quarta-feira, 27 de janeiro de 2021

La renta básica ciudadana en tiempos del coronavirus

 

Fernando de la Cuadra
Socialismo y Democracia

Casi nadie puede desconocer actualmente el fuerte impacto que tiene la pandemia sobre aquellos sectores más vulnerables de la población. Confinamiento de la población, disminución del consumo, cierre de miles de pequeñas empresas, locales de esparcimiento, restaurant, peluquerías y salones de belleza, gimnasios, comercio local y un largo etcétera. Ello ha tenido consecuencias directas sobre las actividades de servicios, emprendimiento familiar y el empleo.

Según el último informe de Oxfam, la tragedia pandémica desató la peor crisis de empleos en más de 90 años, con centenares de millones de personas desempleadas. Y como casi siempre, la presente crisis ha afectado con mayor intensidad a las mujeres y a las profesiones precarias de baja remuneración. Este fenómeno de fragilización y precarización del trabajo viene a profundizar las tendencias ya existentes en el ámbito laboral, con la agudización del desempleo estructural (causada por los procesos de robotización, automatización, digitalización, etc.), la flexibilización y la disminución de los salarios, la pérdida de beneficios sindicales y la expoliación de los sistemas previsionales.

Los efectos de ello han sido expuestos por la misma Oxfam en sendos informes sobre el aumento de la desigualdad en la distribución de la renta mundial y la consecuente concentración del poder que de ello se deriva. En uno de dichos estudios, ya nos advertía en el año 2017, que ocho personas o familias multimillonarias poseían la misma riqueza que la mitad más pobre de la humanidad.

Frente a este escenario trágico, la renta básica universal (o renta mínima garantizada o ingreso ciudadano), surge como una respuesta viable para resolver los problemas que no solamente giran en torno al ajuste de las economías y los procesos productivos en función del desempleo estructural. También -y lo que es mucho más trascendental-, en este periodo nefasto de pandemia dicha renta transferida por el Estado va a ayudar a que miles de familias puedan acceder a un ingreso mínimo que les permita adquirir una canasta básica de alimentos y otros bienes esenciales que garanticen su supervivencia.

Puede parecer exagerado hablar de sobrevivencia, pero en rigor muchas familias se han quedado sin ningún tipo de renta para enfrentar la lucha cotidiana por un plato de comida. Ello se ve claramente reflejado en el hecho de que en las más diversas partes del planeta han surgido Ollas comunes, Comedores populares, huertos urbanos y otras iniciativas de este tipo, que se orientan a suplir las carencias alimentarias de miles de personas que han perdido su trabajo o su fuente regular de ingresos.

Algunos gobiernos en la actual coyuntura han creado diversos instrumentos para salir en ayuda de sus ciudadanos -por ejemplo, canastas básicas, auxilio de emergencia, bonos productivos, préstamos con bajos intereses, subsidios- pero la entrega de una renta básica se podría transformar en una política de protección social de mayor alcance con la finalidad de enfrentar de una manera mucho más efectiva y permanente las situaciones de desigualdad de nuestras sociedades.

Dichas condiciones de desigualdad se han profundizado en estas últimas cuatro décadas como lo han constatado diversos estudios, como los emprendidos por dos Premio Nobel de Economía, el economista bengalí Amartya Sen (Sobre la desigualdad económica y Nuevo examen de la desigualdad) y el estadounidense Joseph Stiglitz (El precio de la desigualdad). Ello también se puede aprecia en el acucioso trabajo del economista francés Thomas Piketti, autor de los influyentes libros El capital en el siglo XXI y La economía de las desigualdades. En estas investigaciones se concluye –grosso modo- que las desigualdades existentes en el actual régimen de acumulación se encuentran estimuladas por el declinio o el desmonte directo de las redes de protección social y del conjunto de mecanismos de seguridad social desplegados desde la segunda post-guerra por el Estado de Bienestar Social (Welfare State).

