David Brooks
La Jornada
De pronto, la palabra «socialismo» está por todas partes; es como si uno se hubiese ido a dormir en el superpoder capitalista y despertara en un estado socialista denunciado por la ultraderecha, pero también por la llamada «izquierda» liberal. Mientras tanto, hay «radicales» por todas partes, sembrando aún más socialismo, más extremo, más, como dijo una mujer en un mitin, «antiamericanismo».
Y es que la crisis ha generado mucha confusión en el corazón del capitalismo mundial. Por ejemplo, el Gobierno de George W. Bush, promotor internacional del modelo neoliberal, nacionaliza parcialmente el sector financiero, y ahora está considerando una enorme inversión (tal vez de hasta 300 mil millones de dólares) en obra pública y/o subsidios estatales al sector privado para estimular la economía. Ultraconservadores en su partido denuncian esto como el «fin del libre mercado», el fin del «4 de julio» y el inicio del «socialismo» en Estados Unidos.
Apoyo estatal sólo para ricos
Los críticos liberales del mismo proyecto rechazan que sea socialismo, ya que todo el apoyo estatal es sólo para los ricos y, por lo tanto, lo califican de «socialismo empresarial».
En la contienda electoral, en tanto, la fórmula republicana de John McCain y Sarah Palin ha decidido que su mejor táctica para tratar de frenar la campaña del demócrata Barack Obama es regresar a los tiempos del macartismo, y tal vez a principios del siglo XX, y alertar contra la amenaza roja.
«Ahora no es el momento para experimentar con el socialismo», declaró la candidata a la Vicepresidencia en un mitin en Colorado, al caracterizar las propuestas fiscales de Obama. McCain denuncia que Obama ha dicho que quiere (¿listos? no se asusten): «Extender la riqueza más ampliamente». Peor aún, Palin, y a veces McCain, lo exageran más: Obama desea «redistribuir la riqueza», y eso implica, afirman, «socialismo».
McCain acusó que las propuestas fiscales de Obama implican una «redistribución de montos masivos de riqueza» y afirmó que «por lo menos en Europa, los líderes socialistas que tanto admiran a mi opositor son abiertos sobre sus objetivos».
McCain dijo a Fox News: «Creo que sus planes (de Obama) son la redistribución de la riqueza», y preguntado qué era eso, agregó: «Eso es uno de los principios del socialismo». Una y otra vez en los mítines acusan implícita o explícitamente a Obama y a sus socios de «socialistas», la gente empieza a corear «USA, USA, USA», como si fuera un talismán contra un demonio rojo.
«Tomando más de una pequeña empresa o pequeños empresarios o de una familia que trabaja duramente, y entonces redistribuir ese dinero acorde con las prioridades de un político, hay señas de socialismo ahí», ha advertido Palin.
Y otros siguen la corriente. La representante republicana de Minnesotta Michele Bachmann está preocupada «porque (Obama) podría tener perspectivas antiamericanas». Y demostró su nostalgia macartista al instar a los medios estadounidenses a investigar no sólo al senador Obama, sino a otros legisladores para «averiguar si son pro- América o anti-América».
Entre los mensajes de televidentes enviados a CNN, uno como éste: «Un triunfo de Obama es instalar a un socialista en la Casa Blanca». Hace unos días cuando Obama entró a un pequeño restaurante en un pueblo de Carolina del Norte, una mujer empezó a gritar «socialista, socialista, socialista ¡sal de aquí!», según reportó Reuters.
Obama rechaza la acusación y recuerda que «Warren Buffet me ha apoyado, Colin Powell me alaba, ¿y John McCain cree que estoy abrazando al socialismo?». Buffet es el capitalista más rico del mundo. Además, el «socialista» de Obama cuenta con más fondos donados a su campaña por Wall Street que McCain, y entre sus asesores se encuentran el ex secretario del Tesoro y alto ejecutivo de Citygroup Robert Rubin y el ex presidente de la Reserva Federal Paul Volcker.
Así, mientras el Gobierno Bush promueve la que podría ser la intervención estatal en el «libre mercado» más grande de la historia, los candidatos republicanos acusan a su opositor de socialista, y analistas como Darrell West, director de estudios de gobernabilidad de la Brookings Institution, concluye que «por ahora el socialista más grande es George W. Bush». Es pues entendible que haya un poco de confusión aquí.
Tal vez es parte de un complot rojo para confundir a todos, donde nadie sabe quién es el verdadero socialista, o tal vez todos son socialistas, o tal vez nadie pero ¡ay nanita!; o tal vez los viejos socialistas estadounidenses del siglo pasado, como Eugene Debs, se están muriendo de risa de que esa palabra continué teniendo tanto poder y genere tanto miedo aun después de que se proclamara el fin de esa historia.
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