó lugar a dudas sobre la enorme impopularidad que carga él y su gobierno. Y tampoco restan dudas sobre el hecho de que los actuales Juegos Olímpicos se encuentran marcados por contradicciones, fisuras y sentimientos disonantes. Por una parte, existe toda la enorme parafernalia publicitaria que inunda los diversos medios de comunicación y los espacios públicos. En ellos se insiste sobre la unidad de un país y de una humanidad en torno al deporte, la paz, el amor, la unidad y la fraternidad.

Por otro lado, se observa que el control de los ciudadanos es cada vez más pronunciado y existe una cierta modalidad de Estado vigilante que se impone imperturbablemente en la vida cotidiana de las personas. Tampoco la economía se ha recuperado como fue la promesa de inicio de gobierno. Los índices de desempleo continúan elevados, la violencia urbana se ha incrementado y el poder adquisitivo de las personas ha disminuido. Entonces, el clima es un poco esquizofrénico, mucha falsa alegría y espíritu olímpico en el marco de un gobierno que muestra sus garras ante cualquier indicio de disidencia y protesta.

Brasil es un país dividido entre quienes apoyan al gobierno y piensan que constituye efectivamente la única salida para resolver la crisis política y estabilizar la economía y quienes, por el contrario, sostienen que este es un gobierno golpista que no posee ninguna legitimidad y credibilidad ante los ciudadanos. El hecho de que el impeachment solo sea decidido a fines de mes, le imprime mayor tensión al momento político y social que viven los brasileños y que las Olimpiadas no consiguen ocultar o amenizar.

Y es que desde que el país fue elegido como sede de las Olimpiadas en el año 2009 cambiaron muchísimas cosas. El año 2009 la economía de Brasil parecía “viento en popa”, el país crecía moderadamente, pero existían enormes expectativas de que seguiría haciéndolo, con un mercado en franco desarrollo. Los indicadores positivos en gran medida eran impulsados por el poder de compra de sectores que hasta ese entonces estaban excluidos, especialmente en lo que se refiere a la ampliación de la canasta alimenticia accesible a los pobres a través de los programas de transferencia directa de renta y por el consumo de electrodomésticos sustentado en la formidable expansión del crédito subsidiado.

Con la economía creciendo y los ciudadanos transformados en felices consumidores, el gobierno del PT (segundo gobierno Lula) no era contestado y podía contar con el apoyo de prácticamente toda la clase política, consiguiendo administrar el país casi sin oposición o con una oposición muy débil, que por mero interés táctico o por fisiologismo puro y crudo, actuó de manera pasiva frente a los conflictos que fueron apareciendo. Crecimiento económico, estabilidad política, emergencia de una nueva clase media, superación de la pobreza, eran palabras llaves de ese periodo.

La suma de todos esos aspectos influyó en aquello que quizás sea lo más relevante de ese momento histórico: la subjetividad del brasileño. Todo parecía posible en ese tiempo, obtener un crédito, comprar, viajar en avión, estudiar con beca, emprender un negocio, etc. Brasil parecía la tierra de las oportunidades y la abundancia y la mayoría de las familias se endeudaron mucho más de lo que podían, hasta que llegó la crisis.

A partir de la recesión económica y la caída del poder adquisitivo comenzaron a aflorar las traiciones políticas y la búsqueda de salidas para evitar la disminución del lucro de las empresas. La corrupción en la estatal del Petróleo y la operación Lava Jato crearon el clima necesario para forjar la inhabilitación de la presidenta Dilma Rousseff bajo una acusación sin ningún fundamento jurídico. Existe un consenso casi unánime (incluso en la base del actual gobierno) de que la destitución de la presidenta representa un juicio político.

El presidente interino Temer no tiene legitimidad ni apoyo popular. Lo que quedó en evidencia en la inauguración de las Olimpiadas es el rechazo mayoritario a un gobierno que en pocos meses de mandato ha mostrado una clara tendencia hacia la austeridad con políticas que estimulan las actividades de la banca y de las grandes corporaciones en desmedro de los sectores más vulnerables del país, con el desmonte de los programas sociales (Bolsa Familia; Minha Casa, Minha Vida; Farmacia Popular), las leyes de tercerización en curso, el proyecto de aumento de la edad para las jubilaciones y la eventual entrega de los recursos del pre sal a las compañías petroleras internacionales.