Ahora las poblaciones deben experimentar en carne propia la primacía otorgada al mercado en la asignación de los recursos y en la solución focalizada de la problemática social. Por lo mismo, es que surge todavía con mayor fuerza y pertinencia la propuesta de establecer una renta básica para todas aquellas personas (y sus familias) que se han visto marginadas de la estructura productiva y de alternativas viables de desarrollo y que penan diariamente para poder mantener sus condiciones mínimas de existencia. Estos programas de renta ciudadana se pueden tornar una vía directa de distribución de los ingresos de un país, protegiendo a quienes por diversas circunstancias (invalidez, enfermedad, vejez o desempleo) no pueden tener acceso a un ingreso regular que les permita llevar adelante sus proyectos de vida.

Tal como señala uno de sus principales impulsores, Philippe van Parijs, la renta básica universal es una transferencia que realiza el Estado a los ciudadanos de manera individual, independientemente de sus medios sin esperar ningún tipo de trabajo a cambio. Para este economista y filósofo belga la idea de la renta básica es muy simple: “conferir incondicionalmente a cada persona, rica o pobre, activa o inactiva, sea cual sea la forma de convivencia por ella escogida, una renta modesta completamente compatible con cualquier otra renta: salarios, intereses del ahorro, subsidios condicionados. Una justificación adecuada requiere el llamamiento a una concepción de la justicia anclada en la aspiración de dotar a cada cual, no sólo de la posibilidad de consumir, sino también de escoger su forma de vida.”. Es universal porque está destinada a todos y todas las habitantes de un país y es incondicional, pues se les proporciona a las personas sin ninguna condicionante como contraparte, bastando solamente ser un ciudadano o ciudadana. Se sustenta en una visión vehemente de la justicia social y de la libertad de los individuos, en la medida en que la pobreza y el desempleo representan limitaciones o coerciones a dicha libertad.

Fuera de este enfoque más estructural con relación a la pertinencia de otorgar una renta garantizada para la ciudadanía, en la actual coyuntura de crisis sanitaria y humanitaria provocada por la diseminación exponencial del Covid19, la temática de un ingreso básico ciudadano -que garantice condiciones elementales de vida de la población frente a la expansión del desempleo, el crecimiento de la pobreza y las desigualdades sociales-, emerge como una cuestión de gran relevancia para los gobiernos y la sociedad en general. Es evidente que el proceso de pauperización que afecta a millones de personas en el globo y la posibilidad de acceder a un ingreso que permita superar la línea de la pobreza no solo representa una especie de imperativo moral categórico, sino que también tiene un impacto directo sobre el poder de compra de los habitantes, aumentando la demanda agregada y por esa vía provocar efectos positivos sobre la industria y la economía de los países.

Este fenómeno sale al encuentro de quienes argumentan que una política de renta básica ciudadana no tiene posibilidades de ser sustentada por ninguna nación, en función del enorme déficit fiscal que acarrearía para cualquier Estado que no posea una estructura tributaria y reservas de capital suficientes para arcar con los exorbitantes gastos derivados de tal opción de política. Por el contrario, insistimos que el impacto positivo del gasto social sobre las economías ha podido ser demostrado por innumerables estudios que destacan la cadena virtuosa de dicha política, desde los tiempos en los economistas británicos John M. Keynes y William Beveridge publicaron sus documentadas investigaciones sobre esta temática.

Pero no solo eso, la instalación de una política de renta mínima representa una oportunidad para que los líderes mundiales y el conjunto de la sociedad, ponga en práctica una noción fuerte de solidaridad y cooperación con aquellos que por la fuerza del destino se encuentran viviendo en condiciones de escasez y precariedad, sea como producto de las transformaciones acaecidas en el ámbito científico tecnológico, económico, social y cultural sea como resultado de coyunturas adversas y críticas. En este caso, la situación de incertidumbre y vulnerabilidad se ha visto profundizada en el marco de la actual pandemia de Coronavirus.

