Xavier Caño Tamayo
CCS
Las provincias de la Media Luna, las más ricas de Bolivia, se han rebelado contra el gobierno de Evo Morales. Se han declarado autónomas unilateralmente, han tomado edificios públicos, han bloqueado carreteras y han protagonizado actos de vandalismo y atentados. Han muerto treinta personas. Pero todo se inició a finales de 2007. Entonces el pretexto fue qué ciudad debía ser capital, La Paz o Sucre. Y enfrentaron a pobres contra pobres.
Ahora han sido las provincias Santa Cruz, Pando, Tarija, Cochabamba y Beni, provincias en manos de una minoría blanca que concentra la mayor parte de riqueza. Bolivia está formada por el altiplano andino de mayoría indígena pobre (más del 62% de habitantes) y una tierra baja al Este, donde vive la minoría blanca y la población mestiza.
Si esta minoría ya tiene la mayor parte de riqueza del país, ¿qué quiere ahora? Como el gangster Johnny Rocco en la película 'Cayo Largo', quiere más. Quedarse con la mayor parte de beneficios del gas y petróleo que el gobierno del presidente Morales ha recuperado para Bolivia; impedir la reforma agraria que devolvería tierras a millones de indígenas, porque las quieren ellos para cultivar soja, exportarla y ganar aún más.
Se han rebelado contra el gobierno que aumentó 340 millones de dólares los ingresos fiscales por hidrocarburos y los ha dedicado a salud reproductiva, cobertura de salud para niños y mayores de 60 años, clínicas rurales, dos millones de hectáreas repartidas entre campesinos pobres. Se han rebelado contra un gobierno que intenta ser justo con ese 62% de indígenas apartado del bienestar y la justicia durante medio milenio.
Los rebeldes dicen sentirse discriminados por este gobierno por ser blancos. ¡Qué cinismo! Quien dio un puñetazo en la nariz acusa al golpeado de agredir su puño con la nariz. Pero, además de ocupar edificios oficiales, cortar carreteras y protagonizar algaradas con muertes, los blancos rebeldes difundían rumores de inexistentes grupos indígenas que "toman lo que es nuestro" y asesinan a personas blancas. Porque esa minoría rebelde y rica además es racista, como se deduce de lo que medios informativos afines publican sin rubor.
Como ha escrito el profesor de la Universidad Autónoma de México, Guillermo Almeyra, "es evidente que detrás del poder económico de los separatistas [de las provincias de la Media Luna] está también el de Washington, el de los terratenientes y cultivadores de soja argentinos y brasileños y el de empresas petroleras extranjeras que prefieren negociar el precio del petróleo y del gas con sus aliados de la minoría rica".
Sospechas de que la larga mano del Departamento de Estado de Estados Unidos estuviera detrás de la rebelión hicieron que el presidente Morales expulsara al embajador de ese país, Philip Goldberg, quien al despedirse pareció amenazar al decir que Morales "comete un grave error al expulsarlo, porque esa decisión podría tener efectos serios en muchas formas".
¿Paranoia antiamericana? No, pero no podemos dejar de recordar los muy documentados casos del Chile de Allende, Brasil de João Goulart, y recientemente Venezuela y su fracasado golpe de estado contra el presidente Chávez, entre otros. Conflictos en los que se olía el tufo de cierta agencia de inteligencia precediendo al ruido de sables locales. Pero esta vez intervino Unasur (Chile, Argentina, Brasil, Colombia, Ecuador, Bolivia, Paraguay, Uruguay y Venezuela), que no ha tolerado la ruptura de la democracia en Bolivia ni nada que comprometa su integridad territorial. Unasur ha apoyado sin fisuras a Evo Morales y, por primera vez en la historia latinoamericana, facilitado una salida sin la intervención de Estados Unidos.
