Naomi Klein
The Nation
El otro día recibí una copia del borrador de The Battle of the Story of the Battle of Seattle (la batalla de la historia de la batalla de Seattle), de David Solnit y Rebecca Solnit. Se planea que aparezca diez años después de la histórica coalición de activistas que cercaron la cumbre de la Organización Mundial de Comercio en Seattle, la chispa que encendió el movimiento global anti corporaciones multinacionales.
The Nation
El otro día recibí una copia del borrador de The Battle of the Story of the Battle of Seattle (la batalla de la historia de la batalla de Seattle), de David Solnit y Rebecca Solnit. Se planea que aparezca diez años después de la histórica coalición de activistas que cercaron la cumbre de la Organización Mundial de Comercio en Seattle, la chispa que encendió el movimiento global anti corporaciones multinacionales.
El libro es un relato fascinante de lo que sucedió realmente en Seattle, pero cuando hablé con David Solnit, el gurú de la acción directa que ayudó a ingeniar el cerco, le encontré menos interesado en recordar 1999 que en hablar sobre la próxima cumbre de Naciones Unidas sobre cambio climático en Copenhague y las acciones de “justicia climática” que está ayudando a organizar a lo largo de Estados Unidos el 30 de noviembre. “Este es definitivamente un momento tipo Seattle”, me dijo Solnit. “La gente está lista para salir a la calle”.
Hay ciertamente algo de Seattle en la movilización de Copenhague: la amplia gama de grupos que allí estarán; las diversas tácticas que se mostrarán; y los países en desarrollo prestos a llevar las demandas activitas a la cumbre. Pero Copenhague no es sólo una segunda oportunidad de Seattle. En vez de eso, parece como si las placas tectónicas se estuvieran desplazando, creando un movimiento que se construye sobre la fortaleza de una era precedente pero que a su vez aprende de los errores.
La gran crítica al movimiento que los medios de comunicación insisten en llamar “antiglobalización” fue siempre que tenía una larga lista de agravios y pocas alternativas concretas. En cambio el movimiento convergente en Copenhague trata una única temática – el cambio climático – pero teje una narrativa coherente sobre la misma y sus soluciones que incluyen virtualmente cada asunto del planeta. En esa narrativa, nuestro clima está cambiando, no simplemente por prácticas contaminantes particulares, sino por la lógica subyacente del capitalismo que valora el beneficio a corto plazo y el crecimiento perpetuo por encima de todo. Nuestros gobiernos nos harían creer que la misma lógica puede ser utilizada ahora para solucionar la crisis climática mediante la creación de una mercancía comercializable llamada “carbono” y transformando los bosques y campos de cultivo en “sumideros” que supuestamente compensarían nuestras emisiones descontroladas.
Los activistas por un clima justo en Copenhague argumentan que, lejos de resolver la crisis climática, el comercio de carbono representa una privatización sin precedentes de la atmosfera, y que estas compensaciones y sumideros amenazan con convertirse en un robo de recursos de proporciones coloniales. Las soluciones basadas en el mercado, no sólo no llegarán a solucionar la crisis climática, sino que este fracaso profundizará dramáticamente en la pobreza y desigualdad porque la gente más pobre y vulnerable es la víctima principal del cambio climático así como el conejillo de indias de estos esquemas comercio–emisiones.
Pero los activistas en Copenhague no dirán simplemente un no a todo esto. Avanzarán contundentemente soluciones que simultáneamente reduzcan emisiones y estrechen la desigualdad. A diferencia de cumbres previas, en las que las alternativas parecían ideas de último momento, en Copenhague las ideas tomarán el centro del escenario. Por ejemplo, la coalición de acción directa Climate Justice Action ha hecho un llamamiento a los activistas a lanzarse sobre el centro de conferencias el día 16 de diciembre. Muchos lo harán como parte del bloque – bici, conduciendo juntos en la hasta ahora desconocida “nueva máquina irresistible de resistencia” hecha de cientos de viejas bicicletas. La meta de la acción no es cerrar la cumbre, al estilo Seattle, sino abrirla transformándola en “un espacio para hablar de nuestra agenda, una agenda desde abajo, una agenda de justicia climática, de soluciones reales contra falsas soluciones… Ese día será nuestro”.
Algunas de las soluciones que se ofrecen desde el campo activista son las mismas que el movimiento de justicia global ha estado defendiendo durante años: agricultura local y sostenible; proyectos energéticos más pequeños y descentralizados; respeto a los derechos de los indígenas sobre su tierra; dejar los combustibles fósiles en la tierra; ajustar las protecciones en tecnología verde; y pagar por estas transformaciones tasando las transacciones financieras y cancelando la deuda externa. Algunas soluciones son nuevas, como la creciente demanda de que los países ricos paguen reparaciones por “deuda climática” a los pobres. Son palabras mayores, pero todos acabamos de ver la clase de recursos que nuestros gobiernos pueden destinar cuando se trata de salvar a las élites. Como dice un eslogan pre – Copenhague: “Si el clima fuera un banco, hubiera sido salvado” – no abandonado a la brutalidad del mercado.
Además de la coherente narrativa y el hincapié en las alternativas, también hay muchos otros cambios: una aproximación a la acción directa más meditada, que reconoce la urgencia de hacer más que solamente hablar pero que está determinada a no jugar al cansino guión de policías contra manifestantes. “Nuestra acción es la de la desobediencia civil”, dicen los organizadores de la acción del 16 de diciembre. “Superaremos cualquier barrera física que se interponga en nuestro camino – pero no responderemos con violencia si la policía [intenta] una escalada de la situación”. (Dicho esto, no hay manera de que una cumbre de dos semanas no incluya unas pocas batallas entre policías y chavales de negro; esto es Europa después de todo).
Hace una década, en un artículo de opinión del New York Times publicada tras el cierre de Seattle, escribí que un nuevo movimiento que abogaba por una forma de globalización radicalmente diferente “acaba de tener su fiesta de presentación”. ¿Cuál será el significado de Copenhague? Le hice esta pregunta a John Jordan, cuya predicción de lo que eventualmente sucedería en Seattle cité en mi libro No Logo. Respondió: “Si Seattle fue el movimiento de presentación en sociedad de los movimientos, entonces Copenhague tal vez sea la celebración de su mayoría de edad”.
Advierte, sin embargo, que crecer no significa jugar seguro, dejando de lado la desobediencia civil en favor de reuniones formales. “Espero que hayamos crecido para volvernos mucho más desobedientes”, dice Jordan, “porque nuestra vida en este mundo podría acabar por demasiados actos de obediencia”.
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