El recién asumido presidente de Estados Unidos, Joe Biden, ha enviado para su aprobación al Congreso una propuesta de destinar 1,9 billones de dólares para ir en ayuda de la población más afectada por la pandemia y también de apoyo a las pequeñas y medianas empresas, entre un conjunto de acciones. El paquete de gobierno incluye la entrega de pagos directos de 2 mil dólares para quienes más lo necesiten, incluso para personas casadas con residentes indocumentados. Cupones de comida, ayuda para el pago de hipotecas, beneficios para los desempleados y aumento del salario mínimo, son otras de las medidas a ser adoptadas con el fin de estimular el consumo y mejorar la vida de los estadunidenses.

A partir de lo expuesto, pensamos que quizás como nunca antes sea la hora de comenzar a discutir el papel de debiera tener una política de renta básica ciudadana dentro de las agendas de los diversos gobiernos, para que el mundo se levante de esta descomunal catástrofe sanitaria y social con un rostro más fraterno y justo, en que nadie tenga la desdicha de poseer un nivel de vida por debajo de lo que es humanamente digno y soportable.

quarta-feira, 20 de janeiro de 2021

Na pandemia, Exército volta a matar brasileiros


Luiz Fernando Vianna
Revista Época

Em vários momentos da nossa história, o Exército brasileiro se pôs a matar a população em grande quantidade. Na Revolta de Canudos, por exemplo, destruiu um povoado de 25 mil habitantes, na Bahia, em 1897. Nem as crianças foram poupadas. A Comissão Nacional da Verdade, que atuou entre 2012 e 2014, apontou 434 mortos e desaparecidos pelo Estado brasileiro entre 1946 e 1988. A maior parte dos crimes aconteceu durante o regime militar (1964-1985), quando as Forças Armadas se uniram às polícias para torturar e assassinar.

Com a redemocratização, o Exército se adequou ao seu papel constitucional. Nos últimos anos, começaram a acontecer coisas antes impensáveis, como um general, Eduardo Villas Bôas, pressionar o Supremo Tribunal Federal para que não se tomasse uma decisão em favor do ex-presidente Lula.

No governo de Jair Bolsonaro, o Exército voltou a se lambuzar de política. Oficiais da ativa e da reserva ocupam postos-chave, participam de manifestações antidemocráticas e, assim, emitem sinais de que as Forças Armadas endossam o que presidente diz e faz.

No momento, o Exército participa de um massacre. Um general, Eduardo Pazuello, aceitou ser ministro da Saúde mesmo, como admitiu, sem saber o que é o SUS (Sistema Unificado de Saúde). Suas credenciais eram as de um craque da logística. Ele pode ser bom em distribuir fardas e coturnos, mas, como estamos vendo, não sabe salvar vidas.

Demorou a comprar seringas e agulhas, e ainda mandou um lote vir de navio, porque é mais barato. Só agora, e quase à revelia dele, cidadãos daqui começam a ser vacinados, embora mais de 35 milhões já tenham sido ao redor do planeta. O Brasil passou dos 209 mil mortos, e Pazuello continua defendendo o uso de remédios que não servem para combater os efeitos do coronavírus.

Não se trata de um caso isolado, de um incompetente que está fazendo trapalhadas. Bolsonaro o nomeou para que ele as fizesse. O lambe-botas do presidente soube com dias de antecedência que os hospitais de Manaus entrariam em colapso por falta de oxigênio para os pacientes. Nada fez, a não ser prescrever a inútil cloroquina. A tragédia do Amazonas reforça o que não é novidade, mas ainda assim é terrível: temos um governo que atua para que um número cada vez maior de brasileiros morra. Não é acidente, é projeto. Em cada mil brasileiros, um já morreu de Covid-19.

Os generais de Brasília (Mourão, Augusto Heleno, Braga Netto, Azevedo e Silva) pouco fazem além de inscrever seus nomes na história como operadores de um morticínio – não se pode usar a palavra genocídio porque algumas damas da intelectualidade ruborizam.