Lo anterior no podría llegar a ser consumado sin el beneplácito de un Congreso conservador dominado por los intereses de grupos empresariales, terratenientes, evangélicos y armamentistas. Frustrando sus pretensiones de pasar a la posteridad como el gobernante que inauguró las Olimpiadas de Rio, a Michel Temer la historia le tiene reservado un lugar entre aquellos que usurparon el poder a través del engaño, la intriga y la traición.

sábado, 6 de agosto de 2016

Brasil: “La inauguración de los Juegos Olímpicos mostrará el rechazo mayoritario al Gobierno interino”

Meritxell Freixas
El Ciudadano

Los Juegos Olímpicos de Río 2016 arrancan la tarde de este viernes en el estadio Maracaná con la ceremonia de apertura que dará paso a dos semanas de competiciones deportivas de alto nivel internacional en las que participarán más de 10.500 atletas de 207 países.

El macro evento llega en un momento crítico para Brasil, un país que hoy se encuentra sumido en una profunda crisis social, política y económica que podría desvirtuar la cita deportiva. Junto con el acto inaugural y los torneos de los próximos días, convivirán también marchas y movilizaciones en las calles de las principales ciudades del país.

El Ciudadano conversó con el Doctor en Ciencias Sociales y profesor de Ciencia Política de la Facultad de Derecho de la Universidad Estácio de Sá (Brasil), Fernando de la Cuadra, para conocer cómo la sociedad brasileña se preparó para acoger a los JJOO y cómo pueden influir en el contexto social y político del país suramericano.

Los juegos llegan en un momento en el que el contexto social, político y económico del país está muy desestabilizado. ¿Cómo está recibiendo la ciudadanía este evento?

Estas Olimpiadas de Río están marcadas por contradicciones, fisuras y sentimientos disonantes. Por una parte, tienes toda la enorme campaña publicitaria que inunda los diversos medios de comunicación y los espacios públicos. Te hablan de la unidad de un país y de una humanidad en torno al deporte, la paz y la fraternidad.

Por otro lado, observas que el control de los ciudadanos es cada vez más pronunciado y existe una cierta modalidad de Estado vigilante que se impone imperturbablemente en la vida cotidiana de las personas. También la economía no se ha recuperado como fue la promesa de inicio de gobierno. Los índices de desempleo continúan elevados, la violencia urbana se ha incrementado y el poder adquisitivo de las personas ha disminuido. Entonces, el clima es un poco esquizofrénico, mucha falsa alegría y espíritu olímpico en el marco de un gobierno que muestra sus garras ante cualquier indicio de disidencia y protesta.

En síntesis, este es un país dividido entre quienes apoyan al gobierno y piensan que constituye efectivamente la única salida para resolver la crisis política y estabilizar la economía y quienes, por el contrario, sostienen que este es un gobierno golpista que no posee ninguna legitimidad y credibilidad ante los ciudadanos. El hecho de que el impeachment sólo sea decidido a fines de mes, le imprime mayor tensión al momento político y social que viven los brasileños y que las Olimpiadas no consiguen esconder o amenizar.

Sabemos que desde 2009, cuando Brasil resultó ser el elegido para los JJOO, el país ha vivido la elección de Rousseff, quien sucedió a Lula; y el fin de la bonanza económica que situó al país entre los emergentes BRICS. Sin embargo, ¿qué cambió desde entonces hasta hoy día, en lo más concreto?

Cambiaron muchísimas cosas. El año 2009 la economía de Brasil parecía “viento en popa”, el país creciendo, un mercado en franco desarrollo, en gran medida impulsado por el poder de compra de sectores hasta ese entonces excluidos, especialmente en lo que se refiere a la ampliación de la canasta alimenticia accesible a los pobres a través de los programas de transferencia directa de renta y por el consumo de electrodomésticos sustentado en la formidable expansión del crédito.

Con la economía creciendo y los ciudadanos transformados en felices consumidores, el gobierno del PT (el segundo gobierno Lula) no era contestado y podía comprar el apoyo de prácticamente toda la clase política, que por mero interés táctico o por fisiologismo puro y crudo, consiguió administrar el país casi sin oposición o con una oposición muy débil. Crecimiento económico, estabilidad política, emergencia de una nueva clase media, superación de la pobreza, eran palabras clave de ese período.