"Si los bolivianos no logran un valor justo por la riqueza natural de su país, sus perspectivas son sombrías. El mundo debería celebrar que Bolivia tenga un gobernante electo democráticamente que intenta representar los intereses de los pobres de su patria. Se trata de un momento histórico". Palabras del premio Nobel de Economía estadounidense Joseph Stiglitz, que no podemos menos que compartir.
Ahora han sido las provincias Santa Cruz, Pando, Tarija, Cochabamba y Beni, provincias en manos de una minoría blanca que concentra la mayor parte de riqueza. Bolivia está formada por el altiplano andino de mayoría indígena pobre (más del 62% de habitantes) y una tierra baja al Este, donde vive la minoría blanca y la población mestiza.
Si esta minoría ya tiene la mayor parte de riqueza del país, ¿qué quiere ahora? Como el gangster Johnny Rocco en la película 'Cayo Largo', quiere más. Quedarse con la mayor parte de beneficios del gas y petróleo que el gobierno del presidente Morales ha recuperado para Bolivia; impedir la reforma agraria que devolvería tierras a millones de indígenas, porque las quieren ellos para cultivar soja, exportarla y ganar aún más.
Se han rebelado contra el gobierno que aumentó 340 millones de dólares los ingresos fiscales por hidrocarburos y los ha dedicado a salud reproductiva, cobertura de salud para niños y mayores de 60 años, clínicas rurales, dos millones de hectáreas repartidas entre campesinos pobres. Se han rebelado contra un gobierno que intenta ser justo con ese 62% de indígenas apartado del bienestar y la justicia durante medio milenio.
Los rebeldes dicen sentirse discriminados por este gobierno por ser blancos. ¡Qué cinismo! Quien dio un puñetazo en la nariz acusa al golpeado de agredir su puño con la nariz. Pero, además de ocupar edificios oficiales, cortar carreteras y protagonizar algaradas con muertes, los blancos rebeldes difundían rumores de inexistentes grupos indígenas que "toman lo que es nuestro" y asesinan a personas blancas. Porque esa minoría rebelde y rica además es racista, como se deduce de lo que medios informativos afines publican sin rubor.
Como ha escrito el profesor de la Universidad Autónoma de México, Guillermo Almeyra, "es evidente que detrás del poder económico de los separatistas [de las provincias de la Media Luna] está también el de Washington, el de los terratenientes y cultivadores de soja argentinos y brasileños y el de empresas petroleras extranjeras que prefieren negociar el precio del petróleo y del gas con sus aliados de la minoría rica".
Sospechas de que la larga mano del Departamento de Estado de Estados Unidos estuviera detrás de la rebelión hicieron que el presidente Morales expulsara al embajador de ese país, Philip Goldberg, quien al despedirse pareció amenazar al decir que Morales "comete un grave error al expulsarlo, porque esa decisión podría tener efectos serios en muchas formas".
¿Paranoia antiamericana? No, pero no podemos dejar de recordar los muy documentados casos del Chile de Allende, Brasil de João Goulart, y recientemente Venezuela y su fracasado golpe de estado contra el presidente Chávez, entre otros. Conflictos en los que se olía el tufo de cierta agencia de inteligencia precediendo al ruido de sables locales. Pero esta vez intervino Unasur (Chile, Argentina, Brasil, Colombia, Ecuador, Bolivia, Paraguay, Uruguay y Venezuela), que no ha tolerado la ruptura de la democracia en Bolivia ni nada que comprometa su integridad territorial. Unasur ha apoyado sin fisuras a Evo Morales y, por primera vez en la historia latinoamericana, facilitado una salida sin la intervención de Estados Unidos.
"Si los bolivianos no logran un valor justo por la riqueza natural de su país, sus perspectivas son sombrías. El mundo debería celebrar que Bolivia tenga un gobernante electo democráticamente que intenta representar los intereses de los pobres de su patria. Se trata de un momento histórico". Palabras del premio Nobel de Economía estadounidense Joseph Stiglitz, que no podemos menos que compartir.
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