O Exército ainda está sendo cúmplice da, quem diria, venezuelização do Brasil. Em vez das milícias boliviarianas de Hugo Chávez e Nicolás Maduro, estão em formação as milícias bolsonaristas: facilitação da compra de armas por civis, aumento de poder e de vencimento para policiais, mobilização de apoiadores contra o Legislativo e o Judiciário para que estes se submetam ao Executivo. Enquanto tentamos sobreviver na pandemia, temos um governo que joga contra nós e é integrado por oficiais que envergonham as fardas que vestem ou vestiam.

terça-feira, 19 de janeiro de 2021

La precarización violenta del trabajador brasileño


Fernando de la Cuadra

Socialismo y Democracia

El sociólogo Ricardo Antunes hace ya un tiempo que viene advirtiendo a la clase política, los académicos, la prensa y la sociedad brasileña en general con respecto al acelerado proceso de precarización que viven los trabajadores de ese país. En su libro O privilégio da servidão (El privilegio de la servidumbre), el autor estudia la devastación de la categoría trabajo en Brasil y en el mundo, con la emergencia de formas cada vez más fragmentadas y precarias de una actividad esencial en la cultura y en el devenir de la humanidad.

Cuando Antunes piensa en la condición de los trabajadores actualmente, se inspira en la idea de que, en la lucha por ocupar un espacio dentro de la estructura productiva capitalista, los seres humanos deben necesariamente asumir el “privilegio” de transformarse en siervos del sistema, esclavos de los intereses del capital en escala nacional y global. Esto quiere decir que en los días actuales las personas que tienen algún tipo de empleo, por muy indigno que este sea, viven efectivamente en una situación de privilegio, ya que pueden ser consideradas como seres humanos dignos y pasibles de tener derechos de ciudadanía. Si las personas no tienen esa prerrogativa de ser “siervos” en algún trabajo, se encontrarán en una situación de tragedia social, en la condición de transformarse en seres invisibles o superfluos, según la precisa y contundente definición acuñada por Ilija Trajanov en su libro El hombre superfluo.

Para no situarse en la condición de seres residuales, invisibles, las personas estarán dispuestas a buscar cualquier vía para obtener una renta, por muy indigno o precario que sea este empleo. Una de las modalidades más extendida que asume esta precarización en nuestros días es la profusión de trabajos en que somos o nos creemos ser nuestros propios patrones. En este caso se construye una falsa narrativa de autonomía, de emprendimiento, cuando lo que en realidad existe son nuevas formas de explotación encubierta, que pueden tener una expresión tanto o más violenta que la extracción de plusvalía absoluta o relativa experimentada históricamente por la clase trabajadora, según la clásica definición de la economía política marxiana.

Camuflada bajo la denominación de una economía colaborativa que se sustentaría en el intercambio y la puesta en común de bienes y servicios mediante el uso de plataformas digitales y aplicativos de celular, un sinnúmero de estas empresas (que gustan ser llamadas de entidades) han ido creciendo exponencialmente en los últimos seis años. Existen para ello, una variedad de actividades a las cuales se dedican, como el traslado o movilidad de pasajeros (Uber, DiDi, Cabify, Beat, Grin, Awto, Lime, etc.); de compra y/o entrega de alimentos (Cornershop, Rappi, ifood, PedidosYa, Glovo, Uber Eats, etc.); de alojamiento o alquiler por temporada (Airbnb, HomeAway, HouseTrip, FlipKey, etc.) o de entrega de mercaderías de mayor tamaño.

En principio, estas empresas afirman que no establecen vínculos de jefatura/subordinación con sus miembros participantes, los que para efectos contractuales no serían sus empleados en los moldes convencionales. Por el tipo de vínculo que otorga mayor autonomía a los colaboradores, aquellos que se incorporan o pasan a “integrar” estas empresas lo hacen pensando en que van a disponer libremente de su tiempo, ya que podrán administrar mejor las horas destinadas al trabajo o a estar con la familia, a descansar o a la recreación. Falso. La verdad constatada por muchos estudios, entre ellos los de Ricardo Antunes, es que quienes participan de estos emprendimientos terminan trabajando muchas más horas que las que demandaría un trabajo con contrato convencional, pues no hay horario que delimite el tiempo en que las personas deben o no parar de laborar. Mientras más horas destinen al trabajo, más rendimientos tendrán los “socios” de estas compañías.