Y la suma de todos esos aspectos influyó en aquello que creo es lo más relevante de ese momento histórico: la subjetividad del brasileño. Todo parecía posible en ese tiempo, obtener un crédito, comprar, viajar en avión, estudiar con beca, emprender un negocio, etc. Brasil parecía la tierra de las oportunidades y la abundancia y la mayoría de las familias se endeudaron mucho más de lo que podían, hasta que llegó la crisis.

¿Cómo puede afectar a la imagen y el prestigio internacional de la presidenta que no esté presente en la ceremonia inaugural y que sea Temer quien encabece la apertura de los JJOO?

El presidente interino Temer no tiene legitimidad ni apoyo popular. Existe casi un consenso total (incluso en la base del actual gobierno) de que la destitución de la presidenta representa un juicio político. Por lo mismo, más que una ruptura o una caída en la imagen de Dilma Rousseff lo que se va a poner en juego durante la apertura de estos Juegos Olímpicos es la forma como se procedió a inhabilitar a una mandataria que no había realizado actos de corrupción y sí, a lo sumo, algunos deslices contables como casi todas las administraciones anteriores y en los diversos niveles federales, estatales y municipales.

La inauguración de los Juegos Olímpicos mostrará el rechazo mayoritario al gobierno interino que en pocos meses de mandato ha mostrado su clara tendencia a la austeridad con políticas que estimulan las actividades de la banca y de las grandes corporaciones en desmedro de los sectores más vulnerables del país; con el desmonte de los programas sociales (Bolsa Familia; Minha Casa, Minha Vida; Farmacia Popular), las leyes de tercerización en curso, el proyecto de aumento de la edad para las jubilaciones y la eventual entrega de los recursos del pre sal a las compañías petroleras internacionales. Lo anterior no podría llegar a ser realizado sin el beneplácito de un Congreso conservador dominado por los intereses de grupos empresariales, terratenientes, evangélicos y armamentistas. Quizás este sea el verdadero estigma de las Olimpiadas.

Los días previos al inicio de la competición, las informaciones que publican los medios internacionales tienen que ver más con polémicas extradeportivas que con temas relacionados con el deporte (proyectos urbanísticos modificados para que se terminaran a tiempo, sobrecoste que no se presupuestó, reducción de residuos inalcanzada, instalaciones inacabadas, polémicas por la comodidad y seguridad de la Villa Olímpica, etc.). Eso ha contribuido a dar una imagen muy negativa del país. ¿Cuál es la mirada desde dentro de Brasil de esta imagen que se difundió durante las últimas semanas?

La prensa nacional no ha dado mucho espacio a las críticas que vienen desde el exterior y han resaltado el hecho de que la población se tiene que unir en torno a las Olimpiadas que son una tarjeta de visita para que Brasil siga siendo un punto turístico de primer orden en el planeta. Pero las personas saben de todos estos problemas y los atribuyen al desmadre generalizado que existe en el país en este último tiempo, ya desde antes de la Copa del Mundo en el 2014.

No es casualidad que la mayoría de los dueños y altos ejecutivos de las principales empresas constructoras y contratistas del país (Odebrecht, Andrade Gutiérrez, OAS, Delta, Mendes Junior, Camargo Correia) y también del sector bancario (Bradesco, BTG Pactual) se encuentren actualmente encarcelados por delitos de corrupción y favorecimiento ilícito. Excepto la conmoción que pudiera crear una eventual prisión del ex presidente Lula, parece que ya nada sorprende a los brasileños, acostumbrados a un bombardeo diario de casos de corrupción, chantajes, malversación de recursos públicos y un largo etcétera. Ha sido el pan de cada día.

El presupuesto total del evento (que aumentó en varias ocasiones) sigue siendo un interrogante. ¿Por qué no se ha transparentado todo esto?

En algunos casos se ha sabido respecto al super facturamiento de las obras, pero lo más probable es que con el transcurso del tiempo el Tribunal de Cuentas de la Unión (si es que no lo eliminan antes) entregue un informe detallado sobre los gastos de las Olimpiadas y así los ciudadanos podrán conocer en qué y cómo se gastaron los recursos.