Dicha matemática simple fue retratada de manera excepcional por la película de Ken Loach, Sorry We Missed You (Lo siento, te extrañamos), en la cual una familia se embarca en un proyecto de emprendedorismo ofreciendo los servicios para una empresa de entrega de productos y, por lo mismo, debe endeudarse en la compra de una furgoneta. Al inicio la apuesta parece que va a prosperar, pero luego el espectador puede observar como se da curso a una espiral descendente, en la cual el protagonista, Ricky, y su familia se ven transformados en esclavos de la empresa, en simples eslabones de una cadena de sobreexplotación, tapizada más bien con ribetes de auto-explotación.

Un estudio realizado recientemente en la ciudad de São Paulo -con entregadores de alimentos que hacen uso de su bicicleta-, comprobó que muchos de ellos viven en zonas o barrios muy apartados de los locales que producen estos alimentos (casi todos ubicados en el centro de la ciudad), razón por la cual deciden dormir en cualquier parque o plaza del mismo centro, pues el regreso a casa en bicicleta les demanda un gran esfuerzo, el que no pueden realizar o soportar después de pasarse un día completo trasladando alimentos de un sitio a otro en esta imponente e implacable megalópolis. Muchos testimonios de estos jóvenes confirman que no tienen alternativa para sobrevivir o para aspirar a tener mejores condiciones de vida.

Hace poco más de cinco años apuntaba en una columna escrita en el contexto de la crisis que atravesaba el gobierno de Dilma Rousseff (Dilma en su laberinto), que uno de los principales desafíos de dicho gobierno era el enfrentamiento de la alta tasa de desempleo que se verificaba en ese tiempo, la cual había aumentado de un 5 por ciento a cerca de un 9 por ciento, con casi 8 millones de desocupados. Eso era impensable y hasta considerado escandaloso en ese momento.

Actualmente la tasa de desempleo alcanza al 14,6 por ciento de la población con más de 15 millones de la población económicamente activa fuera de cualquier tipo de actividad laboral, excluyendo ciertamente a los trabajadores por cuenta propia que, como se sabe, solo permiten camuflar u ocultar artificialmente las cifras oficiales de desempleo. Y las previsiones de gran parte de los economistas es que, de continuar la situación de crisis pandémica esta cifra superará el 17 por ciento durante el primer trimestre del presente año. Con la retirada de la ayuda de emergencia por parte del gobierno, la tendencia es que millones de familias deberán inventar alguna fórmula para obtener un ingreso que les permita sobrevivir en estos tiempos aciagos. Mientras tanto, el ex capitán continúa preocupado con su reelección para el 2022, dejando tras de sí un rastro imborrable de muerte, angustia y sufrimiento.

sábado, 16 de janeiro de 2021

Brasil: A estrutura da morte

 

Lygia Jobim
Carta Maior 

 "A gente está sem oxigênio para os pacientes, a previsão é que acabe em duas horas. Já tivemos baixas de pacientes, então quem tiver oxigênio em casa sobrando, por favor, traga aqui para o hospital", suplicou o médico intensivista do HUGV, Anfremon D'Amazonas Monteiro Neto nas redes sociais.

"Acabou o oxigênio e os hospitais viraram câmaras de asfixia", diz o pesquisador Jesem Orellana. "Os pacientes que conseguirem sobreviver, além de tudo, devem ficar com sequelas cerebrais permanentes." As frases acima são do dia 14 de janeiro de 2021 e se referem à situação no Estado do Amazonas. Entrará para a história de nosso país como o Dia da Infâmia.

O tenente, que nunca escondeu quem é, que sempre disse que sua especialidade era matar, escolheu a dedo o Ministro da Saúde. Escolheu um general que é mais do que um especialista em logística, é um gênio em sua especialidade e tem os mesmos objetivos que seu chefe. Peça por peça, juntos montaram a estrutura da morte. Peça por peça, como num grande quebra cabeça, essa estrutura agora se mostra em todo seu horror e eficácia, com seringas que viajam de navio e pessoas que morrem asfixiadas.

Que sejam malditos os que a conceberam. Que sejam malditos os que podem, por vias constitucionais, retirá-los do poder e não o fazem. Não podemos mais contemporizar. Esta chusma imunda que se aboletou no Planalto tem que ser removida. Todos, a começar pelo chefe, têm que ser, com as armas que a democracia nos dá e que estão num livrinho chamado Constituição, defenestrados do poder que nunca deveria ter lhes sido entregue já que nunca fizeram segredo de seus objetivos.

Em 05 de agosto de 2010 o genocida, então deputado, fez um discurso na Câmara onde culpava o crescimento populacional pela miséria e a violência em nosso país. Sua fala está circulando em vídeo com o intuito de alertar para o fato de que o extermínio da população, a que estamos assistindo por causa de sua inaceitável conduta ao minimizar os efeitos da pandemia que assombra o mundo, é um projeto de governo. No vídeo encontramos frases como “Tem gente demais. Nós temos que colocar um ponto final nisso se quisermos produzir felicidade em nosso país. E não fiquem botando cada vez mais gente no mundo que infelizmente sua grande maioria não servirá para o futuro de nosso país”.

Este não foi seu único discurso defendendo essa tese. Em rápida pesquisa na internet é possível encontrar diversas falas em que defende a esterilização e a laqueadura - sempre dos menos favorecidos. Agora, a Covid-19 vem a calhar, abrindo espaço para sua política de extermínio. Deixa-o livre para continuar a afirmar que nosso mal não vem de uma política social errada. Tão profundamente errada que só nos fez não figurar no mapa da fome – onde agora estamos de volta – durante os governos do PT.

Líderes nazistas reuniram-se em Berlim, no dia 20 de janeiro de 1942, para, naquela que ficou conhecida como a Conferência de Wannsee, discutir detalhes operacionais do extermínio dos judeus na Europa. Numa rápida reunião que durou talvez menos de duas horas, Reinhard Heydrich, diretor do Departamento Geral de Segurança do Reich, reuniu apenas catorze pessoas. Um número pequeno para um projeto tão monstruosamente grande.

Se no projeto alemão a asfixia era levada a cabo em câmaras de gás, aqui, onde o tenente talvez tenha se reunido com meia dúzia ou uma dúzia, de fiéis integrantes de seu asqueroso grupelho homicida, ela se dá apenas com descaso e logística. Só conheceremos os detalhes quando, identificados um por um, assistirmos a seus julgamentos pelo eficiente trabalho de apenas deixar morrer.

sábado, 9 de janeiro de 2021

O instinto assassino de Bolsonaro


Cristina Serra
Folha de Sao Paulo

Ao confessar seu fracasso, ele deveria renunciar. Mas não tem hombridade para tal

Bolsonaro tem duas preocupações na vida: salvar a pele dos filhos suspeitos de cometer crimes e preparar as bases para um golpe na eleição de 2022. Como admitiu em cínica declaração, pelo país ele nada consegue fazer. Aí está uma verdade. Não consegue porque não é capaz. Seu governo será sempre associado a um recorde trágico: 200 mil brasileiros mortos, em menos de dez meses, pelo vírus que ele ajudou a espalhar com seus arrotos de ignorância.

Péssimo militar e parlamentar medíocre, Bolsonaro levou seu despreparo para o Planalto e se cercou de incompetentes como ele. O pascácio da Saúde desconhece a lei da oferta e da procura e não consegue marcar a data da campanha de vacinação. O da Economia não sabe o que pôr no lugar do auxílio emergencial. O vírus mata, a fome também.

A incapacidade do presidente está longe de ser nosso único tormento. Para quem já respondeu a processo por terrorismo, as cenas de selvageria no Capitólio, em Washington, devem ter provocado êxtase. Certamente excitado com o que viu, Bolsonaro vai radicalizar sua campanha de sabotagem à democracia, à urna e ao voto enquanto tonifica seus esquadrões da morte, pelotões de jagunços e hordas de milicianos por dentro do aparelho de Estado, com liberação de armas, promoções, verbas, cargos e salários.

Só numa sociedade muito adoecida o presidente pode atentar à luz do dia contra a democracia e ficar tudo na mesma. O Brasil está morrendo de falência múltipla de instituições. Ao confessar seu fracasso, Bolsonaro deveria renunciar. Mas não tem hombridade para tal.