Sobre seguridad y las detenciones de las últimas semanas a presuntos vinculados al Daesh, ¿cómo se vivió en el país esta noticia y cómo están gestionando las autoridades las posibles amenazas que puedan estallar estos días?

Sin restarle importancia a los posibles actos terroristas que pudieran ser cometidos por el Daesh, la captura de los “terroristas” que planeaban atentados durante las Olimpiadas fue tomada con cierta incredulidad por las personas, entre otras razones, porque mucha de la información obtenida por los servicios de inteligencia fue retirada de las páginas del Facebook de los integrantes de este supuesto comando. En todo caso, insisto, no se puede descartar en ninguna hipótesis la ocurrencia de atentados, porque es muy fácil ingresar a Brasil por el sector de Foz de Iguazú, frontera con Paraguay y Argentina, por la región de Rondonia y Mato Grosso frontera con Bolivia y por el enorme espacio amazónico fronterizo con Perú, Colombia y Venezuela.

quarta-feira, 3 de agosto de 2016

Zigmunt Bauman: “Os demônios que nos perseguem não irão evaporar”

Davide Casati
Corriere della Sera

Estamos assistindo, com força expressiva nas últimas semanas, ao desenrolar de uma época marcada pelo medo e pela incerteza. A tese, que tem sido sistematicamente reiterada pelo sociólogo polonês Zigmunt Bauman, faz com que ele não alimente fáceis ilusões: “os demônios que nos perseguem não irão evaporar”, pois eles nascem e se alimentam dos próprios elementos que constituem nosso modo de vida e nossas sociedades.

Nessa entrevista, o pensador polonês explora sua visão do mundo e suas teses. Ele fala pensando sobretudo na Europa, mas as considerações que faz abarcam o conjunto do mundo contemporâneo.

Diante da cadeia de ataques que atingiram a Europa nas últimas semanas, o continente está tentando fazer as contas com um abismo de medo e insegurança. Que respostas podem ser alcançadas?

As raízes da insegurança são muito profundas. São existenciais: penetram fundo em nosso modo de viver, nascem e renascem diariamente da substituição em curso da solidariedade humana pela desconfiança mútua e pela concorrência desenfreada, são impulsionadas pelo enfraquecimento dos laços interpessoais, da dissolução das comunidades, da tendência de confiar a indivíduos providenciais a resolução de problemas de relevância mais ampla, social. O medo gerado por essa situação, em um mundo submetido aos caprichos de poderes econômicos desregulamentados e fora de controles políticos, aumenta e se difunde sobre todos os aspectos de nossas vidas. E faz com que se passe a buscar em vão um alvo, um objetivo sobre o qual se concentrar – um alvo palpável, visível e ao alcance das mãos.

Um objetivo que muitos visualizam no fluxo de refugiados e migrantes.

Muitos desses provêm de uma situação em que estavam seguros da própria posição na sociedade, do seu trabalho, da sua educação. De repente, tornam-se refugiados, perderam tudo. No momento da chegada, entram em contato com a parte mais precária das nossas sociedades, que neles veem as realizações de seus pesadelos mais profundos.

Diante desse desafio, crescem os pedidos de certas forças políticas para que se construam novos muros. Trata-se de uma resposta sensata?

Creio que se deve estudar, memorizar e aplicar a análise que papa Francisco, em seu discurso de agradecimento pelo prêmio Carlos Magno, dedicou aos perigos mortais do “aparecimento de novos muros na Europa”. Muros erguidos – de modo paradoxal e com má-fé – com a intenção e a esperança de que se possa ficar ao abrigo do tumulto de um mundo pleno de riscos, armadilhas e ameaças. O Pontífice observa, com profunda preocupação, que se os pais fundadores da Europa, “mensageiros de paz e profetas do futuro”, nos inspiraram “a criar pontes e a derrubar muros”, agora a família de nações que foram por eles impulsionadas parecem estar “sempre menos à vontade na casa comum. O desejo novo e celebrado de criar unidade parece esvaziar; nós, herdeiros daquele sonho, estamos tentando nos basear somente em nossos interesses egoístas, criando barreiras”.

Em seus estudos, o senhor indicou como valores fundadores das nossas sociedades a liberdade e a segurança: depois de uma época em que, para fazer com que a primeira crescesse, renunciamos gradativamente à segunda, agora o pêndulo se inverteu. Que reflexos políticos derivam disso?