Restaria o impeachment. Mas ele sabe que os pedidos continuarão juntando mofo enquanto puder contar com a cumplicidade de gente graúda que enriquece ainda mais com a crise e que prefere deixar tudo como está. Assim, Bolsonaro pode seguir sem ser incomodado, contando com mais dois anos para exercitar seu instinto assassino. Não resta dúvida de que nisso está sendo muito bem-sucedido.

quarta-feira, 6 de janeiro de 2021

Brasil: No hay vacuna para el necropresidente


Fernando de la Cuadra
Socialismo y Democracia


Se cumplieron 2 años desde que el ex capitán asumió la presidencia de Brasil, en los cuales se puede constatar no solo el carácter siniestro del des(gobierno) como la compulsiva tendencia a aliarse con la crueldad y la muerte de los brasileños. Sólo de esta manera puede ser interpretada la desidia con que el ejecutivo ha asumido su combate a la pandemia que asola al mundo, ahora a través de una lentitud criminal para implementar el proceso de vacunación de los habitantes de este país.

A pesar de todas las evidencias existentes, el gobierno sigue cuestionando la efectividad de las vacunas y solicitando nuevos antecedentes para dar su visto bueno a través de la Agencia Nacional de Vigilancia Sanitaria (Anvisa), una entidad que gozaba de gran prestigio antes de ser literalmente ocupada por militares activos o de la reserva sin ningún conocimiento técnico ni profesional en esta área. Resultado: La Anvisa se ha transformado en un enorme aparato burocrático que responde a directrices ideológicas emanadas de Bolsonaro y los ultraderechistas que ocupan los principales cargos de su gobierno.

En su gran mayoría, los ministros del actual gobierno se parecen más a los bizarros y patéticos personajes inventados por Roberto Bolaño en su novela “La literatura nazi en América”, un verdadero caleidoscopio de seres frustrados, fracasados, llenos de complejos e ideas estrambóticas sobre la realidad, incubando fantasías de enemigos ocultos e insufribles tesis conspirativas. Es así como se comportan algunos de los delirantes miembros del gabinete de Bolsonaro, los cuales junto a ciertos pastores pentecostales llegan a afirmar que quien toma la vacuna contra el Covid19 después se transformará en Jacaré, un cocodrilo abundante en las regiones de Amazonas y Pantanal.

Sería cómico si no fuera trágico. El país ya se aproxima a la amarga cifra de 200 mil fallecidos y casi 8 millones de infectados por el virus y las autoridades continúan paralizadas, sin ninguna voluntad de respuesta a la urgencia de iniciar una masiva campaña de vacunación. En estos momentos, cinco de los mayores hospitales de Sao Paulo se encuentran con su capacidad desbordada y con la ocupación al 100% de sus camas para pacientes con Covid19. El propio Ministro de Salud, General Pazuello, hace dos semanas que no se hace visible para dar algunas informaciones u orientaciones a la población que se mantiene expectante frente al proceso de inmunización que se desarrolla ya en muchos países. Además de la inacción del gobierno federal, la absoluta falta de coordinación entre éste y los gobiernos estaduales tiene al país entre los últimos de la fila para llegar a un acuerdo con las farmacéuticas que deben dar cuenta de una demanda excesiva.

Es desesperador para muchos especialistas en epidemiología y salud pública observar como Brasil se está quedando muy atrás en una materia de vida o muerte para los millones de personas que quieren volver a la llamada “nueva normalidad” con la seguridad y la confianza de que no sucumbirán al Coronavirus. Mientras el poder público se encuentra paralizado, clínicas privadas están negociando contratos con ciertas empresas farmacéuticas, lo cual puede representar una solución para grupos minoritarios de la población, pero nunca para la mayoría de los 210 millones de habitantes de Brasil.