Temos diante de nós desafios de uma complexidade que parece insuportável. E por isso aumenta o desejo de que se consiga reduzir essa complexidade a medidas simples, instantâneas. Com isso, expandiu-se o fascínio de “homens fortes”, que prometem – de modo irresponsável, enganoso e bombástico – encontrar aquelas medidas e resolver a complexidade. “Deixem comigo, confiem em mim”, dizem, e “resolverei tudo”. Em troca, pedem uma obediência incondicional.

Isso parece ser o que está propondo o candidato republicano às eleições norte-americanas, Donald Trump, cujas posições sobre segurança e imigração foram recentemente indicadas pelo presidente húngaro Viktor Orban como modelos até mesmo para a Europa…

Estamos assistindo a uma tendência preocupante: instâncias de tipo social, como precisamente a integração e o acolhimento, são apontadas como problemas a serem transferidos para órgãos de polícia e segurança. Isso significa que o espírito fundador da União Europeia não está em boas condições de saúde, porque a característica decisiva da inspiração que está na base da EU é a visão de uma Europa em que as medidas militares e de segurança deveriam ir se convertendo – gradual, mas constantemente – em coisas supérfluas.

O Islã é apontado por algumas forças políticas – por exemplo, a alemã Pegida (Europeus Patriotas contra a Islamização do Ocidente) – como uma fé intrinsecamente violenta, incompatível com os valores ocidentais. O que o senhor pensa a respeito?

É preciso evitar categoricamente o erro, perigoso, de tirar conclusões para o longo curso a partir da fixação de algumas coisas. Como disse o grande sociólogo alemão Ulrich Beck (1944-2015), no fundo da nossa atual confusão está o fato de já estarmos vivendo em uma situação “cosmopolita”, que nos obrigará a coabitar de modo permanente com culturas, modos de vida e fés diversas, sem que tenhamos desenvolvido de forma plena a capacidade de compreender suas lógicas e seus requisitos: sem termos, portanto, uma “consciência cosmopolita”. E é verdade que o preenchimento da distância entre a realidade em que vivemos e as nossas capacidades de compreensão não é um objetivo que se possa alcançar rapidamente. O choque está somente no início.

Estamos portanto destinados a viver em sociedades na quais o sentimento dominante será o do medo?

Trata-se de uma perspectiva sombria e perturbadora, mas atenção: a situação de sociedades dominadas pelo medo não é de modo algum um destino predeterminado, nem inevitável. As promessas dos demagogos podem se afirmar, mas também têm, por sorte, vida breve. Uma vez que novos muros vierem a ser erguidos e mais forças armadas forem dispostas nos aeroportos e nos espaços públicos; uma vez que se recusem os pedidos de asilo de quem procura fugir de guerras e destruições e que mais migrantes sejam repatriados, ficará evidente que tudo isso é irrelevante para resolver as causas reais da incerteza. Os demônios que nos perseguem – o medo de perder nossa posição na sociedade, a fragilidade das metas que definimos – não irão evaporar, não desaparecerão. Nesse ponto, poderemos despertar e desenvolver os anticorpos contra as sereias dos demagogos e dos bufões agitadores que tentam conquistar capital político com o medo, jogando-nos fora da estrada. O temor é que, antes que esses anticorpos sejam desenvolvidos, muitos vejam as próprias vidas serem destruídas.

O senhor tem defendido que as possibilidades de hospitalidade não são ilimitadas, mas que também não o é nem sequer a capacidade humana de suportar sofrimento e rejeição. Diálogo, integração e empatia, porém, exigem tempos longos…

Respondo citando mais uma vez papa Francisco: “sonho com uma Europa em que ser um migrante não seja um crime, uma Europa que promova e proteja os direitos de todos sem esquecer os deveres perante todos. O que se passou com você, Europa, local destacado de direitos humanos, democracia, liberdade, terra mãe de homens e mulheres que arriscaram e perderam a própria vida para defender a dignidade dos próprios irmãos?”. Tais perguntas se dirigem a todos nós; a nós que, enquanto seres humanos, somos plasmados pela história que contribuímos a plasmar, conscientemente ou não. Cabe a nós encontrarmos respostas a essas perguntas e as exprimirmos em fatos e palavras. O maior obstáculo para que encontremos essas respostas é a nossa lentidão em procurá-las.