Y aún más, cuando la elite de este país esté vacunada, ciertamente las presiones de los grupos más influyentes sobre el gobierno van a disminuir drásticamente, con lo cual la demora en la respuesta sanitaria a la pandemia se puede profundizar. A pesar de toda la crítica realiza por los especialistas y vehiculada diariamente por la prensa, el presidente se hace el desentendido respondiendo con un simple “todos tenemos que morir algún día”. Es la expresión más grotesca de un mandatario que le impone la muerte a miles de personas a causa de su desidia y negligencia administrativa y su apatía y desprecio por la vida ajena.

Como ya advertíamos en un artículo publicado meses atrás, la política del gobierno de Bolsonaro se sustenta en la muerte, en la noción de que al poder político le cabe la discrecionalidad de decidir entre quienes pueden vivir y quienes pueden ser eliminados, pues son vidas superfluas, residuales, “matables”. De esta manera, se establecen los estándares entre quienes hay que proteger y asegurar en sus condiciones de vida o, por el contrario, aquellos que pueden morir porque son superfluos para el sistema o porque representan una “amenaza para la sociedad” por pensar diferente o, simplemente, por ser diferentes.

Bolsonaro es la encarnación de esta visión perversa que Achille Mbembe analizó y denominó como necropolítica. Es un necropresidente de un necrogobierno que se ufana de estar consiguiendo la inmunidad de rebaño, con millones de contagiados que aumentan de manera exponencial cada día. Y que ha colocado a la cabeza del Ministerio de Salud a un militar que actúa como un subordinado y no como alguien que debe tomar decisiones vitales para velar por la salud y la vida de la población. No en vano ya es conocido como el Ministro de la Enfermedad.


La mitad de la pesadilla


Decir que este ha sido un periodo oscuro, sombrío o siniestro no es una exageración. Han sido dos años de desmonte de las políticas públicas en casi todos los ámbitos de la sociedad: educación, salud, derechos humanos, medioambiente, vivienda, saneamiento básico, infraestructura, previsión, transporte, relaciones exteriores, etc. Todavía restan dos años de mandato del ex capitán y el país continúa sumergido en una profunda crisis a todo nivel, de la cual no se vislumbra salida a corto o mediano plazo. El mismo Bolsonaro viene repitiendo regularmente que “Brasil está quebrado”, eludiendo su responsabilidad ante la insolvencia fiscal del gobierno. Creando falsas polémicas y descalificando a sus críticos, el gobierno esconde artificialmente su propia incompetencia para lidiar con los problemas de la nación.

Por su parte, los pedidos para iniciar un proceso de impeachment por crimen de responsabilidad, falta de decoro o incapacidad para ejercer el cargo, se acumulan en la gaveta del presidente de la Cámara de Diputados, Rodrigo Maia, que por cálculo político, cuidado excesivo o temor se ha negado a abrir cualquiera de las más de 30 solicitudes de impedimento que se han realizado en estos últimos dos años. Rodrigo Maia debe dejar su puesto en febrero, por lo cual ya se encuentran en curso las articulaciones para elegir al nuevo presidente de la Cámara.

La oposición ha conseguido con mucho esfuerzo forjar una alianza en torno al candidato Baleia Rossi, del Movimiento Democrático Brasileño (MDB), el mismo partido en que milita Michel Temer, aquel vice presidente que traicionó a su compañera de lista Dilma Rousseff en el año 2016. A pesar de todos sus resquemores, el Partido de los Trabajadores apoyará la candidatura de Rossi, suponiendo que en esta compleja coyuntura es necesario sumar todas las fuerzas capaces de establecer un contrapunto o contrapoder a los ímpetus del ejecutivo de controlar al conjunto de las instancias decisorias existentes en el país.

Quizás si lo único que otorga un poco de consuelo a los conglomerados políticos opositores y a la mayoría de los ciudadanos que le han restado su apoyo a Bolsonaro, es que a partir de ahora la mitad que resta de su mandato se va a ir reduciendo cada día hasta llegar a su fin, el 31 de diciembre de 2022. Es ciertamente un consuelo pequeño, porque además siempre existe el riesgo de que, si los sectores democráticos no son capaces de levantar una alternativa unitaria y viable a la manipulación y el chantaje ejercido por los seguidores del necropresidente, esta pesadilla se vuelva a repetir por otros cuatro años.